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Sueños por 1827kratSN

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¿Qué le sucede a un país que está muriendo?

¿Qué pasa cuando tu gente sólo te lleva al caos?

¿Qué sucede cuando tu territorio es arrancado o comprado por alguien más?

¿Qué pasa?

¿Qué sucede?

Sentía las manos frías, temblaba, el rojo de su sangre manchaba el suelo, la vista nublada por las lágrimas. Cuánto dolor y miedo. Cuánta agonía susurrada en sus oídos. Porque él era todo, y a la vez no era nada. Porque él era un país, pero solo la representación vital de este. Era el espejo de vastas tierras con miles de habitantes, con decenas de plantas y animales a cada diez pasos, con costumbres e identidad. Pero también era una muñeca hueca que dependía de las decisiones de seres ajenos a él, y si bien tenía voluntad propia, le estaba rotundamente prohibido manipular a los humanos que rigen cada grano de arena delimitado por una línea imaginaria.

Era una mierda.

Porque era todo.

Y porque a la vez era nada.

Zumba en sus oídos las súplicas de quienes perecen por la guerra. Cuando cierra los párpados puede ver las imágenes del caos, la destrucción y la amargura. El hambre le cala los huesos, como un escalofrío que se dirige a lo que él cree es su estómago. El odio crece como un dolor desde el pecho y se va redirigiendo a todo su cuerpo. La avaricia surge como negra bruma que invade su piel y la cambia de color. La corrupción y la división de sus partidos políticos hacen que su piel se seque y agriete. Las peleas internas, entre gente que tiene la misma cuna pero que su albedrio los diferencia, generan en él rajaduras dolorosas que punzan y arden, que escuecen en sangre.

Y no les puede decir nada.

Cuando tantas cosas se acumulan, cuando el dolor de su gente, el hambre, la pobreza y la ignorancia redoblan su tasa, en él surgen las náuseas. Y cuando la gente de dinero reparte coimas para que sólo pocos ganen, de su vientre fulgura una llama de desesperación que desemboca en arcadas, las cuales soporta a pesar de que le arden las tripas mientras la sangre brota. Porque esa sangre que deja fluir, es la sangre que se pudre bajo la tierra de aquellos que han muerto en silencio, en las sombras, y que jamás serán hallados.

 

—No decaigas.

 

Se dice cada mañana, tarde y noche, porque fue condenado a vivir a la par que su gente, a la par que miles de generaciones. Por eso no se arriesga a entablar relación con un humano cualquiera, porque después duele. Porque lo ve nacer, crecer, madurar, errar, envejecer y morir. Tiene miedo. Tiembla cada vez que se centra en un niño, porque sabe que algún día ese ser humano volverá a ser parte de la tierra y que su recuerdo se irá borrando de los que lo conocieron y que tendrán el mismo destino.

 

—Pero soy inmortal.

 

No, no lo era. Porque dependía de esa gente egoísta, de la gente egoísta de otras naciones. Porque dependía de la avaricia. De aquella que le quitó parte de sus tierras y lo dejó plagado de dolor mientras veía como su piel se escamaba y caía para volverse cenizas que se mecían en el aire hasta desaparecer. Porque sufrió ese proceso doloroso de empequeñecer solo para proteger a la mayor parte de su gente. Porque alguien tenía que ganar y otro perder… Y cuando eres un país pequeño con muchas riquezas que otros quieren, siempre pierdes.

 

—Duele.

 

Cada día duele más, porque los recuerdos están ahí. Vivos. Y el dolor también está presente, en las cicatrices que ya no sangran pero que te generan un dolor fantasmal que te cuece el alma —si es que la tienes—, y la retuerce hasta que sangra. A veces… suplica porque eso termine, pero no puede, porque se debe a sus tierras, porque vive por ellos… aunque lo maten de a poco.

¿Cómo lo soportan los demás?

Ha visto a muchos de sus amigos en las mismas condiciones, y siguen riendo, le dan fuerzas para seguir, pero a veces no es suficiente. Ya vio a varios entrar en depresión, asilarse, internarse en un cuarto y no salir en meses, y también pasó por eso, pero volvían a salir y a beber, y a olvidar, o a intentar hacerlo. Cómo odiaba ese círculo vicioso que lo llevaba a la desgracia, porque no encontraba alivio ni en la piel de otro ser con los mismos conflictos internos que él, porque jamás se detenían esas ansias de una salvación.

 

—Está delirando. Tiene mucha fiebre.

 

Escucha a lo lejos y no sabe ni quien es, pero sabe que es otro país el que lo cuida, porque sólo entre ellos saben cómo solucionar y cuidar de sus heridas. Entre ellos se dan apoyo, entre ellos y sus estados o provincias, al fin y al cabo, son lo mismo.

 

—Vos velá por él —suspiró—. Yo iré a buscar a Chile para que ayude.

—Está bien.

—Ya has pasado por eso, Ecuador. Vos lo entendés. Nos entiendes.

—Todos pasamos por eso —entristece—, es difícil.

 

Después solo escucha el sonido de un reloj lejano, siente algo que alivia su cabeza, la brisa fresca de un invierno lejano. Está perdido en memorias que se confunden con su presente. Y llora entre sueños, porque aún no tiene la paz que suplica, porque no hay nadie que lo calme, porque…, porque jamás tendrá armonía.

 

—¿Cómo está? —Canadá llegó presuroso, casi sin aliento por correr hasta esa casa, en realidad corrió desde que bajó del avión, desesperado por el pasar del tiempo.

—Está bien —sonrió el pequeño tricolor de amarillo, azul y rojo, el más pequeño de sus hermanos—. Ya he logrado bajarle la fiebre —señaló el vientre del tricolor en cama—, le he puesto hojas de col para eso.

—¿Col? —Canadá aun no reconoce todas las palabras de ese idioma.

—Remedio de la pachamama, como decía mamá Rosita —Ecuador rio bajito antes de levantarse—. Cámbiale el paño de vez en vez, dale el juguito de manzana y estará bien —señaló el pañuelo blanco que colocó en la frente de México.

—Qu'est-ce qu'il lui est arrivé? —(¿Qué le pasó?), necesitaba respuestas.

—A veces, las pesadillas vuelven —sonrió tristemente porque era algo recurrente en él mismo, en sus hermanos y amigos—, y nos sube la temperatura. Pero tranquilo, mi pana —le golpeó el hombro delicadamente, en un gesto amigable—. Le haré un caldo de pollo y verás que se levanta en un par de días. Porque enfermo que come, no muere.

—Merci —susurró.

—De nada, mijín —miró su reloj—. Chucha, se me olvidó que debía ir a la reunión. Me voy, vuelvo más tardecita. Si necesitas algo, dile a mi ñaño pa’que te acolite.

 

Cuando Ecuador se fue presuroso, Canadá soltó un suspiro. Entonces se arrodilló junto a la cama donde reposaba el tricolor, metió las manos en el tazón de agua tibia a su lado y sacó la toalla para escurrirla. Colocó aquello en la frente humedecida por las veces en que se aplicó ese pañito, se quedó observando ese rostro cansado que destellaba en un ligero rojo, suspiró angustiado y después solo calmó su agitado corazón porque ahora debía esperar.

No había parado desde que Argentina le llamó para avisarle que México enfermó y lo llamaba entre delirios, que lo necesitaba de urgencia porque creían que tenerlo cerca le haría bien al enfermo. Se asustó tanto que su propio hermano tuvo que abofetearlo para que tomara compostura.

 

—Je suis déjà là —(Ya estoy aquí), le susurró antes de acercarse y besar esa mejilla—, Mexique.

—Maple —murmuraba aun entre suspiros y cortas quejas—, Ma… Maple.

—Ne souffre pas, Mexique —(Ya no sufras, México), sostuvo esa mano aún caliente, y la besó con sutileza.

 

Se quedó la noche entera, agradeciendo la hospitalidad de los hermanos tricolores, vigilando el progreso de México, sin poder siquiera pegar un ojo por más de cinco minutos. Y al segundo día, no pudo evitar sonreír cuando lo vio abrir los ojos, un poco perdido y desconcertado. Lo acunó en sus brazos, escuchó sus sollozos, le susurró que todo estaría bien y, aun así, podía diferenciar esa mirada perdida en algún punto, en recuerdos suponía, en dolor y sufrimiento.

Le dolía verlo así, tan apagado.

Cuando logró que México se levantara, lo primero que hizo fue abrazarlo, aprisionarlo contra su pecho y simular un baile sencillo, donde se movían de lado a lado, aferrados el uno al otro, siguiendo el ritmo de sus suspiros. Porque sabía que un momento en silencio, mientras endulzaba el alma del tricolor con su muy tosco intento de baile, era lo suficiente como para sacarle una risita al amor de su vida.

 

—Chale —murmuró—, me conseguí un chambelán —se separó de ese pecho para mirar al más alto—, ¿tamos festejando algo o qué? —sonrió.

—Suis-je très mauvais à cela? —(¿Soy muy malo en esto?), rio bajito porque la respuesta era obvia.

—Sólo échale más ganas —entonces tomó el control, sosteniendo la cintura del poste que tenía por pareja, además de la mano del mismo—. A ver, a ver —movió sus pies con más energía, con pasos más largos—, tú puedes, maplecito.

—Je vais te piétiner —(Voy a pisarte.)

—No, no —rio suavecito por esos pasos dudosos—, sólo déjate llevar.

 

Fueron las primeras risas que resonaron en la habitación donde había estado hospedado el chico del escudo de águila, en casa de los tres hermanos sudamericanos. Después de días en los que todos andaban preocupados, al fin pudieron respirar en paz y escuchar algo más ameno que sólo los murmullos del enfermo.

No fue sorpresa que poco después, y cuando México se disculpó por el dramón que armó por una simple fiebre, la pareja pudo retornar a la casa que ambos compartían desde hace un par de meses. Una casita de dos pisos con un jardín lleno de florecitas y arbustos que entre ambos intentaban darles forma, sin muchos lujos, pero donde no faltaba una buena comida caliente y los recuerdos reflejados en las fotografías.

México no habló de lo que le sucedió, pero Canadá estaba consciente de que cierto aniversario fatídico del que no habló, fue el causante de todo eso. Ambos tenían una especie de acuerdo mudo para no referirse a lo doloroso de su pasado, así que simplemente fingieron que no fue más que un simple sustito y ya. Sin embargo, y a pesar de que no lo dijera, el tricolor tenía la necesidad de estar acompañado, haciendo cualquier cosa con tal de que sus memorias no jugaran con él.

 

— Qu'est-ce que tu veux faire aujourd'hui? —(¿Qué quieres hacer hoy?), Canadá estaba dispuesto a cederle todo su tiempo, el que fuese necesario para animarlo.

—¿Que no tenías otra reunión?

— Non, c'était annulé —(No, se canceló), en realidad, él pidió se cancelaran todas las reuniones posibles durante esas dos semanas, y si era posible, durante el mes—. Je suis libre et à votre disposition —(Estoy libre y a tu disposición.)

—Pues yo no tengo tanta libertad como tú.

—Avez-vous quelque chose à faire? —(¿Tienes algo que hacer?).

—Obvi —respiró profundo antes de hacer una mueca—. Me llamaron para resolver algunas cosas con los gobernantes.

— Je vais vous accompagner —(Te acompañaré.)

—Obvio no lo harás porque es cosa de mis tierras —sonrió de lado—, pero serán solo unas horas y después iremos por ahí.

 

El aura triste seguiría ahí por un tiempo más, esos suspiros que soltaba sin darse cuenta aparecerían por un tiempo, y ese silencio nostálgico cambiaría de poco en poco en risas algo apagadas. Canadá había escuchado a los amigos cercanos del tricolor, ellos le confiaron cierta información para que fuese de ayuda, y el propio bicolor también recordó haber pasado por algo semejante en alguna época anterior donde solo era un amigo cercano de México, y a la vez un enamorado en las sombras.

Por eso hizo de todo para que aquella sonrisa volviera más pronto.

Le tomó de la mano y se lo llevó de paseo a las tierras frías, se perdieron en medio de esos bosques adornados por el color naranja del sol combinado por las hojas de arce, le enseñó la forma tradicional de obtener la sabia para hacer la miel, y se lo llevó a ver el lago más cristalino y azulado que tenía cerca. Le acarició las mejillas con el pulgar, lo besó con dulzura, le preparó dulces y le mostró algunas de sus danzas —las que mejor le salían—, para que se entretuvieran. El resultado se centró en las risas divertidas del tricolor, las expresiones asombradas, los sonrojos adorables y la energía renovada de aquel pequeño cuerpo que tenía más ánimos que todos los demás.

 

—Sé qué haces esto para que ya no me achicopale —susurró cuando la noche llegaba y en el cielo se acunaban las estrellas.

— J'aurais dû être moins... évidente —(Debí ser menos… evidente.)

—Nah —le golpeó el hombro con suavidad—, te salió bien… Casi ni me di cuenta.

—Êtes-vous sarcastique? —(¿Estás siendo sarcástico?), rio bajito.

—No —rio—, es en serio. Pero alguien te delató —balanceó su celular donde se veía un mensaje con pocas palabras. «El Canadá ya logró que te sientas mejor?»

—Ils se soucient de toi —(Se preocupan por ti.)

—Estos pendejos —México ocultó el resto del texto, porque las vulgaridades y las muchas burlas eran algo que podía ignorar—, se preocupan de más.

— Je veux juste que tu souris —(Sólo quiero que sonrías.)

—No es algo que me pase siempre. Tranquilo, maplecito —aclaró mientras tomaba la taza de chocolate y se acomodaba en el sofá ubicado frente a la chimenea en esa cabaña de madera construida en medio del bosque. Sí, Canadá tenía muchos lugares donde tener paz.

 

Se quedaron allí, sentados en el sofá, cubiertos por una manta y bebiendo chocolate, riéndose de cualquier cosa, contándose historias o haciéndose bromas. Jugando con sus dedos, rozando sus mejillas, acurrucados sin escuchar más que la madera siendo consumida, cediendo a una intimidad compartida. Dejando que la necesidad de estar uno junto al otro calmara cualquier preocupación que su mente guardara.

Y una cosa llevó a la otra.

Porque era cierto que México se encontró vulnerable y necesitó con urgencia la calidez de esas manos suaves que acunaban su rostro con delicadeza. Y aunque no lo dijo en voz alta, estaba consciente de que llamó a Canadá entre sus delirios, que suplicó por tenerlo cerca, y fue gracias a él que pudo recuperarse de su pequeña crisis dada entre dolorosos sueños y dudas existenciales.

Cuánto amaba a Canadá.

Porque este le cedía lo que necesitaba en el tiempo correcto, porque le brindaba un amor desinteresado y sincero, sin dobles intenciones y tan puro que a veces era perturbador para su existencia. México a veces dudaba que el norteamericano bicolor y pacifista se hubiese fijado en él, que lo amara sinceramente, pero después Canadá lo trataba como a un tesoro de cristal, lo cuidaba con tanto tacto, y le sujetaba con tanta fuerza a la vez, que simplemente no podía pedir más.

 

— Je t'aime —le susurró al oído cuando lo abrazó.

—Yo te amo más, Mexique —su acento marcado sonaba adorable a oídos del tricolor.

—Sabes, creo que necesito algo más.

—Qu'est que c'est? —(¿Qué es?).

—Un baiser secret —(un beso en secreto), pronunció suavemente.

 

Y es que lo necesitaba. Necesitaba sentir esos labios sobre los suyos, el cómo tímidamente se movían en un inicio, para después suspirar entre las caricias dadas por las manos ajenas, y dejarse llevar por la necesidad de más contacto. Se necesitaban entre sí, de manera física e íntima. Necesitaban saber que era real y no solo un hermoso sueño del cual despertarían de repente.

En la intimidad de la noche, con las cortinas sin deslizarse, con el cielo estrellado y esa luna llena tan brillante como una lámpara, dejaron que sus labios se combinaran en movimientos sincronizados donde buscaban el goce mutuo, donde sus lenguas jugueteaban con suavidad para deleitarse con el sabor ajeno, donde sus manos seguían un sendero entre la piel ajena para hallar las curvas que antes no habían notado.

Se perdieron entre las caricias y los roces, donde la tela estorbaba y solo impedía el apreciarse enteros, donde sus manos empezaban a generar un caos en la piel que se tocaba, un caos reflejado en el fuego que encendían a su paso. Besos que eran regados por cada rincón, suaves mordidas que ocasionaban quejitas divertidas en medio del roce de sus dedos, rasguños que avivaban el deseo por más, suspiros dados en la intimidad de su lecho.

Se miraron a los ojos entre sus susurros que declaraban su amor por el contrario, enredaron sus dedos mientras se deleitaban con el placer del calor ajeno, gimieron el nombre contrario en una súplica porque eso fuera real y no solo una fantasía bonita. Se unieron hasta el cansancio, sonriendo entre las respiraciones entrecortadas por su placer, aferrándose el uno al otro para disfrutar en plenitud, repitiendo las caricias y los besos iniciales, siendo apasionados, pero a la vez sumamente cariñosos. Sucumbieron a la cima de su amor a la par que se daban un suave y dulce beso. Y repitieron aquello las veces que desearon, las veces que su propia energía permitió.

 

—Me voici pour toi, Mexique —(Aquí estoy para ti, México), susurró cuando se quedaron abrazados, cubiertos por las cobijas y observando el nacer del nuevo día.

—Lo sé —rio entre bostezos—, y sabes que yo diré lo mismo.

— Tu dois savoir quelque chose —(Debes saber algo).

—¿Qué?

— C'est peut-être que j'ai plus besoin de toi que de moi —(Que tal vez yo te necesito más que tú a mí.)

—Dices tonterías, maple.

— Peut-être —(Tal vez), rio.

—El que más te necesita soy yo —susurró como un secreto.

—Allons-nous en discuter? —(¿Discutiremos por eso?).

—No, tengo sueño —se acurrucó en el pecho ajeno—. Porque al parecer alguien se emocionó ayer.

—Désolé? —(¿Lo siento?)

—Nada de que lo sientes —le golpeó el hombro suavemente—, lo repetiremos después.

—Que dis-tu? —(¿Qué dices?), rio bajito mientras sus mejillas agarraban color.

—Digo que sigo caliente y que lo volveremos hacer cuando haya dormido un poco.

— C'est bien —(Está bien.)

—Quéjate de vez en cuando, maple —frunció el ceño.

—Pourquoi se plaindre de ça? —(¿Porque quejarme de eso?)

—No sé —rio bajito—, ni pensar puedo ahora.

 

Un beso más, una caricia más, una risa más.

Una necesidad más.

Eran solamente ellos dos.

 

 

 

 

Notas finales:

 

When eres fanficker y puedes añadir a tu Ecuador como buen samaritano para que quede pepa, XDDDD.

Lamento que haya sido un poco caótico desde el inicio, pero se tenía que reflejar algo de lo que se piensa cuando se está delirando. De las dudas y esas cosas. Bueno ya, lo demás sí fue un poco raro, pero así quedó XD. Perdón.

Por cierto, el siguiente capítulo seguirá siendo raro, advierto. Y muy largo también, el más largo de toda la semana, pero bueno.

Krat los ama~

Besitos~


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