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Luz de luna por 1827kratSN

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Tsuna se llevó el cuerpo de la reina para darle un entierro digno, pero también se centró en la búsqueda desesperada del príncipe vecino, porque no pudo haber desaparecido así sin más. Debía estar en algún lado. Haber dejado un rastro más que los cuerpos inertes de los soldados.

Reborn era tenaz, así que debió haber cedido, aunque sea una pista…, y la halló a los dos días, cuando —ya sin la pesadez de la lluvia— pudo vislumbrar algo entre el lodo seco. Sostuvo entre sus manos el collar de oro con el dije en forma de sol, el recuerdo que Reborn llevaba consigo desde siempre, presumiendo que así se reflejaba ante el mundo, como el astro rey. Era el regalo que Tsuna recordaba haberle cedido a Reborn en la cuna.

 

—Debiste haber dejado algo más —susurró apretando el collar entre sus dedos.

—Tsuna —Mukuro halló algo también—, sí dejo algo, pero será muy difícil seguirle el rastro —elevó su mano y mostró unos cabellos enredados con una ramita, eran negros como los del príncipe perdido.

—Vamos, Mukuro… Debemos seguir.

—Sigan a su príncipe —ordenó Mukuro a los cuatro soldados que los escoltaban—. Abran bien los ojos y busquen cabellos, tela, uñas, lo que sea.

 

 

Cruel…

 

 

Muy poco recordaba del ataque, solo el sonido de la lluvia, los pasos agitados de los caballos y después los gritos. Reborn en lo único que pensó durante el ataque, fue en cuidar de su madre, y buscar algo con lo que defender la carroza de aquella criatura que chillaba como un águila en aviso de un ataque.

Cuando se arriesgó a salir de su transporte, y cuando su madre le gritaba que no lo hiciera, Reborn tuvo ante sí la vil imagen de dos alas enormes formadas de piel que con la luz parecían transparentarse un poco, en sus fauces zarandeaba a un soldado, los demás intentaban cortarlo y pelear, pero no había forma, porque esa bestia parecía tener la piel demasiado dura.

Aun así, apuntó con arco y flecha.

Y atacó a uno de esos ojos amarillos.

No contó con que aquella bestia se transformaría de un segundo a otro en un lobo que saltó sobre los soldados que seguían luchando, y poco después lo atacara a él. Pero su madre fue más rápida y lo empujó lejos. Reborn jamás había sentido tanta impotencia como cuando vio la ropa de su madre mojarse con el agua y la sangre. Después todo se puso peor. Porque la criatura cambiaba de forma y tamaño rápidamente, acabando con los soldados restantes.

Reborn intentó escapar con su madre en la espalda, pero no lo logró. Una luz brillante lo cegó, algo parecido a humo o vapor se elevó del piso, sus piernas se sintieron pesadas, y su noción se puso borrosa. Sintió su cuerpo entumecerse, después solo fue la oscuridad de esas alas que lo envolvieron, y el dolor de sus brazos que fueron sujetados por las aspas de ese animal.

 

—¿Creíste que no me iba a dar cuenta? —era la voz de su captor, gruesa y fría, altanera a veces, pero por lo general muy serena.

—De que eres un imbécil —escupió con odio, mirando directamente a esos ojos oscuros, casi negros.

—Me gusta tu carácter —sonrió y se acomodó los lentes redondeados en el puente de la nariz—, pero tu desobediencia con quien es dueño de tu vida…, eso no lo tolero —sus cabellos casi blancos en totalidad se movieron con la brisa.

—Yo no tolero nada de ti, Kawahira.

—Dejar pistas para que te rescaten fue buena idea —elevó su mano para mostrar esos cabellos que recolectó desde la mitad del camino—, pero olvidaste algo —sonrió antes de soltar las hebras y con su otra mano generar unas pocas chispas serpenteantes que era su magia—, yo lo sé y lo veo todo —aquellos cabellos se volvieron polvo.

 

Reborn no dijo nada pues aceptaba que fue una medida desesperada que se le ocurrió mientras luchaba porque esa bestia lo soltara. El dejar caer su cabello, parte de la tela de su ropa, tirar de los hilos de su bordado en la camisa, todo para dejar un camino con el que alguien se pudiera guiar en el sentido que fuera. Inicialmente lo hizo para que alguien se diese cuenta y llegara a su madre por casualidad, pero también, en el fondo, quiso dejar una pista para que lo hallasen a él, porque era obvio que su captor tenía intenciones para matarlo y apoderarse del reino, sino todo ese ataque sería solo una pérdida de tiempo.

Escuchó la risa bajita de su enemigo, y no pudo creer que aquel hombre canoso —no sabía si era su color de cabello original—, fuera la bestia transformista. Kawahira tenía la apariencia de cualquier campesino o personal de servicio en los castillos, mucho más si junto a él se hallaba un chiquillo semejante, con los cabellos platinados, de sonrisa amable y una mirada brillante y violeta. Era dos enemigos fuertes, ambos hechiceros por lo que pudo ver, y estaba atado a ellos por algo raro que le hicieron al llegar. Necesitaba saber qué carajos le hicieron antes de intentar escapar de aquel sitio parecido a un pequeño castillo rodeado de un lago enorme.

 

—¿No preguntarás por el hechizo que te puse? —Kawahira sonrió.

—De todas formas, me lo dirás —Reborn se cruzó de brazos, observándolos fijamente—, solo para ver mi cara, supongo.

—Tiene razón —susurró el más joven de aquel par, riéndose entre manos, y recibiendo una mirada severa de su padre.

—Lo descubrirás —el mayor se dio media vuelta—, cuando el amanecer llegue.

—No sabes ni dónde estás, así que no intentes escapar —canturreó el chiquillo de cabellos platinados—. Nos vemos después, Reborn, querido~

—Vámonos, Byakuran.

 

No le pusieron amarras, ni cadenas, tampoco había cercas o algo que lo limitara. Era extraño. Solo lo dejaron ahí, junto al lago, en un sector despejado donde podía apreciar la luna en esplendor. Intentó averiguar si había trampas alrededor, fue precavido y evitó pisar terreno suave, ágilmente recorrió sus alrededores certificando que en verdad no había limitantes. Había algo mal ahí, pero, aun así, la preocupación por su madre fue más de lo que pudo tolerar, por eso corrió a través de ese bosque buscando una vía de escape, una ruta, algo que le diera pista de dónde estaba, pero la oscuridad no ayudaba.

Y lo peor fue que percibió el amanecer.

Fue entonces que lo supo.

Sintió una punzada en el pecho que lo obligó a detenerse donde estaba y caer de rodillas. El aire se le cortó, sus manos picaron, buscó desesperado alguna ayuda, pero no veía más que el cielo y la luna que pronto desaparecía para darle cabida al sol. Los primeros rayos llegaron, la luz lo envolvió, quedó cegado por unos minutos y apenas pudo percibir que algo lo rodeaba, algo brillante y que parecía un manto. Cuando pudo volver a respirar, sus brazos ya no eran brazos, sus piernas ya no eran piernas, su cuerpo ya no era su cuerpo, y su voz no salía.

Desesperado intentó gritar, pero solo produjo unos sonidos extraños, y cuando quiso sostenerse de algo para levantarse del suelo, se halló con la visión de unas hermosas plumas blancas y un par de alas que de pronto lo ayudaron a levantarse un poco del suelo.

Había sido hechizado.

Convertido en lo que parecía un cisne.

Obligado a tomar esa forma ante la luz del sol.

Era un desastre.

 

—Tranquilo —esa voz alteró a Reborn, quien aleteó sin paro—. ¡Ey! Tranquilo —era el muchacho, el hijo de Kawahira—. No es permanente —elevó sus manos en símbolo de que no haría nada más—, cuando caiga la noche y la luna brille en el agua de la laguna, tienes que entrar ahí.

«¿Por qué?»

—Sólo así volverás a tomar forma humana —sonrió—. Cuando la luz de la luna toque tus plumas, volverás a ser aquel niño revoltoso.

 

Aquel chico de nombre Byakuran, tuvo razón, y al príncipe ni siquiera le importó saber la razón por la que el muchacho se tomó la molestia de explicarle, es más, hasta pensó que podría ser una estrategia de Kawahira para doblegarlo, pero no había mucho de donde elegir.

Reborn eligió creerle a aquel niño raro que parecía feliz y triste al mismo tiempo, siendo sus ojos un mar de emociones extrañas mientras que esa sonrisa siempre serena permanecía en esa cara. En los siguientes días comprobó la teoría, tomó forma humana cada noche al mirar la luna, y cada día volvía a ser un ave cualquiera que no podía darse a entender.

 

—¡De esta forma no puedo hacer nada! —bramó cuando la tarde llegaba nuevamente y estaba a punto de volver a ser un cisne—. No llego lejos y necesito solo de ese lago para volver a tener pies —bufó exasperado mientras se arrodillaba en el suelo—. ¡Carajo! —golpeó la tierra con los puños.

 

Entre respiraciones agitadas y sollozos ahogados, aporreó el suelo con sus manos humanas hasta que de nuevo se volvió un ave. Entonces bramaba sin paro, usando los sonidos animales de ese cisne, y llorando en silencio a sabiendas de que nadie más que él estaba en los alrededores.

 

 


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