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EL EXTRAÑO SANGUINARIO por juda

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-Estás bien? -le preguntó Jerónimo cuando por fin se apartaron, la puerta había querido ser abierta y alguien golpeaba para entrar al baño.

El pelinegro giró para ir hacia la entrada y Tomás lo detuvo, negó con la cabeza, quería un poco más de él.

-Lamento lo de tu hermana. Me imaginé que algo malo había ocurrido cuando saliste corriendo pero me preocupó que no me escribieras. Ya sé que estás bien. Ahora me voy. No me sigas. No regreses a mi casa... a menos que hayas terminado con él. -sentenció y destrabó la puerta para desaparecer.

Un viejo entró al baño refunfuñando porque habían cerrado con llave pero Tomás no le prestó atención, se lavó la cara y se miró al espejo: era imposible enamorarse de un pequeña mortal, tenía que concentrarse en lo que le sucedía al clan y bregar por el bienestar de sus hermano.

Salió he hizo un barrido con la mirada, se sintió desesperanzado, su niño ya no estaba; en cambio ahí lo esperaba Carlos con una sonrisa sincera. Extendió el brazo cuando lo vio llegar y Tomás tomó su mano.

-Saldremos juntos de esta -aseguró su hombre y Tomás asintió.

Carlos bebió el agua (único líquido que sus organismos toleraban sin caer enfermos) y Tomás volteó a verlo.

-Me iré a dar una vuelta. No me esperes despierto. Necesito descargar frustraciones. -le dijo y Carlos comprendió lo que decía.

-Podemos ir a un hotel. Siempre fuimos buenos para desestresar al otro.

-Hoy no, Carlos. Hoy necesito un extraño. Creo que tu también deberías salir a buscar a alguien. Necesitamos calmarnos, pensar en otras cosas y volver renovados. Llegaré a casa antes del amanecer. 

Y no le dio tiempo a responder.

Carlos se quedó sentado mirando como su hombre se iba. Era la primera vez en doscientos años que Tomás le recomendaba salir y buscar sexo por otro lado. Cuando necesitaba intimar con extraños, su castaño siempre intentaba convencerlo para que se quedara con él para luego dar el visto bueno a regañadientes y que saliera en busca de otro cuerpo... esta vez le había aconsejado salir.

Tomás estaba cambiado y no eran solo las muertes... Tomás no lo tocaba... Tomás no ansiaba su cuerpo... Tomás... Tomás... ¿qué pasaba con Tomás? ¿lo estaba perdiendo? Una sola vez había visto a ese pequeño humano y no logro ver bien su rostro, no podría reconocerlo si lo veía en otro lado, pero sabía donde vivía... algo en su interior le decía que ese niño era el culpable de todo.

Pagó y salió decidido.

***

Daniel le contaba a Jerónimo por teléfono que el último parte médico hablaba de fiebre. El pelinegro se asustó pero tomó la llamada Nicolás y lo tranquilizó diciéndole que era normal y no muy alta, que el organismo del policía respondía a los antibióticos, que se quedara tranquilo porque Pablo saldría de esta.

Golpearon a la puerta.

Cuando Daniel nuevamente tomó el teléfono, Jerónimo le dijo que iría al hospital apenas saliera de la universidad a la mañana siguiente. Cortó la comunicación mientras se dirigía al salón. Llegó a la entrada, se puso en puntas de pie y espió por la mirilla. Era tarde para recibir visitas... pero no tuvo miedo, interiormente sabía quien era.

Abrió la puerta.

***

Le abrieron la puerta. 

Jerónimo tenía un pijama grande y se había hecho dos colitas a ambos lados de la cabeza. 

Tomás sonrió. Parecía un niño.

-Qué? -preguntó de mala gana el pelinegro y Tomás le acarició el rostro.

-Soy un degenerado si me excitas aun más así?

-Así como?

-Así, como si tuvieras 15 años!

-Si, eres un degenerado. ¿Qué quieres?

Tomás intentó ingresar y Jerónimo le puso la mano en el pecho.

-No. Ya no eres bienvenido, ya no puedes entrar a mi casa -dijo firme y Tomás retrocedió tres pasos como empujado por una fuerza sobrenatural. Tropezó y casi cae. Jerónimo se asustó. -¿Estás bien? No te empujé!!!

-Si! solo... perdí el equilibrio.

Se mantuvo lejos, de pronto confundido, tímido, silencioso, mirándose los zapatos.

-Tomás que haces aquí? me hace frío y quiero dormir. Mañana tengo que ir al hospital.

-Al hospital? -preguntó levantando de pronto la cabeza y Jerónimo pensó en que no debería decir lo de Pablo.

Su amigo mayor había pedido reserva y no lo traicionaría.

-Si. Me piden estudios de sangre para llenar una ficha médica en la universidad. Dime que quieres y luego márchate.

Tomás se aproximó lo más que pudo.

-Dame tiempo, hace mucho que estoy con él. -jadeó cerca de sus labios, Jerónimo primero percibió su aliento helado y a medida que su cuerpo se acercó al de Tomás... sintió que el aliento del hombre se tornaba cálido.

-Lo dejarás? -susurró.

-Lo dejaré.

Jerónimo sonrió sobre su boca, cerrando los labios, abrazándolo del cuello. Hizo el esfuerzo por hacerlo pasar pero no pudo, era como si el castaño estuviera anclado al umbral. Frunció las cejas.

-No quieres pasar?

-Me dijiste que no era bienvenido!

-Bobo -jadeó riéndose ante lo que creía que era una broma, pero el hombre seguía sin entrar, arrugó nuevamente el entrecejo.

-En serio me lo dices?

-Dime que soy bienvenido nuevamente. Permíteme entrar!

Jerónimo lo abrazó pegando todo el cuerpo al de él, pasó las manos por debajo de la camisa y le acarició la espalda amplia, le mordió el cuello mientras lo escuchaba respirar agitado.

-Puedes pasar -jadeó y el cuerpo de Tomás casi cae sobre el suyo.

Jerónimo rió divertido cuando el castaño ingresó trastabillando y llevó por delante su cuerpo para luego recobrar el equilibrio, cerrar la puerta, alzarlo y llevarlo con premura hacia la habitación.

-Me encantas -le dijo en una voz aniñada y Tomás lo miró a los ojos.

-Tu también... terminarás por ser mi perdición, pero aun así, me encantas.

Se sintió feliz de tenerlo entre sus brazos, se sintió pleno. Jerónimo reía llevando la cabeza hacia atrás y se tentó, se fue hasta su cuello y lo olió con fuerza, sentía el aroma de su sangre correr por las venas y en ese lugar encontró tranquilidad.

Era peligroso lo que sentía... pero Jerónimo le daba paz, le daba algo que se mimetizaba por ratos con la felicidad. Le acarició el rostro, le apartó el pelito de la cara mientras el niño disfrutaba de sus caricias, se parecía mucho a cierto amante que supo tener hace más de 200 años atrás, cuando él también era un crío. Antes que llegara a su vida Carlos, se enamorara de él y decidiera convertirlo sin consultarle.

Le sacó a los tirones el pantalón pijama sin separarse demasiado de él y jugó con los dedos en ese agujero estrecho mientras le lamía el cuello. Jerónimo reía y jadeaba. Jerónimo era el ángel más hermoso de la tierra y sería su perdición... si! por Jerónimo perdería todo, sentía que estaba escrito en su destino. Se bajó la bragueta, sin desnudarse, no quería alejarse de él ni siquiera para sacarse la ropa que lo separaba de su cuerpo y lo penetró.

-Mi Jerónimo -jadeó ronco cuando el placer por estar dentro de su cuerpo lo elevó hasta hacerle olvidar quien era -mío! mío! -rogó con los ojos rojos.

Lo embistió con lentitud y sintió cuando Jerónimo le acarició el cabello, le besó la mejilla, le buscó la boca, le acarició la lengua con la suya.

-Tuyo. -susurró -y tu eres mío?

Tomás lo abrazó aun con más fuerza, cerrando fuerte los ojos porque sabía que el placer que estaba obteniendo lo hacía perder por ratos su forma.

-tuyo -contestó tropezando un poco con los colmillos que comenzaban a crecer. Intentó concentrarse en recuperar su forma humana, nunca le haría daño a Jerónimo, nunca lo convertiría sin su consentimiento, nunca lo obligaría a vivir una eternidad impiadosa.

Ser inmortal era tan doloroso como ser mortal huyendo de una muerte que sólo los eternos sabían apreciar.

No pudo contenerse demasiado, eyaculó en el interior del niño mordiéndose los labios para evitar morderlo a él.

-Perdón -jadeó avergonzado -perdón, no pude, no... perdón.

Jerónimo sonrió.

Se levantó en silencio ante la atenta mirada de su castaño, preparó la tina y regresó para llevárselo. Estuvieron en el agua, entre la espuma, jugando a ser amantes de toda la vida. Luego, con más calma, retornaron a la cama. El sexo que siguió fue dulce, fue cálido, fue lo que debe ser cuando te sientes cómodo con el otro. Cuando ya vas conociendo su cuerpo, cuando su esencia ya no se te hace extraña, cuando comienzas a amar.

-Tengo que irme a las 6 de la madrugada -le advirtió cuando Jerónimo apoyó su cabeza en su pecho y se dispuso a dormir.

-Tienes que trabajar?

Dudó.

-Si.

-Ok. Me das un beso antes de irte?

Tomás sonrió abrazándolo fuerte, enredando sus piernas en las de él. ¿Hacía cuanto que no dormía de esa forma con un cuerpo tan cálido como el de Jerónimo?

-Te besaré antes de irme -susurró ya casi dormido.

***

Carlos estaba sentado en el techo de la casa de Jerónimo, temblaba un poco. Ya había dejado de llorar, ahora pensaba en cómo deshacerse del niño, como matarlo y hacerlo sufrir tanto como estaba sufriendo él.

Tomás no podía dejarlo de amar.

Doscientos años no podían ser tirados por un miserable humano.


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