El apabullante y oscuro castillo parecía cernirse sobre ellos con cada paso que daban en su dirección. Con los nervios a flor de piel, se apresuró, no queriendo que el león lo dejase atrás. Puede que a la luz del día aquel lugar no le hiciese demasiada gracia, pero quién sabe lo que podría encontrarse si pasaba allí la noche, él sólo, en medio del bosque. La mera idea era suficiente para darle escalofríos. El chirrido de las pesadas puertas metálicas moviéndose atrajo su atención de vuelta.
Vaya...
No pudo evitar quedarse boquiabierto ante el hermoso paisaje que se extendía ante ellos, oculto a tan plena vista. Las bonitas esculpidas fuentes de piedra estaban heladas y toda la explanada nevada, extendiéndose cual manto perfectamente liso, como si estuviese arropando el jardín que, por algún motivo estaba seguro, se hallaba bajo este. Aquello lo llevó a preguntarse cómo sería en primavera, podía imaginarse una multitud de flores de todos los colores por todas partes, adornando hasta el último rincón del verde prado, puede que algún animal pastando apaciblemente... Parpadeando para salir de su ensoñación, se dio cuenta de que se había detenido y con él, el león.
– ¿A dónde me llevas? —era una de las cuestiones para las que le encantaría tener una respuesta y aunque se había dirigido directamente a él, sabía que esperar nada por su parte era una locura.
Después de todo, sólo era un animal.
El león clavó sus ojos como zafiros en él, silenciosamente y de la misma forma, retomaron la marcha hacia el interior del edificio. Las puertas vibraron al cerrarse con un golpe seco, sobresaltándolo. Trató de no darle muchas vueltas al hecho que no había visto a nadie encargarse de haberlas abierto o cerrarlas, pues, siendo sinceros, había acabado allí contra todo pronóstico siguiendo a un león.
¡Un león!
Definitivamente, debía estar completamente loco. De remate.
Todo está bien, perfectamente bien, sí.
Tal vez si se lo repetía lo suficiente, se volviese realidad.
A pesar de las bellas vistas, agradeció enormemente la calidez inmediata del interior del castillo, al resguardo de cualquier ventisca. Se quitó los guantes y guardó en el bolsillo derecho, decidiendo permanecer con su abrigo puesto, al menos un rato más. Un pequeño gritito escapó de entre sus labios al verse de pronto atacado por un par de gotas de agua que, por su temperatura, podían perfectamente haber sido todavía nieve.
El enorme animal que tan intimidante le había aparecido al principio, sacudiéndose de esa manera le recordaba a un perro.
– ¡Hey! Podrías tener más cuidado. —refunfuñó limpiándose la cara con la manga, sonriendo ligeramente.
Y entonces sucedió.
– Por favor, ven conmigo. —una grave voz, casi gutural, lo dejó completamente estático.
¿Había...?
Incrédulo, con los ojos casi saliéndose de sus órbitas, observó boquiabierto cómo el león le echaba una mirada burlona por encima del hombro. Para mejorar la situación, se cayó de culo cuando, de la nada, al animal le dio por saltar por encima de su cabeza y aterrizar en las escaleras principales que ocupaban gran parte de la entrada.
– No te retrases. —aquello lo sacó de su estupor y corrió, medio gateando al principio, para alcanzarlo.
– ¡E-Espérame!
No sabía qué hacía allí o cuáles eran sus intenciones... Pero de querer devorarlo o hacerle daño ya había tenido incontables ocasiones para ello. A lo largo del trayecto, el miedo había ido retrocediendo hasta ser superado con crecer por su curiosidad, deseaba saber qué era exactamente y qué hacía en medio de aquel lugar tan extraño.
Podría ser divertido.