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Gigantomaquia por adanhel

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El Santuario.

 

Las voluntades de los Dioses, liberadas por el Universo en el momento de su nacimiento, se refugiaron en las estrellas.

En Uranus -el Cielo- se refugiaron las estrellas.
En Pontus -el Océano- tuvo inicio la vida.

Al sonido y al suave ritmo del tiempo el mundo se desarrolló, y en él, todas las personas nacían, morían y tenían su destino determinado por las estrellas.

Y seguían las estrellas su flujo por la vida, y la vida, por el flujo de las estrellas.

Antes que las propias personas se dieran cuenta fueron surgiendo aquellos que traían en sus cuerpos las Voluntades de los Dioses. Eran receptáculos de sus almas inmortales, sus profetas, o los propios dioses adquiriendo existencia terrenal.

Cuando surgían, esas encarnaciones procuraban guiar el mundo de acuerdo con sus voluntades, enfrentándose y luchando entre sí. Aparecieron entonces guerreros para proteger a los dioses, también escogidos por las estrellas.

Entre ellos, también estaba Athena y sus guerreros sagrados.

El combate mortal entre los dioses por la supremacía en el mundo se extendió por espacios temporales inconcebibles para la mente humana y en los campos de batalla, Athena siempre estaba rodeada de jóvenes guerreros que venían de todos los lugares de la Tierra para protegerla, verdaderamente dotados de fuerza y coraje: sus golpes cortaban el aire, sus patadas desgarraban el suelo.

Esos guerreros de la esperanza surgían siempre que el mal amenazaba con esparcirse por el mundo, pero sus nombres se perdieron en el tiempo y son ignorados hasta por la mitología.

Esos jóvenes legendarios y olvidados... los Sagrados Guerreros de Athena.

***

La morada de la diosa Athena no queda muy lejos de Atenas, la más grande ciudad de Grecia, pero no aparece en ningún mapa conocido de los hombres. Es una montaña sagrada, completamente aislada del resto del mundo, separada por barreras y gruesos conjuntos de nubes.

Ni siquiera los más avanzados y precisos satélites de espionaje serían capaces de encontrar ese lugar, enteramente cubierto por la voluntad superior de los dioses y protegido por barreras divinas que repelen cualquier tipo de interferencia externa.

Ese es el Santuario, cuya existencia está más allá de la lógica y de la comprensión humana. Buscarlo es lo mismo que buscar a Dios, y dudar de su existencia algo tan peligroso como cuestionar al Creador.

Anochece.

-¿Por qué las estrellas están tan agitadas?–susurra Yulij, balanceando levemente sus cabellos plateados.

Su pregunta queda sin respuesta: está sola en el observatorio astronómico, un espacio circular al aire libre localizado en la cumbre de la montaña.

El cielo nocturno recuerda a un planetario, limpio y poblado de estrellas, como si la terrible polución urbana de Atenas no existiese. En el piso bajo sus pies hay un mosaico delicadísimo de un mapa duodecimal indicando los cuatro puntos cardinales.

Aries, Tauro, Géminis, Cáncer...

-Es como si las estrellas estuviesen cayendo de la Vía Láctea...

Yulij está en el puesto de observadora estelar. Su traje recuerda a los usados por los antiguos griegos: un vestido blanco sobre el cual descansa una túnica escarlata, sujetada por un broche a la altura del hombro derecho. Sobre su rostro hay una máscara, pero muy diferente de aquellas vistas en festivales o teatro.

Es una máscara de silencio, hecha únicamente para esconder cualquier expresión de sentimiento humano.

-¡...de nuevo!

Otra estrella cae rumbo al oeste.

Todos los seres humanos nacen, mueren y reencarnan de acuerdo con los designios de las estrellas. Observarlas es una forma de percibir mejor nuestro mundo. En ningún momento Yulij desvía su mirada atenta del cielo.

-El maestro Nicole bien podría estar aquí, pero fue al teatro con ese muchacho tan guapo...

En lo alto del firmamento está el triángulo de puntos brillante formado por Deneb, Vega y Altaír, estrellas de las constelaciones de Cisne, Lira y Águila, respectivamente. Hay un espacio opaco en el mapa estelar, justo debajo de la constelación de Virgo, que está cerca de esconderse en el horizonte.

Es en ese pedazo de cielo vacío que Yulij ve estrellas cayendo en cantidad, formando una lluvia de llamas.

-Necesito avisarle a Athena.-ella es oficiante auxiliar del Santuario, y esa es su misión.

Yulij llama a la diosa diciendo su nombre en voz alta.

Athena existe en carne y hueso, así como sus santos. Es la diosa protectora del amor y la paz en la Tierra, y se hace presente en esta región sagrada.

Con un sobresalto, Yulij siente la llegada de un instinto asesino. Un escalofrío recorre su espalda, una sensación real como la hoja de una cuchilla contra su nuca.

Un enemigo, y ella está en su mira.

-Tú eres un Santo femenino.-dice el invasor.

-Sí. Soy Yulij del Sextante.-paralizada, ella no tiene alternativa sino hablar con el extraño que está a sus espaldas.-¿Eres consciente de que invadiste el Santuario de Athena?

El invasor no responde. Yulij se siente todavía más amenazada, sabiendo que hace una pregunta idiota. Nadie penetraría la región sagrada “por casualidad”. Sería imposible traspasar sus límites sin querer.

-¿Quién te envió...?

-Toda mujer debe usar una máscara para poderse unir a los Santos, abandonando completamente su feminidad. Esa es la regla...

Yulij está cada vez más confusa. Un ruido sofocante y su máscara de silencio cae al piso, partiéndose al medio.

-... y ese es tu rostro.

Ella levanta las manos para cubrir su rostro en un movimiento instintivo. Su oponente aprovecha la oportunidad y alcanza con un golpe su abdomen desprotegido, irguiendo su cuerpo y tirándolo con tanta fuerza al piso que Yulij pierde los sentidos.

El invasor mira al mosaico en el piso con desdén, soltando una risa de burla.

-¡Ja!–el grito produce una onda de energía que recuerda el impacto de un meteorito, destruyendo el piso del observatorio hasta desaparecer el mapa zodiacal en una nube de polvo.

***

Un hombre despierta de su sueño con una patada que lo lanza a más de diez peldaños escalera abajo.

-¡Levántate, hombre!

-¡Auch, esa dolió! Y yo que estaba durmiendo tan bien...–tras una pausa, su tono de voz cambia completamente al percibir quien lo despertó.-¡Ay, ay, ay...!

-¿Cuántas veces tengo que despertarlos? ¡Parecen monos!-dice, sin formalidad, un muchacho japonés de cuerpo delgado.

-Bu...buenas noches, señor Seiya.-responde el hombre en la escalera, en cuanto sacude rápidamente a sus dos colegas que también dormían.

Los tres visten armaduras de cuero, el uniforme de los soldados defensores del Santuario de Athena.

Si estuviera en el colegio, Seiya estaría en clase de educación física. El aspecto delgado y su menos de 1.70 m de altura no recuerdan en nada a los imponentes y musculosos luchadores profesionales. Sus cabellos forman ondas que dan la impresión de intenso dinamismo y su mirada penetrante lleva aquella energía típica de los jóvenes. Con su traje y protectores de cuero, parece listo para una fiesta de disfraces.

-¡Muchachos, ustedes son la guardia nocturna, tienen que vigilar el Santuario sin dormir!

-Cl... claro, señor. Nosotros lo sabemos.

-¿Entonces por qué se quedan dormidos?-continua el muchacho.-¡Ustedes están muy flojos! ¡No porque últimamente todo este en paz quiere decir que nunca más va a aparecer un enemigo!

Seiya habla con autoridad, como si fuese un sargento comandando su tropa.

-Es por esas y otras cosas es que ustedes nunca dejarán de ser soldados rasos.–completa al apartarse del grupo, dejando atrás a los soldados, asustados hasta la última hebra de cabellos.–Se bien que esta noche de verano está perfecta para dormir.

Él también está de servicio, pero su vigilancia es solitaria. Fue bastante al azar haber sido escogido para la patrulla nocturna con ese calor. Tal vez hubiese sido mejor aceptar la invitación de Shun; con certeza sería divertido pasear en Atenas.

“Pero mirar una pieza de teatro tan vieja…¿qué gracia ve Shun en eso?”

Pareciendo olvidarse de la molestia que dieron los soldados hace poco, Seiya suelta un bostezo sosegado y tranquilo.

***

En el cielo, una inmensidad de estrellas.

Este siempre fue el Santuario de Athena.

Los Doce Templos de la bóveda celeste componen un camino empinado alrededor de la montaña rocosa. Son los llamados Templos Zodiacales: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis.

Ese camino tortuoso lleva a la Sala del Papa y al Templo de Athena, el más sagrado de todos.

El Odeón queda al pie de la montaña, al lado de otras construcciones comunes, como casas y la torre del reloj. Así como ocurre en Delfos, famosa por su oráculo, la ciudad parece erguirse en torno del monumento sagrado. En este mismo espacio conviven diferentes estilos arquitectónicos, algunos de períodos separados por milenios. Las ruinas de edificaciones antiguas son testimonios del uso continuo de esta región a lo largo de muchas eras.

Esta es la Sede de los Santos que defienden la Tierra.

Desde los más antiguos mitos y fábulas, Athena salió siempre vencedora en los combates entre dioses. Todos los relatos dan cuenta de que la diosa guerrera nunca falló en su lucha por la defensa de la paz.

Y en ninguna ocasión el Santuario cayó frente a fuerzas maléficas.

Seiya interrumpe abruptamente su caminata vigilante. “¿Qué sensación es esa?” Tiene un presentimiento desagradable. El joven voltea su mirada en la dirección del observatorio celeste, en la cumbre de la montaña.

-¡Aaaaahhhhh!

Los gritos cogen a Seiya de sorpresa.

-Pero qué...–alarmado, sube la escalera lo más rápido que puede, avanzando cuatro o cinco peldaños a cada paso.

Un olor penetrante y espeso de sangre hace que contenga su respiración por un instante. El olor es tan fuerte que parece que viniera de su propia boca.

-Una rata más.-dice una voz viniendo de las sombras en cuanto son lanzadas en dirección a Seiya las pobres victimas responsables de los gritos horripilantes.

-Esos tipos son...

El primero tiene todos los huesos en pedazos, aparentemente triturados por una fuerza devastadora. El segundo está todo perforado, cada centímetro de su cuerpo atravesado por agujas. El tercero es un cadáver desfigurado, con la piel arrancada como la cáscara de una fruta.

Son los tres guardias que hace poco dormían. Muertos. Soldados de Athena, derrotados en su Santuario.

-¿Quién está ahí?-grita Seiya en dirección de los enemigos, hasta ahora ocultos en las sombras. Solo entonces consigue distinguir a dos de los invasores que osaron manchar de sangre la región sagrada.

-Agrios, la Fuerza Bruta.-se presenta con una voz gruesa el gigante de dos metros y medio, tan grande que llega a cubrir las estrellas.

-Thoas, el Relámpago Veloz.-dice el otro, también alto, pero no como el primero.

-¡Quirri! Yo soy Pallas de la Estupidez.-la tercera voz es ahogada, y la más aterrorizante de todas.

Seiya se paraliza delante de la última criatura al ser mostrada por la luz de las estrellas. Se trata de un demonio. Pallas tiene brazos desproporcionalmente largos y espaldas curvadas como las de los jorobados en fábulas europeas. El torso retorcido está tan doblado para el frente que el rostro minúsculo y esquelético queda a la altura de la cintura de Seiya, haciendo que la criatura dirija su mirada de abajo para arriba.

El monstruo parece ejercer una atracción terrible, tal vez por la pasión que los seres humanos tienen por todo lo que es extraño, la misma fascinación que nos atrajo a la Quimera.

-¿Esa armadura…-balbucea Seiya.

-¡Son las Adamas! ¡Quirri! ¡El traje de la Gran Tierra que protege a los Gigas!-responde Pallas, abriendo amenazadoramente los brazos, largos como los de una araña.

Es un traje de diamante, que también podría ser llamado traje de cristal. Un traje compuesto de polígonos de cristal con un brillo hipnotizante.

Seiya percibe que los otros dos invasores visten el mismo traje.

-¿Los Gigas?–pregunta el muchacho, perplejo.–¿Qué son los Gigas?

La ignorancia de Seiya respecto a ellos provoca en Agrios una reacción furiosa.

-¡Athena y los santos, ¿cómo osan olvidar el nombre de los Gigas?!

-Tranquilo, Agrios.

-¡Pero, Thoas...!

-Me parece de cierta forma inevitable.–continua el segundo gigante.–Nosotros, los Gigas, fuimos aprisionados por Athena en la Gigantomaquia de tiempos antiguos. Imagina cuantas eras recorrió el mundo mientras permanecimos en cautiverio en el vacío entre Gaia y el Tártaro. Basta mirar al cielo. Hasta la Estrella Polar cambió de lugar desde que partimos. Innumerables astros ya extinguieron su llama y se perdieron en el firmamento...

-¡Quirri! Deja de hacerte el poeta, Thoas.–interrumpe Pallas, al mismo tiempo en que apunta sus garras afiladas en dirección de Seiya.

Los dedos del monstruo son absurdamente largos, mucho más grandes que los de una persona, y cada movimiento produce un agudo sonido metálico generado por el roce de unos con otros. El traje de diamante brilla en un aterrorizante tono rojo oscuro, haciendo que la mano de la criatura se asemeje a una araña venenosa.

-¡Tú usaste esas garras contra ellos!–protesta el muchacho.

-Sabes, la piel de chiquillo es fácil de arrancar.-responde la criatura, soltando entonces un grito maníaco.–¡Quirri! ¡PUPPET CLAW! (Garra marioneta)

Seiya escapa por poco de la primera embestida de Pallas, que llega a arañar su nariz y cortar algunas hebras de su cabello.

Sin la menor chance de recuperarse, es casi inmediatamente alcanzado por Agrios, que se lanza contra él como una fiera gigantesca, lanzándolo al aire.

-¡Ohhhhhhhhh!–el cuerpo de Seiya cae al piso con fuerza.–¡Qué fuerza increíble tiene ese Agrios! Y pensar que él solo me rozó...

-¡Veo que soportaste bien el ataque! Pareces ser un poco menos débil que esos muertos del piso.

-Puedes callarte, grandulón.-responde Seiya, en cuanto se levanta con una mirada de desprecio.–Tú no me estás comparando con los soldados rasos, ¿no es así?

-¡Mono ridículo!

-¡Seiya!–la discusión es interrumpida por una nueva voz surgiendo en la noche.

-¡Kiki!, ¿eres tú?

Un muchacho de cabellos cortos y erizados mira a los invasores con una expresión asustada. Debe ser unos cinco años más joven que Seiya. Sus cejas fueron rasuradas, tal vez por algún significado ceremonial, y en su lugar hay un diseño curioso y peculiar.

-Vine porque sentí presencias sospechosas... ¿quiénes son esos tipos?– su rostro parece combinar la originalidad de diversos pueblos, pudiendo ser considerado tanto oriental como occidental.

En japonés, su nombre Kiki decir “demonio honrado”.

Increíblemente, el muchacho se para en el aire sin ningún apoyo, después de haber surgido de la nada en el cielo.

-¿Teletransporte? ¡Quirri! ¿Ese enano es paranormal?

-No necesitas decirlo. Seiya, ¡usa mi telequinesis!–grita Kiki, antes que su amigo pueda decir cualquier cosa.

En ese instante, una especie de baúl rompe el espacio, surgiendo en una esfera de luz sobre la cabeza de Seiya. La claridad hace que los Gigas cubran sus ojos ofuscados. Es una caja hecha de bronce, decorada con imágenes de un caballo alado en bajo relieve. De su tapa entreabierta escapa un brillo todavía más fuerte.

Los invasores observan, estupefactos, la aparición en el cielo de una estatua en la forma de un caballo alado, cubierta por un aura flameante de rayos azules y blancos. Un verdadero legado de la era de los mitos: la prueba de la existencia de los Santos.

-¡Pegaso!

Con eso la estatua gana vida y relincha, atendiendo al llamado de Seiya, para luego dividirse en varias partes que se adhieren al cuerpo del joven. Cabeza. Hombros. Pecho. Brazos. Cinturón. Piernas.

-¡Aaaahh!–el gigantesco cuerpo de Agrios es lanzado contra una montaña, en un impacto tan poderoso que por poco no abre una grieta en la roca. Él tose y presiona su abdomen con fuerza entre sus brazos, intentando impedir que el contenido de su estómago sea regurgitado.

-¡No es posible! ¿Un golpe invisible?

-¿No te lo dije, grandulón?

Ni el mejor practicante de lucha o arte marcial es capaz de derrotar en una única embestida a un oponente que tenga el triple de su peso, pero Seiya es diferente: él domina la lucha de Athena.

Cuando su puño cortó el vacío, pasando bien cerca de la cabeza de Agrios, el movimiento envió una onda de choque, señal de que el golpe fue despedido a una velocidad superior a la del sonido. Ese golpe prueba que él es un guerrero escogido por las constelaciones esparcidas por la bóveda celeste.

-Ah, ¿es así? ¿Es así, chiquillo?–Agrios se levanta furioso, expulsando con fuerza el aire de los pulmones. A pesar del ataque él está entero. En verdad, sus músculos parecen haberse expandido y su cuerpo crecido aún más.

-Tú eres un Santo.

-¡Seiya! Mi nombre es Seiya, de la Constelación de Pegaso.

Ese es un joven que porta el poder legendario que viene de la estatua de Pegaso, que sale de la caja dorada y se rompe en pedazos para formar una impenetrable armadura protectora.

Las alas del caballo se doblan magistralmente como un abanico, encajándose en sus espaldas. Su cabeza toma la forma de un yelmo y su cuerpo se transforma en un escudo pectoral. Lo que era el cuello del animal ahora cubre el brazo derecho de Seiya, mientras la cola se adhiere al brazo izquierdo y el pecho es un cinturón. Las patas delanteras y traseras se mezclan de forma compleja, protegiendo las piernas del joven de las uñas de los pies hasta los muslos.

La polvareda estelar se esparce, brillando en el aire. El Cloth celestial de Seiya está completo. Es su armadura sagrada, permitida solo a los santos escogidos de Athena.

-¡Es bueno que ustedes lo sepan!–grita el muchacho.–¡Yo estoy MUY molesto!

La Cloth blanca-azulada de Pegaso provoca en Seiya una explosión de energía.

-¡PEGASUS RYÛSEI KEN! (Puño Meteoro de Pegaso)

-¡¿Cómo?! ¿Los puños se multiplicaron?–se pregunta la bestia mientras rayos de luz se esparcen por todos lados.

De repente un ruido sofocado interrumpe el golpe supersónico del puño de Seiya. El movimiento es contenido por la adamas de Thoas, el relámpago veloz, que hasta entonces se limitaba a observar la lucha.

-Enfría tu cabeza, Agrios.–dice el segundo gigante, colocándose delante de Seiya.–¡Ni siquiera percibes como ese ataque es limitado! ¡Qué puños multiplicados ni que nada! A mí me pareció que cada golpe se arrastraba como un caracol.

-¿Cómo ese tipo puede ser tan veloz?–Seiya está sorprendido y confundido.

Thoas fue capaz de repeler todo el flujo de golpes y aún de atrapar su puño.

-Es verdad que no se debe subestimar el poder de un Santo en su Cloth sagrada.-continuo Thoas, apretando con más fuerza aún el puño del muchacho.–¡Per tú vas a ver también una cosa, chiquillo!

-¡Quirri! Analiza bien la situación...–provoca Pallas.–¿Piensas que un santo tiene chance contra tres de nosotros?

-¡Diablos!–Seiya está cercado.

Los tres Gigas comienzan a ejercer una presión invisible que hace que Kiki pierda la concentración y caiga con todo al suelo.

-¡Autch! ¿Qué fue esa fuerza?–antes de conseguir recuperarse, el muchacho observa, perplejo, la llegada de un invasor más, que aparece trayendo en los hombros a Yulij de Sextante desmayada.

-¡¿Señorita Yulij?!–reconoce a la muchacha por su cabello plateado y la túnica escarlata de los oficiantes del Santuario, pero ella está inconsciente y no reacciona a la mención de su nombre.

Seiya no entiende por qué no detectó de antemano la presencia de este cuarto enemigo. Es realmente difícil de creer. Solamente si tuviese una fuerza avasalladora alguien conseguiría aproximarse a un santo sin ser percibido.

El nuevo invasor desaparece en seguida, rápida y silenciosamente, llevandose a Yulij consigo.

-¡Desapareció! ¿Cómo?–Seiya no sabe que pensar.

-Bueno, ahora Agrios, Pallas, nuestra diversión termina aquí.–dice Thoas a sus compañeros.–¿Se olvidaron de nuestro objetivo original?

-¡Claro!

-Quirrirri... Tienes razón.

Los gigantes recogen sus puños, para gran sorpresa de Seiya.

-Chiquillo... nos veremos otra vez...

-¡Quirrirri! Escapaste esta vez, pero por poco tiempo.

Agrios y Pallas se cubren nuevamente de sombras y desaparecen en la noche. Thoas se detiene por unos segundos más.

-Seiya de Pegaso, vamos a dejar que vivas para que lleves nuestro nombre a Athena. Dile a ella que vaya a Sicilia si quiere a la muchacha de vuelta. Nosotros, los Gigas, estaremos allá. Nosotros, la descendencia de los Dioses Antiguos, nacidos de la Gran Tierra, aprisionados en las profundidades del vacío fantasma.

Con eso la imagen del último invasor penetra en la oscuridad, para sumirse completamente.

-¡Pero qué demonios! ¿Ustedes qué...? – la voz de Seiya hace eco en vano.

No hay señal alguna de los enemigos.

El muchacho parece despertar de una pesadilla. Si no fuera por los cadáveres de los soldados rasos y por el olor hostil dejado por las criaturas, podría jurar que nada de aquello hubiera ocurrido.

- ¿Gigas... de las profundidades del vacío fantasma...?


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