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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta y uno: De cuando hay frío, informes, pociones y despedidas

La noticia armó revuelo en el Ministerio, incluso antes de que alguien hubiese sido capaz de contenerla. El 17 de diciembre de 1996, un grupo de Inefables encontraron a un adolescente, atrapado bajo un encantamiento petrificador, en una sala de acceso prohibido donde se investigaban las propiedades del Velo Negro, el único objeto conocido que hacía de conexión con el mundo al que iban los muertos. Llevaba un colgante extraño y tenía los ojos llenos de lágrimas.

Al parecer, quien lo atacó, intentó borrarle la memoria con un obliviate inservible. Se creyó que sus habilidades de oclumancia serían excepcionales para resistirlo. Poco después, mientras era llevado al Departamento de Aurores para denunciar su caso, se descubrió que no era del todo cierto; uno de los anillos familiares que llevaba, con una oscura "M" emitía un débil brillo. Era un regalo que le fue dado, lo que no dejó que entrase a su mente. Por supuesto que nadie le prestó atención en ese instante.

El muchacho se pasó veinte minutos a las afueras de la oficina de los Aurores, cabizbajo, con los ojos apagados. Jugueteaba con las puntas de sus zapatos, una contra la otra, hacía girar el anillo que no le pertenecía a su Legado, en su índice. No parecía que se diese cuenta de lo similar que era el gesto al que otro chico de su edad solía hacer, cuando lo llevaba.

Cuando estuvieron listos para dejarlo entrar, el Jefe de los Aurores empalideció, de forma tan obvia que ni siquiera a un novato le habría quedado duda de que, con ese cabello revuelto y esas facciones, era su hijo. Nadie había visto a James Potter tan rígido, tan preocupado, como en el momento en que se agachó frente al adolescente y lo examinó, en busca de heridas que no encontraría. Estaba ileso. Al menos, físicamente.

No dijo ni una palabra. No le salían. Un Inefable tuvo que utilizar un encantamiento en él, con su respectivo permiso, para que pudiesen escuchar sus pensamientos sobre lo recién ocurrido. El efecto del anillo, sin embargo, generaba interferencia cuando tocaban ciertos puntos.

Los Inefables revisaron el Departamento de Misterios de arriba a abajo, más de una vez. Un escuadrón de Aurores se desplegó alrededor del Ministerio. Hablaban sobre cómo era posible que un intruso hubiese tenido acceso de ese modo, bajo sus narices, de quién sería, de lo que quería.

Nadie mencionó al segundo adolescente, el que faltaba, hasta que uno de los Inefables que examinó la sala del Velo, se aproximó a los Aurores, con porte solemne por debajo de la túnica y capucha que no hubiesen dejado descubrir su identidad.

Sólo utilizó una oración. Dos palabras. Cinco letras.

—Se fue.

Harry no levantó la mirada durante el resto de la tarde. No lo escucharon sollozar, ni maldecir, ni emitir un simple quejido. No hizo más que estar ahí, apretando las manos hasta que las uñas se le encajaron en las palmas con la suficiente insistencia para hacerlo sangrar.

Cuando anochecía, la noticia fue llevada a su familia y allegados. Narcissa Malfoy se tambaleó, pálida, con ojos enormes, incrédulos, sin una sola lágrima para derramar, su expresión contraída por la pérdida. Severus Snape tuvo que sostenerla y dejar que se recargase en él, cuando se apartó de los Aurores, sin dirigirles ni una segunda mirada. Al intentar acercarse a ella y hablarle, James fue empujado hacia atrás por una ola de magia sin varita, que le advirtió que era mejor no insistir todavía.

Pansy Parkinson se quedó en shock. Completamente inmóvil, callada. Su madre tuvo que abrazarla y guiarla de vuelta a la casa de la familia, porque ella no reaccionó entonces.

Al día siguiente, encontrarían a Hellen Rosier en su apartamento de una zona poco poblada y nueva de Londres, atrapada en una maldición que la cortaría en pedazos si se movía medio centímetro fuera de cierto margen. Estaba aterrada y enojada. Su explicación terminó de encajar las piezas en lo poco que consiguieron del único testigo, todavía silencioso y apagado.

La tarde del día 17, alrededor de las 14:00 horas, una bruja presuntamente identificada como la antigua convicta que se creía desaparecida y muerta, Bellatrix Druella Black, utilizó hechizos de artilugios conocidos sólo por su rama familiar, para hacerse pasar por la agente Sierro (Hellen Annelise Rosier), Inefable del cuerpo de Magia Ancestral, residenciada en la calle Nro. 9 de Hopecup, barrio mágico creado el año anterior, y en donde estuvo retenida por una elaborada trampa de magia oscura. En torno a las 14:15 horas, la convicta guio a dos jóvenes magos, todavía en edad escolar en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, Harry James Potter y Draco Lucius Malfoy, a una sala de acceso prohibido, donde se llevaba a cabo una investigación (…)

(…) se desconoce el motivo por el que el obliviate no afectó al joven Potter, que observó a la prófuga retirarse por el sitio por el que llegaron, la única salida posible del Departamento de Misterios, y dejarlo allí, solo, petrificado. Se cree, aunque el testigo no lo ha mencionado, que fingió haber quedado con la mente en blanco y sin recuerdos, para no levantar las sospechas de la bruja. No fue encontrado hasta (…)

La segunda noche, Harry se quedó dormido en una de las sillas de la sala de espera de los Aurores. Cuando despertó, tenía la cabeza apoyada en el hombro de la verdadera Hellen Rosier, que lo abrazó durante largo rato, murmurando disculpas contra su cabello. Ahí tampoco lloró.

Nadie consiguió llevarlo a Godric's Hollow. Hacía caso omiso de los Weasley, en la mejor oportunidad que tuvieron de hablarle, y a Hermione Granger ni siquiera la miraba.

En la mañana del tercer día después de lo que se conocería como "la primera incursión al Velo", Pansy Parkinson entró al Ministerio y se paró frente a él. No dijo nada a ninguna de las personas que estaba cerca, le agarró el brazo, lo arrastró fuera, y una vez que lo llevó hacia el conjunto de chimeneas, tomaron un flú hacia su antigua casa, el Palacio Parkinson.

0—

El Palacio era la estructura más imponente que vio en su vida; techos altos, columnas rígidas, paredes gruesas de piedra, ventanas enrejadas y puertas cuadradas que se alzaban tres metros desde el nivel del suelo. Un sendero de flores, que se plegaban bajo los pies de los visitantes bien recibidos por la familia y volvían a levantarse luego, llevaba hasta la entrada principal, con aspecto de pertenecer a un castillo de la época medieval o algún cuento muggle. Más allá de un entramado complejo de vestíbulo, recibidores, salas para tomar el té y habitaciones llenas de polvo, la estructura se abría hacia un jardín interno, que ocupaba más de la mitad de la extensión total del terreno de la antigua familia sangrepura.

Por supuesto que no fueron a ver el paisaje y cómo crecían las flores, luego de años de haber estado marchitas, decaídas, arruinadas, en un jardín sin alma.

La única sala habilitada, por entonces, era una biblioteca pequeña, apta para los invitados que podían convertirse en futuros socios comerciales, donde la mayoría de los muebles no estaban cubiertos de sábanas blancas. Pansy lo hizo sentarse y se posicionó al otro lado de la mesa, con las palmas presionadas en la superficie de madera. Y esperó.

Él no levantó la cabeza.

—Harry James Potter —siseó, amenazadora, con una considerable pausa entre cada palabra—, sal de tu burbuja de autolamentación y vamos a resolver esto para traer a nuestro Draco.

Nada.

—¿Crees que esto es mejor para mí que para ti, Harry?

De nuevo, nada. Al ver que no obtendría ningún resultado por las buenas, la joven bruja bordeó la mesa que los distanciaba, se detuvo frente a él, lo sujetó del cuello de la camisa y lo levantó con un tirón, haciéndolo tambalearse y derribando la silla que ocupaba. Harry estaba laxo entre sus manos cuando lo zarandeó, igual que un muñeco sin vida, incapaz de observarla, de reaccionar.

—¡Harry! ¡Ya basta! ¡Entiendo que estés afectado, pero hay que movernos!

Otra vez lo mismo. Cuando lo soltó, el chico se balanceó de forma preocupante sobre sus pies, como si no pudiese sostener su propio peso.

—Merlín, perdóname por esto, te juro que no lo haría en otro caso, pero veo que lo necesitas…

La bofetada que Pansy le dio, lo envió hacia un lado, directo al suelo, con un ruido sordo y un quejido ahogado, apenas perceptible.

Harry, con una mano presionada contra la mejilla que se enrojecía e hinchaba, alzó la mirada de pronto, horrorizado y con una protesta en la punta de la lengua, que calló de inmediato. Estuvo a punto de volver a sumirse en su estado de nada, cuando ella se le subió a horcajadas, sosteniéndole el cuello de la camiseta, y volvió a sacudirlo.

—¡Ni se te ocurra dejarme sola en esto, Harry Potter! —cuando elevaba la voz, la luz de las antorchas en la estancia parpadeaban, el suelo crujió por un instante— ¡vamos a traer a Draco, ¿me oíste?! Y tú vas a ayudarme, ¡y no es una pregunta!

Cuando hablase de ello, años más tarde, diría que recordaba la sensación de vacío, de inexistencia, de que no tenía sentido, que no podía ser posible, y el esperar que, de pronto, Draco apareciese por su campo de visión y se excusase de algún modo absurdo, porque le habría creído lo que fuese, sólo para que volviese. Y luego, como si despejase una bruma que tenía en los lentes, también a Pansy con sus amenazas en un tono contenido, los llameantes ojos verdes, esa expresión tan determinada que producía el mismo efecto que un Imperio bien ejecutado. No podías negarte a ella cuando te veía así, sin temer por tu vida o tu integridad.

Recordaría haber tragado en seco, y que lo primero que sintió, fue el impulso de huir del peligro inminente de esa magia descontrolada que le enroscaba las puntas del cabello a su amiga.

—¿Y bien? —Harry se mordió el labio cuando el primer sollozo le sobrevino, asintiendo.

Pansy lo dejó cubrirse los ojos con el antebrazo y ahogar el llanto contra una de las mangas de su abrigo, que atrapó entre los dientes para mantenerse en silencio. El pecho se le apretó, quemó, como si cada centímetro le fuese destruido, consumido entre punzadas de dolor lacerante, que luego se desviaban hacia su garganta y no le permitían hacer más que gimotear por un oxígeno que no le bastaba.

Lloró lo que no había soltado en esos dos días de estar sin estar, por el miedo atroz de haber recibido un encantamiento de quien menos esperaba, por la impotencia de haber visto a Draco retorcerse para zafarse de su agarre y mirando hacia él, por no haber podido ayudarlo. Por haberse quedado ahí. Por haberla dejado irse. Por todo aquello por lo que se culpaba; la expresión de dolor de Narcissa Malfoy, la leve contracción del rostro siempre adusto de Snape, el llanto ahogado de la señora Parkinson, contra el cabello de su hija.

No lo apresuró. Cuando terminó, tenía la respiración entrecortada y cada bocanada era un ardor intenso en su sistema, las últimas lágrimas estancadas se desvanecían, después de haber humedecido sus lentes por completo; de cierto modo, se sentía más lúcido.

Se percató de que Pansy, todavía sobre él, no tenía mejor aspecto; ojeras, el cabello enmarañado de una manera que no habría considerado digna en otra circunstancia, ojos y nariz hinchados, enrojecidos. Aun así, se puso de pie con gracia, se alisó la falda y le tendió la mano. Harry pudo apoyarse en ella para levantarse, cuando el suelo osciló bajo sus pies por el cansancio repentino.

Todavía tenía su mano atrapada, en un agarre fuerte, desesperado, para hacerse entender a sí mismo que era cierto que estaba ahí, cuando habló.

—¿Qué hacemos? —sus primeras palabras en tres días fueron ásperas, pastosas y torpes, pero entendibles, dada la forma en que ella apretó los párpados un instante y luego asintió.

—He leído todo lo que mi padre tenía aquí estos días —comenzó, observando sus manos unidas un segundo. Le dio un leve apretón y aguardó a que Harry tuviese el valor de soltarla, sin la impresión de que volvería a desvanecerse en ese estado de nada si lo hacía. Después caminó hacia una pila de libros ya ordenada y abrió uno, con un movimiento fluido, practicado, que confirmaba que sabía lo que buscaban—. El Velo Negro de los Inefables, para los nigromantes, es conocido como "Velo de la Muerte" o "Entrada".

Ella giró el libro en su dirección, en la página en que mostraba un dibujo de un velo idéntico al de la sala del Departamento de Misterios, y unas inscripciones en un código que no comprendía a ambos lados. Señaló la imagen.

—No es muy diferente del círculo rúnico que utilizan para comunicarse con los muertos. Y yo ya he estado dentro —musitó lo último, entre dientes—. Tampoco es exactamente lo mismo, pero el principio básico es igual, y eso es todo lo que nos importa.

—¿Así que- así que no- no está…?

No era capaz de decirlo, la voz no le salía. Pansy, que comprendió enseguida, meneó la cabeza.

—Está del otro lado, con suerte, sano y salvo, y bastante confundido. Esto —se estiró sobre la mesa para sujetarle la muñeca y lo obligó a levantar el brazo. Rozó el anillo de los Malfoy en su índice—, es prueba suficiente para nosotros, Harry. Si él hubiese recibido un Avada de Bellatrix, por ejemplo, esto no brillaría más. Draco está ahí y está bien, dentro de lo que cabe, y necesita que vayamos por él.

Se encontró asintiendo, sin pensarlo, sin darse tiempo a nada más.

—¿Cómo? —murmuró después, al caer en cuenta de lo que en verdad se planteaban hacer.

Entonces su amiga tomó una profunda respiración, le echó una ojeada al encriptado libro, y se pasó una mano por la cara, sin cuidado.

—Primero, tenemos que buscar algo suyo que pueda servir para guiarnos cuando estemos allí-

—¿Allí? —repitió, con un hilo de voz— ¿vamos a…?

Tampoco completó aquella frase. Pansy le dedicó una mirada larga, inexpresiva, como si esperase su dimisión en cualquier momento.

Él no lo hizo. Se levantó, apoyándose en el borde de la mesa, y le preguntó si podían entrar a la Mansión, aun cuando Draco no estuviese ahí para darles acceso a través de las barreras.

0—

Cuando salieron de la chimenea con un estrépito, estaban cubiertos de hollín, y la sala del recibidor vacía, solitaria, más fría de lo que alguna vez la vio, lo que ya era decir bastante en esa inmensa casa. Pansy se adelantó, caminando con el conocimiento seguro de quien ha estado allí desde que aprendió a andar, se asomó hacia el pasillo, no halló rastros de Narcissa Malfoy, y le hizo una seña para que la siguiese cuando empezó a atravesar los corredores con zancadas largas y firmes.

Sorteando pasajes, a los elfos y a Snape en una ocasión, que iba hacia la biblioteca y se detuvo para dar un vistazo alrededor con los ojos entrecerrados, alcanzaron el segundo piso y se deslizaron dentro del cuarto de Draco.

—¿Qué estamos buscando, exactamente? —inquirió, cuando ambos se detuvieron bajo el umbral de la entrada a su dormitorio. Vacío, con las estrellas mágicas del techo apagadas, las cortinas cerradas, la cama tendida; los hacía sentir que era una verdadera invasión el dar un paso más allá. Harry fue quien avanzó primero esa vez, vacilante.

La respuesta se demoró unos segundos en llegar.

—Tiene que ser algo suyo, algo que le importe. Lo que valoramos siempre tiene una parte de nuestra esencia impregnada, y es perfecto para un hechizo de rastreo y traslado.

No insistió en preguntar a qué se refería o cómo funcionaban; tenía ciertas prioridades. Pansy se desvió hacia los estantes y la colección de snitches, con aire pensativo, negando cada poco tiempo, mientras que él abrió el baúl con la combinación numérica que se conocía de memoria desde hace años, dio un vistazo a la ropa perfectamente pulcra y doblada dentro, luego lo cerró. Su siguiente objetivo fue la mesa de noche.

Viales sin líquido, cerrados con corchos, el libro de turno con el marcapáginas todavía indicando dónde se quedó la noche antes de haber ido al Ministerio con la falsa Inefable. Tenía una fotografía mágica donde sonreía a la cámara, feliz y despreocupado, como sólo los niños de dos o tres años harían, en brazos de Narcissa, junto a Lucius Malfoy, y otra, mucho más reciente, de Harry, tendido en su cama en el dormitorio de Slytherin, dormido, con los lentes torcidos, los labios entreabiertos, y Lep convertido en una bola de pelo sobre su estómago.

Al fondo del cajón, aguardaba una carta ya abierta de Hermione, una todavía sellada de Charlie Weasley, un conjunto amarrado con una cinta blanca, de las escasas respuestas que le dio a las notas que Draco envió cada día durante el verano. Harry tragó en seco. La garganta se le cerraba y se forzó a respirar, a dejarlo pasar, cuando las devolvió a su sitio.

Estaba por cerrar el cajón, cuando se percató de que había un par de sobres más, sin abrir. Al darle la vuelta al primero, sin embargo, encontró un sello de cera con una estilizada "L" púrpura que le resultó familiar.

Le llevó unos segundos relacionar el sello al anillo con que Luna veía a través de ellos y recordar a Lía, diciéndole a su amo que la carta era urgente.

Justo antes de que fuesen al Ministerio y encontrasen a Bellatrix Black.

¿Que Luna no estaba metida en eso de la adivinación con los centauros?

Rogó porque no se fuese a enojar y rompió el sello sin cuidado, partiendo el sobre con una línea irregular para sacar el pergamino dentro. Leyó entre dientes, deprisa. Podría haber dicho que un Dementor le arrebató el alma en ese momento.

"No vayas al Ministerio hoy. Peligro. Busca a tu primo y habla con tu madre.

Si Draco fue, la persona que lea esto que venga a mi casa. Tengo algo que ayudará.

Luna P. Lovegood.

PD: ¡solicité refuerzos, Harry, tranquilo!"

Incrédulo, tomó el otro sobre. Ese no tenía sello característico, así que lo abrió sin problemas.

Era una carta con fecha más antigua, a pesar de encontrarse en el correo nuevo.

"Querido dragón,

Dudo que reconozcas mi letra a estas alturas. No sé si quiero que lo hagas, por el tipo de recuerdos que debes tener de mí.

Ha sido difícil encontrar a uno de tus elfos y conseguir hechizarlo sin que lo note, para que entregue esto un día. Me da igual que lo castigues, pero te aseguro que no sabe que es de mi parte.

Me estoy quedando sin tiempo. Hoy estoy de "buenas", pero no sé cuánto tardaré en volver a estar "mal", ni cuánto tiempo podría permanecer en ese estado.

Un día, no regresaré a mí. Te escribo no para que te sientas mal por esta bruja maldita por su sangre, sino para que entiendas. Compartimos linaje, debes parecerte a mí de algún modo. Hace poco encontré una foto donde estamos juntos, tienes dos o tres años y te estoy enseñando a cazar a los feos pavos albinos de Lucius; ahí supe que si alguien podía comprender, ibas a ser tú. Probablemente.

Ignora mi caligrafía.

Estudios recientes me han dado a entender que lo que el Más Allá da también lo puede retirar. No sin consecuencias, claro, los dos sabemos que la magia no funciona de esa for...

Forma. Ahí debería decir forma, no sé qué escribí. Ignora eso también.

El punto es que intento emendar uno de mis errores, pero no creo que lo logre. Tengo imágenes recurrentes de mis primos muriendo por mi varita, y de ti, pequeño como la última vez que te vi, metido en ese círculo rúnico de los nigromantes. Escucho cosas horribles que tienen las voces del Legado familiar.

No dejes que tu sangre te enloquezca también, Draco. Quiero que seas algo mejor que..."

El resto de la carta resultaba incomprensible, al menos, hasta la firma al final.

"Con muchas maldiciones de por medio y horrible letra,

B. B. Quien solía ser tu tía favorita"

—…encontré algo —anunció Pansy, desde el otro lado del cuarto, y se dio la vuelta despacio para encararla, la carta aún en la mano. Su amiga sostenía a un asustadizo Lep entre las manos, en alto, para que lo viese. Harry guardó la carta de Bellatrix, sin pensar—. Él es valioso para Draco, definitivamente, y a las criaturas domésticas se les impregna por completo la esencia de su dueño.

Asintió, distraído; como no respondió, la chica se aproximó. Le ofreció la carta de Luna, pero ella no despegó los ojos de su rostro. No quería imaginarse qué expresión tenía.

—Luna- Luna le dijo- —carraspeó cuando la voz le tembló y las palabras fueron incomprensibles—, antes de irnos- llegó una carta y él no la leyó- si yo le hubiese dicho- que tenía que hacerlo-

Pansy negó y se la quitó. También la leyó, asintió, después le sujetó la mano. Le dio un ligero apretón.

—No tenías idea —murmuró, silenciando sus intentos de protestas. Volvió a darle un vistazo al pergamino y otro asentimiento—. Supongo que hay que pasar por su casa —suspiró—. Si no fuese Luna y no supiese que hizo lo que creyó mejor, le lanzaría una maldición punzante por mandar una carta y no venir en per- ¿qué? —espetó cuando Harry no hizo más que arquear las cejas.

Él meneó la cabeza, encogiéndose de hombros.

—Nada. No me maldigas —pidió, en un tono más agudo de lo que pretendía, ella bufó y lo arrastró fuera del cuarto, con la mano con que no sostenía al conejo mágico.

Le acababa de entregar a Lep, que al reconocerlo, empezó a olisquear y buscar su cuello para acurrucarse, cuando pusieron un pie en el corredor y escucharon el ligero carraspeo del profesor Snape, con los brazos cruzados, en uno de los extremos del pasillo.

Intercambiaron miradas alarmadas. El hombre estaba inexpresivo.

—¿Algo que necesite saber?

Otra vez se observaron. Pansy se relamió los labios y negó.

—Nada, profesor.

Elevó una ceja, incrédulo. Sólo por lo cerca que estaban, se percató de que su amiga unía las manos por detrás de la espalda, a la vez que balanceaba los pies.

—Si tienen pensado hacer alguna-

La amenaza de Snape nunca concluyó, porque Pansy murmuró un hechizo que lo desplomó y ambos lo vieron caer al suelo con un golpe sordo. Permanecieron un instante en un tenso silencio, luego Harry hizo un sonido ahogado.

—¡Usaste magia fuera de Hogwarts! ¡Magia sin varita!

—¡Fue lo único que se me ocurrió! —replicó ella, en un chillido horrorizado, cubriéndose la boca— ¡no podíamos detenernos a explicarle! ¡No nos hubiese dejado continuar…!

—Oh, Merlín…—fue lo único que alcanzó a decir, antes de que ella le sujetase la muñeca y echasen a correr por el pasillo, saltando sobre el inconsciente Snape que los odiaría un poco más al abrir los ojos, para volver a la chimenea.

Por una cuestión de conexiones mágicas, pasaron de la sala Malfoy a la de los Parkinson, luego a la recién instalada en la casa Granger. Se aparecieron sin disimulo, sobresaltando a los padres muggles de su amiga, que se asomó desde la cocina y casi dejó caer la bandeja que sostenía.

—¿Chicos? ¿Qué…?

Pansy decidió que disimular estaba de más. Se le acercó, le quitó los guantes, el delantal, y jaló de ella para llevársela consigo.

—¡Lo siento, señor y señora Granger, la necesitamos un rato! ¡Problemas de magia, ya saben! ¡Puntos extra en clases de…Herbología!

—¿Clase de…? ¿Qué? ¿Cuándo…?

—¡Adiós, señor y señora Granger! —añadió Harry, para silenciar las preguntas de la otra chica. Los tres se metieron a la chimenea, desapareciendo uno detrás de otro cuando Hermione cooperó— ¡los brownies huelen muy bien, por cierto!

La siguiente chimenea por la que salieron fue en la casa de los Lovegood, trastabillando y chocando unos con otros. El padre de Luna, al que reconocieron por el inmenso parecido que ostentaba con su única hija, estaba detrás de la mesa del comedor con una taza de té, al que dio otro sorbo, sin despegar la mirada de ellos, luego levantó la cabeza hacia unas escaleras retorcidas y destartaladas, que amenazaban con caer ante el más mínimo peso.

—¡Mi Luna! Creo que tienes visita, a menos que sean imitadores mágicos —lo último lo añadió estrechando los ojos en su dirección y se inclinó sobre la mesa, más cerca—. ¿Lo son? —cuestionó, seguido de otro trago a su té.

—No, señor Lovegood, no lo somos —contestó Pansy en voz baja, paciente y tan tranquila como la situación se lo permitía. Por supuesto que lo iba a estar, si seguía apretando tan fuerte las muñecas de Harry y Hermione. Juraría que la circulación de la sangre se le iba a cortar.

Luna bajó unos segundos más tarde, saltando los escalones de dos en dos; su entrecejo se frunció al verlos. Hizo un puchero.

—Nadie leyó mi carta, ¿cierto? —Harry no pudo hacer más que encogerse, culpable, cuando se fijó en él por más tiempo del justo. Ella dejó caer los hombros—. Las estrellas ya me decían que no lo harían, pero no estaba de más intentar…

Les pidió que esperasen, regreso sobre sus pasos, para bajar tras unos instantes y un traqueteo en el piso superior. Llevaba un frasco cuadrado de vidrio, con un líquido ámbar, que le ofreció. Cuando Pansy hizo ademán de tomarlo por él, Luna lo apartó y negó.

—Tiene que ser Harry —explicó, con su vocecita suave y dulce—, las estrellas han dictado que-

—Yo lo llevo —interrumpió, tomándolo y guardándolo en su abrigo. Luna asintió con una ligera sonrisa.

—Cuando traigan a Draco del mundo de los muertos, pasen a tomar té y contarnos cómo es allá —fue lo que dijo para despedirlos, agitando la mano con demasiado entusiasmo para lo que vivían. Quiso creer que sabía cosas que ellos no. Cosas buenas.

—¿Por qué tus amigos van a viajar al mundo de los muertos, Lunita? —oyó que preguntaba el mago, pero no supo qué le contestaría ella, porque en ese momento, se fueron por la chimenea hacia el Ministerio.

Supuso que Hellen aún no retiraba los permisos especiales para ellos, porque no tuvieron dificultades en llegar hasta el Atrio. Ahí, en medio de magos que iban y venían con expresiones serias e imperturbables, ambos desviaron la mirada hacia Pansy, como si tuviesen un acuerdo tácito de que ella los guiaría, a falta de Draco.

La chica titubeó un instante, apretando los labios, y barrió el Atrio con un vistazo.

—Mione —dijo, de repente, sobresaltándolos—, ¿puedes hacerte pasar por una muggle bajo confundus?

La aludida arrugó el entrecejo.

—Dudo que me crean-

—Oh, te creerán. Perdóname por esto. Confundus —musitó, tocándole la mejilla con un dedo. Hermione parpadeó. De pronto, se tambaleaba hacia la estatua del mago y las criaturas mágicas, y chocaba con un estrépito, que capturaba la atención de todos.

—¡Te van a expulsar de…! —no pudo ni terminar su advertencia entre dientes, porque Pansy lo arrastró hacia la mesa de revisión de varitas, la rodearon por detrás, con la espalda pegada a la pared y conteniendo la respiración. En ese instante, el mago encargado se aproximaba a una Hermione que se caía al suelo, riéndose—. Ella va a estar muy enojada de que la hayas sacado de su casa para esto —comentó, al dar un vistazo por encima del hombro.

—Situaciones desesperadas…—dejó las palabras en el aire, a propósito, cuando se metieron al elevador y este se cerró con un traqueteo—. Tú vas a tener que decirme sobre las protecciones del Departamento de Mist-

Cuando la puerta se abrió, ante la barrera del falso pasillo, Harry la ayudó a cruzar y se quedó paralizado bajo la mirada escrutadora, atenta, de Hellen, en su uniforme de Inefable, del otro lado. Alzó una ceja hacia ellos. En un parpadeo, ambos volvían a ser los niños de doce años que tenía que vigilar.

—Dime algo que sólo Harry me diría —ordenó, con severidad. La varita que se asomaba de la manga de su uniforme, era una clara advertencia de por qué no era buena idea negarse. Tragó en seco y se obligó a pensar a toda velocidad.

—Te presentamos a Fluffy, el perro de tres cabezas del colegio, el que se duerme con música, ¿recuerdas? —ella estrechó los ojos un instante, luego desvió su atención a Pansy. No tuvo que repetirlo para que ella lo hiciese.

—Saliste con mi hermano- como dos veces. No terminó bien.

La Inefable se enderezó con un carraspeo, apartando la mirada, pero al siguiente momento, Pansy tenía la varita apuntándola. Harry quería lloriquear. Draco no iba a perdonarlo si dejaba que la expulsasen de Hogwarts por seguir usando magia fuera del castillo.

—Tú dinos algo que sólo Hellen nos diría.

—Le pedí al Augurey de Ioannidis que me subiese a la parte más alta de Hogwarts para ganar una de mis Pruebas, y llegué antes que el resto, sin esforzarme —recitó, dándole una sensación de déjà vu. Pansy lo aceptó con un asentimiento y la bruja sonrió a medias, cansada—. Yo soy el "refuerzo", chicos, se supone que tengo que hacerlos pasar las protecciones. Por cierto, ¿quién es Luna Lovegood y cómo sabe sobre el Velo? —añadió, arrugando el entrecejo.

Ellos intercambiaron una mirada. Pansy soltó un sonido ahogado, que podría haberse hecho pasar por una risa contenida, en otro caso.

—Es una larga historia.

—Y muy confusa —agregó su amiga, instándolos a continuar. Hellen asintió y se les adelantó a través del pasillo, para tocar la contraseña en la puerta.

En algún punto de los últimos días, hicieron más fuertes y específicas las protecciones, así que se demoraron unos minutos en cruzar tres barreras diferentes, que Hellen atravesaba antes y a las que encantaba para darles acceso, en calidad de Inefable. Se suponía que sólo uno real, reconocido por el Departamento de Misterios, lo conseguiría.

Hellen se apresuró con el conteo de puertas, sin dejar de mirar por encima del hombro hacia ellos y hacia atrás, hasta que se detuvo en una que abrió para los dos. Harry, que iba detrás de la chica, acababa de atravesar el umbral cuando la escuchó hacer un sonido ahogado.

—¡Hey…! —su tono amigable tenía un tinte nervioso. Lo último que vio, antes de que la puerta se cerrase, con ella presionando la espalda contra esta para mantenerla así, fue uno de los Inefables encapuchados e imposibles de identificar.

Merlín. Aquel era el día de los desastres.

Corrieron por los escalones que llevaban al centro del anfiteatro. Pansy dio una vuelta en torno al velo y su estructura hueca, murmurando para sí misma, pidiéndole que se acercase.

—¿Ahora qué? —inquirió, nervioso porque la chica no dejase de moverse, alternando la mirada del Velo a la puerta— ¿tienes un hechizo, un ritual o…?

—No —vaciló, luego le extendió las manos—, pásame a Lep.

Hizo lo que le pedía y la vio alzar al conejo, hasta que sus ojos quedaron a la misma altura.

—Tú puedes encontrarlo por ti mismo, ¿cierto? ¿Puedes encontrar a Draco? —en respuesta, el conejo agitó las largas orejas. Ella le besó la nariz y se lo devolvió—. Lo único que tienes que hacer es…ir por donde Lep diga.

—Pero…

Se detuvo cuando ella le quitó el collar con el medallón redondo, que ya no recordaba, y se lo colocó.

—Hay que entrar. Ahora —aclaró, con otro vistazo alrededor. Estaba poniéndose pálida—, Harry, ¡ahora!

En retrospectiva, fue muy confuso cómo entraron. Un forcejeo, un quejido, trastabillar. Las cortinas estaban frías, eran demasiado lisas, casi resbalosas, la plataforma inestable bajo sus pies. Pansy las corrió y se sujetó de su brazo.

Cuando parpadeó, ya no estaban en el Ministerio.

0—

El frío era atroz. Ese frío que traspasa la piel, penetra en los huesos. Ese frío que se instala en el centro del cuerpo. Ese frío que conocía bien.

Cuando Pansy abrió los ojos, estaba tan oscuro que era imposible distinguir algo, lo que fuese. El firme agarre que tenía sobre el brazo de Harry era lo único que le aseguraba que continuaba a su lado.

Pansy, Pansy, Pansy, Pansy…

Pansy, Pansy…

Pansy, Pansy…

Respiró profundo. Control, control, control. La voz del Riddle de quince años todavía era un calmante cuando la imaginaba junto a su oído. Control.

Control.

No me harán nada que no permita. Control. Yo lo controlo.

No me harán nada que no permita.

Tenía práctica para ignorar las voces, a diferencia de Harry, que tembló bajo su contacto.

—¿Pans? —musitó, con un hilo de voz. Ella le apretó el brazo, para recordarle que estaba ahí— ¿tú  ves algo?

—…Pansy, Pansy, Pansy, Pansy…

Control. Control.

—¿Qué son esas voces? —vaciló el chico. Supuso que era un poco aterrador la primera vez que se oían. No tenía idea de qué le dirían a él, además.

—No les prestes atención.

Pansy, Pansy, Pansy, Pansy…

—Será difícil no hacerlo.

Pansy, Pansy, Pansy…

Control.

Control.

—Harry —murmuró, un sonido vago le avisó que él había escuchado. Tragó en seco—, tienes que usar el hechizo en Lep.

—No creo que pueda usar mi varita aq-

—Sin varita. Sólo necesitas susurrarlo, funciona así, ¿recuerdas las palabras? —el ruido afirmativo se repitió. Aguardó, conteniendo la respiración—. Harry, voy a soltarte.

Pudo percibir el instante exacto en que sus músculos se tensaron, por debajo de su agarre. Le hubiese gustado mostrarle una sonrisa alentadora, pero no se habría dado cuenta en aquella oscuridad que los envolvía. Era inútil. En cambio, le dio un ligero apretón.

—¿Estás segura de que es buena idea? Podrías perderte…

—¿Con quién crees que hablas? —optó por contestar, con sorna. Era mejor que preocuparlo—. Jamás me perdería aquí, tú sí. Y Draco debe estarlo.

Sabía que el pronunciar su nombre le quitaría las ganas de discutirle. Harry se movió, a un lado de ella. El recordatorio surtió el efecto que deseaba.

Sólo esperaba que no se fuesen a enojar cuando cayesen en cuenta de lo que sucedería.

—El hechizo, Harry —le recordó, con suavidad—, adelante. Apenas te suelte, ve por él, ¿de acuerdo?

La respuesta se demoró unos segundos más en llegar.

—¿De verdad estás segura?

—Sí —dio un paso hacia atrás, el vértigo invadiéndola por la falta de una superficie sólida que pudiese pisar, aunque tampoco cayó al vacío. Lo soltó—, ve. Por favor.

El murmullo de Harry se mezcló con las voces. A los lejos, se encendió una chispa de luz, que convergió en un sendero blanco, resplandeciente, que iba desde el conejo en brazos de su amigo, hasta una de las mil figuras atrapadas en la oscuridad.

Draco se dio la vuelta. Tenía los brazos alrededor de sí, estaba pálido, y dejó caer los hombros nada más reconocer a la única persona que era iluminada, igual que él. Los pasos de Harry al acercarse corriendo nunca se escucharon.

Pansy, Pansy, Pansy, Pansy…

Tenía un ligero déjà vu. En otra circunstancia, sería su padre el que estaría al final del camino de luz que generaba el hechizo; entonces ella sería incapaz de acercarse, la oscuridad se lo tragaría una vez que el efecto de la magia se hubiese desvanecido.

El último sueño tuvo a Draco. No pudo respirar con normalidad de ese aire frío y húmedo, hasta que se dio cuenta de que sus dos amigos estaban juntos en el único foco de luz existente.

Pansy, Pansy, Pansy…

Tendría que haber sabido que acabaría ahí.

Cerró los ojos, respiró profundo, encerró entre los dedos el medallón redondo del collar que tiempo atrás fue de su padre. La esencia seguía ahí. Vibraba contra su piel, reconociéndola, recibiéndola. Lo acercó a sus labios.

—Sácalos por mí.

0—

Lo que ocurrió a continuación quedaría archivado en los registros del grupo de Magia Salvaje, división Nro. 5 del cuerpo Inefable del Ministerio de Magia de Gran Bretaña, como "la segunda incursión".

La agente Sierro, Inefable de categoría 2, bajaba los escalones del anfiteatro de dos en dos, persiguiendo a uno de sus compañeros, que decidió mantenerse en el anonimato durante el proceso. El Velo Negro, el objeto de investigación más reciente adquirido por la división de Magia Salvaje, estaba corrido; cuando ambos se aproximaron lo suficiente, el aire de la sala vibró con una corriente mágica, que provenía de todas partes y de ninguna. Ambos Inefables se detuvieron. Hellen estaba tensa, pálida, su compañero sacaba la varita con un movimiento fluido y lento.

Por un instante, unos pies aparecieron en la franja entre el Velo y la plataforma sobre la que estaba colocado. Hellen diría después que contuvo la respiración, hasta que la tela se abrió a causa de un empujón brusco, dos cuerpos se cayendo con un ruido sordo. Sólo entonces corrió a auxiliar a sus chicos.

Draco estaba debajo, desorientado, con los labios ligeramente morados por el frío y la respiración entrecortada, una fina capa de escarcha le cubría el cabello, los hombros, como si hubiese estado expuesto a la nieve por más tiempo del debido. Harry, a horcajadas sobre él, temblaba mientras lo examinaba en busca de alguna lesión.

La bruja los ayudó a sentarse en el suelo, le colocó su capa de uniforme a Draco encima, con amuletos de calor que repitió para el otro chico, y antes de que pudiese hacer cualquier pregunta, se percató del conejo junto a ellos, que al estornudar, agitó las orejas de manera que no creía que un conejo normal hiciese y se elevó varios centímetros del piso.

—¿Ese es…? —ella asentiría a la pregunta de su compañero Inefable, que correría fuera del anfiteatro para llamar al resto del cuerpo de agentes del Departamento de Misterios. Aquello sería un verdadero caso de estudio y buena fuente de investigación para ellos, más adelante. Hellen no pensaba en eso durante los segundos que ambos tardaron en recuperar parte de su color normal, bajo la sarta de encantamientos que les puso.

Les rodeó los hombros con los brazos y atrajo a ambos hacia sí, desviando la mirada hacia el Velo. Draco estaba rígido, inmóvil. Harry laxo, agotado, dejándose abrazar.

El Velo quedó descorrido cuando ellos salieron, la plataforma estaba intacta. Allí no había nadie más.

Hellen los abrazó más fuerte y mantuvo sus cabezas giradas en la dirección opuesta. Como haría con niños que no necesitaban presenciar una escena desagradable. El conejo mágico daba vueltas en torno a la plataforma circular, olisqueando.

Seguían en la misma posición cuando los Inefables los alcanzaron.

Se llevaron a los chicos a una habitación aparte, con un especialista de San Mungo y un par de Inefables de la división "mente, cerebro, cabeza". El resto, en especial los de Magia Salvaje, se distribuyeron por el anfiteatro, hablando entre susurros de lo ocurrido. Hellen no se movió del centro de la sala.

Lo único que Draco les diría a los especialistas, además de la historia que terminaba por encajar con la otra versión, era que recordaba haber sido lanzado, la oscuridad, el frío. Pero no creía que hubiese pasado más de unos segundos, por lo que sólo podían atribuir su estado casi congelado al tipo de magia en el limbo del Velo.

Harry pediría que lo dejasen ver a Draco, en la habitación contigua, o a Pansy. Nadie le daba respuestas sobre la última.

El Jefe de los Aurores, James Potter, esperaba unos pisos más arriba, con una adolescente confundida y levemente enojada, que se negaba a delatar lo que, de todos modos, ya conocían, y una carta en que se le exigía a otra chica presentarse ante el Wizengamot para explicar su uso indebido de magia fuera de Hogwarts, antes de la mayoría de edad. Lucía cansado. Los que estaban cerca dirían que no lo vieron levantarle la voz a su hijo en ningún momento, y que incluso lo abrazó un rato, cuando salió a la luz la noticia de la señorita Parkinson.

0—

Los Inefables se pasarían la noche en el anfiteatro, con cientos de artefactos mágicos de plata y aluminio, las varitas en ristre, libros, pergaminos. Harry estaría dormido en una de las incómodas sillas de la oficina de Aurores, sosteniendo la manta que los envolvía a Draco y él, en quien estaba recargado, a pesar de que el espacio les quedaba pequeño y sus músculos se entumecían.

Los informes tendrían horas distintas y detalles inexactos, cuando fuesen revisados en la tarde del día siguiente. Lo único indiscutible era que en algún punto de la madrugada, entre las dos y las cinco, el Velo se sacudió y una tercera figura salió despedida, golpeándose contra el suelo en un aterrizaje poco grácil, inconsciente.

Pansy no sería trasladada a San Mungo de inmediato, ni siquiera esa misma mañana, porque líneas blancas en forma de espirales le surcaban el rostro, las manos, y los Inefables tenían que discutir cómo proceder, sin hacerle daño. Su respiración era superficial e irregular.

En cuanto Hellen la vio, fue hacia la oficina de los Aurores, y se metió de improviso, sin preocuparse por la mirada de los demás agentes del Ministerio. Testigos afirmarían que sacudió a los dos adolescentes que tenían en un escritorio aislado, les hablaría en un susurro contenido; de pronto, los dos mucho más despiertos y lúcidos, correrían detrás de ella de vuelta al Departamento de Misterios.

—…la verdad es que nadie sabe qué tiene —les explicaría en el camino, haciéndolos pasar al anfiteatro, bajo la mirada de sus compañeros, que no veían sentido a oponerse a su presencia.

La chica continuaba en el piso, aunque encima de unas mantas y con la temperatura más nivelada que en el momento en que salió. Los espirales de su piel emitían un débil brillo cuando se detuvieron a un lado.

Permanecieron en silencio. Cualquier otro comentario de los Inefables carecía de sentido; hipótesis, propuestas, planes de acción. No necesitaban nada de eso.

De repente, Draco se ponía de cuclillas y, contra el buen juicio de los Inefables, le sujetaba la muñeca a su mejor amiga. La Marca plateada y brillante de la piedra de la luna se le dibujó, rompiendo el glamour, en la palma, tan rápido como lo hizo.

—Cuando- —una pausa, una leve vacilación. Draco los observaba desde abajo, suplicante—, cuando mi tío la sacó de- de ese sitio, le dieron una poción- se veía justo como ahora. Y despertó.

Hellen se llevó una mano a la barbilla, dio un vistazo alrededor, luego comenzó a acribillarlo con preguntas sobre la poción y sus ingredientes, para llevarla a cabo. Al parecer, era una receta bastante conocida por los nigromantes, y ella se levantó, dispuesta a preguntarle a todos en el Ministerio por la misma, si hacía falta.

No lo hizo, por suerte. Mientras los escuchaba, Harry metió las inquietas manos en los bolsillos de su abrigo, y sintió el contacto liso, frío, familiar, de un vial.

Tal vez comenzaría a prestar más atención a las clases de Adivinación, si podía hacer algo así.

0—

Para el momento en que Pansy despertó, las líneas blancas ya no estaban en su piel. Se quedó observando la nada con ojos enormes, aterrorizados, para después llevarse las manos a los lados de la cabeza y palpar, como si le faltase algo.

Sus representantes llevaban más de una hora en el Ministerio para entonces. Estaba de más decir que se encontraron en problemas.

Amelia Parkinson les gritó por ponerse en peligro, y a su niña con ellos, después se echó a llorar desconsolada, en medio del pasillo, perdiendo la compostura por completo. Jacint llegó agitado, con prisas, cubierto de hollín y un rastro de sangre seca que no ayudó a la estabilidad emocional de su madre, a través de un flú especial. Su reacción fue darles un manotazo en la parte posterior de la cabeza a cada uno y abrazar a su hermanita, murmurando contra su cabello.

James nunca lo reprendió. Lily se encargó de sobra; lo regañó a él, a Draco, a Pansy, inclusive a Hellen, que no conocía de nada, y a su propio esposo, por dejar que hicieran lo que hicieron. Armó un alboroto, amenazó con castigarlo, y terminó por abrazarlo con fuerza. Lo repitió con Draco también. De ese modo, su padre sólo se dedicó a mirarlo con una preocupada resignación, palmearle el hombro, y pedirle que, por Merlín y Morgana, ¡no volviese a meterse al limbo entre la vida y la muerte!

Narcissa Malfoy ahogó el llanto contra su mano cuando divisó a su único hijo. Se dejó abrazar por un angustiado Draco, que le hablaba en voz baja, temblorosa, y no se separó de él por, al menos, diez minutos enteros. Cuando lo hizo, el heredero de los Malfoy no se salvó de su padrino, que lo jaló del cuello de la camisa a una sala de interrogatorios, cerrando la puerta detrás de ellos. James tuvo que intervenir cuando la reprimenda se salía de control y la magia sin varita había partido la mesa por la mitad, ganándose un bufido del profesor y un escueto agradecimiento, sin palabras, del adolescente.

—Probablemente le dijo que era un insolente, irresponsable, imprudente estúpido y cretino, pero mil veces más intenso —le comentó Pansy, cuando ambos notaron que su compañero se pasaba un rato en silencio, tras el más reciente de los regaños.

Les tomaron declaración a los tres, en diferentes momentos y lugares, y su padre le confirmó que el expediente de Bellatrix Black fue sacado, de nuevo, para que la investigación se hiciese una prioridad en el Departamento (daños colaterales, cuatro afectados, intrusión al Ministerio y hacerse pasar por un agente, eran cargos suficientes para captar la atención de los Aurores). A Pansy la juzgó el Wizengamot, a quien dio una explicación precisa, ensayada y serena de los sucesos, y la encontraron inocente. Alrededor de dos días después, una carta de Hogwarts, firmada por el director, le aseguraría que podía retomar sus estudios al comienzo del próximo lapso, como cualquier otro estudiante.

—Bueno, supongo que el viejo no lo hace todo mal —Draco se encogería de hombros al leerla, cuando ella se la mostró a ambos.

0—

Pansy se detuvo ante la puerta y aguardó. Todo era tan silencioso sin las voces, tan solitario sin el contacto fantasmal, el aire denso que la envolvía.

Sin esas sensaciones 'extras', podía percibir la respiración lenta y tranquila de su hermano, apoyado en la pared opuesta al cuarto, que decidió acompañarla. El Palacio estaba más vacío que nunca.

En definitiva, se sentía raro.

Cuando extendió la mano hacia la puerta y sujetó el pomo, no hubo escalofrío, presagios, el peso helado instalándose en su estómago, así que lo giró. Se detuvo, de nuevo, bajo el umbral.

El cuarto seguía oscuro, como era de esperarse por las cortinas cerradas y antorchas consumidas; sin embargo, no era esa penumbra absoluta, imposible, que distinguió antes. Allí podía incluso reconocer las siluetas de ciertos muebles, otros objetos. El mundo era tan colorido y brillante sin las sombras en los bordes de su campo de visión.

Y extraño. No conseguía sacarse de la cabeza que lo era.

Cruzó el umbral, vacilante, despacio. Nada ocurrió. Otro paso, aguardar. Otro. Otro.

Cuando llegó al centro del despacho, respiró profundo y cerró los dedos sobre el medallón que le colgaba del cuello. La puerta, abierta por ella, se cerró. Lo último que vio fue a su hermano apresurándose a acercarse para detenerla, en vano.

—¡Pansy! ¡Pans! —golpeó la puerta, sacudiéndola con fuerza suficiente para agitarla en el marco.

—¡Estoy bien!

Su hermano se detuvo con una pesada exhalación, que oyó desde allí. Cuando estaba por decirle más, una voz diferente la hizo girar.

Junto a la única ventana, cerrada, estaba una silueta difusa, lo bastante traslúcida para que pudiese ver lo que estaba detrás de él. Llevaba el cabello recortado, las patillas arregladas, el mismo traje de la última vez que lo observó.

Tuvo que apretar los labios para no echarse a llorar cuando volvió la cabeza hacia ella. Stephan Parkinson le sonrió a su hija.

Pansy ahogó un sollozo y caminó hacia él, titubeante, quitándose la cadena del colgante. Al quedar frente a frente, se la ofreció. La mano le temblaba.

—Gracias por sacarlos —musitó, con un hilo de voz—, y a mí.

Stephan meneó la cabeza.

—Yo los saqué a ellos —oh, su voz. Esa voz, la que oía en sueños desde hace años. Sonaba igual que ese último día, cuando le prometió que jugarían apenas volviese de la Mansión Malfoy—. Tú saliste sola, linda.

Pansy tuvo que cubrirse el rostro con las manos cuando asintió, otro sollozo le sobrevenía. El tacto fantasmal en su cabeza la hizo encogerse por reflejo; era frío, leve. La obligó a recordar por qué.

—Creo que esta va a ser la última vez que te moleste, bonita —susurró él, en tono calmado, como si hubiese esperado por años decir esas palabras—, la última vez que te molesta cualquiera de nosotros.

—Pa-

Lo vio desvanecerse en el aire, hasta que no quedó nada.

Cuando la puerta se abrió, su hermano entró deprisa. La encontró agachada en el suelo, con el rostro escondido en las manos. Jacint la abrazó y no preguntó por qué no llevaba el colgante de su padre.

0—

—¿…cuánto tiempo vas a estar castigado esta vez?

Draco arrugó la nariz y le dirigió una mirada de advertencia, que le hizo sonreír a medias. Estaban tendidos en su cama, en la Mansión; Harry se encontraba boca abajo, apoyado en los codos, y él boca arriba, con la cabeza sobre una pila de almohadas. Tenían las manos unidas en el espacio medio entre ambos. Era lo más alejados que estuvieron, sin una buena razón, en los pasados días, desde que le dieron permiso de pasar una noche allí, luego otra, otra más. Aún no regresaba, ni siquiera por ropa; Dobby la buscaba por él en Godric's Hollow o se vestía con algo que perteneciera a su novio.

Esta vez —aclaró él, con especial énfasis en ambas palabras—, no hice nada para estar castigado. Madre sólo está un poco histérica y quiere mantenerme fuera del alcance de su trastornada hermana. Y después de que me hubiese lazando a un abismo en medio de la vida y la muerte, creo que su paranoia ya no lo es tanto —añadió, en tono quedo, aunque tenía el entrecejo un poco arrugado.

—No te deja ir a casa de Pans —recordó, recostando la cabeza en el colchón. Mantenía su atención en el chico y sus dedos entrelazados. El primer día que se quedó, estuvieron así porque Harry temía que fuese a desaparecer si no lo sujetaba, además de pesadillas desde que salieron del Velo. Después se les convirtió en hábito—, ni a la mía. Y ellos no pueden venir. Mione y Pans no dejan de preguntar cuándo vas, Luna quiere verte, incluso Ron-

Draco elevó las cejas. Él asintió con ganas, varias veces.

—Te lo juro, Ron me escribió para preguntar qué había pasado —ante su creciente incredulidad, resopló y rodó los ojos—. Mamá Molly leyó el artículo de El Profeta que decía nuestros nombres y sobre un incidente con Inefables y Bellatrix.

—Ah, lo mandó a preguntar. Es diferente —su novio lo aceptó con un asentimiento, por lo que Harry volvió a rodar los ojos.

—A Ron le cuesta tanto admitir que le preocupas como a ti que no lo detestas.

—Lo detesto.  que lo detesto —aseguró él, con un tono nada convincente y lo sabía, por la sonrisa ladeada que tenía—. Es idiota, insensible, falto de gracia, inepto en Pociones-

—A mí tampoco me va muy bien en Pociones.

—Pero tú eres Harry —tiró de su mano hacia arriba, haciéndolo estirar el brazo para rodearse el cuello con este—, y a ti se te perdonan ciertas cosas.

Draco se recostaba de lado también. Se acercaba, se acercaba, se acercaba.

—¿En serio? ¿Y eso por qué? —inquirió, con su último atisbo de cordura. Cada palabra era un roce contra sus labios. El chico sonrió, de nuevo; en lugar de contestarle, lo besó.

Lamentablemente, era demasiado para un Black pedir que tocasen la puerta, así que los dos dieron un brinco, con idénticas expresiones de horror, en cuanto se abrió, sin darle a Draco la respectiva señal de intrusión de las barreras Malfoy. El hombre, que demostró que podía atravesar la defensa principal al dar un único paso dentro del cuarto, se rio de ellos.

No le sorprendió que Draco le arrojase una almohada, sino que el mago la atrapase en el aire y no diese muestras de enojo por el 'ataque'. Mientras se sentaban, simulaban que nada había pasado. Intentó hacerse una idea de dónde lo conocía, sin éxito, hasta que su novio protestó.

—No se te cae la mano por tocar, Reg. Estaba en algo importante —los abarcó a ambos con un gesto, ganándose un manotazo de un avergonzado Harry y una carcajada del hombre.

Oh, así que ese era Regulus. Se veía más joven de lo que imaginaba, una especie de Sirius que sí se peinaba y se molestaba en utilizar esas túnicas holgadas de los 'importantes' magos sangrepura. La sonrisa torcida delataba la descendencia Black, lo que enfatizaba el parecido a su padrino.

—¿Más importante que nuestra reunión, gusarajo?

—Sí, por mucho —el mago se echaba a reír entre dientes, negando.

—Ven aquí, tu madre debió avisarte que vendría hoy-

—Quería pensar que tendría un día de paz y tranquilidad.

A pesar de su presunta renuencia, le besó la mejilla a Harry y se deslizó fuera de la cama, alisando las arrugas de su ropa con esa práctica que tenía, para luego dirigirse hacia el mago. Regulus lo rodeó con un brazo enseguida y saludó con una sonrisa más suave, murmurando contra su cabeza. Draco se quejó, retorciéndose para zafarse, sin éxito.

—¡Déjate abrazar, gusarajo!

—Vete a la mierda, escarbato horrendo.

Harry intentó no reírse, en serio lo intentó. Su novio tenía los brazos caídos a los costados, ladeaba la cabeza, mirando hacia él con expresión de fastidio; no lo empujó, sin embargo. Sólo dio un paso lejos cuando Regulus lo liberó, colocándole una mano en el hombro.

—Felicidades por el compromiso, por cierto.

La reacción fue inmediata. Draco ahogó la risa, cubriéndose la boca, Harry emitió un quejido bajo, sintiendo su rostro enrojecer. Era inútil; sin importar cuántas veces lo explicase, cualquier sangrepura que conocía pensaba lo mismo.

—¿Por qué no me dijiste? —siguió él, extrañado por el comportamiento de ambos—. Sabes que es mi deber, como predecesor y mentor, darle un regalo Black a tu-

—Pasaron muchas cosas los últimos meses y tú estabas de viaje —lo interrumpió él, obligándolo a darse la vuelta para salir del cuarto, por suerte para Harry. Antes de cruzar el umbral, Draco le guiñó—, y por supuesto que quería que conocieras a mi futuro esposo en mejores condiciones…

Todos los Black eran terribles, decidió después de la carcajada mal disimulada de Regulus. No importaba si era el primer o el segundo apellido.

Volvió a recostarse, para mirar las constelaciones mágicas del techo. Dejó que Lep se subiese sobre él, en cuanto debió percatarse de que estaban solos. Más tarde, sabía, Narcissa se asomaría para preguntar si se quedaba a pasar otra noche, con ese tono suave y cariñoso con que le hablaba, que lo hacía sentir que abusaba de su hospitalidad, cenarían en el comedor demasiado grande para tres personas, luego caminaría hacia uno de los cuartos de huéspedes de la otra planta, porque la señora Malfoy consideraba que estaban muy mayores para seguir compartiendo el de su hijo cuando se quedaba a dormir.

Por supuesto que era una previsión inútil, porque tras un rato de silencio en la Mansión, Draco abría la puerta, entraba sin hacer ruido, y se excusaba con una pesadilla en ese sitio frío y oscuro, para recostarse a su lado. Aquello también podía seguir siendo un hábito.

 

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