Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo siete: De cuandHarry (y Draco) se mete en problemas por primera vez

Desde su posición, Harry podía escuchar perfectamente el sonido de pasos y murmullos que rompían con el agradable silencio de la habitación. Motivado por la curiosidad, corrió la cortina del dosel, encontrándose con un Draco pulcramente vestido, peinado y calzado. Su amigo practicaba un hechizo de levitación con el pequeño conejo, que olfateaba el aire y ladeaba la cabeza cuando lo hacían flotar, como si se preguntase qué era lo que sucedía.

La ventana del cuarto mostraba el fondo del Lago Negro, pero incluso de esa forma era evidente que aún no amanecía. Y si las ventanas de las mazmorras fueran más normales y se pudiera ver las afueras del castillo, notarían el cielo oscurecido. Lo que significaba que se había levantado más temprano de lo necesario.

En ese momento, su otro compañero de habitación salía del baño, luciendo parte del uniforme; le faltaba la túnica. La buscó hasta encontrarla en el fondo de su baúl y se la colocó, mientras conversaba con Draco entre susurros que, por lo que creyó escuchar, tenían relación con el encantamiento.

Por lo que escuchó la noche anterior, cuando dejó de perseguir a su amigo por los pasillos, los Slytherin tenían cuartos organizados acorde al número de ingresos. Según esto, tenían años mejores, en los que entraba una cantidad considerable del alumnado, y otros no tan buenos, en los que un cuarto sobraba; el cómo sabrían cuántos eran, para prepararse, resultaba un misterio que ni siquiera los Prefectos podían descifrar. Ellos se quedaron en una habitación de tres camas, organizadas de tal manera que quedaban como una especie de triángulo, los espacios de cada uno divididos por una mesa de noche y un armario enorme, de madera tallada —que él no utilizó, porque ya tenía su baúl, ¿para qué lo necesitaba? —, pero sabía que otro grupo de niños de su edad permanecía en un cuarto cercano, en alguna parte de las mazmorras.

Dado que Harry continuaba sentado en la cama, tallándose los ojos, bostezando, y sin poder creer que los otros dos estuviesen tan despiertos, pudo notar que su amigo tenía el bolso de piel de dragón, que le presumió durante días, listo y colgando de uno de los postes de la cama. Los libros, las plumas, los pergaminos, todo lo que necesitaba, estaba ahí. De forma vaga, creía recordar haber visto que lo preparaba durante la noche, antes de que él entrase al baño, y el vapor, en contraste con el frío de las mazmorras, le diese más sueño.

Draco alista su bolso en la noche, agregó al registro imaginario. Por entonces, aún no se le había ocurrido pensar que no sería el único dato nuevo que obtuviese.

—Potter —lo saludó al percatarse de su presencia, abandonado los encantamientos para dejar que el conejo mágico se acurrucase entre sus brazos, en donde se convirtió en un segmento de la tela, del que sólo destacaban los ojos plateados con que imitaba los de su dueño.

—Buen día —escuchó la voz suave y baja de Nott, que no miró a ninguno de los dos mientras preparaba su propio bolso, pero era claro que también notó que se acababa de despertar.

—Sí, uhm, hola —Harry titubeó y se encogió al ver que su amigo rodaba los ojos.

—Tenemos Transformaciones a primera hora, Potter.

Se fijó en Draco y parpadeó, quizás, demasiado adormilado para comprender por completo lo que le decía. Una parte de su cerebro le advertía de que las cejas alzadas del niño eran un gesto de pura incredulidad y exasperación.

—Primera clase de Transformaciones, Potter. De todo el año. La primera impresión que la subdirectora tendrá de nosotros —sonaba a que era importante, o al menos, a que debía importarle, pero Harry sentía el cálido y acolchado refugio de las cobijas, que lo cubrían de cintura para abajo, por encima del pijama de snitches, y los párpados le pesaban, por lo que era todavía más difícil de lo usual distinguir las siluetas sin los lentes.

Volvió a bostezar, no se cubrió la boca. La almohada que le impactó el rostro, por ser un ataque sorpresivo, lo envió hacia atrás, y lloriqueó cuando se golpeó la cabeza con uno de los postes del dosel.

Le pareció que Nott musitaba lo que sonó a "tengan cuidado, chicos" y Draco le pedía disculpas entre dientes. Si llegó a pensar que aquella era su salvación, fue sólo por ingenuidad.

En el preciso instante en que su compañero de cuarto anunció que iría a desayunar y se retiró, Draco se cruzó de brazos, sujetando la varita en una de sus manos y observándolo con los ojos entrecerrados. El gesto lo hacía lucir demasiado Malfoy, los ojos que advertían sobre una reprimenda segura, muy del estilo de Narcissa para el gusto del niño. Se sintió intimidado hasta que notó a Lep. El conejito se había separado de la túnica y agitaba las orejas como si fuesen alas, usándolas para mantenerse en el aire, por encima de uno de los hombros de su dueño.

Era perturbador ver al conejo volar. Y adorable. Perturbadoramente adorable; Harry sólo atinó a señalarlo y reírse.

El siguiente almohadazo  lo vio venir. No evitó que lo hiciese rodar por la cama hasta caerse.

Draco tiene fuerza para lanzar cosas, continuó. ¿Cómo es que nunca se dio cuenta las veces que jugaron al Quidditch y le era imposible retener la Quaffle que él arrojaba?

Harry, en el frío suelo de piedra y sintiendo los débiles espasmos del dolor de la caída, habría jurado que le saldría un hematoma.

—Tienes cinco minutos para estar listo, o me voy a ir sin ti —le espetó su amigo, en una voz tranquila que era mucho, mucho peor que un reclamo fuerte.

Al tiempo que se ponía de pie e intentaba dar con los lentes, para que el mundo dejase de ser un borrón de color que le daba vueltas, consideró si había sido buena idea desear ir a la misma Casa que Draco.

Lo siguiente que supo fue que, después del esfuerzo sobrehumano que suponía pasar por el baño y desenterrar el uniforme desde algún punto en el fondo de su baúl, corría por las escaleras detrás de su amigo, y comenzaba a hacerse una idea de por qué los dos niños con los que compartía cuarto  se tomaron la molestia de desempacar y reacomodar en los armarios de Slytherin.

El cabello rubio de Draco era como una luz guía en medio de las piedras de las mazmorras, al menos para él, que llevaba los lentes en una mano, saltaba por los escalones e intentaba colocarse el zapato que le faltaba con la otra. La Sala Común estaba vacía, y si el poco sueño que sentía era una pista de la hora que era, no lo sorprendía.

Draco se detuvo junto a las escaleras que ascendían como un arco, similares a las de la Mansión, y guiaban hacia el dormitorio de las niñas, oculto a la vista detrás de una pared de roca, un pasadizo y un estante de libros. La figura que salió unos segundos más tarde, la reconoció como Pansy, sólo cuando pudo colocarse los lentes.

Su amiga llevaba impecable el uniforme que gritaba "nuevo y de calidad", el cabello recogido en un tocado que resaltaba sus similitudes con la tía Amelia y al Puffskein en uno de sus hombros, acurrucado entre los pliegues de la túnica.

Si pensó que se habría librado del afecto maternal por estar lejos de Godric's Hollow, fue porque no se esperaba que Pansy comenzase a hacerle preguntas sobre cómo durmieron, cómo era su cuarto, si tenían hambre. Tampoco esperaba que le acunase el rostro y le diese un beso en la frente, justo sobre la cicatriz inusual que poseía.

Harry se sintió ruborizar y se encogió ante la mirada examinadora de la niña que, sacudió la cabeza y repitió el gesto con Draco. Su amigo intentó, en vano, apartarse.

—¿Lo hiciste correr? —sonaba a que contenía la risa, cuando volvió a estar frente a Harry. Con manos indecisas, le acomodaba el cuello de la túnica, la cerraba y le anudaba la corbata. La escuchó decir "sí, sí, creo que así está mejor", antes de sonreír.

—Se despertó tarde —fue la única respuesta de Draco, que comenzó a caminar hacia la salida de la Sala Común, sin mirar atrás, y con el conejo volador siguiéndolo.

Pansy y Harry intercambiaron una mirada, se rieron, y fueron detrás del niño.

—Draco, ¿sabes que tu conejo está volando? —ella señaló a la criatura cuando estuvieron en el pasillo fuera de la Sala Común, y este empezó a revolotear sólo alrededor de la cabeza del dueño, con una distancia considerable de por medio.

—Sí —contestó escuetamente.

—¿Por qué?

—No tengo idea. De repente se puso a volar.

Pansy emitió una risa silenciosa y Harry tuvo que morderse el labio cuando el conejo descendió, se mimetizó con el cabello de su amigo, y volvió a elevar el par de orejas largas, que se veían como propias de él. Ninguno le dijo nada, pero en algún punto del trayecto al Gran Comedor, Draco lo captó por su cuenta, jaló una oreja, y comenzó a hablarle entre dientes a la criatura, sosteniéndola en una mano.

Lep volaba, de nuevo, cuando ingresaron al lugar.

Aparentemente, ver a un niño de once años ser perseguido por un conejo volador, no era noticia de todos los días. Ni siquiera en Hogwarts.

Los pocos estudiantes mayores que estaban apostados en las diferentes mesas cuando entraron, miraron la escena, parpadearon varias veces y comenzaron a murmurar entre ellos. La niña despeinada que viajó con los Weasley, a la que divisó en un lugar apartado de la mesa de Ravenclaw, observó el trayecto del conejo desde que entraron hasta que el dueño se sentó y Lep dejó de balancearse en el aire, luego se bebió el contenido de su taza de golpe y se concentró en un libro.

A Nott, que cuchareaba un plato de avena cuando tomaron asiento, no podría haberle importado menos. Dio un vistazo a la criatura, luego a Draco, y les comentó con calma qué opciones tenían para comer.

Pansy los mantuvo entretenidos con una conversación fluida acerca de lo ocurrido en el dormitorio de las niñas —quiénes estaban con ella, cómo era el cuarto, que una comenzó a llorar porque extrañaba a sus padres, lo que, en su opinión, demostraba que no tenía una buena crianza de sangrepuraen un admirable despliegue de habilidades, que le permitía comer un bocado, beber un sorbo de leche y hablar, en una cadena, que no la hacía parecer maleducada ni desatender ninguna de las tareas. Draco, que estaba junto a él, comía de su plato de huevos revueltos y daba un manotazo al aire para apartar a Lep de la bandeja de salchichas, sin despegar la mirada de su amiga más tiempo del necesario.

El conejo mágico tenía las patas traseras apoyadas en una de sus piernas, estaba semierguido, de modo que la cabeza le quedaba en el borde de la mesa. Harry oía las suaves reprimendas que le daba por eso.

—Quédate quieto. No te vayas a subir. Sin saltar. Leporis, no comas eso, no seas caníbal. Las salchichas son de ratones, rata fea.

No pudo evitar un resoplido de risa cuando escuchó la última. Él se percató y lo observó con una ceja arqueada, en una interrogante silenciosa. Pansy, que acababa de terminar su relato y se sumió en una breve plática con Nott, lo imitó.

—Dijiste que las salchichas son de ratón —se encogió de hombros, sin saber cómo explicar por qué le hacía gracia. Notó que Draco daba otro manotazo para alejar a Lep del mismo alimento.

—Madre dice que lo son —aclaró con una voz tensa, que le advertía de no contradecirla, y la verdad era que Harry nunca lo habría hecho. No a la tía Narcissa.

Asintió despacio, viendo que su amigo volvía a concentrarse en la comida y en mantener a su mascota lejos de esta. Pansy lo distrajo con una introducción a la Transfiguración, que leyó en uno de los libros que les pidieron antes de iniciar el curso, a la que apenas prestó atención.

A medida que el Gran Comedor se llenaba y la mañana avanzaba, el bullicio también creció, y con este, el número de estudiantes que apuntaban a sus amigos. Como se dio cuenta durante la Selección, los Slytherin no se mantenían alejados; varios estudiantes de segundo y mayores se les sentaron cerca y les dieron sus recomendaciones para tratar con McGonagall, la profesora de la primera clase que tendrían. Pansy estaba a punto de dar saltos de la emoción por la atención, y era incapaz de contener su sonrisa. Draco mantenía el rostro sereno, pero él lo percibió tensándose conforme transcurrían los minutos.

Estaba seguro de que casi todo Hogwarts estaba ingresando al comedor cuando su amigo se puso de pie. Si sólo tenerlos cerca de él atraía miradas, que Lep hubiese elegido ese momento para remontar el vuelo a su alrededor, no fue de mucha ayuda al pasar desapercibidos.

—Si vamos a ver a tu Augurey, tendrá que ser antes de que comience la clase —indicó en voz baja; como si hubiese presionado un interruptor al decirlo, Pansy ahogó un jadeo, apresurándose a recoger su bolso, junto al Puffskein, y levantarse también.

Ella, a diferencia del heredero Malfoy, no se alejó de la mesa hasta que vio que Harry los seguía, pero en cuanto puso un pie fuera del comedor, aceleró el paso, dejando una marcada diferencia de al menos dos metros entre los tres.

—¿Fénix regresó? —se inclinó hacia un lado al preguntarlo, haciendo referencia al nombre que ella le había puesto al pájaro. Caminaba hombro con hombro con Draco, así que sintió su sacudida leve al asentir, casi como si hubiese sido propia.

—No sólo eso, sino que le trajo algo de madre.

Harry frunció un poco el ceño.

—¿Qué le envió la tía Narcissa, el primer día apenas?

—Creo que sé qué es —hizo una breve pausa, en la que Pansy los instó a ir más rápido y comenzó a subir por un tramo de escaleras de dos en dos—, pero quisiera estar equivocado.

—¿Tú? ¿Quieres estar equivocado? —sonrió con sorna. Draco hizo chocar sus hombros, de forma débil.

—Si es lo que creo, tú también querrás que me haya equivocado por una vez.

Se limitó a encogerse de hombros y caminaron en silencio por un pasillo que desconocía, ya fuese porque estuvo más atento a corretear a Draco durante el recorrido, o porque no estaba en la dirección en que los guiaron. Tuvo el impulso de buscar el Mapa del Merodeador, hasta que recordó que su amigo lo tenía, en alguna parte, desde que decidió que era más seguro, para que Lily no lo encontrase, que él se lo quedase. Pansy, sin embargo, parecía tener una idea de hacia dónde iba; en una sola ocasión, giró, atravesó un corredor, luego se quejó y los hizo volver sobre sus pasos.

Estaban por alcanzar la torre de la Lechucería, cuando Harry pensó que también podía visitar a Hedwig, ya que estaba por ahí. Y después recordó el viaje en el expreso. Una idea comenzó a formarse dentro de su cabeza.

Hizo chocar su hombro con el de Draco para llamarle la atención, este lo vio con una ceja arqueada.

—Lo hiciste a propósito, ¿verdad?

Una luz brilló en los ojos de su amigo. Harry estuvo a punto de decir "te atrapé" y sólo pudo reír por lo bajo.

—No sé de qué hablas, Potter —casi sonrió, y su mirada viajó hasta Pansy, que se sujetaba la túnica por los bordes al saltar de un escalón al siguiente.

—Lo sabes, lo del comedor. Pararte tan temprano, arrastrarnos allí, prácticamente salimos corriendo cuando empezó a llenarse con los otros estudiantes.

Draco se mantuvo en silencio. Cuando llegaron a la Lechucería, le tendió los brazos a Lep, que lo tomó como una invitación para descender y acurrucarse; el conejo se mimetizó con la tela de la túnica, hasta que sólo quedó un bulto, apenas distinguible.

Harry rodó los ojos y se adelantó para saludar a su lechuza blanca, que ululó a modo de bienvenida, e inclinó la cabeza para permitir que le acariciara el plumaje. A unos pasos de distancia, su amiga estiraba el brazo para recibir al pájaro negro, que tenía una diferencia considerable de tamaño con la cría que recogieron durante el mes de junio. Llevaba un paquete, notó.

Draco se mantuvo un poco más atrás por un momento. Lo vio acercarse cuando Hedwig estaba cerrando el pico en torno a una de sus mangas y lo jalaba, Harry se rio y le brindó más caricias en los costados.

—¿Por qué elegiste la blanca, entre todas las que había? —la voz del niño, mezclada con los alaridos de las aves y el sonido de la brisa a esa altura, tenía un efecto relajante, que él no habría sido capaz de explicar.

Me recordó a ti. No pensaba decírselo.

—¿Por qué  elegiste a Lep?

Él lo miró como si se hubiese vuelto loco.

—La rata se me subió encima y madre insistió, no es que haya tenido muchas opciones.

Como si supiese que hablaban de él, Lep se estiró lejos del agarre de su dueño, el cuerpo regresando a la normalidad a medida que se apartaba, y volvió a volar alrededor de Draco, que observó el trayecto que marcaba unos segundos y luego bufó.

Hedwig reclamó su atención, de nuevo, al mordisquearle un dedo sin fuerza. El niño le sonrió y jugó con una de las plumas del ala.

—¿Tienes que poner esa cara de tonto por tu lechuza, Potter?

Estaba por replicarle con un comentario igual de desagradable, cuando se dio cuenta de que Draco tenía esos ojos tristes de nuevo. Pensó en la tienda de mascotas, la determinación del otro de llevarse un búho imperial, e intentó imaginarse, no por primera vez, cómo se sentiría si su padre estuviese en Azkaban. Nunca podría hacerse a la idea de una vida sin James.

—Es muy suave, tócala —sujetó una de las manos del niño para llevarla hacia la lechuza, que se sacudió y ululó, pero después permitió el contacto. Draco se tensó e intentó apartarse, aunque él no lo dejó.

—Potter, suéltame, no...—se calló cuando Harry cerró su mano sobre la de él, y esta, a su vez, en las plumas del ave. Los dos jugaron con una de las plumas de mayor tamaño al mismo tiempo.

El flash de la cámara los sobresaltó a ambos. Hedwig emitió lo que sonaba a un ululeo indignado y echó a volar lejos, en dirección a uno de los huecos para las aves.

Draco tenía las mejillas ruborizadas cuando se giraron y encontraron a Pansy con una cámara en mano, mientras les sonreía. La fotografía recién tomada brotaba de la parte inferior, y el Augurey volaba en círculos sobre ella, proclamando un cántico sombrío con un toque espeluznante.

—¿Eso es lo que creías? —no pudo evitar susurrar, al percatarse de que la niña ensanchaba su sonrisa al examinar la foto.

—Sí —su amigo arrugó la nariz, en ese gesto de desagrado que tan bien le conocía.

Pansy se acercó dando pequeños saltos y les tendió la fotografía. Lucía como si acabase de conseguir un logro que la enorgullecía. La imagen contentó a la parte de Harry que solía fijarse en sus ojos tristes.

—Genial, foto en la Lechucería. Debo verme encantador entre las plumas y el excremento de pájaro —musitó Draco, cruzándose de brazos y caminando lejos de ellos. Harry fue quien recibió la foto.

En la imagen, se veía, como decía su amigo, que estaban en un sitio repleto de pájaros, aunque no se enfocaba en estos. Hedwig era un punto blanco, casi por completo escondida detrás de las siluetas de ambos, pero se distinguía con claridad cómo Harry llevaba la mano de su amigo al plumaje de la lechuza para que la acariciase. Y también la manera en que el rostro de Draco se suavizaba y esbozaba una sonrisa ligera, una que no notó, justo en el segundo anterior a que el flash se escuchase.

—Me gusta.

—A mí también —Pansy sonrió, giró sobre sus talones y le acarició la cabeza al ave negra, antes de caminar detrás de Draco, escaleras abajo, de regreso al castillo—, te la puedes quedar. Tendremos muchas, muchas más.

Harry guardó la fotografía en uno de los bolsillos escondidos de la túnica, se despidió de Hedwig con un gesto y los siguió.

—¿Se la pediste a la tía Narcissa? —preguntó al descender por los escalones. Su voz resonó, fuerte y con ecos, por las paredes de piedra, al igual que lo hacían los pasos de Draco, por delante de ellos.

—Es el mismo tipo, no la misma cámara. Le prometí una foto cada semana, con mi carta, si no se lo contaba a Draco —ella se encogió y se rio, mientras ocultaba la cámara entre su uniforme.

—Él ya lo sabe.

—Bueno, él siempre lo sabe, pero yo tengo mi cámara y la tía Narcissa tendrá sus fotos, y si logramos un montón de cosas, estaré lista para tomarles fotos.

—¿Quién es la ambiciosa ahora?

La niña le dio un débil empujón al llegar al final del tramo de escaleras. Draco había hecho una pausa, supuso, para intentar descifrar por dónde llegarían al aula.

Los llevó alrededor de media hora, dos giros en las esquinas equivocadas, un momento de desesperación absoluta porque Draco pensó que llegarían tarde, a pesar de lo temprano que era cuando salieron de la Sala Común, y una misión de "exploración", lo que implicaba empujar a Pansy en dirección a un estudiante mayor, para que le hiciera pucheros y obtuviera las instrucciones para alcanzar su destino. Lo último funcionó.

Faltaban diez minutos y el salón continuaba casi vacío cuando llegaron. Se apropiaron de una mesa alargada, que compartieron ambos, y la niña ocupó el puesto junto al pasillo de la que quedaba contigua, junto a otra Slytherin, que por el saludo que escuchó, se llamaba Millicent.

Dado que sólo había un gato atigrado, sentado sobre el escritorio, Harry no se preocupó por hacer silencio y se rio con fuerza cuando Draco emitió un sonido frustrado, incapaz de quitarse a Lep de encima, que quería hacerse una parte de su uniforme o acurrucarse en el espacio entre su hombro y cuello.

En el momento en que el gato del escritorio dio un salto hacia adelante, y una mujer tomó forma, no fue el único en ahogar un grito. La bruja, de lentes de media luna y ancha túnica, observó a los estudiantes que llegaban tarde y pretendían ocupar los asientos sin buscar a la profesora, luego a ellos.

—Señor...¿Malfoy? —entrecerró los ojos. Harry sintió al niño ponerse rígido a su lado; por una reacción reflejo, deslizó una mano por debajo de la mesa y sujetó una de sus mangas.

Draco asintió, despacio.

—¿Profesora?

—Si es tan amable de decirle a su cambiaformas que se mantenga quieto el resto de la clase...—dejó las palabras en el aire. El aludido contuvo el aliento y extendió un brazo para Lep, que se posó y se convirtió en parte de la tela del uniforme, dejando sólo los ojos como prueba de que continuaba ahí.

La mujer asintió en señal de aprobación y se dio la vuelta, para dar inicio a la clase. Detrás de sí, el apellido de su amigo dejó un coro de murmullos.

—No los escuches —susurró. Percibió el momento exacto en que Draco se apartó de su agarre, le dio un suave apretón a su mano y dejó el brazo por encima de la mesa, para coger la pluma.

—No lo hago —le contestó, en cambio, tan sereno que habría sido imposible decir si se trataba de una mentira.

—Bienvenidos a la primera clase de Transformaciones. ¿Qué son las Transformaciones? Es un arte de la magia que se sirve de las habilidades de observación del taumaturgo para...

La profesora, McGonagall, se presentó unos minutos después, dio una charla introductoria y teórica sobre la materia. Nada de hechizos, aunque sí les asignó una investigación respecto a los conceptos básicos, para que los tuviesen más claros, e hizo una clara demostración al tomar su forma animaga, otra vez, delante de una clase que soltaba jadeos de distintos grados de admiración; a él le recordó a Sirius.

Harry desenrolló un pergamino y garabateó encima, palabras y frases sueltas de lo que la mujer les explicaba e hizo dibujos en los bordes del papel, carentes de sentido. Tenía el codo apoyado en la mesa, la barbilla en la palma, cuando sintió el primero de tres empujones. Lo ignoró.

Al segundo, miró hacia Draco.

—Dame espacio, Potter —masculló su amigo, que en cada oportunidad en que alcanzaba con la pluma el final de la hoja, chocaba con él. Volvió a hacerlo y ambos emitieron débiles quejidos.

Él se apartó lo necesario para evitarlo. Draco es zurdo, añadió al registro imaginario. El heredero de los Malfoy permanecía erguido al hacer anotaciones, por lo que la única forma de darse cuenta de que en verdad sí ponía atención, era el movimiento leve de sus ojos al volver la vista del papel a la profesora, y el rasgueo de la pluma, guiada por los giros casi imperceptibles de su muñeca.

El pergamino, notó, estaba lleno de palabras claves, unidas por líneas sencillas y dobles, con tachados, círculos y flechas diminutas, que conformaban un patrón complicado e imposible de leer para él. Harry llegó a pensar que incluso había partes en otro idioma, que no tenía relación a lo que ella les explicaba.

No supo que sonrió un par de veces, mientras lo miraba, hasta que sintió una ligera patada en la pierna.

—No te voy a repetir las cosas que dice porque no prestas atención, Potter —apenas movió los labios al hablar, la expresión en blanco marca Malfoy continuó sin una sola grieta, pero lo oyó firme y claro.

Después hizo un esfuerzo por ignorar los débiles murmullos a sus espaldas y comprender algo de la clase. Era, para su mala suerte, más interesante ver la manera en que Draco fruncía el ceño en una expresión de absoluta concentración frente a los términos que la profesora usaba, sólo para después darse cuenta de que tenía una "mueca", obligarse a relajar el rostro y repetirlo momentos más tarde.

Al finalizar la clase, se levantó rápido y comenzó a recoger el pergamino sin cuidado, concentrado en que pudiese devolverlo al bolso, y no en si se doblaba. Su amigo lo regañó hasta que el ajetreo de los otros estudiantes se convirtió en un ruido lejano y el carraspeo de una garganta los hizo levantar la vista hacia la imponente mujer que se acababa de parar frente al escritorio.

—Señor Malfoy —llamó, despacio—, si se queda un momento, por favor. Solo —agregó, al percatarse, por el rabillo del ojo, del movimiento de Pansy y Harry, que estaban por unirse a la plática.

Los niños intercambiaron una mirada y se fijaron en Draco, que se encogió de hombros y les hizo un gesto para decirles que salieran. Desfilaron por entre los puestos, dispuestos a escuchar cualquier retazo de la conversación que pudiesen, pero su amigo fue arrastrado hacia el fondo del aula, haciendo inaudible la conversación.

La puerta se cerró detrás de ellos cuando alcanzaron el pasillo, los demás estudiantes se movían en dirección a las siguientes clases. Pansy se quedó delante de la entrada y se abrazó a sí misma.

—¿Por qué crees que lo llamó aparte? —musitó, frunciendo el ceño de forma apenas perceptible.

—No lo sé.

—No hablaron tanto, no los regañó durante la clase...Draco no hizo nada, él siempre ha sido bueno cuando está con las lecciones, estoy segura de que anotó y...

—Sí lo hizo. Pansy, cálmate —le sujetó un brazo al darse cuenta de que empezaba a hablar más rápido de lo que debería. Notó que temblaba y se sobresaltó—. ¿Pansy?

—¿Crees...? —tragó en seco—, ¿crees que sea por lo del tío Lucius?

Harry deseó poder decirle que no. En verdad lo hizo.

En cambio, apartó la mano de ella y se congeló. Los dos aguardaron frente al aula por lo que pudo ser una eternidad, o un par de minutos.

Para el momento en que la puerta se abrió y el niño salió, más ocupado en reprender a Lep por volar en círculos sobre su cabeza que en prestarles atención, era imposible decir cuál de los dos estaba más nervioso. Él no dejaba de cambiar el peso de un pie al otro, su amiga no estaba mucho mejor.

—¿Draco? ¿Qué pasó? —Pansy se adelantó para interceptarlo, y dirigió una mirada nada disimulada al interior del aula, como si creyese que encontraría los restos de una confrontación allí, mas sólo halló a la mujer, que preparaba el escritorio y tomaba su forma animaga para recibir al segundo grupo de primer año, que se aproximaba desde diferentes direcciones.

El mencionado los observó de forma alternativa, parpadeó y agitó un trozo de papel frente a ellos, antes de emprender el camino hacia la siguiente clase.

—¿Qué es eso? —la niña se apresuró a seguirlo y Harry la imitó.

—¡Harry! ¡Eh, Harry! —cuando Draco estaba a punto de hablar, una voz en medio del tumulto que ingresaba los hizo ralentizar el ritmo al que caminaban.

Ron destacaba, como era común con los Weasley, por el cabello rojo, en un grupo de Hufflepuff que iba hacia el aula que acababan de desocupar. Tenía ambos brazos levantados y los sacudía en gestos amplios, mientras que otros lo veían raro o se fijaban en el conejo volador que revoloteaba por el corredor.

Harry esbozó una sonrisa tímida y lo saludó con una mano, pero cuando pareció que su viejo amigo estaba por detenerse para charlar, tuvo que apretar el paso para alcanzar y sobrepasar a sus compañeros Slytherin.

—¡Nos vemos a la hora de la comida! —no esperó la respuesta afirmativa para regresar su atención a Draco—. ¿Entonces? ¿Qué es eso?

El niño le dio una mirada larga, a la que no pudo otorgarle un significado, y luego mostró una sombra de sonrisa.

—Es un permiso para una sección de la biblioteca a la que sólo van profesores y estudiantes mayores —les contó, en ese tono solemne que usaba para las historias que se inventaba, y le tendió el pergamino a Pansy cuando lo pidió; Harry, al inclinarse sobre su hombro, distinguió la caligrafía precisa y la firma que llevaba el nombre de la profesora—, para que busque información sobre los animales cambiaformas y algo para entrenar a Leporis.

El conejo mágico respondió al llamado descendiendo sobre la cabeza de su dueño, donde volvió a mimetizarse. De camino al siguiente salón, Pansy y Harry le explicaron que tenían miedo de que lo fuesen a regañar, incluso si no tenían motivo. A medida que avanzaban y se encontraban con otros grados que cambiaban de salón, más estudiantes se fijaban en el par de orejas largas que brotaban del cabello rubio del heredero de los Malfoy.

Draco jaló a Lep, quizás por quinta vez sólo en el trayecto de una clase a la otra, y se lo acomodó entre los brazos cuando se hartó de ser el centro de ese tipo de atención.

0—

La siguiente clase fue de Defensa contra las Artes Oscuras. Compartida con la Casa de Gryffindor.

A Harry le hacía mucha ilusión porque sabía que era una de las ramas en la que su padre, como jefe de los Aurores, se especializaba. Más de una vez, Sirius le había hablado de la forma en que se destacaba cuando era joven. La emoción le duró poco.

Nada más entrar, percibió un ambiente frío y tenso. Las mesas estaban arrinconadas contra la pared, y quien hubiese ordenado el aula, sólo dejó las sillas, en un semicírculo frente al escritorio y la vieja pizarra; la mitad derecha, estaba llena de uniformes en los que se notaba el escarlata, porque los Slytherin llegaban a un ritmo lento y fluían en la dirección opuesta.

Los niños de la Casa de los leones estaban cruzados de brazos, inclinados para hablar con el de al lado, o bromeando, pero nada detuvo el coro de murmullos que siguió a su llegada. Draco empezó a hablar, casi de inmediato, acerca de los conceptos que les mandaron a investigar en Trasformaciones, llevando de la muñeca a Pansy a la otra punta del salón; Harry les dio un vistazo a los estudiantes, frunció el ceño, y fue detrás de sus amigos, dando pisotones intencionales.

¿Por qué? ¿Por qué no podían callarse?

¿Por qué las voces los seguían?

Tenía el impulso de gritarles que se metieran en sus asuntos, para el instante en que ocupó un asiento junto a Draco, que estaba en medio de él y la niña; no paraba de conversar en susurros con esta. Harry lo vio de reojo y pensó en lo obvio que era que la intentaba distraer, a pesar de lo que dijo en la Lechucería.

Draco cuida a Pansy. Una nueva idea se formó a partir de esa, y se reclinó en el asiento y golpeteó el suelo con el talón, mientras la consideraba. Draco sabe por qué hablan de ellos.

¿Lo sabe?

Tiene que, se dijo. ¿De qué otro modo se explicaba que no le afectase, o que tuviese una actitud distinta de la de Pansy al respecto?

Pansy, que creía que era por su Augurey, luego que molestaban a su amigo. No ella. Nunca por ella.

Porque no sabe.

Oh.

Harry se sumió en una hipótesis acerca de qué podría ser lo que incluía a Pansy, que tenía tan parlanchines a sus compañeros. ¿Que no tuviesen papás? A él nunca le importó eso en ellos. ¿Qué Lucius estaba en Azkaban? Pero ese detalle era sólo de Draco.

Estaba tan centrado en sus cavilaciones, que cuando una puerta lateral del aula se abrió y dejó entrar a la profesora, no se percató. No fue hasta que su amigo le dio un codazo y apuntó hacia el escritorio del fondo, que observó a la silueta que se aproximaba al centro del semicírculo.

—¿Es la misma de...?

—Sí —Draco asintió una vez, rápido y escueto. Sus ojos grises, muy abiertos, no se apartaron de la mujer durante el trayecto que llevó a cabo.

La figura estaba envuelta en una tela tras otra, negras opacas, traslúcidas, algunas de texturas rugosas y unas lisas. Desde el velo que le cubría la cabeza y le ocultaba el cabello, hasta las mangas que iban más allá de las puntas de sus dedos, y el borde de la túnica, que se arrastraba por el suelo; se le ajustaba en los hombros, la cintura y la cadera; se hacía más ancho al alcanzar los antebrazos y piernas. De los pómulos hacia abajo, también estaba cubierta, aunque la transparencia de esa pieza permitía distinguir la vaga silueta de la nariz, labios y barbilla.

Los ojos cafés oscuro, el único segmento expuesto, además de las cejas, recorrieron el aula en un movimiento compulsivo, que la hacía parecer que observaba en todas las direcciones al mismo tiempo. Volando junto a su cabeza, estaba un pájaro desgarbado, de plumaje negro y alas más grandes que el resto del cuerpo. Escuchó a Pansy ahogar un jadeo cuando se fijaron en el ave.

—¡Un Augurey! —sujetó uno de los hombros de Draco zarandeándolo, gesto que, por la cercanía que tenían, sacudió a Harry por igual. Ambos emitieron débiles quejidos, pero sólo el primero los frenó.

Como si se hubiese dado cuenta de que lo mencionaban, el ave trazó un círculo por encima de la cabeza de la profesora, y fijó los ojos redondos en ellos. Harry se encogió y percibió la tensión que manaba del cuerpo de su amigo.

Una vez que la mujer se quedó quieta en el centro del salón, también notó que los bordes de la túnica y las mangas se enroscaban y levantaban por su cuenta, como si ella disfrutase de una brisa personal o una fuerza invisible la rodease. Igual que le sucedía a Pansy.

Sí es ella, pensó. La misma que vieron desde los botes, la noche anterior. La que los señaló.

Se presionó tanto contra el respaldo del asiento que, ilusamente, llegó a creer que podría camuflarse con este, como Lep hacía con el uniforme de su dueño, y desaparecer de la vista. Por supuesto que no fue posible, el escrutinio de la profesora pasó por él y sus amigos. Habría jurado que se detuvo más tiempo del necesario en cada uno de ellos.

—Buen día, estudiantes —más de uno dio un brinco en la silla al percatarse de que la voz chillona y que canturreaba, salía del pico abierto del pájaro, no de la boca de la figura humana—. Me llamo Circe Ioannidis, y seré su profesora de Defensa contra las Artes Oscuras durante este y los próximos años de su estadía aquí, en Hogwarts. Al que ven en este momento, con miedo y confusión, es mi familiar, Dárdano. Ni Dárdano es un Augurey común y corriente, ni yo soy sólo una maestra. Soy una nigromante, ¿alguno de ustedes sabe lo que eso significa?

Un coro de murmullos, diferente al que seguía al paso de sus amigos, se elevó entonces. Harry escuchó a Draco susurrar, con los dientes apretados:

—Trabaja con los muertos.

Abrió mucho los ojos y se fijó en la profesora, para después levantar una mano y ganarse la atención del ave, no de la mujer.

—¿Sí, señor...Potter? —no hubo un atisbo de duda, no como le habría gustado; fue sólo una breve pausa, como si tuviese que considerarlo o verificarlo.

Bajó el brazo despacio y se tragó el quejido por el codazo que el otro niño le dio.

—Draco dice que trabaja con los muertos, ¿es verdad?

Se percató del error que cometió casi enseguida, el por qué no había contestado por sí mismo, aun cuando conocía la respuesta. Los susurros contenidos de los estudiantes se desviaron del pájaro y la extraña mujer, y más de una vez, captó las palabras "Malfoy", "Azkaban" y "magia oscura" en la misma frase.

—Lo siento —se apresuró a murmurar, dirigiéndole una mirada culpable al mayor, que cerró los párpados por un segundo, contuvo el aliento y después negó, de forma apenas perceptible.

—¿Por qué no lo dice usted, señor Malfoy? —cuestionó el pájaro, que voló hacia ellos y dibujó un círculo en el aire, que los abarcaba a los tres. Pansy, notó, echaba la cabeza hacia atrás para observar el trayecto del ave con fascinación—. ¿Qué es un nigromante y qué hace?

—Un nigromante es un mago o bruja que ofrece —una breve pausa; percibió la tensión, más prominente ahora en Draco— sacrificios a los espíritus del más allá, a cambio de conocimientos. Dicen que es magia oscura porque, después de cierto punto, los únicos con los que pueden hablar son los muertos y tienen almas alrededor todo el tiempo, también ven la muerte de una persona en cuanto le miran los ojos por primera vez. La gente se asusta —añadió, con una ligereza que, Harry estaba convencido, no iba acorde a lo que sentía.

Los demás estudiantes volvieron a susurrar, estaba claro que saber la respuesta, representaba algún tipo de prueba para ellos, y no pudo evitar que la sangre le hirviese por la rabia.

—¿Y cómo es que sabes eso? —preguntó un niño de Gryffindor, usando ambas manos en torno a la boca para hacer de megáfono y ser oído por encima del resto. Hubo un cambio en la respiración de Draco, que le habría pasado desapercibido si no lo tuviese a unos centímetros de distancia.

—¡Es obvio por qué lo sabe! —le contestó otro, por lo que el primero se rio.

—Pero me gustaría una respuesta de...

—¡Eso no es problema tuyo! —estalló Harry, poniéndose de pie, tan rápido que se tambaleó y tuvo que dar un pisotón para mantener el equilibrio. Apretó las manos en puños a los costados. Aunque lo intentó, le fue imposible contener un resoplido y pasear la mirada por los que estaban hablando de sus amigos desde el momento en que entraron a la clase— ¡ni de ninguno de ustedes! Simplemente hicieron una pregunta y la contestó, ¡dejen la envidia, sólo porque ninguno tiene ni la más mínima idea de qué es un nigromante y él sí!

Soltó las palabras de un tirón, pero no se dio cuenta hasta que terminó y tuvo que jadear por la falta de aliento. Sentía los débiles jalones de Draco, que le sostenía un costado de la túnica y lo incitaba a regresar al asiento, murmurando que lo dejara, que no pasaba nada, que solo hacía el ridículo. Estaba a punto de gritarle también, porque no iba a soportar las clases que aún tenían por delante si continuaba escuchándolos a cada paso que daban, cuando el pájaro de la profesora lo interrumpió.

—Diez puntos a Slytherin por la respuesta del señor Malfoy, bien dicho. Veinte menos a Gryffindor por el señor Thomas, por intentar desacreditar a un compañero, y veinte por el señor Finnigan, por seguirle el juego. Que Godric buscase a los valientes, no es excusa para no usar la cabeza, muchachos, piénsenlo; le restaré cincuenta al que vuelva a hacer algo parecido durante mis horas —ante la mirada atónita de los leones y varios Slytherin, el pájaro sobrevoló el aula en un círculo y se posó de vuelta en el hombro de la mujer.

Harry se dejó jalar de regreso al asiento por su amigo; mientras este lo reprendía por lo que hizo, decidió que la profesora no podía ser mala. Draco, junto a él, contenía una sonrisa al regañarlo, y Pansy se reía tras la palma de su mano, así que dio por hecho que, lo que hizo, tampoco pudo ser malo.

—Las Artes Oscuras implican una serie de ramificaciones en la magia, que sería imposible describir en una sola clase, y para asegurarme de que terminen bien preparados para enfrentar a quien haga uso de ella, vamos a comenzar por ciclos temáticos que...

Después de un rato, cuando el humor se calmó, los murmullos cesaron y estaba más acostumbrado a la imagen del pájaro que hablaba en lugar de la mujer, aún inmóvil en medio del salón, Harry pensó que era una clase más interesante que la que Sirius le había descrito.

Para la hora del almuerzo, al menos, ningún estudiante había hecho otro comentario que pudiese estar cerca de una acusación. Salió junto a sus amigos, después de que la marea de niños de primero hubiese cesado y sólo quedasen unos pocos Slytherin dentro del salón, pero cuando se volvió para ir en dirección al Gran Comedor, notó que Draco sostenía un brazo de Pansy, le susurraba y ambos asentían y hacían el ademán de ir en sentido opuesto.

—¿Chicos? —los llamó en voz baja, arqueando las cejas. La niña lo miró con un deje de remordimiento, su amigo no; la máscara en blanco, marca Malfoy, estaba bien puesta en su sitio.

—Vamos a pasar por la biblioteca para buscar la información de Leporis, le voy a decir a Lía que nos lleve comida.

Emitió un débil "oh", antes de procesar lo que significaba, asentir y caminar hacia ellos.

—Bien, si nos dejan comer allí, entonces...

—Vamos solos —Draco hizo un especial énfasis en la palabra y le dirigió una mirada significativa.

Harry los observó de forma alternativa. El niño-que-brillaba estaba sereno, Pansy se aferraba a una de las mangas de la túnica de su amigo. Las predicciones de Jacint sobre el comportamiento de su hermana se repitieron dentro de su cabeza.

—¿Por qué? —vaciló, cambiando su peso de un pie al otro y despeinándose el cabello con una mano. A duras penas, se abstuvo de hacerles un puchero.

Él abrió la boca para responder, y por la dureza de sus facciones, Harry supo -sintió- que no le agradaría lo que fuese a salir de ahí. Sin embargo, la niña se le adelantó y no lo dejó oírlo.

—Draco piensa que no es justo que te quedes sin amigos por estar con él, cuando otros lo quieren molestar por lo del tío Lucius —replicó, veloz y con los labios fruncidos al finalizar. Volvió la mirada a su amigo, para descubrir que apretaba la mandíbula y veía hacia cualquier punto en el pasillo, excepto a él— y le dijiste al Weasley que se verían en la comida.

Él asintió otra vez, despacio, y comprendió el trasfondo de la mirada que Draco le había dado. Demasiada gente en el comedor para nosotros, todos están para el almuerzo. Tenía sentido.

Y si era por evitar a Ron, o porque en verdad le preocupaba que lo molestasen también, no le importaba averiguarlo, así que se limitó a sonreír y despedirse de los dos, para ir en direcciones opuestas.

A punto de girar en la esquina que daba hacia las escaleras, frenó en seco y se puso las manos alrededor de los labios, a modo de megáfono.

—¡Draco! ¡¿Qué clase tenemos más tarde?!

Oyó con claridad el bufido de su amigo, a pesar de la distancia que los separaba. El niño se dio la vuelta, en el otro lado del corredor, e imitó su postura.

—¡Lecciones de vuelo en escoba, en el patio! ¡No te pierdas, Potter!

Harry sonrió más.

—¡Si llego a tiempo, jugamos Quidditch! —dicho eso, echó a correr hacia las escaleras móviles, sin darle oportunidad de reaccionar y deseando que fuese un acuerdo entre ambos.

Alcanzó el Gran Comedor justo cuando el grupo de Hufflepuff de primero entraba desde otro punto del pasillo. Se mezcló entre los niños de su edad y sujetó el brazo de Ron, que se sobresaltó y luego rio al verlo.

—¡Harry! Comenzaba a pensar que las serpientes ya te habían comido, y casi sales corriendo cuando nos vimos, ¿qué se supone que fue eso, compañero? —le dio un empujón débil. Entre risas y bromas absurdas, entraron y se dirigieron a la mesa de los tejones.

Se sentó frente a Ron, ajeno a las miradas de desconcierto y desagrado. Cuando los compañeros de su mejor amigo ocuparon los puestos aledaños, les preguntó si estaban bien con que se quedaran y dijeron que sí o se encogieron de hombros, por lo que dio un espectáculo de un Slytherin que comía con Hufflepuffs. Y si alguien le hubiese preguntado, no habría dudado en decir que fue divertido.

Ron le contó su terrible experiencia en la clase de Encantamientos con los Ravenclaw, donde estuvo presente la niña despeinada que acompañó a los Weasley en el tren, e hizo imitaciones escandalosas —muy exactas, de acuerdo al resto—, de su comportamiento al corregirle cada parte del hechizo que practicaron. Luego tuvo Pociones, y ninguno de los tejones desmintió el hecho de que el profesor era aterrador, aunque algunos intentaron darle ánimos hablándoles de los rumores de que favorecía a los Slytherin.

Cuando terminaron y estaba por partir a la clase de vuelo, o al menos, estaba por ir a averiguar cómo llegar al patio y después en qué sector la darían, Ron se terminó la tercera ración de postre y se levantó a trompicones, informándole de que compartirían las primeras lecciones con escoba, lo que ambos celebraron. Caminó al frente de un grupo de cuatro Hufflepuff, que lo distrajeron con una charla animada sobre lo mucho que les gustaría un partido amistoso de Quidditch, porque los nacidos muggles no sabía jugarlo y no era justo para ellos.

Resultó que los tejones poseían un mejor sentido de la orientación que él, así que llegaron al patio casi al mismo tiempo que sus amigos.

Draco caminaba con Lep entre las manos y por delante de él, se notaba que lo reprendía de nuevo, por lo que sólo pudo imaginarse que volvió a darle orejas falsas en el camino desde la biblioteca hasta allí. Pansy iba a su lado, con las manos unidas tras la espalda y una sonrisa débil, que sólo se convirtió en una genuina cuando levantó la mirada y lo divisó entre el alumnado que llegaba.

—¿Ya te vas? —Ron soltó un suspiro dramático cuando le palmeó el hombro. Él le mostró una sonrisa de disculpa y lo vio hacer un vago gesto con la mano—. Sí, sí, vete con tus serpientes, mientras no me claves los colmillos cuando nos veamos después, ni dejes que Malfoy te hechice.

—Draco no hechiza a nadie —rodó los ojos, apartándose del pelirrojo, antes de que pudiese insistir con el tema y le hiciese recordar a los compañeros que tuvieron en Defensa contra las Artes Oscuras; lo que menos quería era tener ganas de gritarle a Ron también, aunque se lo mereciera.

Se posicionó a un lado de Pansy y se dejó arrastrar por su plática acerca de los descubrimientos que hicieron en la biblioteca, de los que no entendió gran parte, y los platillos que Lía llevó para ellos, diferentes de los que sirvieron en el Gran Comedor. Para el momento en que la profesora llegó y se presentó, Harry ya estaba teniendo problemas para mantenerse quieto, cuando una escoba de prácticas estaba en el suelo, por delante de él.

—¿Cuánto creen que duren en ser casi buenos montando? —escuchó el susurro de Draco, casi indistinguible en medio del barullo de "¡arriba, arriba!" por el ejercicio que la profesora Hootch les había dejado.

—Ron dijo que tienen algunos nacidos muggles este año —mencionó en voz baja, encogiéndose de hombros. Su escoba, tanto como la de su amigo, se tambaleaban desde el piso, sin ascender; la de Pansy, entre ambos, no mostraba signos de movimiento—, supongo que tardarán más.

—Sería genial que alguno se cayera —comentó la niña, hastiada. Dio un pisotón a la parte inferior de su escoba, que se levantó de golpe debido a la fuerza aplicada, y la sujetó con la mano. La dejó en posición horizontal, de manera que pareciese que lo había conseguido mediante el llamado, como era debido—, pasaría menos vergüenza cuando yo sí lo haga.

—No te vas a caer —replicó Draco que, al igual que Harry, contenía la risa ante el truco de su amiga.

En cuanto todos los estudiantes lograron atraer la escoba, les ordenaron pasar una pierna por encima y elevarse un metro. Acostumbrado a jugar Quidditch en el Vivero Parkinson y en la Mansión Malfoy, Harry observó a Draco flotar a unos pasos, y a los demás niños tomarse un momento para levantarse, Ron y Pansy incluidos.

Miró hacia su amigo y esbozó la sonrisa inocente marca Black, que Sirius le enseñó; este arqueó una ceja y se cruzó de brazos, la escoba sobrevoló el césped, giró y los hizo quedar frente a frente.

—Me debes un partido —recordó, sin dejar de sonreír.

—Nunca dije que sí.

Estaba por contestar, cuando tres sucesos ocurrieron al mismo tiempo. Pansy, junto a ellos, ahogó un jadeo y dejó de molestarse en intentar levantar el vuelo. La voz estridente de la profesora llamó a sus nombres, para que se detuviesen y prestasen atención a la clase. Y un poco más allá, en las filas de los Hufflepuff, uno de los niños que acompañaba a Ron en el camino desde el comedor, empezó a elevarse más, y más, y más, y más-

Todos levantaron la cabeza para ver hacia dónde se dirigía. El estudiante se convirtió en una sombra en el cielo, que se removía y chillaba por ayuda, y antes de que la profesora pudiese tomar una escoba e ir a buscarlo, la silueta se separó, una figura se dirigió hacia abajo, como un proyectil.

El niño gimió de dolor cuando impactó contra el piso. Hootch y los Hufflepuff corrieron hacia él para auxiliarlo, mientras algunos Slytherin se reían o conservaban la distancia. Draco tenía un deje de burla en el rostro al descender y poner los pies en el suelo.

—Y eso es lo que pasa cuando le das una escoba voladora a un sangresucia —mencionó a una audiencia hipotética, y para sorpresa de Harry, recibió la aprobación de más de uno, entre las serpientes. Él frunció el ceño y bajó también.

—Se pudo haber lastimado —le dijo al niño, que apenas le dedicó una mirada aburrida. Lo conocía lo suficiente para saber que las siguientes palabras sí le afectarían—, o pudo haberle pasado a Pansy.

Los ojos grises del otro se ampliaron por una fracción de segundo. Incluso antes de que pudiese contentarse con haberlo callado, la reacción había desaparecido, para dejarle espacio a la máscara fría de los Malfoy y esa sonrisa fea, desagradable, que lo preocupaba cuando la veía en cara de su amigo. Porque ese no era él.

No podía serlo.

—¿Muy amigo de los sangresucia ahora, Potter?

—No sé, dímelo tú. ¿No le dices tía a una hija de muggles?

—Oigan, oigan...—de pronto, Pansy estaba entre los dos, colocándoles las manos en las túnicas y apartándolos—, esto es tonto. Él nunca le ha dicho así a la tía Lily. Draco, madre te dijo que no usaras esas palabras.

—Padre las usaba —respondió el aludido, elevando el mentón en un claro desafío. Harry tuvo la vaga sensación de que algo se desinflaba dentro de él, como cada vez que lo escuchaba nombrar al hombre que estaba prisionero desde hace años.

Y es que, ¿cómo podía molestarse así? Cuando se imaginaba que pudo haberle recordado a su padre, que no estaba con él, nada más que una sensación de tristeza lo invadía. No era justo.

—Voy a llevar al señor Finch-Fletchley a la enfermería —la profesora se hizo escuchar por encima de los Hufflepuff, que intentaban animar a su compañero—. Quiero que todos mantengan los pies en el suelo, esto es un ejemplo de lo que pasa al no acatar las órdenes y no queremos más heridos. Al que encuentre volando cuando vuelva, pediré que sea expulsado de Hogwarts.

Oyó a Draco bufar cuando la mujer sujetó al niño y se lo llevó hacia el castillo.

—Como si ella tuviese el poder para expulsar a alguien...—se burló con un desdén que lo hizo estremecerse y fruncir más el ceño.

A veces, agregó al registro imaginario, Draco puede ser tan...raro, cuando estamos con otras personas.

A veces es molesto. Y a veces parece malo.

Por supuesto que no lo es.

Vio que su amigo le tendía las manos a Pansy, que soltó un dramático suspiro y le pasó al Puffskein que la acompañó durante todo el día. Con una media sonrisa, él comenzó a pasarlo de una mano a la otra, al mismo tiempo que volvía a montarse sobre la escoba.

—Gremlin es nuestra Quaffle —le explicó. Harry no necesitaba mirar alrededor para comprobar que hablaba con él. Intentó no reír al entender la idea que su amigo tenía, y se cruzó de brazos, con el mejor gesto serio que podía realizar—. Leporis el aro.

—No podemos volar —requirió de un esfuerzo sobrehumano actuar desinteresado, y tal vez, no lo hizo tan impecable, porque Pansy emitió una risa silenciosa, mientras se cubría la boca.

—¿Quién dijo algo sobre volar? —Draco sonrió. Aquella era la sonrisa que él reconocía en el niño-que-brillaba—. Vamos a hacer mucho más que eso, y te voy a destrozar en Quidditch —una breve pausa, los ojos se le llenaron de una malicia falsa, y tuvo que contener una carcajada ante lo que le siguió—, ¿o te da miedo perder contra mí, como siempre, Potter?

El mencionado arqueó las cejas y se tuvo que morder el labio para no reírse. Oh, los retos. Adoraba los retos de Draco.

A unos pasos de distancia, ya calmados, los Hufflepuff se removieron, y Ron soltó un ruido que sonaba a "pff".

—Harry no perdería contra ti, Malfoy —aseguró, y aunque apreciaba el apoyo ciego, prefirió no hacer un recuento de las victorias y derrotas que llevaba con su amigo desde que ambos consiguieron escobas que se elevaban más de un metro.

—No me parece que esté tan seguro —Draco se puso el Puffskein en un bolsillo y recibió al conejo mágico en las manos—. Haznos un aro, Leporis. Aro, a-r-o, ¿sabes cómo es? —trazó una circunferencia con un dedo, el animal olisqueó el aire, movió las orejas, y se apartó para remontar el vuelo.

El aro que creó para ellos conservaba el pelaje rubio platinado, que imitaba cuando estaba lo bastante cerca de su dueño, los ojos del conejo en la parte inferior y el par de orejas, agitándose para mantenerse en el aire. Harry recordó el pensamiento, de esa misma mañana, de que era adorable y perturbador, y lo reafirmó.

En cuanto creyó que Ron haría otra intervención, se acomodó sobre la escoba y se elevó también, hasta nivelarse con Draco, que le dio una mirada larga y un asentimiento escueto.

—No tenemos bludgers —observó. Su amigo volvió a arquear una ceja, la pregunta implícita era más que obvia.

Dejó ir a Lep, que comenzó a sobrevolar el patio sin un rumbo fijo, aún con la forma de un aro. Deslizó un trozo de pergamino desde una de las mangas de la túnica, lo desdobló y leyó un instante. Harry reconoció lo que planeaba, incluso antes de que hiciese el movimiento practicado de muñeca para sacar la varita y realizase una floritura en el aire.

Alrededor de siete piedras, de diferentes tamaños, se levantaron del césped y levitaron a unos metros de ellos. Draco se tomó su tiempo para revisar el pedazo de papel y lanzar un segundo encantamiento, que no pudo identificar, y le dio unas alas a la roca más pequeña, que se perdió de vista enseguida.

—¿Suficiente para ti, Potter? —devolvió la varita y el pergamino a su túnica en un instante. Harry no pudo hacer más que reír y asentir.

—No puedo creer que Jacint te enseñara hechizos para jugar Quidditch, sin el equipo de Quidditch.

—Es porque no lo hizo —replicó, arrojándole la supuesta Quaffle. Atrapó al Puffskein en el aire, y lo sintió removerse apenas contra su mano—, pero yo soy tan inteligente que sé usarlos para esto. ¡Pansy, narra! —añadió a último momento, con un vistazo hacia abajo, que mostró a la niña levantando los pulgares para confirmar. Draco volvió a verlo, inclinándose hacia al frente en la escoba—. Adelante, Potter.

Harry afirmó el agarre en torno al Puffskein, buscó el aro móvil con la mirada, y la lanzó en la dirección opuesta, tan lejos de los dos como el brazo le permitía. Una fracción de segundo más tarde, ambos se abalanzaban hacia esta, y al percibir el movimiento brusco, las piedras-bludgers los siguieron.

—¡Y estamos aquí para otro emocionante partido de los Dragones salvajes de Wiltshire, contra los Cervatillos de Godric's Hollow! —escuchó a su amiga desde el suelo, algunos se rieron de los nombres hipotéticos de los equipos. Harry sintió que las mejillas le ardían, pero no los habría cambiado por nada del mundo— ¡los eternos enemigos, los mayores rivales, los que me usan de árbitro y narradora, y nunca me dan las gracias! —más risas, incluso de la propia Pansy y los jugadores—. Serpientes y tejones, siéntense y miren conmigo este desempate legendario, ¡y que gane el mejor!

En ese momento, Draco atrapó la Quaffle y levantó el brazo en señal de victoria. Cuando estuvo por alcanzarlo, su amigo dio un giro repentino y se le escapó. La primera anotación fue para los Dragones.

Harry se apresuró a ir por la pelota y las escobas casi chocan.

—¡Harry tiene la Quaffle! ¡Harry tiene la Quaffle! —fue la voz de Ron la que celebró que la hubiese conseguido— ¡vamos, vamos, gánale a ese...! ¡No! ¡Merlín, Malfoy se roba la Quaffle! ¡Despierta, Harry!

—¡Y Draco anota otro tanto! —le siguió Pansy—. Veinte a cero, los Dragones están rugiendo, ¡los Cervatillos deben estar tan asustados!

—¡Harry y Malfoy se pelean por la Quaffle! ¡La tiene Harry! ¡La tiene Malfoy! ¡Harry! ¡Malfoy! ¡No te la dejes quitar así, compañero! ¡Harry, de nuevo, y va...y anota!

—¡Y van diez a veinte! ¡Y las bludgers están molestas y van contra los dos! ¡Cuidado, Harry, Draco! ¡Uff! ¡Eso estuvo cerca!

—¿Cómo sabemos que Malfoy no las hechizó para que persiguieran a Harry solamente? —como si las piedras respondieran indignadas a la suposición, tres se fueron contra el mencionado, que tuvo que dar una voltereta completa y casi pierde de vista la Quaffle por esquivarlas. Habría jurado que Pansy le daba un codazo a Ron y este lloriqueaba.

El puesto de Cazador uno-a-uno siempre resultaba difícil para Harry. Allí donde mirase, parecía que Draco ya se le había adelantado, que podía predecir lo que haría, y que le mostrase una sonrisa de suficiencia, bastaba para hacerlo desesperar e irse contra él, en una persecución que no terminaba en nada.

Sin Guardianes y contando con un solo aro, la única línea de defensa era el mismo Lep, que cuando iban empatados cincuenta a cincuenta, pareció comprender lo que ocurría, y empezó a escapárseles con mayor insistencia. No sólo tenían que ir por la Quaffle y quitársela al otro, sino volar detrás del aro, en el caso de Harry, o adivinar hacia dónde iría, en el caso de Draco.

—¡Oh, una bludger le da a Harry en la pierna! ¡Cuidado con caerte, Harry! —Oyó a Pansy, en medio del quejido que se le salió al verse forzado a recuperar el equilibrio y escapar tras el impacto.

—¡Y una le roza la cabeza a Malfoy! ¡Por poco, vamos, nada más tienen que apuntar al cabello rubio y.…! ¡Auch, Parkinson, eso duele!

—¡La bludger le da a Draco en un brazo, auch! ¡Harry anota otro tanto, van setenta a sesenta, los Dragones ganando! ¡Harry, ¿qué clase de amigo eres?!

—¡Un amigo que juega bien Quid- ay! ¡Parkinson! —Ron chilló en tono agudo y las risas llenaron el patio.

—¿Qué hace Harry? Se va, se va... ¡Draco anota otro tanto! ¡Y Harry va tras la snitch-piedra!

Harry supo del momento exacto en que su amigo fue tras él, porque el cabello rubio ocupó parte de su campo de visión de un segundo a otro, y la snitch se le perdió. Levantó la mirada, lo suficiente para encontrarse con Draco, que volaba de cabeza por encima de él. Tenía las mejillas ruborizadas por el esfuerzo de mantenerse así, los labios entreabiertos y los mechones más desarreglados de lo que habría estado en una situación normal.

Cuando lo atrapó mirándolo, se rio, e hizo una voltereta que lo llevó a nivelarse en posición horizontal, por debajo de él.

—¡Te puedes rendir cuando quieras, Potter!

Fue el turno de Harry de reír, al menos, hasta que se percató de que Draco se fijaba en un punto más cercano al césped y comenzaba a descender en picada. Aturdido, condujo a la escoba hacia el mismo sitio.

¿La snitch volvió? ¿A dónde...?

No.

Se dio cuenta demasiado tarde. Volaba paralelo a Draco, el suelo se acercaba a una velocidad alarmante. Él giró, trazó una parábola y ascendió. No había nada.

Harry tuvo que frenar casi contra el piso, enderezarse y volar hacia arriba, y si no se golpeó, quizás, fue más suerte que una cuestión de habilidad. Una finta. ¿Por qué siempre, siempre, caía en sus fintas?

Cuando estaba por alcanzar a su amigo y decirle lo que opinaba de su juego sucio (aunque era válido en el campo), la snitch-piedra pasó por delante de ambos y los reclamos quedaron en el olvido.

—¡Y van tras la snitch, van tras la snitch! ¡Es el momento deci...deci...! —Ron se trabó con la palabra y hubo algunas risas.

—¡Decisivo! —completó Pansy, firme y claro—. ¡Draco lleva la delantera! ¡No, Harry lo hace! ¡No, Draco! ¡Harry! ¡Draco! ¡Harry otra vez! ¡Estiran los brazos y el juego es para...!

Harry no lo vio venir.

Un instante, volaba tan rápido como la escoba de práctica se lo permitía, tenía el brazo adolorido por forzar el músculo, la mano a punto de cerrarse en torno a la diminuta piedra. Draco, tan cerca que las escobas se chocaban si se movían de forma brusca, también estaba estirado hacia adelante. La tomaba, percibía la dureza de la roca contra la palma, y al mismo tiempo, la mano de su amigo que se cerró sobre su brazo cuando intentó atrapar la snitch falsa.

Al siguiente, estaban paralizados, sólo las cuencas de los ojos se movían, y flotaban en el aire por un encantamiento que aumentaba la presión alrededor de ambos. Los estudiantes de la lección de vuelo se removían, chillaban, se quejaban, y después se callaban de golpe, porque el profesor Snape se acercaba, con la mirada puesta en los niños congelados por sus hechizos.

Harry no tuvo deseos de celebrar haberle atrapado, si eso significaba que tenía que pensar en cómo explicarles a sus padres y al resto de los Merodeadores, que fue expulsado en la primera semana de Hogwarts. Draco con él.

 

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).