Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo setenta y cuatro: De cuando hay un bebé, un tatuaje, y un nuevo grupo de lunáticos (y Draco no tiene idea de cómo ha ido a parar con ellos…)

—…Sirius, ya vi su casa nueva —le recordó Harry, dejándose arrastrar por su entusiasmado padrino—, y volví a decirle a Remus que, de hecho,  es una gran idea que adopten a un niño, no creo que-

—¡Sólo sigue caminando, cachorro! —ladró él, con una de sus histéricas carcajadas, dedicándole apenas un vistazo por encima del hombro— ¡no te vas a arrepentir de esto!

—Tengo que ir a ver a Draco-

—No es como si el cachorro Malfoy fuese a ir a algún sitio —Harry le frunció el ceño y el mago se encogió de hombros, con la expresión más similar a una de disculpa que le había visto poner frente a cualquiera distinto a moony—. En serio, Harry, puede esperar. Te vas a quedar toda la noche allá, ¿no?

Su padrino esbozó una sonrisa de lado al saber que había acertado, él luchó con el repentino ardor del rostro y desvió la mirada.

—Arriba, arriba —lo apremió al llegar a la motocicleta mágica, posicionándose detrás de él para darle leves empujones en la espalda. Harry bufó. La 'bala' estaba ahí, dispuesta para él.

—Por si no te has dado cuenta, tengo diecinueve años ya y no entro- —al oírlo, Sirius agitó la varita en el aire, un encantamiento no verbal expandió el asiento removible; él no pudo hacer más que contener la risa y sacudir la cabeza. Ante los siguientes empujones, se sentó. Lo vio hacer lo mismo en la moto, inclinándose hacia adelante para sujetar el manubrio.

A pesar de que su padrino comenzaba a mostrar canas en mechones completos que se teñían, las líneas en el borde de los ojos y la boca más notorias, no parecía que el envejecer le estuviese afectando de algún modo. Se movía como siempre, saltaba, gritaba, incluso llegó a alzarlo en el aire esa mañana, al entrar a Godric's Hollow y encontrárselo desayunando en la cocina, igual que si todavía fuese un niño pequeño. Hasta podría decir que Sirius tenía su forma particular de adaptarse a la edad, con el cabello recogido a los lados, dejando que las hebras grises y negras se combinasen en el costado de su cabeza y se uniesen en la parte de atrás, en un amarre descuidado, el reemplazo a su chaqueta de cuero usual, que la hacía lucir más desvencijada.

Cuando el vehículo se puso en marcha, el hechizo desilusionador para mantenerlos resguardados de la mirada de los muggles también lo hizo; Harry se preguntó si aquello aún podía ser considerado un secuestro. Al menos, su madre, que comía con él cuando el mago irrumpió en el lugar, convertido en un torbellino de movimiento y energía, ya no reaccionaba exaltada cuando sabía que iba a subirlo a la motocicleta y llevárselo a un sitio del que ni siquiera al mismo Harry le hablaba.

Una vez en el aire, Sirius maniobraba para que la moto se deslizase por encima de la altura de las nubes, de manera que no fuesen a quedar empapados. Harry estaba más concentrado en mirar hacia abajo, a los puntos diminutos en que se convertían las personas y edificios, hasta que un objeto pequeño levitó frente a su cara.

Tuvo que admirar la capacidad del hombre que lo acompañaba, para conducir y mantener un encantamiento levitatorio tan preciso. Aquello le recordaba que Sirius había sido uno de los mejores estudiantes de su generación en Hogwarts. En lo que a habilidad respectaba, por supuesto. Lo demás era discutible.

Atrapó la fotografía mágica, que estaba de reversa. Creyó que se trataría de un error de cálculo en la ejecución del hechizo, hasta que leyó lo que tenía escrito con esa caligrafía torcida e irregular que reconocía de toda la vida. Era la letra de su padrino, cuando estaba emocionado.

"Edward. Colinas de Wiltshire, 1999"

La hizo girar entre sus dedos, para toparse con la imagen de un niño sonriente, un bebé apenas, que hacía un notable esfuerzo por mantenerse sentado, mientras estiraba los brazos hacia quien sea que estuviese del otro lado de la cámara y se reía. Cuando el pequeño estaba por caerse hacia adelante, un hechizo lo ayudaba a conservar el equilibrio, él aplaudía y lo celebraba con lo que supuso serían balbuceos.

Sonreía, sin darse cuenta.

—¿Es él? —cuestionó a su padrino, girando el rostro para verlo desde abajo. Sirius no lo observó de vuelta, pero asintió, apretando los labios por un instante.

—Creemos que Edward Lupin suena mejor que Edward Black, pero todavía no es una decisión tomada. Edward Black-Lupin también nos gusta. Moony sigue muy nervioso acerca de si seremos buenos padres; Lily ha estado teniendo largas charlas con él para calmarlo —le explicó, con la voz contenida. Harry estaba tan enternecido que lo hubiese abrazado, de no estar a más de mil metros del suelo y en movimiento.

—Eso es increíble, padfoot.

—Muy- increíble —Sirius tuvo que carraspear cuando la voz se le quebró por un instante, las comisuras de sus labios vacilaban con una sonrisa nerviosa. Al parecer, Remus no era el único ansioso con la nueva situación.

—Los puedo ayudar cuando quieran —ofreció Harry, colocándole la fotografía en uno de los bolsillos de la chaqueta, según sus instrucciones—. No es que sea un experto en niños- pero supongo que con la práctica se aprende.

—Estoy contando con que lo hagas. Y Lily. Merlín, de verdad necesitaré que Lily me explique qué hacer cuando tenga a ese pequeño cachorrito en brazos.

—Mamá debe estar feliz por ustedes también.

—Lo está, definitivamente lo está —asintió Sirius—. Y James también, el loco de prongs va a hacerle un cuarto de bebé en Godric's Hollow para que esté cómodo los días festivos que pasamos allí y pueda ir a visitarlos cuando sea sin problemas.

Sonaba a una decisión que su padre tomaría; Harry no pudo evitar encontrarlo divertido y dulce, a su manera. Al fin y al cabo, él siempre había tenido su propia habitación en Grimmauld Place, cuando Sirius aún estaba allí, y en el antiguo apartamento de Remus. Incluso en el pequeño lugar de Peter, que escasas veces visitó, tenía un espacio que nadie más que él utilizaba.

Continuó escuchando la historia de Sirius, a quien le temblaba el aliento y no por el vuelo, acerca del proceso de adopción en el Ministerio de Magia y las visitas a las Colinas, un orfanato-escuela para niños con magia que perdieron a sus padres o fueron abandonados por familiares muggles que no sabían qué hacer con su "anormalidad". Se oía tan frustrado al explicarle que el padre biológico de Edward simplemente desapareció, y su madre enfermó hasta la muerte al tenerlo, que incluso Harry pensó en que no podía ser posible que alguien dejase de lado a un bebé como aquel adorable niño de la fotografía. Ni a ningún otro, en realidad. No se lo merecían.

Su padrino lo llamaba "amor a primera vista", porque nada más lo dejaron acercarse a la cuna donde Edward dormía, abrazando una cobija marrón y con el pulgar metido en la boca, sintió que tenía que ser ese su hijo y el de Remus. Moony también tuvo dificultades para decidir apartarse y salir de ahí, en cuanto el bebé abrió los ojitos y se carcajeó al verlos a ambos.

Estaba tan sumido en sus anécdotas estresantes sobre trámites de adopción y las ganas que tuvo de maldecir a todos los agentes de la división de Familias, Magos y Brujas, en el Departamento de Ley Mágica, "porque parecía que no estaban ahí más que para retrasar el proceso y convertirlo en la experiencia más tortuosa que les fuese posible", que apenas se percató de que descendían. Le dirigió una mirada inquisitiva a su padrino, que sonrió de lado sin darle ninguna respuesta, y se inclinó sobre un costado del asiento 'bala', para observar el lugar de su destino.

Bajaban hacia un callejón del barrio mágico de la ciudad, donde los muggles eran escasos y estaban acostumbrados a presenciar las escenas que serían más que extrañas para sus iguales. Allí nadie se tomaba muy en serio las pequeñas y leves muestras de magia a plena luz del día en el exterior, pese a la claridad de las normas del Ministerio y el Estatuto. Sirius estacionó en un parking cerrado, miró alrededor antes de quitarles el hechizo que los volvía invisibles, luego lo instó a bajarse, para volver a sostenerle el brazo y tirar de él en la dirección que le apetecía.

Oh, bien. Harry había hecho cosas más raras que ir de compras por un sitio como ese, si es que era lo que su padrino quería.

Por supuesto que Sirius no podía tener un plan tan sencillo.

—No…—exhaló en cuanto se detuvieron frente a un local y divisó lo que ponía en el letrero diminuto, torcido, oscuro, de grandes y ornamentadas palabras en un dorado brillante y cambiante.

—Sí —replicó él, con una sonrisa traviesa.

Podía imaginarse la expresión aturdida de Draco cuando le contase lo que estuvo haciendo en la tarde, en vez de presentarse en la Mansión para tomar el té con los dos Malfoy y Regulus, que estaría de visita, de acuerdo a lo prometido. Tenía que admitir que valdría la pena retrasar un poco sus planes sólo por conseguir esa reacción.

—¡Liz, llegó tu cliente favorito! —aulló Sirius, riéndose con fuerza, cuando la puerta tintineó y se cerró detrás de ellos.

El local consistía en un largo pasillo que llevaba a una sala cuadrada en el fondo, más amplia, separada por biombos de tela con diseños góticos y paredes de cristal, para formar varias áreas apartadas en apariencia las unas de las otras. Estaba lleno de tonos rojizos, grises, negro, y se oía una guitarra de fondo, sin letra en la melodía.

La mujer que se asomó desde detrás de una cortina, más allá del mostrador, no aparentaba más edad que el propio Harry. Tenía el cabello púrpura, de gran volumen en la parte superior de la cabeza, corto en los lados y atrás, piercings y tatuajes a la vista.

—Black —arrastró la palabra, burlona, al recargarse en uno de los bordes del mostrador. Dio un vistazo alrededor—, ¿a dónde dejaste a tu hombre? Mi silla y mi máquina todavía lo están esperando para retocar las líneas de tu nombre sobre su pecho.

—Remus estuvo ocupado estos días con el papeleo, pero va a venir, lo prometo. Justo quería preguntarte si no podías agregarle algunos efectos para…—de pronto, miró hacia un lado, parpadeó y se rio, como si acabase de recordar que no iba solo. Tiró de Harry para que se parase entre él y la mesa de cristal. Le sostuvo los hombros, reteniéndolo en dicha posición—. Este es Harry, Lizzie.

—¿El famoso ahijado? —Liz le ofreció una mano enguantada, con un grueso anillo que se entibió al contacto. Una bruja. Una sangrepura de alguna familia de por allí. Bueno, era una interesante forma de vivir para una heredera de un posible linaje ancestral—. Elizabeth Burke, chico. Pero si me llamas así, te castro.

—Harry llegó hace poco de un viaje muy, muy largo, y por eso no te lo había traído todavía —mencionó Sirius, que no paraba de darle ligeros apretones en los hombros. Él se preguntaba, de forma vaga, a qué era lo que intentaba alentarle para llevar a cabo ese gesto en particular—. Ya tiene diecinueve años, Liz.

La bruja emitió un silbido apreciativo, se enderezó para dar una palmada, y chasqueó los dedos.

—No puedo creer que al fin es ese día —declaró, al tiempo que una caja recién conjurada salía desde su puesto en un estante, con el suficiente cuidado para no derribar el resto de los objetos. Flotó hacia ellos enseguida. Quedó sobre el mostrador entre ambos y ella lo abrió, sólo con rozar un dedo contra la superficie de madera.

En el interior, yacía una colección de pliegues blancos, llenos de trazos coloridos, líneas ondulantes, precisas, algunas letras estilizadas y adornadas, de manera que lucían como otro tipo de dibujos. Rebuscó durante unos segundos, murmurando para sí misma, luego extrajo uno, que desdobló, alisó sobre la mesa, y se lo señaló.

Harry arrugó el entrecejo al intentar descifrar lo que veía. Era consciente de que se trataba de una frase, tal vez de dos oraciones, pero no podía reconocer los términos. Algunas partes le sonaban familiares, le hacían pensar en ciertos hechizos. Quizás era un latín más complejo que el que utilizaban para la magia común, o una lengua derivada.

—¿Qué es?

Su padrino dio un brinco, como si celebrase que hacía la pregunta acertada y que tanto esperaba.

—Ahora no lo puedes recordar, pero hace unos quince años, cuando le dije a Remus por primera vez que deberíamos tener un hijo y él me dijo "no", tú eras un adorable niño que me dijo que podías ser mi hijo también, no sólo de James y Lily. Y te prometí que seguirías esta nueva tradición familiar que yo decidí imponer cuando tenía diecinueve años exactos, en este mismo lugar —indicó, con una solemnidad inaudita, gesticulando hacia la bruja para que continuase por él. Ella rodó los ojos, con una sonrisa ladeada.

—Sirius me mandó a hacer esto para ti en ese entonces —aclaró Liz, tamborileando con los dedos en el borde del pliegue de papel—. Es un diseño mágico, adaptable, que tiene la misma frase y estilo del primer tatuaje que ese tonto que tienes por padrino —cabeceó en su dirección, ignorando de forma magistral las protestas de este— se hizo, pero con un tono diferente, una combinación de tinta difícil de crear que he guardado por varios años, para darle un…efecto interesante.

Harry boqueó al alternar la mirada de uno al otro.

—¿Me trajiste para hacerme un tatuaje mágico? —inquirió, incrédulo. Sirius no lucía arrepentido en lo más mínimo.

—Quería que fuese el primero, pero ya he visto eso blanco que te rodea el cuello a veces-

—Eso no es un tatuaje —musitó, llevándose la mano al cuello por reflejo. Al presionar la palma sobre la piel, percibió el débil cosquilleo de la magia de Antártida.

—Lo importante aquí —insistió Sirius, sosteniéndole los hombros de nuevo para hacerlo girar y encararlo—, es que Liz y yo planeamos esto hace mucho tiempo, esperando que te gustase como bienvenida a la edad adulta, y quisieras hacerlo al conocer su significado.

Harry intentó no encogerse un poco bajo la mirada intensa de los ojos grises de su padrino, que casi le suplicaba una oportunidad para pensarlo. Volvió a fijarse en el pliegue de papel.

—¿Y qué significa? —preguntó en un susurro. La sonrisa del hombre no pudo haber sido más amplia.

—Es una vieja cosa de los Black, de lo poco bueno que hay en esa cuerda de locos que tuve por familia. Dice "las estrellas me guían —a medida que lo decía, repasaba la parte de abajo de las palabras con el índice— a donde debo estar, y al final del camino, está mi felicidad". Cursi. Se utilizaba en un ritual que Reg te podría explicar mejor que yo, porque realmente nunca le presté atención a esas clases, pero sí sé bien que es una frase que envuelve la magia ancestral alrededor de una persona, para darle suerte.

Sirius desvió la mirada hacia un lado, como si buscase apoyo en la bruja. Liz musitó un largo "hm" y se encogió de hombros.

—Confía mucho en esa magia porque se lo hizo el día antes de que Remus por fin aceptase tener una relación con él, después de varios años de tambalearse entre ser algo ser amigos

Por primera vez en su vida, Harry vio al gran Sirius Black enrojecer un poco, mostrándole una sonrisa que era casi tímida y bastante feliz. Él asintió para indicarle que era la verdad.

Harry se soltó del agarre de su padrino con cuidado y se inclinó sobre el mostrador, examinando las líneas del diseño.

—¿A dónde iría?

—¿A dónde lo quieres? —le replicó Liz— ¿brazo? —al tocarlo con un dedo, el dibujo se modificó para formar una línea que se cerraría en un círculo, igual que un brazalete, en su extremidad— ¿clavícula? —al siguiente toque, se extendió en una ligera curva, que seguiría la forma del hueso de dicha zona—. Se adapta a donde lo prefieras. Podemos probar cómo se ve, te prestaré un espejo, y si no te gusta, lo cambiaremos y puedes tomarte tu tiempo para decidir.

Harry se mordió el labio inferior. Junto a él, su padrino lucía como un niño frente a un partido de Quidditch que había esperado durante toda la temporada.

Las estrellas me guían a donde debo estar. Y al final del camino, está mi felicidad.

Si era cierto que todo estaba predestinado en ese mundo, quizás aquello también. Le sonaba familiar; podía sentirse identificado.

—Me gusta —aceptó, con un asentimiento—, hagámoslo.

Sirius saltó y se le colgó en un entusiasta abrazo que le cortó la respiración, mientras Liz enviaba la caja de vuelta a su sitio con un giro de muñeca y le preguntaba dónde quería tenerlo. Tuvo que llamar a Antártida para que se desvaneciese de su piel y sostenerla entre las manos, de modo que no fuese a intervenir en el proceso.

0—

—…esta es la que te dije —Draco sacó la carta del sobre y la desdobló para que pudiese detallarla también. Luego volvió a recargarse contra él, dando un distraído beso a la zona descubierta de su brazo, allí donde el nuevo diseño estaba por completo sanado por el tratamiento de su padrino.

Como se esperaba, su novio había estado estupefacto cuando escuchó de la travesía hacia la tienda de tatuajes y perforaciones mágicas. Le bastó con ver la línea que se le enroscaba en la piel, de un negro que se tornaba del mismo tono de verde que sus ojos cuando le daba la luz en el ángulo correcto, y distinguir lo que significaban las palabras que estaban debajo, en un constante intercambio entre encogerse y después hacerse unos centímetros más grandes, alargando los extremos y bordes, para amarlo. A Antártida le costaba un poco más aceptarlo, porque no parecía decidirse entre si se enrollaba en ese brazo, rodeándolo, o si no lo hacía en absoluto para evitar arruinarlo.

Estaban en el despacho todavía cambiante de la Mansión Malfoy. Draco sentado, Harry parado detrás de él, ambos brazos pasándole sobre los hombros, su peso recargado en la parte alta del asiento acolchado.

Harry frunció el ceño al divisar el pergamino en blanco.

—¿Esa es? —le preguntó, recibiendo una confirmación en un sonido vago y leve—. No veo nada.

—¿Cómo…? —Draco echó la cabeza hacia atrás para observarlo cuando pasó la mano al frente del trozo de papel. Este cambió apenas, con un débil resplandor que se apagó de inmediato. Probó con un encantamiento para revelar el contenido y obtuvo el mismo resultado.

—Tiene alguna forma de ocultamiento, no sé por qué no se quita —Harry hizo un último intento con otro hechizo, utilizando la varita para asegurarse de que no se trataba de que sus facultades estuviesen deficientes. Se topó con que nada funcionaba—. Debe ser un hechizo poderoso, o muy complejo y bien diseñado.

—Tendría sentido…

—¿Entonces qué dice? —preguntó, ladeando la cabeza para apoyar la mejilla contra el cabello rubio de su novio—. Tendrás que leérmela.

Draco soltó un bufido de falsa indignación.

—Es…una invitación —le contó, despacio, midiendo sus palabras. Supuso que interpretaba lo que estaba escrito para decírselo, ¿o estaría en otro idioma?— a una especie de asociación selecta de magos sangrepura.

Harry levantó las cejas. Bien, aquello podía explicar por qué no podía leerla; debió tener encantamientos para que sólo el destinatario conociera el contenido, o el requisito de ser un sangrepura.

—¿Y qué hacen?

—Investigación, parece —Draco se encogió de hombros—. Se hacen llamar los inventores de hechizos. Pero por lo que dice, no sólo inventan hechizos.

—Nunca he oído hablar de ellos.

—Yo tampoco —aclaró su novio, con un tono que le hacía pensar que le resultaba imposible que hubiese una sociedad mágica relevante por ahí que él no conociese—. No sé qué querrán.

—¿Qué más dice?

Draco se demoró unos instantes en responder, emitiendo un largo "hm".

—Dice que les gustaría que me encontrase con sus miembros y escuchase sobre la visión de la asociación. Menciona que somos dos seleccionados este año para conocerlos, y que el proceso de inclusión es tan largo que tomará cinco años más, antes de que piensen en considerar a otro.

—Suena a algo muy exclusivo —Harry le pinchó un costado, divertido. Sabía que a Draco le gustaría sentirse importante; sin embargo, su novio bajó la carta y la hizo levitar de vuelta al sobre con el sello roto. Harry presionó un beso sobre su cabeza. Cuando él levantó la mirada y le ofreció los labios, le dio otro—. ¿No quieres averiguar de qué se trata?

Tuvo una breve vacilación, para después sacudir la cabeza.

—Es- hay mucho que hacer aquí —le recordó—, y no puedo ni siquiera salir. Ir a reunirme a cualquier lugar con otras personas, personas que además no conozco-

Dejó las palabras en el aire y negó, de nuevo. Unos días atrás, Daphne había visitado la Mansión para contarle de su idea de organizar una reunión con los demás Sly de su generación, en esa época en que consiguió que todos estuviesen en territorio de Gran Bretaña, por primera vez en casi dos años. Le había llevado un largo rato convencerlo de que estaría bien que fuesen, porque era con motivo de celebrar el Yule, poco antes de la fecha verdadera para los magos y brujas; el Legado le daría tres horas completas si se lo pedía, por el comportamiento que había mostrado últimamente.

—Pero inventar hechizos…lo que hacen suena a algo interesante —opinó Harry, con suavidad—. Podrías terminar metido de cabeza entre libros y pergaminos haciendo algo mucho mejor que las versiones nuevas de los mapas y las pociones de alergia en los labios —escuchó la risa contenida de su novio. Siempre le hacía gracia recordar la cara de terror del Gryffindor que se creyó envenenado por él, aún más desde que Harry le confesó que tuvo ganas de maldecir al idiota por haberlo besado—. Sé que te gustaría ir, al menos para descubrir qué hacen.

Draco se quejó por lo bajo y volvió a echar la cabeza hacia atrás. Lo observó, desde ese ángulo, durante unos segundos. Harry le guiñó.

—Piénsalo. Sería algo mejor con lo que llenar tu tiempo libre que caminando por la Mansión para ir por comida, con Lep, cuando los dos sabemos que Lía y Dobby se la pasan pendientes de tus órdenes —Harry arqueó las cejas cuando notó que él formaba una línea recta con los labios. Oh, por supuesto que se daba cuenta de que Draco enloquecía cada día que pasaba en la Mansión, con su libertad restringida.

Si alguien le hubiese dicho, tiempo atrás, que su inquieto y testarudo amigo que lo arrastraba por el castillo a mitad de la noche y se inventaba un nuevo 'proyecto' para cada año escolar, tendría que pasarse los días dentro de esas cuatro paredes, se habría reído. No sonaba a algo que él fuese capaz de tolerar.

Y Harry en verdad no quería seguir viendo esa expresión que hacía cuando tenía que marcharse, porque si continuaba así, sería capaz de instalarse en el despacho hasta que la condición del Legado hubiese llegado a su fin, sólo para hacerle compañía. Sabía que Draco se frustraría más si lo hacía, claro.

—Podría ser tu nuevo proyecto —argumentó. Draco suspiró y arrastró la silla hacia atrás, soltándose de su agarre, para ponerse de pie, a la vez que se alisaba los pliegues inexistentes del pantalón y la camisa.

—Mi proyecto más reciente eres tú —comentó él, con una media sonrisa burlona, por lo que Harry rodó los ojos.

—¿En serio? —lo vio asentir, poniendo una expresión tan solemne que le hubiese creído, si se tratase de otro asunto— ¿y cómo te va con eso?

—Pues…—la silla regresó a su sitio cuando chasqueó los dedos, él bordeó el mueble y se posicionó frente a Harry, rodeándolo con los brazos. Rozó sus labios en cada una de las palabras que le siguieron, de un modo tan casual que podría haber parecido una coincidencia, en lugar de un resultado calculado, si la mirada que le daba no lo hubiese delatado— esto va a llevar más tiempo del que tenía estipulado.

Tuvo que contener la risa por el tono pretencioso con que lo dijo. Elevó una ceja.

—¿Y por qué?

—Porque, Harry —espetó, soltándolo para tirar del borde de su camisa—, eres horriblemente terco, y me parece que, en líneas generales, existe una alta probabilidad de que esté loco por ti.

—¿Ah, sí? ¿Y qué harás con respecto a eso? —Harry sonreía al verlo arrugar la nariz.

—Oh, ya sabes. Tengo que ser más firme. Investigar más, trabajar más en ti…

—Qué duro debe ser, Draco.

Al instante, su risa fue silenciada con besos. Harry ahogó un grito contra su boca cuando un agarre firme en la cadera lo alzó sobre la mesa y lo sentó, sin darle importancia a los documentos que estuvieron ahí momentos atrás.

Llegaron media hora tarde a la reunión de los Sly. Daphne los recibió con los brazos cruzados, pasó la mirada de uno al otro; debió notar algo en la manera en que él rehuía de sus ojos, porque levantó las cejas y decidió que no era de su incumbencia, para después engancharse a un brazo de cada uno y arrastrarlos dentro del restaurante que sería suyo durante unas horas.

Pansy, que estaba sentada en una mesa con el resto de las chicas que pertenecieron a su año, se acercó para abrazarlos, riéndose de su demora. Luego Blaise los encontró, los saludó y jaló hacia donde estaba Nott, con Crabbe y Goyle. Lo siguiente que sabría era que tenía un vaso de whisky de fuego en una mano, y alguien preguntaba si los demás querían otra ronda, recibiendo una afirmativa respuesta general.

Cuando el tiempo se acabó, Draco dejó su vaso sobre la mesa y tuvo una charla breve con Daphne, que no supo cómo evitar la expresión de culpa al besar su mejilla y despedirse de él, prometiendo otra visita a la Mansión en cuanto estuviese desocupada. Antes de irse (porque por supuesto que Harry se levantó para marcharse con él, a pesar de que le dijo que se quedase), a Blaise se le ocurrió decirle a su novio que la siguiente reunión que tendrían sería en el patio de la Mansión, lo que enseguida fue secundado por el resto. Para sorpresa de todos, Draco se rio y les dijo que podían hacerla allí, sólo si reservaban otra botella para el anfitrión.

0—

Pansy casi lucía angustiada cuando lo vio desdoblar la invitación y echarle un vistazo. Draco la leyó, observó a su mejor amiga durante unos segundos, después volvió al papel que sostenía entre sus manos, porque si había un pedazo de pergamino capaz de cambiar una vida, debía ser aquel.

"Pansy J. Parkinson y Neville Longbottom extienden una invitación formal para su afirmación de compromiso el día…"

Soltó una exhalación temblorosa y bajó el pergamino. Ella aún aguardaba; sabía que era cruel de su parte mantenerla en esa expectación, pero necesitaba un momento para procesar que Pansy, su Pansy, iba a afirmar el compromiso con Longbottom frente a sus amigos y familias, en el lugar donde el Legado Parkinson estaba en todo su esplendor.

La afirmación de compromiso era, por lo general, el tercer paso en una relación sangrepura. Iba justo después del cortejo y el pacto de compromiso, y antes de la consolidación. Consistía en una ceremonia de tres partes, donde la pareja se presentaba frente al Legado del otro, en caso de ser heredero, o al Jefe de familia, si uno de sus hermanos mayores lo era. Luego se llevaba a cabo una reunión privada.

Bendito Merlí Pansy en serio iba a casarse con Longbottom un día, ¿cierto?

Pasase el tiempo que pasase, aquella realización nunca dejaría que golpearlo con la misma fuerza de una bludger, de esas que arrojaban los gemelos Weasley cuando todavía pertenecían al equipo de Gryffindor. Y él bien sabía cuánto dolía ser el blanco de uno de ellos.

—¿Qué? —Pansy vaciló, apretando las manos en puños sobre su regazo— ¿qué pasa?

Draco sólo atinó a menear la cabeza. Dejó la invitación a un lado, se frotó los párpados, después carraspeó y se enderezó, adoptando su expresión más practicada de calma.

—Sabes que estaría allí, sin importar que te fueses a unir a un mitad vampiro o un trol de las montañas.

Por un instante, ella lució aliviada. Luego le dio una patada sin fuerza en la espinilla con el borde del zapato de tacón.

—Neville es muy lindo y dulce, ¿de acuerdo? Compórtate ese día, Draco Lucius Malfoy.

—¿O qué? —su sonrisa suficiente y desafiante se esfumó apenas la vio estrechar los ojos. Tragó en seco y se reacomodó en el asiento. El instinto de autopreservación Slytherin le decía que era mejor no tentar a ciertas personas—. Me comportaré —juró, mano sobre el corazón y todo el acto. Ella sonrió.

—Soy muy feliz, ¿bien? —Pansy se estiró hacia adelante, atrapando una de sus manos entre las de ella. Draco asintió cuando la vio depositar un beso en sus nudillos, pese al nudo que se le formó en la garganta—. Neville me trata bien y en serio lo quiero. Lo quiero mucho, me parece que lo amo —aclaró, dejando escapar una risa nerviosa, cohibida, que habría sido muy poco digna en público. Pero no necesitaban mantener las apariencias si ellos, y Lep, eran los únicos dentro de la sala de la Mansión—. No te tienes que preocupar más por mí, Draco.

Él luchó por aclararse la garganta para que su voz sonase nivelada. El agarre firme y los delicados apretones de su mejor amiga, que buscaba infundirle la misma seguridad que ella tenía al respecto, sólo lo hacían sentir que moría un poco por dentro.

Claro que estaba feliz por ella, pero maldición, era Pansy. Y Neville Longbottom.

Draco iba a cruciarlo hasta que perdiera la cabeza, sin medir consecuencias, si se atrevía a hacerle lo que fuese a su mejor amiga.

—No sé si pueda dejar de preocuparme alguna vez.

—Creo que es un mal hábito que debemos dejar, ese de vivir preocupados —Pansy le besó la mejilla y soltó sus manos. Sonreía. Era aquella sonrisa preciosa y resplandeciente que deseaba que tuviese siempre.

—¿Eres consciente de que tengo que amenazarlo e intimidarlo un poco por, bueno, esto de reemplazar a Jacint mientras no está? —la bruja asintió, conteniendo la risa—. No voy a ser suave con él sólo porque es un noble Gryffindor. En lo que a mí respecta, es otra vil serpiente, llevándose a mi Pansy.

—Me parece justo —aceptó, encogiéndose de hombros. Luego lo señaló de forma acusatoria—, mientras recuerdes que yo todavía no he tenido esa conversación con Harry sobre el tema, sólo los he apoyado a ustedes dos, par de ciegos.

Por reflejo, Draco arrugó la nariz. Su amiga se echó a reír, cubriéndose la boca con el dorso de una mano.

—Harry es diferente, no vale la pena darle la charla de "dáñalo y te daño a ti".

Ella elevó las cejas al oírlo.

—Oh, pero es lo que debo hacer, como reemplazo de la hermana que nunca tuviste, y porque Jacint no está para decirle que tiene que cuidarte como si fueses lo más valioso que tiene en la vida —replicó, con una expresión tan inocente que casi resultaba extraña frente al tono burlón y malicioso en que lo dijo.

—Creo que prefiero que Jacint lo hable con él…

Ambos se observaron. Pansy volvió a arquear una ceja, él frunció el ceño.

—Eso resultaría peor, ¿cierto?

—Mucho peor.

—No es como si fuese un extraño que-

Ahí. Se detuvo cuando percibió la vibración en el cuerpo, la densidad en el aire, la alarma imaginaria que sonaba dentro de su cabeza y se encendía cuando las barreras de la Mansión exigían su atención.

Alguien entraba. Alguien que, por supuesto, era bienvenido a hacerlo. Alguien que, sin embargo, no fue invitado.

Miró hacia la puerta de la sala y Pansy comprendió el punto, porque lo imitó. Unos segundos más tarde, escucharía unos pasos que se acercaban con largas y firmes zancadas, a la elfina pidiendo un momento para anunciar su llegada al amo, a la bruja que se negaba e irrumpía en el lugar, empujando la puerta doble para abrirla.

Los dos se tensaron y se pusieron de pie, sin pensarlo.

Hermione Granger, de pie bajo el umbral de la entrada, tenía el cabello desordenado, fuera del agarre de su moño, la nariz hinchada y enrojecida, los ojos llorosos. Apretó las manos en puños y alternó la mirada de uno al otro, al boquear para dar con las palabras correctas.

—Dijo que- dijo que los dos estarían a- aquí y yo- yo sólo- —su voz se quebró cuando dejó caer los hombros. Se cubrió la boca con una mano. Al instante, Pansy estaba a su lado, envolviéndola con un brazo y dedicándole una mirada de auxilio, a la que Draco no supo cómo responder.

Veinte minutos después, ambas estarían sentadas en un sofá de dos plazas, con tazas de chocolate caliente recién preparado por los elfos. Hermione tendría la cabeza apoyada en uno de los hombros de Pansy y bebería de a sorbos pequeños y lentos, mientras la otra chica se aseguraba de que ya no tuviese rastros de las pocas lágrimas que soltó. Draco ocupaba el sillón frente a ellas, con su propia taza.

—¿Mejor? —fue él quien rompió el silencio.

Hermione tomó una profunda respiración, apretó los párpados por un segundo, y asintió, despacio. Dio otro trago a la bebida.

—No fue una mala ruptura —les aseguró, consciente de lo que ambos tenían en mente y las consecuencias que podría tener, a corto o mediano plazo, para Goldstein—, sólo no estaba lista. Fue todo muy rápido.

—¿Es por su cambio? —preguntó Pansy, con una delicadeza extrema, incluso para ella. Todos en el grupo sabían que le ofrecieron un puesto de embajador, lo que lo habría sacado de la oficina de Ley Mágica y lo pondría en un tren o un traslador hacia otro país.

Ella asintió, luego titubeó. Sacudió la cabeza, arrugando el entrecejo.

—Es- no sé. No sé qué fue, o puede que sí —admitió, con la vista perdida en la superficie líquida de su chocolate humeante—. Estábamos bien, siempre- siempre estuvimos bien, lo felicité, Anthony estaba contento con su cambio. Habíamos hablado de cómo resolveríamos para- ya saben, conversamos de rupturas en buenos términos, mudanzas, opciones. Él se comportó muy maduro, dijo que estaba bien, que lo tomaría, y que esperaba que yo decidiese lo que me hiciese mejor. Teníamos claro que mantener una relación con esa distancia de por medio sería…ridículo para nosotros.

Guardó silencio por unos instantes. Cuando continuó, lucía más cansada que al llegar.

—Él me propuso matrimonio.

Draco se puso rígido, Pansy dio un brinco. Ella no debió notar que intercambiaban una mirada, el mismo pensamiento lamentable reproduciéndose en las mentes de ambos con un hilo de razonamiento en común.

Ron.

Merlín, Weasley iba a tocar el fondo del abismo si llegaba a escuchar aquello. Draco sabía cómo estaba, por las constantes visitas que le hacía Harry, e incluso había logrado verlo una vez, que pasaba por casa de los Parkinson para regresar unos libros.

No lucía nada bien esa comadreja.

—Y yo entré en pánico —siguió Hermione, con un débil susurro—, y él se dio cuenta. Yo- yo no podía decirle que sí, la- la respuesta ni siquiera me salió. ¿Esto tiene sentido al menos?

—Sí —respondió Draco, sorprendiéndola.

Si Harry le propusiese matrimonio…

Había ciertas respuestas que brotaban solas, cuando amabas a alguien. Había otras que no podían darse, si la persona no estaba lista.

Pero no era el caso de ninguna de ellas.

Hermione se terminó su chocolate y ninguno insistió en pedirle detalles. Cuando acabó, la taza se desvaneció por un elfo servicial y silencioso. Permanecieron un rato sumidos en ese ambiente imperturbable, hasta que ella volvió a hablar.

Les explicó que Anthony había aceptado la falta de una respuesta, sujetado su mano, besado el dorso de esta, y le dijo que entendería si necesitaba tiempo para pensarlo, si no se sentía apta para centrarse en el matrimonio en el auge de su nueva carrera, o si tenían que separarse porque sus sentimientos se tambaleaban. Y el que ella no hubiese sabido qué decir, lo que sentía, también fue una respuesta por sí misma.

Ella estaba sorprendida de que hubiese sido así el final de una relación de casi cuatro años, pero no volvió a llorar. Tras otro largo período de tiempo en silencio, Hermione se enderezó, se recogió el cabello de una forma apropiada, y no les dijo más que un:

—Él tenía que ir, ese cambio dará un giro para bien a su carrera y su futuro. Y- y no creo que yo hubiese sido feliz de ir con él.

0—

Draco no estaba seguro de que aquella fuese una buena manera de perder sus únicas horas fuera de los terrenos de la Mansión. No podía negar que la redacción de la carta, las alusiones al por qué era un invitado, le llamaban la atención, pero era un tiempo en que podría haber pasado por el Vivero para ofrecerse a ayudar a Pansy con la organización de su afirmación, animar a la pobre Amelia Parkinson que, de acuerdo a su hija, se pasaba gran parte del día convertida en un manojo tembloroso de lágrimas de emoción pura y le hablaba a todos de la hermosa boda que su pequeña tendría. Incluso podía haber salido con Harry. Maldición, extrañaba poder salir con Harry cuando quería.

Extrañaba su jodida libertad, y apenas transcurrieron dos meses. Iba a perder la cabeza de continuar así, lo sabía.

Quizás fue por ello que asistió al punto de encuentro.

Las instrucciones llegaron en una carta diferente, sin remitente ni destinatario, que se aparecía en alguna parte de la Mansión y su búho recogía por instinto para llevársela al despacho, cuando uno de los elfos no la encontraba antes. No era como si él hubiese enviado una respuesta confirmando su decisión, ni se los hubiese comunicado de ninguna manera. Draco recordaría haber revisado las barreras de protección de los terrenos, por si acaso, sólo para descubrir lo que ya sabía: la magia normal no habría sido capaz de meter una simple e inofensiva carta a su casa, sin que él lo aceptase primero.

Lleva una túnica oscura y capucha, coloca un encantamiento de sombras en tu rostro para que tus facciones se confundan. Te identificaremos a nuestro modo. Le recordaba, de forma vaga, a Harry hablándole del uniforme negro de los Inefables en la Academia, a la que recién entraría en unas semanas.

Utiliza un medio de transporte mágico hasta el lado oeste de Londres, ingresa al barrio mágico. Con un hechizo de localización, busca el letrero negro de caligrafía dorada y brillante, que dice "Prisma invertido". Párate debajo. Cuenta hasta tres.

Probablemente era una estupidez. Aun si se trataba de una broma muy extraña, debía admitir que era interesante que hubiesen superado las defensas Malfoy, y elegido un lugar como aquel para hacer de parada.

Draco se detuvo donde el hechizo de localización, puesto sobre la palma de una de sus manos, apuntó. Dio un vistazo alrededor. Tanto por el encantamiento que se colocó para desviar la atención, como por el de sombras que exigían las indicaciones, nadie se fijaba en él.

El letrero quedaba justo sobre su cabeza.

Prisma invertido. Las letras emitieron un débil resplandor cuando la luz natural le dio en el ángulo correcto.

Uno.

Dos.

Tres.

Lo percibió, antes de verlo.

Era una oleada de magia que lo traspasaba. Era la cortina helada que caía sobre su cuerpo y lo abandonaba, igual que un encantamiento desilusionador. Era un escalofrío en la espalda, un hormigueo en las extremidades, una nueva luz que lo obligaba a parpadear para volver a enfocarse en lo que tenía por delante.

El callejón, de pronto, se había quedado vacío. Los edificios, encogidos, tenían el aspecto de haber retrocedido un siglo y pertenecer a uno de los famosos pueblos fantasmas de los que se rumoreaban en diferentes partes del mundo y de los que visitó algunos durante los viajes con Harry.

Todo estaba silencioso.

Despacio, se giró. Al levantar la mirada por segunda vez, notó que el letrero continuaba ahí, pero cambiado.

"I. H.

Inventores de Hechizos"

El leve cosquilleo de pelaje contra el cuello le advirtió que Lep se asomaba desde el interior de su túnica, apoyado sobre su hombro. Le acarició la cabeza, distraído, y miró alrededor de nuevo. No había nadie cerca, la puerta al local estaba cerrada, sin ningún seguro ni hechizo que impidiese el paso, el cristal no dejaba ver lo que fuese que estuviese dentro.

No tuvo que empujarla. Cuando la tocó, el roce con los dedos hizo que soltase otra de esas oleadas de magia, y esta cedió por su cuenta.

Dio un paso dentro. Estaba por preguntar si había alguien, cuando unas letras se dibujaron sobre su cabeza, brillantes, doradas, con el mismo estilo que las del letrero apostado en el callejón del barrio mágico que dejó atrás. Draco Malfoy, indicaba, justo sobre la flecha delgada que apuntó a su cabeza durante unos instantes, para después desvanecerse en el aire.

—Bienvenido.

Volvió la cabeza en dirección a la voz, dándole una orden baja a Lep de que continuase escondido. Tenía la carta de invitación y la posterior, con las instrucciones, en una mano. Con la otra, rodeaba la varita en su cinturón.

Sabía que era una bruja quien lo recibía, no sólo por la voz, sino también por la baja estatura y la figura que la túnica le daba. Cuando ella se aproximó un poco, saliendo de lo que supuso era otro encantamiento de sombras que ocultaba lo que estaba más allá en el local, las letras también trazaron un nombre encima de su cabeza.

Elizabeth Burke.

Burke. Hizo memoria, buscando entre los registros familiares que conocía. Familia sangrepura, extinta por línea masculina hasta unos años atrás, la heredera nunca fue repudiada al ponerse en contra de sus ideales, pero tampoco era acogida por su casa. No eran socios de los Malfoy, así que no los había visto más que en fotografías; no podría haber asegurado que la mujer que se bajaba la capucha al saludarlo, era quien señalaba arriba.

—¿Qué es todo esto? —fue lo único que preguntó. Al fin y al cabo, ella sabía su nombre; él podía suponer que también conocía el suyo, si confiaba en los encantamientos que se apagaron tras un momento.

—Los inventores de hechizos estarían complacidos de que se uniese a la asociación...

Era una mujer extraña; tenía el hablar suave, pausado y medido de alguien a quien enseñaron a modular su voz desde muy joven, como a todo sangrepura decente, y aunque sonaba amable, mantenía un deje burlón que no encajaba con su expresión tranquila, sino más bien con el color púrpura de su cabello, las perforaciones en cejas, nariz y labio. La inclinación que hizo para invitarlo a adelantarse también era perfecta, le recordaba a las que Pansy aprendió de su madre cuando todavía era una niña.

Ya que no respondió, ni se movió, la tal Elizabeth le dirigió una mirada inquisitiva. Él levantó las cejas.

—Las personas falsas son tan desagradables.

La bruja sonrió. Se sentía como si acabase de confirmar su presentimiento; tenía una sonrisa ladeada y problemática, desentonando con la dulzura natural del rostro redondo.

—Mira quién lo dice —se mofó, desviando los ojos por un instante a su cabello. Draco se había cambiado el color de cabello y el iris antes de salir, a negro y azul, respectivamente.

—Todavía no sé qué se supone que hacen —mencionó, de pasada, al caminar hacia ella—, o quiénes son. O por qué su invitación decía que no podía contarle a nadie sobre esto.

Bueno, puede que hubiese faltado a una norma incluso antes de comenzar. Pero, en su defensa, que él lo supiese, a esas alturas, era sinónimo de que Harry también.

Elizabeth se llevó el índice a los labios, divertida, y se volvió a subir la capucha. Llevó a cabo una seña para pedir que la siguiese al girar y adentrarse en las penumbras mágicas al fondo del local.

En silencio, utilizó un revelio para que le dijese si había algo de lo que debiese preocuparse cerca. Al parecer, no.

Decidió que, en el peor de los casos, se Aparecería directo en su sala, quemaría las cartas y fingiría que nada había ocurrido.

—Estás pasando por tu período de adaptación, ¿cierto? —preguntó ella, cuando se escabullían hacia un pasillo estrecho, en el que no veía final, puertas ni ventanas. Tampoco tenía antorchas, candelabros o lámparas, pero de algún modo, sí conseguía distinguir lo principal en medio de la escasa iluminación desconocida.

Draco se tomó unos segundos para sopesar su respuesta. Eran pocos los que podían presumir de conocer el tipo de Legado de los Malfoy o lo que pasaba con ellos, y por lo general, estaban relacionados a un familiar reciente que pudiese haberles contado o mostrado al respecto.

—Sí.

—Haremos esto lo más rápido que podamos para ti, ninguno quiere que te jalen de vuelta por nuestra culpa —Draco tenía un comentario en la punta de la lengua, bastante ácido, sobre cómo debía pensar en lo amables que eran esos magos que se escondían en sitios tétricos, cuando ella le dio un vistazo por encima del hombro y añadió:—. Nos contaban los Inventores retirados que a tu abuelo le pasó una vez, cuando recién comenzaba. Dicen que era muy testarudo y retó al Legado. No salió bien, asumo.

Él se limitó a negar, lento, cuidadoso. La carta mencionaba a su abuelo, Abraxas Malfoy, como el vínculo por el que recibía la invitación en primer lugar.

Era sabido entre los Malfoy que lo conocieron y sus allegados en otras familias sangrepura, que Abraxas tenía una cicatriz en el torso por haberse enfrentado al Legado. No se poseían detalles.

Elizabeth frenó en seco, en un punto que no era diferente de los otros metros que recorrieron. Le dedicó una mirada burlona cuando no hizo más que parpadear, aturdido por el repentino cambio de sentido, y al tocar una de las paredes con la punta de la varita, abrió un pasadizo que llevaba a un anfiteatro. Los murmullos de las voces los alcanzaron en ese momento, mezclándose, confundiéndose; dudaba haber sido capaz de reconocer a quien fuese ahí.

—Alguien es un poco paranoico, ¿no? —Draco avanzó por delante de ella cuando se lo indicó, sin dejar de echarle ojeadas cada pocos pasos, hasta que Elizabeth apretó el paso para posicionarse junto a él.

—La Asociación se fundó en la época en que la magia todavía era penalizada con la muerte por los muggles —Draco sacó cuentas mentales al oírla—. Nadie cree que esté de más conservar sus viejas protecciones.

Podía ver el sentido, pese a lo exagerado que pareciese. Ellos también tenían barreras muy antiguas en la Mansión y Nyx, que podían no ser necesitadas de nuevo jamás.

El centro del anfiteatro contaba con una plataforma redonda, donde estaba un podio, y una mesa con cuatro sillas vacías. Los asientos a los lados formaban un semicírculo, elevándose varios escalones, con grandes espacios entre cada grupo de dos o tres magos. No creía que llegasen ni siquiera a los cincuenta, pero por un murmullo que captó al avanzar hacia las escaleras, y el hechizo traductor que percibió en la voz omnisciente que les pedía sentarse a los recién llegados, se percató de que sólo una minoría debía pertenecer a Gran Bretaña.

¿Qué era todo aquello?

—Vienen de todos los países de Europa —le explicó Elizabeth, que debió notar que se daba cuenta de dónde estaban los extranjeros y reconocía varias lenguas, a medida que subían. Ella señaló una línea larga, seis escalones por encima del nivel del suelo plano, donde sólo estaba una persona—, a veces nos juntamos con las organizaciones de otros continentes, pero es más simple si te concentras en los que están aquí, por ahora. Creo que reconocerás a cierta bruja que anda cerca…

Draco no tuvo que preguntar por qué. Cuando todavía le faltaban unos pasos para alcanzar su nivel, las letras volvieron a dibujarse, y distinguió el nombre enseguida.

Daphne Greengrass.

A su vez, el encantamiento también lo identificó a él, por lo que la bruja se bajó la capucha oscura, lo observó por unos segundos, y se levantó, emitiendo un sonido ahogado.

—Merlín- de entre todas las personas- —Daphne sujetó su mano y le dio un beso en la mejilla. Cuando Lep volvió a asomarse desde el cuello de la túnica, lo saludó con una caricia en el lomo.

—¿Te invitaron? ¿O ya estabas aquí?

Ella extrajo un pergamino doblado desde una de sus mangas, en respuesta, y lo agitó en el aire. Elizabeth acababa de pedirle que se sentase y descendía de nuevo, para unirse a un grupo reducido que comenzaba a llenar la parte inferior del anfiteatro.

Daphne tiró de él para que se sentaran y se mantuvo inclinada hacia un lado, para hablarle en tono confidente.

—¿Qué haces aquí? Creía que tu tiempo era limitado.

—Mi tiempo lo es —replicó, igual de bajo, sin dejar de alternar la mirada entre ella y el centro del lugar. Los susurros de las otras conversaciones se silenciaban poco a poco—. Me dio curiosidad, ¿bien? ¿Tú qué?

—¿Curiosidad? —probó, con su propio argumento. Se encogió de hombros—. La invitación mencionaba a una de mis tías que murió por la Maldición Greengrass y una investigación que llevaba a cabo para detenerla y no pudo completar. ¿Te imaginas lo que pudiese hacer por las mujeres de mi familia que esa investigación sí exista?

¿Te imaginas lo que podría hacer por Astoria? No tenía que decírselo. A Daphne no podía importarle menos no agregar nuevos miembros a su árbol genealógico; su hermana menor era otra historia, incluso consciente de los riesgos, demasiado testaruda para evitar tomarlos.

—La mía hablaba de mi abuelo —comentó, uniendo los puntos.

No puedo leerlo, había dicho Harry. Por supuesto que no podría. No tenías que ser un sangrepura para leer sus cartas. Tenías que estar emparentado a alguien que hubiese pertenecido a la asociación.

—¿El inventor de los objetos mágicos? —inquirió Daphne. Draco asintió, llamándose idiota por dentro, porque alguien más tuviese que decírselo para recordarlo. ¿Cuántas veces no había presumido de las vuelaplumas y los libros cambiantes de su abuelo?

Tendría sentido que Abraxas Malfoy hubiese estado ahí en su juventud. Conociendo su historial problemático hasta la edad adulta, cuando tuvo a su heredero, era más que probable.

—Por favor, por favor…

Un mago se había parado en el centro de la sala, detrás del podio. El hechizo traductor vacilaba, ante sus oídos, entre el francés y el inglés como lengua materna, hasta que el mismo Draco se decantó por el segundo.

—Estamos en esa época del año en que invitamos a los posibles futuros miembros de la asociación, y como es debido, hay que darles una buena primera impresión. Guarden silencio, por favor.

Daphne y él intercambiaron miradas cuando el anfiteatro se quedó sumido en el silencio más absoluto por unos instantes. El mago del centro, al que no le aparecía el hechizo de los nombres, lució complacido con el resultado.

—En honor a nuestros invitamos, les pediré que repasemos algunos de los principios de la asociación —hizo una breve pausa, para barrer a la multitud con la mirada. Habría jurado que se detuvo un instante más de lo necesario en donde estaban ellos—. Repitan nuestro método, por favor.

El coro de voces se alzó de inmediato, sobresaltándolo.

Entendimiento. Descomposición. Reconstrucción.

Draco repasó los tres términos dentro de su cabeza. Sabía de dónde provenían.

—¿Esos no son los pasos de la alquimia? —indagó Daphne, estirándose más hacia él, que asintió de forma débil, arrugando el entrecejo.

—Y como ya sabemos, porque se los digo cada vez que los llamo —algunos se rieron por lo bajo, los que lo acompañaban en el centro murmuraron entre ellos—, la única forma de crear algo es comprenderlo. Estudiarlo. Los fallos no son más que parte de un proceso largo para la creación e innovación. Nuestro objetivo, de cambiar la forma en que los magos y brujas conocen y practican la magia, no podría ser conseguido sin todos esos pequeños errores que nos llevan por el camino adecuado al final…

Ellos volvían a observarse.

—¿Acaba de decir…?

—Que quieren cambiar la forma en que se hace magia —le confirmó Draco, con los ojos abiertos de sobremanera.

Alquimistas. Los Inventores de hechizos hablaban igual que alquimistas modernos.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).