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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cincuenta y seis: De cuando viajan cuatro sangrepuras en un autobús (el que se tropieza, derriba a los otros tres…)

Hacía un frío atroz. Cuando pensase en ese momento, en retrospectiva, lo que recordaría sería esa frialdad seca que inundaba el aire, que se le pegaba a la piel, la impregnaba, le calaba en los huesos y se le alojaba en el centro mismo del pecho.

Por su causa, respirar también era complicado. Se sentía igual que un tacto fantasmal que le rozaba los labios, le llenaba la nariz, le cerraba la garganta, y al alcanzar sus pulmones, congelaba desde adentro hacia afuera. Bien podría haberse convertido mágicamente en una estatua de hielo, y no se habría dado cuenta.

Todavía tenía la mano en el pomo de la puerta. La habitación que se le presentaba, sumida en las penumbras, tenía los muebles cubiertos por sábanas blancas y una delgada capa de polvillo. Algunas sombras, aquí y allá, se movían; sabía que no era natural. No era la oscuridad regular.

Dio un paso hacia atrás, cerró la puerta. Fue un poco más fácil dejar ir la tensión en los músculos una vez que lo hizo.

¿Qué se suponía que fue eso?

¿Qué acababa de ver?

0—

Draco sabía que aún estaba enojado con él. No tenía que preguntárselo. Su padrino, experto en oclumancia como era, todavía podía convertirse en un libro abierto para quien hubiese convivido con él durante toda la vida. En ciertos aspectos, al menos.

—…deja de mirarme —le pidió el hombre, en un susurro contenido, que era una advertencia implícita y de temer, para cualquier otro. No para él.

—Sabes que no quise hacerlo, Sev.

—No me interesa.

—Y yo sé que tú tampoco-

—No me importa —espetó, mordaz, a pesar de que sus ojos estaban fijos en el gotero con que vertía uno de los ingredientes más peligrosos en un frasco de vidrio, en el que esperaba obtener la reacción deseada—, creí habértelo dicho ya, Draconis.

De forma vaga, el adolescente de dieciséis años se preguntó en qué momento dejó de encogerse y cohibirse cuando lo escuchaba llamarlo así. En cambio, apoyó los codos en el borde de la mesa, la barbilla en la palma, y aguardó.

Se sumergieron en un tenso silencio durante un rato. Así había sido durante todas las vacaciones.

—¿Un knut por tus pensamientos? —ofreció, ligeramente vacilante. Para reconstruir una tregua, a veces las cosas más extrañas tenían buenos resultados.

Snape se dedicó a medir la temperatura de un caldero que necesitaba poner a hervir a fuego lento. La mezcla anterior cambió de púrpura a verde, poco a poco, allí donde la dejó.

—Me…inquieta —su padrino se tomó un momento en la elección de palabras. Él no pudo hacer más que apreciar que no hubiese utilizado un término más fuerte— lo que haces. Más que lo que dices. Contigo, todo son tonterías sin sentido e insolencias, no es nada nuevo. Pero que conviertas las tonterías e insolencias en acciones puede resultar…peligroso.

Draco se abstuvo de rodar los ojos, porque era un buen avance y no quería retroceder ese paso que estaban a punto de dar.

—No querrás que te pida perdón, ¿cierto? —arrugó la nariz al cuestionarlo. El mago, por su parte, no se molestó en disimular cuando rodó los ojos.

—Merlín, no. No gano nada con las ridículas disculpas de un niño.

Qué adorable podía ser su padrino. Draco bufó.

—Pero piensas que no debí hacerlo —observó, tras otros segundos de silencio. Snape comenzó a picar líneas finas de un ingrediente que podía identificar del invernadero de Hogwarts.

—Yo no lo hubiese hecho —fue lo único que dijo. Tampoco tenía que agregar más.

Cuando el hombre se enteró, no lo reprendió, no lo sacudió, ni siquiera le hizo un comentario venenoso. Sus ojos entrecerrados bastaban para hacerle pensar que, dentro de su cabeza, lo maldecía y le gritaba las mil maneras en que era un idiota imprudente.

Draco podría admitir que lo era, lo fue, por un período de tiempo breve, y que todavía se sentía así. No mentiría diciéndole que se arrepentía.

Harry lo valía.

Harry valía todo lo que hubiese en el mundo.

—Aun así —siguió, quizás con más suavidad. No le gustaba alterar al mago; siempre se le hacía tan extraño que dejase de ser la figura estricta, rígida, casi paternal, que tenía, y se revelase como el hombre que quedaba debajo. En su mente infantil, solía dar por sentado que Severus no tenía los mismos sentimientos de las personas normales; no necesitaba cambiar ese aspecto—, no hubiese mencionado eso si-

—Lo entiendo —interrumpió, de inmediato, sin mirarlo—, de verdad. Deja de ser un necio, ¿no tienes nada mejor que hacer que arruinar mi paz mental con tu voz?

—Por estas cosas, eres mi ejemplo a seguir —ironizó, con una débil sonrisa. El profesor frunció el ceño al levantar la mirada un instante. Pareció que diría algo. No lo hizo.

El laboratorio de Spinner's End se llenó, por otro rato, con el ruido que producía el cuchillo contra la madera y al traspasar las raíces de mandrágora. Draco observaba los movimientos con la misma atención con que lo habría hecho en un partido de Quidditch. Si pretendía destacar en Pociones Avanzadas con él, era el mínimo esfuerzo que podía poner de su parte.

—Un knut por los tuyos —lo sorprendió Snape, de pronto, cuando habría jurado que no existiría más plática hasta que se hiciese la hora de irse.

Draco fingió considerarlo. Soltó una exhalación.

—Estoy hablando en serio respecto a esto. A todo esto que te dije, y aunque no necesito tu permiso, ni el de nadie, me gustaría que no estés en contra.

Por unos segundos, no pareció que él lo hubiese escuchado. Después empezó a ralentizar su tarea.

—Entonces no hay nada que hacer —concluyó, imitando su postura desde el otro lado del mesón de trabajo.

—Nada de nada —aseguró, en un murmullo.

Un intercambio de miradas. No era la lucha silenciosa que tenían cuando el chico se oponía a él. Snape lucía más cansado y envejecido cuando meneó la cabeza.

—Todos los Malfoy son unos tercos —luego volvió a su labor de picar hasta casi hacer desaparecer las raíces.

—¿Me cuentas la verdad si te doy un galeón completo? —probó suerte, porque nunca estaba de más hacerlo. Claro que se esperaba la contestación fría que le siguió.

—No.

—¿Si llevo una carta al primo Regulus de tu parte?

—Sal de mi casa, Draconis.

Draco soltó un bufido de risa.

—No aguantas nada ahora.

Draconis —la amenaza sigilosa continuaba ahí. No le temía. No por completo. Ya que Snape se había dado cuenta, no le quedaba de otra que detenerse para agitar la varita en el aire y conjurar un tempus—. ¿No tendrías que irte ya?

Eran las cuatro de la tarde. Con un ruido ahogado, se bajó del taburete que ocupó hasta entonces. No podía creer cuánto se retrasó.

—Vuelvo mañana, padrino…

—O mejor nunca —lo escuchó replicar, una fracción de segundo antes de lanzarse a su chimenea, la destartalada estructura de la casa que no servía para nada más que estar conectada a la Mansión y el dormitorio del mago en Hogwarts. Ni siquiera podía encenderse un fuego decente allí.

Cerró los ojos y dejó que las llamas del flú se lo llevasen.

0—

Cuando Draco pensó en concederles la entrada a la Mansión, no lo imaginó exactamente de ese modo.

Fue durante los comienzos del verano. Su madre le hacía peticiones que lo mantenían ocupado en la Mansión, lo instaba a decirle a Pansy que lo visitase ahí, como hacía de niños, e incluso llegó a cartear a su prima Nym para que se pasase por la casa. Cuando Draco hacía ademán de acercarse a la red flú, Narcissa le daba esa mirada.

No podía decir que estuviese castigado. Cuando le explicó qué haría y por qué, ella tampoco gritó, ni se alteró. No lo hizo los días siguientes, ni lo reprendió por cartas, o le dio una bienvenida diferente cuando finalizó el quinto año.

Sin embargo, Draco la conocía mejor que eso. El abrazo de regreso a casa fue un poco más fuerte y prolongado, pasaba más tiempo en la Mansión de lo usual, le decía que comiesen juntos, se le acercaba en la biblioteca.

Nada era peor que la mirada. Esa mirada que le traía el recuerdo difuso de cuando lo encontró en casa de los Parkinson, después de enterarse de que a Lucius se lo llevaron los Aurores. Esa mirada que le dio cuando lo dejó partir al primer año en Hogwarts. Y cuando lo oyó hablar del edificio conectado a Azkaban.

Por ello, apenas pisó la casa de Pansy por las vacaciones. Ni hablar de la de los Potter; incluso Lily, en una tarde que pasó por la Mansión a beber té con su madre, le preguntó si es que ya no los soportaba más, que no volvía a visitarlos.

Ojalá fuese eso.

Le escribía notas a diario a Harry, como si estuviese de viaje, pero ambos sabían que no era así. Muchas no tenían respuesta. Él tampoco esperaba lo contrario.

Entonces una mañana, cuando desayunaban en silencio en el comedor de más de treinta asientos, sólo su madre y él, decidió que era asfixiante.

La Mansión lo asfixiaba.

La inmensidad lo hartaba.

El silencio lo enloquecía.

Nunca le había ocurrido.

—¿Puedo traer a los chicos un rato? —se le ocurrió preguntar aquella mañana, en una breve pausa.

—Sí.

—¿Y puedo salir?

—…claro que sí, dragón.

A Draco le dio la impresión de que sonaba a un "no", pero lo aceptó con un asentimiento y siguió.

Y ahí los tenía ahora.

Pansy, que lideraba el grupo que atravesaba la sala del recibidor, tenía una sonrisa de divertido afecto. Se reunieron en su casa para tomar el flú y evitarse las restricciones de las barreras, la reja embrujada y tétrica, además del trayecto de los jardines.

Detrás de ella, Hermione detallaba el lugar con ojos enormes, afirmando el agarre en el bolso que le colgaba del hombro, Weasley miraba alrededor y boqueaba igual que un pez fuera del agua. Lunática se balanceaba con ese andar suave que tenía y le echaba una ojeada a todo, sin tocar, por suerte.

Harry, que también estaba acostumbrado a la Mansión, salió de último. Sabía que llevaba un atuendo que su mejor amiga le eligió, y que no le gustaba; se había colocado encima un deshilachado suéter holgado, de esos que se ponía para estar en la sala de Godric's Hollow, y el efecto que tenía con los pantalones oscuros era extraño. Y muy Harry, así que decidió que le agradaba.

—Potter.

—…hola —Harry ladeó la cabeza para responder al escueto saludo y evitó mirarlo más de una milésima de segundo. Aquello también era uno de los motivos por los que podría jurar que perdería la cordura si no actuaba pronto.

—¿Cuántas personas dices que viven aquí? —preguntó Granger de repente, al detenerse con Pansy, bajo el umbral que llevaba al vestíbulo, de donde salían las dos escaleras y los pasillos del complejo entramado que guiaban al resto de la Mansión.

—Por casi diez meses al año, sólo mi madre —contestó, aunque no despegó la mirada de Harry. Él se removió y cambió su peso de un pie al otro, reacomodándose también la correa de la mochila en el hombro—. Por hoy, seremos seis arriba.

—¿Y no la molestará? Digo, si está acostumbrada a la soledad, el silencio-

¿Quién podría acostumbrarse a eso?

—Todo el segundo piso es mío. A menos que te metas por donde no debes, Granger, no vas a molestar a nadie.

La chica pareció considerarlo un momento, con el entrecejo arrugado. Para no darle oportunidad de hacer más preguntas, Draco empezó a indicarles el camino, por delante de ellos.

—El pasillo donde está mi cuarto no tiene acceso directo desde aquí, porque el recibidor es hasta donde llegan quienes no son de confianza. Una pared y barreras separan mi piso de las escaleras regulares. Nosotros tenemos que ir por aquí —comentó, desviándose de lo que aparentaba ser el trayecto, para ir por un corredor contiguo, estrecho. Los escudos se sentían igual que una superficie gelatinosa y fría cuando los traspasaban.

Uno a uno, los vio cruzar, hasta que sólo quedaron Weasley y Potter. Cuando Ron hizo ademán de pasar, se dio de frente con la barrera, de repente, tan sólida que era una pared transparente entre ambos grupos.

Draco contuvo la risa al ver cómo su rostro se tornaba del mismo rojo que el cabello por el que se caracterizaba a su familia. Agitó una mano, cuando Pansy estuvo por interrogarle sobre qué harían, y la barrera se quitó.

—No era necesario —le escupió la comadreja, frotándose la frente lastimada con una mano, y frunciéndole el ceño.

—No controlo las barreras por completo —mencionó, sin ocultar su sonrisa, que pretendió hacer pasar por gesto de inocencia indiscutible. Oh, cuando pensó en intentarlo, en verdad no creía que pudiese lograrlo.

Supuso que el Legado también le cedió algo del poder sobre las protecciones. Tendría que revisarlo antes de irse a Hogwarts.

Continuaron por el pasillo, doblando en dos ocasiones y hacia unas escaleras más pequeñas, junto a las paredes de cristal que daban a un segmento del patio. Los chicos mantenían una conversación en murmullos por detrás de él, que bajaba el volumen a medida que estaban por llegar a su destino.

—Una cosa de las que no les hablé por cartas —dijo, al detenerse ante la única puerta del corredor del segundo piso—, es que las barreras de mi cuarto nome obedecen. No puedo sólo decirles a quién dejar pasar y a quién no, no funciona así. Entonces pensé en quedarnos en la sala transfigurada.

Las reacciones no fueron muy diferentes. Mientras cruzaban la puerta, Pansy les explicaba a los otros que los escudos Malfoy más antiguos —como bien sabía, porque los estudió tanto como los de los Parkinson— funcionaban en base a la confianza. Confianza absoluta.

—…no se ofendan —susurraba, con una sonrisa de disculpa—. Draco tendría que ser capaz de dar su vida por alguien para que el escudo del cuarto considere si lo deja entrar o no. Y al revés también.

—¿Tú entras? —cuestionaba Hermione. Su mejor amiga, con una sonrisa presumida que debería tener plasmada más seguido, atravesaba una de las tres puertas siguientes, la de su habitación, y se paraba más allá del umbral, con las manos en la cadera y la barbilla en alto.

—Por supuesto —añadía después, riendo al volver junto a ellos—, Draco y yo nos conocemos de toda la vida. Me sentiría muy indignada si la barrera me rechaza.

Nadie mencionó que Harry, el último en entrar de nuevo, también podía superar las barreras más fuertes de su cuarto.

Draco abrió por un momento la puerta al baño-vestidor para que supiesen cuál era, y luego se llevó a las chicas a la sala de los requerimientos. Intentaba concentrarse en una imagen mental que combinase un dormitorio de Hogwarts, de camas suficientes para todos, con una Sala Común cálida y acogedora, cuando escuchó el sonido de una cortina al correrse.

—¿Qué es est…?

Reaccionó por puro reflejo. En un parpadeo, tenía la muñeca de Weasley atrapada entre los dedos, y la tela a medio correr relevaba la pared debajo.

—Sé que obviamente no lo conoces, porque las comadrejas son como veinte y tendrán un solo baño, con suerte, pero existe algo llamado "noción de la privacidad" y no quiero que toquen ciertas cosas —masculló entre dientes, utilizando la otra mano para devolver la cortina a su sitio—. Ni esta pared. Ni mi vestidor, ni-

Ron esbozó una sonrisa que no podía ser buena señal. Se sacudió y se estiró por encima de uno de sus hombros, para intentar llegar hasta la tela y jalarla con los dedos.

—¡Anda, Malfoy! ¿Qué puede ser un secreto? ¿De qué te avergüenzas tanto? ¿Es algo por lo que después puedo fastidiarte o…?

Incluso sus palabras quedaron en el aire. A mitad del forcejeo inútil, Ron estirándose, Draco empujándolo lejos de la pared, Harry descorrió la cortina por completo y se quedó ahí, observando el muro de fotografías que se encontraba debajo.

Por la expresión pasmada de Weasley cuando lo soltó, en verdad no tenía intenciones de invadir su privacidad de ese modo. Potter, por el contrario, lucía bastante interesado en identificar las imágenes.

—Me acuerdo de este día —señaló, tocando el borde de la fotografía con el índice—, fue cuando recibiste tu carta de Hogwarts. Me quedé a dormir la noche anterior. También este, y este…

Draco estaba tan rígido que no le habría sorprendido olvidarse de que poseía cierta capacidad de movimiento. El chico hablaba sin mirarlo, de espaldas a él, y concentrado en la pared llena de fotografías, de la que, además, era un partícipe regular.

Jamás había sentido que el rostro le ardiese de esa manera.

—No sabía que las tenías tú —oyó decir a Pansy, que también se aproximó. Se obligó a carraspear para aclararse la garganta.

—Son copias de las que le mandas a madre. Ella me las pasa en vacaciones, cada año.

—¡Este es el Mundial de Quidditch! —Granger también apuntó a un conjunto, y descendió más, con un ruido ahogado—. Tienes algunas del Baile de Yule también…

—Oh —Luna mostró una sonrisita feliz—, yo salgo en esa.

Le dedicó una mirada desagradable a Weasley, todavía junto a él, que parecía no poder decidirse entre si reír, lucir culpable o sólo confundido.

—¿Pueden dejar de ver mi jodido muro? —estalló, abriéndose paso entre los demás para tomar ambos lados de la cortina y volver a correrla. Sentía que incluso las orejas le quemaban.

Pansy y Hermione se rieron cuando se dio la vuelta. Si una no fuese su mejor amiga y la otra, bueno, Granger, le hubiese gustado arrojarles una maldición.

—Eres un sentimental —Luna estaba enternecida, observándolo como si fuese un crup, y él en serio, en serio, se lamentó del instante en que decidió que invitarlos a su casa era una buena idea.

—Váyanse todos a la mierda.

Al cruzarse de brazos, sin querer, desvió la mirada un segundo hacia Harry. Él tenía una sonrisa pequeña, divertida, que hizo que esa emoción cálida y cosquilleante de la que se salvó las primeras semanas del verano, estuviese de regreso, con fuerza suficiente para hacerlo temblar y desorientarse. Sus ojos se cruzaron. Luego Potter volvió el rostro en una dirección diferente.

Aquello era más grave de lo que pensó. Las vacaciones nunca se ponían de su lado con ese tema.

—¿Draco? —Pansy lo sacó de su breve trance, tocándole el brazo. Cuando la miró, ella sonrió en disculpa, como si supiese lo que acababa de ocurrirle. Esperaba que no; una vergüenza diaria era su límite— ¿terminas de abrir la sala de requerimientos para que Mione y yo nos cambiemos?

Asintió, de forma distraída, y después frunció un poco el ceño.

—¿Y tú qué? —le habló a Lunática, que tenía las manos unidas tras la espalda. La examinó de pies a cabeza— ¿no te vas a cambiar con ellas?

La chica negó, con una suave sonrisa.

—Yo voy así.

Elevó las cejas e intercambió miradas con una dubitativa Pansy. Su mejor amiga debía estar sufriendo por esos pantalones cortos manchados de pintura y la franela holgada, con motivos florales desdibujados.

—Está bien —decidió, con un dramático suspiro, posicionándose tras la otra para llevarle las manos a la espalda, y en base a débiles empujones, guiarla a la sala donde se cambiarían—, traje suficiente como para cinco personas, y le pedí a Mione que trajese de más también. Vamos a combinar algo lindo, te lo ajustamos y te verás más bonita de lo que ya eres. Te diría que también te prestamos algo a ti, pero no tenemos tu talla —añadió con sorna, al pasarle por un lado. Draco rodó los ojos y se dedicó a terminar de abrir la sala.

Las tres chicas se metieron y cerraron la puerta. El "¡diez minutos!" de Pansy le sonaba a que estarían ahí por un buen rato.

Al darse la vuelta, notó que Weasley se tiraba a uno de los sillones de la antesala y se retorcía en el mullido mueble, igual que un gato contento. Bueno, al menos no era difícil de complacer.

—¿Tienes algo de comer o nos vas a matar de hambre hasta que estemos allá? —inquirió, apoyando la cabeza en el respaldar del asiento y echándose hacia atrás, de manera que lo miraba al revés.

—Pídele algo a los elfos.

Ron titubeó.

—¿Elfos? —musitó. Enseguida se escuchó un plop, que lo hizo saltar.

—¿Sí, señor Weasley? Lía está para servirle, señor Weasley.

—¡Me llamó "señor Weasley"! Harry, ¿oíste? —se echó a reír, porque, según sabía, no hablaba con los elfos de Hogwarts más que para dar las gracias. Supuso que era una reacción común.

—Sí, Ron, lo oí —replicó él, con una media sonrisa.

—Voy a cambiarme yo también —indicó, sólo por esa cortesía básica que le dejó su madre para tratar con invitados. Incluso si eran tan raros.

Se perdió en su propio cuarto, el verdadero, sin esperar respuesta. Apoyó la espalda en la puerta al cerrarla, y despacio, se deslizó hacia abajo, hasta quedar sentado en el piso, con las piernas extendidas frente a él.

Tuvo que tomar una profunda bocanada de aire.

Merlín. Había extrañado ver a Potter.

0—

La primera reacción que obtuvo Harry, y le dio una pistade lo que pasaba, fue al comienzo del verano. Una tarde tranquila, los Merodeadores estaban en Godric's Hollow, Peter le hablaba a Lily de una receta que descubrió en uno de sus viajes, Sirius tenía aquella risa estruendosa ante un comentario de Remus que, al fin y al cabo, no era tan gracioso.

Su padre le pidió ayuda con algo. El por qué no lo hizo con magia, estaba fuera de su comprensión.

Lo siguiente que sabría era que a James se le caía una caja, lo observaba con ojos enormes, y Harry, que sostenía la otra, le devolvía una mirada confundida.

O más bien, no era a él a quien veía. Sino su mano.

Agachó la cabeza, a tiempo para percatarse de que el anillo Malfoy quedaba expuesto en esa posición, y luego la voz de su padre llenaba la sala.

—Lily —la llamó, titubeante—, ¿le diste permiso a Harry de comprometerse a esta edad?

Entonces a Harry también se le cayó la caja que sostenía.

—¿Qué? —cuestionaba su madre, desde el otro lado de la sala—. No, estoy segura que…¿no se lo diste tú? Suena a algo que harías, James.

—No te lo preguntaría, si se lo hubiese dado.

—Pues tal vez lo olvidaste.

—¡No me olvidaría de que mi hijo se quiso comprometer con Draco Malfoy, teniendo sólo quince años!

—¿Malfoy? —Remus levantaba las cejas, curioso; a su lado, Sirius se echaba a reír, y corría hacia su ahijado para abrazarlo. Harry quedaba reducido a una masa balbuceante, ruborizado, que intentaba hacerles entender que no era lo que creían.

Fue en vano, claro.

La siguiente vez que ocurrió, fue en La Madriguera. Una mañana, arrastraba los pies desde el cuarto de Ron y los gemelos, para ir por el desayuno; allí, en el comedor, Molly lo veía y se echaba a llorar, murmurando acerca de "lo rápido que el tiempo pasaba" y "querer estar presente". El señor Weasley le palmeó el hombro al pasarle por un lado. Harry sólo deseó que un agujero se abriese en el suelo y se lo tragase.

Durante las vacaciones, su padrino no dejaba de dirigirle miradas divertidas y cómplices cuando estaba en casa y veía llegar al búho imperial que tenía las notas de Draco. James parecía tener intenciones de hablarle de algo; se acercaba, abría la boca, luego se llevaba una mano a la barbilla con una expresión tan confundida como si estuviese en un examen de Historia de la Magia, y terminaba por menear la cabeza y alejarse.

Harry no podía sentarse en su escritorio, sin tener la sensación de que enloquecería, porque la pila de notas de Draco estaba ahí, muchas sin respuesta, y él no estaba seguro de qué contestar, de cualquier modo. Ni hablar de visitarlo.

Cuando Pansy cruzó la calle que separaba sus casas y le avisó de lo que planeaban hacer, lo único que fue capaz de hacer fue observarla boquiabierto, y preguntarse si ella, entre todas las personas, no entendería lo que sucedía.

Y ahí estaba ahora.

No sabía con qué cara mirar a Draco, porque las emociones formaban un cúmulo dentro de él, que se mezclaba, se confundía, se perdía y reanudaba. Sentir que su compañero sí que le prestaba cierto grado de atención extra, lo hacía removerse, inquietarse, tener dificultades para respirar con normalidad.

Si aquello continuaba, no podía asegurar que llegase al final de la noche.

—…por la puerta, Granger, por la puerta —escuchó a Draco contestarle a Hermione, cuando esta le preguntó por dónde se salía, al estilo tradicional. Los seis iban caminado al recibidor, desde el ala de la Mansión que daba al cuarto del heredero de los Malfoy.

—¿Por cuál de todas las puertas?

—La principal —no tenía que darse la vuelta para saber que rodó los ojos. Contuvo una sonrisa. Era una reacción tan Draco.

Cuando la línea que formaban alcanzó el vestíbulo, Draco se detuvo y giró. Su madre estaba parada bajo el umbral de una de las puertas hacia las salas contiguas, más pequeñas; no dejaba de retorcerse las manos, rozando el anillo con la M oscura que llevaba en el dedo anular.

—Un momento —susurró, y caminó hacia ella. Harry los vio entablar una conversación en voz baja, no sabía sobre qué; el chico negaba, Narcissa apretaba los labios un momento y luego decía algo más.

Por un instante, ambos se voltearon en su dirección. Cuando lo enfocaron, Harry se sintió atrapado con las manos en la masa y se giró. Las mejillas y orejas comenzaron a arderle enseguida. La conversación de sus amigos quedaba reducida a un débil murmullo.

—Listo —tras un rato, Draco regresó con ellos. Para entonces, su madre ya no estaba por los alrededores.

—¿Todo bien? —inquirió Pansy, con suavidad, tocándole el brazo. Él sólo asintió.

—¿Hacia dónde es que vamos?

Ojos grises barrieron con el resto del grupo, deteniéndose un poco más de lo necesario en Harry, que se encogió bajo el escrutinio. Hermione fue la que se adelantó.

—Sácanos de aquí y yo los llevo el resto del camino.

Y justo como dijo, cuando Draco los hizo salir por las rejas tétricas, que Ron no perdió la oportunidad de criticar con la nariz arrugada en señal de desagrado, ella los guio hacia una parada de buses. Una de las imágenes más extrañas de su vida fue ver a cuatro sangrepuras, cada uno más perdido que el otro, esperando un auto.

—¿Dices que los muggles hacen esto todos los días? —preguntó Pansy, observando con ojos enormes. Ya que la zona de Godric's Hollow en que vivían era residencial y familiar, no era común ver aquello desde los jardines, sumándole que se pasaba el resto del año en un castillo alejado del mundo muggle, no era tan sorprendente la idea de que nunca hubiese visto nada semejante.

—¿Y tienen que esperar? ¿No se les hace tarde por culpa de los demás? —agregó Draco, con el entrecejo fruncido.

—Amigo —Ron, aunque nunca lo admitiría, no tenía una expresión muy diferente a la de ellos—, esto es una mierda. Pobres muggles.

—Todos deberían tener escobas mágicas —opinó Luna, y los otros tres asintieron, mientras Hermione y él intercambiaban miradas divertidas.

Estaba seguro de que nunca volvería a encontrar a una persona que se riese por ir en un destartalado bus en movimiento, como hicieron Luna y Pansy, sosteniéndose cada una de un brazo de Draco para mantener el equilibrio, y a cambio, causando que el chico tuviese problemas para conseguir el mismo resultado. Ron los seguía de cerca, pero se sujetaba de Harry cuando creía necesitar apoyo para llegar a la parte de atrás y sentarse.

Cuando aceleró, Luna tropezó; lo siguiente que sabría es que los llevaba consigo, había tres adolescentes en el suelo y el bus se llenaba de risas, a las que los muggles no veían sentido.

Hermione los hizo bajar en el centro de la ciudad más cercana, entre indicaciones vagas y explicaciones concisas sobre el lugar al que pensaba llevarlos. Decían que era una 'fiesta mágica' apta para mayores de quince años, y las entradas previamente compradas que llevaba en un bolso de mano, eran la razón de que hubiesen planeado la noche con tanta meticulosidad.

—Los muggles tienen ideas extrañas —oyó mencionar a Draco, cuando se detuvieron frente al edificio de dos pisos lleno de luces de neón desde el letrero hasta el corredor que servía de recibidor y entrada. Como parte de una especie de acuerdo tácito, los otros tres sangrepura del grupo asentían.

La dichosa fiesta mágica contaba con un espacio lleno de adolescentes y adultos jóvenes, que se dividía en mesas aisladas, una barra que necesitaba identificación para pedir bebidas con alcohol y una enorme pista de baile. Casi todo a media luz, con la música retumbando, y bajo constantes ataques de destellos de colores del tipo de iluminación que tenían en el techo.

—No me sorprende que los muggles no piensen, con lo fuerte que escuchan la música —Draco no dejaba de refunfuñar por lo bajo, así que le resultaba incomprensible el cómo lo oía, conforme las chicas se abrían paso entre la multitud y buscaban una mesa que ocupar los seis—. Creo que ni siquiera me oigo a mí mis-

—Qué bueno que tú no te oyes —soltó Ron, aunque estaba tan incómodo como él—, ojalá yo tuviese la misma suerte.

De cierta forma, enzarzarse en una estúpida discusión los hizo relajarse. Como si el acto familiar bastase para darles mayor seguridad.

—A ver, ¿cómo funciona todo esto? —el muchacho llamó la atención de Hermione, en cuanto consiguieron una mesa con suficiente espacio. La chica resopló, divertida.

Disfrutas, Malfoy, ¿sabes lo que es eso o te lo tengo que explicar también?

Incluso Harry se quedó boquiabierto por un instante. Pansy se echó a reír y Luna se cubrió la boca con el dorso de una mano, disimulando su pequeña sonrisa.

—Bien —masculló entre dientes, agarrando a su mejor amiga del brazo para arrastrarla hacia la pista.

—Espe- ¿y yo por qué? —Pansy se reía de camino a la masa de adolescentes que no se quedaban quietos. Detrás de ellos, Hermione rodaba los ojos.

—Si tú cuidas a estos dos —la muchacha se inclinó junto a Harry, que acababa de sentarse, y señaló a Ron y Luna, ambos en torno a la mesa con diferentes grados de curiosidad y extrañeza—, yo cuido a esos dos —cabeceó en la dirección en que apenas se podía distinguir una cabellera rubia que sobresalía entre el resto, para entonces.

Harry dejó escapar un dramático suspiro.

—Parece justo.

Y la vio marcharse.

Tuvo un ligero déjà vu con el Baile de Yule, desde que observó a Draco hacer girar a Pansy y poner una expresión que, porque llevaba años de conocerlo, sabía que era la que colocaba cuando se quejaba de algo o alguien. Hermione los alcanzó poco después, riendo de lo que, supuso, eran sus protestas de mimado sangrepura. No le sería difícil imaginar lo que decía, incluso.

Lo único diferente —y vaya que era diferente— al baile del colegio, era que Draco le daba vistazos por encima del hombro de Pansy cada cierto tiempo. Harry apartaba el rostro y fingía que no lo estaba mirando un momento atrás, se unía a la plática de Ron y Luna, el primero todavía desorientado y la segunda emocionada por algún motivo misterioso. Luego, sin darse cuenta, volvía a buscar entre la multitud una cabellera rubia que resaltase.

La secuencia de ser atrapado, simular en vano y volver a intentar, se repitió al menos tres o cuatro veces, hasta que en una ocasión, frunció el ceño al barrer la pista con la mirada, topándose con Hermione arrastrando a Pansy de la muñeca para sacarla del tumulto, no a su compañero.

Bú.

Harry saltó. Si no se escuchó su grito ahogado, fue sólo porque la música estaba lo bastante alta para impedirlo.

No podía girarse. No quería, porque no sería bueno para su salud mental.

Draco se recargaba en su espalda, con las manos apoyadas a cada lado del asiento que él ocupaba. Atrapado por sus brazos, Harry habría podido jurar que una colisión tenía lugar dentro de su sistema nervioso. No pensaba. Tal vez tampoco respiraba.

—Pido cambio —de pronto, era levantado de un tirón. Draco estaba al frente de él, llevándoselo entre jalones. Dejaba atrás la mesa, donde Luna aplaudía con entusiasmo, Pansy arrastraba a Ron a la pista en una dirección diferente, y Hermione se sentaba un momento, para cuidar de la despistada chica que quedaba.

—Draco, ¿qué ha…?

Las palabras se le atoraron en la garganta, se le trabaron, se deshicieron en su lengua y murieron, y él no habría sido capaz de soltarlas de ninguna otra manera.

Qué cerca estaban.

Jodidamente cerca.

Draco, en uno de los tirones que le daba, por lo que podía asumir que era la falta de espacio y exceso de personas, lo había pegado a él. Por reflejo, al intentar apartarse y evitar un choque entre ambos, había puesto una mano en su pecho, la otra en su hombro, y a pesar de que estaba casi seguro de que aquella fue la única intención consciente, si se fijaba mejor, podía decir que parecía algo más.

—Anda —de nuevo, era un misterio el por qué escuchaba la voz de Draco con demasiadaclaridad—, baila conmigo. Ya lo has hecho.

—Estoy muy seguro de que no se supone que dos chicos-

—Harry.

Calló de golpe y cerró la boca, mordiéndose el labio inferior. Se percató de que Draco no sólo reparaba en el gesto, sino que desviaba la mirada hacia allí por unos segundos.

No. Harry sólo habría sabido definir lo que sufrió como un colapso. Su mente quedó en blanco, el vértigo lo invadió, pero desapareció de inmediato, y cuando enterró el rostro en uno de los hombros de su compañero, fue relajante, cómodo. Increíble.

Estar cerca se sentía increíble.

Maldición. Había extrañado a Draco.

0—

La ráfaga de aire le dio de lleno en la cara, con un golpe casi doloroso, pero Harry se echó a reír, porque no existía nada más que pudiese hacer en un momento como ese. Sentía el cuerpo cálido después de haber probado unos sorbos de la botella que Pansy consiguió pestañeando y sonriéndole tontamente a un muchacho mayor, del que luego huyeron como si fuese un Dementor dispuesto a succionarles el alma, si le permitían la suficiente cercanía.

El ruido del local, la cantidad de personas, la falta de espacio, el aire caliente y húmedo. Corrieron en desorden, perdidos, sin rumbo, se jalaban unos a otros para que ninguno se quedase atrás, porque si iban a estar desorientados, ¿qué mejor que estarlo juntos?

Más adelante, recordaría a Pansy chillar cuando el muchacho de la botella se aproximaba, alguien que sostenía su muñeca y jalaba, otro de los chicos lo empujaba desde atrás y apremiaba a correr. Correr, correr, correr. Bordear la multitud de la pista, abrir una puerta que quizás no deberían tocar.

Cuando empezaron a subir por unas escaleras tan estrechas que sólo podían ir de uno a la vez, Harry estaba seguro de que se trataba de un área de acceso restringido, ¿pero en verdad podía importar? Se pasaron la botella en una ronda y aún quedaba un poco; no sabía quién la llevaba. Mantenía el equilibrio y era consciente de que no estaba ebrio, pero se sentía flotar. Los pensamientos eran una cosa complicada e inútil, las palabras y acciones resultaban más sencillas. De momento, al menos.

Se prometió no beber más y negó cuando Ron (oh, ya descubrió quién la tenía) le tendió la botella. Junto a él, Draco sí que la aceptó para darle un sorbo largo, luego la pasó al siguiente. Podría jurar que Luna no bebía, pero encontraba que era más interesante ver a su compañero que prestar atención al resto. Bueno, lo último no era nuevo en realidad.

Pansy daba pequeños saltos y se reía. Tenía el rostro ruborizado por el alcohol, el frío y el esfuerzo al correr como lo hicieron; en cada movimiento, la falda de su vestido se elevaba unos centímetros, sin revelar nada más que las medias negras que le cubrían la totalidad de las piernas. Lucía feliz al sostener las manos de Hermione para instarla a unírsele en un improvisado baile, con el retumbar de la música de adentro como guía. A él le agradaba que estuviesen contentas.

Estaban en el techo del edificio. Ron, sentado en el borde de una construcción que debía haber sido pensada para facilitar la ventilación, abrazaba la botella ya vacía. Sus ojos no se despegaban de Hermione, que se reía sin control porque la otra chica había comenzado a hacerle cosquillas. No creía que se diese cuenta de la manera en que la observaba. Tal vez tampoco sucedería pronto.

Luna se balanceaba de lado a lado, al son de una melodía que nadie más que ella debía percibir, y veía al resto con una sonrisa suave. Sí, seguía seguro de que no bebió. Ella era así por naturaleza, no necesitaba ni una gota de alcohol.

Harry tomó una bocanada de aire para recuperar el aliento faltante, arrastró los pies al adentrarse al área abierta que mostraba una vista amplia de la ciudad, y se apoyó en una de las sobresalientes del techo. Hermoso. Era hermoso. Las luces de los demás edificios, el movimiento de autos y las personas ajenos a ellos, la brisa que los alcanzaba allí.

Lo suyo eran los lugares como aquel. Donde estuviese más alto que cualquiera. Donde tuviese una vista completa del panorama. Donde él pudiese ver a todos y nadie pudiese verlo a él.

Aunque, quizás, alguien sí lo veía. La mirada de Draco era igual que una aguja que tenía clavada en la parte posterior de la cabeza; lo mantenía alerta, era precisa, sin vacilaciones. No tenía que voltear para confirmarlo.

Y puede que el corazón se le acelerase un poquito cuando lo pensaba.

Con un resoplido tonto de risa, se dio la vuelta, despacio, recargándose en la sobresaliente detrás de él. A unos pasos, Draco, de pie, le sonrió a medias y luego fingió concentrarse en la plática que Pansy le hacía seguir, sin soltar a Hermione ni dejar de intentar guiarla en ese baile que carecía de sentido. Fuese lo que fuese de lo que hablaban, él contestaba y se reía.

Oh. A Harry también le gustaba que se riese.

Ambas chicas charlaban, Ron apoyaba la cabeza en el ducto de ventilación y se tallaba los ojos. Luna aparentaba estar fascinada con las vistas, sentada en una sobresaliente del edificio, balanceando los pies adelante y atrás.

Draco perdió las sutilezas al tumbarse en el suelo del tejado, con los brazos y piernas extendidos. Era quien tenía el rostro más ruborizado, aunque su mirada no conservaba el deje febril de alguien que se ha pasado con la dosis de alcohol; suponía que era la combinación temperatura-correr-bebida la que lo hacía verse así.

Cuando pensase en esa noche, años más tarde, tendría un par de puntos claros y otros no tanto. Por ejemplo, que tendrían que lidiar con un Ron adormilado y que pasaban de las doce cuando tenían permiso sólo hasta la una, estaba claro en su cabeza.

El cómo o el por qué caminó hacia Draco, no del todo. Podía decir que sus pies se movieron solos. Que se sintió jalado por una fuerza invisible que lo rebasó. Que fue un acto inconsciente.

La verdad, la simple y llana verdad, era que quería acercarse de nuevo, porque todavía se deshacía por dentro al pensar en la proximidad que tuvieron al bailar un rato, antes de que el cambio volviese a ocurrir y Draco intentase arrastrar a Luna a la pista y Pansy a él.

Se paró al nivel de sus piernas, con los pies a los costados de su cuerpo, mirándolo desde arriba. Draco lo observó con una expresión extraña por unos instantes. Luego esbozó otra sonrisa lenta y estiró los brazos; Harry, sin pensar, cooperó cuando sintió que buscaba sus manos.

Entrelazaba sus dedos, las palmas se rozaban. Continuaba tendido en el piso y Harry se inclinaba sobre él, de pie, las rodillas apenas flexionadas.

—¿Estás ebrio? —se le ocurrió preguntar, casi con curiosidad. Draco negó y le dio un leve jalón a sus manos, para tenerlo más cerca. Él se mantuvo parado— ¿seguro?

—Un poco —el chico rio. Era esa risa vibrante que, Merlín bendito, se moría por escuchar durante las primeras semanas del verano—, pero no es nada grave. Tú también lo estás.

Harry sonrió, encogiéndose de hombros. Sus tirones sin fuerza todavía lo instaban a bajar sobre él. Era una mala idea, lo sabía.

—Tal vez, un poco.

—¿Qué mierda bebimos, Potter? —Draco hacía una expresión divertida al fruncir el ceño, como si concentrándose lo suficiente pudiese tener una respuesta sin palabras. Harry lo encontró lo bastante gracioso como para reír.

—No tengo idea.

—Ese idiota quería aprovecharse de Pans al darle eso, ¿verdad?

Otra vez se encogía de hombros.

—A lo mejor no esperaba que robásemos la botella y la bebiéramos toda…

—Era un idiota —se ensañó, sacudiendo la cabeza, y sólo porque el siguiente jalón lo tomó por sorpresa, Harry trastabilló para mantener el equilibrio.

Para evitar un posible accidente, decidió soltarse del agarre y tenderse a un lado de su compañero, boca arriba, con una pesada exhalación.

Aquella fue una peor idea.

Tras unos segundos, Draco aprovechó la ocasión que se le presentaba. Se giró, con una maniobra que no supo de dónde había sacado, presionó las rodillas en el suelo, a ambos lados de él, y se le subió encima.

El cabello, que le llegaba apenas por debajo de los hombros, le cayó hacia un lado desde la cola que lo sujetaba, él resopló y se sacudió, en un intento gracioso de acomodarlo, sin despegar las manos de los costados de la cabeza de Harry, donde se apoyaba para no poner peso sobre él. Se rio, de nuevo.

—Draco, quítate.

—No —el chico elevó el mentón, desafiante, pero Harry encontraba que era bastante cómodo mantenerse en la nube algodonada que suponía su cercanía, y que la vista de Draco sobre él era, en definitiva, mejor que la ciudad.

Bien, puede que no hubiese estado pensando con absoluta claridad.

—No hagas lo que estás pensando —se descubrió a sí mismo pidiéndole, levantando las manos para presionarlas en sus hombros, aunque no lo apartaba.

—¿Cómo sabes lo que estoy pensando? —inquirió, estirándose pese a su intento de barrera, para unir sus frentes. Ojos muy, muy grises brillaban al fijarse en él, las emociones, por unos instantes, tan claras como el color— ¿empezaste a practicar legeremancia y no me contaste, Harry?

Debería haber advertido el peligro, encender una señal de riesgo imaginaria. Debería haber continuado con su plan de evadir un poco más, como venía haciendo esos días en que el sólo pensar en Draco lo llevaba a perder la cabeza.

"¿Has considerado que lo que sientes por el cachorro Malfoy sea más que una simple amistad?"

Sí.

Sí.

Harry soltó una pesada exhalación, el aliento golpeó a Draco, que se burlaba de él. Cuando se movió un poco más, fueron sus narices las que se rozaron. La del otro estaba helada; sin saber por qué, le hizo gracia y lo encontró adorable.

—No hagas eso —insistió, con un hilo de voz. Ni siquiera a él le sonaba convincente.

Draco no se veía así si no tenía alguna intención oculta. Estaban tan cerca, era inevitable que sus ojos se desviasen unos instantes, hace rato que había dejado de importar lo que dijeran o llegasen a ver los demás.

—No leas mi mente —Draco arrastró las palabras a propósito. Harry no lo supo, pero estaba sonriendo a medias—, estoy pensando en algunas cosas un poco extrañas justo ahora. Cosas que no deberías saber.

Él arqueó las cejas.

—Pues no lo hagas.

—Es difícil —reconoció Draco, despacio. Esos ojos tan, tan grises observaban sus labios, luego volvían a fijarse en él—, también hay cosas bonitas, lo juro. Muchas de ellas. Pero nunca sé cómo hacerlas para ti.

Tan cerca. Harry se estremeció contra su voluntad cuando su respiración le rozó la boca, contacto fantasmal, apenas perceptible. Podía jurar que no se trataba de una casualidad.

—No —musitó, sin energía.

—¿Por qué no? —Draco se apartó, no más de unos centímetros, y quedaron cara a cara. Todavía estaba sobre él.

Harry tragó en seco.

—Me confunde.

—¿Eso es malo?

—Sí —titubeó. Él lo sopesó.

—¿Es algo que no te guste? —volvió a aproximarse. La colonia que usaba, el alcohol que tomaron, la brisa no conseguía llevarse lejos esos aromas que Harry recordaría por el resto de su vida, aunque no pudiese imaginarlo entonces.

—No.

Lo había dicho. Lo había soltado.

Cuando Draco comprendió el significado de sus palabras, esa sonrisa ladeada que no auguraba nada bueno hizo acto de presencia. Quizás Harry debió angustiarse, quizás no.

Era imposible llenarse la cabeza de preocupaciones mientras Draco se inclinaba y atrapaba sus labios. Cuidadoso, lento. A diferencia de la vez anterior, le dejaba tiempo para reaccionar, para objetar, le hacía una invitación silenciosa con la boca que se entreabría y la lengua que le repasaba el labio.

Después Harry le rodeaba el cuello con los brazos. Dejarse llevar fue lo más fácil que hizo en su vida, hasta entonces.

—Espe- ¡Draco! —se carcajeó, sin aliento, cuando al intentar tomar una bocanada de aire, otro beso lo atrapó y se lo impidió. Quería enojarse, quejarse. No podía conseguirlo y ser creíble.

Besar a Draco era como volar, capturar la snitch. El cosquilleo del cuerpo, la sacudida del estómago, vértigo, vértigo, vértigo, luego era elevado. El resto del mundo perdía relevancia.

Sonreía contra sus labios al llevar las manos a su cabello, las hebras rubias se le deslizaban entre los dedos como hilos tersos, hechos para ese único momento y con esta finalidad.

¿En dónde se perdían sus dudas cuando lo besaba?

Podría haberse quedado ahí toda la noche. O toda la vida.

0—

Harry se echó a reír sobre su boca cuando lo detuvo con otro beso. Ligero, fugaz. Apenas un roce, pero suficiente para que cada centímetro de su cuerpo fuese atacado por la oleada de la emoción de lanzarse en picada.

—¿Vas- a- hacer- eso- toda- la- noche? —no podía hablar con claridad mientras Draco llevase a cabo esa secuencia de palabra-beso-palabra-beso. Tampoco habría sido capaz de protestar.

Su compañero emitió un vago sonido afirmativo, al tiempo que le sujetaba el labio inferior entre los dientes, sin hacer fuerza, y tiraba. Parecía completamente abstraído en la tarea. Con los ojos brillantes y las mejillas arreboladas, por el frío, el alcohol, los besos, sus besos, Draco representaba una de las imágenes más maravillosas que había visto.

Si se detuvo, fue sólo por un quejido, seguido de un ruido sordo. Los dos giraron el rostro.

—¿Se les volvió a caer Ron? —preguntó Harry, incapaz de contener un bufido de risa.

—Pareciera que él tomó algo diferente, pero fue la misma botella, ¡no sé por qué se puso así! —Hermione apareció por debajo de uno de los brazos del chico, manteniéndolo recargado contra su costados y apoyado en sus hombros. Pansy estaba al otro lado.

—Simplemente no aguanta la bebida —Draco resopló, rodando los ojos—. Bendito Merlín, ¡con los pavos de mi padre no…! ¡Tengan cuidado!

Tuvo que apartarse de Harry para ir a ayudar a mantener de pie al adormilado muchacho, que casi se resbaló y tropezó con uno de los desafortunados pavos en aquel tramo del camino. Después de hacerle una seña a Luna, esta asintió y avanzó lo que quedaba del sendero principal hacia la entrada, que abrió para ellos. Entre los tres, Draco con una expresión de absoluto desagrado que dejaba en claro su opinión al respecto, metieron a Ron a la Mansión.

Cuando Harry estaba por seguirlos, luego de verlos desaparecerse dentro, Draco volvió a asomarse, lo buscó con un vistazo en la oscuridad del patio, y sonrió a medias. El jardín, a excepción de los pavos, estaba desierto, y si no hubiese sido por la fiel Lía, era probable que se hubiesen quedado en las rejas, desorientados, cansados, con la vaga impresión de que una reprimenda los esperaba una vez entrasen.

Eran casi las tres de la madrugada. A pesar de que salieron del local de la fiesta con un rato de antelación al límite impuesto, no contaron con no encontrar forma de transporte muggle, y ninguno llevó galeones para un servicio de flú en alguna parte de la ciudad, porque, en palabras de Hermione, no los necesitaban en el mundo no mágico, así que caminaron de vuelta. Y se perdieron. Ahí estaba el resultado.

Draco le ofreció una mano. Él no lo pensó; por reflejo, se estiró, la sujetó, y cuando sintió que entrelazaba sus dedos a medida que atravesaban el vestíbulo, sólo fue capaz de sonreír, llenándose de esa emoción cosquilleante que nunca había sabido atribuir a nadie más.

—Que lo lleven los elfos desde aquí —el chico cortó los intentos de las muchachas de decidir cómo lo hacían subir. Silbó y dos plop mostraron a Lía y Dobby, dispuestos a levitar a Ron el resto del camino. De cualquier modo, diría después, Weasley ya estaba dormido y no tenía por qué saberlo.

Escuchó a Pansy soltar un suspiro de alivio cuando vieron al chico flotar hacia la segunda planta.

—Tengo tanto sueño —murmuró, apoyando la cabeza por un momento en uno de los hombros de Hermione.

—Vamos subiendo —Draco cerró la puerta principal sin hacer ruido y le dio un leve apretón a sus manos unidas, cuando comenzaron a caminar hacia el pasillo contiguo que daba con la otra ala de la Mansión, la que le pertenecía.

Sin embargo, cuando estaban por atravesar la barrera inicial, un susurro de tela frenó a su compañero, y con él, a Harry. Demoró un instante en darse cuenta de a dónde dirigía la mirada y hacer lo mismo.

Narcissa Malfoy, con las manos unidas por delante, estaba parada en el umbral de uno de los corredores que daban a otra ala de la estructura. Llevaba una bata sobre el pijama, pero era imposible decir que habría dormido algo.

La bruja observó a uno, luego al otro, después sus manos. Harry se percató, de forma vaga, de que Draco no lo soltaba bajo el escrutinio, ni siquiera cuando su madre volvía a fijarse en él.

—Es tarde, dragón —fue lo único que dijo, con suavidad. No era lo que se esperaba. Al menos, tenía por seguro que su propia madre no habría reaccionado así.

—Lo sé —habría jurado que Draco tragaba en seco—, se nos pasó la hora. Estábamos un poco perdidos y no encontrábamos forma de volver. No recordamos a Lía hasta que estuvimos llegando a las rejas. No fue intencional, madre, discúlpame.

Tras unos segundos de tenso silencio, Narcissa lo aceptó con un asentimiento.

—Váyanse a dormir —pidió, con un gesto vago para apremiarlos a ir detrás de las tres chicas, que se perdieron por el pasillo momentos atrás.

Cuando Draco lo liberó, fue sólo para aproximarse a su madre y desearle las buenas noches. Dejó que le besase la mejilla y respondió a uno de sus murmullos con otro en un volumen tan bajo que Harry, a unos pasos de distancia, no podría haber tenido ni la más mínima idea de lo que fuese que decían.

—Harry —a punto de reemprender el camino hacia el cuarto que compartirían con el resto, ambos se tensaron cuando Narcissa volvió a detenerlos. Él se giró—, ven aquí, por favor.

Intercambiaron miradas. Draco lucía tan confundido como él.

—¿Sí? —decidió acercarse despacio, cuidadoso. No pudo evitar la expresión de disculpa que se le dibujó—. Sé que llegamos más tarde de lo que debíamos, pero en verdad no-

Calló cuando la vio esbozar una leve sonrisa.

—Que no se repita —no sonaba enojada, por suerte. Antes de que pudiese reaccionar, sintió el contacto delicado contra la mejilla y un beso que se presionaba en su frente, por debajo de los mechones desordenados de su cabello—. Buenas noches a ti también, Harry.

Creyó balbucear algún tipo de respuesta, encogiéndose bajo la mirada que le dedicó. Parecía decirle un "no, no puedo molestarme contigo", y no estaba seguro de cómo contestar a ello.

Los dos continuaron el trayecto hacia el segundo piso, en silencio. A mitad de camino, después de haber doblado en la esquina y cuando ya no quedaba ni rastro de la mujer en la distancia, sintió unos dedos que se deslizaban entre los suyos. Miró de reojo a Draco, que fingió no notarlo hasta que estuvieron en la parte más alta de las escaleras.

La puerta a la habitación seguía abierta, detrás de las chicas, supuso, que la dejaron así para ellos. El corredor, desierto.

Harry en serio, en serio, hizo un esfuerzo por retener la sonrisa que amenazaba con aflorar en su rostro.

—Nos mandaron a dormir —susurró, dando un paso hacia atrás, en cuanto Draco se dio la vuelta. Su espalda presionó una de las paredes y él lució más que complacido al respecto.

—¿De verdad?

—Ajá, ¿es que no la oíste?

Intentó sonar quejumbroso, pero que estuviese rozando sus labios lo convirtió en una tarea imposible de realizar. Harry se dejó arrastrar por el próximo beso, perdiéndose en el tacto suave y cálido, en la necesidad de rodearlo con los brazos, aferrarse a él.

Alargar aquel momento, aunque fuese sólo un poco.

Dormir era innecesario, besar a Draco era tan sencillo como respirar. No lo dudó.

 

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