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If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

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Nacho no parecía contento.

Nolan sostuvo su mirada de pie en su despacho, con una bolsa que contenía cuatro pastillas bien apretadas en su puño. Esas pastillas que siempre le daba su jefe para soportar las sesiones de humillación con Crandford; una para su mente y otra para su polla.

Intentaba parecer indiferente, quería hacer el papelón de su vida y actuar como si en aquel momento su alma sangrante no quisiera acelerar el tiempo para poder dejar de contenerse.

Sentado en la escalera del portal de Sol junto a Lucas parecía muy sencillo hacer promesas y tener planes de futuro. Con él era bonito dejar correr la imaginación para decirse a sí mismo que podía tener un cuento de hadas. Se maldijo por creer que podía ser una princesa Disney cuando, en realidad, su vida era una película gore de claseB; o peor, una porno ilegal donde cinco tíos se acercan con la polla bien tiesa a un niño pequeño que tiene sed y hambre, y que no se puede mover. Eso era su vida, eso fue.

Habían pasado muchos años pero todavía soñaba con eso, despertaba gritando en ruso que pararan, que le dolía; con ello sobresaltaba a Lucas, que siempre tenía sueños bonitos.

Eran pesadillas, y lo sabía porque en sus recuerdos nunca pararon, nunca; de nada servía gritar como lo hacía en sueños. Lo comprobó el día que le rompieron la nariz de un puñetazo para que dejase de hacer ruido. Ese fue el momento en el que Nolan dejó de rogar, nunca más volvió a suplicar, jamás volvió a quejarse.

Y el camino para olvidar toda esa frustración, todo ese dolor y el asco, el miedo; y la vergüenza de no poder mirarse todavía al espejo... estaba en su mano, en una bolsita.

De verdad que había creído que sería sencillo.

Pero sintiendo el relieve de las pastillas clavadas en la palma de su mano comprendió lo increíblemente fácil que era joder esos planes de utopía que se había montado. Allí, esperando a que Nacho terminase de hablar con Crandford para decirle que los chicos ya estaban allí y que el chófer les llevaría hasta él en menos de veinte minutos... Nolan solo podía tragar saliva en tensión notando el peso de la pastilla en su puño.

¿Cómo podían unos gramos pesar una tonelada?

Llevaba tantos días sin tomar absolutamente nada que pensó que sería sencillo, pensó que lo difícil había sido dejarlo. Se había repetido a sí mismo que podía aguantar porque no era para siempre, que cuando acabasen con Crandford se metería un chute que le llevaría a la gloria. Luego Lucas comenzó a decirle que estaba orgulloso y pensó... que tal vez podía aguantar un poco más.

Pero esa pastilla estaba en su mano, ni siquiera había reparado en ese escalón en su plan. Y le pesaba, joder, sí. No podía pensar en otra cosa que en lo increíblemente glorioso que sería engullirla y volver a sentir el amor de la amapola.

Joel se acercó a él lentamente y le acarició el dorso de la mano con su dedo corazón. Joel siempre entendía qué le sucedía, siempre. Sin que ninguno apartase la mirada de Nacho, fingiendo la misma completa indiferencia, Nolan le pasó discretamente la bolsa para deshacerse de ella.

Nacho colgó y Joel se la guardó en el bolsillo de su pantalón.

—¿Tú amigo sabe de qué va esto? —preguntó Nacho frunciendo el ceño en una profunda línea de desagrado. Ese maldito proxeneta debía preguntarse qué le había pasado a Crandford para que le hubiese insistido durante una semana en que le pusiera en contacto con sus servicios junto con "Un chico rubio".

Nolan asintió lentamente, mirándole directamente a los ojos.

Joel, a su lado, asintió también.

—Nosotros nos llevamos un treinta por ciento cada uno y tú un cuarenta, ¿No? —Por supuesto, lo único que debía importarle era el dinero... o esa era su intención. Él solo se preocuparía de eso. En circunstancias normales esa sería la primera y única pregunta que haría, "¿Cuánto?".

Nacho asintió tan lentamente como él lo había hecho un segundo atrás.

Joel aguardaba tras él, en silencio para no llamar la atención mientras ellos se recorrían el rostro juzgando las intenciones del otro.

—No sé qué le ha dado... pero parece que te echa de menos. Ha insistido mucho, mucho —Le habló Nacho con el ceño todavía fruncido, tan receloso que parecía querer encontrar en ellos cualquier gesto que les delatase para echarles de allí a patadas. Pero no lo haría, había demasiado dinero sobre la mesa para retirarse. Nolan le sonrió gélido.

—Es que mi culito es mágico, Nacho ¿Todavía no te has enterado? Así como me la vas metiendo te hace un amarre y ya no me olvidas en la puta vida—le dijo con sorna pese a la tensión en el ambiente. Nacho intentó parecer serio, pero las comisuras de sus labios se contrajeron sin poder evitarlo—. ¿No quieres probar?

—No, gracias —Su mirada se dirigió hacia Joel— ¿Y qué tiene de especial tu amigo para que le quiera justo a él? Yo tengo chicos mejores.

—Yo tengo mágica la boca —dijo Joel simplemente. En ese momento Nacho sí rio por el comentario.

El chófer tocó con los nudillos en la puerta del pasillo trasero, pasillo que conectaba el despacho de Nacho con un callejón interior donde el resto de locales tiraba la basura.

Era el momento.

**********************************************************************************************

Algo sucedía.

Nolan avanzaba por el pasillo de ese edificio erguido en la periferia desértica, salpicada por los esqueletos de construcciones sin acabar por los estragos de la crisis inmobiliaria.

Caminaba sintiendo una corazonada que no quería ignorar. Su mirada sagaz recorrió las esquinas de cada recoveco que encontró, del mismo modo que había recorrido los rincones del exterior.

Su memoria le decía que en el interior del edificio, tanto la entrada como el recibidor del vestíbulo, estaban protegido por dos cámaras de seguridad; ya no estaban.

Los agujeros de sus soportes decoraban la pared, pero ni rastro de ellas. En aquel momento la única cámara que podía dar fe de que ellos estaba allí era la de tráfico, al comienzo de la calle, vigilante junto a un cartel que restringía la velocidad. Esa cámara habría gravado el coche y la matrícula pero no a ellos, no sus caras.

Miró alrededor receloso. En aquel momento no estaban, no existían, eran fantasmas en un limbo.

—¿Qué pasa? —susurró Joel notando la tensión de su cuerpo.

Nolan no contestó.

Siempre que había pisado aquella desolada edificación un hombre vestido de negro le había recibido y escoltado hasta el piso donde le esperaba su jefe. No fue así es esa ocasión.

Sin encontrar rastro de nadie se dirigieron lentamente hacia el ascensor.

¿Dónde estaba ese hombre? ¿Dónde estaban las cámaras?

Quizá lo importante de la situación no fuese cuestionarse dónde sino por qué, ¿Por qué había prescindido Crandford de los servicios de un hombre que les escoltaba y luego les devolvía en su propio coche hasta el bar de Nacho, como siempre hacía? ¿Cómo iban a volver si...?

"No vamos a volver hoy, este quiere jugar".

La última vez que Nolan había estado con Crandford había pasado prácticamente un día atado con los ojos vueltos hacia atrás por la morfina mientras sentía que las sombras desdibujadas le tocaban a su antojo.

¿Pretendía eso de nuevo y por eso había preferido que su chófer no viniera a buscarlos hasta que él lo decidiera así?

Aunque fuese así eso no explicaba el misterio de las cámaras.

¿Las habían retirado cuando se deshizo del cadáver de Sky? De alguna manera tuvieron que bajarlo desde el quinto piso para llevarlo al río. Las grabaciones pueden servir como protección, pero también como prueba acusatoria en un juicio.

Dejó de pensar distrayéndose porque Joel sacó las pastillas de su bolsillo y las miró.

"Aparta los ojos de eso, Serhii, contrólate puto yonki de mierda".

—No te las tomes, debemos pensar con frialdad —Intentó mirar hacia cualquier lado menos hacia esa bolita de químicos que le hablaba de sensaciones que añoraba.

Joel asintió y las guardó.

—Si sale mal va a doler —dijo. No era una pregunta, solo una afirmación obvia. Nolan asintió.

—Sí.

—Pues allá vamos... —suspiró Joel apretando el botón del piso correspondiente. Las puertas se cerraron antes de que esa caja metálica se elevarse.

Nolan y Joel se miraron en el ascensor con las manos entrelazadas casi en una ceremonia solemne. Joel se las apretaba tan fuerte que sus nudillos se blanqueaban, notaba sus uñas clavadas en su piel. Sus labios se movían murmurando una oración.

—Aunque camine por valles tenebrosos, ningún mal temeré porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado...

—¿Estás nervioso? —le preguntó interrumpiéndole. Era evidente que sí, Joel no podía dejar de inflar sus pulmones sonoramente y sacar el aire en largos suspiros que más parecían un quejido. Sus ojos azules, esas dos enormes cuentas celestes que se clavaban en su alma, le miraban con fijeza.

—Sí.

—¿Tienes miedo?

—No. Ojalá... Si pudiera tener miedo no estaría aquí.

No, él tampoco sentía ningún miedo. Aunque la ausencia de terror en su caso no tenía nada que ver con ningún trastorno enfermizo. En Nolan la serenidad venía de algo mucho más profundo.

Nolan se sentía tan decidido como un Kamikaze. Iba a hacer lo que debía hacer. Iba a dar paz a sus muertos. Iba a hacer un bien común. En ese momento de enajenada valentía la venganza le parecía increíblemente parecida a la justicia.

Pero tragó saliva mirando a Joel y negó soltándole las manos.

—Joel, estás a tiempo de largarte. Te agradezco tanto que me hayas ayudado que, joder, que te quiero. Joel. Pero esto es... un viaje solo de ida, cuando lo hagamos no habrá vuelta atrás.

El chico rubio se acercó a él posando sus manos en su pecho. Nolan se dejó empujar notando su aliento en los labios. Sin llegar a tocarle esos centímetros se le hacían un abismo.

—Nolan, yo estoy contigo. A muerte —le dijo tan sincero que sus palabras le ardieron en el corazón. Nolan jadeó perdiéndose en esos mares que tenía por ojos—. Le he hecho una promesa a Lucas y voy a cumplirla. No voy a dejarte solo. Me quedo. Me la suda todo, vamos a joder vivo a ese cabrón.

Dibujó la señal de la cruz sobre sus labios para bendecirle.

Las puertas del ascensor se abrieron y salieron de él con paso calmado.

Nolan conocía muy bien ese enorme piso. Ocupaba toda la vasta amplitud de la quinta planta. Sin pintar en décadas y precariamente iluminado. Siempre hacía frío allí. El aire se colaba entre las grietas de las paredes para crear corrientes, de haber tenido puertas suponía que el aire las movería cerrándolas en portazos. Pero no las tenía creando un gran espacio diáfano. Sus ventanas estaban tapiadas, cegadas por tablones y tapadas con cortinas gruesas. Ni siquiera el pequeño cuarto del baño que había al fondo, junto a una segunda habitación mucho más pequeña, tenía una ventanita o algún tipo de contacto con el exterior.

Lo que pasaba en ese piso se quedaba en ese piso. Sin forma de asomarse a la calle no había manera de pedir ayuda o ser vistos; de todas formas, estaban en medio de la nada. Nadie podría escuchar si gritaban.

Y eso en aquel momento a Nolan le parecía muy bien.

Vio como Joel miraba la cama, al fondo, con las cadenas que colgaban del techo. El rubio tragó saliva llevándose la mano al pecho.

Y supo lo que pensaba. Su expresión no era por miedo, su falta de aire era la tristeza que le asfixiaba.

En esa cama había muerto Sky.

Esas sábanas eran su tumba, y ese apartamento un panteón.

Le tendió la mano, y Joel se la estrechó para adentrarse en la habitación bien enlazados. Tan unidos estaban que casi podía notar su corazón latiendo al mismo ritmo.

Frente a la cama, ese lecho de muerte, reposaba una silla que Nolan conocía bien. Al pasar a su lado pasó sus manos por el respaldo de madera lentamente, acariciando el dorsal con sus dedos para disfrutar de su tacto liso. Joel tenía la vista clavada en las cadenas que pendían sobre la cama, esas cadenas que solían forzar los brazos de Nolan hacia arriba.

Notó que sus dedos le estrechaban la mano con más fuerza cuando su atención bajó hasta las manchas de sangre seca que salpicaba el suelo y parte de la pared del cabecero.

Crandford les esperaba, como siempre hacía, tomándose una copa de coñac al fondo de la habitación. Les miraba caminar lentamente hacía él apoyado en el minibar junto a la pequeña habitación donde les haría desvestirse. En esa pequeña habitación sin puerta decorada con objetos y arte moderno les harían desnudarse para asegurarse de que no llevaban cámaras ni micrófonos entre la ropa con los que abrir el bombazo informativo de que el concejal, aparte de un pelín corrupto, también era un putero de menores.

Nolan debía actuar antes de que eso pasase, porque sin su ropa el táser que apretaba bien resguardado en el bolsillo trasero de su pantalón quedaría fuera de su alcance.

Crandford, con esa cara redonda y esa boca de expresión ladina, se acercó a Joel. El chico estaba tan tenso que Nolan temió que se estuviera arrepintiendo. Su pecho subía y bajaba cuando la mano grande del hombre le tomó la cara enmarcando su mandíbula.

Respiraba tan fuerte que parecía que iba a hiperventilar en cualquier momento y a marearse.

Nolan, apretando los dientes para obligarse a mantener el control, vio como tiraba de la cara de Joel hundiendo sus dedos en sus mejillas con inusitada crueldad.

Sus ojitos pequeñitos le recorrían la cara apretando más el agarre y Joel abrió la boca en una leve muestra de dolor.

—Vaya desperdicio... una cara tan bonita —le decía apretando los dedos contra su mejilla, la voz de su deseo era enfermiza. Joel se estremeció.

Ya planeaba ese tipejo desfigurar a golpes la belleza de esos rasgos.

Junto al decantador de coñac había una cámara de vídeo anticuada, a su lado reposaba una bandeja metálica con dos jeringuillas y lo propio para prepararles a ambos un chute de heroína capaz de hacerle pisar Saturno y de reunir a Joel junto a su creador.

No, a Crandford ya no le bastaba con el sexo duro normal porque como le había explicado Lucas, los sádicos siempre van in crescendo en una espiral en la que siempre necesitan un poco más, como cualquier otro tipo de adicto. 
Eso él lo comprendía a la perfección.

Nadie sabría nunca el esfuerzo titánico que hacía Nolan para ignorar esa jeringuilla. Solo una cosa le apetecía más que atar un cordón alrededor de su brazo, inyectarse un pico y dejarse ir.

Vio a Joel inflar su pecho para llenarlo de determinación antes de ser oficialmente el cómplice de una agresión. Soltó un suspiro que fue lo mismo que asentir.

"Mátale" la voz infantil de su interior hablaba.

Nolan negó frente a la voz de sus propios deseos. No. No estaba allí para ser un asesino. Estaba allí para hacer lo que le había prometido a Lucas. No podía fastidiarla, no podía. Porque por primera vez en su vida tenía la verdadera oportunidad de ser feliz.

Cuando saliese de allí junto a Joel, ambos sanos y salvos, él se reuniría con Lucas y cogerían un autobús o cualquier medio de trasporte que su DNI falso le permitiera; Y se irían a vivir a cualquier sitio, a un pueblecito pequeño. Sí, Nolan quería vivir en un pueblo pequeño donde nunca pasase nada. Quizá cerca de un lago donde poder nadar en verano... pero que tuviera una buena conexión a Internet para pasar las noches de invierno viendo películas junto a él. Quería ir a comprar pan a una tienda pequeña, e iría a ferias como los chicos de su edad. Estudiaría, nada muy complicado, lo suficiente para sacarse el graduado. Tal vez encontrase un trabajo decente que le permitiese ganar dinero sin esforzarse mucho. Podía ser él quien vendiera el pan en la tiendecita pequeña, ¿por qué no? Alguien debía hacerlo, ¿no? ¿Por qué no podía ser él?

¿Por qué no podía tener él algo común? Lucas tenía razón, claro que podía.

Pero primero...

Su mirada se endureció sacando el táser de su bolsillo. Empujó a Joel para que quedase tras él y sin mediar palabra con esa sádica escoria que solía follarle durante horas apuntó y hundió el aparato en su tripa. Los electrodos atravesaron su piel sin compasión.

Sus cien kilos de hombre maduro cayeron al suelo lentamente en un baile errático, convulsionándose violentamente perdiendo el control de cada músculo de su cuerpo.

Nolan se acercó a él para ver su expresión de dolor, quería verla de cerca. Quería deleitarse con el chirriar de esos dientes que mordían su lengua por la descarga eléctrica, sufriendo todavía espasmos en el suelo.

—Buenos días, Concejal —le dijo pasando por encima de su cuerpo y sentándose a horcajadas sobre su tripa para mirarle a la cara. Sus ojos se blanqueaban todavía sin recuperar el control de sí mismo, a poco del desmayo—. Hemos venido a charlar con usted.

*********************************************************************************************

Cuando el Concejal Bernardo Crandford, natural de Écija y de abuelos estadounidenses, abrió los ojos se vio atado a la silla que él mismo solía usar para mirar a los jóvenes que pagaba.

Desnudo e inmovilizado, todavía atontado por el desmayo, intentó moverse. Nolan vio la gama de expresiones que su regordete rostro fue dibujando a medida que entendía que sus manos estaban bien envueltas en cinta americana de la más fuerte calidad que Joel había podido encontrar en una pequeña ferretería.

De igual forma estaba envuelto su pecho, bien sujeto al respaldo de la silla y sus piernas, separadas, con los tobillos y las pantorrillas cubiertos con esa misma cinta aferradas a las patas de la silla.

Era un espectáculo grotesco ver como esos dos cojones se resbalaban por el asiento de madera y se precipitaban al aire. Nolan apartó la mirada de esos huevos y la levantó hasta su cara, aunque las vistas no eran mejores.

—¿Qué coño es esto? —Su voz furibunda llenó cada rincón de la habitación— ¡OS ARREPENTIRÉIS DE ESTO! ¡OS VOY A JODER LA PUTA VIDA!

Joel negó y cortando otro trozo de cinta le tapó la boca. Chocó el trozo en tensión violentamente contra su cara, con mucha más contundencia de la necesaria.

—No me gusta su voz —dijo para excusarse. El ser insensible de su interior hablaba con voz neutra cuando hacía acto de presencia, cuando Joel le dejaba salir apartando sus emociones y sus disfraces. Allí estaba, junto al suyo. Nolan asentía despacio sin dejar de mirar el rostro del concejal.

—Usted ya nos ha jodido la vida, concejal ¿No lo ve? —Le respondió Nolan tan tranquilo y sereno que también parecía neutro e insensible, aunque sus ojos llameasen con odio visceral.

Tan extraña era esa contradicción que el hombre desnudo frente a él dejó de intentar resistirse para estremecerse. Se inclinó frente a él para que pudiera ver bien su rostro.

"Mírame, mira lo loco que me has vuelto. Mírame".

Se acercó hasta él sin apartar su atención del concejal que le miraba por primera vez desde que le conocía con miedo. Sabía que toda esa rabia y todo ese odio que guardaba en su interior se palpaba casi tangible en el aire, tan sólido como él en aquel momento percibía la navaja que apretaba fuerte en su puño.

—¿Me ves, Bernardo? —le dijo Nolan fríamente, intentando mantener el control de sí mismo porque si por él fuera ese hombre flotaría en el río con el cráneo aplastado. Crandford asintió lentamente notando con claridad la batalla de su interior, la épica epopeya de sus instintos asesinos luchando contra el sentido común— Las cosas pueden salir bien, o pueden salir mal. Así que vamos a colaborar todos para que salgan bien, ¿Me entiendes? Porque si esto tiene que acabar como Puerto Hurraco... acabará.

Crandford asintió.

Joel curioseaba por la habitación bien consciente de no dejar huellas.

—Bien, hijo de perra me vas a contar qué pasó la noche que murió Sky. Porque o hablas o te juro por mis muertos que no vas a volver a sentir otra cosa que dolor —Pasó el filo de la navaja por su pierna rechoncha. El vello de ese hombre se erizó por el contacto. Apretó apenas hundiendo el filo en su piel lo necesario para arañarle, pero Bernardo gritó como si le estuviera abriendo en canal.

"Te gusta ver dolor pero no sentirlo, ¿Eh? ".

Retiró la cinta que cubría su boca y su grito resonó potente. No pasaba nada, nadie podía oírles.

Joel se mantenía al margen, mirando la cámara junto a las jeringuillas de heroína que descansaban en la bandeja.

—No toques nada —le recordó en voz alta. Joel se giró sobresaltado y asintió, parecía incómodo por los gritos de Bernardo.
Aunque Nolan le conocía lo suficiente como para saber que el dolor ajeno le era totalmente indiferente y que su rigidez no era por misericordia... sino porque sus gritos le estaban gustando y se sentía culpable por ello.

Sí, a Nolan también le gustaba ese alarido de terror.

—Ya, ya lo sé —respondió su pajarito.

—¡VOY A HUNDIROS LA PUTA VIDA! ¡OS VOY A MATAR! —Vociferaba el hombre retorciéndose mientras la navaja subía y subía por su muslo.

—No. Tú no vas a matar a nadie más—Se alimentaba de cada muestra de miedo—, y tampoco te hará falta esto.

Con una mano agarró fuerte sus testículos y con la otra deslizó la navaja. Apenas pasó su filo frío por su piel, solo quería asustarle. No seccionó, ni siquiera le dejó marca, pero el hombre gritó de puro horror apretando los dientes por el fuerte tirón que le estaba pegando.

Recorrió su rostro pensando que ojalá alguien hubiese hecho eso por Viktor, ojalá alguien les hubiese obligado a hablar hasta conocer la verdad. Él no fue capaz, fue estúpido y no reaccionó. No supo hacer otra cosa que no fuese llorar frente a la tumba de su novio hasta que le obligaron a entrar en el edificio llevándoselo a la fuerza.

Lo recordaba bien. Llovía y entre dos monjes le levantaron del suelo a pesar de que él cerraba los puños intentando agarrar el aire que le separaba de esa lápida fría. Luego le inyectaron algo, y fue en ese preciso momento cuando Nolan descubrió que cuando las drogas entran en el cuerpo el dolor de la pérdida parece importar menos. Después de eso todo fue cuesta abajo a una velocidad que le mareó.

Pero había crecido, ya no era ese niño débil que no supo hacer nada; y al estar haciendo aquello, por mal que estuviese, se sintió bien.

Con Sky iba a ser diferente, iba a enmendar su error.

—Es siempre tan fácil para los que estáis arriba escupir a los de abajo, ¿Verdad? —dijo arañando el aire con su serena rabia, tan tranquilo que asustaba— Pegáis cuatro gritos y todos tienen miedo, todos tienen responsabilidades, sueños y metas que puedes pisar, ¿A que sí, Bernardo? Vosotros y vuestro puto dinero ¿Pero... exactamente qué vas a quitarme a mí? ¿Qué me queda que podáis quitarme?

—¡Dios, suéltame! ¡Te pagaré lo que quieras!

—¿Es en eso en lo que piensas cuando me muerdes, cuando me pegas y desgarras? ¿En que estoy aquí por dinero? ¿Piensas que puedes hacerme cualquier puta cosa asquerosa porque lo puedes pagar? ¿Sabes lo gracioso? Que era así. Que por cuatro billetes yo he vendido mi alma, me han hecho cosas... cosas que ni tú imaginas; y he dejado que me lo hagan por dinero, Bernardo, por dinero, ¿Te das cuenta?

—¡Por favor, suéltame, por favor!

—Todos te tienen miedo, ¡Pues sorpresa! Yo no tengo miedo. A mí ya no me asusta nada. Uno a uno, polla a polla, golpe a golpe me lo habéis quitado todo.

—Por favor, por favor

—Todo; la inocencia, la infancia, la virginidad y la esperanza, la oportunidad de tener un puto futuro, la dignidad. Hasta el miedo, ¿tienes miedo tú? ¿A ti te han dejado conservarlo?

¿Estaba llorando? Debía ser, una lágrima se deslizaba por su mejilla.

—Joder, joder.

—¿También nos quitas la vida? ¿Eso también? Porque claro, tú estas arriba y nosotros solo somos puta basura, ¿no? ¿Por qué no? Si uno se rompe lo tiras al río y te compras otro, como si fuésemos juguetes. Cuando pensaba que estaba todo bien, que podía vivir con lo que tengo dentro... me has quitado a mi amigo ¡HABLA! ¿Le desfiguraste la puta cara a Sky antes o después de morir? ¡QUE HABLES, JODER!

—¡POR FAVOR, POR FAVOR NO!

—¿QUÉ LE PASÓ A SKY?

—¡POR FAVOR! ¡PARA, PARA!

—¿QUÉ COJONES LE HICISTE A SKY?

—¿QUIÉN?

Nolan se apartó de él tan consternado que tuvo que respirar tan fuerte que las aletas de su nariz de movían para controlarse y no clavarle esa navaja en la cara.

"No se acuerda de él ¿Cómo no se acuerda de él?".

Tiró fuerte hacia abajo de ese trozo de carne que colgaba flácido en su mano.

—¡EL CHICO QUE MURIÓ AQUÍ! —gritó tan fuera de sí, que de verdad, de verdad... no podía controlarse. Crandford se retorcía de dolor, marcando los tendones de su cuello estirado que vibraba en un grito muy agudo. Abrió la boca para contestar y Nolan relajó el tirón para darle la oportunidad de vocalizar.

—¿Cuál?

"¿Cómo que... cómo que cuál?".

—Nolan... —Oyó la vocecilla temblorosa de Joel desde la habitación donde guardaban la ropa. Que a Joel le temblase la voz no era una buena señal— Nolan... ¿De qué marca era el reloj de Sky?

A su voz le faltaba aire, le faltaba vida.

Nolan dejó la navaja tirada en el suelo, se puso en pie soltando con asco el cuerpo de Crandford. 

Dirigió sus pasos hasta la segunda estancia, donde Joel le esperaba con la mano tapando su boca en una mueca del más completo horror frente a esa pared decorada con objetos y arte.

Nolan nunca había prestado la suficiente atención a esa vitrina de dos módulos donde en la parte baja podía ver una pantalla de televisión enchufada a un reproductor pequeñito y barato. Él recuerdo que tenía de ella era la de casi una bruma difusa en su memoria, pero hubiese jurado que antes no tenía esa televisión. Se acordaría, le hubiese parecido extraño ese inusual lugar para guardar un televisor, quizá se hubiese planteado intentar robarla. 
Desde luego, antes no guardaba expuestos tantos objetos.

Y, por supuesto, no tenía ese que hubiese reconocido en cualquier parte.

Su tranquilidad, esa serenidad que le había acompañado con la firme compañía de la rabia, desapareció cuando en esa vitrina vio su reloj.

La muesca que le rebajaba el valor bien lo atestiguaba; era el reloj de Sky, el reloj que él mismo le había regalado después de partirle la cara en esa misma cama.

Nolan se mareó. Se sujetó el pecho porque el aire se le rompía en los pulmones.

Su reloj estaba allí, exhibido con una luz led como un trofeo. Como un bonito recordatorio.

Y no era el único.

Si Nolan hubiese prestado atención en el momento de entrar hubiese reconocido el resto de objetos personales que se habían convertidos en recuerdos y premios.

Vio el anillo de un chico que había dejado de trabajar con Nacho hacía dos semanas y al que él había ido a buscar en coche. 
Recordó preguntarse si sería viable robarle ese anillo mientras subía al vehículo para ser reunido con Nacho.

Vio colgantes y pulseras que le resultaban familiares y que, intentando hacer memoria, no había sabido nada de sus portadores desde hacía tiempo. Algunos fueron encontrados muertos por sobredosis y a él le había dado igual, otros nunca había dando señales de vida y nadie había reparado en ello.

Súbitamente recordó al yonki llamado Sput que repetía histérico "Me van a matar, me van a matar".

Él debía saberlo, quizá sí era cierto que había visto algo. Se sintió infinitamente agradecido por haber sido tan estúpido como para dejarse engañar aquel día. Quizá gracias a la jugarreta con la que había detenido el coche ese gilipollas seguía vivo.

En la vitrina todavía había muchos huecos vacíos listos para ser rellenados.

Joel empuñó su cruz de plata pensando lo mismo que él.

El siguiente objeto de la colección iba a ser ese colgante.

Joder, ¡Qué cierto era! Realmente no iban a volver, por eso no había encontrado necesario un chófer que les regresase. Nadie, excepto Crandford, iba a salir con vida de ese apartamento.

—Siempre me ha parecido raro que en esta ciudad aparecieran tantos drogadictos muertos. Marga me dijo... —susurró el rubio vacilante de su propias palabras— que los chicos de Nacho solían tener sobredosis... porque os dan drogas gratis para ataros... Pero...

—No son sobredosis.

—Nada es accidental. Es un asesino...Os mata.

—Mató a Sky y viene aquí a recordarlo —Abrió la vitrina y se puso el reloj lentamente, la frialdad de su metal le quemó la piel.

Junto al reproductor descansaba un estúpido cenicero de plástico, seguramente comprado en un bazar todo a cien. Nolan lo tomó entre sus manos comprobando que lo que guardaba en su interior eran tarjetas SD.

Pudieron leer, con caligrafía pequeñita y pulcra, como en cada una de ellas una sola palabra describía su contenido.

—Rizos —leyó Joel mientras Nolan las iba sujetando— Rizos... Espera. Pelirrojo. Ojos verdes. Rubio. Negro...

Nolan solo buscaba una palabra.

—Chino.

Con la respiración diluyéndose en sus pulmones, presa de la expectación, Nolan introdujo la tarjeta SD en la ranura del reproductor.

Joel le agarró la mano cuando en la pantalla apareció Sky, como un mensaje de ultratumba. Sus gritos filtrados a través de los altavoces le desgarraron los oídos.

Nolan vio a su amigo desnudo y ensangrentado, con los brazos hacia arriba doblados en un ángulo antinatural. Le pareció verse en él a sí mismo recibiendo esas torturas que le eran familiares, casi cotidianas.

—¿Eso es lo que él te hace cuando estás aquí solo? —preguntó Joel horrorizado. Nolan asintió.

Él solía aguantar el dolor en silencio, siempre orgulloso, con la sangre resbalando entre sus piernas, en su cara, en todo su cuerpo. Sin embargo, Sky gritaba; y eso parecía enloquecer a Bernardo que con rostro rígido le golpeaba en la cara llamándole puta, mierda, perra, puto maricón de mierda.

Sky dejó de gritar, dejó de decir "Por favor". Delgado, tan amable, tan débil. Se había desmayado. Pero Bernardo no paró de golpear, no paraba. No paraba. Sus huesos se deformaban.

—Nolan, no. Respira —Oyó que le decía Joel intentando agarrarle del brazo— ¡Nolan! ¡NOLAN! ¡NO!¡NO!

Sus lobos de locura rompieron la correa que les ataba a la cordura, y cualquier cosa que pusiera parecer un pensamiento quedó ahogado bajo el mar de cólera que se lo llevó por delante.

Sky se había muerto suplicando.

Nolan ya no respiraba, ni oía, ni pensaba.

Se dirigió hacia la habitación donde Crandford estaba deshaciéndose de sus agarres entre tirones bruscos, porque desde su silla había escuchado los alaridos de ese niño asiático que parecía suavecito como la leche, tan pequeñito, tan blandito, tan inocente.

Aunque Nolan no pudiera saberlo Crandford había recordado cual de ellos era Sky oyendo su voz. En aquel momento pensaba en cómo había durado mucho más tiempo de lo que esperaba. Tan débil y, pese a todo, fue fuerte intentando aferrarse a la vida.
Intentaba controlar su más bajo instinto porque oyendo esos gritos y recordando cómo se había hundido una y otra vez en su inútil cuerpo agónico se estaba excitando visiblemente.

Y por ello Bernardo Crandford forcejeaba desesperado, porque cuando le vio aparecer desde esa habitación llevando el reloj en la muñeca comprendió que ese chico tatuado que siempre aguantaba el dolor como un jabato (y que por ello dejaba vivir) le iba a matar.

Intentó ceder diciéndole lo que había pasado,pero a Nolan ya no le importaba. Ya no quería oírlo, lo había visto.

—¡NO! ¡NO! ¡ESPERA, FUE NACHO QUE...! —Nunca llegó a acabar esa frase, ni llegó a acabar ninguna otra frase, en realidad.

Nolan impactó en él tal puñetazo que la mandíbula inferior se desencajó de su lugar.

En el segundo golpe le rompió la nariz y el pómulo. Le derribó tirándose sobre él y la silla cayó hacia atrás. El impacto de su cráneo contra el suelo le provocó un derrame encefálico que le provocó la muerte al instante, aunque él no lo supiese porque seguía golpeando y golpeando gritándole sin ser consciente de que gritaba. Agarró su cabeza con las dos manos y con toda sus fuerzas la estampó contra el suelo.

Una, y otra, y otra, y otra vez.

Hasta que los huesos estaban tan quebrados que crujían entre sus dedos ensangrentados. Le pareció notar que con el mismo sonido también se le tronchaba el alma, la sensatez, las ganas de vivir.

Joel gritaba, no sabía donde pero le escuchaba gritar. Chillaba diciéndole que parara.

Pero Nolan no podía parar, igual que el chorreo de sangre que lo llenaba todo fluía incesante como un arroyo que tampoco podía ser detenido a voluntad.

Eso era lo que él era, eso era en lo que todos le habían convertido poco a poco, acción por acción, golpe a golpe. Cuando pensaba que estaba tocando fondo el suelo se rompía y caía de nuevo, y de nuevo le quebraban, de nuevo le traicionaban, le usaban. Le golpeaban, le violaban, le vendían... Los mataban.

Los mataban suplicando.

Joel tiró de él hacia atrás con todas sus fuerzas, ayudándose con su propio peso. Nolan cayó de espalda demasiado fuera de sí para defenderse y deshacerse de ese agarre.

Notó a Joel sobre él para mantenerle la espalda pegaba al suelo aunque patalease. No quería hacerle daño a Joel, no quería golpearle a él pero Nolan solo era un animal explotando por el dolor.

Gritaba, sí. Seguía guitando. Joel sobre él le sujetó la cara con las manos con fuerza para obligarle a mirarle, soportando los golpes en su torso.

Su cara.

Sus ojos.

—Nolan, mírame. Mírame —le susurraba, pese a su respiración irregular sus palabras de embaucador sonaban serenas. Le calmó como el domador a la fiera.

Su voz.

—Está muerto. Mírame a mí. Crandford está muerto. Tranquilízate, respira. Cálmate.

Nolan se esforzó en hacer lo que debía hacer, que era respirar.

Sacó el aire de sus pulmones y los volvió a meter para templar su ánimo. Joel se apartó de él lentamente, temblaba por su propia rabia y cuando se puso en pie frente a él no supo apartar los ojos fríos del cadáver de Crandford, cuya cabeza parecía una masa deforme oblicua.

—Dios mío, está muerto. Está muerto...— musitaba, dejándose llevar por ese desasosiego una vez que había conseguido que dejase de golpear. Y de pronto.... nada, el frío ser neutro apareció para decirle—: Está muerto. No hablamos de matar a nadie, no. Esto lo complica todo, Nolan.

Nolan, recuperando el aliento, se irguió para incorporarse viendo como el chico retrocedía tapándose los ojos con las manos.

Completamente embadurnado de sangre, y con los nudillos en carne viva, se acercó a Joel.

—Le HE matado. Tú no has hecho nada. No has estado aquí. No toques nada—le dijo muy serio para que dejase de rezar y le mirase.

Pero Joel se había entregado a su deidad orando con los ojos cerrados y no le prestaba atención. Se acercó a él, no quería tocarle, no quería mancharle de sangre. Miró a su alrededor. El suelo estaba encharcado de rojo alrededor de Crandford pero Joel, donde rezaba con los ojos cerrados arrodillado frente al cadáver, estaba limpio. Joel no estaba manchado.

"Bien".

—¿Rezas por él?

—Rezo para que su alma no alcance las puertas del cielo y que el infierno le mantenga para siempre ardiendo en el fuego eterno —Su voz sonaba amortiguada entre sus manos.

Vale, eso era más propio de su pajarito.

Nolan, la alimaña tatuada, el puto huérfano de pasado trágico se puso en pie sintiéndose diferente a como él era cuando había entrado en aquel piso entrelazado con Joel. En algún punto entre el tercer o cuarto puñetazo mientras notaba los huesos de Crandford desencajarse entre sus manos su ser se había roto en mil añicos, astillas imposibles de volver a encajar. Ya no había vuelta atrás.

¿Cómo había podido creer que podía salir bien? ¿Cómo había sido tan jodidamente estúpido de pensar que podía tener cosas preciosas junto a Lucas cuando él... él era veneno?

Temblando, notando que se rompía por dentro en cada paso, se acercó al cuerpo inerte de Crandford y lo rodeó mirándole con asco.

—¿Qué es lo que ha dicho de Nacho? —preguntó más para sí que para Joel. Pero Joel le miró destapándose la cara interrumpiendo bruscamente su oración desesperada.

Buscó con la mirada el montoncito de ropa que había dejado sobre la cama después de desnudar a Crandford.

Se acercó para buscar entre sus bolsillos con manos temblorosas y sacar un móvil de última generación. Exigía una huella dactilar para poder desbloquearlo.

Tensó su mano ensangrentada para agarrarlo con determinación, y agachándose para usar la mano del cadáver desbloqueó el teléfono apretando su dedo pulgar contra la pantalla. Su piel todavía estaba caliente.

Tan fríamente que poco a poco Nolan dejaba de sentirse humano pensó que alguien como ese bastardo debía guardar sus conversaciones. Seguro, debía ser así.

Pensó que alguien que asesinaba creyéndose inmune a la justicia (y que lo era) guardando trofeos y grabaciones que mirar... debería sentir un dolorcito quejumbroso cuando borrase las conversaciones en las que planificaba sus encuentros.

Alguien como él no borraría pruebas, ¿Para qué si nadie iba a incriminarle? No, alguien como Crandford se regodearía de ellas. Volvería a su recuerdo cuando se sintiera necesitado para revivir el momento, revolcándose en recuerdos como los cerdos lo hacen en la mierda.

Nolan buscó por la galería de aplicaciones lo que sabía que encontraría, una app para dejar grabaciones de todas sus llamadas.

Buscó entre ellas el número de Nacho. Decenas de registros. Solo le interesaba uno. Sus dedos se dirigieron rápidos a la fecha de la muerte de Sky. Encontró dos llamadas. Apretó el botón de la última y Joel, frente a él, contuvo la respiración.

—Señor Crandford, no he conseguido contactar con él. Le he llamado pero no...

—Necesito a ese chico, es el único que aguanta callado. Por el dinero que te pago más te vale traérmelo.

—No sé donde está Nolan, señor.

El silencio incómodo de la línea no era nada comparado con el que mantenían ambos chicos, uno frente al otro.

—Pero... tengo una propuesta —oyeron que añadía Nacho.

El corazón de Nolan se paró y nunca más volvió a latir con el mismo ritmo después de escuchar la frase que sentenció la vida de su mejor amigo.

—Si le gustó el chico que acompañó a Nolan la otra vez, el asiático, puedo vendérselo para sus... actividades.

Joel se tapó de nuevo la boca con las manos para acallar un grito.

—¿Cuánto?

Setenta mil euros, se lo dejo barato por el estado de su nariz —No admitía ningún regateo—. Deshacerse del cadáver corre de su cuenta, como siempre. Pero en esa cifra va mi discreción. Y eso, Señor Crandford, no tiene precio.

—De acuerdo.

—En efectivo, ya lo sabe. Nada de trasferencias.

Joel se adelantó un paso y golpeó violentamente la pantalla para pausar la grabación. Nolan centró su mirada en él. Joel lloraba, con la nariz congestionada y las lágrimas cayendo por sus mejillas blanquitas. Negaba.

A él le hubiese gustado negar también. Le hubiese encantado sentir sorpresa por la inmundicia humana, sentir cualquier cosa salvo ese devastador dolor que le partía en dos el alma.

—Su vida... costó lo que cuesta un coche caro —Nolan estaba completamente ido. Quería respirar, quería tragar, quería... pero no podía.

Joel temblaba de rabia, compartiendo su misma herida. Sus ojos pasaron de la honda tristeza a la más profunda cólera en cuestión de segundos, ya no parecía frío.

Fue hacia el cadáver de Crandford en dos zancadas y Nolan le agarró antes de que se olvidase de que no debía tocar absolutamente nada y le patease con desprecio. Le agarró levantándolo en volandas para arrastrarle hasta el interior de la otra habitación mientras gritaba.

***********************************************************************************

Nolan, con la espalda apoyada en el lateral de la cama y el culo bien plantado en el suelo frío, lloraba con el teléfono móvil sujeto entre las manos. Lo paseaba de palma a palma pensando en cada palabra de esa boca que ya no volvería a moverse.

Había escuchado todas las llamadas grabadas del difunto concejal; a Nacho, a sus amigos, sus compañeros corruptos y a sus familiares. 
También había visto junto a Joel, una a una, todas las grabaciones en las tarjetas SD. Juntos, cogidos de la mano, habían visto morir a todos esos chicos.

¿Cuántas horas llevaban respirando ese aire asfixiante? No lo sabían.

Aunque en la vitrina hubiese nueve trofeos, en total Nacho le había vendido once vidas, y Nolan los recordaba a todos.

Todos ellos eran muchachos menudos de mala salud o mal carácter, chicos que no le hacían ganar tanto dinero como los demás.

Valían más muertos que vivos.

Tomó su propio teléfono desechable en su bolsillo y buscó en la agenda de contactos a Lucas.

¿Cómo le diría que era un asesino y que le había mentido en la cara prometiéndose a sí mismo una vida tranquila? ¿Cómo le diría que había comprendido una realidad tan putrefacta e inmensa que anulaba cualquier promesa... porque su vida, su vida ya no importaba?

Necesitaba explicarle el motivo por el que lo había mandado todo a la mierda, necesitaba que supiese el contenido de la última llamada a Nacho.

En esa grabación en la que el político pedía desesperado que le pusiera en contacto con Nolan y el chico rubio que le acompañaba en la feria de turismo, ese hombre adulto le rogaba a Nacho llorando por la fuerza de su desesperada depravación, con la voz engolada por la ansiedad, que se los vendiera para hacer con ellos lo que deseaba.

Nacho le subastaba ambas vidas por ciento noventa mil euros. Eso sí, pidiéndole como única condición que Nolan no sufriera al morir.

Después de todo, ese maldito hombre de negocios sucios le quería, quizá no lo suficiente como para no vender su vida pero sí para no querer que muriera de la misma forma agónica que los demás. Era bonito, a su cruel manera.

"Pero soy difícil de matar" pensó, y su mirada se endureció. Sí, él era difícil de aniquilar como la mala hierba. Eso era él, malo. Rastrojo, rata, alimaña y ponzoña.

¿Para qué negarlo? ¿Para qué intentar mentirse fantaseando con utopías de casa de la pradera?

¿A quién pretendía engañar? Era un chacal sin escrúpulos, un puto lobo dispuesto a devorar. Él no podía tener algo bueno, algo normal. Porque lo que él tenia dentro era peligroso, era como un incendio; y eso estaba bien, joder, porque eso le hacía fuerte, le hacía poderoso, le hacía mejor.

Porque a pesar de todo, él seguía allí; vivo, sobreviviendo a todo. 
Desde el día de su nacimiento, desde su misma concepción lo que llevaba era una mala estrella que le protegía y maldecía al mismo tiempo, desde que su madre había arrancado una vida llevándole dentro; y estaba destinado a irse de este mundo tal y como había venido, haciendo daño.

Debía contárselo a Lucas.

Llamó.

Lucas contestó medio segundo después. Debía estar tan preocupado que seguramente sujetaba el aparato entre sus manos esperando cualquier noticia.

Lamentaba que fuesen malas. Ojalá pudiera algún día darle una buena noticia.

Nolan cerró los ojos notando dos enormes lágrimas deslizarse por su rostro. Iba a perderle, pero él se merecía saber la verdad antes que nadie, antes que la policía.

—¡Sergio, dime! —Su voz apremiante por el miedo le devolvió al mundo terrenal donde el ambiente de la habitación era pesado y olía tanto a sangre como en un matadero—¿Qué ha salido mal, Nolan? ¿Por qué lloras?

—Lo siento mucho —susurró, se ahogaba en congoja y lágrimas—. Te lo dije, te dije que yo nunca cambio.

—¿Qué ha pasado? ¿Le has matado? ¿Es eso?

—Le he matado. Sí.

El silencio que siguió a esa frase era tan pesado, tan asesino como lo era él. Lo único que Nolan podía escuchar era la respiración agitada de Lucas a través de la línea y los murmullos de Joel, que rezaba en la habitación contigua arrodillado frente a la vitrina que eran las lápidas de chicos invisibles.

Rogaba por sus almas con tanta intensidad que deseó que de verdad existiera un cielo donde pudieran escucharle para que no se sintieran solos.

Nolan se derrumbaba por segundos. Sus entrañas eran de fuego, le quemaban.

La cárcel le daba igual y el peso de su conciencia no le aplastaría por ese bastardo pero...

Perder a Lucas era la peor tortura que hubiese imaginado.

Encendió la grabación desde el teléfono de Crandford con el manos libres y dejó que el mismo Lucas oyera cómo planeaban asesinar a Sky porque Nolan no estaba disponible para aplacar los instintos de ese bastardo.

—¿Q-qué...?

—Le mató porque es un asesino, no porque se le fuese la mano drogándole. Fue intencionado. Yo creía que fue la heroína pero... Lucas, yo pensaba que fue un...—le dijo Nolan intentando hablar con calma pero no podía atravesar esos mares de odio que dolían como cuchillas—. Nacho le daba chicos para matar, once chicos, se los follaba y luego los mataba. Los tiraba por ahí como si fuera una sobredosis y a nadie le importaba... nadie se daba cuenta... No eran nadie, no tenían...

"Ellos no tenían amigos como yo: Loco e incapaz de olvidar para seguir adelante".

—¿Vosotros estáis bien? ¿Y Joel?—preguntó Lucas de golpe— ¿Tú estás bien? ¿Te ha hecho daño?

Nolan sonrió, y dos lágrimas cayeron al vacío.

—¿Eso es lo que te preocupa? Le he aplastado la cabeza a un tío y me preguntas si yo estoy bien.

—No estoy enamorado de esa cabeza, estoy enamorado de ti.

—Joder, Lucas... tú eres el más loco de nosotros.

—Lo dudo mucho, cariño —Oyó que suspiraba para ponerse serio—. Está mal que me dé igual, pero me importa todo una mierda. Soy un egoísta. Solo quiero estar contigo.

—Lo siento mucho. Yo nunca cambio. Te lo dije. Lo he mandado todo a la mierda. He intentando ser una buena persona, lo juro. He intentado ser bueno pero esto... y te he perdido por gilipollas. Yo quería estar contigo para siempre, despertar contigo y lo he jodido todo... y...

—No me has perdido. Te dije que iría a verte al vis a vis... ¿o no? Te digo que me da igual esto, me da igual todo. Si vas a la cárcel te esperaré y cuando salgas despertarás conmigo.

—Quiero matarlo, Lucas —Su voz parecía suplicante, ¿Le estaba pidiendo permiso? ¿Estaba rogando su bendición para poder contar con su amor aunque fuese un homicida? Pues sí, eso mismo sentía que hacía—. Quiero arrancarle el corazón a Nacho. Quiero, necesito, que me mire preguntándose cómo cojones pudo pensar que le saldría bien...cómo pudo vender mi puta vida por dinero... Y la de Joel, y la de Sky; la de todos esos chicos. Quiero que vea que yo, que no soy nadie, se lo arrebato todo solo para prenderle fuego en la puta cara.

Acercó de nuevo el teléfono de Crandford hasta su móvil para que oyera esta vez la conversación sobre ellos. Oyó como Crandford lloriqueaba por la necesidad enfermiza y como dejaban muy claro que sus vidas no valían una mierda para esos dos hombres.

Creyó que Lucas le diría que no lo hiciera; entonces él se debería preparar para cortar con él y entregarse a la venganza, renunciar a su amor para morir matando.

Pero para su sorpresa oyó un enorme estruendo desde el otro lado de la línea, como si Lucas estuviera golpeando una pared, o tal vez la mesa. Le oyó gritar y blasfemar, y algo de cristal se rompió con su sonido característico estallando contra el suelo.

—¡Voy a matar a ese hijo de la gran puta! —Le oyó decir apretando los dientes, temblaba, su voz le delataba. Su novio estaba fuera de sí gritando que iba a matarlo por intentar hacerle daño.

El mecanismo averiado de Nolan hizo de nuevo tic-tac escuchando los instintos asesinos de Lucas.

Oyó más golpes, y algo que caía pesadamente al suelo haciendo un ruido increíble.

¿Habría tirado a patadas el sillón hasta hacerlo volcar?

Su furia avivaba su fuego. Nolan ardió de nuevo prendiéndose fuerte y poderoso como en una puta gran fogata.

—Lucas, amor, tranquilízate. Por favor, para —le susurró intentando calmarle.

—¿Cómo puede ese perro atreverse a...? Hay que pararle los pies, hay que... ¡ME LO CARGO! ¡LO MATO!

—Lucas, tengo un plan. Ni todo su dinero le salvará de mí; de nosotros. Pero tenemos que hacerlo bien —dijo serio, tan sereno que volvía a sentir que ya no era humano. Podía ser cierto, pudiera ser que los últimos restos de persona que quedaban en él hubiesen muerto junto a su fe en la bondad ajena. Oyó que a pesar de todo Lucas se esforzaba, con la respiración agitada, en escucharle.

*********************************************************************************************

Sí, Nolan tenía un plan.

Colgó el teléfono y lo guardó junto al de Crandford sintiendo que su cuerpo solo era una carcasa hueca llena de un sentimiento nuevo, un sentimiento que le parecía incluso agradable. El anhelo de la pura y dura venganza le insuflaba fuerzas, el aliento del cazador.

Porque cuando el dolor era tan intenso transformaba la mente y la materia, una y otra vez, una y otra vez, rasguño a rasguño.

Y eso...

Eso era algo que otros no tenían.

Porque joder, Nolan era mucho más inteligente que ellos gracias al hambre y el miedo, a la necesidad. Había malgastado años pensando que era basura, años y años de capar su mente con drogas para no pensar con claridad, pero ahora que estaba limpio y podía usar su intelecto... se sentía grande, se sentía jodidamente enorme.

Lucas estaba junto a él en la distancia. Sin el miedo de perderle nada podía detenerle, absolutamente nada.

Joel había estado escuchando su plan apoyado en la pared.

Había dejado de rezar y solo se había quedado allí mirándole mientras le contaba a Lucas lo que pretendía hacer. Un plan que más parecía el delirio de un demente, una gran hazaña imposible de alcanzar para alguien normal.

Pero ellos... ellos no eran normales.

—¿Tú estás conmigo, pajarito? —preguntó poniéndose en pie. Serio, tan amenazante que sentía que ese hombre que se acercaba al rubio no era él. Imposible, imposible porque en su alma ya no sentía rastro de tristeza.

Joel asintió despacio.

—Yo estoy contigo a muerte, Nolan. Te lo he dicho —dijo tranquilo, en su voz había admiración y veneración—. Muera quien muera.

—Si me traicionas—Comenzó a decirle fríamente. Joel le miró a los ojos esperando la amenaza con una pizca de expectación—, si me delatas o si por tu culpa le pasa algo malo a Lucas...

—Nunca dejaría que le pasase algo a Lucas. Lo juro por mi salvación—Frunció el ceño, su sinceridad era real, lo notaba—. En mi puta vida te traicionaría. Joder, Nolan... Tú y yo somos lo mismo, ¿No lo entiendes? Tú y yo somos hermanos.

Nolan asintió y recogió del suelo su navaja tranquilamente. Era cierto, Joel era su mitad de algo que no comprendía.

—Somos uno —murmuró.

Y su mitad-reflejo también idolatraba a Lucas. Aunque intentase seducirle cuando tenía la oportunidad... cuidaría de él.

—Me siento extraño —dijo Nolan sereno, tocándose el pecho—. Lucas dice que estoy en estado de shock, que se me pasará con el tiempo. Pero yo no quiero... ¿Es esto lo que tú sientes siempre; este vacío tan tranquilo, tan bonito?

Joel no respondió. Le observaba, analizando fríamente sus palabras. Finalmente asintió.

—Sí, pero no es bonito. Es jodidamente terrorífico no sentir nada.

—Parece que sientes, estás llorando.

—Lloro por esos pobres chicos... Por Sky, por... ¿Por qué Dios permite esto? ¿Cómo ha podido Dios dejar que...?

—Porque Dios no existe, Joel.

Esa frase cayó pesada en el ambiente y casi pareció hacer eco.

—No digas eso, no digas eso —Negaba presa de la aflicción.

—Dios no existe, y si existe... Es un puto depravado peor que ese bastardo muerto de ahí. Para el caso, mejor que no existiera.

—¡NO DIGAS ESO!

Nolan miró el cadáver.

¿Cuánto tiempo tenían hasta que alguien encontrase extraño que el concejal no diese señales?

Bueno, estaba convencido de que el hombre planeaba pasar un largo fin de semana con ellos antes de deshacerse de ambos cadáveres.

Estaba claro que no sería él quien bajase ambos cuerpos. No, esos brazos de mierda no podían cargar con el peso de ambos hasta tirarles por ahí en cualquier descampado o en el río. A demás, alguien como él no se arriesgaría a ser pillado infraganti. Sonrió imaginando el titular de los diarios, con una fotografía de un Crandford arrastrando el cuerpo de Joel. No, que va. Pudiera ser que el hombre de traje negro esperase una llamada tras ese fin de semana para encargarse de limpiar ese asunto desagradable. Eso sería fácil de comprobar registrando las llamadas de Bernardo a ese tipo.

Sujetó la navaja para deshacer el amarre del cadáver meditando mientras apartaba la cinta de su cuerpo desnudo y apartaba también la silla de una patada, pensaba en como seguramente nadie más sabía que el concejal estaba en ese edificio aparte de ese hombre de negro, Nacho y ellos.

Una vez que el cadáver dejó de estar envuelto en cinta americana se las pasó por las manos muertas para impregnarlas de sus huellas y tiró los restos, rompiéndolos previamente con tirones de sus manos, en la cama.

Joel le miraba en silencio hacer todo aquello atentamente, como un autómata que ya no sentía nada. Esa enorme serenidad que le llenaba cada fibra de su ser era lo más bonito que Nolan hubiese sentido jamás.

—¿Has escuchado lo que quiero que hagas por mí? —Joel asintió despacio— ¿Estás dispuesto?

—Sí.

Nolan se quitó el reloj de Sky, sujetó el brazo de Joel suavemente y le colocó ese objeto que más era un símbolo en su muñeca fina y pálida. Le quedaba grande.

Joel se mordía el labio para contener las lágrimas mirando la muesca de ese aparato que marcaba una hora equivocada.

—Quiero que lo tengas tú —le dijo Nolan en un susurro cariñoso. Joel se sorbió los mocos asintiendo para aceptar ese presente—. Le hubieses caído súper bien a Sky. Hubieseis sido amigos. Estoy seguro de que él querría que te lo quedases tú.

—Gracias...

Tras eso Nolan se acercó la punta de la navaja a su propio antebrazo y la hundió en su carne intentando no seccionarse nada realmente importante. Joel contuvo la respiración viendo como la sangre de Nolan goteaba hasta el suelo en un hilo que lo regaba todo y como él, con cierta parsimonia estiraba el brazo para que la sangre cayese donde él así lo desease.

Dolía, ¿Pero a quién le importaba?

No. En Nolan no había rastro de temor o tristeza, solo una determinación tal que guiaba cada una de sus acciones.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó Joel mirando la cantidad de sangre creando un charquito de sangre bajo su brazo estirado.

Le escocía y la pérdida de sangre le mareaba un poco, pero de pequeños sacrificios se construían las grandes victorias.

—Para que sepan que he estado aquí, sangrando —respondió Nolan encogiéndose de hombros. Joel frunció el ceño sin entender los entresijos de su plan—¿Tú has tocado algo? Piensa bien, porque si has tocado algo tienes que decírmelo para que me ocupe de eso.

—No he tocado nada, solo el suelo al pisar...

—Eso no importa. Este suelo no se limpia desde hace meses, míralo. Lo importante son tus huellas, pelos... cualquier mierda de esas que tenga validez en un juicio si llegan a detenerte.

Al decir eso Nolan se pasó la mano por el cabello y dejó tres o cuatros pelos que se había arrancado sobre la cama. Dejó el brazo estirado sobre las sábanas para que su sangre las manchase completamente.

—Creo que no... Espera, sí. La cinta que he puesto en la boca de...

Dejó de hablar porque en el cuerpo junto a ellos ya no se distinguía ninguna boca.

—Vale, ahora me encargo. Tú no has estado aquí, no sabes quien soy yo, y no has visto a este tío en la puta vida pase lo que pase. Escúchame bien. No tienen pruebas contra ti, no tienen móvil del asesinato, eres menor de edad y tú no sabes una mierda, ¿me entiendes?

—Alto y claro.

—En el caso improbable de que te detengan y tengan alguna prueba que te sitúe aquí, entonces les dices que sí, que eres chapero y que follaste hace días con él aquí. Y ya está. No tienen forma legal de hacer que eso deje de ser circunstancial. Pero mientras eso no pase...

—Boca cerrada. Cumplir con la misión —Completó Joel la frase asintiendo.

—Las cosas se van a poner feas, pero tú y yo somos unos mierdas sin nada en la vida, y... no tener nada es... nuestro superpoder. Porque sin nada... nada nos amarra. No le tenemos miedo a arrastrarnos por el fango para ganar. Estamos dispuestos a hacer cosas que nadie haría. No tenemos miedo, ni dignidad.

—Lucas, tú y yo contra el crimen organizado, ¿Eh? El Escuadrón de bichos raros a tope. Me gusta.

Nolan sonrió y asintió.

—Necesito hacer lo que te he dicho para que te vayas ya. Cuando salgas ve hacia la derecha, no dejes que la cámara de tráfico te vea. Allí fuera haz exactamente lo planeado ¿De acuerdo? Todo saldrá bien. Confío en ti más que en nadie para hacer esto, eres mi pajarito.

Joel sonrió iluminándose por la gratitud del reconocimiento, su palidez desapareció por el rubor que teñía sus mejillas.

Joel respiró repetidas veces para tranquilizarse antes de asentir.

—Vale. Estoy listo. Hazlo ya.

Nolan rompió su camiseta para atarse la franja de tela alrededor del antebrazo taponando la herida momentáneamente, y bajo la mirada de enloquecida resolución de Joel se acercó a él cerrando el puño.

**********************************************************************************************

Joel se marchaba por la puerta caminando lentamente con una larga ristra de objetivos por cumplir cuando Nolan se sentaba en la cama deshaciendo el improvisado vendaje de su brazo para descongestionar la herida.

Necesitaba sangrar, necesitaba dejar litros y litros frente al cadáver.

Se sentía como una bruma que se preparaba para tapar el puñetero sol. Iba a enfrentarse solo contra algo tan enorme que solo podía salir bien, porque... ¿Quién esperaría que alguien lo intentase?

Su corazón tamborileaba con el ímpetu de un héroe griego frente a una gran gesta.

En ese instante de abrumador silencio él era Hércules dispuesto a enfrentarse a la Hydra. Cortaría una a una las cabezas de esa enorme red de Nacho de una estocada antes siquiera de que sospechasen lo que estaba pasando. No habría regeneración, no habría otras dos para vengar a nadie. No.

Jadeó ante la enormidad de lo que estaba por venir. Su piel se erizó.

¿Desde cuando lo que sentía por dentro le daba ese placer y no dolor?

Se debía haber vuelto completamente loco. Pero cada vez que pensaba que había perdido el juicio su mente explotaba resquebrajada por una nueva desgracia, a cual más horrible que la anterior, una y otra vez durante toda su vida. De modo que, pensó en su placidez de tranquilidad, que todavía podía caer más; todavía todo podía empeorar.

¿Qué era lo peor que podía pasar? Pensó al instante en Lucas. Que le ocurriera algo malo a Lucas era, sin lugar a dudas, la peor fatalidad que podía imaginar. Su mayor temor.

Suspiró. Si quería alcanzar sus metas de absoluta venganza necesitaba ayuda. Joel era su espía estrella, necesitaba su inteligencia y sus palabras embaucadoras, él era la pieza angular del plan pero...

Necesitaba fuerza. Puños y pistolas que protegiesen a quién más amaba.

Necesitaba unir su pasado y presente, abrazar su verdadera naturaleza y dejar de huir de lo que era.

Porque él era tres personas:

Sergio, el niño vulnerable que hacía el amor con Lucas y se abrazaba a él a la menor oportunidad. Lo que le hubiese gustado ser.

Nolan, el ratero que tocaba fondo para sobrevivir anestesiado por las drogas, quién había sido... a su pesar.

Y Serhii Sevchenko, e iba a enseñarles a todos de qué era capaz ese puto huérfano. Iba a enseñarles a todos esos cabrones quien realmente ERA.

Para ello necesitaba contar con fuerza bruta que se dejase manipular. Soldados.

Efectuó algunas llamadas y dejó para el final la más difícil.

Tomó su teléfono entre las manos de nuevo y marcó su número despacio.

La espera mientras que la llamada hizo tono se le hizo eterna. Cuando descolgó fue mucho más evidente el hueco vacío que esa pieza dejaba en su ausencia.

—Zdrásti, Yakov—Saludó sin aliento, sintiéndose recompuesto de nuevo.

—Serhii —dijo su voz tan sorprendida que notó un leve sentimiento de preocupación. Nolan sonrió ampliamente escuchando la pronunciación correcta de su nombre por primera vez en años.

—Brat.

Decir la palabra hermano no era sencillo, temió que Yakov siguiera enfadado con él por haber preferido irse de su lado. Que siguiera odiándolo como le odiaba cuando fue a recogerle a un hospital de madrugada. Pero le oyó reír con su voz atronadora, tan, tan grave que parecía sacada de las entrañas del camposanto.

Y Serhii Shevchenko también rio.

Le dijo en su idioma a su hermano mayor que tenía un problema, que necesitaba su ayuda.

Le dijo mirando fijamente el cadáver frente a él que si estaban dispuestos a ayudarle a destruir la vida de ese desgraciado proxeneta como azotado por un terremoto que lo arrasase todo... él prometía regalarles una ciudad.

**********************************************************************************************

Nolan subió tranquilamente por una escalera anticuada con incrustaciones de azulejo en cada escalón. Subió despacio, sin apoyarse en el reposamanos de madera. Todo en la arquitectura de esa casa de campo parecía sacado directamente de los años ochenta; el gotelé, los azulejos de la cocina y desde luego, la escalera de madera anaranjada.

"Tanto dinero y vives como una mierda".

Llevaba la pistola bien sujeta en su mano, y con cada paso escuchaba un pequeño traqueteo de su mecanismo metálico. En el silencio de la noche ese sonido casi parecía el estruendo de una atracción de feria.

Había sido tan sencillo colarse en esa casa que le sorprendía que Nacho siguiera vivo, realmente nadie había intentando nunca hacerle daño.

"Siempre hay una primera vez".

Cuando llegó al dormitorio empujó suavemente la puerta entornada con la punta de los dedos manteniéndose en guardia con el arma preparada para disparar.

Se acercó a la cama despacio. Nacho dormía, roncaba tan tranquilo mientras creía que él y Joel agonizaban a poco de morir.

El hombre frente a él, el que les había traicionado por dinero cansado de lidiar con el carácter rebelde de Nolan, seguía siendo pese a todo lo más parecido que hubiese sentido como un padre.

Apuntó con el arma a su cabeza, acercándose hasta poder pegarle una patada al colchón con todas sus fuerzas. Nacho despertó sobresaltado y se encontró con una Glock apuntándole a la frente.

—¡Oh, lo siento! ¿Te he despertado? —dijo en un peligroso todo amistoso, sonreía pero sus ojos se humedecían. Nacho respiraba fuerte dejándose llevar por el significado de lo que estaba pasando. Nolan temblaba mirando a su figura paterna—. Te dije... te dije que me metieras una bala en la cara.

—¿Has venido a matarme?

Nolan rio oyendo esa pregunta y negó. Se mordió el labio. Dos lágrimas cayeron por sus mejillas. 

—¿Matarte? ¿Solo? —Su voz sonaba casi como un llanto. Bruscamente su rostro se endureció hasta doler por el odio, y mordiendo el aire le dijo—: No, Nacho. He venido a quitártelo todo.

Notas finales:

Dejen algún comentario, aunque sea para insultarme jajaja


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