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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta y ocho: De cuando hay clichés, una escoba que se va sola, un anillo en una cadena, y Harry está intentando ser un buen novio (cosa en la que tiene mucho talento, según Draco)

—…incluso cuando lo hago de ese modo, pareciera que está aquí a veces, y otras veces no.

Harry no pudo evitar arrugar el entrecejo, en señal de confusión.

—¿Y eso es posible?

—Que yo sepa, los fragmentos no son inamovibles —cuando elevó las cejas, Pansy soltó un bufido de risa—, me refiero a que puedes tomarlos y cambiarlos de sitio, tú lo sabes bien. Pero por lo que hemos visto, no se mueven solos, ¿o sí?

—Bueno, yo no he visto que lo hagan —aclaró él, con un sutil encogimiento de hombros.

—Entonces vamos a suponer que no lo hacen —simplificó su amiga, haciendo un gesto vago con una mano para restarle importancia—. Si el suelo bajo el castillo percibe la energía de cada una de las personas, criaturas y objetos en el terreno, y el fragmento a veces está aquí, a veces no, nuestra pregunta sería: ¿por qué? Y más importante, ¿a dónde está, cuando no lo sentimos aquí?

Tenía que admitir que no conseguía explicarse lo que ocurría, así que volvió a encogerse de hombros. La chica se reacomodó en el asiento, con una expresión pensativa, como si hubiese esperado desde un principio que él reaccionase de la forma en que lo hizo.

Pansy había pasado los últimos dos días sumergida por completo en el asunto de los fragmentos. Por lo que sabía, comenzó cuando la señora Longbottom la invitó a pasarse por su casa durante las festividades de ese año, para seguir estrechando lazos, de acuerdo a la carta de la susodicha bruja; de pronto, su amiga tenía esta idea de que debía ser muy triste pasar Yule sola, y quería que Dárdano volviese a ser un humano antes del comienzo de las vacaciones, momento en que dejarían el colegio para ir con sus familias, y la profesora Ioannidis permanecería sola, o dentro de las instalaciones.

Para lograr su objetivo, se apropió de un lugar recóndito y tranquilo más allá de la linde del Bosque Prohibido, donde las ninfas la recibían con saludos entusiastas, y había dejado ambas palmas presionadas contra el suelo de tierra. Harry la observó; agachada, espalda recta, brazos estirados, ojos cerrados, respiración pausada, el anillo de los Parkinson emitía un brillo verde a medida que su dueña percibía las vibraciones mágicas que llegaban al suelo, a las plantas, la naturaleza misma en torno al colegio, decía.

Otro motivo bien pudo ser sus planes de entregar el anillo a Neville ese Yule, pero optó por no mencionarlo frente a ella. Todavía no tenía del todo clara la diferencia entre cuando alguien tenía un anillo, a cuando ya los había intercambiado con otra persona.

Sin embargo, volvían al mismo punto: la piedra estaba presente, en alguna parte y en ciertos momentos solamente.

Quizás, si Draco hubiese estado con ellos para escuchar las conclusiones a las que su mejor amiga llegaba, habría salido con una ingeniosa idea, un comentario burlón, o por el contrario, habría adoptado el comportamiento solemne y analítico que ella mostraba en ese instante.

Lástima que estuviese ocupado. De nuevo.

—Estaba pensando…—Harry, que tenía las piernas flexionadas contra el pecho, los brazos alrededor de las rodillas, la cabeza apoyada en estos, giró el rostro al oír que se callaba. Pansy, mirando desde lo alto de las gradas, al igual que él, esbozó una media sonrisa y apuntó en una dirección determinada—. Ahí vienen, mira.

Hermione, que estaba sentada unos puestos más bajo, hasta entonces concentrada en la plática que tenía con Anthony, se los confirmó al darles un vistazo por encima del hombro y gesticular hacia el mismo sitio que la otra chica señaló.

Por uno de los senderos entre la extensión de césped que formaba parte del patio, hacia el campo de Quidditch, divisó la cabellera roja que esperaban. Y no, no era Ron.

Ginny frunció el ceño al detenerse en el borde del campo, barrió el lugar con una mirada inquisitiva, y se fijó en el grupo un poco más de lo debido, antes de decidirse por saludar con un gesto.

Aquello sí era cortesía de Draco, de cierto modo. Días atrás, su novio se había tomado un par de horas de su desastrosa agenda de las últimas semanas para pasearse por el bosque, saludar a las ninfas, alimentar a los caballos de la muerte, conversar con Luna.

Cuando regresó al dormitorio, tenía esa mirada alerta que le advertía de un algo maquinándose dentro de su cabeza. Le pidió que saliesen, buscaron a Pansy y enviaron a Lep por Hermione en la Torre de Ravenclaw, para encontrarse en la biblioteca. Allí, sin un instante de vacilación, les soltó:

Creo que Lunática tiene una oportunidad.

A partir de ahí, la situación se podía resumir en tres adolescentes que querían ayudar, a su manera, un cuarto (Goldstein) que se había ofrecido a cooperar cuando fue necesario, un conejo que sería el apoyo y la base del plan de Draco, pese a que él no estuviese presente para ver cómo lo llevaban a cabo.

Luna debía estar por regresar del Bosque Prohibido, tras otra de esas largas visitas que hacía al pueblo de los centauros para comer bayas con Bonnie y oír a Firenze hablar del futuro y las estrellas; tomaría el camino corto, que era más empinado, pero se demoraría más de lo debido por lo distraída que era. Una nota a nombre de la chica, con una imitación de su caligrafía y firma, llevaría a Ginny hasta allí, buscándola, por lo que Anthony bajaría de las gradas y le indicaría que vieron a Luna por el sendero que daba al bosque. Luego la verían marcharse hacia allá.

En cuanto se hubiese alejado lo suficiente, Harry bajaría para colocar a Lep en el suelo, ya consciente de su tarea, y Pansy lo acompañaría para ponerse de cuclillas, una mano rozando el suelo, el anillo Parkinson brillando, a la espera de la señal. Un encantamiento de Hermione les permitiría ver a través de la distancia. Draco le decía "trabajo en equipo".

Ginny llamaría a Luna al encontrarla en el sendero, Lep correría entre sus piernas, causando que perdiese el equilibrio. Ahí estaba la bifurcación de sus planes: como la Gryffindor que era, bien podían suponer que se arrojaría para ayudarla, la atraparía en el acto, o caerían juntas, lo que para sus propósitos, seguía siendo una buena resolución. Por otro lado, siempre existía la posibilidad de que no fuese lo bastante rápida para reaccionar, y como nadie quería que Luna se hiriese, Pansy haría que los arbustos más cercanos se extendiesen para formar un espacio acolchado por debajo de ella, que pudiese retener el impacto de la caída.

Entiendo que Ginny terminó con su problemático novio y Luna te contó sobre el tiempo que han pasado juntas, y todo suena muy bien para ella…¿pero qué tiene que ver la escenita romántica con que pueda decirle algo, o tener una oportunidad? —había preguntado Harry en su momento, confundido, sólo para ganarse una mirada incrédula de su novio, que luego rodó los ojos.

Es obvio que no conoces a Luna como yo; es la persona más cursi del mundo. Tradicional. Sueña con una rosa en la almohada en la mañana, ramos en las fechas especiales, notitas con corazones, cartas de amor, bombones, flechas en el suelo que lleven a las sorpresas. Esto la hará reaccionar, es el cliché absoluto que le hace falta —afirmó, bastante serio—. El instinto del Gryffindor los impulsa a salvar a quienes quieren, por encima de su propia seguridad, y los Ravenclaw son buenos para los acertijos. Ahora, nos consta que las dos representan bien esta descripciónLuna verá que la haya ayudado como una muestra de que significa "algo" para ella. Eso le hará entender que sus sentimientos no caen a un abismo de nada, y la animará a actuar más de lo que cualquier palabra de nuestra parte podría lograrlo. Espero.

Él no podía decir que estuviese convencido por completo de que funcionaría, pero tampoco decidió mencionárselo. Draco podía ser testarudo, pero tenía buenas ideas cuando quería.

En el momento en que vio que Lep pasó como una sombra entre los pies de la chica y Ginny se lanzó hacia adelante para atraparla, ambas rodando por la colina hacia abajo, con mayor suavidad de la justa, porque Pansy hizo crecer más césped a medida que descendían, tuvo que reconocer que había tenido un buen resultado. Lo último que observó, por el encantamiento de vista lejana, fue que Luna se ponía roja hasta las orejas cuando Ginny quedaba encima de ella, la Gryffindor esbozaba una sonrisa lenta, que luego se convertía en una carcajada y algunas palabras que no llegó a descifrar porque el hechizo no se extendía tanto.

—¿…viste la forma en que la miraba? —Pansy tiró de su brazo al reclamar su atención. Él asintió, distraído. Su amiga se dirigió hacia los dos Ravenclaw—. Es obvio, ¿cierto?

—Muy obvio —Hermione sonaba enternecida. Junto a ella, Anthony les concedió la razón con un asentimiento.

Harry volvía a arrugar el entrecejo. ¿Y ahora de qué se había perdido? ¿El encantamiento no les mostró a todos lo mismo?

—¿Qué es obvio?

Las dos chicas lo observaron, como si no pudiesen decidir entre sentir ternura, diversión, o rodar los ojos. Fue Anthony, para su sorpresa, quien contestó.

—A la Weasley le gusta Lovegood también.

Él boqueó, miró en dirección a donde se cayeron las chicas, a pesar de que sin el hechizo ya no podía distinguirlas, luego otra vez se fijó en sus compañeros.

—¿Cómo lo saben?

Hermione contuvo la risa y meneó la cabeza, pero en lugar de contestar, tiró de la mano de su novio y le pidió que fuesen por algunos bocadillos, antes de pasar por la biblioteca a regresar unos libros. Él se despidió con un gesto de ambos y permitió que se lo llevase a rastras.

Le hizo un puchero a Pansy, en cuanto se quedaron a solas. Su amiga se rio, deslizó un brazo por debajo del suyo, y empezó a caminar por uno de los senderos que daba de regreso al castillo.

—Realmente no sé qué habrían hecho Draco y tú sin ayuda…—musitó, divertida. Él frunció más el ceño.

—¿Qué tenemos que ver con esto?

Ella se limitó a besarle la mejilla.

—Te quiero tanto —apoyó la cabeza en su hombro, sin dejar de moverse con soltura por el largo ascenso que llevaba al castillo—, estoy feliz de que te tengamos. Haces a nuestro Draco mejor.

Harry no encontró palabras para contestarle, así que sonrió, avergonzado, y le dio un leve apretón a su mano. La pareja de Ravenclaw se encontraba lejos para entonces. No estaba seguro de si Ron seguiría con su grupo de Hufflepuff por el patio, o en la Sala Común.

Draco no volvería todavía, lo sabía.

Se aclaró la garganta. El ligero sonido capturó la atención de su amiga, que lo observó de reojo. Tardarían un poco en alcanzar el castillo.

Tal vez fue aquello por lo que habló. Tal vez porque llevaba alrededor de una semana considerándolo.

Tal vez sólo necesitaba decírselo a alguien, ¿y quién mejor que Pansy?

—¿Crees que debería…ya sabes, preocuparme por…—se detuvo y emitió un vago sonido de desagrado. No, así no. Decidió cambiar de enfoque y pensarlo mejor; ella aguardó, sin alterarse ni detenerse—. He estado pensando —continuó. Sí, sonaba mejor de esa forma— en si debería considerar lo del…compromiso sangrepura y todas sus tradiciones.

Esperó. Pansy permaneció callada unos instantes, como si quisiera confirmar que no diría más ni mencionaría a Draco. Cuando debió notar que era todo, le contestó, en tono suave.

—¿Él te ha dicho que te preocupes por eso?

Harry abrió y cerró la boca.

No. Sacudió la cabeza. Pansy tenía una leve sonrisa.

—¿Te ha dicho que es obligatorio?

—No —respondió, enseguida, sin un titubeo. Ella lució satisfecha.

—¿Te incomoda que lo mencione?

Se mordió el labio y lo pensó un poco más.

—No es- no es incomodidad en sí, es- es una idea rara, ¿entiendes? Desde hace como un siglo, los magos sangrepura son los únicos por aquí que piensan en matrimonio e hijos para perpetuar la sangre cuando todavía están en el colegio y…y yo ni siquiera lo soy —puntualizó, en un débil murmullo.

—Debemos hacerlo —recordó ella, tranquila—, nuestro linaje…

—Yo no puedo darle herederos. El linaje- todo eso que tanto les importa, definitivamente se arruinaría si-

Calló. Tenía varias noches pensando en el tema, mientras veía a Draco de espaldas, en el escritorio, leyendo o contestando las cartas de su madre y Regulus sobre la herencia material y el Legado. Cuando su novio se recostaba, esas pocas veces que todavía seguía despierto para abrazarlo al instante y que no fuese al revés, lo único que podía pensar era que estaba esforzándose mucho.

Y no había nada que él pudiese hacer al respecto.

No era sangrepura. No vivía en esa burbuja tradicional y conservadora. No había sido criado así.

No entendía. No del todo, pero si era tan importante para Draco, entonces él creía que debía interesarse por el tema, al menos.

Apenas se percató del momento en que Pansy se detuvo. Quedaban unos metros para llegar a la entrada del castillo, y lo soltó para acunarle el rostro con ambas manos, obligándolo a verla. Le acomodó los lentes, con calma, y le sonrió de esa manera que lo hacía sentir que estaba bien contarle aquello, que no era tonto, absurdo, ni tan mal cómo sonaba dentro de su cabeza.

—¿Qué ves cuando te proyectas hacia el futuro? —preguntó, en un murmullo— ¿qué imaginas en cinco, diez, veinte, cincuenta años? ¿Dónde estás, con quién estás? Cuando tengas más de cien años, ¿qué es lo último que quieres que vean tus ojos? ¿A quién?

No tuvo que pronunciar ni el más débil sonido. La respuesta estaba ahí, latente, perceptible, más allá de todo rastro de razonamiento.

Lo sentía así.

—¿Y puedes imaginar que Draco se case con alguien más, sólo para perpetuar su linaje? —añadió, en voz más baja. El pinchazo en el pecho, el peso frío en el estómago, el sobresalto, fueron inmediatos.

No.

Merlín, no.

Ni siquiera tuvo que contestarle para que lo comprendiese. Pansy le peinó el cabello hacia atrás, riéndose de la manera en que este volvía a levantarse y desordenarse enseguida.

—Para nosotros, casarnos tiene sólo dos funciones. Cuando no mantienes el linaje, sirve para tener compañía por los más de cien años que vivimos los magos y brujas —explicó, despacio, midiendo sus palabras—. Te casas con una persona con la que estés dispuesto a vivir todo ese tiempo, alguien que te entienda, que te haga sentir cómodo, alguien con quien compartir. No es necesario, hay otros métodos para conseguir un heredero, sólo mira a Regulus —señaló, encogiéndose de hombros.

—Draco es hijo único y ninguno de sus primos tiene algún hi-

—Pero es Draco y los dos sabemos que no dejará su Legado pendiendo en la nada —lo cortó. Él tuvo que admitir que tenía la razón—. Harry, escúchame —le palmeó las mejillas, sonriendo; hizo lo posible por devolverle el gesto—. Lo conozco de toda mi vida y nunca ha visto a nadie como te mira a ti. Nunca ha tratado a alguien de la forma en que se porta contigo; incluso cuando está siendo un idiota, porque es Draco y es así, intenta ser menos idiota por ti. Sé que todo su ideal sangrepura, todo con lo que crecimos, es demasiado, y no te pido que te guste, ni creo que él lo haya hecho alguna vez. Es- es simplemente su forma de decir, sin decirlo, que eres la persona con quien espera pasar toda su vida. Y no puedes culparlo por eso. Te quiere, pero estoy muy, muy segura de que entiende que tú lo ves de otro modo.

Su estómago sufrió una violenta sacudida. Apartó la mirada cuando la notó sonreír de nuevo, consciente de que captó el punto, y tuvo que volver a morderse el labio para evitar que el gesto se replicase en su rostro también.

—Si lo pones así, suena diferente —reconoció en un susurro. Pansy se rio y lo instó a moverse.

—Por supuesto que lo hace —siguió, con un deje de diversión que no pudo pasarle desapercibido bajo ninguna circunstancia—. Eso pasa cuando estás enamorado de alguien como ustedes dos, par de Puffs.

Entonces Harry se echó a reír. Pansy, unos pasos por delante de él, lo miró por encima del hombro con una sonrisa.

0—

Esa noche, Draco no se apareció para la hora de la cena. Harry se dejó arrastrar por las conversaciones de Daphne, Pansy y Blaise; en determinado momento, incluso habló un rato con Nott, por un comentario sobre su opinión de las profesiones y los EXTASIS. La mayoría parecía de acuerdo en que era bastante terrorífico tener que presentar unos exámenes que podían definir el curso de sus vidas, hasta que Theo y su resoplido llamaron la atención de los demás Sly del último curso.

—¿Qué? —rodó los ojos—. No es como que un Supera las Expectativas o una T de Trol diga algo sobre cualquiera de ustedes. Son sólo letras, por Merlín, dejen de estresarse, que me contagian y no puedo leer así.

Aquello los dejó pensativos durante el resto de la comida. Las conversaciones todavía eran en voz baja, como acostumbraban los Slytherin al verse rodeados de las otras Casas, cuando alcanzaron las mazmorras y conjuntos de adolescentes y niños entraron al área común.

Estaban sentados cerca de la chimenea, escuchando a sus antiguos protegidos preguntar por qué el fuego chisporroteaba de esa forma, pero no sentían más que un resto de calidez, a pesar de acercar las manos, en el momento en que una pequeña lechuza del colegio se coló a la sala, sobrevolando a un estudiante descuidado. Se posó junto a Pansy y le entregó una nota de un diminuto pergamino enrollado y sellado, amarrado no sólo a su pata, sino a una rama de alguna planta que Harry desconocía.

Ella le acarició el costado al animal, lo despidió con una golosina, y olfateó la rama de pequeñas flores púrpuras, con una sonrisita. Harry se sintió inexplicablemente contento por su amiga cuando la vio llevar a cabo un esfuerzo por mantener su expresión relajada, libre de emociones fuertes, al leer el contenido del pergamino. Y no lo logró.

Pansy dejó caer la cabeza contra su hombro, ocultándose de la vista de algunos de sus compañeros en el hueco de su cuello. Harry le pasó un brazo en torno a los hombros, y fingió que aquello era normal, allí no pasaba nada, él no luchaba por contener una carcajada.

—¿Qué quiere Neville? —musitó contra su cabello, percibiendo el instante en que ahogó la risa sobre su ropa. Al enderezarse, sólo el rubor tenue y la manera en que rehuía ligeramente de su mirada la delataba. Mantenía el pergamino y la rama cerca de sí, casi acunándolos.

—Dice- —soltó una risita—, dice que como no pudo ir conmigo al baile de Yule de hace tres años, porque no nos hablábamos entonces, lo- —hasta ahí llegó su resistencia, porque se cubrió el rostro de forma parcial con una mano—. Quiere que lo encuentre en la Sala de Menesteres, para que tengamos nuestro propio baile.

Harry le sonreía abiertamente. Era curioso, extraño y divertido verla así.

—¿Te invitó a bailar? ¿En serio? —arrugó el entrecejo, imaginándose lo que diría Draco en cuanto se enterase—. ¿Sabe bailar?

Pansy le dedicó una mirada de advertencia, a través de las rendijas que sus dedos le dejaban para los ojos.

—Dice que va a recrear el sitio más precioso que exista porque…es el único donde alguien como yo debería bailar.

Oh, bien, confirmaba su opinión de él. Parecía un buen chico.

—Así que tendrías que ir a cambiarte, ¿no?

No esperaba que su pregunta la hiciese saltar, olvidándose de todo el decoro sangrepura. Empezó a mascullar, se guardó la nota en el bolsillo de la túnica, le dijo hasta luego con un beso en la cabeza. Enseguida se desapareció en dirección al dormitorio de las chicas, con Daphne pisándole los talones, después de que atrapó su muñeca a mitad de camino, hablándole, deprisa, de vestidos y algo sobre peinarla. La otra Slytherin se reía, asintiendo, a medida que la seguía.

No tenía idea de cuándo se hicieron así de cercanas. Pero le resultó agradable.

Poco después, Amber decidió sentarse en el reposabrazos de su sillón, y lo distrajo con una conversación de Quidditch, que sí era un tema que manejaba bien.

0—

La Sala Común se había quedado casi por completo vacía. Harry seguía frente a la chimenea, desparramado en el sillón, con el conejo mágico echado a sus pies, cuando él llegó. Se giró de inmediato para saludarlo. Draco dio un vistazo alrededor, volvió a centrarse en él, y sonrió a medias, con cierto deje de culpabilidad que no hizo más que enternecerlo.

Todavía llevaba la camisa manga larga y el pantalón plisado con que se fue esa mañana, la gruesa túnica descansaba, doblada de ese modo particular y desconocido para él que no le sacaba arrugas, sobre uno de sus brazos. Según sabía, cambiaron el punto de sus reuniones a Grimmauld Place, en esos fines de semana en que Sirius no estaba en casa (que, de acuerdo al resto de los Merodeadores, eran la mayoría, desde que decidió que su traslado a la casa de Remus debía ser definitivo).

—¿Esperándome, otra vez? —susurró sobre sus labios, en cuanto se acercó lo suficiente para inclinarse sobre el asiento, y a su vez, sobre él. Recibió el beso, por muy corto que fuese, como si se tratase de lo mejor que le había ocurrido en todo el día, desde que Draco abandonó el castillo.

Le rodeó la cadera y se pegó a su torso, enterrando el rostro en la tela suave de la costosa camisa. El aroma de su colonia, la mezcla de té, eran relajantes de una manera en que nada más podía serlo.

—¿Harry? —lo llamó. Manos frías, dedos delgados, buscaron enredarse en su cabello y acariciarle la cabeza. Sonrió— ¿pasó algo mientras no estuve?

Levantó la cabeza, presionando la barbilla contra su abdomen, y lo observó desde abajo. Sus ojos eran lo único que reflejaba cierto grado de preocupación, en medio de su expresión serena y expectante.

—Sí, las chicas piensan que tu plan con Luna y Ginny funcionó.

Draco sonrió entonces.

—Eso es genial.

—Y Pansy fue a bailar con Neville —añadió, sólo para ver cómo arrugaba la nariz.

—¿Longbottom sabe bailar?

Harry lo abrazó tan fuerte que lo tiró sobre él, ambos en el sillón que no fue pensado para dos personas, y se rio, sin explicarle por qué, a pesar de sus protestas.

0—

El día en que a Harry se le ocurrió que tenía que intervenir, fue aquel desastroso lunes en que Draco se golpeó contra una de las mesas del laboratorio de Pociones. Unos dirían que se durmió en el asiento, a mitad de la clase. Otros, que se resbaló en la silla, de alguna manera inexplicable. Quienes estudiasen con él desde el primer año, pero no fuesen lo bastante cercanos, jurarían que lo hechizaron.

Draco jamás se había dormido en clases. Ni siquiera en la de Binns, donde Harry disfrutaba de sus mejores siestas.

Incluso a él le costó entenderlo. Se le hacía tan imposible, inimaginable. Draco, su Draco, su cretino sangrepura, obsesivo del control, durmiéndose en su mejor materia, con el que no era sólo su padrino, sino su mentor y profesor favorito de Hogwarts.

Tenía que ser una broma.

Pero Draco tenía ojeras que se veían púrpuras contra la piel pálida, llevaba días completos sin darse cuenta de a qué hora el peso hundía el otro lado de la cama, y despertándose bien temprano porque, o se movía y se alejaba, o cuando entreabría los ojos, aún a oscuras, lo descubría escribiendo una carta, al mismo tiempo que se dejaba abrazar por un adormilado Harry, quien no podía pensar en qué era tan relevante para que no pudiese esperar, al menos, a que amaneciera.

Uno de esos días, en particular, había tenido una duda que le daba vueltas por la cabeza. Como se conocía lo bastante bien para saber que necesitaba preguntar, decidió pararse frente a él, interponiéndose en su campo de visión con respecto al escritorio, al sentarse sobre la superficie de madera.

¿Qué estás haciendo, exactamente, Draco? Y no hablo de estudiar con Regulus.

Ahí, Draco había detenido sus movimientos de pronto, para dedicarle una mirada larga, cansada. No estaba seguro de en qué momento sus ojos se hicieron tan transparentes para él, sólo que era de esa forma. Harry dejó caer los hombros y esperó que respondiese, porque la manera en que formó una línea recta con los labios le decía que sí, pensaba decir algo.

No quiero mentirte —explicó, despacio, medido—, y no quiero preocuparte. Hay ciertas cosas que prometí no decir por ahora, pero cuando pueda- Harry —la manera suave, vacilante, en que lo llamó, hizo que le prestase su completa atención—, apenas pueda contarte, te juro que lo haré. Te lo juro —insistió. Harry sólo fue capaz de asentir, porque pocas veces lo había escuchado hablar así—. Espero no angustiarte demasiado. Regulus me pidió específicamente que no te contara, porque sabía que eras el único al que se lo iba a decir, y tuve una larga discusión con él sobre que era injusto y tú te preocuparías…y Merlín, de verdad fue agotador, tuve que aceptarlo al final.

Harry no podía pretender enojarse cuando lo veía del modo en que lo hizo, pero la preocupación siguió allí.

Y en ese momento, en que Draco presionó las palmas sobre la mesa del laboratorio y se alzó de golpe, parpadeando, tenso, como si en verdad acabasen de lanzarse una maldición por la espalda, y Snape incluso detuvo su explicación para observarlo con una expresión que sólo habría sabido definir como extraña, supo que no podía dejarlo así.

Simplemente no podía.

—Señor Malfoy-

—Profesor —Harry también se puso de pie. Snape tuvo un leve sobresalto, que viniendo de él, era una reacción bastante sorpresiva—, Draco en verdad se siente mal. ¿Puedo acompañarlo a la enfermería?

Su novio lo veía como si no pudiese entender a qué se refería, como si no se hubiese observado en el espejo los últimos días, semanas. El maestro, en cambio, lo vio con detenimiento, midiéndolo, sopesándolo; Harry apretó los puños y no se dejó intimidar, hasta haber obtenido un escueto asentimiento.

—La señorita Parkinson les informará de cómo concluyó la clase y qué tienen que hacer para la siguiente, para recuperar la media hora restante que van a perder. Y señor Potter —añadió, más urgente, cuando lo observó agarrar a Draco del brazo y arrastrarlo fuera de ahí, a pesar de que él aún lucía desconcertado. Harry giró la cabeza apenas para demostrar que lo escuchaba—, no deje que el señor Malfoy se presente al resto de las clases del día de hoy, y que pida un reposo a Pomfrey, de ser necesario.

Pocas veces se había sentido tan agradecido con un profesor, además de Ioannidis, como en ese instante. Asintió, y entrelazó sus dedos con los de Draco, sin importarle las miradas sorprendidas de los Gryffindor con que compartían las lecciones, ni las ligeras muestras de desconcierto de los Sly, que no acostumbraban dar señales de afecto así en público; en especial, no si el público eran los leones.

Tiró de él hacia afuera y no se detuvo hasta encontrarse a varios metros del laboratorio, que volvía a tener la puerta cerrada detrás de ellos. Para entonces, Draco había reaccionado al ponerse todavía más rígido y hacer ademán de detenerse. Harry dio un rápido vistazo a ambos lados del pasillo para asegurarse de que estaban solos, y se volteó.

Acababa de separar los labios para protestar por la repentina salida sin preguntarle, cuando Harry soltó su mano para sostenerle el rostro y se abalanzó sobre él. Lo besó de forma tan brusca que lo obligó a trastabillar hacia atrás para conservar el equilibrio por los dos, y no lo dejó ir ni siquiera cuando lo oyó quejarse porque su espalda hubiese golpeado una de las paredes, sino todo lo contrario; lo presionó más contra la superficie sólida, se aprovechó de las palabras entrecortadas para deslizar la lengua dentro de su boca. No se apartó ni medio centímetro hasta que la necesidad de aire los sobrepasó.

Jadeaban. Draco, con las manos en sus hombros, apoyado en la pared, tenía los ojos brillantes, los labios hinchados, húmedos y enrojecidos por una mordida que no supo en qué momento le dio, pero causó que se relamiese, el gesto enviando un tirón directo a su ingle. Harry sonrió, todavía sin aliento, y lo abrazó con fuerza suficiente para quitarle la respiración más de lo que lo hicieron los besos. Él no se quejó esa vez.

—¿Esa es una nueva forma de decir "tienes mala cara, espero te pongas mejor"? —lo escuchó susurrar, a la vez que ocultaba el rostro en su hombro. Harry no hizo más que seguir estrechándolo, mientras el percibir que le devolvía el abrazo, tal vez con igual fuerza, lo llenaba de una emoción demasiado profunda para que pudiese comprenderla—. Me gusta. Me gusta mucho.

Harry dejó pasar una considerable cantidad de segundos en sus brazos, sintiéndolo relajarse de ese modo que sólo hacía cuando se creía a salvo, en confianza. El orgullo que lo invadió al pensar que era él quien lograba que bajase la guardia así, no tenía precio.

—Esa es mi forma de decir: te voy a llevar a la enfermería, vas a dormir un rato y a descansar más esta semana, y no es una pregunta. Sin opción a réplica.

Cuando Draco se alejó, lo necesario para encontrarse cara a cara, con los brazos todavía en un enredo de extremidades, tenía una pequeña sonrisa ladeada. Él arqueó las cejas, a la espera de otra protesta, no del beso corto que recibió.

—Bien.

No se imaginaba lo agotado que tenía que estar, por debajo de esa falsa calma, para aceptarlo con tanta facilidad. Draco se posicionó a su lado, y apoyó la cabeza en su hombro, todavía con un brazo en torno a él.

—Cuídame por un rato, Harry —musitó—. Por favor.

Harry le prometió que lo haría. Permitió que se recargase en su costado y lo guio todo el trayecto, lento, cuidadoso, como si fuese a derrumbarse si lo trataba de otra forma.

Le besó la cabeza al detenerse frente a la puerta doble de la enfermería, para avisarle que estaban ahí. No se percató hasta entonces de que mantuvo los ojos cerrados, si bien no en el viaje completo, sí en una parte de este.

Draco lucía indefenso, más cansado que nunca, cuando Pomfrey lo hizo sentarse en una de las camillas para revisar su temperatura y pulso; tras oír una vaga explicación de Harry en que un "el profesor Snape nos envió" causó que la medimaga elevase las cejas, le dio una poción para descansar, que repararía cualquier daño en su sistema a causa de las sobreexigencias.

Arrastró una silla para acomodarse junto a su cama, con el permiso de Pomfrey, y lo arropó.

Cuando Draco se giró, para quedar recostado de lado y mirar hacia él, volvió a entrelazar los dedos con los suyos. Harry lo vio sujetar su mano más cerca de sí, dar un par de besos flojos en su dorso, débiles presiones de los labios, y cerrar los ojos, de nuevo, con sus manos unidas sobre el lado opuesto de la almohada. Atacado por la sensación de que se derretía por dentro, de que jamás amaría a nadie igual, no le importó lo incómodo de mantener el codo flexionado y el brazo extendido, para que él pudiese dormir con sus manos así.

0—

La siguiente vez que se movió, fue para quejarse del dolor en el cuello por haberse adormilado en una posición extraña y de tener un brazo acalambrado, las punzadas ardientes recorriéndole la extremidad con cada roce. Draco, frente a él, entreabrió los ojos tan pronto como lo sintió apartarse. Nada más separar un poco sus dedos entrelazados desde hace unas cuatro o cinco horas, se sentó casi con un salto. Estaba tan tenso, cuando un minuto atrás lucía relajado, que Harry se sintió culpable al atrapar una de sus manos y besarle los dedos. Le llevó unos segundos volver a bajar la guardia.

—¿Mejor?

Tras una exhalación pesada, Draco asintió.

—Mejor —admitió, con más facilidad de la que esperaba en un principio, sus ojos fijos en el punto exacto donde Harry sostenía su mano. Luego lo vio de nuevo y estiró un brazo en su dirección, apremiándolo a acercarse con un gesto.

—¿Qué? —murmuró, inclinándose más hacia él.

—Quiero un beso.

No tuvo tiempo, ni ganas, de negarse. Draco le sujetó la parte de atrás de la cabeza y lo atrajo, con destino a sus labios. Harry apenas fue capaz de apoyarse en el borde de la cama, para no caer encima de él y lastimarlo, antes de perderse en el movimiento acompasado del beso.

Pomfrey chilló al encontrarlos así cuando entró, aunque en retrospectiva, él no pensaba que se hubiese visto sorprendida.

Salieron de la enfermería con una poción para que Draco pudiese dormir mejor esa noche. En cuanto la puerta se cerró, intercambiaron miradas. Entonces ambos se echaron a reír, en medio de un pasillo desierto, a mitad de la tarde.

Cuando Draco le tendió la mano, para que entrelazasen los dedos, tuvo la sensación de que todo estaría bien.

—¿Quieres hablar del tema? —preguntó, en voz baja.

Draco lo vio por un momento, en silencio. No tuvo que negar para que supiese cuál era la respuesta.

Suspiró.

—¿Secreto de la familia?

—Secreto de la familia —confirmó, su rostro, su voz, impregnándose de una culpabilidad que jamás hubiese revelado ante otra persona, y ambos lo sabían. No podía enojarse así.

Harry le dio un apretón a su mano.

—¿Puedo hacer algo?

—Por ahora, no —negó.

—¿Tal vez después?

—Sí, después, tal vez —puntualizó, con cierto énfasis, pero supuso que era mejor que nada. Draco dio un vistazo alrededor y empezó a arrugar el entrecejo—. Por aquí no se llega a las mazmorras…

Tuvo que girar la cabeza para que no lo viese sonreír.

—No.

—Uno pensaría que no te perderías después de siete años estudiando aquí —lo provocó, ese tono de vuelta. Aquel sí era su Draco, pero no se detendría, no ante la idea que se formaba dentro de su cabeza y comenzaba a apropiarse de esta—. ¿Harry? ¿Qué…?

Antes de dar vuelta en una esquina, se detuvo para encararlo.

—¿Confías en mí?

Draco parpadeó en su dirección, el reconocimiento iluminando sus ojos al oír la misma frase que utilizó con él. Asintió.

—Siempre lo he hecho —musitó, sin despegar la mirada de él—, a mi manera.

Harry sabía que era cierto, porque si no lo fuese, las protecciones Malfoy nunca lo habrían dejado ir más allá de la puerta de su cuarto. Y él dormía ahí cuando todavía eran niños.

—Voy a cubrir tus ojos —avisó. Draco elevó una ceja, y lo hizo sonreír, un poco apenado—, ciérralos.

—Oh, Merlín. Dime que usas mi táctica para volver a presionarme contra la pared y…

—¡Draco!

Él sonrió, al fin, genuinamente, y cerró los ojos. Tuvo un instante de indecisión, arrollado por las emociones sin control que tenía al pensar que, en verdad, era capaz de dejar que lo hiciese de ese modo, fuese lo que fuese. Un detalle tan simple podía significar mucho cuando se trataba de un Malfoy.

—Te voy a llevar a un lugar, ¿bien? —guio la mano que le sostenía a su cadera, para que se sujetase de él, y dio un brinco cuando lo sintió deslizarla dentro de uno de sus bolsillos traseros. Draco se rio, consciente de su reacción, pese a los ojos cerrados. Harry se tragó las protestas, el atisbo de pena, y le dio un beso rápido, que lo descolocó. De acuerdo. Era casi justo.

Tuvo que palpar sus bolsillos para dar con una pluma. Concentrándose en su imagen mental, utilizó la varita para transformarla en una venda suave y oscura, con la que le cubrió los ojos. Besó la punta de su nariz, sólo para fastidiarlo y ver cómo volvía a arrugarla.

Puff.

—Así me quieres.

Su sonrisa seguía ahí, más leve, pero perceptible, aunque no le contestó.

Harry le pasó un brazo sobre los hombros. Haciendo uso de varios de los pasadizos que conocía de memoria a esas alturas, lo llevó en la dirección correcta. Draco no realizó ni una sola pregunta, no afirmó de pronto su agarre, ni dudó en seguir la guía de su mano, cuando tenía que apartarse para abrirles camino y él no debía sentir más que el suelo bajo los pies y su contacto, en medio de la nada.

Cuando salieron del castillo por un acceso lateral, escondido en los rosales, lo sintió estremecerse a causa de una repentina ráfaga de aire, y pegarse más a él. Colocó amuletos de calor sobre la ropa de ambos.

—¿No quieres saber a dónde vamos? —inquirió, extrañado. No tenía idea de que su curioso novio pudiese resistir tanto tiempo una duda.

Pero fue sorprendido cuando volvió el rostro hacia él, con esa sonrisa que hacía que sólo quisiera besarlo, amarlo, y murmuró:

—No, confío en ti.

Aquello fue demasiado como para que Harry no siguiese su camino con una sonrisa tonta.

Draco le dio un apretón un poco fuerte a su mano cuando lo dejó junto a las gradas del campo de Quidditch y le dijo que tenía que separarse un momento de él. Asintió, con los labios apretados. Harry se movió de reversa hacia el cuarto de indumentaria de Hootch, porque aun si nada le iba a ocurrir, no se sentía bien dejarlo ahí, de esa forma. Él no se quejó en esa ocasión tampoco.

Alrededor de dos minutos más tarde, regresaba con una escoba que dejó flotar junto a ellos, y la varita en alto. Le avisó del hechizo que aplicaría, antes de arrojar el encantamiento desilusionador sobre ambos y el objeto.

—Puedes ver ahora —Harry desapareció la venda con un encantamiento.

Luego de parpadear para adaptarse a la luz del exterior y enfocar la vista, elevó una ceja y pasó la mirada de la escoba a Harry y viceversa.

—No tenemos práctica hoy.

—No, y no vamos a tener otra hasta enero, porque los juegos del primer trimestre terminaron hace dos semanas, y vamos a tener vacaciones en unos días —sujetó su brazo, arrastrándolo hacia la escoba y apremiándolo a subir con un ademán—, así que esta podría ser nuestra última oportunidad de volar aquí hasta el próximo año.

Cuando debió aceptar su argumento, le pasó una pierna por encima a la escoba y se acomodó. Después volvió a arrugar un poco el entrecejo.

—Pero sólo trajiste u-

Se calló cuando sintió que la escoba se movía bajo el peso de Harry, que subió detrás de él. Giró el rostro en su dirección, con una expresión confundida, como si no pudiese decidirse entre reír o negar.

—¿Qué se supone que significa esto, Harry?

—Tú estás cansado, estresado, y volar siempre te ha ayudado. No me lo niegues —advirtió, tan acusador como se podía ser con una sonrisa. Él rodó los ojos y masculló un "no pensé en hacerlo", por lo que siguió:—. Vamos a volar juntos, porque alguien debe cuidar que no te duermas en la escoba.

Draco abrió y cerró la boca, indignado por la obvia referencia a lo ocurrido en el laboratorio. Harry se rio, maniobró para descubrir cómo rodearlo con los brazos y sujetar el mango a la vez, luego para averiguar cómo se alzaba el vuelo con dos personas en la escoba.

—Merlín- nos vas a estrellar, no sabes cómo-

Bien, nunca había hecho aquello, lo reconocía.

—¿Qué tan difícil puede ser?

Era difícil.

Vaya que lo era.

No conseguía la velocidad y altura que quería, no podía girar con la velocidad con que lo hacía al perseguir la snitch en los juegos. Draco, que era más alto, lo obligaba a batallar para mantener el equilibrio por los dos cada vez que se movía, convencido de que los mataría a ambos en una horrible caída.

Pero al descender más de la cuenta, con los pies de ambos trastabillando contra el césped por una curva mal tomada, su novio se echó a reír, gritando "¡no seas animal, Potter!". Harry pensó que el término era irrelevante. Se reía. Sonaba mejor que antes. Eso sí le importaba.

Cuando Draco se inclinó hacia adelante un instante, para poner las manos sobre las suyas, ayudándolo con la complicada y extraña tarea de llevar aquello, Harry lo hizo perder la concentración al besarle la parte de atrás del cuello.

A pesar de que sus acciones casi los enviaron directo al suelo con un golpe que habría dejado hematomas en ambos, Draco dio un manotazo al aire, protestó con un tono infantil que llevaba más tiempo del que le hubiese gustado sin oírle, y se adjuntó el deber de mantenerlos en el aire, simulando darle órdenes sobre cómo manejar la escoba.

Nunca estuvo seguro de cuál de los dos fue la idea de la voltereta. Sólo recordaba a la escoba volando, sola, por encima de sus cabezas, a Draco tirado en el pasto, con el rostro rojo por la falta de aire, las manos en el estómago adolorido, esa risa vibrante que podía soltar con libertad frente a él, convirtiéndose en el único sonido relevante, mientras Harry permanecía quieto unos segundos, con un latigazo de dolor en la espalda, por la manera en que lo sostuvo al caer para que no se golpease.

Luego, todavía jadeante y divertido, relajado de esa manera en que desearía que estuviese siempre, se subiría sobre él. Harry reiría al oírlo afirmar que se merecía un 'premio' por tan 'heroico acto'.

Lo que le quedaría grabado de esa tarde, además de su risa y su expresión feliz, despreocupada, el sabor a poción en sus labios, sería una lección curiosa:

Si te desnudas encima del césped, te hará cosquillas. Y si, por casualidad, dejas que Draco Malfoy se cuele en el espacio entre tus piernas en ese lugar, con sus obvias intenciones, era más que probable que terminase con un ligero ardor en la espalda…

0—

—…así que supongo que podríamos intentarlo para…

—Draco.

—…los últimos días del año…

—Draco —este lo miró, ligeramente aturdido, cuando Snape se estiró por encima de la mesa y le rozó el cabello con los dedos. Tenso, esperó sin saber lo que ocurría, hasta que lo notó apartarse, quitándose un polvo fino de la piel. Cenizas. Tragó en seco—, ¿qué es esto?

Oh, no había tenido tiempo de lavarse el cabello en Grimmauld Place. Quería ir con Harry a la última cena antes del inicio de las vacaciones de invierno. No se esperaba que su padrino lo retuviese nada más poner un pie fuera de la chimenea.

—Cenizas —optó por replicar, sincero; no se intimidó bajo su mirada. Él le había enseñado bien. El tacto fantasmal en los costados de la cabeza lo hizo fruncir el ceño—. No te metas a mi mente, Severus.

—Comprobaba si estabas herido de algún modo —aseguró. Aunque no creía que fuese lo único que planeaba buscar, lo aceptó con un asentimiento escueto—. ¿Qué hacían estas cenizas en tu cabello?

—¿Ahora eres alguien que pueda criticar tener el cabello un poco sucio?

Snape levantó apenas las cejas, de esa manera en que alguien que lo conociese desde hace poco tiempo jamás notaría, pero que él, por llevar toda la vida observándolo cuando lo hacía, no dejaba pasar por alto. Draco intentó su mejor sonrisa practicada, que no surtió ningún efecto en los oscuros ojos que exigían una respuesta.

Carraspeó.

—Regulus y yo estábamos practicando, es todo.

—Regulus y tú —casi escupió, cada sílaba impregnada con amargura— estaban practicando —repitió, a la espera del segundo asentimiento, que él le dio—. ¿Se puede saber qué estaban practicando, que te ponga así y te llene de cenizas?

No vaciló. Si titubeaba, Snape no le permitiría salir de ahí, sin que le diese una respuesta más convincente. O peor: lo hablaría con su primo.

—Uno de los encantamientos antiguos de los Black, herencia mágica, nada fuera de lo común.

—Nunca habías llegado cubierto de ceniza —insistió.

Se abstuvo de rodar los ojos, sólo porque se recordó con quién hablaba.

—Tal vez no salió demasiado bien.

El profesor estrechó los ojos en su dirección. Draco permaneció inmóvil, resguardado por una máscara de falsa calma, que no dejaba entrever la manera en que contaba los segundos dentro de su cabeza.

Maldición, en serio tenía planes esa noche con Harry. No era justo que lo atrasasen cuando pensaba ir con su novio.

—Lo discutiré más tarde con él —fue lo único que dijo. Él, desesperado por dejar las mazmorras, decidió que su primo, como mago capaz y hombre responsable que era, podía lidiar con un Severus inquisitivo. No sería la primera vez que lo hacía.

Sabía que a su padrino no le gustaba lo que planeaban.

Sabía que le había dicho a Regulus que no lo hicieran.

Sabía que Regulus incluso llegó a considerarlo, como sucedía con cada cosa que el otro le decía.

Pero cuando le preguntó, Draco soltó una pesada exhalación y se limitó a comentarle que algún día tendrían que hacerlo, que no valía la pena tenerle miedo. Iba a contar con suficiente tiempo para arrepentirse de lo que fuese, cuando tuviese que cumplir con el Legado y apenas pudiese ir más allá de la Mansión.

Hasta entonces, debía aprovechar los días. Tenía que ser más rápido, tenía que hacer en semanas lo que su primo habría hecho en años a su edad.

Tenía que terminar pronto.

Draco salió de las mazmorras sin mirar atrás y llegó al Gran Comedor cuando iban por el postre. Odió un poco a su padrino y a Regulus por ello, pero la manera en que el rostro de Harry se iluminó cuando lo vio acercarse, valió cada segundo que tuvo que soportar el dolor de muñeca y el agarrotamiento de los dedos, al escribir deprisa las cartas que no podía hacer una vuelapluma.

Se sentó en medio de su novio y Pansy. Sonrió cuando lo notó apartar uno de los postres, la infusión de té que le gustaba, y pedirle a la mesa mágica un plato principal para él.

Escuchó la plática del resto, sin prestar mucha atención a algo más que la risa de Harry, hasta que alguien mencionó su nombre, por lo que tuvo que levantar la cabeza y buscar a quien lo dijo.

En el trayecto de vuelta del comedor a las mazmorras, extendió el brazo y tomó una de las manos su novio. Harry dio un brinco, lo observó, y sonrió al entrelazar sus dedos. Luego siguió hablando con Pansy y Daphne.

Algunos de sus compañeros se unieron a la reunión que hicieron los de séptimo en la Sala Común, en un círculo de muebles, por un llamado de Blaise que después se convirtió en una invitación general. Se quedaron un rato; Draco pasaba las piernas, flexionadas, sobre las de Harry, porque estaban en el mismo sillón de nuevo. Oyeron los planes de vacaciones de invierno de todos, junto al comienzo de una idea que no haría más que crecer durante los próximos meses, de juntarse fuera del colegio.

Cuando regresaron al dormitorio, Nott acababa de correr sus cortinas para leer con calma, bajo los silencios que acostumbraba colocar. Draco se aseguró de lavarse bien el cabello, para no dejar rastros de las cenizas, y agradeció sus propias precauciones poco después, al tumbarse a un lado de Harry y que este decidiese que quería ponerse a jugar con los mechones húmedos. Los secó despacio, con encantamientos sin varita de aire caliente, en la temperatura perfecta.

Él lo observó durante el tiempo que le tomó hacerlo, en silencio, preguntándose si no se daría cuenta de lo increíble que era, lo maravilloso que se veía, si no sería consciente de que los magos de diecisiete años no solían utilizar magia no verbal para secar el cabello de su pareja, como si fuese un uso lógico y corriente.

—¿Qué? —murmuró tras un largo rato, con una sonrisa que aún podía ver en la media luz del cuarto.

—Pensaba —reconoció Draco, en voz igual de baja. Él emitió un breve "hm".

—Eso no es nada raro. Siempre tienes algo en esa cabeza de serpiente.

Entonces él también sonrió. Harry había pasado de secar las puntas a hacerlo con las raíces, por lo que los movimientos circulares de sus dedos se sentían igual que un masaje. Lo hizo suspirar, relajado. Podría haberse quedado dormido bajo esas atenciones, si Lep no se hubiese metido entre ambos en su camino a las almohadas, donde se echó y acurrucó, ajeno a sus reacciones divertidas y confundidas.

—Harry —llamó con suavidad. Él lo miró—, sigue haciendo eso.

Riéndose, retomó su tarea de secarle el cabello con magia; en algún punto, cuando estaba cerca de terminar, atrapó sus labios. Draco se dejó arrastrar por un beso largo, lento, que causaba sacudidas en su estómago y cosquilleos en el resto de su cuerpo.

Se movieron con tanta lentitud, que podría haber parecido que era la primera vez. Harry mantuvo las manos en la parte de atrás de su cabeza, sosteniéndolo, acercándolo. Él se desplazó con cuidado, primero estirándose, después buscando apoyarse en el colchón para subirse sobre el otro chico.

Para tomar bocanadas de aire, se apartaban de forma momentánea, respiraban contra la boca del otro, ahogando una carcajada cuando ambos jadeaban por la falta de aliento; aun así, no paraban de intercambiar roces en la comisura de los labios, en las mejillas, la barbilla. Uno en particular, que le dio en la quijada, cuando ladeó la cabeza para respirar profundo y recuperarse un poco, provocó que Draco negase y le dijese lo meloso que era, sus intentos de protesta entrecortados porque nada podía ser más relevante que Harry retorciéndose por debajo de él, tomando su mano, entrelazando sus dedos otra vez.

Draco no lo notó. Al menos, no lo hizo de inmediato. Estaba distraído, ¿y quién podía culparlo? Harry acababa de soltar uno de esos jadeos bajos, temblorosos, en que pronunciaba con dificultad su nombre. Nadie podía mantenerse centrado en esas condiciones.

El contacto entre sus dedos, demasiado sutil a comparación del empuje de la cadera, la pierna que buscaba enroscarse en esta y jalarlo más cerca, también le pasó desapercibido. El desliz, el ligero peso. El toque frío de un metal.

Cuando sintió que el anillo encajaba en su dedo, se apartó lo suficiente para percatarse de que Harry sonreía, sin aliento, los labios hinchados y húmedos, los ojos fijos en él, sin las gafas que le quitó en cierto momento en que besarlo importaba más que cualquier otra cosa que sucediese en torno a ambos.

Despacio, temiendo descubrir que no era lo que pensaba, se enderezó, sentándose a horcajadas sobre él, y flexionó el brazo, haciendo girar su mano bajo la escasa luz. La pieza de los Potter emitió un débil destello, como si saludase a su nuevo portador.

Draco contuvo el aliento y lo observó, en espera de alguna explicación. Él aún sonreía.

—¿Sabes- lo que estás haciendo?

Harry asintió, lento, varias veces. A pesar de que lo detalló bien y durante lo que pudo ser una eternidad, no identificó el más mínimo atisbo de inseguridad en su reacción.

—Lo hablé con Pans estos días —susurró, casi avergonzado, extendiendo los brazos hacia él en una invitación silenciosa que tuvo que esforzarse por retrasar. Si sus pensamientos no hubiesen estado en un colapso absoluto, se habría lanzado hacia estos sin dudar—, tendrás que decirme las consecuencias después...

—Eso es absurdo- es imprudente, es imposible, es absolutamente Gryf-

—…porque sólo quiero estar contigo —completó, callándolo. Movió más los brazos, para apremiarlo a volver a estar cerca de él.

—Estás loco —Draco volvió a girar la muñeca, como si tuviese que examinar la pieza desde diferentes ángulos, como si fuese la primera vez que lo veía. Una risa nerviosa, temblorosa, se le escapó—, estás completamente loco. Ni siquiera sabes-

—Ya —Harry echó la cabeza más hacia atrás sobre la almohada. A pesar del fingido tono de fastidio, sonreía—, sólo ven aquí. No puede ser malo, si es contigo.

Draco volvió a reír y reclamó otro beso, dejándose rodear por sus brazos, de pronto, demasiado consciente de cuánto los incluía, del metal sobre su piel, de la ligera vibración mágica que percibía en las manos y se adaptaba, poco a poco, a su propia magia.

Je t'aime, je t'aime, je t'aime…

Harry iba a volverlo loco, en ese abismo sin fondo que eran sus sentimientos por él. Y no era una queja.


Extra

De viejos regalos que se guardan

—…sea lo que sea que estés haciendo, detente ahora.

Era incómodo, por supuesto, ¿cómo no lo sería?

Regulus se estiraba desde uno de los bordes de la mesa del laboratorio, con el codo apoyado en la orilla, el rostro recargado en la palma. Era de los pocos que tenía acceso a Spinner's End, y lo que era más importante, a su laboratorio allí.

No importaba lo que dijese. Nada parecía capaz de borrar esa sonrisa leve, suave, que se le dibujaba en el rostro. Severus ya no sabía hacia dónde mirar para no encontrárselo, sin descuidar la poción que hervía en el caldero, misma que le exigía mover la varilla en contra y de acuerdo a las manecillas del reloj, en un orden específico y medido.

Hace tiempo que había dejado de estar acostumbrado a ese tipo de situaciones.

—Él fue quien insistió —juró, en voz baja. Contra todos sus principios, el profesor le creyó, y cabeceó de forma vaga para demostrárselo.

Aquello hizo que el rostro de Regulus se iluminase todavía más. Cuando lo miraba por tanto tiempo, en silencio, desprendiendo esa aura cálida, familiar, que lo envolvía, el anillo que le pendía del cuello a Severus, escondido por debajo de la ropa gracias a una cadena, vibraba un poco y se entibiaba.

Él procuraba ignorarlo.

—Draco es un niño tonto-

—Nosotros también lo éramos —replicó, en un susurro. Hubo un instante en que sus miradas se cruzaron, antes de que Severus frunciese el ceño y se diese la vuelta, utilizando la excusa de buscar unas semillas de fuego en su armario de ingredientes.

—Y por eso, las cosas terminaron como lo hicieron. Tal ejemplo es lo último que ese par de mocosos insolentes necesita…

Ninguno dijo más. Sin embargo, Regulus continuó ahí, observándolo trabajar sin una sola interrupción, como si todavía fuesen dos adolescentes preguntándose qué hacer con respecto a los exámenes y tuviesen todo el tiempo del mundo, al menos, dentro de sus cabezas.


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