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If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

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Notas del capitulo:

¡Hola! Espero que lo disfruten. 

Jueves, 15.
22:00 p.m
(Mientras Lucas corría por la calle y Nolan miraba a un proxeneta a los ojos).

El silencio en la iglesia era cautivador, lo envolvía todo y a todos los que entraban en su interior como el vientre de una madre, que para el tiempo protegiendo a su feto. La acústica reverberante hacía resonar cada paso contra el suelo encerado y eso a Joel le gustaba, le hacía sentir que gracias a ese sonido allí dentro su presencia estaba más evidenciada que en ningún otro lugar.

Allí el Altísimo no podría ignorarle.

La mayoría de personas no opinaban como él, se removían incómodos por esa sensación de tensión ambiental. Tanto silencio resultaba antinatural para muchos viajeros que se adentraban en la iglesia por motivos más turísticos que espirituales.

Joel les miraba entrar sin santiguarse, hacer fotos aquí y allá a las estatuas y a las pinturas que adornaban las pequeñas capillas laterales del templo, y luego marcharse sintiendo que ese silencio les erizaba el vello de la nuca sin llegar a prestar atención al agua bendita.

Sintió envidia.

A Joel le hubiese gustado no creer en lo que creía en ese momento.

Intentó respirar pero le resultaba doloroso aspirar el aire por su nariz hinchada, emitió un jadeo lastimero intentando sacar el aire de su cuerpo e introducirlo de nuevo sin sentir que le ardía la cara, pero le costaba.

Desde su asiento al fondo de se enorme espacio, junto al confesionario, podía verlo todo.

Veía a esas personas como veía al sacerdote que se acercaba a él desde la sacristía dibujando en su rostro la preocupación digna de un padre. Elevó su mirada, también podía ver el retablo mayor.

Miró con resentimiento a esa figura de Cristo que moría para salvarlos clavado en su cruz, que con su sacrificio les regalaba esperanza, pero que no había tenido compasión por salvar la vida de todos esos pobres chicos olvidados. Dios era amor, pero a veces... En ocasiones como aquella, Joel pensaba que sus padres tenían razón y era también crueldad.

No se lo merecían, Sky no se lo merecía.

Una lágrima se deslizó por su cara y sintió escozor, tanto en su rostro como en su alma. Su férrea fe tiritaba. Sus creencias se desmoronaban. 
Él, Joel, que nunca había sentido... estaba destrozado. Porque si Dios lo era todo y era malo... Entonces... Entonces ya no le quedaba nada. Absolutamente nada a lo que aferrarse.

Acarició con la punta de los dedos el reloj de Sky. Le habían vendido como a un perro; y aunque a él también, lo que le dolía no era la traición sino imaginar la soledad en los últimos minutos del dueño de ese reloj.

¿Lo habría entendido él? ¿Habría adivinado mientras suplicaba que no iba a salir de ese apartamento con vida?

Sky se había muerto completamente solo, desamparado, quizá sabiendo que no tenía nadie que le echase de menos; sin saber que unos meses después ellos dos iban a inmolarse para vengarle, que morirían para evitar que sucediese de nuevo. Sin saber... que Joel amaría su recuerdo aunque él no supiese amar a las personas y que por ello estaría dispuesto a comenzar una guerra que no estaba seguro de poder ganar.

El sacerdote se acercó a él y se agachó en cuclillas para mirarle el rostro ensangrentado. Joel intentó recomponerse, que pareciera que estaba bien y que lo tenía todo controlado. Cosa difícil porque era evidente que estaba llorando.

—¿Qué te ha pasado, chico? ¿Estás bien? —le preguntaba alarmado el cura frente a él, tenía los ojitos oscuros y una curiosa calva formada por entradas a pesar de ser todavía joven para sufrir esos estragos.

Joel asintió lentamente. No debía parecer que estuviera bien en absoluto. Por el aspecto que le devolvía cada superficie reflectante Joel tenía un aspecto lamentable; y así debía ser, de hecho.

"Genial".

Según veía, su nariz sangraba y se hinchaba con una herida cerca del puente que le escocía con cada respiración, tenía un labio con una enorme raja y su pómulo era... bueno, su pómulo era una obra de arte abstracto. Nolan le había dejado hecho un cromo. 
A Joel le gustaba el peligro, no el dolor intenso. Pero el umbral de dolores que estaba dispuesto a soportar para alcanzar sus objetivos quedaba todavía muy lejano de lo que sentía allí sangrando. Aunque pareciera un cerdo en matanzas Joel estaría dispuesto a dar mucho más.

—¿Llamo a la policía, o a una ambulancia?

Joel negó. Ese amable sacerdote parecía realmente preocupado.

Una buena noticia porque su intención era esa, tener un aspecto tan preocupante que nadie con un mínimo de moral pudiera abandonarle a su suerte. Y así tejería su red de araña traicionera, atrayendo a su objetivo con la pena y atándose con sus raíces como la hiedra.

—Estoy bien —dijo, su voz sonaba rara porque su labio hinchado no le dejaba vocalizar correctamente—. Me he peleado con unos chicos y me han pegado. Pero no se preocupe. He llamado a mi hermano para que venga a buscarme, ¿Puedo esperarle aquí?

—Sí, claro, chico. Si necesitas algo estaré allí dentro ¿vale?

Joel le dio las gracias y vio como el hombre volvía hacia el interior de su iglesia volteando el cuello hacia él cada tres o cuatro pasos para asegurarse de que estaba bien.

Y Joel se quedó a solas de nuevo con Cristo. Manteniendo la calma por fuera y llorando por dentro.

Se arrodilló con esfuerzo clavando las rodillas en el reclinatorio del asiento de madera, tapizado de terciopelo rojo, juntó sus manos haciendo sonar en ese movimiento el reloj y cerró los ojos con fuerza.

Su corazón golpeaba con la fuerza de la música sacra.

Su respiración iba cargada en cada exhalación de una muda súplica.

Cerraba las manos con tanta fuerza que sus uñas se clavaban en su piel. Su alma se alzaba con el vuelo de la alondra hasta los reinos de Dios para llamar a su puerta con los nudillos, golpeando los cielos con fuerza como había golpeado la puerta de Diego hasta ser escuchado. Rezó, cerró los ojos y rezó.

"¿Señor, por qué nos has abandonado?".

Les explotaban, les usaban hasta que ya no podían obtener más beneficios y luego, con el beneplácito del sistema, vendían sus cadáveres. Bien parecía esa ciudad una granja que dispensaba carne fresca a los asesinos; una gran factoría de sexo y muerte. Un matadero.

Eso había estado a punto de pasarle a él, a Joel, que le entregaría a Dios lo corpóreo de su ser si él lo requiriera, que le entregaría su alma porque suya era.

Y ahora... habían matado a un hombre. Ahora... planeaban hacer cosas terribles que eran necesarias porque nadie más iba a hacer nada, porque Dios debía estar ocupado en otros menesteres y los hombres que debían protegerles eran los mismos que suponían un peligro.

"¿Es este tu deseo? ¿Es este tu plan divino?".

Ojalá así fuera. De ser así Nolan estaría equivocado y Dios existiría; como él siempre había creído, como necesitaba creer.

¿Podía ser posible que la muerte de Sky solo fuese el detonante para que ellos comenzasen la batalla? ¿Era Sky un mártir en la guerra de la providencia para parar las aberraciones que se cometían en esa minúscula ciudad? De ser así Nolan sería su enviado, como el mesías que guiaba la cruzada y él era su apóstol. De ser así... Sky era un héroe, su muerte tendría más sentido que el capricho de un gordo sádico, y gracias a su sacrificio decenas de chicos se salvarían de sus futuros asesinatos.

Debía ser así, porque la otra alternativa era demasiado dolorosa.

Abrió los ojos mirando fijamente a Cristo, compartiendo su llanto dorado. Y él, como debía ser su voluntad, también se puso la justicia como coraza, y el yelmo de salvación en su cabeza; como vestidura se puso ropas de venganza, y se envolvió de celo como de un manto.

Así le encontró la victima de sus confabulaciones, entre tanto. Esa pobre mosca indefensa que debía atrapar por orden y mandato de Nolan.

Casi al mismo tiempo que Adrián entraba buscándole con la mirada Joel apretaba los dientes y suspiraba. Así permaneció mientras se acercaba a él, encorvado rezando con todo el fervor de su alma para que todo saliera bien.

—Joel, ¿Estás bien? —le oyó decir haciendo ruido a su paso, destrozando aquella divina calma. Chocó el pie contra uno de los bancos de madera y a poco estuvo de caerse envuelto de un estruendo.

Le había llamado llorando y ahogándose por la sangre que le brotaba de la nariz, pidiéndole ayuda entre ruegos desesperados. El chico, por supuesto, se apresuró a preguntarle dónde iba a buscarle. Luego Joel había guardado el teléfono móvil con tranquilidad y sin pesar ni remordimientos se había dirigido hacia esa iglesia para esperarle.

Los transeúntes con los que se había cruzado por la calle le miraban incómodos y asustados, pero ninguno se acercó a él; nadie dejó de caminar para socorrerle pese a que la sangre de su nariz goteaba hasta el suelo.

Adrián tomó asiento a su lado.

Joel respiró hondo para comenzar con la función. Se levantaba el telón.

Aprovechó la sensación de tristeza que tenía atascada en la garganta para llorar a volundad. Se giró hacia él fingiendo que intentaba contener esas lágrimas para parecer orgulloso y que su corazón se encogiera viendo que su esfuerzo era inútil, tal era su pesar.

¿Acaso hay algo más conmovedor que ver a un orgulloso rompiendo en llanto en público?

Y sí, sintió una leve punzada de remordimientos mirando su cara. En ese momento en el que sus ojos negros se convulsionaban por la preocupación recorriendo sus heridas se dijo que ese muchacho frente a él era una buena persona que no merecía ser usada, y que seguramente el pobre adolescente sufriría cuando todo acabase. Adrián no merecía nada de aquello, como tampoco lo había merecido Sky; y como él, también era un mártir en sus planes, un daño colateral. Por ello... por ello Joel se esforzó en hacer su llanto tan creíble como pudo.

Una persona normal solo hubiese podido querer parar esa pantomima bajo esa sincera mirada. 

Pero él no era una persona normal, nunca lo había sido.

Y la frialdad con la que estaba envuelta la nada de su alma estaba guiada por la imperturbable determinación de un depredador. Joel podía manejar eso para darle la vuelta y usarlo a su favor, para hacer de la bondad y de la compasión una trampa.

—¿Qué ha pasado, joder? —le oyó decir agarrándole la cara entre las manos realmente asustado. Joel profirió una mueca de dolor, el chico le soltó al instante.

Y Joel se lo contó todo; o casi todo.

Le dijo, afrontando su sobrecogida expresión, que estaba solo en el mundo; que sus padres le habían echado aquella terrible noche de su hogar por homosexual diciéndole que era un depravado; que su familia era aférrima creyente de las virtudes del Opus Dei y él no podía volver; que Martín le había delatado enfadado por el encuentro que ellos habían mantenido en el baño, lo dijo sabiendo que se sentiría culpable por ello pero, en cierto modo, era la pura verdad; luego le contó que había dormido en la calle durante semanas ; que había chupado pollas por dinero; que había aceptado dormir en casa de unos amigos para dejar de hacerlo y así había pasado los últimos meses.

Le contó tantas certezas que cuando comenzó a mentir en medio de ese templo y bajo la atenta mirada de Cristo y de la Virgen de la Soledad... sus palabras falsas se convertían en verdad.

Levantó falsos testimonios diciendo que se había peleado con sus amigos, que le habían pegado una paliza creyendo que había robado algo del piso donde se refugiaba, pero que él no había sido, lloró repitiendo que todo había sido un malentendido; concluyó susurrando que le habían echado a la calle, sangrando y que no sabía qué hacer.

Se ahogó entre sollozos fingiendo unos nervios que él nunca podría sentir, que ni siquiera había sentido teniendo frente a él un cadáver. Joel se sintió escoria de nuevo por ello, y se preguntó si era él un simple Psicópata, sin más. Decidió preguntarle abiertamente a Lucas cuando le volviera a ver.

—Creo que deberíamos ir a urgencias —le dijo Adrián alargando su mano para sostenerle la suya. Miró un segundo el reloj roto que decoraba su muñeca, pero no pareció darle importancia. Joel asintió— ¿Por qué no intentas llamar a tus padres?

—Ya lo he intentado, no me lo cogen. Nunca lo hacen —susurró, eso también era verdad.

Pero para asegurarse de que Adrián no dudaba de su palabra tomó su teléfono (Su teléfono habitual, el que Sol le ayudaba a pagar para seguir teniendo línea y no el Nokia antiguo que Nolan le había dado para comunicarse).

Joel llamó a su madre; y como siempre, su madre no contestó. Hizo lo propio con su padre, solo recibió el sonido de un número que ha sido bloqueado.

Adrián suspiró frotándose las manos sudorosas en los pantalones.

—Vale, vale. Pues vamos a urgencias tú y yo. Te acompaño.

—Siento mucho haberte llamado, nada de esto es culpa tuya —Eso también era cierto—. Pero no sabía a quién recurrir, no...

—No te preocupes, somos amigos y para eso estamos —respondió él asintiendo más para él mismo que para Joel, antes de que hablase ya sabía lo que iba a decir y ya sentía el calor de la victoria—. Hablaré con mi madre para que te quedes en mi casa, seguro que ella lo entiende y te quiere ayudar...

¡Qué agradable era ese calorcito en sus tripas cuando las cosas salían como él quería!

—Por favor, no le digas las cosas que he hecho, no le digas he que... me da mucha vergüenza. Por favor.

El rostro de Adrián parecía realmente sombrío y tenso cuando dijo:

—Tranquilo, no le diré nada de eso. No te preocupes.

Y Joel sonrió, arropado por la voluntad del cielo.

**********************************************************************************************

En urgencias no había mucha gente esperando para ser atendida. Joel contó cinco personas sentadas en esas incómodas sillas; un anciano se agarraba el brazo con cara de dolor, una niña lloraba diciendo que le dolía la tripa y un adolescente esperaba mirando su teléfono estirando una pierna raspada por una caída. Adrián le ayudó a rellenar con sus datos el formulario de inscripción y esperó fuera mientras la enfermera que se encargaba de hacer la griba inicial para decidir el orden de ingreso le juzgaba el estado de su cara.

Nolan le había hecho un tremendo destrozo, tenía cubismo en la cara, pero había tenido cuidado de no golpearle fuerte sobre la nariz o el ojo para que sus heridas fuesen escandalosas pero completamente reversibles en pocos días. Un poco de cremits y no tendría ni cicatriz. De modo que la enfermera suspiró, aburrida de su tediosa jornada de trabajo, y le dijo que se marchase a la sala de espera hasta ser llamado.
Cuando él salía la niña con dolor de tripa entraba.

—Dice que espere ahí sentado —le dijo Joel señalando con la cabeza unos asientos vacíos en cuanto volvió.

Adrián no se movió y miró acusadoramente la puerta por la que acababa de aparecer el rubio.

—¿Pero no te atienden ya?

—Aquí hay gente que está peor que yo —le dijo encogiéndose de hombros, y se arrepintió. No, debía parecer que él estaba fatal, tan mal que Aurelia no pudiera concebir la idea de negarse a mantenerle a salvo en su casa. No podía ir quitándose importancia o quizá ella decidiera que debía buscarse la vida en algún otro lado. Negó y se tambaleó—. Me...Me estoy mareando...

—¿Qué? —exclamó Adrián apresurándose a sujetarle por que Joel había decidido que un desvanecimiento en plena sala de espera aceleraría bastante las cosas. No podía perder mucho tiempo esperando su turno, tenía un horario que cumplir y unos objetivos que realizar. Se dejó caer cual largo era, tan desplomado cayó que las enfermeras no dudaron de su veracidad, hasta se golpeó el rostro contra las baldosas, manchándolas con sangre— ¡Ayuda, ayuda! —gritaba el pobre Adrián.

Joel fingió que volvía en sí en cuanto notó que las enfermeras y la mujer de la recepción le metieron hacia el interior rápidamente levantando su cuerpo y colocándole en una camilla que traía un eficiente celador.

Adrián no podía pasar, permaneció en medio de la sala de espera con el rostro cargado de preocupación y antes de que Joel se marchase le gritó que iba a llamar a su madre.

Joel obedeció a las enfermeras mientras distintos encargados le hacían pruebas para averiguar si el desvanecimiento había sido fruto de un daño grave provocado por la pelea o si se trataba de un mareo fortuito.

Tras espera y pruebas, y espera y pruebas, llegaron a la conclusión de que Joel estaba perfectamente del cerebro (No, tan así de la cabeza aunque ellos no lo supieran).

En ese momento Joel estaba sentado en una camilla mientras una enfermera y un técnico sanitario le limpiaban las heridas de la cara y se las suturaban. Notaba el tironcito molesto de los apósitos uniendo ambos bordes de la herida de su pómulo. Pese a ese escozor... Joel se mantenía sereno con rostro imperturbable mirando al doctor frente a él.

De otra forma no hubiese podido llegar hasta él. Ningún doctor se deja caer por el bóxer de urgencias para ver a un niñato con una heridita en la cara, pero un desmayo sí merecía su atención y su presencia.

Nolan le había dicho que Esteban era un imbécil, pero no le había dicho que fuese atractivo.

Esteban rellenaba los anchos de aquella bata con su espalda cuidada a base de gimnasio y afortunada genética, sus ojos negros parecían vivos e inteligentes, algo pequeñitos pero en buena consonancia con su rostro agradable a la vista. Estaba recién afeitado; Joel pudo ver un minúsculo corte que la cuchilla había dejado en su mandíbula. Le quedaba bien el corte de pelo que llevaba.

Joel repasó al hombre que era ex de Lucas y se los imaginó juntos, hubiese sido una bonita visión si no fuese por la actitud arrogante de ese tipo. Se notaba a leguas que era dañino, y se imaginó esa voz autoritaria que estaba dándole órdenes a la enfermera aplastando con su ego el amor propio de Lucas, borrando de su rostro su hermosa sonrisa y haciendo desaparecer esos hoyuelos bajo el peso de sus reproches.

Se pasó la lengua por el labio inferior hinchado para saborear la sangre seca, metálica y agria; era un depredador que se relame antes de cazar.

Imaginó a Esteban gritándole estupideces al psicólogo, diciéndole que no le merecía, diciéndole (tal y como Nolan le había contado que había hecho en su breve encuentro) que no sabía ni disparar, ni bailar, ni follar. Suspiró notando su aliento caliente en su propio labio.

Se estremeció.

Joel nunca había estado con Lucas; nunca habían follado ni bailado ni disparado juntos pero por su salvación imperecedera que pensaba que el psicólogo podría hacer lo que se propusiera.

Lucas era la esquina angular de sus extrañas relaciones y le sentía iluminado por la luz de los cielos como las bombillas iluminan las estatuas marianas en las capillas. Lucas era un santo, era intocable. Que ese tipo que miraba su informe médico le hiciera sentir menos valioso de lo que era le parecía casi blasfemo.

La enfermera terminó de cerrarle los puntos de su pómulo con un tirón que notó extraño por la anestesia local y tras colocar un último apósito le oyó murmurar "Ya está, cariño ¿Te ha dolido?". Joel negó.

El técnico de enfermería le pasó un espejo para que pudiese ver cómo le habían dejado la cara, se sintió como un monstruo de Frankeinstein de hacendado zurcido y amoratado. Pero no estaba tan horripilante como esperaba, tenía cierto aire trágico que podía resultarle agradable a un ególatra que necesitase la admiración de muchachitos vulnerables como lo era el tipo frente a él. Desde luego, tenía toda la pinta de ser un pajarillo roto de alas quebradas que no podía remontar el vuelo sin ayuda. Se sintió satisfecho y apartó el espejo.

—Tienes un poco de anemia — dijo el doctor mientras sus ayudantes se marchaban. Joel se encogió de hombros, moviendo distraído los pies en la camilla. Vio sus dedos subiendo y bajando las páginas del informe antes de levantar la mirada hacia él—. Tal vez derive de eso el mareo de antes, ¿Sueles marearte o ha sido algo puntual?

—No me había pasado nunca —respondió tranquilamente, y le miró de arriba abajo con descaro antes de apartar la mirada fingiendo un azoramiento tal que sus mejillas se ruborizaron frente a los ojos de Esteban—, doctor.

Había añadido la última palabra lentamente, saboreándola con la lascivia del virgen que se prende cachondo perdido frente a esa fantasía, el enorme doctor atractivo en una consulta de urgencias desierta. Cuando volvió a mirarle Esteban ya no miraba el informe. Casi podía notar como su ego daba palmas.

Joel no tenía el mejor aspecto, pero si algo había aprendido en sus odiseas callejeras junto a Nolan era que la mayoría de veces quien tropieza en la seducción no es el sentido de la vista sino el del oído, y cómo Joel les podía hacer sentir mediante él.

El doctor se acercó a él, sentado en la camilla mirándole con la cabeza doblada como un cachorrito perdido que busca desesperado un amo al que idolatrar.

—Para la anemia... deberías controlar tu dieta. Deberías incrementar tu ingesta de legumbres y carne roja —dijo él, sus ojos le miraban a conciencia por primera vez desde que estaban en esa pequeña consulta. Le veía tantear el terreno para asegurarse de no estar malinterpretando su comportamiento, Joel le sonrió y notó la punzada del dolor en su labio— ¿Es posible que no estés alimentándote como deberías?

Joel se aseguró de disipar cualquier duda que rondase en la cabeza de Esteban, fingiendo todavía ser un muchachito sumiso que se armaba de valor paseó su mirada por su cuerpo entreabriendo sus labios heridos antes de decirle, o más bien no decirle:

—No, no, no, da igual...

—No, No. Dime, ¿Qué querías decirme?

Una risita nerviosa salió de sus labios, y forzó su garganta para que pareciera que sus nervios le traicionaban llenando de gallos adolescentes su voz, demasiado aguda pero... en cierta forma, adorable.

—Es que... h-hay cosas que me gustaría comer... —Tragó saliva y miró al doctor a los ojos relamiéndose un poco— pero no sé si... puedo, doctor.

Esteban se quedó petrificado por la sorpresa, Joel observó como lo comprendía y se giraba rápidamente hacia la puerta entornada pensativo.

Joel abrió las piernas, lentamente para no ser muy obvio, pero en un movimiento que Esteban no pasó por alto y que no supo rechazar. Se acercó a él un poco más y colocó una de sus grandes manos en su muslo, apretando.

—Bueno, puede... —volvió a mirar la puerta, parecía nervioso— puede que sí puedas...

Joel se acercó a él, mirando hacia arriba sentado en la camilla para atraparle entre sus muslos mirándole a la cara. Notaba su corazón latiendo contra su pecho amortiguando el sonido del ajetreo de los pasillos de urgencias.

—¿Usted me comería, doctor?

Esteban, que seguía con la mano en su muslo y una estúpida expresión, asintió dejando el informe sobre la camilla para alargar su otra mano tocándole el cuello suavemente, subiéndola despacio hasta su cara recién suturada.

Se inclinó y le besó sin importarle su herida. Esos labios que habían besado a Lucas durante años, esos labios que se movían diciendo palabras hirientes.

Joel jadeó por el dolor de su labio moviéndose contra su piel herida, y por el roce de su lengua contra la suya que se movía sin ningún cuidado.

Alguien pasó peligrosamente cerca de la puerta de la consulta. Esteban se separó de él para cerrarla y girar el pestillo interior del pomo rápidamente. Joel saltó de la camilla para esperarle en pie, y ser arrastrado bruscamente hasta estamparle contra el escritorio siendo besado con la torpeza del necesitado.

Joel le arañó a conciencia el cuello, y le oyó quejarse por ello antes de girarle contra el escritorio tan violentamente que todo lo que descansaba en su superficie se tambaleó y volcó. Al instante se abalanzó sobre él para bajarle los pantalones rápidamente de un tirón.

Joel sonrió. Ese cosquilleo peligroso que sentía cuando sus planes salían tal y como habían sido concebidos le hizo estremecerse y gemir sonoramente, aunque Esteban pensó que ese sonido era gracias a él.

—No hagas ruido —Agarrando sus nalgas con ambas manos. Joel asintió rodando los ojos— Dios, que culo tienes, joder ¿Cuántos años tenías?

—Diecisiete, doctor.

Le oyó jadear bajándose sus propios pantalones, poniendo en peligro su carrera por follarse ese culito veintiún años menor que él que se le había insinuado; sin hacerse preguntas, sin sospechar nada porque, evidentemente, debía pensar que él se lo merecía. Escupió en su mano para lubricarse; Y sin preparación, ni preliminares, ni ningún tipo de caricia que disfrutase Joel se adentró en su cuerpo impulsivamente.

Joel apretó los labios notando ese dolor ya conocido, arañó con sus uñas la superficie y le dijo girándose hacia él "Me duele" solo para ver qué reacción tenía, por mera curiosidad.

Como ya esperaba, Esteban le ignoró soberanamente.

"Me duele" repitió. A él no le importó.

Tres, cuatro, cinco movimientos bruscos de eyaculador precoz y le oyó gemir por lo bajo explotando en su interior. Joel sintió algo de lástima por Lucas, si ese era el gran Esteban que le había hecho sombra durante tantos años a su autoestima había estado muy, muy engañado.

Oyó como se limpiaba con un pañuelo después de apartarse de él. Joel se quedó quieto, con el pecho apoyado contra ese escritorio y el culo todavía en pompa respirando hondo para descansar un poco antes de comenzar con la siguiente función escénica que debía preparar.

Oyó también como se subía los pantalones y se los cerraba colocándose en su debido lugar la hebilla del cinturón.

Joel se levantó irguiéndose sin máscaras dulcificadas.

En su expresión ya no había ningún edulcorante que confundiese a nadie. Esteban frunció el gesto extrañado por su cambio brusco de actitud y Joel se subió los pantalones tranquilamente siendo observado.

—Bueno, Esteban. La has cagado.

—¿Cómo sabes mi nombre?

En su chapita agarrada a la bata blanca solo ponía "Dr. Muñoz".

—Es el momento de que le diga lo que pasará después de esto —Siguió diciéndole sin inmutarse. Alguien llamó a la puerta con los nudillos y Esteban pegó un enorme salto—, pronto un amigo común vendrá a visitarle. Le dirá que debe hacer una cosita y usted le hará caso ¿Lo entiende?

—¿Qué estás...? No.

Joel se acercó a él, se llevó la mano al labio. Se le había vuelto a abrir la herida con tanto besuqueo. Miró su propia sangre, roja y brillante, envolviendo sus dedos. La sangre siempre le había parecido tan, tan hermosa...

—Está siendo chantajeado, Doctor. No está en posición de negarse —Su voz serena y fría no iba de farol, Esteban lo notaba porque vio como poco a poco, mucho más lentamente de lo que había comprendido su insinuación, comprendía que había caído en una trampa—. Acaba usted... ¿Puedo tutearte? Acabas de tirarte a un pobre chaval sin hogar, un menor de edad que ha venido a su consulta sangrando por una paliza. Se ha aprovechado usted de mí y yo... —Curvó su labio en un eficiente puchero que temblaba a punto de romper en llanto— yo voy a gritar. Voy a gritar bien alto.

—No, por favor. Por favor. Para, para.

Le gustó que rogase, le hubiese gustado que Lucas estuviera allí para verlo. La persona que golpeaba la puerta insistió de nuevo un poco más fuerte.

—¿Doctor? —la voz de la enfermera le llamó desde el pasillo. Joel sonrió por ello viendo como el color de Esteban rozaba el gris a medida que escuchaba a la muchacha decirle a alguien— No lo entiendo, no han salido de aquí. Están los dos dentro.

—Pero yo no...

—Tú sí. Tú me has follado; y... ¿Puedo ser sincero? Bueno, pues bastante mal, también te digo, Esteban; no ha sido el mejor polvo de mi vida —El rostro de ese hombre alto era un poema, así que añadió sonriendo—: Puedo demostrarlo, tengo tu semen manchando mi ropa interior, y en mis uñas tengo piel y sangre. Mírate el cuello... Te he dejado unas buenas marcas cuando me "defendía", ¿Eh? Como abra yo la boca ahora mismo y grite con esa puerta cerrada... no vuelves a trabajar en la vida, te denuncio por abuso sexual y si te pones tonto con lo del consentimiento hago que también te caiga un cargo por estupro. Y te lo merecerías, porque tu intención era aprovecharte de un niño imbécil impresionado por tu uniforme, has sido un bruto y un estúpido, Esteban ¿Sueles arriesgar tu empleo por un polvo mal hecho hasta que te corres? Esa es otra. Porque yo no me he corrido, y me ha dolido, doctor, ¿Tú sabes que yo también tengo polla y que no pasa nada si me la tocas? Nuestro Señor Altísimo te otorgó dedos para algo.

—Pero... tampoco ha estado tan mal ¿no?

—Mira, ni te voy a contestar.

—¿Pero qué es lo que quieres de mí? —Parecía realmente rendido, tan asustado que Joel le sonrió para tranquilizarle un poco.

—Necesito que no llamen a mis padres, aunque ese sea el protocolo con menores. Inventa algo. Me han contado que se te da muy bien. Necesito que el informe que se haga hoy de mi visita a urgencias desaparezca, como si yo no hubiese estado aquí, ¿Entiendes? —le dijo resueltamente sentándose de nuevo en la camilla como había estado sentado un cuarto de hora atrás. Esteban asintió bruscamente—. También necesito que le diga a la mujer que me espera fuera que necesito un lugar donde recuperarme y hacer reposo porque tengo el cuerpo contusionado; y que mis padres no quieren saber nada del tema, que has hablado con ellos y me han mandado a la mierda.

—Vale, sí. Hecho, hecho.

—También, doctor, necesito que guarde silencio sobre todo esto, porque si usted habla yo hablaré —El hombre asintió de nuevo—. Y pronto, como te dije antes... un amigo vendrá a verte para explicarte algunos favores que necesitamos que hagas, cositas pequeñas como las que te pido hoy. No es para tanto, ¿A que no?

—Favores como qué.

—Favores. Ya te contaremos los detalles en su debido momento. No seas impaciente.

—Pero...

—Lo único que necesitas saber es que si me da la gana te destrozo la vida; ahora, mañana, o dentro de un mes, ¿Quieres comprobarlo? Yo lo estoy deseando porque me caes fatal.

—No, vale. De acuerdo. Vale.

—Y te voy a pedir otra cosa. La próxima vez que alguien te diga "Me duele" tú te apartas, Esteban —Chasqueó los dedos para mantener su atención y repitió—: Te apartas.

—Sí, sí. Lo siento, sí. Tienes razón. Pero por favor, no digas nada —Joel asintió colocándose bien la ropa. Elaboró de nuevo carita de niño bueno.

Esteban permaneció un segundo quieto, mirando confuso el cambio en su carácter, pero suspiró asintiendo y quitó el cerrojo. Abrió la puerta para dar paso a una enfermera que venía acompañada por la inspectora Aurelia, que tardó exactamente medio segundo en clavar su mirada felina en los arañazos de su cuello. Casi el mismo tiempo que Esteban tardó en mirar la placa policial que asomaba desde el bolsillo de su chaqueta.

Él se tapó disimuladamente y por el rostro de Esteban Joel supo que colaboraría en todo para salvar su propio culo.

—Tenía la puerta cerrada porque... le estaba revisando.

Aurelia no parecía convencida por esa burda excusa pero viendo el estado del rostro de Joel aparcó ese pensamiento para acercarse a él de tres zancadas y sosteniéndole el rostro, tal y como había hecho su hijo, exclamar un:

—¡Por el amor de Dios! ¿Qué te ha pasado?

*****************************************************************************************

Aurelia tardó quince minutos en volver del despacho del doctor, y cuando lo hizo caminó hacia él decidida haciendo resonar sus botas robustas contra el suelo encerado. Joel esperaba con los hombros hundidos junto a Adrián.

La madre de Adrián más parecía una pantera que una mujer, su espalda musculosa y ancha se marcaba bajo el jersey entallado que llevaba y el tejido blanco resaltaba su piel de morena extremeña. Se acercó a él, su cabello rizado ensortijado le tapaba media cara de mandíbula cuadrada que endurecía sus rasgos felinos.

—Menudo gilipollas —le oyó murmurar reuniéndose con ellos—. Vaya pedazo de mamón le ha atendido. No he visto a un tío tan imbécil en mi vida, y mira que viví con tu padre —Adrián soltó una risita, Joel se mantuvo quieto sin saber de qué forma actuar.

Había escuchado hablar a Adrián de su madre pero era la primera vez que la veía, y se topó con una mujer mucho más complicada de lo que esperaba. Se sintió pequeño frente a ella, como se había sentido sentado en el portal de Diego mirando como Nolan se acercaba a él cuando le conoció; y esa excitante sensación le obligó a tragar saliva.

La inteligencia de esos orbes pardos que tenía por ojos eran un tremendo reto, Joel notó su mirada crítica que le juzgaba enlazando mil pensamientos que se escapaban de su control. Joel no sabía que quería, ni qué pensaba, ni cual debía ser entonces su proceder.

Jadeó.

Le sostuvo la mirada intentando fingir como nunca en su vida, con un poco de suerte estaría tan ocupada en su trabajo que no invertiría mucho tiempo en escrutar sus intenciones más allá de chequear al que parecía el ligue de su hijo.

—Tus padres no contestan. El doctor les ha llamado personalmente pero no quieren saber nada de... —Se giró hacia Joel cayendo en la cuenta de que él estaba allí escuchando y dudó, creyendo que sus palabras podían hacerle daño— de ti.

Bajó la cabeza entristecido para suspirar, y con su aliento dejar escapar un tenue:

—Mi familia es complicada...

Ella parecía conmovida, realmente afligida por toda aquella situación. Joel miró su rostro, buscando más capas que poder analizar, sí... tal vez por debajo de la congoja también hubiese un pequeño atisbo de fastidio por tener que ocuparse ella de dramas que no le pertenecían, e impaciencia.

Impaciencia. Bien.

—Ya me lo ha explicado Adri. Pero cariño, yo respeto cualquier creencia, yo... ¿El Opus Dei es... cómo os denomináis? ¿Sois una religión, una secta o qué? Es que no sé cómo llamarlo sin ofenderte.

—Somos una prelatura personal, una jurisdicción —Respondió mecánicamente, tenso, no le gustaba hablar de la institución católica de la que seguía hablando en primera persona del plural aunque le hubiesen expulsado; en cuyas entrañas siempre se le decía a los niños pequeños no hablar a los laicos profanos de su estructura.

—Bueno, amor —Su ceño le decía que no había entendido, pero siguió hablando—: No creas que es por eso que te digo que el fanatismo no es motivo en un estado de derecho para repudiar a un hijo. Creo que deberías volver con ellos. Puedo ayudarte a abordar cualquier vía legal que...

—No.

—Joel, escucha a mi madre. Ella puede ayudarte —Adrián parecía preocupado por su rotunda negativa.

—Yo se lo agradezco, señora. Pero no voy a denunciar a mi familia. Tampoco quiero denunciar a los amigos que me han pegado. Estaban confundidos por un malentendido y se han cabreado, pero no voy a delatarles, no se lo merecen. Es que no serviría de nada. De verdad que no quiero hacerlo, señora.

—Llámame Aurelia.

—Aurelia, no puedo, ni quiero. Mi familia es muy... Intolerante, con ellos no estoy bien. No quiero volver con ellos... —No mentía. Ella bajaba la mirada apenada y se apresuró a añadir—: Pronto seré mayor de edad. Puedo estar solo. Conseguiré un empleo y alquilaré un piso.

Ella asintió suspirando, dándose por vencida. Joel casi pudo ver el momento exacto en el que se rendía y tomaba la decisión muy a su propio pesar. Era demasiado responsable como para dejar que vagase solo por la calle en su estado.

—¿Te parece bien... si mientras encuentras algo y te recuperas te quedas con nosotros?

"Me parece genial, Aurelia. De diez. Planazo".

A pesar de su pensamiento Joel abrió los ojos sorprendido, casi culpable por complicarles la vida pero con tanta ilusión en su carita inocente que Aurelia acabó sonriendo y asintiendo mucho más contenta de haber propuesto la idea.

—¿De verdad? No sabría como agradecérselo —Ni un cachorrito hubiese saltado con su misma alegría.

—Pero voy a hablar con ellos, cariño. Es mi única condición. Te pido por favor que intentes arreglarlo con tu familia, y si no es posible... Entonces te quedas conmigo un tiempo y te ayudo a encontrar un apartamento, ¿Te parece?

Joel no dejó que eso le afectase de más, fingió meditarlo y luego aceptó con ojitos brillantes. Lo importante era ir salvando los obstáculos uno a uno, ya vería como saldría de ese problema en su momento.

A lo tonto eran las tres de la madrugada, los tres lucían cara de cansancio y hasta el día siguiente Aurelia no tendría ganas ni tiempo de ocuparse de asuntos que en realidad no eran suyos.

************************************

Mientras Joel se duchaba, Adrián le había calentado una pizza en el horno. El aroma preñaba cada rinconcito de ese pequeño piso mientras, desnudo y congelado en su cuarto de baño, esperaba a que el anfitrión le trajera una toalla limpia para secarse.

Cuando el chico le preparaba una cama hinchable junto a la suya él, con la toalla bien amarrada a su cintura, devoraba una pizza quemada. No recordaba el hambre que tenía hasta que la mozzarella tocó su lengua.

Suspiró echando de menos la comida de Sol, pero de todas formas aquella pizza recalentada era una bendición.

Sacó el teléfono móvil Nokia que Nolan le había dado para hablar con él. Se aseguró de que el muchacho no iba a poder escucharle, demasiado ocupado en su labor para prestar atención. Por lo que escuchaba tenía problemas para mantener encendido el motorcito que inflaba su cama y blasfemaba por ello.

Llamó a Nolan estirando el cuello vigilando la puerta de la habitación de Adrián.

—Estoy en su casa —le dijo en cuanto contestó, le oyó suspirar aliviado. Podía oír el sonido de alguien removiéndose inquieto junto a donde estuviera él—. Aurelia me deja quedarme, pero es peligrosa... —frunció la naricilla mordiéndose el dedo distraído, con una sonrisita— No será fácil.

Él parecía complacido, y notó por ello en su pecho un calorcito agradable. Así que añadió:

—Todo ha sido como tú dijiste. Nadie sabe nada todavía del concejal.

Su voz áspera estaba tranquila, pero ocultaba montañas de demencia. Joel cerró los ojos escuchándola para ser acariciado por ella.

—Pajarito, sabes qué hacer. Ten cuidado —Sonreía, lo sabía por su tono y él también sonrió—. A este hijo de la gran puta le queda poco, ¿Quieres despedirte?

Abrió los ojos.

—Sí.

Cuando el interlocutor cambió Joel pudo oír la entrecortada respiración de Nacho, que aunque se esforzaba en parecer tranquilo e indiferente estaba asustado. 
A kilómetros de allí podía oler su miedo.

El monstruo frío y e insensible de su interior tomó la palabra para hablar con quién había vendido su vida, y la de todos esos jóvenes. Se sintió vacío y tranquilo abriendo la boca para hablar con ese rey que sería destronado, ese puto rey asesino de niños digno del Nuevo Testamento, como en La Matanza de los Inocentes; puto Herodes de mierda.

Su voz, su voz era la del dragón rojo de siete cabezas, Satán le movía la lengua como movía la de las serpientes.

—Lo mejor que te puede pasar es que Nolan te mate, porque como te atrape yo, Nacho, te arrancaré la piel y te mantendré así tanto tiempo... que perderás la noción del tiempo. Me suplicarás que te quite la vida. Me lo rogarás para dejar de sentir dolor y yo no te oiré. No te oiré. Así que reza para que el demonio te lleve pronto, porque yo soy mucho peor; te lo aseguro.

Cuando el teléfono volvió hasta Nolan Joel sonreía, relamiéndose por ese pensamiento vengativo.

—Ten cuidado. Pronto todo se irá de madre, mañana empezará la fiesta. Tienes mi vida en tus manos, pajarito.

Joel se mordió los labios imaginando que lo que tenía en las manos era otra cosa y así se despidió de él.

Colgó y se dirigió hacia la habitación para encontrase con Adrián.

—Bueno. Pues ya estaría —decía Adrián estirando las sábanas con orgullo sobre la cama hinchable, seguramente comprada para las visitas familiares. Cruzó los brazos dejando escapar un—: No está mal, ¿No?

Aurelia había recibido una llamada del trabajo y se había tenido de marchar antes de poder siquiera descalzarse, pero su hijo se estaba ocupando de todo. Parecía acostumbrado a estar solo.

—Tu madre es muy amable —Miró a su excompañero cuando hubo entrado en la habitación— Y tú también. Gracias. No sé agradecértelo lo suficiente.

Adrián le quitó importancia con la mano y se apartó para ponerse el pijama. Se desvistió dándole la espalda avergonzado, mientras Joel miraba sin quitarle ojo a esa espalda ancha que ya había visto en otras ocasiones cuando iban a gimnasia en el instituto. Parecía que habían pasado trescientas vidas desde esos días en los que se duchaba en el vestuario fingiendo que no observaba de reojo a sus compañeros.

Quizá por eso, porque no había vivido lo que él... Adrián seguía teniendo vergüenza, estancado en su vida tranquila.

Se acercaba con la esperanza de perder su virginidad y luego salía corriendo por miedo a perderla. Parecía un cervatillo que se acerca a olerte la mano y luego sale huyendo al bosque cuando iba a recibir el contacto.

Joel deslizó la toalla por su cintura para apartarla, y así quedó desnudo esperando su reacción, por curiosidad. Ese intento de provocación tenía más fines científicos que prácticos, no lo hacía por ganas de provocarlo en sí. Solo quería ver qué respuesta tenía Bambi.

Se podría hacer un estudio sobre lo tímido y respetuoso que era Adrián.

Siendo esas características virtudes para cualquier otra persona, para cualquier chico normal, para Joel eran defectos que no despertaban en él la chispa que le hubiese gustado notar.

"Agárrame, estámpame contra esa cama. Háblame con el alma abierta . Hazme sentir algo" pensó.

Pero no, porque Adrián era un buen hombre, o parecía serlo. Ojalá le hubiese bastado con eso. Ojalá hubiese sido una persona normal que no necesita las acciones de otras para poder sentir algo en su ser. Si sus emociones dependieran solo de sí mismo hubiese sido más sencillo.

Ojalá él fuese como debía ser para poder encontrar en él el novio que podría tener.

Era atractivo, estaba como quería; también era amable y cariñoso y...

En ese momento de inflexión, Joel tenía la oportunidad de hacer realidad aquello que fingía. Aunque la posibilidad de dejar tirado a Nolan ni siquiera se le pasó por la cabeza, sí pensó en alargar su estancia allí.

Meditó un segundo. Podía realizar el plan que le había expuesto a Aurelia. Podía vivir con ellos, buscar un piso y trabajar, y... empezar a salir con Adrián. Podía esforzarse en ser como fingía ser.

Pero eso no era excitante, eso no era peligroso, ni tampoco ayudaría a nadie. Eso, en definitiva, no le hacía sentir nada más que decepción porque al girarse y verle desnudo Adrián solo atinó a enrojecer como un tomate maduro y a decirle nervioso mientras le daba la espalda de un bote:

—¿Te presto un pijama?

Joel asintió dándose por vencido, fijó sus ojos en la cama improvisada junto a la de él.

—¿No quieres que duerma contigo? —preguntó. Adrián enrojeció todavía más, si era posible; y negó nervioso, pasando por su cabeza una sudadera vieja llena de agujeritos y manchas de lejía. 

—A mi madre no le gustaría que... que tú y yo... Mejor tener camas separadas en su casa.

Joel suspiró vencido por su propio lado oscuro. Su maldad mandaba.

Así era él, prefería un animal bravo que un cervatillo educado; aunque ese cervatillo pudiera darle respeto y dignidad humana... ese detalle no le importaba lo más mínimo a su hibristofilia (o lo que fuese que le había dicho Lucas que tenía).

Y así le iba en la vida, en la puta calle envuelto en planes homicidas.

Quiso llorar y pegarse a sí mismo para obligarse a sentir lo que fuese por ese chico amable, quiso insultarse hasta hacerse entrar en razón para dejar de tomar malas decisiones, pero...

Se colocó unos pantalones enormes y los amarró con la cuerda de la cinturilla. Cuando levantó la mirada hacia su anfitrión para que le tendiese una camiseta vieja vio como Adrián recorría su abdomen serio, sombrío, apretando cada músculo.

Joel se miró a sí mismo y se topó con su piel amoratada.

—¿Qué es eso?

"Eso" era los resultados de forcejear con Nolan frente a un cadáver, pero él debía pensar que era por otro tipo de contacto físico porque parecía realmente celoso. La sombra de ese mal pensamiento se le reflejaba en la cara desencajada.

Pudiera ser que Adrián no fuese tan bueno como parecía, ese cervatillo tímido no era un producto azucarado de Disney, sus celos parecían realmente insanos.
Era el tipo de persona que podía ser posesiva hasta el extremo sin atreverse a decirlo en voz alta, lo notaba. Veía las banderas rojas avisándole. Se lo guardaría hasta que tomase valor para dejarlo salir cuando le creyera de su pertenencia. Cuando esa frustración y ese complejo de inferioridad explotara como la presión explota una olla express, Adrián sería tóxico y violento, lo leía en su ser como leyendo su aura en braille. Sería el tipo de hombre "bueno" que cela, coarta la libertad, golpea y luego pide perdón entre lágrimas; esa gente que resulta tan fácil de perdonar cayendo en el mismo error en bucle porque... son "buenas personas", amables, cariñosos cuando todo va bien y no están cabreados.

Era peligroso de la peor forma posible, de la única forma que a él no podía excitar. Porque si algo estaba asegurado era que a ese pajarito no volvería a ser enjaulado.

Pero estaba en plena misión y debía ser inteligente; debía sonreír y hacerse el tonto.

—No es nada, supongo que es de la pelea —Mintió. Se colocó la ropa en su sitio y se tiró tranquilamente sobre su nueva cama sin darle importancia.

Adrián asintió encogiéndose apesadumbrado y se recostó al borde de la cama para mirar a Joel, que desde abajo le observaba.

—¿Estás cansado? —preguntó muy bajito, alargando la mano para tocarle suavemente el apósito que unía la herida de su pómulo.

—Sí, ha sido... ha sido un día muy duro.

"No sabes cuánto".

—Mañana... yo tengo clase —susurró Adrián todavía más bajito—. Y mi madre trabaja casi todo el día... ¿Estarás bien aquí solo? Si quieres puedo faltar a...

—Tienes una beca, si faltas mucho pueden quitártela —le recordó Joel negando.

—De acuerdo, Faltaré a las primeras horas para poder dormir un poco y luego me iré, ¿De verdad te parece bien?

—Todo genial, no te preocupes. Pero...me gustaría ir a misa...

—¿A misa?

Su rostro se contrajo por la extrañeza y luego se apresuró a relajar la expresión para no ofenderle.

—Sí, a misa —Joel levantó su crucifijo y se lo enseñó. Adrián, que era ateo, se sentía lo bastante incómodo por los extremos de su fe como para no querer indagar mucho en el tema para no meterse en un barrizal y acabar molestándolo, de modo que asintió.

—Entonces te daré una copia de las llaves, para que puedas ir y volver cuando sea eso de la misa. Osea, "Eso"... eh... tú me entiendes.

—Gracias, Adrián.

Empezaba a clarear en el exterior, suave y leve, la madrugada se escurría en el tiempo.

El móvil del atleta de instituto vibró y leyó un mensaje, la iluminación de la pantalla tiñó de azulado la habitación. Joel se giró para observar su rostro, viendo como abría los ojos sorprendido le dijo:

—¿Pasa algo?

—No, nada. Es mi madre. Dice que al final no cree que pueda venir hasta tarde porque tiene una emergencia en el trabajo.

Joel se aseguró de no mostrar atisbo de rigidez en su aspecto, pero joder, el corazón se le había encogido.

—¿Emergencia? ¿Han encontrado más muertos o qué? —Parecía una broma, no lo era.

Pero Adrián negó riendo y contrayendo la esquina de su boca para restarle importancia se deslizó hasta su cama para enseñarle el mensaje.

El peso del muchacho en el colchón hinchable hundió su lado y Joel se vio atraído hacia su cuerpo por la fuerza de la gravedad.

"Ahora que sabes que tu madre no viene a dormir sí quieres tumbarte conmigo, ¿eh? ".

De todas formas se acomodó a su lado intentando apoyar la cabeza sin rozar la cara, que todavía le dolía, en su hombro. Era agradable sentir su calor junto a él.

—Dice que un compañero suyo ha tenido un accidente —Inclinó el móvil para que viese la pantalla, Joel leyó el mensaje que servía de excusa para ese burdo plan de acercamiento.

Un compañero de Aurelia había tenido un accidente en un altercado y se encontraba en el hospital. La mujer se quejaba del mal día que estaba teniendo y del sueño que le estaba dejando grogui en la silla de la sala de espera.

Frunció el ceño, Joel no creía en las casualidades, solo en los designios de Dios y en los planes de Nolan.

¿Tendría algo que ver? Seguramente sí.

Pero si Nolan no le había hecho cómplice de ese detalle debía ser porque era lo mejor, sus designios también eran inescrutables; él no tenía nada que ver con eso de modo que lo dejó estar. Debía centrarse en sus claras instrucciones.

—¿Puedo dormir contigo? —preguntó Adrián tímidamente. Joel, que había visto sus intenciones desde el principio, asintió.

Se acomodó a su lado y le dijo:

—Buenas noches.

Le rodeó con el brazo, pasándolo por su pecho. Se dejó caer en su abrazo y durmió.

Joel soñó que era feliz.

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Cuando Adrián se marchó a clase, diez minutos después también se marchó Aurelia maldiciendo por haberse quedado traspuesta y estar llegando tarde a su turno de trabajo.

El reloj marcaba las diez y media de la mañana.

Se despidió de Joel con un bollo de chocolate en la mano.

Se quedó solo en ese hogar que no era suyo tras oír el portazo.

Y suspiró tranquilo dejando de fingir una bondad y una inocencia que no sentía, ni sentiría.

Se preparó un café tranquilamente, curioseando por la casa mientras la cafetera se calentaba. Vio las fotografías familiares de la inspectora, en la mayoría sonreía junto a su anciana madre o sus hermanas; nunca sola. Pero de Adrián sí había fotografías en solitario. Sonrió sujetando el marco de una de ellas, Adrián cuando tenía tres o cuatro años no era más que una bolita rechoncha y rosadita que inspiraba ganas de achuchar.

Dejó el marco en su lugar y se dirigió hacia la cocina donde la cafetera ya estaba lista para funcionar.

Mientras el olor a café llenaba la casa desde la taza que mantenía sujeta, él entraba en el despacho de Aurelia tranquilamente.

Como si se tratase del retablo de un altar mayor se acercó al tablón de corcho donde la mujer sujetaba mediante chinchetas las ideas de sus casos, esos detalles que eran cruciales para conocer los hilos que tejían la ciudad.

La última vez que había podido estar allí había sido un desastre, ver la masa sangrante en la que se había convertido el bonito rostro de Sky le sacudió el estómago, joder, había vomitado hasta el desayuno. Le quería demasiado. Se veía reflejado en él, se imaginó la soledad de sus últimos instantes y el vómito escaló por su esófago.

Él estaba igual de solo.

Ese día usó el corto ratito que le había proporcionado la ducha de Adrián para fotografiar todo lo que pudo sobre Sky y sobre Nacho.

Pero en esa bonita y soleada mañana tenía todo el tiempo del mundo para revisar a conciencia tanto el despacho como su casa.

Comenzó a leer y a fotografiar cada papel, cada post-it, cada fotografía mientras iba sorbiendo poquito a poquito su café esmerándose en dejarlo todo como estaba.

Hizo fotografías con su smartphone de absolutamente todo lo que pudo, incluso de los papeles menos relevantes porque uno nunca sabía qué iba a ser necesario en el futuro.

"El saber es poder" le decía siempre Nolan ¡Ahora comprendía cuánta razón tenía!

Fotografiar todos esos informes, carpetas con folios engarzados en sellos oficiales y apuntes a mano alzada le llevó prácticamente tres horas en las que apenas descansó. Miró a su alrededor hasta asegurarse de que no había pasado por alto ninguna carpeta o libreta, que todo lo que Aurelia tenía... en ese momento también era de ellos.

Recogió su taza y salió de allí. La limpió en la pica, porque pudiera ser que Joel se hubiese convertido en una serpiente traicionera... pero seguía siendo educado, y no pensaba dejar suciedad en la casa de sus anfitriones.

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Caminó por la avenida tranquilamente mirando los escaparates de las tiendas en las que antes, cuando tenía tarjeta de crédito y dinero a granel, podría haber comprado lo que le apeteciera sin prestar demasiada atención a su precio.

Joel suspiró mirando el jersey que había tomado prestado de Sol antes de ir al encuentro con Crandford, tenía un agujero y le iba grande. Parte de su pecho estaba manchado con su sangre. No tener absolutamente ninguna posesión (a excepción de su móvil) no ayudaba a que dejase de sentirse como un maldito vagabundo mugroso. Le hubiese gustado entrar para comprarse ropa de su talla, algo nuevo para sentir que también tenía una nueva vida que le pertenecía.

Pero en lugar de eso, siendo pragmático, decidió conformase con cualquier cosa que no estuviera manchada de sangre llamando la atención. Se quitó el jersey y lo tiró a una papelera junto a la terraza de una cafetería, luego se acercó hasta el interior de ese establecimiento.

Fuera hacía frío, los locales en invierno tenían la calefacción realmente alta, sus clientes dejaban en rincones capas de ropa para poder estar cómodos y tranquilos. Fue sencillo, no tanto como si fuese una noche en una discoteca donde era realmente fácil acercarse y tomar lo que quisiera, pero de todas formas fue rutinario acercarse a la barra para preguntarle al camarero si buscaban personal apoyándose en un taburete donde descansaban unas cuantas prendas de lana. Sus dueños, hombres altos, estaban muy entretenidos charlando con unas mujeres y ninguno apartó la atención de ellas por un montón de ropa sin valor.

Evidentemente, viendo su juventud, el camarero le dijo que sintiéndolo mucho no necesitaban a nadie y él se marchó de allí con un jersey granate entre las manos.

Más tarde, llevando ese jersey puesto, entró en una pequeña ferretería de barrio para hacer copias de las llaves del hogar de Aurelia.

Entregó al hombre sus últimas monedas con gran pesar. Era oficial, no le quedaba ni un euro. Pero valía la pena viendo el gran trabajo que había realizado replicando esa llave; y con ello, las muchas posibilidades que se le brindaba.

Caminó con las manos bien escondidas dentro de las mangas de ese jersey de lana, paseando por la ciudad lentamente, se santiguó frente a la Iglesia de la Sagrada Concepción sin entrar a la llamada a misa.

En lugar de hacer lo que le había dicho a Adrián que haría, y por lo que había conseguido la llave que tenía replicada, sus pasos se dedicaron, poquito a poco, uno tras otro, a llevarle a la dirección de su siguiente misión.

Se plantó frente a un enorme edificio en el que brillaban bonitas paredes revestidas de espejo, en el centro de la ciudad había mucho tráfico, le gustó pararse a mirar como los coches se reflejaban rápidos como sombras fantasmales en esa fachada tan elegante.

Entró absolutamente decidido, sin atisbo de vacilación caminó hacia el ascensor como si supiera perfectamente hacia donde iba, como también lo hacían otras personas yendo y viniendo de la recepción.

Por ese motivo, supuso él, la secretaria de la entrada no se molestó en dejar de charlar con el jovencísimo guarda de seguridad. Si esos dos hubiesen dejado de pelar la pava apoyados en el mostrador y hubiesen levantado el rostro para mirarle, aunque fuese solo una vez, seguramente le hubiesen detenido para preguntarle su destino o el motivo por el que un adolescente con la cara zurcida como el muñeco diabólico quería subir a ese bloque de oficinas.

Pero no fue así. Joel llegó al ascensor sin problemas, allí suspiró para armarse de valor y presionar el botón que le subiría hasta la octava planta, la más alta de todas.

Se mordió el labio asegurándose de tener buen aspecto antes de salir al pasillo.

Respiró hondo para otorgarse el valor necesario y apretó sus manos mientras las luces del ascensor le iluminaban los párpados aunque cerrase los ojos.

—Señor, concédeme serenidad —Rezó murmurando muy rápido la oración entre dientes— para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia.

Repitió ese mantra hasta que las puertas se abrieron. Podía oír el sonido de las personas trabajando en los despachos de las oficinas, aunque a él solo le interesaba uno de ellos. Miró hacia abajo cuando pasó junto a la salida hacia la azotea, donde descansaba una cámara de seguridad.

Entró en el pequeño despacho, la pared exterior estaba compuesta por un enorme ventanal que dejaba entrar a raudales la luz, desde el techo al suelo, por ella Joel pudo ver unas preciosas vistas de la ciudad. 
Avanzó porque se lo encontró vacío, aunque quien trabajaba allí había estado sentado en la silla de cuero de ese escritorio apenas minutos atrás porque Joel vio un café humeando descansando junto a un dossier de papeles.

Cuando se acercó, tocó el asiento y comprobó que seguía caliente.

Tan pronto como lo pensó oyó los pasos de alguien resonando en el pasillo, acercándose. Joel apoyó el trasero en el escritorio y se cruzó de brazos para encararse a su próximo objetivo con actitud tranquila.

La figura del hombre trajeado que entraba por la puerta se detuvo en seco en cuanto le reconoció, se le resbalaron los papeles de entre las manos desparramándose por el suelo. Jadeó.

y Joel elevó el mentón arrogante, enorme y vengativo como el Dios del antiguo testamento antes de decir:

—Hola, Diego. 

Notas finales:

¡Dejen comentarios! ¡Me anima mucho saber vuestra opinión!

Un abrazo!


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