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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo setenta y uno: De cuando hay regalos, coronas de laureles, proyecciones del futuro y un plan

—…todo es cuestión de perspectiva.

—Les ganaron.

—Pers-pec-ti-va —repitió Draco, entre dientes, dedicándole una mirada poco agradable por encima del hombro. Harry sonrió, con aparente inocencia. Esperó a que su novio hubiese terminado de enviar a sus protegidos de vuelta al dormitorio y se diese la vuelta.

Cruzado de brazos y frunciendo los labios, Draco era la viva imagen de un caprichoso adolescente en medio de una de las mayores indignaciones de su vida. Puede que no fuese lo más correcto —no desde el punto de vista del otro chico, al menos—, pero le resultaba sumamente divertido que todavía fuese capaz de adoptar esas posturas que cualquiera habría creído que desaparecerían con el pasar de los años.

Acababan de poner fin a la Segunda Prueba. Pese a que su grupo llevaba una ventaja considerable desde el primer reto, por un error absurdo (que consistió en que ambos estaban subidos al thestral, dentro del área del bosque asignada por los centauros, a la que les era permitida la entrada, y uno se cayó al golpearse contra una rama), el de Daphne los venció. Quedaron en tercer lugar, detrás del de la mayor de las Greengrass y el de Harry; Draco conversó con ambos niños acerca de que no importaba que hubiesen perdido la ventaja otorgada para el último reto, porque todavía estaba convencido de que les ganarían de cualquier modo, y aquello sólo haría su victoria más gloriosa.

Una vez se quedaron a solas en la Sala Común, apenas interrumpidos por las chicas que también eran Guardianas, ya no lucía tan seguro.

—No puedo creer que no viese esa estúpida rama —masculló, con el ceño fruncido. Harry se posicionó junto a él, para rodearle los hombros con un brazo, y lo atrajo hacia sí. Draco, a pesar de mantener su expresión irritada, se dejó arrastrar e incluso se pegó más a su costado, recargándose a medias en él.

—Estaba oscuro y todos tenían un poco de miedo, ¿sabes? Los niños normales no van al Bosque Prohibido, saludan a las ninfas y pasan directo hacia la aldea de los centauros.

Lo escuchó soltar un bufido de risa.

—No sé qué pasa con estos niños de ahora, que no hacen nada importante con su tiempo libre —soltó. Y luego Harry también se rio, negando.

—Chicos —Daphne los llamó desde el pasillo que daba hacia los dormitorios. Llevaba una bata por encima del pijama de seda, el cabello trenzado con cintas, y les mostraba una leve sonrisa; no había presumido de la victoria de su equipo, porque los cuatro Guardianes pasaron un verdadero momento de pánico cuando el enano, como le llamaba Draco, cayó del caballo invisible—, ¿van a ir mañana con el resto?

Ellos intercambiaron miradas y sonrieron. Harry le dio una respuesta positiva, Draco asintió. Ambos la vieron despedirse con un gesto, arrojándole un beso al aire a Harry, que se echó a reír, para después desaparecer en dirección a los dormitorios.

—Pensé que iban a aprovechar su fin de semana cuando Draco al fin está libre para…ya saben —Pansy elevó las cejas, una pequeña sonrisa la delataba. Cuando Draco emitió un sonido ahogado de sorpresa, sus hombros se sacudieron con la risa que intentaba retener, sin éxito—, ¡hablaba de ir a una cita, pasar tiempo juntos! Merlín, qué cosas piensas. Harry, ¿de verdad estás a salvo cerca de él o…?

—Él está muy bien cerca de mí, ¿verdad? —a manera de muestra, se inclinó hacia él y le atacó un lado del cuello, arrancándole un grito estrangulado. Tuvo que hacer un esfuerzo para no reír. Pansy, frente a ellos, no se contuvo—. Se ve lindo…—lo escuchó musitar después, al dar un paso lejos. Su expresión complacida lo hizo fruncir el ceño.

—Draco Malfoy, dime que no volviste a dejarme una marca —exigió, apuntándolo con un dedo acusador. Fue su turno de sonreír como un niño bueno.

—No te dejé ninguna marca.

Por supuesto que cuando se palpó el cuello, quedó convencido de que había una. Arrugó el entrecejo y lo observó mal, en señal de reprimenda, pero era difícil mantener una fachada de enojo si Draco volvía a rodearle el cuello y se acercaba para un beso, riéndose y alegando que no podía provocarle una marca en tan poco tiempo.

Pansy meneaba la cabeza cuando se separaron, de nuevo. Harry permaneció con un brazo en torno a su cadera y Draco se apoyó en su hombro durante unos segundos; su amiga los veía como si pensase que no podía haber nada más tierno en el mundo entero, y era un poco vergonzoso, a decir verdad.

—Si van a empezar con eso, tal vez debería dejarlos solos y saldremos mañana…—argumentó, con un deje de diversión imposible de ocultar. Tenían una buena razón para que ninguno de los tres, a diferencia de la cuarta Guardiana que ya se había retirado, estuviesen en pijamas todavía.

—Le prometimos que sería hoy —contestó Draco, en voz baja. Los dos asintieron—, ha esperado mucho. Y nosotros tenemos montones de días por delante para que podemos empezar con…eso —repitió el término y la manera en que lo decía. Ella rodó los ojos, sin dejar de sonreír.

—¿Le pidieron permiso a Snape o Dumbledore?

—Sí, sí, sí, sólo va a ser un rato, Pans, no saques tu lado de HeadGirl.

La chica protestó en el breve trayecto hacia la salida de la Sala Común; después guardó silencio, porque aunque ambos creían que Draco en serio había avisado de lo que tenían pensado llevar a cabo, era mejor no tentar a su suerte llamando la atención de los otros Prefectos que pudiesen recorrer el piso de arriba o del molesto Filch, siempre dispuesto a meterlos en problemas sin necesidad, igual que Peeves.

Encontraron el camino hacia el ala del castillo que servía de dormitorio para algunos de los profesores, sin dar vistazos alrededor, sin intentarlo. Después de tantos años, sus pies se movían solos a la conocida oficina de Ioannidis, que como siempre, los recibía con el aroma de los múltiples inciensos y ese regusto a pergamino viejo, imposible de quitarle al lugar. Se preguntó si continuaría así tras su partida y una ligera punzada lo hizo pegarse más a su novio.

No se imaginaba un Hogwarts sin la nigromante y su Augurey parlanchín.

—Podemos ir desde acá, ¿cierto?

A Pansy le temblaba un poco la voz al mantener las manos en alto, las palmas abiertas y hacia arriba, extendidas para que Dárdano se posase en estas. Le acarició el plumaje de las alas con los dedos.

—Haz los honores —Draco lo codeó, intentando poner una sonrisa, que él correspondió con un humor vacío.

Lo soltó para ir hacia una de las paredes cubiertas de mapas y papeles; se preguntó, de forma vaga, a dónde irían si es que resultaba que no podía abrir la puerta desde ahí. No era algo que le hubiese ocurrido todavía.

Presionó la mano en la superficie sólida, sobre los pergaminos, y esperó.

La conexión con el Museo, más fuerte desde que abrió el camino de ida y vuelta desde la residencia de los Lovegood, y con las constantes visitas de los últimos días de las vacaciones, se sentía latente, palpitante, como un segundo corazón que aguardaba en su pecho, a que en algún momento, le prestase atención también. Y reaccionaba apenas lo hacía, claro.

Tomó una respiración profunda, visualizó el Museo con forma de castillo de la antigüedad, y al parpadear, enfocó la puerta de arco redondo que conectaba con la sala de las entradas a las exhibiciones de cada familia. Un Alfi le había explicado, en la visita más reciente, que era lo que sucedería cuando abriese una entrada desde un sitio que no era custodiado por ellos.

Se hizo a un lado para cederles el paso. Pansy fue primero, llevándose a Dárdano; hablaban en murmullos.

—Por aquí —le indicó Draco a la profesora, ofreciéndole una mano. Harry, al otro lado de la bruja, hizo lo mismo. Ioannidis los sujetó, dándoles un apretón leve a través de los guantes gruesos, y avanzó en medio de ambos, sin prisas.

Los Alfis los observaron, al llegar, desde distintas direcciones. Los que custodiaban los tesoros de una familia, esperaron junto a sus puertas respectivas, de pie, tan erguidos que el sombrero quedaba en una punta perfecta. El resto, aquellos que aparecían y se perdían de a ratos cuando no los veía o necesitaban, se asomaban desde los bordes de las escaleras y el pasillo exterior, que conectaba con el resto de la propiedad.

Fueron directo al salón de los Black. El Alfi de cabello y sombrero negros, con un diseño de estrellas plateadas y brillantes, inclinó la cabeza al verlos acercarse y abrió para ellos. También fue el mismo que removió la barrera protectora, con apariencia de cristal, de la exhibición que cuidaba la caja de Pandora.

—¿Tengo que hacerlo yo? —preguntó Draco al Alfi, que asintió.

Draco se posicionó frente a la exhibición, respiró profundo y sujetó el cofre con tanto cuidado, que podría haber hecho parecer que temía romperlo al menor contacto. Las líneas de los bordes se iluminaron en dorado al sentirlo. Despacio, con esa precisión que sólo le había visto utilizar para cortar y medir en el laboratorio de pociones, extrajo los dos fragmentos de la piedra de la luna, que conformaban la roca en su totalidad. Los aprisionó en su palma por un instante; al girarse, los ofreció al pájaro que aguardaba en uno de los hombros de su mejor amiga.

El Augurey los recogió con el pico, trazando una curva en el aire para descender hasta el suelo. Tan pronto como paró de aletear, la transformación comenzó, dejando en su lugar al humano, que sujetó la piedra entre las manos y parpadeó.

Hubo un instante de silencio, el ambiente tenso, a la espera. Luego Dárdano se mordió el labio y alzó la mirada al techo, los ojos llorosos de pronto.

—Esta es —asintió un par de veces, de forma débil, rápida—, esta- esta es —repitió, fijándose en Ioannidis.

La profesora se sostuvo de su brazo. Su agarre era lo bastante fuerte para que se sintiese como garras cerradas en torno a su piel, pero Harry se tragó el nudo en la garganta al sentirla temblar, y la dejó recargarse en él los segundos que le llevó recomponerse. No podía imaginarse cómo hubiese reaccionado, de haber estado en su posición.

—Eso es bueno, ¿verdad? —inquirió Pansy, esperanzada— ¿qué necesita? ¿Puede…puede quedarse así ahora?

Dárdano asintió en respuesta. De repente, emitió una risa ahogada, vacilante, y al dejar las piedras a un lado, se cubrió el rostro con las manos. Ninguno de los adolescentes presentes hizo comentario alguno cuando Ioannidis se arrodilló y lo envolvió con los brazos. Poco después, eran un enredo de extremidades, y Dárdano no dejaba de murmurar contra el velo oscuro que la cubría, sin mirar a los chicos.

—Lo siento, lo- siento, es que- —Pansy le sostuvo una mano y ocultó el rostro en su hombro. No derramaba lágrimas, pero era obvio que tenía que hacer un esfuerzo para evitarlo. Harry tenía una sonrisa enternecida.

Junto a la exhibición, notó que Draco observaba la palma de su mano. Cuando levantó la cabeza hacia él, se topó con su mirada inquisitiva, y como respuesta, giró la muñeca para que viese la extensión de piel, libre de toda marca mágica.

—¿Se fue? —musitó. Draco asintió, incrédulo.

—Acaba de borrarse —confirmó, en un susurro, girándose hacia la profesora y su compañero. Sonrió a medias. Al volver a fijarse en Harry, se encogió de hombros.

Les tomó sólo siete años.

0—

—Supongo que unos meses no suponen gran cosa para ninguno de ellos. Lo que no me explico es cómo va a continuar enseñando sin hablar con ninguno de los estudiantes.

—Me imagino que usará algún encanta-

Draco se dio la vuelta para encararlo, deteniéndose a mitad del pasillo, cuando se percató de que se callaba de pronto. Pansy lo imitó. Él, con una gran sonrisa, sujetó a los dos del brazo y los jaló hacia uno de los arcos que daban al jardín interno; los escuchó murmurar y hacer preguntas, mas no les prestó atención, porque apenas señaló en la dirección correcta, ambos notaron la razón de su comportamiento.

Allí, en una de las bancas, aprovechando el clima de comienzos de la primavera, estaba Luna, de rodillas sobre el asiento de piedra, concentrada en una plática con Ginny, sentada de espaldas a ella, a quien le trenzaba el cabello con flores que debían ser recién recogidas de los invernaderos. En cierto punto, Luna se inclinó hacia adelante, como si fuese a contestar una pregunta que le hacía, y la única hija de los Weasley le daba un fugaz beso en la mejilla, que dejaba a ambas con el rostro ruborizado. La Ravenclaw sonrió y siguió con su labor, mientras tarareaba una melodía. Ginny jugueteaba con sus dedos y sonreía a la nada.

Pansy soltó un largo "ow" y se cubrió la boca con las manos. A su lado, Draco rodó los ojos.

—Bien por ella, ¿no? Puede que la comadreja niña consiga que tenga los pies en el suelo por una vez.

—O la hará más soñadora —lo contradijo Harry, dándole esa mirada que era común cuando escuchaba que llamaba a los Weasley por apodos. Su novio bufó con falsa irritación.

—Lunática no puede ser más soñadora. Una persona simplemente no puede pasar tanto tiempo con la cabeza en las nubes…

Continuaron su camino, a través de los pasillos enrevesados del casillo, hacia la salida principal, y dejaron atrás a las chicas. Ya les avisarían a Hermione y Ron, cuando llegasen a Hogsmeade, que no valía la pena esperar a la Ravenclaw.

No divisaron a ningún otro Sly hasta que estuvieron cerca de las rejas del colegio, que separaban el terreno del patio de los senderos que iban hasta el pueblo mágico. Fue donde los encontró Blaise, que corrió para alcanzarlos y se detuvo, jadeante, al saludarlos. Unos pasos atrás, con esa calma tan propia de él, estaba Nott.

—¿Han visto a Daphne? —Zabini dio un vistazo alrededor, arrugando el entrecejo frente a las tres respuestas negativas que recibió.

—Blaise cree que ella planea algo —les comentó su compañero de cuarto, tan pronto como el otro chico se alejó con paso veloz, tras murmurar un "nos vemos allá" y agitar una mano hacia ellos, de forma distraída. No se demoró en perderse de su vista y el grupo, entonces de cuatro, siguió por el sendero.

—¿Algo como qué? —cuestionó Harry. El chico se encogió de hombros.

—Oh, ya saben. Ella en serio espera que los Sly de nuestra generación podamos reunirnos al terminar Hogwarts, pero hablando los últimos días, nos dimos cuenta de que la mayoría va a estar tan lejos…

—Existen los trasladores —intervino Pansy, con una leve sonrisa. Theo asintió para darle la razón.

—Y es más que probable que ese sea el argumento que nos va a dar ella.

Los tres tuvieron que aceptar que sonaba a un razonamiento que Daphne Greengrass podría usar para convencerlos.

Ya en el pueblo, pasaron junto a Millicent y Tracey, que salían de Honeydukes y se unieron a ellos. La segunda preguntó por Zabini y se quejó, con pucheros incluidos, cuando ninguno supo darle una respuesta de su actual paradero.

Blaise reapareció en la entrada de uno de los locales, con Crabbe y Goyle apremiándolos a entrar al lugar casi desierto, donde los pocos clientes eran de dudosa reputación. No era como si los Slytherin no estuviesen acostumbrados a ese tipo de personas.

El resto de los Sly ocupaban una mesa que debió ser limpiada con magia por alguno de ellos, porque se notaba en mejores condiciones que el resto; allí era donde estaba Daphne, contando las cabezas y tachando nombres de una lista imaginaria que tenía en su mente. En cuanto los vio entrar, hizo una señal, levantando el pulgar, a Zabini, que se llevó a tres de los chicos hacia la barra para pedir cervezas de mantequilla (las que, de acuerdo a él, serían unas decentes y no las que solían servir ahí a sus clientes regulares, porque su madre había estado a punto de casarse con el viejo dueño y este todavía tenía esperanzas de llevársela a la cama un día).

—Vamos, chicos, vamos. No hay tiempo que perder, los EXTASIS van a llegar si no se mueven —algunos comentarios en voz baja, sobre lo exagerada que era Daphne, le contestaron. Faltaba menos de un mes para los exámenes finales, y ese era el motivo de que decidiesen que era la ocasión perfecta para lo que tenían en mente.

Daphne los guio en una línea, con tanta naturalidad como les era posible, al cruzar el local hacia la puerta trasera, que se abrió con un toque de su varita. Ni los clientes, ni los trabajadores huraños, dijeron algo al respecto. Harry no necesitaba que nadie le explicase que la recolecta del día anterior, durante la cena, de un galeón por Sly, tenía relación con ese tema.

Reaparecieron en una sala estrecha, más similar a un pasillo, que llevaba a la parte trasera del local, perdiéndose en un espacio desierto y poco conocido del pueblo mágico. Daphne los hizo salir, sin prisas. Antes de que hubiesen seguido su camino, los chicos los alcanzaron y el grupo completo hizo una pausa para encoger las cervezas, sellarlas para evitar derrames, y meterlas a un saco rosa que Tracey llevaba consigo, colgado del hombro.

—Si el señor Potter es tan amable…—Daphne realizó una reverencia profunda, teatral. Harry abrió la boca, listo para hacer alguna pregunta, cuando se dio cuenta de que no lo miraba a él al hacerlo, sino a Draco. Su novio se rio e inclinó la cabeza apenas hacia ella.

—Claro que sí, señorita Greengrass. Ahora yo guio —anunció, dando una palmada para capturar la atención de todo el grupo, al ponerse a la delantera, junto a ella. Harry estaba boquiabierto cuando le guiñó.

¿Y Draco cuándo había estado incluido en esos planes?

—Síganme —dictó, elevando la barbilla. Abrió una marcha casi militar que le hizo pensar en las prácticas de disparo de hechizos de los Aurores, que el resto siguió entre risas ahogadas y conversaciones en murmullos.

Pronto entendió que era necesario, para no ganarse miradas indeseadas, llevar a un grupo de más de diez adolescentes de diecisiete años por los senderos aledaños al pueblo, esos que las otras Casas no se molestaban en tomar; así fue cómo llegaron a uno de los laterales de la Casa de los Gritos. Harry elevó las cejas cuando vio a su novio detenerse junto al cercado, tocarlo con la varita para quitar la barrera protectora, y pasar por debajo de una alambrada, demostrándoles que no tenía ningún rasguño. Nunca lo había visto intentar entrar desde afuera, en lugar de usar los pasajes subterráneos que conectaban con el terreno del castillo.

Zabini pasó después de él; entre los dos, ayudaron a las chicas que se sujetaron la falda para pasar una pierna por encima del alambre y luego la otra, y a aquellas que se empezaron a reír al casi arrastrarse para ir por debajo. Los demás chicos los siguieron, hasta que los cuatro (Blaise, Draco, Theo y él) tuvieron que sujetar los brazos de Crabbe para tirar de él, cuando intentó pasar por debajo, contra sus indicaciones, y se atoró.

Draco seguía reprendiéndolo entre susurros contenidos cuando abrió la puerta trasera de la casa y los hizo pasar. Apenas podía creer que fuese el mismo edificio al que se colaron por primera vez unos años atrás.

El papel tapiz de las paredes, ese que su novio tanto odiaba y que había cambiado dos veces, en vano, durante los años de uso, fue reemplazado, otra vez. Los candelabros nuevos estaban alineados, de un modo que le recordaba al recibidor de la Mansión Malfoy, los estantes apartados, los muebles transformados en una mesa larga, de asientos a ambos lados, con un mantel bordado con los motivos y colores de Slytherin, velas encendidas con una llama verde y pequeña, un festín al que sólo le hacía falta la cerveza de mantequilla que Tracey sacó de su bolso y Blaise se ocupó de regresar al tamaño normal (o tal vez incluso las hizo un poco más grandes de lo justo y las rellenó con magia), para acomodarlas donde les correspondía.

—¿Qué se supone que es todo esto? —preguntó Harry, en un murmullo, mientras observaba a sus compañeros elegir los asientos y charlar. Las chicas rodeaban a Daphne y Pansy, Blaise regaña a Crabbe y Goyle por intentar tomar un plato de comida sin esperar al resto, Theo negaba con una exasperación falsa, que hacía reír a los demás.

Draco se inclinó sobre su hombro para contestar.

—Míralo como una simple fiesta privada.

—¿Y qué es lo que celebramos? —Harry arqueó una ceja, sonriéndole. Su novio fingió pensarlo un momento.

—¿Nuestro compromiso? —probó, ganándose una protesta que lo hizo reír.

—Es en serio, Draco.

—¿Cómo sabes que no celebramos, en serio, algo así?

—No estaríamos aquí si-

Se calló. Daphne y Blaise tuvieron que haberlo organizado con él para conseguir una planificación estructurada y perfecta como aquella.

Oh, claro que era probable que esos tres tomasen algo semejante como excusa.

Harry negó, ahogando una carcajada.

—No es cierto…no lo es, ¿verdad?

—No —Draco se burló de él, besándolo para detener su próxima queja. Al carraspear, se enderezó y se puso más serio—. Daphne cree en la unidad de la Casa y todo eso, y hablando con Zabini y Nott, me di cuenta de que todos van a necesitar liberar un poco de la tensión antes de los exámenes. Nott dice que la espera de los EXTASIS es casi tan terrible como la época de las pruebas —Harry le dio la razón con un asentimiento y lo vio encogerse de hombros—. Nos reunimos los tres, Daphne preguntó si tenía una idea en mente, y cuando hablamos de un lugar, sólo…salió así.

Él volvió a aclararse la garganta y apartó la mirada cuando no obtuvo una respuesta inmediata.

—Deja de verme así, Harry —el aludido sacudió la cabeza, sonriendo, y le besó la mejilla. Draco parpadeó, aturdido. Lo observó con curiosidad mal reprimida.

—¿Sabes que esto cuenta como que hiciste algo lindo por personas diferentes a Pansy y a mí?

Se echó a reír cuando Draco arrugó la nariz.

—Los Sly no cuentan como otras personas —Harry elevó las cejas, él se encogió de hombros y gesticuló—, son como…familia. Es como planear algo para Sev.

Rodó los ojos. Para no darle tiempo a contestar, tomó su mano y lo arrastró hacia un par de sillas que el resto dejó disponible al sentarse. Los chicos se dividían la comida del festín, y unos metros más allá, Lía y Dobby los veían, a la espera de cualquier petición que tuviesen.

Daphne se puso de pie, en una de las cabeceras de la mesa, en cuanto todos tuvieron sus platos servidos. Llamó la atención del grupo.

—Para empezar, quiero agradecer al señor Potter aquí presente, por dejarnos entrar a una de sus propiedades —Draco tuvo que apretar los labios para no reír. Harry, sintiendo que el rostro le ardía, se hundió un poco en su asiento—. Segundo, me gustaría dejar en claro que voy a lanzar un par de crucios si no me invitan a la boda, y tercero-

Harry emitió un vago quejido, avergonzado porque de verdad hubiesen sacado el tema, justo como Draco insinuó. Cuando la chica se empezó a reír de su reacción, el resto no tardó en seguirla.

—Son horribles —protestó, moviéndose para evitar las palmadas de felicitación que Zabini fingía darle—, no, todos son horribles aquí. Debí decirle al Sombrero que me mandase a otra parte.

—Te habrías muerto de aburrimiento en otra Casa —sentenció Daphne, que no se sentaba todavía, porque su verdadero 'discurso' ni siquiera había comenzado.

—Y no me tendrías a mí —puntualizó Draco, en tono de obviedad, pestañeando de forma exagerada. Bueno, puede que hubiese considerado que era una buena razón para agradecer haber quedado ahí.

—Eso lo convenció —Daphne y Draco intercambiaron miradas y asintieron, en un aparente acuerdo sobre el tema, que causó que volviese a quejarse.

Cuando los chicos dejaron de burlarse de él, la mayor de las Greengrass se aclaró la garganta con delicadeza, tomó una profunda inhalación, y empezó con las palabras que en realidad tenía preparadas para ese día, alentándolos a hacer lo mejor que pudiesen en sus exámenes de EXTASIS, para dejar a la Casa de las serpientes por todo lo alto, y hablando de los planes que había discutido por semanas con cada uno, para encontrarse después de haberse graduado, en una reunión como aquella, de ser posible.

—…sólo evitemos ser de esos grupos que pierden todo contacto, porque eso sería tan lamentable después de las cosas raras que hemos pasado aquí —al terminar, tuvo que volver a inhalar, porque tenía los ojos llenos de lágrimas. Tracey y Pansy, para sorpresa de Harry, se levantaron a abrazarla.

Al ver que Zabini se les unía, estrechándolas con fuerza suficiente para levantar del suelo a dos de las chicas y hacerlas chillar, ante los aplausos entusiasmados de su novia, pensó que era agradable que pudiesen reírse y jugar con esa libertad que jamás se permitirían frente a miembros de otras Casas, profesores, o cualquiera que considerasen no digno de confianza.

0—

—Es perturbador que la sigas mirando así, Comadreja.

—Tú vete a la mierda —masculló su mejor amigo en respuesta. Harry se abstuvo de rodar los ojos, porque sabía que Pansy no le perdonaría que no terminase de contestar el cuestionario que diseñó para él. Con los EXTASIS a la vuelta de la esquina, incluso él tenía que admitir que debía organizar sus prioridades.

Pero Merlín, era tan fastidioso pasarse una mañana de sábado en la biblioteca. Él tenía pensado despertar tarde (la reunión con los estudiantes de segundo y otros Guardianes la noche anterior, para anunciar que el grupo de Daphne quedaba entre la próxima generación de Valiosos, y la breve discusión sobre los candidatos a Guardianes del siguiente año, cuando se hubiesen graduado, lo desveló bastante) e ir al campo de Quidditch un rato. También tenía que decidir quién sería el reemplazo de Capitán del equipo, entre las dos posibles opciones que entrenaba, a quién dejaba en el puesto de Cazador que quedaría libre cuando Draco también terminase los estudios, y asegurarse de que Amber, en calidad de futura Buscadora de Slytherin, entendía que no podía llevar la varita a los juegos y utilizar 'sencillos encantamientos' en su escoba, para tener ventaja sobre los demás.

Sin duda, no tuvo en mente ser despertado por el ruido de una charla entre su novio y Theo, en el cuarto, y luego arrastrado por Pansy nada más poner un pie en la Sala Común. En el desayuno, su amiga lo apresuró a terminar; antes de darse cuenta de lo que pasaba, tiraba de su brazo en una dirección que le era familiar, él lloriqueaba, y se preguntaba por qué no podía tener compañeros que se relajasen un poco más.

Una vez allí, por muy impresionante que fuese al principio, se topó con Ron. Su mejor amigo le avisó que había pedido ayuda a Pansy para repasar algunas de las teorías de Transformaciones y leer un resumen que ella hizo para el examen teórico de Pociones. Después él había hecho el desafortunado comentario de que no comprendía bien uno de los puntos del examen de Pociones, y así fue cómo terminó con su propia copia del cuestionario, pluma en mano, un dolor palpitante en la cabeza, y Lep en el regazo, dirigiéndole una mirada confundida desde que lo notaba sufrir por recordar las propiedades de las semillas de fuego.

¿Por qué no podía haber elegido una opción de carrera más sencilla?

¿Cuándo él podía sólo hacer algo sencillo?

Podía entender que Pansy pasase su mañana de ese modo, desde que su relación con Neville la liberaba de la mayor obligación que tenía con su familia, y tenía la posibilidad de tomar alguna carrera que le gustase (o dada la cantidad de exámenes para los que se preparaba, dos carreras que le gustasen). También comprendía a Ron, con su frente arrugada de esa forma casi dolorosa que tenía cuando ponía en práctica su absoluta concentración, que tenía en sus planes entrar a la Academia de Aurores, como había decidido desde que eran niños.

Lo que no sabía era qué hacía Draco ahí, tan relajado en el asiento de la cabecera de la mesa alargada, alistando sobres con sellos de cera negra y gris, acomodando una pila de cartas, ajeno al sufrimiento de los otros dos chicos. La única que estaba tan calmada como él, era la propia Pansy, que murmuraba por lo bajo al repasar el contenido de uno de sus exámenes, Herbología, le parecía, por las escasas palabras que llegaba a captar.

Por supuesto que su novio no podía dejar pasar la oportunidad de fastidiar a Ron cuando este completó su cuestionario, se lo tendió a la chica para que le echase un vistazo, y recargó los codos en la mesa, cambiando el motivo de su expresión de disgusto y fastidio al fijarse en la mesa contigua a la suya, a unos pasos de distancia.

Hermione había llegado alrededor de veinte minutos después. Ocupaba un espacio más reducido, repleto en su mayoría por libros de Runas Antiguas y tablas numéricas de Aritmancia, pero tampoco necesitaba de más, porque sólo estaba acompañada por Anthony, con quien hablaba en voz baja en esos momentos en que ninguno estaba escribiendo, tachando, o sacando cuentas con números que se dibujaban en el aire gracias a florituras distraídas de las varitas.

Puede que Harry estuviese de acuerdo en que no era ideal que su mejor amigo no despegase los ojos de la pareja y continuase con el ceño fruncido. La diferencia estaba en la manera de hacérselo saber.

—Mione es muy feliz con él —mencionó Pansy, más centrada en tachar, subrayar y hacer marcas en torno a las respuestas del pergamino del Hufflepuff, que en observarlos. Aun así, era perfectamente consciente de lo que ocurría en la mesa, como si lo estuviese haciendo—, se llevan bien y se entienden. Y sus planes son bastante parecidos.

—¿Qué se supone que significa eso? —Ron le contestó entre dientes, pero su tono era más suave que el que utilizaba para dirigirse a Draco. Ella le dedicó una rápida mirada por encima de los libros y pergaminos, casi a manera de disculpa.

—Tú entiendes, es- es aceptable salir con alguien sólo porque te guste cuando eres joven. Pero más adelante, cuando creces- cuando te haces adulto, debes pensar a futuro, en si sus vidas pueden unirse, coordinarse, si tendrán tiempo, si funcionará…

—Granger debe entender que es más sencillo, y hará su vida más agradable, si está con alguien que tenga puntos en común con ella —puntualizó Draco, sin ese deje burlón con que le había hablado antes. Ron se fijó en él y se observaron por un instante, luego se mordió el labio y bajó la mirada. Bufó.

—Sólo- —Ron meneó la cabeza y guardó silencio, recibiendo el cuestionario de vuelta cuando Pansy se lo ofreció.

—Milli me contó que a Parvati Patil le gustan los pelirrojos —añadió la chica, tras unos segundos de silencio, sonriéndole.

—¿Patil? —él parpadeó— ¿la de Ravenclaw?

—Creo que Parvati es la de Gryffindor —Harry observó a su amiga, a la espera de una confirmación, que obtuvo cuando la vio asentir.

—Es bastante bonita. Piénsalo.

No sabría decir si la expresión pensativa que puso después fue por las respuestas incorrectas en el cuestionario, o por la propuesta de la chica.

La mesa regresó a un silencio solemne, que no se interrumpió hasta que un pájaro de papel sobrevoló sus cabezas y aterrizó en el libro que Harry tenía abierto, simulando estar concentrado en una lectura sobre venenos mágicos y antídotos, a la que no le veía sentido desde hace rato. El papel se desdobló por sí solo, levitando ante sus ojos, para que pudiese leer el enunciado de la caligrafía estilizada que guardaba en su interior.

"Harry Potter, oficina de Defensa contra las Artes Oscuras. Sábado, 11:00am."

El ave falsa se consumió en fuego en cuanto terminó de leer. No quedaron ni siquiera cenizas en el encuadernado que sostenía debajo.

Frunció el ceño y dio un vistazo alrededor.

—¿Qué hora es? —Pansy conjuró un tempus, un reloj mágico en el aire, con la mano con que no escribía su redacción final de la materia de turno. Faltaban cinco para las once. Se puso de pie, agradecido por la oportunidad de sacar la cabeza de los libros y respirar un poco de aire puro por primera vez en la mañana, incluso si estaba lleno del aroma a inciensos de Ioannidis—. Ya vuelvo, Ioannidis llama.

—¿Qué hiciste? —inquirió Draco, deteniendo su proceso de meter una de las cartas al sobre y sellarlo, para observarlo con las cejas arqueadas. Harry boqueó, indignado.

—No hice nada. Ella sólo llamó.

Tras decirlo, dejó al pequeño conejo mágico en su asiento y recogió el maletín, para abandonar la biblioteca.

No se movió con prisas. No era como si tuviese ganas de regresar de inmediato a la mesa.

Deseaba tanto volver, al menos, al sexto año, recién superados los TIMO's, con horas libres. No tenía idea de qué tanto extrañaría esos días. O incluso los de primero, donde todo era emocionante, y no tenía que darle vueltas a la idea de qué sería de su vida cuando hubiese dejado esos pasillos que lo vieron durante siete años completos.

El pensamiento aún lo deprimía.

Cuando alcanzó la oficina, tocó la puerta con los nudillos y esta se abrió sola, dejando una franja de espacio entre la superficie de madera y el marco, por el que se asomó. Esa sensación hormigueante que hundía un peso dentro de su cuerpo y lo hacía dejar caer los hombros, regresó con más fuerza cuando se percató de que el conocido aroma de los inciensos no estaba.

Los mapas de las paredes fueron recogidos, los artilugios de plata y cobre estaban resguardados en cajas que se sellaban solas. La única ventana no tenía cortina, el escritorio, siempre repleto, estaba despejado por primera vez. Los estantes se encontraban vaciados de libros, el armario cerrado con su candado.

Tuvo que tragar con fuerza para bajar el nudo que se le formó en la garganta. Intentó sonreír a Dárdano, que balanceaba las piernas, sentado en el borde del escritorio. La profesora estaba haciendo unas anotaciones en un pergamino.

—¿Quería verme? —musitó, recargándose en el borde de la pared. Ioannidis asintió rápidamente, haciéndole una seña para que se aproximase. Cerró antes de avanzar.

—¿Cómo va la preparación para los exámenes, Harry? —inquirió Dárdano, entusiasmado. A pesar de las ojeras profundas, varios arañazos y moretones que tenía desde que descubrió que lo mareaba caminar tanto y pasar el mismo tiempo en el suelo que una persona normal, le sonreía.

—Bien —vaciló. Al ver que elevaba las cejas, repitió la respuesta con una mayor convicción y se aclaró la garganta—. ¿Pasó algo? ¿Ya- ya se van?

Todavía quedaban un par de semanas del año escolar. Las últimas clases de Defensa contra las Artes Oscuras, la profesora estuvo sentada en su usual puesto en el centro del salón, letras flotantes hablaban por ella. Los que no sabían del tema, por suerte, se callaron sus preguntas acerca del paradero del Augurey desaparecido; Dárdano llevaba ese tiempo durmiendo en la Sala de los Menesteres e iba a comer directamente en la cocina, bajo el permiso de Dumbledore, con quien la profesora debió discutir el tema. O quizás él lo supo desde el comienzo. A decir verdad, Harry no podía decir que tenía idea de cómo funcionaba su forma de pensar.

Sabía que la profesora no estaría presente para los EXTASIS ni los TIMO's, que serían supervisados por Snape en su lugar.

No esperaba ver la oficina desierta tan pronto. Aquello hacía que la inevitable impresión de la partida se hiciese más fuerte.

Ioannidis y Dárdano se irían. Y ellos no tardarían en hacer lo mismo.

Él emitió una risa nerviosa, pasando su mirada de la bruja nigromante a Harry, para después ponerse serio.

—Sí, nosotros- sí, no falta mucho para irnos —asintió. Harry lo imitó, de forma inconsciente.

—Espero que les vaya bien —fue lo único que atinó a decir. Dárdano volvió a sonreírle. De cierto modo, le recordaba a la manera en que Sirius lo hacía cuando lo veía.

—Circe y yo queríamos asegurarnos de que estabas bien con tus decisiones —explicó, en tono más suave—, que sientes que harás lo que quieres. Si tienes algo que quieras discutir con ella- o conmigo…

Dejó las palabras en el aire. Harry, que estaba agradecido por las orientaciones con respecto a su carrera en quinto año, meneó la cabeza.

—Hicieron mucho ya.

Ellos intercambiaron otra mirada. Dárdano se rascó la parte posterior de la cabeza.

—Bueno, pensamos mucho en esto. Los vimos crecer aquí, por casi la mitad de su vida, y es un poco- bien, sólo- toma, son para ti —se estiró por encima del escritorio, para recoger unos pergaminos y una pequeña caja, que le tendió después.

Harry temblaba un poco al recibirlas. Murmuró un agradecimiento y las observó por un momento, hasta que un divertido Dárdano lo instó a revisarlos.

Los pergaminos, al desenrollarlos, le mostraron dos contenidos diferentes. El primero, el más pequeño, tenía una serie de instrucciones y un dibujo en tinta, que le resultó similar a un croquis. Le dirigió una mirada inquisitiva a Dárdano, quien se encogió de hombros.

—Si un día necesitas respuestas, o sólo quieres tomar un descanso…puedes ir allí cuando sea —Harry asintió y lo dobló, para guardarlo.

El siguiente trozo de papel era una recomendación, firmada por Dumbledore, Snape (¿cómo lo convenció?) y la misma Ioannidis, que hacía parecer que el Departamento de Misterios tendría el honor de que él estuviese incluido en su personal, y no al revés. También lo metió al maletín.

La caja era diminuta, no superaría el tamaño de su palma abierta. Sencilla, de textura rugosa y un color rojo profundo, oscuro, idéntico al de la piedra cuadrada dentro, incrustada en un brazalete mágico que sólo se distinguía con el ángulo correcto de luz. Al moverla, lucía como si contuviese un líquido denso que oscilaba en su interior.

No tuvo que preguntar. Dárdano se inclinó hacia él, con un aire confidente, para comentarle:

—Te ayuda a dirigir la magia no verbal, la intensifica, como una varita. Adapta tu magia, por así decirlo, y te da más libertad de uso; si la utilizas con frecuencia, un día notarás que haces magia sin varita casi siempre —se rio por lo bajo cuando Harry se quedó boquiabierto—. Con suerte, sólo se hacen unas dos o tres cada cien años, así que cuídala bien. Debería ser irrompible, pero es mejor no tentar a la suerte…y tu suerte es bastante mala, así que…

Tuvo que boquear por unos segundos, antes de que su cerebro reaccionase para agradecerles, de nuevo. Él lucía bastante satisfecho con sus palabras. Ioannidis se limitó a asentir y sujetar su mano un instante, para darle un apretón.

—Y Harry —agregó Dárdano, ladeando la cabeza de ese modo que le hacía recordar a sus gestos cuando era un Augurey—, suerte. Con todo. Intenta pasar por aquí, aunque sea para hablar, antes de que terminen tus exámenes y nos vayamos.

Él prometió que lo haría.

Cuando regresó a la biblioteca esa misma mañana, otro pájaro de papel rodeó su mesa. Pero no iba en su dirección esa vez.

Draco le dio una ojeada a la nota que se consumió en fuego, arrugó el entrecejo, y lo observó en espera de alguna respuesta. Harry se encogió de hombros y lo vio partir, después de haber recogido sus pertenencias.

0—

En la noche de ese sábado, recordaría haber estado tendido en su cama, jugando a atrapar una snitch falsa, transfigurada un rato atrás, con Lep recostado en el torso y dormido, o al menos, a punto de hacerlo, cuando la puerta del dormitorio se abrió y cerró con un estruendo; supo que era imposible que fuese el tranquilo y silencioso Nott, incluso antes de que los pasos apresurados encontrasen el camino hacia su dosel y lo corriesen sin reparos.

Draco tenía la respiración agitada, el rostro enrojecido por el esfuerzo de haber corrido hasta allí, una sonrisa vacilante a la que no le atribuyó ningún motivo, hasta que lo vio apretar los párpados un instante.

Ahogó un grito cuando se percató de que las raíces de su cabello se oscurecían más, y más, y más, cada mechón se teñía de negro despacio. Cuando volvió a parpadear, su iris pasaba de gris a miel, luego a castaño, después era azul brillante. Se levantó de un brinco, dejando al conejo sobre su almohada, y lo observó con incredulidad. Draco se echó a reír.

—¿Cómo…? ¿Qué…? Pensé que el Legado no te dejaría volver a hacer algo así…

—No me deja —negó—. Ioannidis —fue su respuesta, al levantar el brazo. Llevaba un brazalete traslucido, que contra la piel pálida, sólo hacía destacar la redonda piedra verde y clara.

El domingo de esa semana, por un acuerdo mutuo y silencioso, ambos pasarían por la oficina de la profesora, cooperarían levitando algunas cajas y sellando otras, Draco recibiría un par de libros en nombre de Pansy, que Ioannidis sabía que le interesaría tener, y tomarían un té negro y amargo, al que debieron echarle demasiada azúcar para poder pasarlo, junto al escritorio de la bruja.

0—

Bonnie fue quien les colocó las coronas de laureles en la cabeza esa última noche en Hogwarts. Draco, por un sentido retorcido y muy suyo de la cortesía, no hizo ningún comentario que molestase al joven centauro por una vez.

El Bosque Prohibido estaba de fiesta. Si alguien le hubiese preguntado la razón a Harry, él habría puesto una expresión confundida y brindado alguna respuesta vaga, poco precisa. No creía que su novio tuviese una idea más clara de las razones, y Luna, que hacía de invitada especial vestida de dorado de pies a cabeza, no les contaría sus motivos secretos y misteriosos relacionados a las estrellas y otros aspectos de la adivinación.

La entrada se encontraba abierta para quienes ellos quisieran llevar consigo, así que no era ninguna sorpresa que Pansy estuviese escuchando embelesada a Firenze y Hermione los siguiese, sin dejar de hacer preguntas sobre el funcionamiento de la aldea, las propiedades del Oráculo, la estructura de la Vidriera. Ron, llevado de un lado al otro por una entusiasta Luna que le contaba anécdotas aparentemente al azar de la historia de los centauros y el bosque, era el único que no sabía si verse desorientado o maravillado por su primera y última visita a la aldea, más cambiada que nunca.

Las calles estaban rodeadas de hileras de flores en ambos lados, los senderos recubiertos de pétalos. Las ventanas y puertas de las casas-árboles fueron adornadas con cintas, lianas y enredaderas, de plantas mágicas que sólo florecerían durante esa noche, tintineantes como campanas, emitiendo un aroma dulce y fresco. Incluso los centauros más pequeños se correteaban, con total libertad para acercarse a los humanos invitados a la celebración. Harry encontraba más que adorable que uno bajito y pelirrojo persiguiese a Ron por la aldea, y otro hubiese chocado con su pierna y formado pucheros al disculparse.

La Vidriera estaba iluminada desde adentro, por lo que sus múltiples cristales lucían como un espectáculo de luces y colores cambiantes, más similar a un caleidoscopio que a un espacio destinado a observar el cielo nocturno. El Oráculo se encontraba encendido cuando llegaron; por una vez, su magia libre de vagar por la aldea, llenaba el aire de líneas doradas y blancas, que se enroscaban, retorcían, dibujaban imágenes de todo tipo. Personas, animales, escenas.

Cuando Pansy distinguió una representación difusa de una boda, de las proyecciones sueltas del Oráculo, Harry no tardó en verse arrastrado a través de la multitud, las decoraciones y la música de los flautines, para observarla con ella. Su amiga estaba tan fascinada con las imágenes que no tuvo más opción que quedarse a un lado y discutir, a modo de broma, en un intento de adivinar quiénes eran las personas que se dibujaban en la imagen y cuándo ocurriría ese suceso. Si es que llegaba a pasar.

Sólo fue liberado cuando Luna y Hermione capturaron la atención de Pansy, otra vez. Vagó durante unos momentos entre los centauros alegres, antes de localizar a su novio.

Draco estaba de cuclillas en un área alejada, mirando, con expresión pensativa, una escena donde un par de niños jugaban a perseguirse. Era difícil reconocer sus facciones por el movimiento de las líneas, lo borrosas que se hallaban, pero podría jurar que uno tenía el cabello despeinado que era tan natural en los Potter, y tuvo que hacer una pausa, boquiabierto, para considerar si en verdad acababa de ver lo que creía que era.

Avisándole de su presencia con un carraspeo, se dejó caer a un lado, sentándose en el suelo. Él lo observó de reojo y siguió abstraído en su tarea, los ojos entrecerrados, en señal de concentración.

—¿Qué se supone que estás viendo? —preguntó, sólo para no quedarse con la duda. Draco sonrió.

—Nada por lo que debas preocuparte —Harry estaba a punto de replicar, cuando él tomó asiento en el piso también y apoyó la cabeza en su hombro. Suspiró y decidió que podía dejarlo pasar, besándole la frente, en cambio—. Harry —llamó con suavidad, tras unos instantes.

—¿Hm?

—Mañana nos graduamos.

—Sí, ya sé.

Ninguno sonaba tan entusiasmado como supuso que alguien debería estarlo cuando se encontraba así de cerca de acabar una etapa de su vida.

Escucharon la música que llenaba la aldea durante un rato. A lo lejos, Pansy jalaba a Ron para hacerlo bailar con ella, a pesar de sus protestas avergonzadas y las respuestas negativas, Luna aplaudía para alentarlos. Hermione mantenía una conversación con Firenze, que debía interesarle, por la manera en que lo observaba con ojos enormes, curiosos.

—Harry.

—¿Hm? —repitió, con cierto deje de diversión.

—Será muy extraño saber que no estaremos en el andén el primero de septiembre, y no habrá paradas en el Callejón Diagón. Y no volveremos a estar aquí para ganar otra Copa de Quidditch por los Sly. ¿Recuerdas cómo era tener un cuarto para ti solo todo el año? ¿No ir hacia la Sala Común y escuchar a los demás, desayunar en un comedor común a mitad de la primavera, y no ver las lechuzas que dejan caer los paquetes?

Su respuesta se demoró unos segundos en llegar.

—Supongo que nos vamos a acostumbrar —fue lo que se le ocurrió—. Será extraño al comienzo, pero sí, con el tiempo será lo mismo, igual que cuando nos costaba dormir lejos de casa en primer año.

—Pero entonces te quedabas dormido sobre mis piernas o hablabas conmigo hasta que te daba sueño.

—O salíamos a recorrer el castillo —recordó. Si la voz le tembló un poco, ninguno dijo algo al respecto. Draco asintió, distraído.

—Creo que se me hará difícil dormir sin tus ronquidos.

—Yo no ronco —protestó. Draco ahogó la risa, recargándose de nuevo en él. Su mano buscó una de las suyas, y pronto sus dedos jugaban en el reducido espacio que quedaba entre ambos.

—Sabes que no era eso lo que estaba diciendo. Ni lo que tendrías que contestar.

Harry resopló.

—¿Recuerdas que te dije que te pediría dos cosas cuando estábamos en casa de Luna? —aguardó el sonido afirmativo para continuar:—. Quiero hablarte de la segunda ahora, tuve tiempo para pensarlo.

Con otro asentimiento, Draco se apartó lo suficiente para verlo. Retrasando lo que tenía en mente, le sujetó el rostro con su mano libre, echándole algunos de los mechones de cabello que ya le superaban los hombros, detrás de la oreja, y se inclinó para darle un beso. Su novio lo recibió y le siguió la corriente, con una ligera sonrisa que sintió contra los labios.

—¿Entonces? —inquirió, divertido. Permanecían tan cerca que podía sentir su respiración rozarle la cara.

La aldea de los centauros no tenía árboles de copas tan densas como para retener cada uno de los rayos de la luna. Draco lucía increíblemente pálido bajo su luz. No era un descubrimiento reciente, pero no podía explicar por qué aún lo hacía sonreír cuando lo pensaba.

El amor es la luz de luna, Harry. Y él sabía que había encontrado el suyo.

—¿Todavía está en pie lo de viajar contigo?

La manera en que su expresión cambió, la sonrisa que puso, cómo lo miró, sin duda, podía haber valido el mundo entero.

Draco soltó su mano y le rodeó el cuello con los brazos, reteniéndolo cerca.

—Sabes que sí —murmuró sobre sus labios. Harry también sonrió.

—Pues deberíamos pensar a dónde ir primero.

Asintió un par de veces.

—Deberíamos.

0—

El enorme perro negro se abalanzó sobre él al mismo tiempo que el flash de una cámara lo cegaba. Entre protestas débiles y risas, intentó cubrirse los ojos frente al resplandor insistente, batalló para sostener el peso de padfoot con su otro brazo, porque había decidido que ponerse en dos patas, ensuciándole la túnica, y lamiéndole la barbilla con entusiasmo, era la única forma apropiada de celebrar su graduación.

—¡Padfoot, ya! ¡Padfoot! ¡Pads! —trastabilló hacia atrás ante el peso del perro, que dio un ladrido alegre, y se apartó de él, sólo para ir hacia su siguiente víctima. Draco gritó de una manera poco digna para un Malfoy cuando fue su segundo objetivo y sintió el repentino peso del can sobre la espalda, empujándolo hacia adelante.

—Sigo yo —declaró James, avanzando a través de la multitud de familiares y estudiantes, con los certificados mágicos todavía en mano, para sostenerle las mejillas y besarle la cabeza, quejándose por lo bajo de que padfoot lo hubiese lamido tanto. Harry le recordó que ya era un adulto, en vano, se dejó arrastrar por su abrazo, al que no tardó en unirse Lily, colgándose de ambos y conteniendo el llanto a duras penas.

Recordaría los momentos posteriores a su graduación como una secuencia desordenada, que se alternaba entre su madre diciéndole que estaba orgullosa, los abrazos, las palmadas en la espalda, las fotografías. Daphne reuniendo a los Sly de todo su curso para una foto grupal en la entrada del castillo, los chicos quejándose de que Snape se negase a unirse a ellos, Draco llevando a su padrino a empujones hacia el centro del conjunto de estudiantes, para que saliesen junto a su Jefe de Casa en la siguiente.

Pansy abrazándolo con fuerza suficiente para romperle los huesos, el clan Weasley derribándolo, porque estaba más que claro que todos tenían que estar presentes en la graduación de su muchacho más joven y el miembro honorario de la familia. Molly se ahogaba en lágrimas y felicitaciones, pañuelo en mano. Ginny se burlaba de su túnica de cuello alto, pero cuando llegó el momento de sincerarse, ella también lo abrazó y estuvo a nada de soltar un sollozo, justo como su madre.

Luna poniéndole uno de sus collares, alegando que estaba destinado a darle buena suerte en el futuro. Hermione se enganchó a uno de sus brazos y no lo soltó hasta que se sintió segura de que no se echaría a llorar como la mayoría de los familiares y conocidos que estaban en la reunión. Ron le hacía muecas divertidas cuando creía que nadie se daba cuenta, mientras conversaba con su grupo de Hufflepuff, antes de lanzarse sobre él también, en uno de esos abrazos rudos y afectuosos que daban los Weasley.

También recordaría la manera poco sutil en que se metió en medio de Draco y Charlie Weasley, ganándose unas carcajadas del pelirrojo, que le revolvió el cabello a modo de saludo. Y a su novio quejándose, para quitárselo de encima, cuando hizo ademán de besarlo, bajo la excusa de que pads ya lo había ensuciado todo, por lo que forcejearon entre risas durante largo rato. No sabría, hasta horas después, que alguien había tomado una foto de ese momento en que lo estrechó con fuerza y Draco escondió el rostro en su hombro, susurrando que lo amaba.

Cuando tenía que irse, Harry se detuvo un instante más de lo justo en la salida del castillo. El tren esperaba para llevar a los de séptimo y sus acompañantes al andén, los otros años se fueron un día antes.

Sonrió al darse cuenta de que, en realidad, no podía albergar sentimientos negativos en ese momento. Sosteniendo la mano de Draco, lo jaló hacia el tren que soltaba el tercer llamado a subir, el último que escucharían de esa locomotora en muchos años, para unirse al resto de sus amigos y familia dentro.

Así, terminaron Hogwarts.


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