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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo setenta y cinco: De cuando hay un baile, varios enamoramientos, una investigación y recompensas para Harry (de parte de Draco, por supuesto)

—¿…sabías que yo en serio, en serio, quería ir contigo al Baile de Yule?

Draco hacía un verdadero esfuerzo por contener su sonrisa, al ver el rostro de su novio iluminarse frente a esas sencillas palabras.

—¿Querías…? —Harry se mordió el labio. Él sólo atinó a pensar en lo lindo que lucía, para después inclinarse en su dirección y robarle un rápido beso. Su novio se echó a reír por lo bajo cuando lo hizo dar una vuelta, despacio, y volver a encararlo—. ¿Por qué no me dijiste?

—¿Te imaginas la escena? —inquirió Draco, en cambio, alzando las cejas. Era su turno de girar. La melodía no era muy veloz, podían hablar sin dificultades, y a esas alturas, no corría el riesgo de que Harry lo fuese a pisar en cualquiera de los movimientos; por suerte, se había dedicado a enseñarle durante los meses que tuvieron para ellos solos. Podía decir que se le daba casi tan bien como a él— "¿hey, Harry, ¿no quieres ir al baile conmigo, a pesar de que los dos seamos chicos? Ah, por cierto, es probable que luego quiera besarte, ¿crees que podría…?"

La expresión aturdida de Harry le dio toda la respuesta que podía esperar, por lo que soltó un bufido y rodó los ojos.

—No- es- bien, admito que hubiese sido un shock —reconoció él, así que Draco elevó las cejas y lo vio carraspear—. Hubiese dicho que sí.

—No mientas.

—No es mentira —por reflejo, ladeó la cabeza, cuando Harry se pegó más a él, enterrando el rostro en el hueco entre su cuello y hombro. Intentó no sonreír por el beso que le sintió presionar en un costado de su garganta, momentáneo, suave—; lo de que me enseñaras a bailar sonaba bien para mí, y no por bailar. Creo que sólo quería bailar contigo y no lo sabía. Y luego me cancelaste- y llegaste con Luna.

Draco no pudo evitar la débil carcajada que se le escapó, una por la que Harry protestó, aún contra su cuello. La canción había cambiado; afirmó el agarre en su cadera y los llevó a un ritmo diferente, todavía más lento. Él se recargaba casi por completo en su cuerpo, así que tenía que ser quien los guiase y mantuviese el equilibrio por ambos. No era una tarea de la que pudiese o quisiese quejarse.

—Luna nunca había ido a una fi-

—Yo creo que realmente tuve ganas de maldecir a alguien esa noche, Draco. Y Luna es tan dulce, que hasta me sentí culpable después.

La confesión lo dejó sin palabras por un momento; entonces lo único que escuchaba era la melodía, el frágil murmullo de las voces del resto de los invitados, la respiración pausada de Harry en su cuello.

—Estabas bastante frustrado, ¿cierto? —Un sonido vago de afirmación le contestó. Draco tuvo que esconder parte de su rostro en la despeinada cabellera negra, para disimular la sonrisa tonta que le crecía en la cara—. Ella me lo comentó, yo no le creía. Pero tenías esa cara que haces cuando te molestas y nunca había tenido tantas ganas de besarte hasta esa noche.

—Debiste hacerlo.

—Te habrías espantado —su risa fue baja cuando se encogió un poco de hombros, los brazos todavía envolviéndolo, su cuerpo pegado al de él—. Por Merlín, esperé un año después de eso e igual te espantaste.

—Quizás hubiese pasado —Harry levantaba la cabeza apenas lo justo para darle un beso en la mandíbula; podía sentir su sonrisa a través del contacto—, pero luego habría reaccionado, y me habría dado cuenta mucho antes de por qué quería bailar contigo.

—Te habría tomado tiempo. Siempre te ha tomado tiempo —Draco se rio, recibiendo otro débil quejido—. Prácticamente me pasé días intentando que fuese tu idea ir juntos al baile, y creo que ni siquiera conseguí que se te pasase por la cabeza.

—No todos nos damos cuenta de quién es el amor de nuestra vida a los doce, ¿de acuerdo?

La última canción llegaba a su fin también. Draco lo estrechó más fuerte por un instante, mismo en que el resto del mundo perdió consistencia; no existía más que ellos dos, balanceándose al son de una melodía a la que ya no daba importancia. Era perfecto.

Siempre que estaba con él, lo era.

—Oh —canturreó, sólo para fastidiarlo—, ¿acabas de decir que eres el amor de mi vida? ¿Eso me convierte en el amor de la tuya, Harry?

Le pinchó un costado, para hacerle cosquillas. Harry saltó y se retorció, riéndose, atrapado entre sus brazos.

—Sí- sabes que sí —Harry tenía una sonrisa deslumbrante luego de haberlo besado. La canción tocó su última nota, él se apartó.

Draco permaneció unos segundos más de lo necesario allí, inmóvil, con el corazón latiéndole tan rápido y tan fuerte, que alguien más habría creído que era la primera vez que sentía sus labios. Después meneó la cabeza y siguió a su novio, que se perdía entre la multitud que abandonaba la pista de baile, echándole miradas por encima del hombro, divertido a causa de su reacción.

Ese idiota sólo quería avergonzarlo. Y Merlín, lo amaba tanto incluso cuando lo hacía, que era absurdo.

Harry se lanzó sobre una de las sillas de la mesa que, por lo general, habría estado reservada para familiares directos, y en su lugar, servía para un grupo de magos y brujas jóvenes que se merecían estar así de cerca de los agasajados, de acuerdo a la propia Pansy. Weasley aún estaba sentado en otra de estas, con los codos apoyados en el borde de la mesa, la barbilla recargada en las palmas, esa expresión medio pensativa, medio irritada, que le era tan común aquellos días; Draco sentía algo cercano a la lástima por el muy idiota.

Luna era arrastrada lejos por la mano de Ginny, que parecía más que decidida a que tuviesen su privada y pequeña celebración; él decidió que no era deber suyo interrumpirles el momento, cuando notó que se perdían por uno de los senderos sin final aparente del lugar. Hermione andaba sumergida en una plática inusualmente larga con Daphne Greengrass, por razones que le eran desconocidas, con quien aparentaba entenderse bien.

Su mejor amiga continuaba en un extremo de la pista, con los brazos echados alrededor del cuello de Longbottom, incluso poco después de que la pieza hubiese dejado de sonar. Sus vestimentas iban a juego, era obvio que la selección fue de ella. Neville le hablaba sin trabarse tanto, aunque todavía se ruborizaba hasta las orejas en ciertos momentos. Pansy sonreía, radiante, feliz. Draco pensó que estaba bien que se viese así.

Estaba tan metido en su burbuja de felicidad, tanto por Harry y él, como por su mejor amiga, que al sentarse y escuchar a medias la plática que mantenían su novio y la comadreja, tuvo una de esas ideas que se decía que no debía poner en práctica porque, de nuevo, no era asunto suyo. A veces no lo hacía, a veces sí rompía su propia regla.

Esa ocasión fue parte del segundo conjunto.

Se inclinó hacia un lado para susurrar en la oreja de Harry, que le dedicó una mirada extrañada por lo que dijo. Él le sonrió con su expresión más inocente y lo vio negar, rodando los ojos, pero le devolvió la sonrisa.

Se pondría de pie poco después, agitando la varita para que otra canción empezase a sonar, una de las lentas y de notas tan similares, que podría tenerla repitiéndose horas, y quien no la conociese creería que sólo se trataba de una melodía muy larga. Hermione parpadearía, luego alzaría las cejas cuando lo viese aproximarse, inclinarse y tenderle la mano.

—¿Qué tramas ahora? —inquirió ella, con una sonrisa divertida, en cuanto aceptó su invitación. Se dejó arrastrar de vuelta a la pista, a un costado donde la distancia era casi calculada; Draco dio un vistazo alrededor para asegurarse de que iba por donde debía, siguiendo un esquema trazado dentro de su mente—. ¿Draco?

—Tú sólo disfruta —indicó, fingiendo que no se daba cuenta de cómo su expresión era cambiada por la obvia cautela. La hizo girar, le sujetó la cintura, la inclinó un poco hacia atrás, para que arquease la espalda y dejase caer la cabeza; el paso estaba por completo fuera de lugar con la música, pero ella se sujetó bien de sus hombros y se rio cuando el mundo quedó invertido a sus ojos durante unos segundos. La regresó a la posición original con cuidado—, no todos los días tienes esta magnífica oportunidad de bailar con alguien con tanta gracia y talento como yo. Y es probable que tampoco la tengas muchas veces a partir de ahora, ¿sabes? Es que acostumbro bailar sólo con el amor de mi vida. Y aparentemente, Harry lo es.

Bien, tenía que presumírselo a alguien. Era simple casualidad que ella fuese la primera.

Hermione apretó los labios y simuló sorpresa, sus hombros se sacudían por la risa contenida.

Buena distracción. Se acercaban. El plan esbozado rápidamente daba excelentes resultados.

—Tengo que aprovechar entonces —señaló. Draco asintió con falsa solemnidad, y decidió que era más que perfecto para sus propósitos que apoyase la frente en uno de sus hombros. Ya casi. Ya casi—. ¿Eso es algo que también decidiste por tu cuenta?

Le llevó una fracción de segundo comprender a qué se refería y volver a sonreír como un tonto.

—No, fue Harry quien me lo dijo. Y que yo soy el amor de su vida.

Existía una gran probabilidad de que no parase de repetirle aquello a sus amigos durante los próximos días. Nadie podía culparlo. Harry lo convertía en un maldito Hufflepuff sentimental, meloso y cursi.

Y nunca habría deseado lo mismo con alguien más.

—Qué lindo —opinó ella, con suavidad.

—Sí, lo sé.

—¿Te das cuenta de que tienes cara de completo enamorado? —Hermione presionó la punta de su dedo contra su mejilla, él bufó. Ya casi. Un poco más. Unos pasos más, un giro.

Estoy completamente enamorado, Granger —puntualizó, sin titubear, por lo que ella lo observó con ojos enormes; aún no se acostumbraba a su facilidad para decirlo tras ese año y medio con él. Draco sonrió más, consciente de que era el comportamiento justo que levantaría sus sospechas—. Tal vez tú también hayas encontrado a alguien, ¿sabes?

Se detuvo, la canción seguía. Dio un paso lejos, justo a un lado de la mesa asignada para ellos.

Atrapó el cuello de la túnica desgastada de Weasley y tiró hacia arriba, levantándolo sin miramientos. Ron tenía una protesta en la punta de la lengua cuando se dio cuenta de que lo empujaba hacia Hermione; entones se tropezó con los pliegues de su ropa, boqueó, y la observó con ojos suplicantes, más tímidos de lo que fueron alguna vez durante la adolescencia.

—La canción no ha terminado —mencionó Draco, de pasada. La mirada que Hermione le echó le advirtió que ella sabía bien lo que intentaba, pero tal vez por eso mismo, resopló y le colocó las manos en los hombros a un nervioso Ron.

—Sí, la verdad es que me gusta esta canción —escuchó que le decía a un boquiabierto Weasley. Él se dio por realizado y volvió a la silla junto a su novio, contento con verlos reanudar el baile, casi como una pareja normal haría.

—…y te volviste a meter donde no te llaman —Harry en verdad lucía divertido cuando le besó la mejilla y se sentó a su lado. Él se encogió de hombros.

—Mi sueño era ser Cupido, ¿nunca te lo dije?

Su novio rodó los ojos, mas siguió el movimiento de la pareja de baile con la mirada durante unos segundos. Luego sonrió.

—Adoro que quieras que todos se pongan bien Hufflepuffs cuando tú lo estás —Draco giró el rostro, preparado para replicar acerca de cómo él, por supuesto, no era para nada Hufflepuff, cuando recibió un beso de Harry y un guiño; se le olvidó lo que tenía en mente momentos atrás—. Es genial que uses esa inventiva para hacer algunas cosas buenas de vez en cuando y no sólo meternos en problemas, ¿sabes?

Hacer cosas buenas. Draco lo consideró por un momento. Hacer cosas buenas, se repitió.

—¿Qué? —Harry sonrió, un poco cohibido, al caer en cuenta de que llevaba un rato observándolo en silencio. Draco buscó una de sus manos por debajo de la mesa, entrelazó sus dedos, y negó.

—Pensaba —lo vio levantar las cejas. Draco bufó—. Pensaba que soy un genio y seré el padrino de bodas de esos dos, ¿bien?

Harry rodó los ojos, pero todavía sonreía.

—Ni siquiera sabes si fue buena idea.

—Míralos —señaló. Hermione le hablaba en voz baja, una pequeña sonrisa crecía en su rostro; Ron batallaba por seguir el ritmo de la plática, al mismo tiempo que la conversación. Lucía feliz y nervioso. Sobre todo feliz. No lo veían así desde que llegaron.

—Sí, es un buen punto.

Draco le dirigió esa sonrisa que tenía para él de sabes que tengo toda la razón, la que causaba que Harry resoplase y se riese.

La afirmación de compromiso culminaría cuando las últimas luces del Vivero, decorado para la ocasión con cientos de esferas brillantes colgantes del techo de cristal, se hubiesen apagado. Entonces su Pansy estaría incluso más cerca de casarse.

Le quedaba alrededor de media hora fuera de la Mansión, antes de que supusiese un riesgo para él. Luna aún no volvía, sus amigos bailaban, la pareja del momento era arrastrada por un conjunto de preguntas de la señora Longbottom. Jacint, todavía con cara de no decidirse entre si maldecir a Neville o no, estaba junto a su madre en un par de sillas, y Draco tenía que estar cerca cuando eligiese, porque podría ser la última oportunidad justificada de atacar al Gryffindor. Después serían prácticamente familia.

Se reacomodó en su silla, apoyó la cabeza en el hombro de Harry, y deslizó un brazo por debajo del suyo, manteniéndolo cerca. Sonrió a medias por el beso que lo sintió dejar sobre su cabello.

—Harry.

—¿Hm?

—Te amo.

—¿Y eso a qué viene? —se rio. Draco le habría fruncido el ceño, de no ser consciente de que su reacción habría sido igual.

—Se dice "yo también te amo".

—Tú no necesitas que te lo diga —replicó, recargando parte de su cabeza sobre la de él, sin ejercer verdadera presión, las manos de ambos estaban unidas sobre el regazo de Harry—, pero yo también te amo. Mucho, mucho, mucho.

—Bien.

—Bien —Harry volvió a reír. Él pensó que era un sonido más bello que cualquiera de las canciones que había oído ese día. Y que de eso se trataba el amor.

0—

—…así que vas a hacer esto, ser…¿cómo dijiste que era?

Estaban en las vacaciones de navidad, a un par de meses de su llegada. Harry, libre de clases del primer trimestre en la Academia, tenía que dar tumbos de un lado al otro, llevado por su padrino, para terminar de arreglar lo correspondiente a la bienvenida del pequeño Teddy, así que sólo se pasaba por la Mansión durante el final de las tardes y parte de las noches. Se suponía que lo vería en unas horas.

Él, por supuesto, aún no podía salir por mucho tiempo. Pero la perspectiva no le parecía tan vacía con sus nuevas consideraciones acerca del futuro.

—Un inventor de hechizos —explicó Draco, quizás por enésima vez.

Severus todavía tenía la misma expresión que ponía frente a los estudiantes más estúpidos del séptimo año, a mitad de los ÉXTASIS. Él se decía que era sólo su manera de mirar y no porque lo que decía fuese una locura mayor de cómo ya sabía que sonaba.

Su padrino congeló el procedimiento de la poción en el caldero hirviente, que también apagó, y ocupó una de las sillas altas de su laboratorio provisional en la Mansión; ni él decía que trabajaba allí, cuando no le hacía falta, para hacerle compañía, ni Draco le mencionaba cuánto se lo agradecía. No era necesario.

El hombre se recargó en el borde de la mesa que los separaba y él imitó su postura, por un reflejo de varios años, que jamás se terminaría de quitar.

—¿Y eso de ser inventor —casi escupió la palabra, frunciéndole el ceño—, sería paralelo a manejar la fortuna Malfoy y tu parte de la Black, de acuerdo a los términos de Regulus, o en lugar de estas dos?

Sabía que aquel sería el punto focal de su respuesta. También tenía su propio argumento preparado.

—Sería paralelo —asintió, sin permitir una sola grieta en su máscara imperturbable. No le había llevado mucho retomar la práctica—, no interferirán entre sí. Los inventores son todos sangrepura, conscientes de que la familia va primero, y mantienen ambas partes de su vida, sin desatender ninguna. Si ellos pueden equilibrarse con las dos, yo también.

—¿Y tu madre qué piensa de todo esto?

Bien, esa pregunta también la había previsto.

—Desde que recibo el reconocimiento oficial del Legado y estoy en proceso de adaptación, decisiones como esta las puedo tomar solo, en nombre de los Malfoy, como único heredero y amo de la Mansión y todo el patrimonio, en este preciso instante. Pero —añadió, conforme notaba que el mago estrechaba los ojos, porque sabía que lo siguiente era lo que lo haría ganarse un pequeño punto a su favor respecto al tema—, cuando le mencioné a madre que quería intentar algo, sólo me pidió que no retase al Legado e intentase abandonar la adaptación, ni me pusiese en peligro. Ella está de acuerdo con lo que yo elija, basándome en esas dos condiciones.

Snape tuvo que aceptarlo con un escueto asentimiento.

—Suena a Narcissa —reconoció, en un murmullo—. ¿Y Regulus qué te dijo?

—Justo ahora lo averiguaremos.

No tuvo más que un instante para empalidecer y echarse hacia atrás, al comprender el significado de sus palabras. Las barreras emitían una débil vibración, que sólo Draco percibió. Su padrino le dedicó una mirada desagradable cuando unos pasos sonaron desde el pasillo, el que daba a una de las salas conectadas a la red flú.

Regulus tocó, y para su sorpresa, esperó que el mago le diese una indicación de pasar; creía que era la única persona que en realidad sí cumplía la condición de Severus de tocar antes de entrar.

Su primo se asomó, sonrió con un tinte de vergüenza que lo delataba acerca de haber sabido que no lo tendría sobre aviso, y avanzó hacia ellos.

—¿Y tú para qué querías que viniera, gusarajo feo? —Draco soportó que le sujetase las mejillas y apretase, igual que si fuese un niño pequeño y él creyese que en verdad podían considerarse mimos de algún modo inexplicable—. Creía que ya estabas grande y sabías sobrevivir sin tu primo favorito.

Él masculló acerca de cómo era un feo erumpent. Regulus se echó a reír, bajo la mirada reprobatoria de Severus.

—¿A ti no te molesta que tenga algo así como un…proyecto, diferente a manejar la fortuna?

Fue tan directo que Regulus parpadeó. Miró hacia Snape, en una especie de reacción inconsciente para buscar apoyo o una respuesta, luego de vuelta a él.

Sonrió.

—Sabes que no. Estaría feliz de que consigas algo que hacer por gusto, escarbato.

Draco asintió. También lo tenía previsto.

—Ahora, no hagas desastres aquí, erumpent —dicho esto, los dejó solos en el laboratorio, cerrando la puerta al salir. Lo último que llegó a escuchar fue la risa ahogada de Regulus al reconocer sus intenciones, y lo que pareció un bufido de su padrino.

Vaya que le agradaba eso de meterse donde no lo llamaban.

0—

Su novio reingresó a la Academia al término de unas vacaciones que le hubiese gustado alargar más allá del mes de enero. Recordaba el día exacto porque su madre había estado en casa de los Tonks, visitando a su hermana, y Harry se quedó a dormir con él. Tuvieron la Mansión sólo para ellos, para hacer y deshacer a su gusto; a la mañana siguiente, desayunaron en la mesa pequeña de la cocina que no era el verdadero comedor, y Draco le dio un vistazo a la fecha en su Apuntador, preguntándose cuánto tiempo le quedaría en aquella situación.

Lo vio partir por la red flú hacia donde fuese que quedaba la misteriosa Academia secreta de los Inefables, con esa sensación inevitable de añoranza y frustración, a la que aún no descubría cómo llamarle. Permaneció un momento en la sala, sopesando opciones, luego se dirigió hacia el despacho, llevando a cabo su chequeo de rutina a la casa en el trayecto. Lep correteaba a sus pies y le avisaba si encontró una irregularidad. Había descubierto un método para conectarlo a las barreras también.

Cuando terminó con sus tareas usuales, pasó por la sala del Legado, y todavía no era más que el mediodía. Narcissa regresó para el almuerzo y comieron juntos en una mesa techada que los elfos colocaron en el jardín, en lo que antaño era su zona favorita porque pensaba que encontraría un kelpie, y se regodeaba de que los pavos no llegaban allí, lo que la hacía más privada.

Dio algunas vueltas por la Mansión, leyó un capítulo más del libro de turno, una novela policial de un autor muggle que Hermione dejó, después de haber oído que se quejaba de haberse acabado el material de lectura de la biblioteca de los Malfoy. Luego se dijo a sí mismo que debía parar de mentirse. Fue hacia la chimenea del despacho que ahora sólo respondía a él, y atizó las brasas con magia, arrojando un puñado de flu dentro para acelerar el proceso.

Unos segundos más tarde, la cabeza de Daphne Greengrass se asomaría entre las cenizas al fondo de la chimenea. Ella, divertida, preguntaría si es que ya lo había pensado bien.

Draco asintió.

—Estoy seguro.

0—

El Legado de los Greengrass estaba directamente relacionado a la maldición que portaban las mujeres de la familia, y era de los que tomaban. Daphne estaba convencida que existía una manera de manipular la magia ancestral del Legado de cualquier familia sangrepura, sin afectar su utilidad ni a los descendientes futuros, ni enojar a la entidad como tal, y utilizarla para revertir el proceso de la Maldición una vez comenzada.

Mientras la escuchaba hablar sobre los apuntes que los Inventores le prestaron, en un cuaderno desgastado a nombre de su difunta tía, Draco también se vio convencido. Al menos en parte.

—Hay demasiadas grietas en esos conceptos —puntualizó, despacio. Estaban en la biblioteca y su madre jamás irrumpiría allí cuando sabía que se encontraba ocupado, aunque no era como si hiciese algo de lo que sentirse avergonzado; aun así, valoraba la privacidad y quietud del ambiente.

No era un experto en magia ancestral. Algunos términos de la antigua señorita Greengrass le eran confusos, oraciones completas carecían de tanto sentido como si se encontrasen encriptadas ante sus ojos con magia, pero un revelio no arrojaba ningún resultado favorable. Contaban con una investigación sin concluir, un glosario a medias de las palabras más extrañas de la rama de la magia que necesitaban, un par de recetas de pociones a medio terminar, con borrones, manchas de tinta, tachaduras y notas al pie de página acerca de reemplazar ingredientes o buscar otros.

Daphne lo observaba con atención cuando llegó al final del tramo escrito en el cuaderno y levantó la cabeza hacia ella.

—Magia ancestral suena interesante para mí —comentó. Su vieja compañera le sonrió, se estiró sobre la mesa que los separaba para sostenerle la mano, y gesticuló un suave "gracias" con los labios, sin sonido. Él rodó los ojos—. No te pongas sentimental. Si hay una forma de revertir su maldición, hay algo que hacer sobre mi Legado, el de los Black, y cualquier otro.

La idea bastaba para que tuviese energía de sobra para empezar a investigar. Ella lo entendió, porque recogió el cuaderno, pasó las páginas hasta alcanzar el área que continuaba en blanco, y lo apuntó con la pluma en su otra mano.

—¿Por dónde comenzaremos?

Él lo pensó unos instantes, dando un vistazo alrededor.

—Vamos a definir qué es la magia —Draco sacó su propia vuelapluma y la dejó escribir lo que dictaba. Daphne, frente a él, asentía para hacerle saber que oía—, trabajaremos en conceptos de magia ancestral y antecedentes, en nuestras familias y fuera de ellas; todo lo que se parezca, todo a lo que podamos encontrarle puntos similares, todo de lo que podamos sacar una pista, aquí o al otro lado del mundo.

—Y comenzamos a reducir nuestro enfoque y a centrarnos —Daphne le siguió el ritmo—, y sabremos con lo que tratamos y cómo descifrar lo que mi tía ya tenía aquí. Desde ahí-

—Podremos partir específicamente con la maldición Greengrass —completó por ella. Daphne volvió a asentir.

—Podría besarte, si no tuvieses a Harry —bromeó, riéndose cuando Draco arrugó la nariz e "interpuso" un brazo entre ambos.

—Greengrass, sé que es duro para ti, soy irresistible, no te culpo, pero estoy felizmente casi-comprometido y amo a mi novio.

—Ya deberían haberse casado —se burló ella, pero decidió ignorarla para conjurar cuanto libro pudiese servirles y colocarlo sobre la mesa, en dos pilas, una para cada uno.

Aquello llevaría un tiempo.

Por suerte, el tiempo era lo único con que contaban en ese maldito encierro.

0—

—¿Has visto mi uniforme?

Cuando notó la expresión pensativa de su mejor amigo, Harry tuvo ganas de palmearse la frente.

Vigésima cuarta nota mental de convivencia con Ronald Weasley: nunca, jamás, por nada del mundo, le dejes lavar la ropa de ambos.

Dos de sus uniformes estaban desaparecidos, uno manchado en los bordes, tres rotos en alguna parte. Nada irremediable, pero lo fastidiaba perder varios minutos con los encantamientos para arreglarlos.

Haberse mudado con Ron tenía sus puntos buenos, no iba a negarlo. En una de las visitas que le hizo para comprobar que no estaba tan mal como creían, volvió a toparse con los anuncios de la planta baja, y decidió hablar con el dueño; el piso más alto del edificio tenía espacio para que dos adultos viviesen sin tropezarse ni meterse en el camino del otro. Sin lujos, cerca de Godric's Hollow y la nueva casa de Remus y Sirius. Costaba mucho menos de lo que había pagado en algunos hoteles y posadas durante sus viajes con Draco. Cuando le había dicho a Ron que necesitaba un compañero de piso y que consiguió un trato con el dueño para pagar el alquiler sin que lo presionasen (dado que Harry cubriría sólo un poco más de la mitad de forma puntual), él lo había mirado como si fuese una aparición de Merlín que veníapara librarlo de su compañero anterior.

Aún no se arrepentía. Sin embargo, algunos días tenía que recordarse que ese idiota era su mejor amigo, y uno no lanzaba maldiciones a sus mejores amigos.

—¿Viste en el armario? —Harry arqueó las cejas por la obvia pregunta. Ron enrojeció un poco—. Tal vez- uhm- sé que lo colgué- lo colgué y entonces- —gesticuló para darse a entender, en vano.

Resultó que sí estaba en el armario. El de Ron. El cómo confundió una túnica negra de Inefable con la azul de Auror todavía era un misterio para ambos, cuando terminaron de alistarse.

—Compañero —Harry lo vio por encima del borde de su taza de café y la encimera que compartían, manchada de harina, mezcla de panqueques, azúcar y salpicaduras de jugo de calabaza por aquí y por allá. Ron era partícipe del no-trabajo-forzado a los elfos, sólo para no llevarle la contraria a Hermione en los últimos días, y todavía no conseguían uno que aceptase trabajar en horario regular y con paga. Ambos olvidaban hacer la limpieza propiamente dicha, hasta que volvían a estar sentados ahí y veían el desastre—, ¿hoy a dónde vas al ir?

Era una pregunta casi divertida y recurrente en su rutina.

Ron estaba a punto de graduarse como Auror e ingresar al Ministerio, así que tenía clases teóricas algunas mañanas y prácticas por las tarde. Los fines de semana, si no estaba en La Madriguera, iba a hacer trabajo de campo con un escuadrón real que recibía a los novatos y aceleraba su proceso de estudios para adelantar su graduación unos meses. A diferencia de las primeras semanas, ya rara vez lo veía dormir sobre libros empolvados o pergaminos de varios metros de largo, y ahora solía estar destrozado por perseguir ilusiones de magos criminales.

En cambio, con él, Ron decía que nunca sabía a dónde podía encontrarlo, ni con el mejor encantamiento de localización. No estaba tan lejos de la verdad, aunque Harry se riese al escucharlo.

La Academia de los Inefables, La Torre, como le llamaban ellos, era un lugar tan secreto que ni siquiera él tenía idea todavía de dónde estaba; llegaba vía flú, se iba vía flú, jamás había visto más que el paisaje árido y vacío del exterior de las ventanas, a metros del suelo, con un atardecer interminable que podía encontrar a cualquier hora del día. Sus compañeros hacían apuestas al respecto; de momento, ganaba la teoría de que se trataba de otra dimensión mágica en un espacio fuera del tiempo, propuesta hecha por Zacharias Smith, que iba un año adelantado con respecto a él.

Cuando no estaba metido en una sala de pruebas con artefactos de origen tan desconocido como sus propiedades y utilidades, los tenían en un entrenamiento mágico-físico demoledor, a través de pistas de obstáculos con trampas que debían prever (y él, en realidad, sorteaba en el calor del momento más de lo que las anticipaba). Sino, se encontraba en un salón donde los asientos se organizaban en un círculo en torno a una esfera flotante, de la que brotaba la voz del profesor de turno, o enviado a hacer de chico de los recados para los verdaderos Inefables en el Departamento de Misterios, lo que, en su caso, significaba que Hellen se lo llevaba consigo; si ella le decía que atrapase al boggart de ese armario evanescente con las manos, no sabía cómo, pero él debía hacerlo.

Si había salido de las clases y prácticas, que tenían el horario más irregular que conocía, lleno de huecos de varias horas y con noches ocupadas en contraposición, podía estar en Godric's Hollow con sus padres, ayudando a su madre a convencer a James de que el retiro, si no necesitaban el dinero, no significaba que era un anciano ni que no pudiese hacer lo que fuese que quería hacer, o en la casa de Sirius y Remus, uniéndose a cualquiera de los hombres en la persecución de un niño revoltoso con estallidos de magia accidental y que consideraba divertidísimo hacer explotar los objetos valiosos en la propiedad y los agudos gritos de su moomy.

Cuando su tiempo era sólo suyo al fin y podía decidir, estaba con Draco en la Mansión, lo que podía ser un bálsamo relajante para los malos días, o un desastre mayor que el pequeño Teddy en sus huidas cuando era hora del baño y él no quería meterse a la ducha. Todo dependía de lo que estuviese haciendo cuando llegase y su humor al verlo.

Si alguien le hubiese preguntado a Harry, él habría afirmado, sin un segundo de duda, que Draco Malfoy podía ser más caótico que un niño sin control de su magia. A su manera.

—…creo que voy con Draco —mencionó, frunciendo el ceño. Estaba casi seguro de que no lo había visto en dos días. Casi. Tenía unas notas en su escritorio, de esas que todavía se intercambiaban a diario, en especial de parte de Draco, que incluso con su peor humor, conseguía escribirle un par de líneas y enviar al búho de los Malfoy con él.

Ron arrugó un poco la nariz y luego se encogió de hombros.

—Suerte, supongo.

Una visita que le hizo, un mes atrás, había hecho que regresase al apartamento con la túnica consumida por un ácido azul y extraño. Desde entonces, Ron tenía la idea de que ir con Draco, mientras estuviese encerrado por el Legado, era similar a ser sometido a un experimento mágico. Él no podía refutarlo, porque a veces también pensaba algo parecido. Sólo un poco.

Harry emitió un vago sonido apreciativo, se terminó su jugo de calabaza, y levitó el vaso hacia el fregadero, a la vez que se aseguraba de que su túnica estuviese bien ajustada y la capucha lista para cubrirle el rostro en cuanto la levantase con un movimiento. Era norma en La Torre llevar la capucha puesta; los estudiantes eran identificados por una revisión rápida de varitas y auras, lo que descartaba los engaños superficiales.

—¿Es verdad que vas a salir con Hermione? —se le ocurrió preguntar, mientras conjuraba su maletín con un accio. A Ron, de espaldas a él, se le enrojecieron las orejas.

Cuando Pansy le hizo el comentario, unos días atrás, no creyó que fuese en serio.

—No —Ron titubeó y giró sobre el asiento. También batallaba con la túnica, quizás porque los broches del uniforme de Auror novato eran dobles y más de los necesarios—, o sí, no pero sí. No es salir como- salir —Harry volvió a levantar las cejas y él balbuceó—. La voy a acompañar a comprar su vestido para la boda de Cho Chang, ya sabes, la de Ravenclaw, un poco mayor que ella- sí, aparentemente se llevaban bien y- eso. La escucharé divagar sobre cuál se quiere poner para la boda de Pansy y Neville un día, volverá a hablarme de lo lindos que se ven juntos, y yo asentiré a todo, y le haré cumplidos sobre lo preciosa que se ve con lo que se pruebe.

—Suena a que se saltaron la parte de las citas y se convirtieron en un viejo matrimonio.

Ron apretó los labios un momento, luego resopló.

—A las chicas les gusta que las oigas y vayas de compras con ellas y- todo eso.

—¿Quién dice?

—Fred y George —musitó, entre dientes. Harry luchó para retener una sonrisa.

—¿Los mismos Fred y George que piensan que lo más hermoso de este mundo es su tienda y no tienen novias desde Hogwarts?

—Han tenido más novias que tú —Ron lo señaló de forma acusatoria. Harry bufó.

—Porque nunca he tenido una. Me gusta Draco, nadie más.

—Exacto —Ron realizó un gesto vago y torpe, a manera de explicación, que de nuevo, falló—. Al menos, ellos sí han- ya sabes, estado con chicas. Escucharé sus opiniones hasta que tenga unas mejores.

—Puedes preguntarle a Ginny —opinó, encogiéndose de hombros—, ella también ha estado con chicas.

Sabía que estaba mal, pero pincharlo respecto a ese tema era el nuevo deporte del grupo cuando se reunían. Ron era demasiado obvio, se irritaba con la misma facilidad con que se avergonzaba. Que Hermione sonriese y no negase nada, a pesar de los meses transcurridos, sólo aumentaba la insistencia del mismo.

Su mejor amigo decía que era la influencia maliciosa de Draco en él la que lo hacía encontrarlo divertido. Harry pensaba que sólo lo hacía porque era divertido, y tierno, a su manera.

Se despidió, se dirigió a la destartalada chimenea con que venía el apartamento, y partió hacia La Torre.

0—

—…entonces Smith me dijo "¿no nos habías contado algo sobre un apodo de cuando aún estábamos en Hogwarts? Propón ese". Yo le había dicho que sería extraño, y él me recordó que los nombres de agente para Inefables se eligen como juegos de palabras o bromas privadas muchas veces y…—Harry lo observó de reojo. Al no encontrar reacción alguna, añadió en tono cantarín:—. Luego se abalanzó sobre mí para besarme y declararme su amor eterno, y decidió que me llevaría a que nos casáramos en-

La silla se volcó de forma tan veloz que no le dio tiempo ni de gritar. Un momento, estaba cómodamente sentado; al siguiente, veía el techo de la biblioteca, le dolía la espalda, la silla se lo sacaba de encima y volvía a su posición anterior, como si tuviese vida propia y rechazase el seguir sosteniéndolo por más tiempo.

—Puedo estar concentrado en esto, pero escucho cada palabra que sueltas, Harry James Potter —Draco le dedicó una mirada desagradable, colocándose los lentes de laboratorio sobre el cabello, sólo para dicha finalidad—. Y la Mansión está muy, muy malhumorada estos días.

Harry se sentó en el suelo y le sonrió, con aparente inocencia.

—Pensé que no me estabas prestando atención —reconoció, el rostro ardiéndole de pronto. Draco suavizó su expresión.

Siempre te estoy prestando atención —Draco bufó, reclinándose en el respaldar de su silla, sin verlo—. Y pienso que Hopear es un apodo que ningún otro Inefable tendría, vas a conseguir otra ronda de apuestas de los demás intentando descifrar lo que significa para ti, y que si ese Smith se te acerca demasiado, voy a probar una poción de hipo permanente en él.

—¿Hipo?

—No puedo envenenar a alguien mientras quiera trabajar con los Inventores, así que…

—Bien, entendí el punto —Harry se puso de pie y caminó hacia él, sonriendo a pesar de que Draco bufó y volvió el rostro en una dirección diferente. Le rodeó los hombros y se inclinó por un beso, que él esquivó girando la cabeza de nuevo. Tuvo que contener la risa; notaba, por la débil vibración de su cuerpo, que Draco también—. Perdón, fue una muy, muy mala broma.

—Sí, bastante mala.

Le besó la frente y los párpados. Poco a poco, Draco se relajó.

—Sólo jugaba.

—Pues fue un juego terrible y tú bastante cretino al decirlo —Draco tuvo que espetarlo, con el entrecejo arrugado, para que Harry cayese en cuenta de cómo debió sonar.

—Lo siento, lo siento, lo siento —murmuró, llenándole el rostro de más besos. Tras un momento y varias protestas falsas, Draco se permitió una risa débil, después le envolvió la cadera con los brazos. Harry le sonrió—. ¿Sabes que no me di cuenta hasta hace poco que nunca me ha gustado alguien, además de ti?

Él elevó una ceja.

—¿Para qué tendría que haberte gustado alguien más?

Fue su turno de levantar las cejas.

—¿Te vas a pasar toda la tarde siendo un celoso malcriado? —Harry le pinchó la mejilla, riéndose cuando él fingió morder su dedo.

—¿Por qué no? —Draco se encogió de hombros de forma teatral y ladeó la cabeza, para observar la mesa por uno de sus costados—. Tendré que traer a Pansy, y le diré que aún no es tarde para que deje a Longbottom y nos casemos, porque todo este tiempo he estado con alguien que prefiere a los Hufflepuff y-

—Draco, ¡por Merlín! ¡Escúchate! —Harry estalló en carcajadas cuando fue jalado hacia su regazo. Draco tenía una expresión divertida al besar su mejilla y dejar que se recargase en su pecho—. Eres malvado a veces. ¿En qué momento dejaste de estar molesto?

—Cuando vi tu cara de crup perdido al caerte de la silla —como si reaccionase a la mención, la dichosa silla repitió el movimiento de volcarse y se alzó por sí sola—, pero me merecía una disculpa. Aunque lo de la silla sí fue la Mansión —observó, con ligera extrañeza—. Aun así, yo nunca había insinuado algo como eso.

Harry abrió la boca y la cerró después, reconociéndolo con un asentimiento. Le pasó los brazos alrededor del cuello y se pegó más a él.

—No era en serio-

—Lo sé, Harry —susurró contra su oído. Las caricias que recibió en la espalda baja terminaron de asegurarle que no, Draco no pensaba que hubiese sido real ni por un segundo; fue ese detalle el que le permitió relajarse por completo sobre sus piernas—. En realidad —agregó luego, divertido—, sólo estaba ganando tiempo para que esto se asentara. Mira y dime qué crees que es.

Se apartó lo suficiente para dirigirle una mirada inquisitiva, que él contestó con un asentimiento, diciéndole que era en serio.

Draco no lo había incluido en sus recientes investigaciones de lo que sea que hiciese; sabía que era una investigación por el montón de libros y el tiempo que pasaba en la biblioteca, y que experimentaba con algo por la manera en que lucía. Le recordaba al Draco de trece años en las mazmorras, dibujando y redibujando Hogwarts para sus mapas. A pesar del tiempo transcurrido, la expresión concentrada y expectante era la misma.

No era como si él hubiese sido insistente con el tema tampoco. Harry le contaba de asuntos supuestamente clasificados de los Inefables, Draco divagaba sobre lo que oía en las reuniones de los Inventores. Si tenía pistas sueltas de aquello en lo que trabajaba, era porque no lo ocultaba de su vista cuando estaba cerca, y creía que le diría cuando tuviese ganas. O cuando hiciese un avance importante, como en ese caso.

Harry se reacomodó en sus piernas para darse la vuelta, los brazos de su novio todavía envueltos en su cadera.

Desde que llegó a mediodía, por otro de esos huecos en su horario, Draco había estado trabajando en ese cubo blanco al que le faltaba sólo una cara, la que estaba de frente a su silla y daba acceso a lo que se encontraba en el interior.

Se trataba de una esfera de consistencia inestable, medio líquida, que oscilaba como si fuese sacudida por una fuerza invisible desde adentro. Levitaba a varios centímetros de cualquiera de las superficies sólidas que la encerraban, sin rozarlas. Emitía débiles resplandores y cambiaba de color.

—¿Puedo…? —observó a su novio por encima del hombro y esperó su asentimiento para volver a girarse. Conjuró uno de los guantes antimagia de su maletín y se lo puso, sin despegar los ojos de la pieza. Era lo primero que enseñaban en la Academia, y lo primero que aprendió por las malas. No quería recordar la quemadura que se hizo en uno de los laboratorios y lo envió a San Mungo por día y medio. Draco estaba más que sólo histérico y angustiado.

Extendió el brazo, deslizándolo dentro del cubo sólo hasta donde cubría la tela reforzada del guante, y sostuvo la pieza, que se aquietó un poco entre sus dedos. Se sentía sólida, pero demasiado suave y maleable.

Al sacarla, nada ocurrió. La alzó para verla desde diferentes ángulos. Podía compararla a varios objetos mágicos de los que tenían en La Torre para estudios, pero no sería preciso. Nunca vio nada igual.

—¿Qué es? —inquirió, girando el rostro, sólo para descubrir que Draco lo miraba a él, no al objeto, y tenía una sonrisa leve—. ¿Qué? —soltó, sin pensar. Él sacudió la cabeza.

—Lo de actuar como Inefable te queda.

Harry arrugó el entrecejo y estuvo a punto de preguntar qué se suponía que significaba eso, cuando él lo estrechó un poco más y apoyó la barbilla en uno de sus hombros. Suspiró.

—Sólo dime qué es.

—¿No tienes ninguna idea?

Emitió un breve "hm", haciendo memoria de páginas y páginas de lectura.

—¿Un recipiente de magia? ¿Una cápsula transportadora para squibs? ¿Un energizante?

—Realmente prestas más atención en La Torre que en Hogwarts, eh —Harry estaba dispuesto a protestar por la obvia alusión, cuando vio que Draco extendía un brazo, y la pequeña esfera maleable levitaba hacia su mano, sin tocarlo—. Harry James Potter, estás viendo el primer, y único hasta el momento, punto de magia ancestral condensado que existe en el mundo. Magia pura. Cortesía de horas de trabajo de Daphne Greengrass y tu maravilloso novio.

Permaneció boquiabierto durante unos segundos, pasando la mirada de la pieza a él. Draco sonrió a medias.

—¿Qué…? ¿Cómo? —fue lo que atinó a preguntarle, girándose sobre sus piernas para volver a encararlo. Él aún lo abrazaba—. Draco Malfoy, dime que no vas a soltar la oscuridad del mundo de nuevo o algo por el estilo.

Él rodó los ojos.

—Por Merlín, Harry, la oscuridad del mundo está guardada en el Mu…seo…—musitó la última palabra despacio, con una pausa considerable en medio. Los ojos muy, muy grises parpadearon hacia él, brillantes, enormes—. Eso es —susurró. Harry arrugó el entrecejo cuando sintió que lo apretaba un poco más y se echaba a reír por lo bajo.

Aparentemente, el encierro ya lo había hecho perder la cabeza.

—¿Qué? —titubeó, dando un vistazo alrededor para asegurarse de que la magia estaba guardada en su cubo y no corrían ningún tipo de peligro— ¿Draco?

Sonreía cuando lo besó. Lo hizo de un modo tan largo, profundo, lento, exploratorio, que Harry sintió que la cabeza le daba vueltas cuando se apartó lo suficiente para que pudiese volver a verle el rostro.

—¿Ah? —balbuceó, otra vez, mareado y aturdido.

—Eres un genio, Harry, ¡un genio! El hombre más listo de este mundo, nunca me dejes olvidarlo. Eso es exactamente lo que necesitaba —mientras el aludido se dejaba besar largamente, quedándose sin aliento, no cesaba de parpadear y boquear entre cada pausa; Draco lucía más que satisfecho con la conclusión a la que recién había llegado, fuese la que fuese—. Debo trabajar en estas cosas así más seguido.

Se demoró unos segundos en comprender a qué se refería y ahogar la risa contra el dorso de una de sus manos.

—Bien, podría sentarme en tus piernas mientras trabajas más seguido, si yo obtengo una recompensa —indicó Harry, con una sonrisa, a la vez que llevaba las manos a la parte de atrás de su cabeza, y jalaba de él con suavidad para reclamar otro beso. Ese fue más cuidadoso, tranquilo, suave. Al apartarse, unió sus frentes un instante—. ¿Vas a hacer algo con el Museo?

—Es el ejemplo perfecto de magia ancestral, inerte y viviente. Alfis, puertas, conexiones, tesoros. El Legado me exige estar en territorio Malfoy, allí hay un salón Malfoy. Puedo conseguir más puntos, condensarlos, podemos probarlos- ¿es que no lo ves?

Harry le mostró una media sonrisa. Por un lado, era bueno ver que suDraco entusiasta estaba de vuelta, después de meses decaído por un encierro forzado dentro de esas paredes.

Por otro, no dejaba de ser extraño.

—La verdad es que no lo veo —le confesó, en un murmullo, por lo que él bufó y luego le restó importancia con un gesto.

—Está bien, lo harás. No tiene que ser hoy. Justo ahora, tenemos otras prioridades…

—¡Draco, ¿qué…?! —Harry ahogó un grito cuando lo sintió levantarse; un brazo bajo sus rodillas, el otro le rodeaba la espalda. Draco lo cargó al ponerse de pie, y comprobó que podía mantener el equilibrio con su peso encima. Rodeó la silla, después la mesa, dejando la biblioteca atrás en poco tiempo—. ¿Qué…? —se rio al recibir otro beso, de camino a la salida.

—Pediste una recompensa. Vamos a conseguir tu recompensa —dictó su novio, con aire solemne.

—Me parece bien…

Harry sonrió, le rodeó el cuello con los brazos, y se estiró para ir en busca de su recompensa.


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