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EL EXTRAÑO SANGUINARIO por juda

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-Jerónimo, bebé!!! te traje la comida!!!

Entró al cuarto y lo encontró en la cama.

-¿Qué haces ahí? ¿no fuiste a la universidad?

-No tenía ganas.

-No tenías ganas??

Daniel arrugó el entrecejo y se sentó en la cama junto a él. Le miró la mano que empuñaba fuertemente un papel.

-Hoy no era tu parcial?

El muchacho asintió y Daniel se asustó. 

-¿Te sientes mal? ¿quieres que llame a Nicolás?

-No, quiero quedarme solo un rato.

Daniel le acarició el cabello y disimuladamente le tocó la frente para constatar que no tuviera fiebre y estuviese incubando algún virus. Tenía los ojitos grandes y vidriosos.

-¿Que es eso? -quiso saber e intentó sacar el papel pero Jerónimo metió la mano debajo de la almohada.

Se produjo un silencio hondo. Jerónimo seguía mirando a la nada y Daniel se preocupaba cada vez más.

-Traje comida.

-Gracias.

-Jerónimo qué pasa?

-No sé. Te juro que no sé que me pasa.

-¿Te duele algo?

-Creo que no.

-¿Crees?

Jerónimo lo miró a los ojos.

-Dany... soy muy imbécil si a la tercera cogida me enamoro?

***

-¿Tienes el rastreador?

-Lo tengo.

-¿Como lo haremos esta vez?

-Las últimas veces se caía de la ropa. Ahora lo pondremos en un lugar distinto.

-¿Estás seguro que funcionará?

-No. Pero tenemos que probar. Hay que acabar con todos ellos. No pueden seguir devorándonos. No podemos permitir que crean que tienen el poder.

***

Domingo: día de comida.

Los cinco estaban preparándose en una cripta amplia de un viejo cementerio.

Carlos les hablaba y les recomendaba que no se alejaran, el núcleo era fuerte, cada uno por su lado... no!

Había dos momentos en los que eran extremadamente vulnerables: cuando estaban hambrientos y débiles; y cuando terminaban de comer.

El gobierno les daba comida cada dos semanas de manera que había que saciarse. Había que comer hasta el punto de querer reventar, no les quedaban más opciones. No podían darse el lujo de decir "estoy lleno, ya no quiero más" y comenzar con el hambre doloroso a los dos o tres días.

Cuando comían en la comisaría, lo hacían hasta quedar un poco idos. Los movimiento se ralentizaban y lo mismo pasaba con sus reflejos. Eran momentos cruciales y no debían estar solos.

Mateo, Isabel, María y Tomás lo escuchaban con respeto. Una vez listos, treparon a los árboles y se trasladaron. Mateo aullaba de vez en cuando haciendo reír a sus compañeros. El pequeño era feliz cada vez que comía, como todo adolescente: vivía con hambre!

***

El camión que trasladaba a cinco presos con sentencia de muerte llegó a la comisaría. La orden de traslado venía firmada por el Juez Francisco Ruez.

Los alojaron en la celda trasera y antes de ingresar el sacerdote que les ofrecía la posibilidad de una última confesión, entró el médico para cerciorarse que todo estuviera bien.

Nicolas les hizo una revisión de presión sanguínea y luego les dio a tomar una cápsula con tranquilizantes.

Pablo les pasó el cubremontaña a sus oficiales y se pusieron en el corredor, tres a ambos lados de la pared... para esperar.

A las 00:00 se escucharon los árboles y luego la puerta trasera se abrió. Ingresaron 5 personas cubiertas enteras. Pablo sospechaba que entre ellos había mujeres, había notado formas femeninas por arriba de esas gruesas y largas capas. 

Los cinco caminaron en fila india hasta la puerta que comunicaba con la celda final donde estaba la comida, Pablo (con su rostro cubierto en su totalidad) les abrió la puerta, giró y le puso una mano en un hombro al primer extraño en signo de que ya podía pasar. El hombre saltó hacia atrás y con urgencia se miró el hombro buscando si le había colocado algo extraño. Pablo retrocedió un paso. La bestia avanzo otro y todos los policías se pusieron en guardia, listos para sacar sus armas.

Pablo levantó la mano en señal de que nadie utilizara las pistolas, los monstruos también habían volteado y estaban siseando con los colmillos enormes y babeantes listos para atacar.

-No me vuelvas a tocar. Ni a mi, ni a mis hermanos -amenazó el monstruo y Pablo intentó escudriñar por debajo de la capucha pero lo único que podía ver eran dos ojos rojos que refulgían.

-No lo volveré a hacer. -se disculpó el rubio con el corazón taladrándole la traquea. Encontraría a cada uno y los mataría.

***

Pablo escuchó los gritos de terror de los presos cuando el ataque comenzó, aspiró fuerte bajando la cabeza. Raul estaba a su lado, le tomó la mano y se la apretó. El ruido del horror que salía de ese cuarto los traumatizaría por el resto de sus días. Pablo en medio de un silencio angustiante hipó, llorando impotente. Un oficial de policía que estaba al frente, al ver a su superior llorando se llevó la mano a la cara y también rompió en llanto.

Lo gritos desgarradores, los alaridos implorando ayuda, cesaron al minuto y medio. 

Tal vez ustedes, lectoras, crean que no fue demasiado, pero estar parado del otro lado de la puerta, escuchando a un humano ser atacado de esa forma y no poder hacer nada, convierten a esos 90 segundos en toda una maratón de suplicio. Luego fueron 15 minutos de escucharlos saciarse. 

Salieron después de casi media hora arrastrando sus capas llenas de sangre y dejando las marcas sanguinolentas de los zapatos en el corredor.

Pablo abrió la puerta y miró la escena. Algunos cuerpos estaban reducidos a esqueletos rojos con lonjas destrozadas de músculos regados por encima.

Tres policías llegaron cargando mangueras y otros varios litros de cloro.

La limpieza les tocaba a ellos. Eran muy pocas las personas que sabían de la existencia de ese ritual de comida y de los monstruos que anidaban dentro de la sociedad haciéndose pasar por humanos comunes, jugando a ser víctimas. Monstruos inmundos!!!

Cuando terminaron de limpiar Pablo se dirigió a la oficina central y se aseguró que Raul hubiese quedado llenando los informes.

-Hubo suerte?

-Si, uno de ellos se tragó el rastreador. Pero debemos apurarnos, no sé como funciona el organismo, si defecan enseguida, lo expulsarán; y si los ácidos estomacales son más fuertes que los nuestros, el aparatito no sobrevivirá -explicó el hombre sentado a la mesa y Pablo puso cara de asco.

-Lo haremos esta noche -siseó el rubio y el otro giró a observarlo.

De los cinco amigos que conocían la existencia de los monstruos solo dos de ellos estaban tan envenenados por el odio como para dar un paso más e intentar matarlos.

Raul ingresó y los dos fingieron conversar sobre otra cosa, el pálido no era estúpido... lo sabía. Raul sospechaba que Pablo estaba metido en algo raro con respecto a los vampiros, temía que diera un paso en falso y que alguno de los monstruos lo descubriera. Raul amaba en secreto a Pablo y lo cuidaría con su vida si fuera necesario.

Esa noche dos de los cinco amigos se reunieron en un estacionamiento alquilado e ingresaron a un automóvil. En el asiento trasero tintineaban los cuchillos.


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