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Gigantomaquia por adanhel

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-Pocos textos hablan de la Gigantomaquia en los registros históricos del Santuario. En los libros oficiales no hay una línea siquiera.-explicó Nicole a Athena, mientras ella se acomodaba en el trono de la Sala del Gran Papa.

-Eso ocurre porque la Gigantomaquia no fue una Guerra Santa.

-Así es, diosa. El hecho es que no tenemos información concreta que pueda indicar el paradero de Typhon.–por esa razón, él recolectó pistas de lugares relacionados a Typhon y se basó en poemas épicos y fábulas, enviando a los Santos a esos lugares en busca del dios de los Gigas.-Muchas veces las leyendas tienen la realidad escondida dentro de sí.

-En esta batalla, el tiempo no será nuestro aliado.-dijo Athena.

-Tiene razón, diosa. A cada minuto que pasa, Typhon recupera más su poder real, volviéndose un enemigo cada vez más poderoso. La prioridad es localizarlo cuanto antes.

-¿Pero no estamos dejando el Santuario desprotegido?–interrumpió Tatsumi.

-Por eso llamamos a un Santo más. Kiki ya retornó de Rozan.

-¡Nicole!–Athena estaba sorprendida.

-Él debe cumplir sus obligaciones de Santo.-respondió Nicole con firmeza.

***

Los Doce Templos del Zodiaco son los recintos dorados de las constelaciones, la espina dorsal del Santuario. Los diferentes signos dan su nombre a los templos en el camino que lleva al Templo de Athena, junto con los Santos que las protegen.

-Entonces fue aquí que ocurrió la Batalla de los Doce Templos...–Mei había dejado hacía poco la biblioteca en el interior del Santuario, y ahora caminaba por las escaleras de los Doce Templos.

El espacio de los templos está totalmente lleno por la protección de las estrellas. Nadie con poderes extrasensoriales, por más poderoso que sea, conseguiría tele transportarse en las escaleras o el interior de los templos. La única forma posible de recorrer el camino es por las gradas que Mei subía en ese instante.

Los Santos de Bronce, como Seiya, Shun y Hyôga, hermanos de Mei, lucharon allí contra el mal oculto en el interior del Santuario, protegiendo a Saori Kido, la diosa Athena. Los detalles quedaron registrados en la historia oficial, pero es importante tener en mente que las batallas de los Doce Templos fueron combates entre los Santos de Bronce y los de Oro durante la llamada revuelta de Saga.

“Trágico... Santos luchando entre sí”, pensó Mei, entristecido al recordar que muchos perdieron su vida en esas confrontaciones. Él no participó de la lucha porque en esa época ya estaba bajo el dominio de Typhon, en el Monte Etna.

La noche era serena y Mei recorría el Templo de Géminis, que debería estar protegido por Saga, llegando entonces hasta el cuarto templo, el de Cáncer.

-Otro templo sin guardián…-dijo Mei para sí mismo.

El lugar, que debería estar brillante y blanco como la Vía Láctea, se encuentra pesado y turbio como ruinas abandonadas. Mei estaba sin palabras. De repente oyó pasos y se volteó voltea para atrás.

-¡Eres tú, Shiryû?–preguntó, reconociendolo inmediatamente a pesar de que los dos no se habían encontrado en años.

-¿Quién es? Este Cosmo...

-Soy yo, Mei.

-¡Mei!–Shiryû estaba realimente sorprendido.

-Tú fuiste a entrenar a Rozan, en China.-continuó Mei, mirándolo.–Entonces esa es la famosa Cloth del Dragón, pulida por las aguas de la Cascada de Rozan.

La constelación de Shiryû es el Dragón. Su traje sagrado está formado por placas de orichalcum, aglutinadas como escamas. La pieza del brazo derecho trae un pequeño escudo circular, símbolo de la propia Cloth. Shiryû es un joven apuesto, de rostro fino, con una apariencia de cierta forma opuesta a la truculencia del Dragón. Su cuerpo es delgado y tiene largos cabellos negros, hasta la altura de la cintura, recordando a un galante Wakamusha, como eran llamados los jóvenes samuráis.

-Fui convocado por el Gran Papa sustituto para proteger el Santuario.-explicó Shiryû.

-Tus ojos...–dijo Mei, con tiento.-No lo sabía... ¿cuándo ocurrió eso?

Los ojos de Shiryû estaban lastimados. El Santo ahora es ciego.

-Fue durante la batalla.-respondió Shiryû.-Mientras cumplíamos nuestra misión de Santos.

 

Es bueno explicar que la perdida de la visión no era algo debilitante para Shiryû. Como Santo de Athena, dominaba el Séptimo Sentido, la habilidad de sentir el Cosmo y la presencia de otras personas, que supera a los sentidos tradicionales. Ni siquiera necesitaba de ayuda para subir las escaleras.

-¿Qué estabas haciendo aquí Mei?–preguntó.-Ahora que no tengo vista, puedo sentir, aunque de forma limitada, los sentimientos de las personas. Me parece que estabas sintiendo una profunda tristeza.

-Estaba pensando en mi maestro.-respondió Mei, respirando profundamente y levantando la mirada al cielo.-Fui entrenado en Sicilia. Mi maestro era el Santo de Oro que protegía este Templo.

-El Santo de Oro de Cáncer.-completó Shiryû, adoptando súbitamente una expresión severa.

-Pues eso… yo estaba conversando con él. Mi maestro se volvió estrellas, ¿sabes?–Mei río e ironizó, más la expresión de Shiryû permaneció seria.

***

Anatólia. Península de Asia Menor, cercada por los mares Egeo, Negro y Mediterráneo. Palco de antiguas leyendas griegas. Hoy la mayor parte de su territorio pertenece a Turquía.

-Que lugar tan misterioso...–comentó Shun para sí mismo.

El joven de cabellos color lino vestía la Cloth de Andrómeda y sus cadenas.

Era de noche. Una especie de bosque de piedras cubría el inmenso valle. Eran cientos, miles de rocas de los más diversos tamaños, llegando a decenas de metros de altura, muchas formando gigantescos hongos. El paisaje fue esculpido por millones de años de actividad volcánica, un lugar tan fantástico que no parecía real.

Shun brincó de una piedra a otra con suavidad, acompañado por la sombra de la luz de la luna pálida, cumpliendo las órdenes del Gran Papa sustituto Nicole, buscando la morada de Typhon.

El Monte Arima, situado en esa región, fue citado en un poema épico y la leyenda podría tener la verdad escondida.

Es una carrera contra el tiempo. A cada minuto Typhon se torna más poderoso y temible, por eso Nicole está tan interesado en esa búsqueda, enviando en misiones de investigación a Shun, Hyôga y hasta al mismo Seiya, que aún no estaba completamente recuperado. En ese momento, el esfuerzo incluía a varios Santos esparcidos alrededor del mundo, como agentes secretos del Santuario.

“Si Typhon tiene el poder de controlar los volcanes...”, pensó Shun, observando la tenue humareda blanca que salía del Monte Arima, “¿qué ocurrirá con la Tierra si él recupera su verdadera fuerza?”

Sin duda sería el fin de la humanidad y de cualquier forma de vida en el planeta. Desde la anormal erupción del Etna había señal de actividad volcánica allí y en diversas partes del mundo. Los científicos alertaban por el riesgo de una nueva edad de hielo o de la extinción en masa de las especies, como había ocurrido con los dinosaurios.

Algunos fatalistas más aprensivos  ya profetizaban el fin del mundo.

-¡No! ¡No mientras Athena y los Santos estén aquí! ¡Jamás lo permitiremos!

Shun reafirmó su compromiso cerrando su puño, y en ese momento las cadenas de Andrómeda, dotadas de un increíble sentido de la defensa, asumieron espontáneamente la formación de la nebulosa, alertas a la presencia de un cosmo desconocido.

-¿Quién está ahí?–preguntó Shun en dirección del bosque de piedras.

El joven sentía nítidamente un instinto agresivo y totalmente expuesto, como el de un tigre o un lobo, sin la menor preocupación de esconderse.

–Ah, ¡ahí estás!–Shun lanzó la cadena en dirección a su brazo derecho, formando un arco parecido a un bumerang y capturando a alguien que se escondía detrás de una columna de piedra.-¿Un Giga?

En la batalla de Sicilia, Agrios, la Fuerza Brutal; Thoas, el Relámpago Veloz; y el sumo sacerdote Enkelados, la Voz Sellada, se ofrecieron en sacrificio para Typhon. Pero el cosmo sentido por Shun no era el de Pallas, en teoría el único que aún seguía vivo.

¿Era que existían otros Gigas sobrevivientes? ¿O Typhon resucitó a otros después de la erupción del Etna?

Shun sintió que su piel se erizaba, como si una cuchilla afilada se deslizara sobre él.

-¡Son dos...! Espera, ¿son tres?

Las figuras cercaron al joven como cazadores alrededor de una presa. La vida de Shun estaba en peligro, pues el ataque combinado de los tres Gigas sugiere que Typhon está ahí: entre todos los Santos que buscaban al dios maligno, él obtuvo el premio.

Las sombras se aproximaron aún más. Podrían ser monstruos legendarios o demonios mitológicos; con certeza son enemigos: las siluetas emanan los reflejos oscuros de las armaduras de Adamas. La Cadena Circular en el brazo izquierdo de Shun zumbo, reaccionando a la presión de los cosmos agresivos. El Santo llamó de vuelta a su cadena triangular y la levantó al cielo, haciendo centellear polvo estelar.

-¡Athena!–gritó Shun, mientras su visión era completamente cubierta por las tres figuras de Adamas que avanzaban sobre él.

***

-Nicole, ¿por qué llamó a Shiryû?–la voz limpia y aterciopelada de Athena se dirigió al Gran Papa sustituto.

-Diosa, ¿cuál es el problema en convocar a los Santos al Santuario en esta situación de emergencia?

-Sabes de lo que estoy hablando.

-¿Dice eso porque Shiryû está ciego?

-Shiryû había vuelto a Rozan y finalmente estaba comenzando una vida tranquila al lado de Shunrei, la hija adoptiva del antiguo maestro. Él se había retirado de los combates, estaba arando y cultivando la tierra, en la mayor serenidad...

-Athena, ¿está sugiriendo que Shiryû no es más un guerrero?–preguntó Nicole, respetuosamente.

-¡Shiryû sufrió demasiado en las batallas! Por mi culpa, por causa de mi flaqueza… Yo le arrebaté la visión a Shiryû. ¿Qué más le voy a quitar?–Athena descubrió sus sentimientos más profundos.

-Pero él no ha devuelto la Cloth.-dijo Nicole después de algunos minutos de silencio.-No conozco ningún hombre más sincero, esforzado y leal. Espero sinceramente que, en el futuro, alguien con la moral, la sabiduría y bravura de Shiryû asuma el papel central de los Santos comandando el Santuario.-continuó.-Respeto y admiró la decisión de cualquier hombre que decide vivir humildemente para dedicarse a una mujer, pero el destino de la constelación de Shiryû no acepta eso. Es más, el mismo no permitirá que eso ocurra. Él será el Santo de Dragón hasta que su destino sea cumplido.

-Si eso es verdad, la pobrecilla Shunrei sufrirá mucho.-la voz de Athena sonaba entristecida. Aun como diosa, su alma sufre con cuestiones humanas.

-Pido que acepté ese destino, diosa. Usted puede haber sido responsable de que haya perdido la vista, pero, aunque él pierda sus brazos, piernas, la mujer que ama o su propia vida, aunque él pierda todo, Shiryû continuará imbatible en su convicción de morir luchando por Athena. Es necesario que respete sus sentimientos.

-Pero Mei y Shiryû... aquellos dos no se entienden...

-Los estrechos lazos de karma que los unen también son parte del destino. Mientras ambos sean Guerreros Sagrados no habrá manera de huir de ello. Es algo que necesitan superar, y yo tengo la certeza de que ambos lo conseguirán. Son verdaderos Santos.

En ese momento una luz rompió el espacio, haciendo un ruido fuerte y repentino.

-¡Ay!–sorprendido por el impacto, Tatsumi que estaba al borde de la Sala del Gran Papa, cayó al suelo.

Nicole avanzó en dirección al trono de Athena en una velocidad superior al sonido, protegiendo a la diosa con su cuerpo y su Cloth.

-Es la Cadena de Andrómeda...–Athena se levantó y corrió al centro de la sala.

Encima del tapete central estaba la cadena. En verdad, apenas un pedazo de ella, pues se rompió en el espacio para surgir en el Santuario.

-¿Será que algo le ocurrió a Shun?

-Él fue enviado a Anatólia. Al volcán Arima.

-¿Será que Typhon está allá?

La única certeza que tenían era la de que Shun estaba en peligro. Una situación tan grave que él no tuvo otra forma de avisar que valerse de la capacidad de la cadena de atravesar dimensiones.

Athena cogió la cadena enviada por Shun, sobresaltándose inmediatamente.

-Este... este Cosmo…

Nicole también era capaz de sentir la energía maligna que preocupó a Athena.


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