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Disforia por Daena Blackfyre

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Dentro de su habitación, era el único espacio donde Sabo podía respirar tranquilo dentro de esa casa. Después de años de vivir ahí, cada rincón lo agobiaba. Terminó de estudiar considerablemente temprano y bostezó sintiéndose cansado. Todos los días se levantaba muy temprano para estudiar y terminar sus deberes y sus clases para después ser libre de hacer lo que quisiera.


Sus padres siempre estaban conformes mientras siguiera manteniendo su estatus sobresaliente, pero a Sabo no le interesaba. Quizá cuando era más chico sí quería complacerlos, pero ya no. Eran falsos y desagradables. Pensar así de su familia lo hacía sentir culpable, pero no podía pensar nada más cuando los veía comportarse. Estaba harto de ir a esas reuniones de alta sociedad donde se paseaban con personas igual de hipócritas que ellos. Sabo era muchos más feliz allí en su hogar, con posibilidad de ver a Ace.


Ace...


Pensar en él lo hacía sonreír. Al menos tenía una persona que era auténtica en su vida. No... Era incluso más que eso.


Sabo recordó todas las cosas que había investigado en Internet para mostrarle. Ace no quería buscar en las computadoras del cybercafé del pueblo, quizá porque le daba pudor o eso suponía. Así que se encargó de encontrar más información para él. Lo que tenía no era una enfermedad ni nada raro, de hecho encontró muchos testimonios en YouTube. Ojalá pudiera invitar a Ace a su casa para poder usar la computadora que allí tenía, pero eso era imposible.


Ya había recibido varios comentarios de sus padres sobre su "mala compañía". Detestaba que opinaran de su vida con tanta liviandad o juzgaran a Ace sin conocerlo, pero no podía esperar más de ellos.


Sabo se levantó dispuesto a salir porque ya no soportaba más ese lugar, pero se encontró con su madre y hermano en la sala. No era una buena señal. Pasó junto a ellos caminando con la esperanza de ser ignorado pero hoy no era su día de suerte.


—¿Dónde crees que vas? —espetó su madre y Sabo suspiró cansado.


—Saldré —aseguró firme apenas volteando a verla y su "hermano" se rió.


—¿Irás de nuevo a ver a ese chico? —dijo Stelly con un mueca asqueada—. Aunque más bien es una niña que se viste de hombre.


—Qué espanto —La señora colocó una mano en su pecho horrorizada—. Los padres deben estar tan avergonzados.


Apretó los puños furioso. No tenía idea cómo Stelly supo lo de Ace, pero se había encargado de decírselo a sus padres y tirar comentarios venenosos cuando lo veía.


—Y no creas que vas a salir a ver a ese raro —espetó su madre severa—. Tu padre irá a hablar contigo cuando vuelva.


Sabo contuvo todas las cosas que quiso escupirle en ese momento y se regresó por donde vino, pero antes se detuvo para sólo lanzar una frase.


—Él es un chico —dijo—. Sin importar lo que ustedes o nadie diga.


Se marchó a su cuarto sin tener deseos de oír lo que tenían para responder. Cerró la puerta con llave y gruñó molesto.


¿Por qué tenían que ser así? Una mezcla de frustración y dolor se arremolinó en su pecho. No le gustaba que hablaran así de una persona importante para él. Sabo se sentía como un extraterreste en esa casa.


¿Cómo se supone que podría tener amigos si discriminaban al único que le importaba? Sabo no le interesaba esas amistades caras y nobles que sus padres le querían imponer. Más de un millón de veces intentaron que se acerque a niños, hijos de sus amigos ricos, para que socialice pero eran muy aburridos. Lo peor era cuando querían presentarle niñas o, como su madre las llamaba, potenciales novias.


Le daba asco pensar en eso. Las personas no eran mercancía. Esas niñas no eran objetos que le mostraban para decidir con cuál se podía quedar. Horror sentía cada vez que los oía hablar así, casi tanto como cuando insultaban a Ace.


Sabo se preguntó qué pensaría su familia si supieran que él era tan raro como Ace, que lo había besado y le gustó. Quizá lo darían en sacrificio o eso imaginaba, aunque tampoco deseaba su aprobación y sabía que nunca la obtendría.


Cuando conoció a Ace, Sabo se sintió atraído por él porque era un niño diferente, fuerte y divertido. Estar con él significaba libertad. Con Ace no había reglas que seguir ni expectativas por cumplir. Todo era diversión y siempre se llenaba de un cálido sentimiento al pensar en él.


De niño sintió miedo por esto porque no se supone que debía sentirse así por su amigo o eso le habían enseñado. Las niñas tenían que gustarle, pero entonces ¿por qué pensaba que le gustaría besar a Ace en vez de a una chica? Le dio temor no saber qué ocurría con él y más de una vez casi siguió su impulso durante sus años de amistad. No quería arruinar la relación con él.


Ahora no se acostumbraba a cómo habían cambiado las cosas.


Saber su secreto les dio una confianza nueva. Sabo tuvo el valor de avanzar porque Ace se lo permitió, aunque estaba seguro que también lo hubiera hecho de ser otras las circunstancias. Estaba feliz porque confiara en él.


Ace era hermoso, lo sabía desde que tenía 10 años, cuando le daba miedo admitir que un hombre podía ser bello, pero que confiara de esa forma en él hacía que su corazón latiera desbocado.


Siempre fue Ace quien estuvo en su mente. No le interesaba ninguna de las chicas que había conocido ni nadie más. Desde antes de enterarse cómo era Ace realmente, supo que quería estar así de cerca con él. No le importaba su género o su cuerpo, sino cómo lo hacía sentir. Cuando eran pequeños le gustaba y desarrolló un sentimiento cálido por Ace que burbujeaba en su pecho. Ahora, cuando pensaba en él, sentía calor. Fuego.


Sentía cosas que le daban vergüenza admitir, pero que a la vez lo emocionaban. Quería compartir todo con él y eso le llenaba de vigor. Quería verlo.


Se acercó a la ventana de su cuarto para abrirla. La casa era enorme y su habitación estaba en el tercer piso. Algo que no sabían sus padres, es que Sabo se había vuelto muy bueno trepando en su infancia. Recordó vagamente la casa del árbol que hizo con Ace y cómo, después de descubrir Internet y que pusieran un cyber en el centro, dejaron completamente de lado eso por ir a jugar. También fue divertido.


Sorteó rápidamente los caños que había en el borde de su ventana. Saltó hasta el árbol que tenía cerca y bajó sin ningún problema. Estaba afuera, por fin. Las consecuencias le importaban una mierda, quería salir un rato de ese infierno aburrido.


Cuando llegó a la casa de Ace, Sabo no esperó que hubiera tanto ruido que hasta se escuchara unos metros antes de entrar. Por lo general, su amigo se encontraba solo y a veces había alboroto cuando estaba Dadan, pero este escándalo tenía otro timbre de voz. Sabo se arrepintió un poco cuando tocó la puerta, tal vez debería haber vuelto sobre sus pasos y regresar en unos días, cuando ese hombre ya no estuviera, pero tampoco se sentía bien dejando solo a Ace con esa visita.


Tragó saliva cuando ese hombre gigante como una pared le abrió. Siempre le había llamado la atención lo enorme que era Garp, porque resultaba bastante intimidante y no lo trataba de la mejor manera, por no decir que era un poco monstruoso.


—Con que al fin te apareces, mocoso —espetó el hombre inclinándose para verlo más de cerca. El olor a mar y a galletas de arroz le inundó los sentidos.


—También es un placer verlo, como siempre —dijo irónico y se ganó un golpe en la cabeza que lo hizo chillar.


—Igual de irreverente que el otro —renegó y luego se apartó—. Entra que la comida se enfriará.


—¿Comida? —repitió sin entender, pero al instante que entró a la casa un delicioso olor le hizo vibrar su estómago.


Ya estaban en primavera, pero el calor realmente no había llegado, aunque eso no impedía que estuvieran haciendo un guiso de lentejas que amenazaba con dejarle la boca hecha un río. Se encontró con Ace sentado en el sillón con los brazos cruzados y muy molesto. Ya había comenzado a pelearse con Garp mucho antes que Sabo apareciera, ahora sólo estaba rabioso en un rincón hasta que le dieran de comer. Era como un cachorro y a Sabo le gustaba eso.


Al instante que lo vio, Ace se relajó. Quizá si en serio fuera un perro ahora estaría moviendo la cola contento. Siempre se molestaba cuando el viejo aparecía de sorpresa, Garp se metía en su vida y quería decirle qué hacer todo el tiempo. No lo soportaba. Además, venía ahora por su cumpleaños cuando ya habían pasado cinco meses, todo con la excusa de su trabajo.


Sabo sólo se río para que se relajara y le dijo que la comida lo haría sentir mejor, cosa que fue muy cierta. Los siervos de Dadan cocinaron un increíble almuerzo, del cual no sobró nada y Ace perdió la cuenta de cuántas veces repitió después de su tercer plato. Garp contó algunas historias de su viaje y siempre que el viejo hablaba era muy gracioso. Fue una buena comida de cumpleaños atrasada, aunque Ace no estaba seguro de llamarla así. Lo mejor fue que luego les dieron helado y se sentó a comerlo junto con Sabo mientras miraban la televisión.


—¿Están dando Episodio V? —preguntó Sabo reconociendo la película.


—Es la mejor —aseguró Ace, pero su amigo no pareció tan de acuerdo.


—Mmm... pero la VI tampoco está mal.


Siempre tenían esa discusión sobre cuál película era mejor, aunque estaban de acuerdo en que todas las precuelas eran malas.


—No puedo aceptar tu opinión, crees que el Episodio III es mejor que el II.


—Ay, pero es muy aburrido ver a Anakin y Padme enamorados.


Ace tuvo que estar de acuerdo allí. Star Wars era una de las tantas cosas que compartían y siempre miraban juntos en alguna maratón. En un momento distraído, Ace le robó algo de helado y Sabo se enojó con él, pero ambos se rieron. Era normal robarse comida, pelear por eso y acabar riendo.


Desde la cocina, Garp vio cómo los niños veían su película y hacían chistes que sólo ellos entendían. Bebió el café que le trajo Dadan y recordó las veces que la mujer aseguró que allí había algo. Incluso le dijo que había intentado prohibirle a Ace que Sabo se quedara en la casa, al menos que durmieran juntos, pero eso aseguró que fue imposible. Sin embargo, pensó que tal vez ella exageraba. Si sólo eran dos mocoso o eso era lo que pensaba. Miró con disimulo cómo Ace colocaba la cabeza en el hombro de Sabo quedándose dormido y a ninguno de los dos parecía molestarle estar así de cerca, todo lo contrario.


Garp arrugó su ceño. Sabía que debía ocuparse de Ace. Quizás hasta el momento había ignorado algunos detalles de la crianza del niño pero ahora era una etapa mucho más crucial. Hasta el momento, le había dado bastante prioridad a su trabajo y se confió en que Ace estaría bien sin él. Sin embargo, tal vez necesitaba más atención. Las palabras de Sengoku dieron vueltas en su cabeza "Algo malo pasará si sigues dejándolo a su suerte" y Garp sabía que tenía razón. Sabía que Dadan cuidaba bien del niño, pero a quien le correspondía tratar ciertos asuntos con respecto a su crecimiento era a él.


Suspiró al pensar que tal vez era momento de tomarse un tiempo para eso y no evitarlo más.


Cuando miró nuevamente al sillón, Ace ya estaba despierto pero seguía con la cabeza en el hombro de Sabo. Ambos reían y se cuchicheaban cosas totalmente incomprensibles para sus oídos. Podía entender a qué se refería Dadan con respecto a esos dos, pero una parte de él seguía pensando que tal vez estuviera exagerando. O quizá no estaba listo para admitir que Ace estaba dejando de ser un niño.


Al día siguiente, Ace se despertó esperando que estuviera Dadan o encontrarse solo como siempre, pero Garp no se había marchado. Estar solos era bastante extraño y se miraron en parte como si fueran dos desconocidos. Él quería al viejo, de cierta forma, pero un poco se le hacía difícil convivir porque no estaban acostumbrados a hacerlo. Garp le preguntó si quería té y Ace aceptó sentándose en la mesa.


—¿Sabes que Rosi adoptó un niño? —comentó dándole la taza de té y Ace lo miró impresionado.


—¿Sí? No lo imagino siendo padre —Recordó lo torpe que era Rosinante y esperó que ese niño se encontrara bien. Garp se rió.


—Es un mocoso de apenas 3 años, pero parece estar llevándolo bien —explicó mientras dejaba una bolsa de galletas en la mesa y las comía. Ace también tomó algunas—. Lo rescató de una ciudad donde hubo una epidemia, perdió a su familia.


Tragó saliva al oír la historia y se sintió preocupado. No había compartido demasiados momentos con Rosinante, pero sí lo apreciaba y sabía que era una buena persona. No le extrañaba que haya hecho eso por aquel niño. Garp había hecho algo similar por él si tenía que ser sincero, pero era diferente.


—¿Y no es... peligroso? —dijo dudando en cómo expresarse y Garp negó.


—No fue algo contagioso —explicó—. Al parecer la enfermedad era causada por un mineral que se encontraba en la zona, pero no sabían que era venenoso. Afectó sólo a los que vivían allí cerca.


Asintió entendiendo la situación y esperó que todo estuviera bien. ¿Cómo sería el niño que adoptó Rosi? Aún no se lo podía imaginar, era una noticia bastante impactante. Creía recordar que Dadan le comentó sobre eso que había pasado en una ciudad, pero no estaba seguro. Aunque lo que menos esperaba era que Rosinante haya adoptado un niño.


—Ahora están en España —continuó Garp hablando—. Sengoku irá a verlos pronto y pensé en tomarme un descanso también.


Ace escuchó todo lo que le decía mientras tomaba su té. Si no estaba equivocado, parte de la familia biológica de Rosinante estaba en España, al menos un hermano raro que tenía. Quizá lo estaría visitando con su hijo.


—Pensé que podrías ir también en el verano.


Esa última frase hizo que se atragantara con el té.


—¿Qué? —espetó sorprendido y parpadeó—. ¿Ir yo? ¿A España?


El viejo asintió. Ace nunca había salido de allí. Siempre eran los demás quienes iban de visita, pero esa sería la primera vez que viajaría a otro sitio. Existía un motivo por el cual él no podía salir, por el cual Garp siempre le decía que debía permanecer en ese pueblo, ¿será que algo cambió? Permaneció impactado mientras meditaba al respecto, pero Garp volvió a hablar.


—Estuve pensando que podrías quedarte con nosotros —dijo y Ace lo miró sin entender—. Tienes que terminar la escuela y luego ver dónde quieres ir para...


—Espera —Ace lo interrumpió levantando una mano intentando procesar lo que dijo—. ¿Cómo que quedarme? ¿A vivir quieres decir?


No hubo respuesta, pero Garp se lo dijo con su silencio y Ace estalló en cólera.


—¡¿Qué?! —espetó levantándose de la silla casi provocando que se caiga hacia atrás—. ¿Que viva contigo? ¡Estás loco, anciano! No pienso irme.


—Harás lo que yo te diga, mocoso —sentenció levantándose pero ni el tono autoritario ni el porte de ese hombre lo intimidaba.


—No puedes decidir por mí, ¡nunca te importé!


—No te hubiera protegido del mundo entero si no me importaras.


Ace apretó los puños y se sintió furioso. Sabía lo que Garp había hecho por él, protegerlo de todas las personas que lo quería ver muerto por quien había sido su padre. Por eso es que vivía en el medio de la nada, pero ¿desde cuándo ahora quería vigilarlo en primera persona también?


—No quiero —aseguró firme—. No puedes decidir por mí. ¿Qué pasa con Dadan? ¿Qué pasa con...?


Ace no lo dijo, pero en su corazón estaban las palabras. ¿Qué pasa con Sabo?


Tal vez sólo por ese detalle estaba tan molesto. No quería dejar a la persona más significante en su vida y no lo haría. Ese viejo podía irse a la mierda.


Garp no se inmutó, sin embargo.


—Aún tengo que resolver algunos asuntos para que puedas viajar —dijo ignorando la molestia de Ace y comenzando a caminar hacia la puerta—. Volveré en septiembe, así que ve haciéndote la idea.


Volvió a quedarse en silencio luego que la puerta se cerró y Ace se encontró allí solo. Faltaban tres meses para septiembre, ¿cómo podía resolver esto antes? La determinación se reflejó en sus ojos.


Huiría.


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