Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Lazos de veneno negro por AlbaYuu

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Descubierto

 

Lugonis intentó separarse de aquel hombre, pero fue inútil, el hombro movió sus dedos y Lugonis volvió a quedar pegado a su cuerpo. Las manos del joven rodearon su cintura y le pegaron en exceso a él, cosa que incomodó a Lugonis. Con una sonrisa en sus labios el hombre pasó a controlar su cuerpo haciendo que bailase según su voluntad.

—Te mueves muy bien. —dijo sin borrar la expresión burlona de su rostro.

Lugonis apretó los ojos y volvió a quedar frente a aquel desconocido. Sus ojos violetas estaban llenos de maldad, la cual parecía que quisiera descargar contra él. Su pulso se había acelerado del temor que estaba empezando a sentir. La música siguió y el baile se volvió un poco más movidito. Los giros se hicieron más rápidos y constantes, así como el ritmo de todos los pasos. El cuerpo de Lugonis se movía solo, en contra de su voluntad. En ese momento sintió un cosmos maligno provenir de aquel hombre. Un segundo, ¿sería él el espectro que había aparecido en aquella zona? Confuso miró a todos lados buscando la mirada de Zaphiri, ¿dónde se encontraba ahora?

—Es inútil que intentes escapar, te tengo bajo mi merced… Si quisiera podría romperte aquí mismo los huesos, Santo de Atenea.

— ¿Cómo sabes quién soy? —preguntó Lugonis mientras ahora daban un paso hacia delante y luego hacia un lado girando 45º a la derecha. El contrarío tenía una de sus manos en la espalda y con los dedos iba controlando toda la pista de baile, así como cara movimiento que de Lugonis. Eso era con diestra, con la ambidiestra pasaba el brazo por la cintura de Lugonis para mantenerle pegado a su cuerpo. Todo ello sin levantar sospecha alguna. —Y tú eres un espectro de Hades, ¿estoy equivocado?

El hombre sonrió de lado orgulloso por su deducción rápita, aunque se había dejado ver apropósito. Pero no descartaba la idea de haber sido descubierto por él, los santos de oro eran los más poderosos dentro de la élite del ejército de Atenea. Ese santo olía a rosas, pero no a unas rosas cualquieras. Curioso acercó su nariz a su cuello y olfateó su aroma. Lugonis apretó los dientes intentando alejarlo de él, pero era inútil.

—No te esfuerces, como dije antes, estas bajo mi control, cabellero. —reafirmó él con una nueva sonrisa en sus labios.

Sus rostros estaban muy cerca y casi sus narices se podían llegar a rozar. La música finalizó, pero el acompañante de Lugonis no parecía estar satisfecho y tan pronto empezó otra nueva canción se recorrió con él la pista de baile entera. Disfrutaba mucho jugar con sus presas y esa desde luego era una que desde el inicio había llamado su atención.

 

 

En el balcón Radamnthys había visto como una joven entraba y cerraba las puertas tras de sí. Sabía perfectamente quién era y de inmediato pasó a arrodillarse ante aquella bella dama a la llamaba “su señora”. La joven llegó hasta él y le indicó que se levantase, Ramanthys acató la orden y se levantó para tomar su mano y besar su dorso con delicadeza. Beso el guante de encajes negros que llevaba y pasó a posar su mirada en ella. ¿Qué estaba haciendo su señora en su fiesta de cumpleaños? No podía ser descortés y no invitarla a nada para beber. Cuando fue a llamar a Valentine, ella negó con la cabeza y puso su dedo índice en sus labios.

—No te preocupes, no es importe. —declaró ella para luego separarse y pasar a mirar hacia el horizonte, donde la noche aún era muy oscura.

— ¿Qué aquí, madame? —preguntó Radamanthys.

—Solo pasaba por aquí, Radamanthys. Vine a felicitarte en persona. —confesó ella mientras se giraba y se acercaba a él de nuevo para acercar los labios a su cuello y depositar un ligero beso. Ramanthys mantuvo la compostura y ella se separó. —Buena fiesta Ramanthys, nos veremos luego.

Se alejó de él y las puertas del balcón se abrieron dejando ver la fiesta que se estaba llevando a cabo dentro, en la segunda planta. Al pasar lado de Valentine este se inclinó hacia delante en señal de respeto.

—Asegúrate de que todo salga según lo planeado, Valentine. Iré a buscar a Minos, no me fio de dejarle solo. —susurró para que solo le oyese el joven sirviente.

—Así será, mi señora Pandora. —afirmó este.

La joven se volvió a reunir con su séquito de acompañantes y se perdió por la sala. Radamanthys volvió  a entrar en ese momento y Valentine le dedicó una reverencia a su señor con todo el respeto del mundo. Porque así era, Valentine era el sirviente más leal que Radamanthys podía tener, su mano derecha, su sirviente personal. No actuaría a las espaldas de su señor jamás en la vida, sabía que esa mujer, Pandora, influía en su señor y por ello la respetaba, había aceptado seguir su plan, pero desde un segundo plano, al margen de hechos más cercanos.

Ramanthys echó un vistazo por toda la sala viendo como Zaphiri, con quien había tendido ese encontronazo hacía unos momentos permanecía alejado de la pista de baile y además no estaba junto a Lugonis, eso era bueno. Buscó a aquel pelirrojo con una vista de lince y le vio en la pista de baile bailando con un extraño. Una furia invadió su cuerpo y empezó a caminar hacia la pista de baile abríendose paso entre la gente para llegar hasta donde Lugonis bailaba con aquel hombre de largas hebras alvinas y plateadas. Llegó hasta él y agarrando su hombro con fuerza le hizo girarse y le apartó de un empujón para coger la mano de Lugonis y tirar de él hacia él. Con furia y desprecio miró a aquel hombre, quien solo formó una sonrisa en sus labios.

—No quiero volver a verte bailando con él, ¿queda claro? —soltó de advertencia Radamanthys mientras Lugonis se sonrojaba.

El hombre de hebras albinas y plateadas solo sonrió e hizo una reverencia  para alejarse de allí. Sus pasos se dirigieron hacia una de las esquinas, donde Pandora se encontraba junto a su séquito de damas del infierno; sostenía una copa en sus manos. Al verle ella solo movió los ojos un poco.

—No llames la atención, creo que lo dejé lo bastante claro, ¿no? Minos —preguntó Pandora mirando al mencionado.

—Sí, sí, pero te traigo una información muy valiosa. —dijo Minos sin dejar de sonreír para ver como enseguida había captado la atención de Pandora. —Entre los invitados se encuntra un Santo de Atenea.

Pandora abrió los ojos con incredulidad, ¿el Santuario ya se estaba movilizando? Pero Atenea aún no había reencarnado, parecía que querían tomar la delantera. No les dejaría, su plan era resucitar a los 108 espectros de Hades lo antes posible y tener todo para el regreso de su señor Hades. No podía dejar que ese Santo se entrometiese. Miró a Minos y dejó la coma sobre la mesa.

— ¿Quién es? —preguntó mirando fijamente a Minos.

Minos solo se rió un poco dejando salir una risa que ejecutó más con la respiración que con sus propios labios.

—Si se lo digo se arruinará el plan. —contestó Minos.

— ¿Qué quieres decir? —preguntó Pandora sin entender las palabras de Minos.

—Dejemos que el propio ateniense despierte a la Estrella Celestial de la Ira. —dijo ampliando su sonrisa.

Pandora no terminaba de estar convencida, pero si Minos lo decía se fiaría de él.

 

 

Por el lado de Lugonis, aún miraba a Radamanthys sin saber cómo reaccionar. El Príncipe solo entrecerró los ojos y tomando la mano de Lugonis y tiró de él para abandonar la sala y salir a los jardines a tomar algo de aire. Allí no había apenas gente y la que había abandonó dicho lugar ante la presencia del anfitrión. En silencio se paseó por los rosales hasta llegar a unos donde crecían unas hermosas rosas blancas. El blanco simbolizaba lo puro, al menos en el lenguaje de las flores y Lugonis así también lo veía. Todo aquel jardín estaba repleto de rosas blancas las cuales se veían realmente hermosas y llenas de vida. Los ojos de Lugonis brillaron al ver un jardín tan cuidado. Amaba las flores y en especial las rosas. Era como su jardín de rosas rojas demoniacas, pero estas no le causaban ningún mal a nadie. Con la punta de los dedos dio paso a rozar aquellos pétalos ante la mirada constante de Radamanthys. Su corazón latía de forma acelerada y aún más cuando este se acercó quedando a su lado.

—Dime, Lugonis, ¿te gustan estas rosas? —preguntó poniendo su mano sobre la de Lugonis.

—Sí, son rosas blancas, una especie poco usual…—sonrió—Simbolizan la pureza y estas están muy bien cuidadas.

Radamantys tomó la mano de Lugonis y la llevó a sus labios para besar su dorso por encima de aquellos guentes. Al notar la tela se molestó un poco y con delicadeza tiró de uno de sus dedos para sacarle el guante. Lugonis se puso un poco nervioso, pero Radamanthys solo observó su mano recién descubierta. Para su sorpresa vio que era una delicada mano, sin ningún rasguño, parecía la mano de una bella dama de la alta aristocracia que jamás había trabajado. Con vergüenza, Lugonis desvió la mirada sonrojado.

—Tienes unas bellas manos, parecen muy delicadas…—cimentó mientras la giraba y pasaba a ver su palma. — ¿De dónde eres?

En ese momento Lugonis abrió ligeramente los labios sin saber que contestar. No podía revelar su autentica identidad, por lo que recurrió a su otra identidad.

—Soy de Escocia. —dijo tras unos segundos en silencio. Radamanthys le miró ahora fijando sus ojos en los de Lugonis.

—Entiendo, por eso tus cabellos rojizos. Ese apellido es originario de allí. —comento mientras depositaba un beso en la palma desnuda de Lugonis.

Ante aquel acto Lugonis se sonrojó, pero no se puso nervioso, solo observó maravillado la espectacular postura de Radamantys. Su corazón cambió sus latidos a unos más pausados y su cuerpo sintió una nueva emoción que no supo explicar. Radamanthys bajó la mano y acortó un poco la distancia con Lugonis sin dejar de mirarle a los ojos. Con su otra mano libre pasó a acariciar aquellos bellos labios. Antes les habían interrumpido, pero ahora nadie lo haría. Quería besar esos labios, ese joven pelirrojo despertaba en él sensaciones muy confusas que su mente no podía explicar. Fijó su mirada en aquellos ojos verdes de un tono apagado, los cuales se había cerrado levemente y apartando el pulgar dio paso a acercar sus labios. Sosteniendo el mentón de Lugonis a punto estuvo de rozar sus labios, pero en el último momento Lugonis abrió los ojos y apartó la mirada. ¿Le estaba rechazando? Eso le dejó confundido y le enfureció un poco, nadie jugaba con él de esa forma para luego, en los últimos instantes, rechazarle.

— ¿Qué ocurre? —preguntó con cierto tono de molestia, detestaba las medias migas.

—N-nada…es solo que…puedo hacerte daño y no quiero. —dijo apartando la mirada hacia las rosas blancas.

¿Qué pasaría si le besaba? Un mortífero veneno corría por sus venas. La maldición de Piscis. Apretó los dientes queriendo salir de ese momento. Jamás debió dejarse llevar. No podía. Lo iba a estropear todo. Radamanthys permaneció pasivo y relajado. En ningún momento se apartó y evitó, tomando el mentón de Lugonis de nuevo con su mano y hacerle verle a los ojos, su mano diestra había estado sujetando la mano de Lugonis, que Lugonis se apartase.

—No me va a pasar nada. Veo en tus ojos que estas sufriendo y no quiero que así sea. Alguien como tú no debería estar triste. —acarició su mejilla. —Yo te quitaré esa tristeza.

Había visto el brillo que su cercanía producía en Lugonis, la cual él mismo sentía y no quería apartar esa extraña calidez y bienestar que Lugonis le estaba brindando.

Pareciendo que le había convencido pasó a verle con tranquilidad y cuando su mirada volvió a recuperar ese brillo se acercó y besó los labios de Lugonis sujetando su mano, la cual sintió un agarre por parte de Lugonis. En ese momento el tiempo pareció detenerse a su alrededor. Lugonis sintió una gran energía recorrer su cuerpo y como este se llenaba de mariposas que iban repartiendo la calidez por todo su cuerpo. Se inició un beso lento, pero luego Radamanthys lo intensificó más llegando a meter la lengua un poco en la boca de Lugonis recogiendo un poco de su saliva. La lengua de Lugonis pasó ligeramente sobre los colmillos de Radamanthys y para su mala suerte se cortó un poco, haciendo que algunas gotas de su sangre penetraran en la saliva de Radamanthys. Aquel momento pasó de ser perfecto a de repente sentir Radamanthys como algo se clavaba en su costado. Abrió los ojos y se apartó un poco de Lugonis viendo como una de las rosas blancas había sido arrancada y luego clavada en su costado. La mano de Lugonis que aún tenía el guante puesto estaba manchada de sangre y extendida hacia delante. Radamanthys abrió los ojos y miró a Lugonis, quien estaba en shock y paralizado.

— ¿Q-qué  has hecho…?—preguntó sin dar crédito. —Me has traicionado…

Cayó hacia atrás mientras soltaba la otra mano de Lugonis y este le miraba en shock si saber qué hacer. ¿Cuándo había cogido aquella rosa? En pánico miró sus manos y como el cuerpo de Radamanthys caía hacia atrás y su traje se iba manchando de rojo debido a su propia sangre. Además la respiración empezó a faltarle de repente, el veneno de Lugonis había empezado a actuar muy rápido. Lugonis retrocedió unos pasos hacia atrás. Radamanthys no dejaba de mirarle a los ojos con desprecio y odio, su mirada había cambiado de repente.

—Yo no…—su voz sonó casi como un hilo que apenas se escuchó.

Desde el balcón Minos sonreía satisfecho y orgulloro cerrando el puño de su mano y cortando sus hilos que lo habían unido a la extremidad de Lugonis cuando este había estado junto a él bailando. Su plan había salido a la perfección. ¿Qué mejor forma de despertar a una bestia que con odio? Valentine había acudido al rescate de su señor al verlo caer. Minos abandonó el balcón.

Valentine sostuvo el cuerpo de su señor alarmado buscando la causa hasta que vio la rosa y miró a Lugonos:

— ¡Tú! ¡Has matado a mi señor!

Lleno de rabia gritó y de repente un brillo púrpura bajó del cielo y envolvió el cuerpo de Radamanthys en un aura oscura negra. Poco a poco se fue levantando y el brillo de dos ojos rojos apareció. De seguido un gran rugido rompió la armonía de la fiesta y todos salieron de allí asustados. Valentine vio como delante de él el cuerpo de su señor se ponía en pie y dejaba salir dos alas negras que se fueron transformando en dos alas metalizadas, la energía se fue apartando rebelando a un Radamanthys cubierto por la armadura de un dragón. Lugonis se llevó la mano a la boca. Una Sapuri, la Sapuri del Wyvern; tan oscura y brillante como las tinieblas del infierno. Con todo su cuerpo cubierto, Radamanthys dio un pisotón y miró al cielo rugiendo de tal forma que ponía la piel de gallina. Una nueva estrella maligna había nacido.

La mirada de Radamanthys se ocultó debajo de la sombra de su casco y a su alrededor empezó a emanar un aire oscuro que fue pudriendo y marchitando aquellas rosas blancas que se volvieron negras por completo. Lugonis estaba paralizado mirando como aquel bello jardín pasaba a ser el cementerio de aquellas rosas. Se llevó la mano al pecho mirando a todos lados, su guante seguía manchado de sangre. La mirada de Radamanthys estaba clavada en él y se leía que quería matarle, destruirle.

—Voy a matarte, Lugonis Sinclair. Has osado atravesar el cuerpo de Radamanthys de Wyvern con una insignificante rosa blanca. Lo pagarás muy caro…—habló en un tono amenazante.

Su cosmos empezó a elevarse de manera desmesurada. Lugonis jamás había sentido un cosmos de semejante calibre. El viendo empezó a volverse más fuerte y a elevarse. Radamanthys estaba concentrando parte de su poder, el cual luego expulsó provocando una onda expansiva de tal magnitud que destruyó por completo los roles y todo lo que había a su alrededor dejando todo el jardín desierto. Lugonis dio paso a ser lanzado por los aires y rodar por el suelo. Se incorporó un poco y vio como Radamanthys se iba acercando a él haciendo sonar su Sapuri en cada paso. Lugonis apretó los dientes, debía llamar a su armadura y ponérsela, pero, algo parecía estar impendéoslo. ¿Qué era? Apretó los dientes. No podía dejarse llevar por la duda o la incertidumbre. No. Debía luchar. En su mano apareció la rosa negra y encendió su cosmos pasando a lanzar varias de sus rosas. Ante su ataque Radamanthys pasó a cubrirse con sus dos grandes alas y mandar a las rosas, con su propio cosmos a ambos lados para evitar que le diesen tanto a él como a Valentine, quien estaba detrás de él. Cuando se descubrió y paso a ver a Luginis de nuevo vio como resplandeciente armadura de oro brillaba sobre su cuerpo.

—Así que también eres una sucia rata dorada de Atenea. —masculló mirando aún más con odio a su recién descubierto enemigo. —También eres a quién más desprecio…

Lugonis mantuvo su mirada firme en Radamanthys, listo para luchar. Su corazón seguía sin saber cómo había podido atravesar a Radamanthys con la rosa de antes.

—…bueno, mis motivos para hacerte desaparecer son mayores. ¡Acabaré con tu insignificante existencia ahora y luego en el infierno me aseguraré de que tengas la peor de las torturas por toda la eternidad! —gritó haciendo explotar su cosmos una vez más volviendo a crear esa onda expansiva de antes, pero esta vez seguirá de una explosión. Lugonis recibió el ataque apretando los ojos y escupiendo algo de sangre. Radamanthys era tremendamente poderoso.

Cayó al suelo y cuando se dispuso a levantar y lanzar un ataque la presencia de una dama les hizo detenerse a los dos.

—Detente, Radamanthys. —dijo su voz.

Al oír aquella voz, Radamanthys se detuvo en seco y se giró para encontrarse a aquella mujer que era su señora y a quién en el pasado le juró una de las más absolutas lealtades. Su señora Pandora, quien venía acompañada por otro de los jueces del infierno, Minos de Grifo. De inmediato pasó a arrodillarse ante ella y agachar la cabeza.

—Mi señora Pandora, me presento ante usted. Yo, Radamanthys de Wyvern, Estrella Celestial de la Ira. Y uno de tres jueces del Infierno. —habló mientras ella solo cerraba los ojos.

—Bienvendio, Radamanthys. —dijo ella mientras fijaba su mirada en el espectro. —Puedes levantar la cabeza. Nos vamos.

Pasó a su lado y se acercó a Valentine para dar paso a concederle su petición, en su cuerpo apareció la Sapuri de la Harpía. Luego se giró y se pegó a Radamanthys, quien abrió un portal para ir al Inframundo y dejó que uno a uno empezara a entrar. Minos fijó la mirada en Lugonis y le sonrió de forma burlona.

—Nos volveremos a encontrar, Santo de Atenea.

Cruzó el portal. Lugonis vio como Pandora estaba excesivamente cerca de Radamanthys, con una de sus manos la ponía en el pecho de su Sapuri y la acariciaba, de seguido, Radamanthys pasaba a cubrirles con una de sus alas y ella cruzaba el portal. En lo que lo cruzaba dirigió su mirada hacia Lugonis.

—Te mataré, iré a buscarte yo mismo y acabaré contigo…—amenazó y cruzó el portal para cerrarse después.

Lugonis se quedó allí solo, observando cómo las rosas estaban muertas en el suelo. Se agachó y cogió una de ellas. En ese momento Zaphiri llegó corriendo para encontrarse lo que parecía haber sido un campo de batalla.

—¡Lugonis! ¿Estás bien? —preguntó él yendo hacia su amigo viendo que estaba arrodillado junto a un campo de rosas marchitas y destrozadas.

—Sí, Zaphiri. Estoy bien. —contestó—Pero la misión ha sido un fracaso. Una nueva estrella maligna ha despertado y no he podido evitarlo.

Sus ojos se ocultaron bajo el flequillo de sus hebras rojas. ¿Por qué se sentía tan triste? Contemplaba la rosa muerta de sus mano, sintiendo que su corazón se sentía igual. ¿Por qué? Apretó los dientes y derramó algunas lágrimas. Zaphiri observó a su compañero incrédulo viendo como lloraba. Sin entender el motivo. Volverían al Santuario sin éxito alguno.

 

Continuará…


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).