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Luz de luna por 1827kratSN

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—Tampoco quise gobernar esto —Tsuna caminaba junto a Reborn en medio del puente que se sobreponía al río en su reino—, pero entendí que no puedo escapar de mi deber.

—Creo que sí se puede escapar —Reborn pateaba una piedrecilla—, debe haber una forma.

—¿Y dejar a toda la gente desprotegida? —rio bajito—. No. Eso no es correcto.

—Tampoco es correcto obligar a unos niños a convivir porque sus padres quieren unir a los reinos —bufó Reborn, porque ya entendió el plan de los monarcas.

—¿De qué hablas? —lo miró extrañado.

—¿No te has fijado?

—No —arqueó una de sus cejas—. ¿Fijarme en qué?

—Mi madre y tu padre cuchichean siempre, planean, y es evidente el esfuerzo que le ponen a todo esto.

—¿Nos quieren unir? —Tsuna se detuvo.

—Bravo —ironizó antes de dar dos aplausos—. Siempre tan rápido, Tsunayoshi.

—Bueno… tiene sentido —suspiró mientras veía el cielo—. Es una pena.

—Pena ¿por qué?

—Porque nos vamos a casar.

—¿Y quién quiere casarse contigo?

—Muchas personas —se sintió ofendido—, y tendré que dejarlas por tu causa.

—Ya quisieras —Reborn apretó los puños.

—Deberías agradecerme.

—Agradecer ¿qué? —frunció los labios—. ¿Agradecer que te casarás conmigo por pena o algo así?

—No quise decir eso —bufó exasperado—. ¿Por qué siempre estas a la defensiva?

—Tú también crees que no puedo gobernar sin un alfa a mi lado, ¿verdad?

—No lo creo —respondió con seriedad.

—Qué bueno, porque no te creo digno de gobernar a mi lado, y menos a mi pueblo.

—Soy más que digno —lo enfrentó.

—Soy mejor que tú en muchas cosas, y te dices digno —se mofó.

—Las destrezas físicas y las dadas en los juegos de mesa, no significan que tengas talento para gobernar, Reborn.

—Son reflejos de actitud y valor.

—¡Puedo ser mejor que tú al gobernar! —su paciencia se acabó.

—¡Jamás! —se tensó—. Ni, aunque lo deseases.

—Pruébame entonces —agitó su mano en el aire.

—¿Y dejar que hiles este juego para que me case contigo? —Reborn lo miró desafiante—. ¿Me crees tan idiota, niño?

—Aquí el único niño eres tú —siseó al final.

—¡Pues tu madurez dice otra cosa!

—Además —apretó los puños—, ¿quién se quiere casar contigo? —Tsuna habló con desdén.

—Y quién contigo —contraatacó.

—Ni siquiera me caes bien.

—¡Ni tu a mí! —bufó dándose media vuelta.

—¡Inmaduro!

—¡Enano! —bramó antes de sonreír—. Y eso no se te quitará.

—¡Tú!

 

Esa despedida fue más tensa que las anteriores, estuvo llena de puros formalismos y palabras vacías, miradas rencorosas y dolidas. No resolvieron sus diferencias a pesar de que la mitad de la visita se desarrolló bien. Y así se quedó, porque sus padres decidieron darles un par de años de descanso para tal vez así fomentar una añoranza, lo hicieron sin saber que sus hijos habían creado cierto rencor entre sí por cuestiones ajenas a ellos mismos. Los monarcas no sabían que ellos y su egoísta decisión, fueron las que quebraron una amistad muy bonita que se fue forjando con los días y los tropiezos.

 

—¡No voy a casarme con él! —Reborn enfrentó a su madre cuando cumplió sus diecinueve años.

—Es tu deber con el reino y con su gente.

—No necesito a nadie para gobernar todo esto. Soy capaz de defender todo esto yo solo.

—Eres un omega, hijo —Luce le tomó de las manos—, y estás en peligro por eso.

—No lo estoy.

—Reborn, escucha…

—No lo aceptaré —dictó antes de alejar sus manos de las de su madre.

—Es la voluntad de tu padre, la voluntad de Nana, es algo más fuerte que tú mismo —lo sujetó de los hombros—, porque sabes que nuestras tierras y las de los Sawada se necesitan.

—¡No voy a relegarme a ser quien incube a los herederos de alguien más! —se soltó de las manos de su madre—. No lo acepto.

—Es por tu seguridad, Reborn.

—¡Yo puedo protegerme solo!

 

Esa discusión también se dio con Tsuna, con argumentos parecidos, detallando que Reborn podía defenderse bien solo y que él podía con el reino sin tener que ligarlo a otro. Eran dos almas jóvenes atadas por cadenas, eran dos niños a los que se les obligó a convivir juntos, y que se negaron a llevarse bien simplemente porque no hallaron la oportunidad de crear un vínculo fuerte por ellos mismos. Eran dos soñadores que reconocían la fortaleza del contrario y sentían que debían superarlo para así convertirse en un igual.

Eran solamente dos almas confundidas.

Ninguna plática ayudó. Entonces los padres de cada uno tomaron las riendas y los forzaron a salir de sus habitaciones, ordenaron a las cortesanas el vestirlos y perfumarlos, y los llevaron a un nuevo reencuentro que no sería agradable para ninguno de los príncipes. Luce e Iemitsu impusieron su voluntad como tantas otras veces, e ignoraron las pistas que sus hijos dieron debido al dolor que acunaban en sus corazones sin mancha.

Tsuna y Reborn fueron obligados a entrar en un salón adornado con flores y velas que instauraron un ambiente que ellos dos rechazaban. Escucharon las demandas de sus progenitores para que fueran amables con el contrario, pero se negaron. Tenían en ese entonces veintiún y diecinueve años respectivamente, con sus cuerpos adultos ya forjados, sus mentes centradas en sus ambiciones, y guardando rencores sin fundamentos.

 

—Ellos piensan que es fácil —Tsuna bufó antes de girarse hacia su invitado.

—Nunca ha sido fácil —Reborn dejó de puerta cerrada antes de mirar al castaño.

 

Se analizaron mutuamente, siendo Tsuna el más sorprendido porque Reborn había cumplido con su palabra y creció unos centímetros más que él. Debió sentirse enfadado y con el orgullo por el suelo, pero en vez de eso, solo sintió fascinación porque no entendía cómo aquel chico pudo crecer tanto, si hasta su madre era pequeña. Fue gracioso para él.

Reborn por su parte, reconoció una talla más madura en aquel castaño, quien hasta se había recortado un poco más el largo de sus cabellos. Algo en esa mirada era más cálida pero decidida, sus movimientos denotaban el trabajo de esos años por destacar como heredero y demostrar que podía ser digno de cuidar todo por sí mismo. Después sonrió divertido porque era claro que Tsuna no creció.

 

—No me voy a casar contigo —Reborn miró al castaño y suspiró—, aunque te enamores de mí.

—¿Enamorarme? —rio divertido—. No tienes tanta suerte.

—Acéptalo —miró su mano derecha—, soy muy guapo por donde mires.

—Sí, claro —se burló— y muy delgado también. Con una cinturita como de avispa.

—Y tú con tu pequeña altura —contraatacó—, mirándome hacia arriba.

—Egocéntrico.

—Torpe.

—No sé cómo se les ocurrió que nosotros…

—Pues…

 

Ambos se callaron cuando percibieron en el ambiente cierto aroma particular. Uno dulce que destacó por sobre los demás, entonces se miraron con curiosidad, intentando saber si el otro percibió aquel aroma tan delicioso. Así fue, ambos lo detectaron. Porque si bien diferían en muchas cosas, había algo que tenían en común, y era su amor insaciable por el cheesecake de limón que la cocinera de los Sawada preparaba como platillo especial.

 

—¿Tregua para comer?

—Hecho.

 

No había nada más reconfortante que el sabor agridulce en sus bocas.

Se hallaron sentados junto con una taza de té, saboreando el manjar de los cielos, y riéndose al recordar anécdotas de cuando eran pequeños. Pelearon por la siguiente rebanada, se volvieron amigos momentáneos para disfrutar en paz de aquel postre con el que se empalagaron después de la tercera rebanada, fingieron que seguían enfadados cuando no lo estaban, y al final se miraron fijamente y negaron.

 

—Es imposible.

—Definitivamente.

 

Pero a la vez, aquella negativa, no tenía completa verdad.

 


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