Tsuna había notado ciertas marquitas en su piel desde hace algunos días, al inicio lo atribuyó a una leve alergia, pero eso empezaba a ser molesto. Le daba leve comezón. Lo peor fue en una mañana cuando se lavaba los dientes y se fijó que una nueva marca roja se hallaba en su cuello. Suspiró, no estaba seguro de qué bicho era el causante de eso.
—Buenos días a todos —se sentó a desayunar, pero claramente percibió que el rutinario bullicio cesó—, ¿sucede algo?
—¿El friki de las peleas ha vuelto, juudaime? —preguntó Gokudera extrañado.
—No —se desanimó porque no veía a Kyoya desde hace tiempo—, ¿ha dado aviso de cuando regresa o algo?
—No —el albino se puso incómodo—, solo preguntaba.
Todos intentaron restarle importancia al asunto, desviar su mirada hacia otro lado o seguir con su desayuno. Y es que la vida privada de su cielo no era algo que les incumbiera, es más, trataban de ignorar siempre que un moretón se alojaba en la piel de su jefe. Porque Hibari tenía una manera muy especial de advertir que el cielo de Vongola era suyo y de nadie más. Pero… resultaba que aquella nube no se hallaba en la mansión y por ende no dormía con el castaño.
Entonces…
¿Por qué su querido cielo tenía una marca en su cuello?
—¿Has estado portándote mal, Vongola? —Mukuro hizo el comentario—. Qué osado, kufufu
—¿De qué hablas Mukuro?
—Oh, de nada —sonrió de lado—, pero me daba curiosidad el chupetón de tu cuello.
Se instauró un silencio incómodo porque aquella niebla siempre hacía ese tipo de comentarios mordaces, aunque en ese caso, todos querían saber cómo se defendería su querido cielo.
Pero solo escucharon la risita del castaño quien se tocó la marca y negó.
—Es un secreto.
Todos quedaron en shock.
Tsuna no le tomó importancia al asunto, porque no sería la primera vez que su niebla lo molestara. Solo le siguió el juego, eso mientras averiguaba qué producía esas marcas en su piel. Así que siguió con su rutina diaria sin importarle mucho lo que pensaran los demás. Sin aclarar el asunto.
Tal vez por eso no se esperó que, al regresar su querido novio, Mukuro aprovechara la oportunidad.
Tsuna se hallaba en la oficina, revisando un par de documentos, concentrado en extremo, pero de pronto su puerta fue abierta con una patada, los pasos furiosos de Kyoya resonaron, y apenas pudo reaccionar antes de que aquel azabache revisara meticulosamente su marca. El castaño ni siquiera pudo emocionarse por esa llegada repentina.
—¿Quién te lo hizo? —bramó furioso.
—¿Eh? Pues… no estoy seguro —contestó ingenuamente.
—Los morderé a la muerte a todos.
—¿A todos?
Kyoya no tenía tiempo para interrogar a todos ahí, así que simplemente cazó a uno por uno y después de noquearlos hizo la pregunta «¿Fuiste tú?». Lamentablemente una persona inconsciente no respondía y Kyoya iba por su siguiente presa. Todos ahí entenderían que no habría que dejar cabos sueltos en la mansión, menos si su cielo estaba involucrado, porque la furia de Kyoya era casi incontrolable.
—Así que fuiste tú —Tsuna miraba la arañita que caminaba entre sus sábanas—, ¿verdad? —rio suavemente—. ¿Me mordiste todos estos días porque invadí tu espacio?
—No sería mordedura —Kyoya había entrado al cuarto después de silenciosamente terminar con su investigación inicial, y escuchó todo eso—, sería picadura.
—Oh, creí que se decía mordedura —sonrió antes de tocarse el cuello—. Bueno. Pero al menos ya averigüé a que se debe.
—La mataré por tocar tu piel.
—No exageres —rio antes de tomar un papel por donde trasportó a la araña hasta la ventana y la dejó libre—, aunque tal vez… no fuera solo ella la que me mordió. Ya sabes, dicen que las arañas están donde hay muchos mosquitos.
Al día siguiente, la nube de Vongola, mordía hasta la muerte a todo insecto que se atreviera a incursionar en el cuarto de su amado cielo.