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Disforia por Daena Blackfyre

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Esa día era el definitivo. Casi estaban a mediados de septiembre y en cualquier momento el viejo aparecería para llevárselo. Si no se iban pronto, sería muy tarde. Un poco le daba pena marcharse sin despedirse de Dadan, pero quizá después podría enviarle una carta o algún mensaje diciéndole que se encontraba bien. Lo importante era escapar primero.


Ace guardó todo lo que creyó necesitar en una mochila grande. No tenía demasiado. Ropa, dinero ahorrado, una navaja —quién sabe cuándo la podría llegar a necesitar—, encendedor, y demás cosas que creyó útiles.


Esperaría a Sabo en el bosque, donde solían jugar cuando eran más niños. Se supone que se encontrarían apenas saliera el sol, así que Ace salió de su casa a escondidas cuando todavía era de noche. El amanecer llegó y él se sintió impaciente, pronto estarían muy lejos de allí.


Cuando llegó al lugar deseado, justo debajo de la casa del árbol que construyeron pero ya estaba muy vieja, se encontró con Sabo y sonrió. Su gesto cambió cuando notó que no estaba solo.


Ace parpadeó sin entender qué ocurría. No conocía a esas personas y, por el gesto de Sabo, supo que algo andaba mal.


—Así que éste es —mencionó un hombre vestido con ropa elegante de color azul. Su bigote negro y su aspecto parecía copiado de algún villano de Disney, pero aun así Ace sintió el desdén con el que le miró—. Tú eres quién estuvo llenándole la cabeza a mi hijo de tonterías.


¿Hijo?


Miró a Sabo, quien estaba tirado en el suelo y con la mejilla hinchada. Un golpe. Lo vio limpiarse la boca y levantarse.


—Ace, yo... —Quiso hablar pero otro sujeto lo detuvo de forma brusca. Suponía que era alguna clase de guardaespaldas.


—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Ace saliendo de su asombro y acercándose. Quería ir hasta Sabo, pero el tipo, que decía ser el padre, se puso en medio.


—¿Querías convencer a mi hijo de escaparse? —dijo aquel señor y Ace tragó saliva. Sintió la mirada de disculpa en los ojos de Sabo—. Nunca se iría con una rata desviada como tú.


Ese comentario le hizo hervir en furia. ¿Ese tipo se pensaba que podía herirlo? Ni siquiera lo conocía ni le importaba. Tuvo ganas de golpearlo sin importar que fuera el padre de Sabo, pero la voz de éste lo detuvo.


—¡Ya basta! —vociferó Sabo y se acercó a su padre—. Esto no es...


—¿Olvidas lo que hablamos, Sabo?


Lo vio apretar los dientes ante las palabras de su padre y voltear a ver al matón a sus espaldas. Ace no entendió qué estaba pasando en ese momento confuso. Pudo notar la frustración en la mueca de Sabo y más aún cuando se acercó a él.


—Lo siento, Ace —dijo finalmente e intentó sonreír—. Tenías razón... No puedo irme contigo. Tampoco creo que podamos vernos más... Vuelve a casa, ¿sí? Seguro Dadan se preocupará si...


—¿De qué mierda hablas, Sabo? —espetó mirándolo incrédulo—. Ellos te están obligando, no tienes que...


—Basta, Ace —interrumpió—. Lo digo en serio.


Pudo notar cómo el sudor bajaba por la frente de Sabo cuando oyó los pasos de esos hombres acercarse a ellos para separarlos. Ace alcanzó a tomar la mano de su amigo, de su novio, para tirar de él y correr pero no tuvieron tiempo. Lo arrancaron de un tirón y acabó tendido en el pasto. De nuevo, esa barrera de desprecio los separó.


Ace no se rindió de todas formas. Quiso pelear, pero ese mastodonte le dio dos fuertes golpes que alcanzaron para sacarle sangre de la nariz y romperle el labio.


—¡No lo lastimes! —gritó Sabo pero tampoco lo dejaron acercarse y miró a su padre con reproche—. Dijiste que estaría bien.


—Siempre y cuando se comportara como una persona, pero veo que te estuviste juntando con un animal.


Un gruñido bestial salió del fondo de su garganta al oírlo. No podía permitir que todo acabara así, pero su fuerza no alcanzó para imponerse. Era débil para defender a quien más quería.


—Y así es cómo uno debe tratar a los animales.


Al oír esa frase recibió otro golpe y su cabeza se sintió aturdida, tanto que no oyó los gritos de Sabo. Parpadeó con las manos y la cara manchados de su propia sangre. La situación le dolía más que todos esos golpes.


—Ace, por favor vete... —pidió Sabo con un tono angustiado, pero no iba a retroceder. Él no era así—. Hagas lo que hagas yo no me iré.


—Mentira... —murmuró apretando los puños—. Yo sé que no es lo que quieres.


Vio dolor en los ojos de su mejor amigo y hubiera querido acercarse a él, pero no los dejaron.


—No volverás a ver nunca más a mi hijo —dijo ese hombre con asco en sus ojos.


Ace escupió saliva mezclada con sangre demostrando cuánto le importaba su opinión y un poco de satisfacción le dio ver la mirada horrorizada de ese tipo.


Tuvo que aceptar que no podría pelear más, que allí no podía ganar por más terco que fuera. Sabo se fue y Ace regresó a su casa con el cuerpo adolorido y la ropa manchada de sangre.


Dadan no estaba en casa, por suerte. Ella no lo vio, pero quizá después debería explicar los moretones y las heridas, ahora no quería pensar en eso. Muchas veces tuvo peleas, así que sabía cómo curarse. Mientras desinfectaba y vendaba sus heridas no dejó de pensar en Sabo.


¿Qué podía hacer para ayudarlo? Era obvio que sus padres le estaban obligando a decir todo eso. Sabo nunca le mintió, siempre fue honesto y sincero con él. En todos los momentos que compartieron e incluso en esa intimidad que disfrutaron, Ace sabía que todo fue real. No iba a creerse esto.


Aun así se sintió un poco culpable. Quizá Sabo no quería huir desde el principio y Ace le exigió ir, pero nunca más se iban a volver a ver si se marchaba con Garp, aunque ahora sentía una sensación muy similar.


Apenas salió vendado del baño, buscó su celular. Era bastante simple, pero al menos le dejaba enviar mensajes y recibir llamadas. Incluso tomaba fotos de vez en cuando, aunque tenía la pantalla rota, pero alcanzaba a leer bastante bien. Tenía un mensaje.


"Lo siento."


Su corazón se estrujó al leerlo. No hacía mucho que Sabo le había escrito y Ace le contestó. Envió varios mensajes diciendo que estaba bien, preguntando qué pasó y le dijo que podían verse de nuevo. Que aún podían irse juntos.


Ningún mensaje fue respondido ni siquiera estaba seguro si los leyó.


Llamó una vez, dos, tres; hasta quedarse sin saldo. Siempre lo atendió el contestador.


Todo estaba muy mal y Ace sintió que perdía el tiempo allí sentado, pero ¿qué podía hacer?


Ideó un millón de planes estúpidos pero ninguno terminó de convencerlo. No se le ocurría cómo podía ayudarlo. Las horas pasaron y la noche cayó. Ace se sintió débil, cansado y lleno de frustración, tanto que lloró. Lágrimas amargas bajaron por sus ojos y tuvo ganas de arrancarse el cabello para quitarse esos sentimientos que lo estaban ahogando.


¿Por qué no podía ser un poco más fuerte? ¿Por qué ellos debía subyugarse a lo que otros decían?


Ace se esforzó mucho porque los comentarios de los demás no le importen en su vida, pero en ese instante pensó mucho en Sabo y en su familia. Sabía que tenían dinero, incluso había visto la casa gigante donde vivía, pero a su amigo pareció siempre desinteresado. Es más, Ace lo había oído renegar al respecto. Pero ¿y si estaba siendo un incordio en su vida?


Quizá con todo ese dinero de sus padres Sabo podría hacer muchas cosas. Volverse alguien importante o incluso escribir las tontas novelas de las que hablaba todo el tiempo. Si Ace lo obligaba a huir significaba decir adiós a esas posibilidades. ¿Realmente él tenía el derecho de hacer algo así? Por más que lo amara como lo hacía, ¿por qué debía impedirle tener el futuro brillante que se merecía? El mundo necesitaba personas como Sabo, inteligentes, hábiles y con buen corazón.


Quizá no fue la mejor decisión la que tomaron. Ni esa ni ninguna.


El dolor en su pecho le asfixió provocando que todo a su alrededor tuviera un tinte negro y no supo cómo podría salir de esa situación.


El mundo necesitaba de Sabo quizá, pero Ace también.


Al día siguiente, Ace se despertó muy tarde porque no durmió en toda la noche. Salió de su casa sin un rumbo fijo, pero estaba muy seguro que algo debía hacer. Apenas cerró la puerta se encontró con Makino y le pareció extraño. Ella solía visitarlos a veces, pero esa vez había algo diferente. Lucía preocupada y corrió hacia él.


—Ace, pasó algo terrible —aseguró la mujer y se desesperó.


Escuchó lo que ella tenía para decirle y salió corriendo. No podía creerlo. Tenía que ser mentira. Algo le había pasado a Sabo, un accidente. Makino no supo explicarle, pero Ace corrió sin meditarlo. ¿Qué le habría pasado? ¿Será que lo lastimaron? Corrió y corrió hasta que casi se le salen los pulmones, pero llegó a la puerta de esa enorme casa.


Jamás entró, porque sabía lo complicada que era la familia de Sabo, pero sí había ido lo suficientemente cerca como para saber que ese era el lugar. Una enorme mansión con grandes terrenos. Tragó saliva y golpeó la puerta.


Una mujer le abrió. Ace supuso que era una empleada, pero apenas se fijó. Exigió ver a Sabo y, por más que ella le insistió que estaba equivocado de lugar, se abrió paso a la fuerza.


—¿Qué es este escándalo? —espetó un hombre bajando de las escaleras. Ace ya sabía quién era ese idiota.


Detrás de él apareció una mujer rubia y un niño que se le hizo repulsivamente familiar. Todos lo miraron como si fuera un extraterrestre que aterrizó en su casa.


—Disculpe, señor —dijo la empleada—. Se metió a la fuerza exigiendo ver al joven señor...


Ella intentó tomarle del brazo para sacarlo pero Ace no la dejó.


—¿Qué pasó con Sabo? ¡¿Qué le hicieron?!


Su demanda pareció impactar a esos sujetos, que Ace reconoció como la familia de Sabo. Sean quienes fuesen, no le importó en absoluto.


—Otra vez tú... —espetó el hombre y Ace lo miró con el mismo odio.


—Querido, ¿esta es la pequeña rata que intentó seducir a nuestro hijo? Qué descaro aparecer aquí —acotó la mujer mirándolo aún más asqueada.


—¿Dónde está? —vociferó Ace molesto dispuesto a abrirse paso—. Quiero verlo.


—No irás a ningún lado —aseguró autoritario ese tipo—. Sabo no está aquí, se fue antes que nosotros. Anoche partió matriculado a uno de los mejores colegios, un lugar donde alguien como tú jamás podría ni soñar.


Dejó de respirar cuando oyó eso y sus piernas temblaron con intención de hacerlo caer, pero resistió.


—¿Qué...?


No entendía. ¿Cómo que ya no estaba allí? Debía ser mentira.


—Lo que oíste —continuó explicando el padre de Sabo—. Así que mejor márchate.


Apenas fue capaz de procesar aquella información y no la aceptó. Tenía que ser otra mentira. Makino le dijo algo muy distinto y si Ace tenía que elegir en quién confiar la respuesta estaba clara.


—Algo le pasó —espetó molesto por cómo lo trataban—. Algo le hicieron, estoy seguro.


Ambos padres se miraron confundidos y se rieron de él.


—Claro que hicimos algo —aseguró la mujer—. Protegerlo de ti.


—Incluso parecía feliz de ir.


—¡Es mentira! —interrumpió Ace con rabia—. ¡Sabo jamás diría algo así! ¡Él odia su vida aquí! ¡Él me...!


—Cree lo que quieras —interrumpió el padre—, pero te recomiendo que lo aceptes y no vuelvas a buscarlo. Él tiene un gran futuro por delante y una prometida de buena familia, en cambio tú... Seguramente lo entretuviste por tiempo suficiente.


Sus puños temblaron con ganas de golpear a ese tipo y casi lo hizo pero un gorila, probablemente un guardaespaldas de esa familia, lo estampó contra el suelo antes que pudiera hacer algo. Era el mismo que lo golpeó el día anterior.


—No sé en qué momento se te ocurrió que nuestro hijo iba a estar contigo —espetó con espanto la mujer mientras lo miraba en el suelo como si fuera basura.


Ace levantó con cuidado sosteniéndose la cara y el niño se acercó a él riéndose con una burla que sólo hizo hervir más su furia.


—Una chica que se viste como un chico —mencionó Stelly con una mueca asqueada—. Iugh, qué repulsivo.


No lo soportó más. Estampó un puñetazo en la cara de ese enano odioso sacándole sangre y lo lanzó hacia el suelo. La satisfacción recorrió sus venas aunque sea por un segundo, pero al instante él volvió a ser el golpeado por el matón mientras el niño lloraba en las faldas de su mamá diciendo que era un monstruo. Al menos tuvo el placer de hacerlo llorar y sacarle un diente.


—Que se vaya de mi vista —pidió ella mientras abrazaba a su hijo.


En un parpadeo, lo echaron a rastras fuera de esa mansión.


Ace exigió de nuevo que le dijeran dónde estaba Sabo, pero sólo recibió otro golpe en la cara tan fuerte que casi lo noqueó y lo hizo caer al suelo. Escupió sangre mientras oía la puerta cerrarse a sus espaldas. Quiso regresar a pelear contra aquel gorila y volver a enfrentarse a esa familia, pero algo lo detuvo.


Recordó las palabras del padre de Sabo. ¿Y si tenía razón? Quizá en serio Sabo se había ido contento, pero, si no quería escapar ni nada eso, ¿por qué lo ilusionó de esa forma? No podía creerlo, pero tampoco tenías fuerzas para luchar. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se levantaba pero no lloró. Sólo pensó qué podía hacer. Sabo ya no estaba allí para contestar sus dudas, se lo habían llevado a un lugar desconocido y Ace no tenía idea cómo buscarlo o si quería ser buscado. ¿Por qué todo había salido tan mal?


Regresó a su casa con un paso muy lento y casi sin prestar atención al camino. Ni siquiera pensó. Aún seguía en shock. La persona que más amaba se había esfumado de su vida tan rápido que apenas podía entenderlo.


En la puerta de su hogar se encontró con la persona que menos esperaba: Garp. Pudo sentir las dudas que éste tenía al verlo tan destrozado en más de un sentido, pero Ace ignoró cualquier pregunta. Jamás se acercaba al viejo ni a nadie en particular, ellos tenían una relación distante, pero en ese momento se arrojó a los brazos del anciano con olor a mar y galletas de arroz. Lloró, mucho. Dejó que todos los sentimientos contenidos se deshicieran en una cascada de dolor con la esperanza de sentirse mejor cuando eso terminara. Garp no dijo nada, sólo lo abrazó y le acarició el cabello diciéndole que todo estaría bien, y Ace no quería nada más en ese instante.


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