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La canción del pecado. por YoloSwag

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Notas del capitulo:

Advertencia adicional: ligera mención Dégel x Kardia.

Un día de lluvia es tan bello como un día de sol.

  Ambos existen; cada uno como es.*

      Fernando Pessoa.

 

🌹🌹🌹

 

   El día era claro, sin llovizna y con ese mismo aire de repetición rígida, exacta y precisa de los últimos días. Albafica salió de su templo y miró al horizonte con ojos vagabundos. Todo estaba inmóvil. Reinaba el silencio absoluto.

   Exhaló un corto y leve suspiro.

   Había pasado la mayoría de la noche tratado de encontrar excusas para no ir a Jamir. Sin embargo, no encontró ninguna que fuera razonable y no ofensiva. No podía decirle al patriarca, que el maestro Hakurei —su hermano gemelo— le incomodaba con su singular sentido del humor. De todas formas, su armadura debía ser reparada en algún momento.

   Comenzó el descenso, pero se detuvo en seco, ante la escena que presenciaron sus ojos; Dégel y Kardia se estaban besando a las afueras del templo de acuario. No era algo inusual, de hecho la relación que sostenían ambos, era un secreto a voces en el santuario.

    Se devolvió sobre sus pasos, y volvió a recorrer el camino ya andado, asegurándose ésta vez de hacer notar su presencia. Los dos se apartaron al instante.

   Dégel se mostró para recibirlo, en cambio Kardia permaneció oculto entre los pilares.

   —Con tu permiso, Dégel —dijo fingiendo no notar la presencia de Kardia.

   Dégel solo asintió con la cabeza.

   Una vez que cruzó el templo no pudo impedirse sonreír, ante el vano intento de esos dos por ocultar aquello que se reflejaba en sus ojos. Amor. Él nunca experimentaría ese tipo de amor. Ni conocería la sensación del peso y la cercanía de otro cuerpo, el sonido de su respiración, el calor ajeno. Y saberlo no le angustiaba, después de todo él había elegido ese camino, había renunciado a las personas.

   Bajó el resto de templos sin mayores problemas hasta que llegó al de Aries. Podía sentir el cosmo de Shion en el lugar pero no respondía al suyo. Después de meditarlo por un tiempo, decidió romper el protocolo y cruzó el templo sin la autorización de su guardián. Encontró a Shion a las afueras, sentado en las escalinatas, absorto completamente en la armadura de leo, dónde la sangre brillaba. Sus manos movían con elegante precisión aquellas herramientas doradas que había visto usar a Hakurei de Altar.

   Fue asombroso ver cómo la armadura de leo tomaba vida, brillando con cada golpe hasta finalmente refulgir como el sol. Shion se levantó y con un toque la hizo volver a su caja de Pandora.

   —Increíble...

   Shion volteó.

   —Oh, eres tú Albafica —dijo y su rostro se iluminó con su habitual sonrisa—. Disculpa, no me di cuenta que estabas aquí. ¿Te puedo ayudar en algo?

   —¿Podrías arreglar mi armadura? —dijo Albafica sin pensarlo dos veces, y quizás con demasiada intensidad ya que Shion lo miró asombrado.

   —Eh... Claro.

   —Gracias, Shion —dijo entregándole la armadura.

   —Te la llevaré en cuanto la termine.

   —Si no te molesta, preferiría esperar aquí —dijo. No quería interrumpir lo que seguramente estaría pasando en el templo de acuario.

   —Claro que no me molesta, Albafica —dijo, y prosiguió con una amable sonrisa— Sabes que eres bienvenido. Espera un momento, te traeré algo de té.

   Albafica tomó asiento en las escalinatas, y observó las herramientas, los cuencos llenos de polvo estelar. Era nostálgico. Cerró los ojos y recordó aquella vez en que su maestro lo había llevado a Jamir. Iba a cumplir siete años en ese entonces. Había sido complicado, la densidad del aire en Jamir era más baja y el calor era extremo. No había vegetación alguna, solo montañas escarpadas. Pero sin duda lo peor fue los comentarios del maestro Hakurei llenos de ironía y sarcasmo por partes iguales. Al final su maestro le había dicho:

   "No le tomes demasiada importancia. Es la manera como sobrelleva las cargas de muchos años"

   Shion regresó con una taza humeante en las manos. Desprendía un olor muy suave casi etéreo.

   —Aquí tienes —dijo extendiéndole la taza.

   Albafica la tomó con cuidado, evitando tocar los dedos de Shion por accidente. Tomó un sorbo —ante la mirada expectante de Shion—, sabía bastante bien en general, era fresco con un ligero toque amargo.

   —Tiene muy buen sabor, aunque no he logrado identificar ningún ingrediente.

   Shion sonrió de nuevo. Parecía ser su actividad favorita.

   —Lo siento, pero es una receta secreta. Solo el líder de Jamir la conoce —prosiguió ante la duda que se reflejó en el rostro de Albafica—. Se suponía que yo sucedería a mi maestro, pero el destino tenía otras cosas en mente.

   —Me gusta que estés aquí —dijo Albafica y su rostro se tornó rojo al darse cuenta que lo había dicho en voz alta.

   —A mi también, he conocido a muchas personas agradables —dijo sin percatarse del estado de su invitado—. Bueno, es hora de que comience.

    Shion abrió la caja de Pandora revelando la armadura que contenía; tenía pequeñas fracturas, y estaba opaca. No eran daños demasiado graves así que no tardaría mucho en repararla. Era una lastima. Le hubiera gustado ver las estrellas con Albafica.

   Sólo fue un ligero roce pero al instante grandes bloques de recuerdos cayeron sin previo aviso en su conciencia:

       Tristeza...

                             Dolor...

                                                            Ira...

Arrepentimiento...

                                Frustración...

                                                                Alegría...

            Esperanza...

                                           Muerte...

               Soledad...

 

      —¿Estás bien, Shion?

      —Yo... Sí... estoy bien —dijo mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. Lo siento, a veces me gana la nostalgia. —Se justificó Shion esquivando su mirada, y comenzó a trabajar sin decir nada más.

    Albafica respetó su silencio, pero de vez en cuando lo miraba a hurtadillas bajo la sombra de sus pestañas. Shion no se atrevió a levantar los ojos, porque sentía que Albafica lo descubriría en el momento. Incluso si no fue intencional, había visto sus recuerdos y no quería averiguar cuan indulgente podía ser.

   "No muestres tus lágrimas, Albafica. Yo te protegeré".

    Recorrer un camino lleno de soledad, protegiendo vínculos invisibles... ese era el orgullo de piscis.

 

    Shion parecía angustiado y afligido, y no sabía por qué y tampoco la razón por la que había mentido. Sin embargo, después de un tiempo desistió de tratar de averiguarlo. Shion tendría sus razones.

    Tomó el resto del té, y cerró los ojos. Se olvidó de todo por unos instantes, arrullado por los golpeteos constantes en el metal y por el viento libre de aquel aroma dulzón de sus rosas.

    Paz. Eso sintió.

   Cuando abrió los ojos, la noche ya había caído y las estrellas se reflejaban en su —ya reparada— armadura. Shion no estaba.

    Albafica se levantó, y la manta que lo había cubierto cayó al suelo llevándose consigo el calor que lo había protegido. La levantó y volvió a cubrirse, percibió en ésta el olor de Shion.

   "¿Pero que estoy haciendo?", pensó y se la quitó doblándola con cuidado para después depositarla en el suelo. Devolvió su armadura a la caja y se la colgó.

   Entonces tomó la manta de nuevo sintiendo que su corazón se encogía. No podía permitirse bajar la guardia, pero con Shion era difícil, ya que destruía —con suma facilidad— la barrera que había formado a su alrededor. No, para ser exactos para Shion esa barrera no existía.

     —Es una noche realmente hermosa, ¿no lo crees, Albafica? —dijo Shion, saliendo del templo.

   —Disculpa las molestias —dijo extendiéndole la manta. Shion negó con la cabeza.

   —No te preocupes por eso, Albafica. Solo espero que no te hayas lastimado, me disculpo por no procurarte un lugar más cómodo para dormir pero...

   —Estoy bien, Shion.

   —Hace poco han traído la cena, si gustas podríamos comer juntos.

   —Agradezco tu hospitalidad pero debo irme. Ya he abusado bastante. Gracias por todo, Shion.

    Sonríe. A Shion se le da bien.

   —No ha sido nada. Por cierto, si ves a Manigoldo dile que si no trae su armadura mañana ya no voy repararla.

    —Se lo haré saber —contestó Albafica con una sonrisa apenas disimulada antes de marcharse.

        Había sido en efecto, una encantadora sonrisa, pensó Shion sin meditar demasiado en ello. Sin embargo, sin darse cuenta, sus sentimientos por Albafica de piscis estaban empezando a cambiar.

 

 


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