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Cacería por Seiken

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El primero en caer había sido Cheshire, como lo había adivinado, fue al primero al que atacaron, al ser el más joven, el más pequeño, el más delicado, poco después cayó Kagaho, quien lo recogió, pero recibió un golpe certero de uno de los cazadores, pero no los dejaron atrás, no los dejarian atras para que esos lobos les hicieran daño, los destruyeran, los violaran. 

 

Pero comprendía bien que no podrían llegar muy lejos, de todas formas no había un lugar a donde escapar, donde guarecerse, lo sabía tan bien, que pensaba que solo estaban retrasando su muerte, porque no creía que hubiera ningún alfa que quisiera ayudarles. 

 

Eran espectros, de ellos se contaban demasiadas historias, todas ellas malas, eran los enemigos, los monstruos que mataban a los niños, que cortaban la leche, que hacían el mal, por el simple hecho de hacerlo. 

 

Repentinamente sintió que algo se aferraba a una de sus piernas, haciéndole caer, tentáculos que terminaban con desagradables ojos, que no eran la mitad de desagradables como el espectro que lo detuvo. 

 

-Nunca pense que tendria la suerte de poseer a Minos… 

 

Raimi era un traidor que disfrutaba lastimar a los caídos, era uno de sus soldados, un soldado que despreciaba, un ser tan feo por dentro como lo era por fuera, casi tan desagradable como Zeros, o Stand, aunque había muchos espectros que no eran muy atractivos, esos eran los peores. 

 

-¡Minos! 

 

Minos pudo ver como los lobos iban acercándose, apretando los dientes, sintiendo como tiraban de él, Lune y Byaku, ayudándole a levantarse, pero les había hecho perder tiempo, valioso tiempo que sus enemigos aprovecharon para rodearlos. 

 

-¡Protejan a los caídos, nadie se rinde y nadie se queda atrás! 

 

Los espectros se acomodaron en círculo, cada uno protegiendo al de la derecha, respirando hondo, con Kagaho y Cheshire en el centro, su dios junto a sus soldados, con su armadura, su espada, esperando el momento en el que los atacaran. 

 

-Esperen a que ellos den el primer golpe, en ese momento, atacan, pero no rompan filas, no podremos defendernos si logran ingresar en este círculo. 

 

Todos asintieron, esperando el primer embiste de los lobos y los cazadores, que fue duro, brutal, pero eran los más débiles, pareciera que estaban jugando con ellos, que solo se estaban divirtiendo de su desesperación. 

 

-Hermano, es mejor que se rindan, no tienen escapatoria y si tu entregas a tus soldados, ellos te perdonarían, no tendrias porque sufrir el mismo destino que esos bastardos. 

 

Era Pandora, con un armadura de cacería, a su lado estaba Valentine entre otros espectros que pensaban eran leales, logrando que Hades, apretara los dientes, sintiendo náuseas de su propia hermana, que era un alfa femenino. 

 

-No le daré la espalda a mis soldados Pandora, como tu me has dado la espalda a mi, asi que puedes darte por bien servida, tu ahora le perteneces al dios de la cacería, yo he dejado de tener una hermana. 

 

Pandora solo se rió, al escuchar las palabras de su hermano, un omega, que protegeria a sus soldados, aquellos que eran leales, porque todos los demás no eran más que unos traidores, una razón más por la que nunca podría vencer en una guerra, estaba en desventaja. 

 

-Eso me conviene, asi podre ser el alfa del dios de la muerte. 

 

Para cada uno de los espectros leales al dios Hades, aquellas palabras fueron espantosas, nauseabundas, su señor no era como cualquier otro, él era especial, no era como cualquier mortal, mucho menos como cualquier omega, era un dios, un dios justo, así que su hermana era una demente si pensaba que dejarían que tocaran un solo cabello de su señor. 

 

-¡Maldita perra traidora! 

 

Ese era sin duda Aiacos, quien había perdido a su alfa, cuando ella quiso defenderlos, antes de que tuvieran que esconderse como ratas en la sala del trono de Hades, quien estaba libido, sin creer que su hermana dijera esas palabras, pero se mantuvo firme, no le mostraria miedo, ni su desprecio. 

 

-Ellos dicen que nosotros somos demonios, que somos seres impronunciables, que somos monstruos, y los monstruos son quienes causan terror, no lo sienten. 

 

Hades elevó su espada y cortó a la mitad al primer alfa que quiso acercarse a ellos, con una expresión de satisfacción muy difícil de describir, sonriendo, pues, sabía que aunque murieran, lo harían para que recordaran que ellos se defendieron, que ellos no dejaron que los cazadores los hicieran correr. 

 

-¡Ellos lo causan! 

 

Gritó, elevando su espada, escuchando como sus espectros vitoreaban sus palabras y eso elevaba su espíritu, atacando a cada uno de los que osaban acercarse a ellos, gritando su furia, mostrandola, haciéndoles sentir orgullosos, aunque bien sabían, que iban a morir. 

 

-¡Nosotros somos quienes causamos las pesadillas de los mortales al dormir! ¡Nosotros somos espectros! 

 

Habían logrado sostenerse en pie, casi llegaban a la salida del Inframundo, la que ya no custodiaba el traicionero barquero, sin embargo, sabían que no tendrían la fuerza suficiente para resistir, que debían mantenerse firmes, enfurecer a los dioses de la caza para que comprendieran porque con los espectros no debían meterse. 

 

-¡Mantengan la posición! 

 

Hades les recordó, sin saber que eran observados por los santos dorados, que veían con desagrado como una horda quería dañarlos, querían violarlos, sin esperar que de pronto las plantas del Inframundo, que habían llegado a ese mundo por azares del destino, de los jardines de la voluble diosa del amor se elevaron, atacando a sus enemigos, como si fueran una barrera viviente. 

 

-¡No se muevan! ¡Mantengan la posición! 

 

Los espectros obedecieron viendo a su vez, como un grupo de puntos dorados brillaban, eran doce de ellos, eran los santos dorados de Athena, que habían destruido su ejército en pocas horas, al atacar juntos, acompañados de su diosa, que puso sus sellos en todo el reino de su dios, que aun mantenía firme su postura, al igual que ellos. 

 

-No bajen la guardia. 

 

No lo harían, no sabían porque estaban allí los santos dorados, aunque esperaban que esa fuera la ayuda de la que hablaba Radamanthys, al menos, que el buen alfa del que había hablado, estuviera entre esos guerreros, que eran formidables, especialmente con su cosmos aumentado por diez gracias a las barreras de la diosa Athena. 

 

-Parece que son la caballería… 

 

Hades no pensaba lo mismo, pero no quería destruir la esperanza de sus espectros, que ya no podían resistir más tiempo de pie los embates de dos ejércitos, sin importar que tan fuertes fueran. 

 

-Aun así, no bajen la guardia. 

 

Les recordó, viendo como Cheshire se recuperaba, pero Kagaho no parecía hacerlo, quien sangraba de su costado, pensando que les había fallado, otra vez, a sus soldados que confiaban en su liderazgo, pero solo les había llevado a la ruina. 

 

-No lo haremos mi señor… 

 

No bajarian la guardia, porque no sabian la razon detras de la milagrosa visita de los doce demonios de Athena, que lograron llegar hasta ellos y por alguna razón, que no alcanzaron a comprender, los rodearon, como si también fueran un escudo protector. 

 

-¿Donde se encuentra Thanatos? 

 

Preguntaron, un treceavo soldado, un anciano de cabello blanco, vestido con una armadura de plata, con una actitud socarrona, como si esa desesperada pelea fuera divertida, haciendo que Hades deseara castigarlo en lo más profundo del Inframundo, pero no hizo nada, por el momento, parecían defenderlos de sus enemigos. 

 

-¡Ese maldito traidor se largo mucho antes de que esto diera inicio, junto a su hermano! 

 

Hypnos, que era un omega, así que tal vez lo protegió de esa cacería, sin decirles nada, por lo cual, Aiacos deseaba destruirlo, castigarlo por sus constantes traiciones, por sus mentiras, por la muerte de su pequeña. 

 

-¡Esos malditos traidores! 

 

Minos escuchaba esas palabras, con sus hilos aun danzando frente a ellos, dispuesto a cortar a cuantos pudiera con ellos, notando entonces a un alfa hermoso, tan hermoso como nada que haya visto, un alfa, que le observaba de reojo, con un aroma cobrizo que le hizo estremecer. 

 

-Los dioses gemelos han secuestrado a uno de nuestros omegas, por los pactos de los dioses, ustedes ahora nos pertenecen, diez omegas, por uno que tomaron, es lo correcto. 

 

Antes de que pudieran decir cualquier cosa, defenderse, los guerreros que podían usar la telequinesis, el espacio tiempo, los transportaron a otro sitio, sin importarle lo que dijeran los dioses que los estaban cazando, sin importarle lo que ellos dijeran, llevándolos al santuario, en donde un sujeto idéntico al anciano que dijo que eran suyos, los esperaba con una expresión de furia. 

 

-Convocamos la ley de las Sabinas, ustedes son nuestros y cualquiera que se interponga, buscará una guerra con el santuario. 

 

Estaba hecho, pero aun así, Sage golpeó a su hermano, un fuerte golpe que le hizo trastabillar, pero aun así sonreía, sobándose la quijada, con los omegas del Inframundo aun formados, en una postura que claramente decía que se defenderian, que no dejarían de pelear. 

 

-¿Que demonios estas haciendo Hakurei? ¿Acaso has perdido la razón? 

 

No había perdido la razón, había matado dos pájaros de un tiro, había protegido a esos espectros y les había llevado posibles parejas a los jóvenes del santuario, así como una para él, quien había acudido a él, para pedirle ayuda. 

 

-Lo que hizo fue interrumpir nuestros festejos. 

 

Pronunciaron de pronto, dos esferas de fuego, que se escuchaban furiosas, una de ellas era femenina, la otra masculina, esferas de fuego sin cuerpo, ni forma, que esperaban una retribución, que les regresaran a sus presas a su campo de entretenimiento. 

 

-Hakurei tiene razón, ellos al pisar el santuario, al secuestrar a uno de mis soldados, se han entregado a sí mismos a nuestro cuidado, a menos, que deseen enfrentarse a nosotros por ellos, será mejor que se vayan. 

 

Era la diosa Athena, diosa de la guerra justa, aunque en ese momento era mucho más la diosa de la guerra, que de la justicia, especialmente para los ojos de esos espectros, que mantenían la posición de defensa. 

 

-Se ha convocado la ley de las Sabinas, estos espectros son parte de mi ejército ahora mismo, queridos hermanos, yo pelearé por ellos y sabemos de qué lado está la justicia, y de que lado esta mi padre. 

 

Las dos esferas guardaron unos instantes silencio, antes de que la voz masculina riera, mostrando un rostro atractivo, hermoso, como si estuviera presente en ese sitio, creado por las llamas. 

 

-Muy bien querida hermana, se hará tu voluntad, pero la cacería no ha terminado y no lo hará hasta que ellos paguen por sus crímenes, así que, en el momento en el que abandonen el Santuario, son nuestros. 

 

Poco después, las llamas se apagaron, al mismo tiempo que Hades aun en su posición, señalaba a la diosa Athena con su espada, no estaba de acuerdo con ese trato, no eran cosas, no eran animales y no serían tratados como eso. 

 

-¿Como te atreves a insultarnos de esta forma? 

 

Preguntó el dios de la muerte, escuchando los pasos de Sage, que se veía arrepentido por estos sucesos, quien trataba de pensar en una forma de proteger a esos muchachos, algunos de la edad de su pequeño testarudo, los otros mucho menores. 

 

-Pero mi señora, ellos no son animales, no es justo que sean tratados de esa forma. 

 

Athena le observó con benevolencia, después de todo era su patriarca, pero la jugada de Hakurei era mucho más de su agrado, ellos ganaban y los espectros también, protegían a unos inocentes y mantenian la cordura de sus alfas, que no parecían entender que estaba pasando. 

 

-En ese caso tienen hasta la media noche para tomar una decisión, permanecer en el santuario, bajo la ley de las sabinas, o salir de aquí, aceptar lo que tenga que ocurrir, porque no voy a iniciar una guerra santa por nueve omegas que son nuestros enemigos. 

 

Estaban solos, atrapados entre la espada y la pared, todo por su culpa, se dijo Radamanthys, que observaba a Hakurei como si fuera un monstruo, el peor de los traidores, porque a fin de cuentas, no escaparon del destino que los aguardaba en esa cacería. 

 

-Tienen hasta entonces para tomar una decisión, mientras tanto, mandare algunos curanderos para que atiendan sus heridas, de salir de aqui, tendran una pequeña oportunidad de sobrevivir. 

 

Minos seguía en la misma postura, hasta que Aiacos colocando una mano en sus hombros, le instó a dejar de usar sus hilos, pero, inmediatamente atacó a Radamanthys, golpeando su rostro, su estómago, culpandolo de ese desenlace tan desagradable. 

 

-¡Tu y tu alfa bueno! ¡Tu nos vendiste al santuario! 

 

Hakurei observó esa respuesta con una expresión fría, antes de regresar a donde se encontraban sus muchachos, quienes le observaban con molestia, ninguno de ellos sabía de qué estaban hablando. 

 

-No pueden estar hablando en serio, esos omegas son personas, son nuestros enemigos, pero no son cosas, no son animales. 

 

Era Degel, quien hablaba furioso, esperando que alguno de sus aliados dijera algo, dijera que ni Hakurei ni Athena tenían el derecho a tomar esa decisión respecto a las vidas de sus enemigos, pero todos guardaron silencio. 

 

-No puedo creer esto. 

 

Ni siquiera Aspros parecía indignado, mucho menos su hermano, que era un alfa, con el rostro siempre cubierto por una máscara de madera, Cid, que también era un omega, les observó unos instantes, antes de retirarse, pensando lo mismo que él, supuso, al permitir que se realizará esa condena, los convertía en la misma basura de la que protegieron a esos espectros en el Inframundo. 

 

-Pues creelo, es la única forma de mantenerlos a salvo, sin iniciar una guerra santa por un puñado de omegas, con esos hermanos dementes. 

 

Sage veía esa respuesta con decepción, escuchando las palabras de su hermano, la decisión de su diosa, acercándose al mayor, que estaba en compañía de los alfas del santuario, puesto que Cid y Degel se habían marchado, no deseaban participar en ese acto injusto. 

 

-Les prohibo hacerles daño.

 

No deseaban hacerles daño, eso nunca pasaba por la mente de un alfa en sus cabales, pensó Hakurei, aunque sabía que Sage no lo creía en sus cabales, pensaba que había perdido la razón o algo peor, que era un pervertido, un adepto de la lujuria, pero seguía siendo el anciano pragmático de su pasado, mucho más sabio que cuando era un muchacho idealista. 

 

-No les haremos daño. 

 

Fue Albafica quien respondió, observando al espectro de cabello blanco, que fue separado del rubio con las cejas unidas, quien no se defendió, pensando que ese aroma, el de ese omega, era el mismo de noruega, ese aroma a muerte, como si dieras el último aliento. 

 

-Pero también estamos solos, patriarca, siempre estamos solos, esos omegas también deben sentir el peso de la soledad, podríamos hacernos compañía. 

 

Aspros había conocido a un hermoso omega, pero su hermano estaba solo, cualquiera de ellos podía aceptarlo a su lado, no eran malas personas, no les harían daño, y aunque la ley que Hakurei proclamó era una atrocidad, sabían que la cacería no se terminaría hasta que dieran con ellos, donde fuera, al solicitarlos como sus trofeos, protegían sus vidas sin iniciar una guerra.

 

-¿Qué hay de Manigoldo? ¿Porque no está con ustedes? 

 

Porque no estaba en el Inframundo, el dios que lo secuestro había abandonado ese sitio, antes de que iniciara la cacería, protegiendo a su hermano, a Hypnos, el dios del sueño, que también era un omega. 

 

-Thanatos huyó junto a su hermano antes de que fuera proclamada la cacería. 

 

*****

 

Hola chic@s, espero que les guste este capitulo, y como ven, ya tenemos a varios omegas, doce para ser exactos, tenemos una pareja que es la de Thanatos/Manigoldo, pero, que otras parejas se imaginan que habrá. Muchas gracias por sus comentarios, sus lecturas y sus estrellas. SeikenNJ.


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