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Luz de luna por 1827kratSN

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Ya no eran unos niños, ya no evitaban temas importantes al iniciar una pelea y fingir que el otro no existía. Eran dos adultos que podían pensar en las consecuencias de sus actos, en los beneficios de un matrimonio arreglado, pero también eran seres con sueños y esperanzas, que deseaban casarse por algo más que por compromiso.

Intentaron buscar algo que les atrajera del otro, lo que fuese, y hallaron las cualidades más notorias de cada uno.

Pero por orgullo, callaron.

Siguieron negándose.

Y tal vez ese fue su peor error.

Porque en el fondo ellos sabían que el contrario tenía algo que les fascinaba. Pero fueron tantos años llenos de negativas y peleas, que no pudieron ver sus realidades. En vez de eso, miraron a sus padres y con coordinación negaron una última vez.

 

—Tantos años de planes y demás, ¡arruinados! —vociferó Iemitsu.

—Reborn… mira a tu madre y dile que en verdad rechazas esto.

—Lo hago —fue firme, no cedió ante la mirada triste de su madre—. Lo siento.

 

La despedida se dio entre decepciones de los monarcas y un futuro incierto. Reborn miró al castaño, quien le devolvió una sonrisa amable y una palmadita de apoyo por la decisión que tomaron ambos. Porque ellos no querían forzar nada de eso, querían tener la voluntad para decidir por sí mismos, la esperanza de sucumbir a un amor sincero y sin forzarse. Desearon el haberse conocido sin la influencia de sus padres, siendo solo ellos dos, como dos niños cualesquiera, viviendo en un pueblo lejano a los castillos. Pero lamentablemente no fue así.

 

—¿Quieres ir a caminar antes de que te vayas?

 

Tsuna guio a Reborn a sus jardines, donde aún se hallaban los rosales que plantó su madre antes de morir, y silenciosamente admiró el cielo en esa tarde. Las nubes grises se aproximaban, había una ligera brisa húmeda, pero extrañamente todo se sentía correcto y más pacífico de lo normal. Reborn metió las manos en los bolsillos de su pantalón, perdió la postura siempre erguida, se relajó al punto en que su cuerpo tomó una leve curvatura, y arrastró los pies. Se sentía bien.

 

—Jamás seas algo que no quieres, Reborn —Tsuna sonrió.

—¿Hablas del cabello?

—Hablo de todo —se encogió de hombros—. Hablo de que, si le gustas a alguien, debe quererte por quien eres y no solo por lo que aparentas.

—Qué gran consejo —se burló.

—Es en serio —respiró profundo, percibiendo el perfume que despedía Reborn—. Yo jamás te obligaría a cambiar, por el contrario, desearía que fueses libre de usar pantalones y una capa, en vez de esos raros conjuntos que tienen una cola como si fuera medio vestido —rio suavemente a la par que Reborn chistaba—. También dejaría que gobernaras tus tierras a plenitud, sin quejarme, porque confiaría en tu buen juicio.

—Creo que también serías un buen monarca —jugó con su patilla—. Te guías por intuición, pero también tomas en cuenta todas las posibilidades antes de hacer algo. Eso es bueno.

—Lo que quiero decir es que… —Tsuna se detuvo frente al azabache y le sonrió—, te deseo buena suerte. Confío en que, si decides casarte, sea con alguien que te ame tal y como eres.

—Soy perfecto, y todos aman la perfección.

—Sí, sí —rio bajito—. Eso mismo.

—Te deseo también que encuentres a alguien —sonrió de lado—, que te quiera, aunque seas enano.

—Grosero.

—Corazón de paloma.

 

Rieron a la par, siendo ellos mismos, porque ya no había a quien oponerse. Eran solo ellos dos que se admiraron un largo rato, burlándose del aroma del contrario, el uno a mermelada de uva y el otro a dulce de leche, intentando parecer contentos a pesar de que en el pecho sentían cierta punzada extraña que se reflejaba en su subconsciente lloroso. Y para ellos no hubo vuelta atrás.

Esa noche Reborn partió.

Y en esa misma noche, el pasado revivió.

Luce sentía su pecho doler, y los recuerdos de hace años vinieron a su mente. Rememoró a su familia feliz, a sus dos hijos mayores que perecieron en sus brazos, a su esposo hundido en la tristeza de tal desgracia, y al que consideraron el protector de su casta. Pero nada era lo que aparentaba, porque la ambición de un hechicero puede desencadenar en algo monstruoso. Por eso, cuando su esposo vivió, desterró a su guía mágico, porque sospechó que la muerte de sus niños era culpa de sus posiciones y hechizos. Luce jamás olvidaría el rostro de Kawahira, sereno, frío, mientras pronunciaba que algún día se haría poseedor de aquellas tierras.

Por eso abrazó a su hijo cuando su carruaje se detuvo y el grito agónico de su primer soldado caído se dio. Luce no iba a permitir que le quitaran al último de sus primogénitos, y no lo dejó, incluso ofreció su vida para eso. Se enfrentó al fantasma de su pasado, consciente de que era Kawahira quien los atacó. Sonrió en victoria cuando ya no pudo pelear más, porque al menos verificó que su niño tenía una esperanza.

Ella confiaba en su hijo, en las emociones del mismo, en los secretos que Reborn guardaba sin darse cuenta, y en el destino. Por eso le sujetó las mejillas y le dijo algo que calaría profundo en el alma de aquel niño que estaba perdiendo a su madre sin poder hacer algo para impedirlo.

 

—Sé sincero con tu corazón, mi pequeño Reborn.

 

Llovía y Tsunayoshi miraba el cielo oscurecido a través de las ventanas del salón. Nadie cenó en esa noche, no había ganas, hasta Mukuro pareció triste por alguna razón y eso que jamás se perdía del postre de cada día. Iemitsu se hallaba suspirando después de haber arrugado y tirado los mapas de sus tierras y las ajenas. Todo era callado y melancólico, o así fue hasta que las puertas fueron tocadas con desesperación y después empujadas con violencia.

La figura de un soldado se desplomó en la entrada y Tsuna apenas pudo socorrerlo hasta que el soldado cumpliera con su función.

 

—Nos atacaron —fue el susurro dado antes de toser la sangre de su boca—. Era una bestia… —jadeaba de forma ronca—, y… mis... señores…

 

La mancha en el suelo se agrandó a la vez que el soldado parpadeaba hasta que, al final, se quedó callado. Tsuna no pudo hablar siquiera, viendo sus manos ensangrentadas y escuchando a su padre pedir ayuda. El recién llegado era el capitán que lideraba la seguridad de los Argento, era obvio el ataque de un poderoso enemigo, y en su mente solo pasó la imagen de Reborn al despedirse. Mukuro se le adelantó, trayendo consigo dos espadas con sus respectivos cinturones, sus arcos y los carcajes bien abastecidos.

Partieron sin esperar más.

La lluvia les impedía ver bien, su antorcha se había apagado desde el inicio, pero aun así supieron guiarse por el sendero y gracias la luz que el heterocromático creó en su mano derecha. Mukuro y Tsuna confiaron en que sus caballos lograsen captar la ruta de siempre para salir del reino. Galoparon cuando percibieron un cambio en el ambiente, y se bajaron de los caballos apenas vieron el destrozo de la carroza donde deberían viajar la reina y el príncipe.

Tsuna jadeó y gritó el nombre de Reborn mientras verificaba el interior de la carroza. Mukuro por su parte examinaba los cuerpos, gruñendo y maldiciendo al no sentir el pulso de los soldados y ver que incluso algunos se hallaban despedazados. Usó sus dotes mágicas —que aun pulía con ayuda de su madre— para intentar salvar a un hombre que apenas respiraba, pero fue tarde.

 

—¡Mi señora! —Tsuna vio el cuerpo de la reina a unos pocos pasos y la sostuvo entre sus brazos—. Mi señora, Luce —le quitó el barro de la mejilla y le apartó el cabello mojado—, resista.

—Tsuna —jadeó ya sin fuerzas, preparada para dejar ese mundo—, escucha.

—No hable, debo llevarla al castillo.

—Él se lo llevó —sujetó el pecho del castaño.

—¿Quién?

—La bestia… no es… no es lo que parece —susurró con cansancio—, ¿entiendes? —jadeó.

—Por favor… resista.

 

Pero Luce solo guardo vida para decir aquello, porque ella decidió confiar en aquel niño al que vio convertirse en hombre. Le confió la vida de su hijo, a quien ella consideraba el correspondiente de los sentimientos más puros de su retoño. Se despidió de ese mundo con una sonrisa confiada y cerró sus ojos para descansar en paz, esperando reunirse con su esposo y sus hijos mayores cuando cruzara la línea que separa a los vivos de los muertos.

La reina Luce Argento, murió en brazos del príncipe Tsunayoshi.

 


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