Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Libro 0. Harry Potter y el niño-que-brillaba: Pre-Hogwarts

Introducción: Harry tiene seis años la primera vez que ve a Draco Malfoy, un extraño niño que visita a su vecina, y aunque no entiende por qué es tan serio, por qué tiene varita siendo tan joven, y por qué parece brillar, decide que quiere ser su amigo. Pero puede que le sea un poco más complicado de lo que creyó.


Capítulo uno: De cuando Harry (y Ron) conoció a Draco (y a Pansy)

Pensar en Pansy Parkinson, para Harry, significa pensar en Draco. Después de todo, fue así cómo llegaron a su vida: juntos.

Ocurrió el 22 de junio del año 1987. Es uno de esos momentos exactos que recuerdas tal cual fueron.

Un pequeño Harry, de seis años, estaba recogiendo flores y piedras bonitas en el patio de su casa, en Godric's Hollow, porque quería ver si podía hacerle un regalo a su madre. Él los escuchó llegar, pero como todo niño, rara vez le prestaba la suficiente atención a su entorno para notar un cambio de inmediato.

El gato que tenían por aquella época era negro, de ojos verdes, y huía cuando él intentaba acercarse. Puppy, se llamaba. La ironía era cortesía de su padrino Sirius.

Algunas personas que no conocía estaban descargando cajas de un auto en el lado opuesto de la calle. Puppy fue a investigar, y el pequeño Harry se agazapó detrás de unos arbustos y fue tras él, en lo que definía como su modo "sigiloso"; en otras palabras, caminó agachándose en cada paso y arrastrando las manos por el piso, hasta casi gatear.

El animal rehuía de él, como era costumbre, así que pronto cruzó la calle, saltó la verja y se perdió en un espacio de matorrales, que apartaba la casa de los vecinos. Harry echó un vistazo hacia atrás; su vecindario tenía pocos autos a esas horas, y Lily era la única en casa, además de él. Sabía que podía regañarlo por atravesar la calle por sí solo, ¡pero ya era un niño grande! Los seis años era un paso cerca de la adultez, ¿no?

Mientras su madre no se asomase por la ventana de su cuarto, en el segundo piso, no lo vería, y él estaría de vuelta antes de que notase que estaba investigando lo que pasaba, con ramo de flores incluido.

Puppy, tan ágil como siempre, se le adelantó en la investigación. El niño lo supo por el instante en que oyó un maullido y una risita. Harry frunció el ceño, se sujetó del borde de la cerca que cerraba el patio de la otra casa, y se puso de puntillas para ver por encima.

—Hola, precioso, ¿cómo estás? —un adolescente de cabello oscuro hizo una pausa, a mitad del camino de piedras que llevaba desde las rejas a la entrada principal, y se pasó la caja que cargaba de un brazo al otro, para acariciarle la cabeza al minino, que se retorció bajo su toque. Él se rio y continuó con el trayecto y sus tareas, mientras el pequeño Harry entrecerraba los ojos y se quedaba boquiabierto, ¡traicionado por su propio gato! ¡Después de que insistió a sus padres para tenerlo, de que tuvo que pedir ayuda de Remus para convencer a James, de que le dio leche con su dedo cuando era muy pequeño para tomarla por sí mismo!

Harry estaba decepcionado de la falta de lealtad de su Puppy. Para la otra, se iba a buscar un perro; ese tipo de cosas no les pasaba a los dueños de los perros.

Cruzado de brazos, siguió viendo el ir y venir de los que recién llegaban. El muchacho no cargaba más de una caja a la vez y sólo las pequeñas, pero llamaba a dos hombres vestidos igual, que movían el resto y lo seguían a donde les indicara. Una señora, que se veía como Harry cuando tiene mucho sueño —o así la notó él—, atravesó el patio despacio, mirando por encima de su hombro cada cierto tiempo. El niño se fijó en el gesto y observó el lateral de la calle también.

El auto que traían, era un modelo viejo, de pintura gastada y embarrado en los bordes inferiores. Justo delante de las puertas traseras, vio de nuevo al traidor de Puppy, deslizándose entre los pies de un niño y restregándose contra la tela de su pantalón.

Levantó la mirada poco a poco. Lo primero que notó, fue que se trataba de dos, no uno, y que no debían ser mayores que él; la más bajita, tenía un vestido de motivos florales y largo cabello oscuro, sujeto en bucles con pasadores de colores, y se aferraba con ambas manos a uno de los brazos del nuevo amigo de Puppy, una especie de luz humana.

¿Por qué?

Para el Harry de seis años, aquel niño tenía la piel tan pálida y el cabello tan claro, que parecía que los rayos del sol le daban de lleno y los reflejaba, haciéndolo brillar como una lámpara andante. En toda su vida — y Harry consideraba haber vivido bastante ya—, nunca había conocido a alguien que se viera así.

Harry continuó observándolo mientras su gato traidor se frotaba contra el pantalón de este. Aquel niño permanecía quieto, sin despegar los ojos de la entrada de la casa, e incluso cuando la pequeña emitió un débil sollozo y se abrazó a uno de sus costados, él sólo ladeó un poco la cabeza y le habló en voz baja, de manera que no se pudo escuchar lo que decía donde se escondía.

El aire alrededor de la casa era denso, de un aroma indescriptible que, hasta el momento, sólo había experimentado dentro de la suya. A medida que las cajas eran llevadas adentro, y la mujer y el muchacho salían para reunirse con el par de niños, aquella presión invisible no hacía más que aumentar.

Los cuatro intercambiaron unas palabras, los mayores sosteniendo los hombros de la pequeña para que soltase al rubio, que detuvo el inicio de una discusión sacudiendo la cabeza y murmurando algo. Debió ser un algo bueno, opinaba el pequeño Harry, por la manera en que ella asintió, sonriendo, a pesar de tener las mejillas manchadas de lágrimas, y se apartó para posicionarse entre la mujer y el adolescente, e incluirse en una plática más animada al caminar hacia adentro.

El niño se quedó unos instantes en el mismo sitio. Harry casi tenía que entrecerrar los ojos para verlo directamente, sin temor a quedar cegado.

El desleal de Puppy al fin dejó de exigir caricias a los desconocidos, y por primera vez en los tres años que tenía de haber sido llevado con los Potter, avanzó hacia Harry por voluntad propia. No pudo elegir un mejor momento, por supuesto.

Cuando menos se lo esperaba, el gato saltaba la verja para hallarlo en el escondite detrás de los matorrales, su modo "sigilo" olvidado en la nada, y el niño rubio miró en su dirección, con una expresión aburrida, como si hubiese sido consciente de que estaba ahí desde un principio. Años más tarde, Harry no dudaría de que aquello último fuese cierto.

—¿Quién anda ahí? —preguntó. El único pensamiento que el pequeño Potter formuló fue que tenía una voz bonita, y él sólo creía que su madre y Remus tenían voces bonitas, por lo que podía ser tomado como un verdadero cumplido nivel Harry.

Consideró quedarse donde estaba, o incluso arrastrarse más hacia el patio vecino, para salir en otra parte y cruzar la calle corriendo, antes de que Lily se diese cuenta de que no estaba cerca.

El niño suspiró y avanzó hacia la valla que ocultaba los matorrales, y a su vez, al propio Harry, que jadeó y luego tuvo que llevarse ambas manos a la boca para conservar en secreto su presencia e investigación sobre los recién llegados.

—Sé que estás ahí —dictó el rubio, en tono monótono—, te siento.

Harry no tuvo tiempo para preguntarse a qué se refería. En cuestión de un parpadeo, transcurrieron varios sucesos a la vez.

El nuevo vecino estiraba la mano por encima de la verja, de manera que estuvo a punto de rozarle los mechones desordenados del cabello, y revelaba una varita de prácticas, sostenida con firmeza entre los delgados dedos, ¡y es que eso no era posible! Pero Harry no pudo lamentarse de las injusticias de ser pequeño, ni que le hubiese pedido una varita de práctica a sus padres y James le hubiese replicado que "nada de magia hasta los once", porque la enana llorona se paró bajo el umbral de la puerta principal.

—¡Draco, ven! —dio un saltito, seguido de un sonido que era mitad risa, mitad sollozo, y la obligó a tallarse los ojos—. Madre nos va a dar galletas, antes de llevarnos al Vivero.

El pequeño se detuvo, cuando estaba a unos centímetros del trozo de ramas y hojas que le tapaba la cara a Harry, quien contuvo el aliento para disimular su presencia. Bajó la mirada del par de ojos grises y también brillantes, y el otro se sintió observado y regañado, a pesar de que no podía creer que su perfecto escondite y su investigación "sigilosa" hubiesen tenido algún fallo.

Se guardó la varita en la manga de la camisa, giró y volvió sobre sus pasos para ir hacia el camino de piedras. Harry permaneció en el escondite, sin respirar por tanto tiempo que le empezó a doler el pecho, y acompañado por los débiles maullidos de Puppy, hasta que el niño rubio se dio la vuelta bajo el umbral de la casa y miró hacia él.

Se despidió con una mano y entró. La puerta se cerró enseguida, aunque nadie la tocó. Harry soltó un grito ahogado y se cayó hacia atrás del susto, sabiéndose descubierto.

Puppy, ahora por segunda vez desde que lo tenía, se le acercó y le presionó la nariz contra una de las mejillas. Poco a poco, el aire que rodeaba el patio volvió al ligero y húmedo que caracterizaba a Godric's Hollow.

El pequeño Harry se olvidó del secretismo de su misión en cuanto estuvo recuperado, y sin limpiarse la tierra y césped de la ropa, corrió de regreso a su casa, para buscar a su madre. Lily, que estaba en la cocina, sólo tuvo el sonido de la puerta al impactar contra el marco sin cuidado y las pisadas aceleradas que iban hacia ella como pista, antes de que unos brazos le rodeasen la cadera y Harry comenzara a hablar sobre un niño que brillaba y hacía magia, justo como ellos, en la casa de al frente.

0—

El Harry de seis años intentó buscarlo varias veces desde entonces, en vano. Cuando sus padres decidieron pasar para darle la bienvenida a lo que, él confirmó, eran los nuevos vecinos, tuvo la oportunidad de entrar a la casa; esta se veía más pequeña desde adentro, atestada de cajas que aún nadie acomodaba, y sólo estaban tres personas, no cuatro.

Por aquella época, Harry estaba más concentrado en otros asuntos, y no se percató de que Lily entraba en la cocina con la mujer recién llegada y mantenían una plática más larga de lo que sería usual. James y él se quedaron en un sofá de dos plazas en la sala, frente a un sillón, donde estaba sentado el chico, que poco antes se presentó como Jacint. La pequeña que se le parecía y había visto con el niño-que-brillabase llamaba Pansy, y estaba escondida detrás del respaldo de la silla que el muchacho ocupaba, desde que llegaron.

Fue una visita sin resultados, en opinión del Harry joven. En especial porque, al salir, vieron que Puppy se colaba dentro de la casa por una de las ventanas, para exigirle caricias a Jacint, ¡gato traicionero! Harry decidió cerrarle las puertas esa noche, lo que tampoco salió bien, porque terminó con que el animal empezara a pasarse más tiempo con los vecinos que con él.

Los días pasaron, la misión "investigar al niño extraño" se prolongaba más y más, y más. Pansy, notaba él, no ponía un pie fuera de la casa sin su hermano mayor, que la tomaba de la mano y caminaba mirando en todas direcciones, con los hombros tensos, como si esperase que alguien saltase sobre ambos al más mínimo despiste. Si el niño-que-brillaba, la visitaba y se quedaba dentro con ella, Harry no lo veía llegar.

Harry continuó su rutina de comer todo lo que Lily le pusiera en el plato, perseguir a Sirius por la casa cuando estuviese de visita, oír los cuentos de Remus, y perseguir a las libélulas del patio, o intentar averiguar sobre los nidos de pájaros en las ramas de los árboles cercanos, perseguir a Puppy, perseguir a James cuando estaba desocupado, en fin, le gustaba perseguir personas y animales. Así transcurrieron semanas y meses, y casi era momento de volver a la escuela, una primaria muggle, que quedaba a unas calles de distancia.

No fue hasta agosto, que supo algo de él. Harry, de siete años para ese entonces, estaba haciendo planes con su mejor amigo para cavar un agujero en el patio que los llevara a Hogwarts, el colegio de magia al que ambos querían asistir a partir de los once.

Ese amigo era Ronald Weasley.

De nuevo, recuerden que Harry no es el mejor contando historias, así que omitir la mención de Ron, fue más un error de novato que una decisión consciente. En realidad, el pelirrojo fue el primero en llegar a su vida.

Los Potter y los Weasley tuvieron un encuentro memorable, en la tienda de juguetes del Callejón Diagón. La escoba del Harry de casi dos años, un regalo de su padrino que tendría que mantenerlo apenas medio metro por encima del suelo, se había dañado y querían repararla. Los Weasley iban para negociar por los precios de escobas viejas que guardaban, y ver si podían costearse una más nueva para sus muchachos.

En resumen, se podría decir que los adultos se distrajeron en una charla de escobas y galeones, los gemelos Weasley le hicieron una zancadilla a Harry —que luego negaron haber llevado a cabo—, para que trastabillara hasta un Ron muy pequeño, que se golpeó la cabeza contra uno de los estantes. El asunto concluyó con un niñito pelirrojo que perseguía a Harry por la tienda, intentando darle con una de las escobas de juguete.

De ese modo, fue cómo se hicieron amigos. Los Weasley vivían lejos y eran muchos, así que visitarlos no era una opción siempre. Era más frecuente que su padre dejase a Ron pasar una noche y un día completo con los Potter, en especial dado que estudiaba en casa, como la mayoría de los hijos de sangrepuras.

A veces, Harry pensaba que era culpa de Molly y los gemelos que su madre no hubiese tenido más hijos, pero eso es otra historia.

A mitad de los planes estratégicos del par de niños, que incluían tomar un par de palas del cuarto-de-objetos-sin-lugar de La Madriguera y convencer a Sirius de que adoptase su forma animal para ayudarlos a cavar más rápido, Lily se les acercó con una sonrisa y las manos unidas por delante, lo que si él hubiese sido más atento, habría descubierto desde joven que no auguraba nada bueno.

El pequeño Harry levantó la cabeza despacio para verla. Le devolvió la sonrisa, al menos hasta que se dio cuenta de que su madre le dedicaba una breve mirada a Ron, que ya estaba en la segunda tarde en la casa Potter, después de pasar la noche, y sería recogido en cualquier momento.

—Cariño, hoy es la fiesta de los Parkinson, ¿lo recuerdas? —Harry negó y formó un puchero, a la vez que fruncía el ceño en una expresión de concentración, intentando recordar quiénes eran esos. Lily debió notar su dilema, porque señaló la casa de al frente—. Los nuevos vecinos, amor. La niñita bruja que viste antes, ¿te acuerdas? Tiene tu edad, ¿no quieres ir a verla y tener una amiga que viva aquí cerca?

Harry observó a Ron, que lo miraba a su vez. El pelirrojo se encogió de hombros.

La lógica del pequeño Harry establecía que, de cierto modo, ser amigo de la niña de al frente le daría la oportunidad de ver al niño-que-brillaba y averiguar por qué se veía así. Además, como estaba cruzando la calle, ¡jugaría con ella cuando no pudiese ir a ver a Ron!

¿Qué podía salir mal?

—¿Ron puede venir? —preguntó, poniendo los 'ojitos de cachorro' que Sirius le había enseñado para convencer a la mujer—. Como es una bruja, podría...podríamos ser todos amigos, ¿verdad?

Lily asintió y sonrió más, al parecer, complacida con la reacción de su hijo. Le dio una suave palmada en el hombro a Harry.

—Ve a tu cuarto, te dejé algo de ropa limpia y linda para que te cambies. Ronald Weasley, tú te vas a bañar —sentenció, cambiando su gesto a uno más firme y poniéndose las manos en las caderas. Su amigo lloriqueó.

—¡Pero, mamá Lily...!

—Sin peros, Ronald, mírate. Harry y tú no pueden venir al patio sin que termines lleno de tierra, lo que diría Molly si dejo que te presentes a una fiesta así, no, no...—Lily lo sujetó del brazo y tiró de él para ponerlo de pie. Los tres se abrieron paso hasta la entrada, Harry casi daba saltitos ante la idea de continuar la investigación.

Sucede que, en realidad, hay una lista considerable de cosas que pueden salir mal en la fiesta de siete años de una niña.

Para empezar, en cuanto Harry estuvo vestido y pasó por la respectiva dosis de colonia para bebé que Lily amaba y sus intentos de aplacar los mechones rebeldes de su cabeza, y Ron estaba tan impecable que las pecas le resaltaban como pocas veces ocurría, los tres se pararon delante de la reja de los vecinos, que zumbó con magia, los reconoció y se abrió por sí sola. Ron bromeó sobre querer una de esas para La Madriguera.

La verdad era que, a pesar de estar rodeado de magos adultos y tener un amigo de una familia sangrepura, Harry sólo estaba acostumbrado a las muestras de magia cotidianas; levitar los trastes después de la cena, las ollas de sopa, o hacer girar el cucharón mientras se ocupaba de algo más, era común cuando se trataba de Molly, y por parte de Lily, lo usual era ver un trapeador que se movía solo para mantener el piso limpio de las huellas de barro de su hijo. James apenas usaba magia en casa y Remus procuraba no hacerlo delante de él. Sirius tenía una motocicleta voladora, pero aquello también era una cuestión diferente.

Nada lo preparó para lo que vio cuando pusieron un pie en aquella casa.

Los Parkinson eran magos de sangre pura, le había escuchado decir a su madre días atrás, pero los Weasley también lo eran y él no creyó que pudiese existir alguna diferencia. Se equivocó,  las había.

Del otro lado de la puerta, fueron recibidos por una criatura pequeña, de piel gris y arrugada, y ojos saltones, que hizo que Harry ahogase un grito y se pusiese entre su madre y su mejor amigo.

—Mis amos los esperan en el jardín trasero —anunció 'eso', haciendo una reverencia tan exagerada que causó que golpease la prominente nariz con el piso, y luego desapareció con un plop. Harry gritó y se aferró a la ropa de su madre, que le pasó una mano por el cabello y se rio.

—Es un elfo doméstico, amor, no te hará nada. Ayudan a los magos a limpiar y cuidar sus casas.

—Pero nosotros no tenemos efofs —arrugó la frente, con la idea de que, tal vez, se equivocó al pronunciarlo. Junto a él, Ron observaba el recibidor con los brazos cruzados—, ni los Weasley.

—No podemos pagarlos —Masculló su amigo, más tenso que de costumbre. Harry se sintió mal por hacerle recordar la situación económica de su familia, así que se armó de valor, le rodeó los hombros con un brazo y lo jaló para que caminaran lado a lado por esa extraña casa de sangrepuras. Lily los siguió de cerca, pero como sabría años más tarde, ella supo disimular la impresión mejor.

Las paredes, cubiertas de tapices con diseños florales e intrincados dibujos de espirales y enredaderas, estaban llenos de retratos que se movían; magos y brujas de todas las edades, razas y épocas, se asomaban para verlos y susurraban entre sí, conforme avanzaban por el angosto pasillo que llevaba hacia adentro. La casa era mil, no, ¡un millón de veces más grande de lo que parecía por fuera! O al menos, así lo veía el pequeño Harry de siete años.

Jacint los esperaba donde el corredor se ensanchaba, revelando un conjunto nuevo de pasillos, puertas y unas escaleras que se perdían en los costados de la sala. El muchacho estaba erguido para ser incluso más alto que Lily, con el cabello peinado hacia atrás y en una túnica negra y plata.

Hizo una reverencia cuando los vio.

—Bienvenidos a la casa Parkinson, hogar de las flores. Si me permiten, mi madre y hermana están en el jardín trasero —tendió un brazo, y Harry se percató de que su madre, apenas sonrojada, lo tomaba y se dejaba guiar hacia una de las salidas laterales, haciéndoles una seña para que fuesen detrás de ellos.

Desvió la mirada unos segundos hacia Ron, que tenía la nariz más arrugada que nunca, y tuvo que contener la risa. Era curioso; a pesar de que su amigo fuese un sangrepura, no lo había visto ni siquiera usar túnicas alguna vez.

Jacint los llevó a una especie de pórtico de madera, que daba a un terreno de césped, rodeado de matorrales y cercado para evitar que los vecinos pudieran ver hacia allí. Por la presión invisible en el aire y los ligeros destellos encima de las vallas, dio por hecho que poseían, además, protección mágica y escudos antimuggles.

Una mujer, la misma señora de cabello oscuro y rostro cansado que vio cuando se mudaron, se aproximó hacia ellos en cuanto los notó llegar. Jacint besó el dorso de la mano de su madre y se retiró, para unirse a un grupo de dos adolescentes, de edades similares, que ocupaban asientos en una de las esquinas del patio.

—¡Gracias por venir! No saben lo mucho que esto significa para mí y mi niña, después de todo lo que hemos pasado...

—Es lo menos que podíamos hacer —escuchó contestar a Lily, a la vez que estrechaba las manos de la mujer y les daba un suave apretón. De pronto, su madre lo sujetaba de los hombros para colocarlo entre ambas mujeres, y Harry sólo pudo lloriquear por ser separado de un Ron bastante sorprendido—. Él es mi hijo, Harry. Amor, saluda a la señora Amelia Parkinson.

La última frase fue en un susurro contenido, que el niño conocía bien. Era una forma agradable de decirle "Harry James PotterEvans, haz lo que te digo en este momento".

Harry amaba a su madre, pero qué mandona podía ser la mujer.

Aun así, procuró su mejor sonrisa de niño bueno, también marca Sirius Black, como los ojos de cachorro.

—Hola, señora.

—Y este es Ronald Weasley —añadió Lily, en cuanto la otra mujer asintió y le mostró una sonrisa al pequeño. En cuestión de un parpadeo, Ron estaba en el lugar que Harry ocupó al saludar, y era su turno de reírse de la suerte de su amigo—, pasa mucho tiempo en casa, Pansy y Jacint podrían verlo casi tan seguido como a Harry. Estaba hoy aquí, y espero no te moleste, si lo traje así o...

—No molesta, para nada —se apresuró a contestarle ella, gesticulando con las manos—. Déjame que le avise a los demás que estás aquí, luego los niños pueden irse a jugar y saludar a Pansy. Ha estado un poco decaída desde eso.

Harry no prestó atención al resto de la plática. Unos segundos más tarde, estaba de nuevo junto a Ron, y contemplaba embelesado una cascada de chocolate flotante, en la que el líquido que sobraba se movía hacia arriba para repetir el recorrido; la señora Parkinson se había retirado gritando algo que sonaba como "¡Cissy!", y Lily los había soltado.

Un jalón en el brazo lo hizo girar la cabeza. Ron volvía a tener el ceño fruncido, ¿cómo es que podía ser tan amargado? Harry quería decirle que tenía que dejar esa mala cara, cuando este apuntó hacia al frente, y siguió la dirección que indicaba.

Más allá de la maravillosa cascada de ensueño y la mesa de postres, que formaban tres filas, también en el aire, había una representación de luces coloridas, de más flores de las que él podía reconocer y las modificaba para hacer que mostrasen el nombre de la cumpleañera, le deseasen lindo día o le regalasen cumplidos. Justo debajo de estas, quedaba la mesa de los obsequios, alargada y con un mantel blanco de encaje mágico, en el que el diseño serpenteaba y se mantenía en constante cambio; estaba repleta de regalos en una mitad, pero la otra, vacía, dejaba ver las sillas que ocupaban Pansy y el niño-que-brillaba.

¡Ahí estaba! Harry quería ponerse a saltar y correr hacia él, pero Ron aún lo sujetaba, así que se sacudió para que lo soltase.

—Son los Malfoy —siseó, por lo que lo miró y luego volvió a fijarse en la mesa de los regalos.

Ambos niños se mantenían tranquilos, ella cabizbaja y él con una expresión aburrida. Detrás del niño-brillante, notó, estaba parada una mujer del mismo cabello claro, que lucía como uno de los ángeles muggles que Lily le había enseñado, y conversaba con la señora Parkinson.

—Ese niño, el rubio —continuó Ron, en voz baja—, es el único hijo de los Malfoy. Esa debe ser su madre.

Es un Malfoy, el detalle fue añadido al registro imaginario de información sobre el niño-que-brillaba. DracoMalfoy, ya tenía el nombre. Harry asintió dos veces, sin despegar los ojos de la escena.

—Su padre no está con ellos, porque lo metieron a Azkaban —hubo un atisbo de desagrado en su tono, que causó que frunciera el ceño.

—¿Por qué?

—No sé —este se encogió de hombros y volvió a cruzar los brazos poco después—, pero oí que tiene que ver con ser un mago oscuro. Imagínate qué familia hacen, ellos dos deberían estar acompañándolo, si lo que mi papá dice de todo lo que tienen en su casa, es verdad.

Harry estaba por abrir la boca para replicar por cómo se escuchó al hablar del tema casi con satisfacción, cuando una voz más potente exclamó:

—¡Ronald Weasley! —ambos niños se pusieron tensos, como si acabasen de ser atrapados en medio de una travesura. Lily, de repente, estaba por delante de ellos, con las manos en las caderas y los ojos entrecerrados—. ¿Qué clase de comentarios son esos? ¿Crees que a tu madre le gustaría oírte expresarte así de una familia?

—¡Pero, mamá Lily...! Son crueles magos oscuros, ellos deberían...

—¡Son una familia, que está en una fiesta de una amiga, como Harry y yo, Ronald! Un niño y su madre, la que, si es cierto lo que dices, debe sufrir por culpa de su esposo encerrado, ¿y te parece divertido? ¿A ti te gustaría que Arthur fuera a Azkaban?

Él la miró boquiabierto, el rostro tiñéndosele de rojo intenso.

—¡Mi papá no iría a Azkaban! —gritó, lo que hizo que Lily se enderezase cuan alta era (que tampoco era mucho, pero sí los superaba por aquella época)—. Azkaban es para los magos oscuros y malvados, como ese Malfoy y su padre.

—¡Ese Malfoy es un pobre niño, que ahora no puede ver a su papá! Piensa en cómo te sentirías si tú no pudieses ver al tuyo.

—¡Pero...!

—¡Sin peros, Ronald! —Espetó en tono firme, los ojos le llameaban, las mejillas las tenía coloradas—. Yo nací de muggles y no soy una, así que él no tiene que ser un mago oscuro sólo porque, y si, su padre decidió serlo. Es un niño como cualquier otro, y no quiero que te expreses de ese modo de nadie más, mucho menos si nos han invitado aquí. Hablaré con Molly sobre tu comportamiento esta misma noche.

Ron empalideció incluso antes de que hubiese completado la amenaza. Harry se apiadó de él, pero no fue capaz de rodearlo con un brazo o palmearle el hombro, bajo la mirada de su madre, que parecía decir que si se atrevía a hacer algún movimiento, daría por sentado que compartían opinión. Y no, no lo hacían. Harry ni siquiera estaba seguro de qué era un mago oscuro, y por el tono despectivo de Ron y el histérico de Lily, al mencionarlo, supo que tampoco estaba entusiasmado por descubrirlo.

La señora Parkinson volvió junto a ellos cuando Lily aún respiraba agitada, aunque el rubor se había ido. Caminaba seguida de la señora Malfoy, que a los ojos de Harry, brillaba casi tanto como su hijo.

—Lily, querida, déjame que te presente a Cissy. Digo, Narcissa. La costumbre, lo siento. Tomemos algo de té mientras los niños se conocen, el pastel es para más tarde —la señora sujetó la muñeca de su madre y se la llevó. Los dos niños siguieron su trayecto con la mirada, hacia una de las puertas que daba de vuelta a la casa, en la que se les unió una cuarta mujer.

Acababan de desaparecer dentro del edificio, cuando Harry estaba avanzando hacia la mesa de regalos, con un Ron aturdido detrás, intentando sostenerle el brazo para detenerlo.

—¿Qué haces, Harry?

—¡Ya oíste a mamá! —le contestó, agachando la cabeza para esquivar un plato de trufas que flotaba hacia el trío de adolescentes— ¡es un niño como cualquier otro!

¡La operación "Draco Malfoy, el niño-que-brillaba" estaba en marcha! Harry se consideraba bueno para poner nombres, y todavía mejor para investigar con 'sigilo', así que, emocionado por la idea de agregar más información a su registro imaginario, se paró junto a la mesa, balanceándose sobre sus pies, y agitó una mano.

—Hola.

Sí, tal vez alguien tendría que haberle explicado bien lo que significaba sigilo al Harry de siete años, pero en ese entonces, aquella parecía la opción más acertada. En retrospectiva, es posible que sí lo fuese, a largo plazo.

Pansy fue la primera en reparar en su presencia. De nuevo, tenía el cabello recogido en bucles y un lindo vestido blanco, de estampado de flores. Sus ojos, notó, eran enormes, verdes y tristes, como si fuese a echarse a llorar en cualquier momento.

El niño-que-brillaba se demoró medio segundo más. Al igual que Jacint, vestía una túnica, aunque la suya era de un azul casi tan pálido como su piel, y llevaba el cabello meticulosamente peinado. Nada más verlos, se fijó en Ron, y su expresión serena se convirtió en una máscara de burla maliciosa, que hizo que Harry se preguntase si había hecho algo mal.

—Weasley —arrastró la palabra, en un tono que no se asemejaba en nada al que había usado meses atrás, cuando estuvo a punto de descubrir a Harry entre los matorrales.

Percibió la tensión que manaba del cuerpo de su mejor amigo, hecho ridículo, si le preguntaban al Harry de siete años, porque el niño Malfoy sólo había dicho su apellido y girado la cabeza, para establecer una charla secreta con Pansy, que les dedicó una breve mirada por encima del hombro de este e hizo un gesto con la mano, a manera de saludo.

El niño-que-brillaba les dio la espalda y Harry podría jurar que algo se desinfló dentro de él. Cuando Ron lo sujetó y jaló, ni siquiera protestó.

Lejos de la mesa de regalos y los adolescentes que le hacían compañía a Jacint, había una mesa más baja y redonda, donde unas niñas estaban bebiendo de tazas rosas y comían pastelillos. Caminaron cerca de ellas, aunque no demasiado; Harry se preguntaba por qué no estaban junto a Pansy, si era su cumpleaños.

Oh, su cumpleaños. No la felicitó. Un sentimiento de culpa lo embargó y comenzó a arrastrar los pies. Su madre estaría decepcionada cuando se enterase, así que no lo haría, conseguiría un instante para decírselo, luego.

El problema fue que Harry se olvidó rápido de por qué estaba allí.

El patio, quizás por magia o sólo por su percepción entusiasta, parecía hacerse más amplio conforme lo recorrían. Los matorrales estaban divididos por caminos de piedra serpenteantes, que daban hacia arbustos florales mágicos, con capullos que se abrían y cerraban en una muestra permanente de color y aroma, y al fondo, unos árboles que aún no alcanzaban la máxima altura, separaban el jardín de las cercas.

Ron encontró un conejo marrón-anaranjado, y se relajó cuando comenzó a corretearlo de un lado al otro, porque según él, se parecía a los Weasley. Harry, maravillado por las muestras de magia, se sentó en uno de los caminos de rocas a ver cómo las flores crecían y se ocultaban ante sus ojos.

Puede que hubiese estado por un minuto, o dos, o cinco, diez, o media hora. El tiempo era una cuestión relativa y sin importancia, cuando era tan pequeño y tenía algo interesante para observar.

Harry estaba preguntándose si sus padres y él podrían hacer un jardín como ese en casa, cuando se percató de que hace rato que no escuchaba los resoplidos de su mejor amigo y los pasos apresurados. Con el ceño fruncido, se puso de pie y dio un vistazo por encima de los arbustos más cercanos.

El conejo que Ron perseguía estaba oculto bajo un matorral a unos pasos de distancia. El niño no estaba.

Harry se frotó los ojos por debajo de los lentes y decidió que, si Ron se le perdía, se quedaría sin mejor amigo, ¡y su madre y la de Ron se enojarían! Bajo aquella resolución incuestionable, comenzó a buscarlo.

Casi se adentraba en el conjunto de árboles enanos, cuando la voz de Ron se dejó oír, como si acabase de responder a su petición de aparecerse. Provenía de la dirección contraria, lo que le hizo suponer que había regresado a la fiesta sin decirle y se divertía con los demás, ¡y eso no era justo!

El pequeño Potter corrió por los senderos de piedra para ir con su mejor amigo. A medida que se acercaba, sin embargo, se hacía obvio que no se trataba de un juego lo que estaba escuchando.

—...dicen que tienen más hijos de los que pueden mantener.

—¡Cállate, Malfoy!

—Cállate tú, Weasley, y no te acerques a Pansy.

—¡Como si quisiera estar cerca de ella! Yo sólo vine para acompañar a Harry.

—¿Harry? ¿Quién es, tu nuevo hermanito? ¿ahora van a comer a otras casas porque son demasiados?

Harry alcanzó el borde del jardín a tiempo para ver a su mejor amigo abalanzarse contra el niño-que-brillaba. Ahogó un grito cuando lo derribó, pero el rubio se lo sacó de encima con una sacudida y se puso de pie, quitándose el césped de la túnica con una expresión desagradable.

—¡Animal! Pobre de tu madre, que ni modales te ha ense-

—¡No hables de mi mamá!

—¡Draco! —Pansy gritó. La niña corría hacia ellos, tropezando con sus propios pies.

Entonces ocurrieron varios sucesos en un período de tiempo muy reducido.

Draco se giró al llamado y comenzó a pedirle, en un tono desesperado, que no se acercase a ellos. Ron aprovechó la distracción y que el otro le había dado la espalda, para tomarlo del hombro, girarlo y sorprenderlo con la guardia baja, con un golpe en la mejilla, que lo envió hacia un lado y lo obligó a trastabillar. Pansy chilló; Harry, posiblemente, también.

Contrario a lo que esperaba, Draco se deshizo del agarre de Ron y se dirigió hacia la niña, murmurando en voz suave, por lo que no pudieron llegar a entender qué decía. Era demasiado tarde.

La primera señal de que algo andaba mal fue la manera en que el aire se volvió denso, difícil de respirar. La segunda, el cabello de Pansy enroscándose en las puntas, y sus manos apretadas en firmes puños.

Draco no llegó hasta ella, antes de que el espectáculo de luces del cumpleaños chispease, se apagase de golpe, y luego estallase en un mar de puntos de colores. Hubo gritos de las niñas que compartían en la mesa apartada, y Jacint dio una orden a sus acompañantes y se separó, para correr hacia ellos.

La cascada de chocolate se giró, quedó al revés en el aire, y explotó en cientos, no, ¡miles, de latigazos de líquido dulce! El césped, los regalos, los invitados; ninguno se salvó.

Pansy sollozó con fuerza y empezó a balbucear sobre asuntos que el Harry de siete años no comprendía. Se lanzó sobre Draco en cuanto este llegó a su lado, el cabello le volvía a caer entre los pasadores, mientras se aferraba a la túnica del niño.

Draco levantaba y bajaba los brazos, como si no estuviese seguro de qué forma rodearla o si debía hacerlo, y tenía una expresión contrariada, que lo hacía lucir frágil y al borde de un colapso. Harry, en alguna parte de su cabeza que no estaba ocupada en procesar por qué es que estaba lleno de chocolate, se dijo que no quería volverlo a ver de ese modo, jamás.

Jacint se arrodilló en el suelo e intentó calmar a su hermana, sin éxito.

Cuando la puerta de la casa se abrió y la señora Parkinson salió para ir hacia su hija, Lily encontró la mesa de regalos destrozada por la mitad, el patio cubierto de marrón, a Ronald Weasley boquiabierto y a Harry Potter con un puchero, ambos manchados de pies a cabeza.

Y así fue cómo Harry conoció a Draco, básicamente. No fue hasta que él y Ron se vieron arrastrados por una Lily preocupada y enojada, que llamó a Molly, quien actuó todavía peor, que se dio cuenta de que Draco no lo conocía a él.

No le había dicho su nombre.

0—

La razón por la que la señora Parkinson aceptó que Harry volviese a poner un pie en su casa, después del desastre chocolatoso de la fiesta de cumpleaños, era un misterio que ni el paso de los años pudo revelar. Tiempo después, él pensó que tenía relación a las largas visitas que Lily le hizo a la familia vecina, y a que con Jacint de vuelta en Durmstrang, la pequeña Pansy ni siquiera iba al patio delantero.

Ron, por supuesto, no era bienvenido. La verdad era que no lo fue en la casa de los Potter tampoco, durante algunos meses, porque Molly le dio uno de esos "castigo, hasta nuevo aviso" de los que los gemelos Weasley tanto se burlaban, y con su amigo encargado de desgnomizar el patio de la Madriguera, Harry sabía que no tenía oportunidad de hacerle una mísera visita, si no quería unírsele en la tarea. Y no es que le importase tanto, pero Lily creía que debía dejarlo hacer su castigo solo.

Así fue cómo, después de una mañana ajetreada, en la que Sirius lo cargaba como si aún fuese un bebé y le enseñaba la varita de bromas que le consiguió, y Remus los seguía para pedirles que no hicieran algún desastre, los Potter cruzaron la calle para llevar un regalo a los vecinos.

Era la navidad de 1987. La reja mágica les cedió el paso, la señora Parkinson los encontró en el otro extremo del recibidor, después de que el elfo doméstico los hubiese saludado y anunciado que los esperaban.

James llevaba una caja que necesitaba ser sostenida por ambos brazos, alguna colección de muñecas y vestidos para cambiarlas. Lily le sujetaba la mano a Harry.

Amelia Parkinson les sonrió al saludarlos, incluso al niño, que estuvo aliviado de descubrir que no era considerado responsable de la explosión. Pansy estaba detrás de su madre, con la cabeza asomada por uno de los lados de su falda y esos ojos tristes y enormes, que lo hicieron recordar al día de la fiesta. En retrospectiva, no había nada más claro que el hecho de que ninguna niña normal de siete años debería tener esos ojos, pero, de nuevo, Harry no era un pequeño muy atento.

Él estaba observando un retrato de una bruja vestida de rojo, que sostenía una máscara del siglo pasado en una mano y lo saludaba con la otra, cuando su madre tuvo que sostenerlo del hombro para guiarlo hacia una sala más pequeña, con sillones mullidos y amplios ventanales, que les mostraban vistas mágicas de lugares que no conocía. Los adultos mantenían una conversación acerca de un tema que no sonaba interesante, mientras se sentaban, y Harry miraba las ventanas y la chimenea apostada en una esquina, y se preguntaba cómo es que el traidor de Puppy entraba a la casa con tantas protecciones mágicas y con cristales que daban a otros puntos del mundo; tal vez, concluyó, Puppy era mágico. Era una teoría que comentaría con Sirius para la cena, por supuesto, su padrino siempre estaba interesado en las ideas alocadas que tenía.

Una explosión y una luz verde, lo hizo girar la cabeza, a tiempo para ver al adolescente, envuelto en un uniforme de piel, que salía de la chimenea sin sacudirse. Tenía un paquete envuelto en una mano y un rostro cansado, que se dividió en una sonrisa tan pronto como Pansy dejó su sillón y corrió hacia él. Jacint se agachó y la cargó con ambos brazos, y murmuró por unos segundos; lo que fuese que le dijo, causó que ella se riera y se abrazara a su hermano.

—Buenos días a todos —inclinó la cabeza en dirección a los invitados y dio un vistazo a la sala, hubo sólo un instante en que apretó los labios, antes de mirar hacia su madre—. ¿Él no está?

—¿Eso es lo primero que le preguntas a tu madre, después de un mes lejos? —Amelia se cruzó de brazos y se mantuvo así hasta que el muchacho suspiró y caminó hacia ella. Se inclinó para recibir un beso sonoro en la mejilla, sin soltar el paquete ni a su hermana. La señora Parkinson se rio—. Él aún no llega, pero debe venir en camino.

Después de la aclaración, Jacint devolvió a la niña a uno de los sillones y ocupó el asiento junto a su madre, el paquete todavía reposaba entre sus piernas. Los mayores reanudaron su charla.

Harry estaba tan concentrado en una vista de un desierto, donde pasaba un animal con dos jorobas que no sabía cómo se llamaba, que apenas se dio cuenta de que el hermano mayor de Pansy estaba inclinado hacia él y le llamaba la atención con un gesto. Parpadeó a la nada, se señaló a sí mismo, y se encogió un poco cuando lo vio asentir y reír.

—Harry, ¿cierto? No recordaba tu nombre —el niño asintió—. ¿Eres amigo de Pansy ahora?

Harry se mordió el labio y jugueteó con sus dedos. No le quería mentir, Lily decía que las mentiras eran para las personas malas, y él no quería ser malo. Pero se fijó en la indescifrable expresión del chico, que lo observaba como si pudiese tener todas las respuestas a sus preguntas, y pensó en los ojos tristes de Pansy, y sacudió la cabeza. Escuchó el sonido de decepción del otro.

—No la he visto desde la fiesta —explicó, en un susurro—, pero podría venir a jugar con ella al patio, si quiere, si la veo alguna vez afuera, se lo preguntaría, sí, uhm.

—¿Te gusta nuestro patio? —Jacint tenía una sonrisa suave cuando él volvió a asentir—. A Pansy le encantan las flores, seguro te dejará venir para que jueguen y las vean juntos. Pregúntaselo antes de irte, ¿puedes?

Harry se encontró, de algún modo, haciendo un ruidito que prometía estar de acuerdo. La sonrisa que el muchacho le dio en respuesta, antes de unirse a la conversación de los adultos, eliminó cualquier rastro de cansancio de su rostro.

Se reclinó en el sillón y pensó en lo mucho que le gustaría un hermano mayor, para que le diera abrazos apenas llegase y lo ayudara a hacer amigos, porque apenas jugaba con los niños de la escuela muggle. Allí eran muy raros.

Tal vez si se hacía amigo de Pansy, ¿sería como tener dos hermanos nuevos, a ella y a Jacint? La idea lo contentó.

No estaba preparado para la siguiente explosión de la chimenea. La red flu reveló la silueta de una mujer, que al avanzar, descubrió que se trataba de la señora-que-parecía-un-ángel. ¡Y eso sólo podía significar una cosa!

El pequeño Harry se echó hacia adelante, intentando ver por detrás de ella, mientras la señora Malfoy se acercaba a la anfitriona y saludaba a los demás. El humo verde se produjo por segunda vez.

Draco Malfoy salió de la chimenea, sacudiéndose la túnica azul oscura para deshacerse del hollín, y manteniendo una mano por detrás de la espalda. Su rostro pálido no mostraba emoción alguna, pero sus ojos buscaron a Pansy de inmediato, incluso antes de inclinar la cabeza y saludar con voz monótona a los mayores. No se apartó del agarre mortal que su madre cerró en torno a uno de sus hombros, para acercarlo, ni del beso estridente de Amelia y los cumplidos sobre lo 'lindo' que se veía, pero tampoco soltó lo que fuese que tuviese detrás, al menos, hasta que la niña se puso frente a él.

Cuando Draco se llevó la otra mano tras la espalda, estiró el brazo que ocultaba hasta hace un momento, y dejó que un ramo de violetas quedase entre ambos.

Pansy para Pansy —extendió el otro brazo, en el que ahora sostenía un segundo ramo de unas flores amarillas que Harry no conocía. Lo tenía, notó, en dirección al sillón del muchacho— y jacintos para Jacint.

La niña comenzó a reír, un sonido agudo y suave que llenó la sala, y se abrazó a las flores en cuanto las sujetó. Todos estaban atentos al intercambio, cuando Jacint también se rio.

—Y dragones para Draco —dictó este, abriendo con un movimiento sutil el papel que cubría la caja con que llegó. Enseguida, brotaron criaturas aladas del interior, que comenzaron a recorrer la sala, hasta llegar a Draco.

Eran pequeños dragones de origami, convertidos en móviles con magia que los hacía resplandecer en cada aleteo. Revolotearon en torno al niño, formando una especie de huracán-barrera a su alrededor, y él se estiró para intentar atrapar uno, sólo para descubrir que se le escapaban entre los dedos.

Fue la primera vez que escuchó la risa de Draco Malfoy. El rostro parecía suavizársele con un gesto tan simple, haciéndolo ver tan joven como en realidad debía ser, y más brillante, si es que era posible. Harry sentía que podía sonreír todo el día, si lo seguía escuchando así.

Sí se puede reír, agregó al registro imaginario de información sobre el niño-que-brillaba, porque era un detalle del que comenzó a dudar por la manera en que se veía en la fiesta de Pansy. Es un niño como cualquier otro, añadió, al recordar las palabras de su madre a Ron.

—¡Jacint, déjame caminar! —exigió entre suaves risas, dando manotazos al aire, con el brazo que no estaba aferrado al ramo de flores.

—¡Ven a darme mis jacintos primero! —él sonrió más y extendió los brazos a ambos lados, como si esperase que se le lanzase encima.

Eso fue lo que ocurrió.

Draco corrió a ciegas y se abalanzó sobre el sillón, cayendo sobre el regazo y el pecho del adolescente, y tambaleándose, de tal modo que casi choca con la señora Parkinson, quien no hizo más que reírse con una mano sobre la boca. Los dragones se dispersaron de golpe y volvieron a la caja, en un orden específico de tamaños y colores.

Intercambiaron un "feliz Yule" entre risas, y cuando Jacint tuvo su brazo alrededor del ramo que le correspondía e hizo una broma acerca de lo femenino que se sentía con ese regalo, Draco se bajó del sillón y se alisó arrugas inexistentes de la túnica.

—Draco —Narcissa Malfoy llamó en un tono claro y suave, pero su hijo se enderezó y relajó el rostro, hasta que sólo le quedó un ligero rastro del entusiasmo de unos segundos atrás—, ¿cómo se dice?

Como si la frase presionase un interruptor invisible en el pequeño, realizó una reverencia, y al hablar, lo hizo con la voz aburrida y sin altibajos con que saludó.

—Muchas gracias por tan hermosos presentes, y por habernos invitado a mi madre y a mí a su...encantadora casa.

Jacint se dobló por la risa, hasta que recibió un ligero golpe en el brazo de la señora Parkinson, que aún tenía una mano sobre la boca. Pansy estaba en un punto medio entre el shock y la diversión, y ocultaba parcialmente el rostro en sus flores.

Cuando Amelia tendió la mano que tenía libre, Draco le besó el dorso y miró hacia su madre, que asintió en aprobación y mostró la primera sonrisa que Harry vería en la mujer. La postura del pequeño Malfoy se relajó.

—¿Eso es...? Discúlpenme, es, ya saben, esas cosas, ¿tradiciones de sangrepuras? —Lily irrumpió en voz baja, como si no quisiera molestar. Las miradas de todos se giraron hacia ella; Harry notó que su madre mostraba una sonrisa tímida, sin retraerse en realidad.

Fue la señora Malfoy quien asintió. Tomó asiento junto a la anfitriona, con los tobillos cruzados y las manos unidas por encima del regazo, y luego habló:

—Un niño sangrepura común, se entrena a partir de los diez. Un heredero, antes de los ocho —asintió otra vez, más para sí misma, y con un deje de diversión, agregó—. Por supuesto, los Malfoy son un poco diferentes. A mi esposo lo entrenaron desde los tres años, pero decidí que Draco merecía una niñez más...normal, agradable.

—¿Los tres años? —Lily jadeó—. Pero eso...quiere decir...

—Toda su vida fue un entrenamiento.

Harry no estaba seguro de qué se referían, ¿sería algún tipo de deporte? Por la primaria muggle, sabía que muchos niños practicaban fútbol, o básquet desde pequeños. ¿El niño-que-brillaba sería uno de ellos?

Se prometió averiguarlo para añadirlo al registro imaginario.

—No todos lo hacemos así —aclaró la señora Parkinson, dirigiéndole una breve mirada a su hijo mayor, que hacía una burla silenciosa del comportamiento de Draco. Se quedó quieto tan pronto como notó que era observado, adoptando una posición y expresión de completa inocencia—. A Jacint lo empecé a entrenar a los doce, pero ya ven cómo resultó. Tal vez a Pansy sí comience a enseñarle a los diez, primero tendría que arreglar su...complicación. Pero es muy lista, podremos hacerlo pronto.

—¿A qué edad te comenzaron a entrenar a ti? —Lily observó a su esposo, que arrugó el entrecejo y se acomodó los lentes.

—Creo que diez, once, más o menos.

—Una edad apropiada —aseguró Narcissa, comentario que recibió un asentimiento de parte de Amelia.

Harry perdió el hilo de la conversación casi enseguida. Le pareció que oía a su madre hablar de la cena del día anterior, de Sirius y los Black en general, e incluso de Hogwarts, y otros temas menos relevantes para un niño como él.

Jacint permaneció fielmente a un lado de su madre, por lo que el sofá de tres plazas estaba ocupado entre él y las dos mujeres. Los Potter estaban en el otro, frente a este. Para sorpresa de Harry, la señora Malfoy permitió que Draco y Pansy compartieran un sillón, que habría dejado limitado de espacio a un adulto, pero por el tamaño de ambos, no tenían problemas en estar pegados uno al otro; los vio conversar en susurros, apenas moviendo los labios lo necesario.

Levantarse temprano en vacaciones, para ir a buscar los regalos bajo el árbol, comenzó a pasarle factura a Harry, que sentía los ojos más y más pesados, a medida que la conversación continuaba. A pesar de que se suponía que iban a saludar, dar los obsequios y desear feliz navidad, James se había acomodado con la espalda contra el posabrazos y un brazo rodeando los hombros de su esposa, que estaba tan concentrada en la plática con las otras dos brujas, que incluso había soltado la mano del pequeño Harry.

Cuando no pudo detener un bostezo, sólo le quedó cubrirse la boca con ambas manos y aguantar el ardor en las mejillas, porque las miradas fueron hacia él. La señora Parkinson se rio por lo bajo e hizo un gesto vago.

—Creo que hemos retenido demasiado a los niños —comentó, y recibió murmullos de aprobación del resto de los adultos, antes de que se girase para ver hacia el sillón compartido, donde Pansy dejó de juguetear con el dobladillo bordado de la túnica de Draco, y este se calló y se enderezó en un parpadeo—. Pansy, ¿por qué no llevas a Harry y Draco a que vean sus regalos, los que escondimos en tu cuarto? Y después pueden jugar en la sala, o en el patio, ¿o por qué no les muestras la casa? Se ve mucho más bonita desde que usamos los hechizos de amplificación.

—Harry dijo que le gustaba el jardín —intervino Jacint, en tono quedo.

Y un momento más tarde, recibía suaves empujones de Lily para bajar del sofá y caminar detrás de los otros niños, que lo esperaron bajo el umbral que separaba la sala de invitados del pasillo.

Pansy fue adelante. Sostenía una de las muñecas de Draco, y balanceaba los brazos de ambos a medida que avanzaban, al mismo ritmo de cada paso que daban. Harry se quedó rezagado a propósito, jugueteando con sus dedos y con una repentina sensación de estar fuera de lugar.

De lo que fuesen que hablasen, lo hacían en un tono lo bastante bajo para que él no pudiese oír ni una palabra.

El cabello de Draco es más 'amarillo' que blanco cuando no está bajo el sol, anotó en el registro imaginario, mientras los veía interactuar en silencio, pero aun así, brilla mucho.

Alcanzaron las escaleras que se perdían en los laterales y se desviaron hacia un corredor, que Harry ni siquiera había notado cuando entraron, lleno de puertas menos ostentosas. Fueron casi hasta el fondo, antes de que Pansy frenase delante de una de madera, con flores talladas en los bordes.

—¿Harry? —el aludido levantó la cabeza de golpe y parpadeó a la nada, un poco aturdido al descubrir que era la primera vez que le dirigía la palabra. La niña acababa de soltar a su amigo y estaba girada hacia él, mordiéndose el labio inferior—. ¿Te molesta esperar con Draco? Como los regalos son sorpresa, y él ha entrado varias veces a mi cuarto, pero tú no, ahm...

Harry asintió varias veces al comprender lo que quería. Ella esbozó una débil sonrisa y le susurró algo a Draco, que también aceptó.

Pansy empujó la puerta de madera y se perdió dentro de una habitación que, a través de la rendija que tuvo disponible por unos segundos, notó que era toda rosa. Harry arrugó la nariz involuntariamente.

Él y Draco se quedaron solos. Permaneció en el mismo lugar, balanceándose sobre sus pies, mientras que el niño apoyó la espalda contra la pared opuesta a la del cuarto, y mantuvo la mirada fija en la puerta, como si esperase que una especie de monstruo saliese del interior en cualquier momento.

Harry recordó que aún no le había dicho su nombre, aunque supuso que ya lo habría oído, pero si una cosa le había enseñado Remus, era a presentarse como era debido. Hizo sus movimientos más lentos a medida que transcurrían los segundos y los ruidos que provenían del cuarto se hacían cada vez más débiles, hasta que se animó a girarse por completo y encarar al otro, que apenas le dio un vistazo, antes de fijarse de nuevo en la entrada.

—¿Draco?

—¿Hm? —El otro no le dio una segunda ojeada, por lo que Harry hizo un puchero. ¿Cómo sería amigo de Pansy y suyo, si ni siquiera le prestaba atención?

—Te llamas Draco Malfoy, ¿verdad? —muy bien, primero tenía que confirmar la información del registro imaginario; luego podría presentarse él. El niño asintió con cara de aburrimiento—. Yo soy Harry.

Le tendió la mano.

Draco volvió a verlo a los ojos, después bajó la mirada y contempló su palma, en el espacio entre ellos. Hubo un momento en el que pensó que no lo aceptaría, y se preguntó cómo sería amigo de alguien que no le tomaba la mano cuando se presentaba, pero este pasó rápido, y luego se la estrechó.

Tiene las manos heladas, añadió al registro. La única otra persona que conocía con la piel así de fría, era a su padrino.

—¿Harry qué?

—Potter.

Fue sólo un instante. Draco lo soltó y se apartó de él, como si quemase, y su expresión se convirtió en una máscara en blanco.

—Potter —arrastró la palabra. El tono con que lo hizo, causó que Harry frunciese el ceño—, ¿como el Auror jefe?

Oh, eso. El Harry de siete años asintió con ganas.

—James, sí, ese es mi papá —sonrió. Estaba acostumbrado a ser reconocido por personas que trabajaron con su padre, en el mundo mágico.

El niño formó un rictus de desprecio con la boca. Harry sintió que algo dentro de él, se desinflaba. De nuevo.

¿Era porque creía que acababa de presumir? Entonces se acordó de lo que Ron le había dicho sobre el padre de Malfoy, y se imaginó que al otro niño no le gustaría escuchar de James, ni de cualquier otro papá, en general, porque lo haría extrañarlo. Claro, Harry razonó, yo también me pondría triste si no tengo a mi papá cerca y alguien me habla del suyo.

¿Cómo podía ser tan malo? ¡Remus y Lily no le enseñaron a ser así, sino todo lo contrario!

Con una lógica que parecía innegable para un pequeño Harry, se apresuró a sostener las muñecas de Draco, jalándolo un poco para recapturar le atención de este. El niño-que-brillaba lo observó con los ojos entornados y gesto serio.

—¡Pero mi mamá no tiene nada que ver con eso! —exclamó sin pensar, y después de oírse a sí mismo, se dijo que pudo haber estado peor. Draco frunció el ceño, Harry liberó una risa nerviosa—. Se llama Lily Evans, es nacida de muggles. Creo que a mi mamá le agrada la tuya, podrían ser amigas y...

—¿Muggles? —repitió, con la nariz arrugada. Estaba bien, el Harry de siete años entendía; Lily le había dicho que los magos sangrepura no solían estar cerca de muggles, así que podían reaccionar mal, hasta acostumbrarse.

Asintió con fuerza y mostró su sonrisa más amplia. Quería verse bien, "encantador", como solía aclarar Sirius cuando le enseñaba algún gesto marca Black. Porque viéndose bien, se hacían amigos, ¿no? Sí, Harry era un niño listo, que entendía el mundo.

—Yo estudio en una primaria muggle, porque ella convenció a- a ella le pareció una buena idea —se corrigió, al pensar en lo mal que podía hacerlo sentir si mencionaba a su padre—. Pero iré a Hogwarts cuando cumpla once, ¿tú a dónde vas? Vi que tienes una varita, ¿cómo la conseguiste? Yo quiero una, pero pa- mi padrino, uhm, me dijo que nada de varitas ni magia en casa —otra vez, balbuceó para disimular, y sintió ganas de golpearse la cabeza, ¿cómo podía ser tan cruel con Draco, que estaba solo con la señora Malfoy?

Él sacudió los brazos para zafarse de su agarre, se acarició las muñecas con una mueca de asco que le deformaba el rostro, y Harry creyó haberlo lastimado, así que empezó a pedir disculpas, aunque era probable que no lo hubiese entendido, porque tartamudeó gran parte.

—Me enseñaron a usar magia para pedir ayuda —Draco comentó tras un momento, cuando los sonidos de la alcoba cesaron por completo. Este se inclinó hacia adelante, y Harry notó que era sólo un poco más alto que él, por lo que los ojos plateados lo miraron desde arriba—, y voy a ir a Durmstang, a seguir la tradición de magos oscuros de mi familia. Lejos de los Aurores. Pero podrías ir a decírselo a tu papi, Potter, así, tal vez, hagan conmigo lo mismo que hicieron con mi padre.

Eso era. El asunto era su padre, por supuesto. Harry quería celebrar tener la razón, pero no podía alegrarse porque Draco tenía una expresión feroz, y una mirada casi tan triste como la de Pansy.

Sí, Draco Malfoy estaba triste. Extraña a su papá, añadió al registro imaginario.

Harry dejó caer los hombros y sonrió otra vez. Hubo un parpadeo y un instante de confusión por parte del otro niño, que no tardó en enderezarse y elevar la barbilla, en señal de desafío.

—Podrías venir a Hogwarts, sería divertido estudiar con alguien que ya sabe de magia, porque los profesores no nos dejarán hacer mucho en el primer año.

Draco se echó hacia atrás despacio, ojos muy abiertos lo observaron. Luego volvió a fruncir el ceño y le pinchó con el dedo índice.

—Tu padre...

—Yo no soy mi papá —Harry negó, sin dejar de sonreír. Remus decía que, cuando alguien estaba triste, necesitaba sonrisas, abrazos y chocolate; no tenía chocolate, y no creía que a Draco le gustase ser abrazado de repente, pero podía sonreírle, hablarle en voz baja, calmarlo. Era lo que Remus hacía, también.

Draco se veía como si esa no hubiese sido la respuesta que esperaba, ¿era bueno? Él decidió que sí, lo tomaría como una señal positiva.

Se ve cómico cuando no entiende algo, agregó al registro.

De pronto, la puerta del otro lado del pasillo se abrió, y Draco bufó y se cruzó de brazos.

—Es obvio que no lo eres, Potter —fue lo único que contestó, un momento antes de apartarse e ir hacia Pansy, que cargaba de regreso con dos cajas. Le pasó una, que ocultó recelosamente de su vista, luego de un asentimiento con el que agradeció.

La niña le extendió la otra. Con sólo un vistazo, descubrió que se trataba de un nuevo modelo de pistas de carreras muggle, que todos los niños de la primaria querían para navidad. No pudo evitar sonreír más y aferrarse a la caja.

—Madre pensó que te gustaría —susurró Pansy, mirando hacia otra parte, ¡como si fuese posible que no le gustase algo tan maravilloso!

—¡Me encanta! —dio un salto y abrazó aún más la caja, ante la mirada curiosa de la niña y la irritada de Draco.

—¿Vamos al jardín?

Ambos asintieron. Pansy abrió la marcha, de nuevo, y el niño estuvo a su lado en un segundo, dejando, otra vez, a Harry relegado detrás. A él no le importó; desde ese ángulo, veía a su 'anfitriona' charlar con Draco, y a este suavizar su expresión, mientras que se comía una barra de chocolate que, al parecer, venía como parte de su regalo.

Era bueno que comiese chocolate, ya sólo le faltaba un abrazo y la receta de Remus para la felicidad, estaría completa.

Sin los adornos de la fiesta de cumpleaños, el patio de los Parkinson era llano, todo verde y marrón, hasta donde los matorrales daban inicio a los caminos de piedra, árboles y vallas. El aire tenía un aroma almizclado, que se combinaba al de la tierra húmeda, y la presión invisible de la magia era más notoria que tras las paredes de la casa.

Harry continuó caminando detrás de los otros dos, conforme se movían por el césped y lo dejaban lejos, para internarse en lo que, para sus ojos infantiles, era como un laberinto gigante.

—A los Parkinson nos conocían por las flores —escuchó que le decía Pansy, que lo atrapó contemplando una flor enorme, de pétalos muy pegados, púrpura y con puntos amarillos. Cuando se giró, ella estaba a unos pasos de distancia, y Draco se acababa de sentar en un banco de piedra, a terminar sus chocolates y observarlo con el ceño fruncido—, somos bo- ¿bonicos?

—Bo...botánicos —corrigió el rubio, apretando los labios. Pansy asintió y sonrió de forma débil.

—¿Qué es eso? —preguntó Harry, volviendo la mirada a la extraña flor, que comenzó a sacudiese, cerrando y abriendo sus pétalos ante él.

—Alguien que trabaja con las plantitas. Él- siempre llevaba flores a la casa, las hacía crecer en mi cuarto, era...lindo.

La fuerza invisible en el aire se intensificó, igual que una capa dura, ligeramente pesada, que se extendía sobre el cuerpo de Harry. Él miró de reojo a Pansy, que tenía una expresión vacía al observar la flor. El cabello se le sacudía, a pesar de que no había brisa, y el borde de su vestido se agitaba.

¿Pansy estaba tan triste como Draco? Tal vez por eso eran amigos. Pero Harry no estaba triste, ¿no podría ser su amigo si no lo estaba?

No, se dijo. Podría hacerlos felices, y entonces los tres podrían ser amigos. Tenía la receta de la felicidad de Remus, ¿qué podía fallar?

—Son muy bonitas —comentó, balanceándose sobre sus pies. La presión del aire aumentó, y hubo un segundo en que resultó casi asfixiante.

Y de repente, se había ido. La única magia que percibía era la de las protecciones de la casa, Pansy tenía las manos unidas por detrás de la espalda y se daba la vuelta, para dirigirse a Draco, que se había erguido en el banquillo.

—¿Nos cuentas una historia, Draco? —el niño gruñó una respuesta y le dio la última mordida a la barra de chocolate. Pansy se sentó junto a él, haciendo a un lado las dos cajas de obsequios que tenía—. Te podría dar del chocolate que Jacint esconde en su cuarto, cuando viene de Durmstrang.

—Él ya me lo daría, si lo pido. Prueba otra cosa.

—Le diría a mamá que busque las semillas de rosas que la tía Narcissa quiere.

—Ella puede conseguirlas sola.

Pansy se mordió el labio. Harry, que oía el intercambio con las cejas arqueadas, aprovechó la breve pausa para sentarse en el piso, frente a ambos, desde donde podía juguetear con el césped y los tallos del arbusto más cercano.

—Podría darte el gorro de Durmstrang que Jacint usaba cuando entró.

—Iugh.

—¿Que no te gustaba Durmstrang y la ropa de Jacint?

—Iugh —Repitió, arrugando la nariz.

Otra pausa de unos segundos.

—Podría decirle a Millicent que no te puedes casar con ella de grandes y que te deje en paz.

La respuesta de Draco se demoró un poco más en llegar.

—¿Me dejaría quieto cuando me visite? —Pansy asintió enseguida, él echó la cabeza hacia atrás, para ver el cielo, azul y despejado, producto de la magia, porque el verdadero mostraba un día gris de lluvia—. Lo de Millicent, y el chocolate de Jacint.

—Pero dijiste que él te lo daría...

—Si lo pido, y no se lo quiero pedir, porque cada vez que le pido algo, me quiere abrazar o despeinar —Draco se cruzó de brazos y observó a su amiga con una expresión de obviedad, como si fuese un detalle que ella tendría que haber sabido desde un principio. Pansy se rio, cubriéndose la boca con ambas manos.

—Bien, trato.

—Trato —él suspiró, volvió a mirar el cielo por un momento, y luego bajó la cabeza. Los ojos plateados se encontraron con los de Harry por unos segundos, y este intentó sonreír, de manera que pudiese darle ánimos.

No sabía que no era necesario, cuando se trataba de Draco Malfoy, pero tampoco tardaría en descubrirlo.

El niño se puso de pie despacio, sobre el banquillo, equilibrándose para no patear las cajas de regalos ni dejar que los tallos de los arbustos se le clavasen en la túnica. Elevó ambos brazos, en un gesto dramático, y bajó las manos lento, muy lento, a la vez que esbozaba una ligera sonrisa, a sabiendas de que tenía la atención de los otros dos.

—Era una época muy, muy lejana, y ya nadie lo recuerda. Los padres no te lo cuentan, porque no quieren que lo sepas, ¡así que sh! —Draco levantó los brazos de nuevo, de golpe, y Pansy jadeó por la sorpresa—. No les vayas a decir que yo te lo dije, me meterás en problemas.

Era una época muy, muy lejana, y ya nadie lo recuerda. Había dragones, ¡gigantescos dragones! Pero no eran los más grandes, porque también había gigantes de verdad, se movían por todas partes, y el piso sonaba cuando caminaban, ¡plac, plac, tap, tap! —Pisoteó el banquillo tres veces, para producir sonidos con los que acompañar su voz.

¡Había sirenas! Bellas sirenas, que cantaban para ayudar a los marineros, y feas sirenas, que cantaban para llevarlos al agua y a su muerte, ¡ellas los ahogaban! Y todo lo que se oía era ¡glup, glup, glup! Nadie se salvaba.

¡Había hombres lobo! Altos, fuertes, ¡con los dientes más grandes que mi brazo! Corrían en luna llena, se llevaban a las ovejas, y los aldeanos tenían que cerrar sus puertas y esconder a sus niños, cuando se oía el ¡auhhhhh! —De pronto, Draco saltó del banquillo, los dedos de los manos flexionados para parecer garras, y simuló un gruñido animal justo frente a Harry, que se encontró riendo, igual que Pansy.

¡Los magos no teníamos que escondernos! El mundo conocía nuestro poder, podíamos salir cuando queríamos, hacer lo que quisiéramos. Y si alguien se metía con nosotros, se oían las varitas y hechizos, ¡tump, bam, tump, bam, tump!

Pero no todo era bueno —Levantó el índice para pedir silencio, a pesar de que ambos niños estaban absortos en lo que decía, y se inclinó hacia adelante, en el espacio que separaba a Pansy de Harry, para que, cuando susurró, estuviesen obligados a hacer lo mismo—. Había un hombre loco, muy loco. Y malo, tan, tan malo.

Llevaba una túnica laaarga y negra, y se ponía capucha para esconder su rostro feo, feo, muy feo, y su pelo horrible. A él le gustaba atrapar a los magos más increíbles, ¡los cazaba, como animales! Los pueblos quedaban solos cuando él llegaba, verlo hacía que tuviesen pesadillas, y los bebés lloraban cuando sentían el olor de su colonia barata y la muerte que lo seguía. ¡Alguien tenía que detenerlo! —Draco aplaudió, lo que causó que los niños diesen un brinco desde sus puestos. Con un giro digno de un bailarín, se colocó detrás de Harry, y comenzó a bordear el camino de piedras, un pie por delante del otro, obligándolo a voltearse para seguir sus movimientos con la mirada. Incluso si quisiera, parecía imposible para el pequeño Harry dejar de observarlo, mientras hacía gestos exagerados y hablaba con diferentes voces.

¡Y una heroína llegó a detenerlo! Vio a los que lloraban, a los que cazaban, y dijo "¡no!". Así que ella, la princesa Pansy —La niña chilló y dio un saltito en el banco, sonriendo. Draco no se detuvo, ni la miró—, les dijo que iría a buscar al hombre loco, ¡y no volvería hasta haberlo acabado con una imperdonable! Porque era lo que se merecía, decía, y todos pensaban que tenía razón.

Para ir por el hombre loco, la princesa tenía que pasar por los jardines donde los gigantes tomaban el té —Avanzó hacia adelante con un salto—, ¡y por el mar de las sirenas bellas y feas! —Otro salto—. Y correr cuando escuchara un ¡auhhh! —Simuló un rugido en el siguiente brinco— y pasar por los magos Aurores, que cuidaban que al hombre loco no le pasara nada.

Era imposible hacerlo todo sola, así que cuando se hizo de noche, ella vio hacia arriba, al dragón que se formaba con estrellas, y le dijo "dragón querido, no puedo hacer esto sin tu ayuda", y el dragón, que era muy bueno con las princesas y querido por todos los magos, se sacudió las nubes de encima —Draco se sacudió por completo, haciendo reír a Pansy—, se despegó de las otras estrellas y el cielo, ¡y bajó volando hacia la princesa, para ayudarla!

Juntos, pasaron por arriba de los gigantes cuando dormían, ¡y ellos ni se enteraron! Pasaron por el mar, saludando a las sirenas bellas y alejándose de las feas, ¡y volaron tan alto, que ni los hombres lobo ni los Aurores del hombre loco, podían verlos! Sólo se escuchaba el viento, zas, zas, hasta que encontraron al hombre loco.

—¿Y qué pasó después? —Harry preguntó, confundido por el repentino silencio. Draco se giró para verlos, con una mano bajo la barbilla, y cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono bajo y menos animado.

—La princesa ganó, obviamente.

—¿Y qué más?

El rubio dio un paso hacia él, y otro, y otro, y otro. Se detuvo cuando podía mirarlo desde arriba. Harry estaba boquiabierto, a la espera de la conclusión de la historia, porque no podía ser sólo así, ¿y los magos? ¿Y el dragón?

—Bueno, cuando encontraron al hombre loco, la princesa tenía que usar un hechizo para acabarlo, pero necesitaba tiempo y estar tranquila, y él no la iba a dejar quieta. Así que el dragón, para ayudarla... ¡se lanzó sobre él! —En un parpadeo, Draco se abalanzaba sobre el segundo niño.

Harry se fue hacia atrás y gimoteó por el dolor en la parte posterior de la cabeza, donde se golpeó contra el suelo. Draco quedó sentado a horcajadas sobre él.

—¡Lo agarró por la túnica y el pelo horrible! —Las manos pálidas se cerraron en torno a los mechones oscuros del otro, dándoles un suave tirón— ¡y lo arrastró por todas partes! Y cuando la princesa estaba lista para lanzar el hechizo, el hombre loco le dio al dragón en la barriga.

—¿En la barriga? —Harry ladeó la cabeza. Él asintió, solemne.

—El único punto débil de un dragón, donde no tiene tantas escamas para cubrirse. El hombre loco le dio ahí, y cayó —volvió a tirarse sobre él, sólo que esa vez, Draco quedó tendido cuan largo era sobre el cuerpo de Harry, que lloriqueó al entender el final del dragón de la historia—. Y luego la princesa le ganó, y pudo volver a casa —murmuró, la voz amortiguada por su ropa—, y dicen que, todas las noches, ella busca las estrellas que formaban a su dragón, por si vuelve a aparecer. Pero nadie sabe si lo hace.

Draco se impulsó hacia arriba y se puso de pie. Cuando empezó a alisarse las arrugas imaginarias de la túnica, quedó claro que la historia acababa de concluir. Harry quería protestar por el final, pero Pansy se le adelantó:

—¡El dragón...! —La niña lanzó dos patadas al aire y se limpió las lágrimas, incluso antes de darle la oportunidad de brotar de sus ojos—. ¿Por qué eres tan malo, Draco?

—Yo no fui malo, fue la historia —aclaró este, apuntándola de forma acusatoria, y luego se sentó en el banquillo, como si nada hubiese pasado, como si Pansy no estuviese lloriqueando y Harry no se sintiese tentado a hacer lo mismo.

—¿De verdad ese es el final? —insistió él— ¿no vuelve a verlo? ¿El dragón va al cielo? ¿No pasa nada?

—La princesa le gana al hombre loco, ¿qué más quieres?

—¡Que no pierda a su amigo por eso!

Draco bufó.

—Eso fue porque el hombre loco era muy, muy malo.

—¡Pero...!

—¡Harry y yo queremos otra historia! —exigió Pansy, cruzada de brazos y con un puchero— ¡una con un final feliz!

Harry parpadeó a la nada. Draco arqueó una ceja, se giró en su dirección, como si examinase su reacción, y él se obligó a imitar los gestos de la niña. Habría jurado que el pequeño Malfoy casi sonrió.

—¿Y qué voy a tener a cambio?

Pansy comenzó a hacer las ofertas enseguida. Después de que rechazase tres, Harry se le unió, hablándole de la escoba de práctica que se levantaba un metro y medio del suelo, y los chocolates de Remus.

Draco cuenta historias increíbles. A Draco le gusta recibir 'cosas' a cambio de contarlas. A Draco le gusta el chocolate, y que oigamos sus historias.

El registro imaginario del niño-que-brillaba siguió creciendo, hasta que la señora Parkinson y Lily aparecieron entre los matorrales para buscarlos, deteniendo al niño a mitad de la cuarta historia, por lo que se enderezó y adoptó una expresión fría y aburrida.

Cuando los adultos decidieron que era momento de despedirse, Pansy les sonrió a Draco y Harry, él regresó el gesto. El pequeño Malfoy sólo le recordó que le debía un paseo en escoba y dos barras de chocolate, y se dejó guiar por su madre hacia la chimenea.

Pero era un comienzo, ¿no?

Escena extra

Muggles y magos en Godric's Hollow

—…no me voy a subir a esa cosa. Es horrenda.

—Pues si Draco no se sube, yo tampoco —protestó la niña, imitando a su amigo, que estaba cruzado de brazos, ambos a los lados del auto destartalado.

—Niños-

—Se está cayendo a pedazos —insistió él, con el ceño fruncido y un puchero—, sólo miren, ¡nos va a dejar tirados si subimos! ¿Por qué no pueden usar un carruaje con unicornios, o…o dejar que los elfos lleven las cosas adentro?

—Nadie va a subir a nada aquí, y nada se caerá a pedazos. Draco, compórtate —ante la petición suave de su madre, el pequeño se enderezó y relajó el rostro. Narcissa tenía la nariz ligeramente arrugada al observar el vehículo—. Amelia necesita hacer parecer que llegaron ahí y trasladar algunas cajas por sí mismos. Como la mitad de sus vecinos serán muggles, no puede levantar sospechas.

—Pero eso se arregla fácil —dictó el mismo niño, tras un momento de consideración silenciosa, y chasqueó los dedos cuando tuvo una idea—. La tía Amelia puede ponerles un confundus a sus vecinos muggles.

—No puedes ir por ahí, confundiendo muggles, Draco.

—¿Por qué no? —él volvió a arrugar el entrecejo—. No creo que se den cuenta de nada, ni siquiera saben que existe la magia. Deben vivir confundidos —Y se encogió de hombros, restándole importancia. Narcissa miró hacia la otra mujer y su hijo mayor, en busca de apoyo.

—Confundir muggles es malo porque…—Amelia vaciló—, pues porque no confundes a alguien con quien quieres llevarte bien después.

Draco la observó con horror, y por reflejo, se pegó más a Pansy.

—¿Por qué querría llevarme bien con muggles?

—Tú nunca has visto o hablado con un muggle —le recordó su madre, ya resignada.

—Pero igual usaría un confundus, si pudiese-

—No podemos confundirlos —intervino Jacint, que sopesaba entre los brazos las cajas vacías que luego tendría que cargar como parte de la 'actuación'—, porque sería peligroso dejar un rastro mágico fuera de las barreras de la casa, Dracolín.

El niño exhaló un "oh" y asintió, de pronto, convencido con la respuesta y dispuesto a cooperar con la farsa. Las dos brujas suspiraron, Narcissa negando y su vieja amiga ahogando la risa.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).