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Escamas de oro por 1827kratSN

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—¿En dónde?

 

Reborn apenas pudo abrir los ojos, tenía tanta pesadez en cada parte de su cuerpo que sus pupilas eran lo único que respondían adecuadamente. Se halló con la imagen confusa de árboles cambiando de posición, un ave que aleteó a lo lejos, y el suave movimiento de la persona que lo llevaba en la espalda. Suspiró profundo al reconocer el aroma a fuego que desprendía aquella piel, y pudo relajarse. Estaba en buenas mano.

 

—Es mejor que sigas durmiendo un poco más —Tsuna se tensó al sentir que su compañero despertó, casi hasta tropezó, pero logró mantener la calma para seguir—, tardaremos un rato en llegar.

—No me opondré —susurró con la voz algo ronca antes de acomodarse en el hombro ajeno y cerrar los ojos otra vez.

—Descansa —murmuró entre dientes.

 

Tsuna abandonó su sitio de refugio —el que eligió para aislarse en su celo— consciente de que Reborn merecía descansar en un lugar más cómodo y cálido que esa cueva. Obvió la vergüenza por los recuerdos de esos tres días agitados, se dio la tarea de limpiar lo mejor que pudo el cuerpo cansado del azabache, se dio un baño rápido en el estanque —incluso logró sumergir a Reborn por un rato tras calentar un poco el agua—, y emprendió el retorno a la aldea de las ninfas que ahora eran como su familia. Ya después volvería para borrar las evidencias de la cueva por precaución, porque no quería atraer a los curiosos guiados por el rastro de su magia usada.

Sentía sobre sí los estragos de su celo todavía. El cansancio, el calor aun notable, sus sentidos agudizados en extremo, su actitud territorial que le estaba obligando a desviarse al nido que armó cerca de la villa central, porque sabía que allí podía proteger mejor a su pareja. Pero también estaba su lado razonable, el cual le indicaba que debía ir a la villa de las ninfas para dejar a Reborn recostado en la cama hecha de telas finas y algodón, en la cabaña dispuesta para el primogénito de Squalo. Tuvo que luchar un poco contra sus instintos para eso, pero pudo guiarse adecuadamente.

Fue muy incómodo llegar a la aldea con Reborn dormido en su espalda, y enfrentar todas las miradas inquietas y curiosas que le exigían una respuesta a esa desaparición de tres días, casi cuatro. Por suerte, Squalo estaba allí para ayudar. Después de dar una rápida mirada a los dos recién llegados, el dragón mayor solo se carcajeó divertido, lanzó una maldición, y ordenó a todos volver a sus deberes. Tsuna sabía que Squalo le había contado su situación a Reborn, pero no pudo guardarle rencor. No si estaba tan satisfecho y calmado después de esos días.

Los dragones no dijeron mucho después de eso, se enfocaron más en darle a Reborn un lugar agradable para descansar, aplicarle algo de magia para curarle las heridas visibles y no tanto, abrigarlo un poco, cambiarle de ropa, asegurarse de que no pasara frío, y dejarlo dormir sin interrupciones hasta que se recuperara por completo. Después, Squalo no hizo más que golpearle la espalda de forma ruda al castaño, darle un par de advertencias entre bromas donde no ocultaba su risa, y finalmente recibir al dragón dorado en su familia.

Fue todo tan raro.

 

—Bueno, has enlazado tu vida con la de mi hijo —Squalo brindó los alimentos que guardaba para esa bienvenida, los mismos que Tsuna tomó con avidez—. Lo que significa que te has enlazado también con estas tierras.

—Pero ¿cómo pasó eso? —murmuró con la boca parcialmente llena de fruta.

—Dino una vez me dijo que es algo relacionado al amor mutuo —elevó sus hombros—. No estoy seguro, pero tú mismo debes sentirte diferente.

—Algo —se rascó la espalda—. Sentí cosquillas cuando pisé su territorio —tragó antes de seguir—. Y oí… algo así como un silbido en mi oído derecho.

—Pero el lazo aún está incompleto —siseó antes de trocear la carne—. Tenemos que ver si alguna ninfa más quiere cederte parte de su vida y alma, para que tu propia vida se extienda hasta dos siglos… No sé —chistó—. Cosas de ninfas.

—¿Y eso cómo se hace?

—En realidad es simple —Squalo señaló la semilla de un durazno—. Plantarás una semilla en tierras sagradas, ya sabes, donde están los árboles de donde nacen mis hijas, y las ninfas que deseen entregarte su alma participarán en la colocación de la tierra, regarán algo de agua, pondrán algo de su magia, les dirán a los árboles que se unen a ti, pero Reborn especificará que es la unión principal —al menos así lo recordaba cuando él hizo el ritual—. Luego las ninfas cantan, las aves cantan, y según recuerdo, el dragón solo escucha, entrega su magia al aire, toma su forma colosal y hace un sobrevuelo a las tierras como para declararse un protector —miró a Tsuna quien pareció intentar memorizar todo—. Es fácil, ellas mismas te dicen qué hacer.

—Está bien —Tsuna se encogió de hombros—. Como digan.

 

Comieron con tranquilidad, detallando algunas cosas más sobre el ritual, el significado de la unión de las almas de dos especies tan especiales, sus labores, las condiciones, los compromisos, y cosas más. Tsuna se mareó con tanta información, pero al final dijo que haría todo lo necesario, porque le gustaba la idea de tener una familia en esas tierras. Aquel dragón joven aceptó que halló en Reborn y en los demás, su tesoro a cuidar. Pero, aun así, había pequeños detalles y pesares que se guardaban en ese amable corazón.

 

—No quise que esto pasara —se rascó la mejilla.

—Lamentablemente Reborn sí, y yo también —Squalo bebía el líquido fermentado que sus hijas solían fabricarle de vez en cuando.

—Estoy algo preocupado por Reborn —confesó—, se pondrá muy enojado cuando despierte.

—No lo creo… —lo pensó un rato—, al menos no tanto.

—Pero hay otras cosas que no estoy seguro de si sucederán.

—¿Cosas?

—Si tiene tiempo y quiere escuchar…, se las diré.

 

Secreto guardado entre dos dragones que se alejaron un poco de la villa para recorrer las tierras que debían proteger. Detalles que al final se dejaron en segundo plano debido a las imposibilidades y a la dificultad para que se volvieran realidad. Todo quedó ahí, sin ponerle más atención de la necesaria, centrándose después en lo que en verdad importaba.

La unión de dos almas era algo muy especial entre las ninfas, mucho más importante que el nacimiento de una nueva generación o el festejo por las criaturas huérfanas que volvían a la naturaleza. Porque cuando un dragón era aceptado como protector de esas tierras, se determinaba también el lazo de vida entre el dragón, su ser amado, y las ninfas que desearan aportar con su vida en retribución a la lealtad de su protector.

 

—Acepto que es un buen chico —Skull movió sus dedos y su cabeza de lado a lado—, y que lucha bien.

—Además que degolló al dragón azul —sonrió Colonello—. Había mucha sangre-kora.

—Yo creo que es gentil —aportó Mayu, riéndose bajito—. Yo también le cederé mi vida.

—Y yo —acotó Lucy—, por gratitud.

 

El ritual se realizó apenas el azabache despertó.

Reborn había unido su alma a la del dragón, cediéndole a éste más años de los que debería vivir normalmente. Skull, Colonello —quienes reconocían en el castaño un guerrero noble y de respeto—, Mayu, Lucy, y Mei, la pequeña niña consentida de Tsuna —quien a futuro sería una de las ninfas guerreras más temidas, a la par que sus hermanos mayores—, se añadieron a aquella ofrenda sagrada, aumentando la esperanza de vida del dragón todavía más. Tsuna a cambio les juró a todos protegerlos hasta las últimas consecuencias, incluso si para ello debía renunciar a todas las enseñanzas y creencias de su clan.

Fue una ceremonia sencilla llena de cantos suaves, frutas, una fogata y magia.

También uno que otro golpe de Reborn en reclamo por el dolor de su cuerpo y el cansancio, que ni siquiera con las diez horas seguidas de sueño se le quitó.

Además de las bromas escondidas de los hermanos menores del azabache.

Y la vergüenza del dragón castaño que se disculpó por haber perdido la cordura.

Cuánta normalidad después de la ceremonia, aceptando todo sin protesta, volviendo a sus labores con naturalidad, cediendo su vida al fulgor de nuevas vidas etéreas. Gozaron de un buen invierno en ese año, frío, pero proveedor de nieve blanca que cubrió cada rincón de sus tierras. La comida recolectada no faltó, los animales que no lograron encontrar hogares para su hibernación se acunaron en casa de las ninfas, el fuego era usado poco o nada pues el calor de sus cabañas era ofrecido por los dragones que saltaban de villa en villa para cuidar de sus pares. Todo simple. Ninguna amenaza o enemigo que enfrentar. Solo felicidad.

 

—Me pregunto si tu padre y Dino pasaron por lo mismo —Tsuna miraba el techo de la cabaña de Reborn.

—Si fue así, no quiero saber detalles —hizo una mueca.

—Es raro —Tsuna se recostó en el suelo—, que un dragón sea fiel a una sola pareja.

—¿Qué me estás queriendo decir? —apretó los puños.

—Que los dragones no son monógamos —bostezó antes de cerrar los ojos—, pero supongo que muy pocos somos las excepciones.

—Ah sí —Reborn detuvo la cacerola que iba a lanzarle al dragón—, pues me alegra saberlo.

—Sí —suspiró adormilado—, yo solo te quiero a ti Reborn —murmuró antes de sonreír.

—Idiota —murmuró antes de acercarse—, el sentimiento es mutuo.

 

Reborn a veces envidiaba la habilidad de aquel castaño para dormirse donde fuera, porque ni siquiera el suelo duro era impedimento. Suspiró. Él sí necesitaba de algo blando, así que se iría a su cama. Allá Tsuna…, aunque al menos le cubrió con una manta, pero nada más.


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