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If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

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Notas del capitulo:

Hola! siento haberme retrasado en las actualizaciones en la web.

¿Os está gustando? Espero que sí, de corazón.

La primera vez que a Serhii Sevchenko le había tocado un adulto de forma inapropiada no entendió qué sucedía. Era demasiado pequeño para comprender que cuando una persona bañaba a un niño no era necesario frotar de más en algunas zonas para que estuviesen limpias.

Tampoco supo que no era habitual que al hacerlo ellos, los adultos, se rascasen donde les picaba, ahí abajo; o que si les dolía mucho, con dolores que solo tienen los mayores y que siempre eran culpa suya, con unos besitos de niño bueno se les pasaba.

Así fue al principio, con excusas y cuentos para engañarle.

Luego dejaron de encontrarlo necesario, venían y tomaban de él cuanto quisieran porque de todas formas Serhii era demasiado pequeño para comprender, para oponerse, y aunque lo intentase... ¿Qué importaba si lloraba o intentaba marcharse? Nadie le ayudaría, no tenía a donde ir, no le importaba a nadie. Serhii estaba solo.

Ni siquiera cuando se lo contó a Yakov aquella madrugada en la cama de un hospital y él montó en cólera llegó a comprender hasta qué punto se habían aprovechado de su infancia.

Para él siempre había sido así.
Desde que había nacido siempre había vivido obedeciendo órdenes.

Primero obedecía las de los funcionarios de prisiones, luego las exigencias de los monjes de su orfanato y más tarde obedecería las de sus clientes.

Por ello, siendo todavía un niño delgado y menudo de once años, Serhii estaba en la cama de su habitación sin apenas poder moverse. Tras cumplir órdenes. Le había golpeado, le había hecho cosas que...

Oyó unos golpecitos en la pared contigua, junto a su cama. Se giró extrañado.

—¿Eh, eh? ¿Hola? ¡He oído los ruidos! ¿Estás bien? —le decía en ucraniano con refinado acento de Kiev la voz de su nuevo vecino de habitación al otro lado de la pared.

Había escuchado como traían a ese niño nuevo en plena noche y desde que había despertado no había parado de gritar exigiendo que le sacasen de allí. Los nuevos siempre hacían esas cosas, tardaban en entender.

Te llamas Serhii, ¿Verdad? He escuchado que te llamaban así ¿SERHII ESTÁS BIEN? Parecía tan preocupado que Serhii levantó la mano con el mayor escuerzo y la dejó caer sobre la pared para contestar ¡Dime algo!

Se arrastró como pudo y apoyó la mejilla en su cal fría, golpeó de nuevo.

Tranquilo dijo en el mismo idioma, le oyó suspirar aliviado, Estoy...estoy...

¿Bien? Serhii no estaba bien.

La puerta de su habitación se abrió y el padre José entró lentamente, con su rostro redondito que parecía agradable y su sotana emitiendo un suave murmullo en cada paso.

Prost... comenzó a decir con esfuerzo.

En español, Serhii, en español. Sabes que vuestro ruso no me gusta.

Lo siento repitió.

El padre José sacó el aire de su cuerpo con cansancio y estiró la mano para apartarle el pelo del rostro.

Llevas aquí dos semanas, Serhii. Yo intento ayudarte a cambio de que me ayudes, pero eres terco. Me lo pones muy difícil. Si te portas mal me obligas a hacerte esto. Mira, no pasa nada. Te voy a perdonar . Somos piadosos con los niños buenos, ¿Eres tú un niño bueno?Esa mano pasó los dedos por sus labios secos, Serhii notó ese contacto mirándole a los ojos esperando las condiciones de su perdón— Ahora tienes que ser un buen chico, un hombrecito valiente le acarició la cara lentamente, su pulgar delineó su mejilla—. Un visitante quiere verte.

—¿Otro? Pero si...

Muchacho, sabes muy bien que una cosa es el padre Abel y otra cosa los visitantes benefactores de nuestra congregación. Ese hombre ha venido desde muy lejos a verte a ti, necesita que ángeles como tú le ayuden a purificarse. Es curioso como Dios pone una tarea tan importante en sus hijos más vulnerables; tan jóvenes, tan bellos. Serhii, tú eres el ángel más bello de todos.

—Pero yo no quiero... no puedo... 

Él nunca carga nuestros hombros con más de lo que ponemos soportar. Si te portas bien te dejaremos dormir.

Tengo sueño...

—Cuando acabes dormirás, ¿Pero por qué lloras, muchacho?

Me duele lloriqueó él.

Lo sé, lo sé ¿Tienes hambre?

Serhii levantó la mirada bruscamente. Asintió enérgico y desesperado. El padre José sacó del bolsillo de su sotana un trozo de pan con chocolate envuelto en papel film.

Serhii, que más parecía un animal, quiso atraparlo en el aire. Pero él lo apartó de su alcance.

Si haces lo que él te pida te daré esto, comida y agua, ¿quieres agua?

Asintió con mayor desesperación. Agua, Agua, Agua para su sed.

Oyó los golpes de su vecino en la habitación contigua, intentando decirle que no lo hiciera.

Bum, bum, bum hacían los puños de Viktor golpeando la pared.

************************************************************

Jueves 15.
23:00 p.m

(Mientras Joel rezaba en una iglesia y Lucas corría por la calle).

Bum, bum, bum hacía el ritmo de la canción.

Nolan movía las caderas de un lado a otro.

Las mecía al compás de la música que le golpeaba en los oídos con un martilleo rítmico de batería electrónica. Bailando sobre el escritorio, como creyéndose en una rave, le hizo al hombre un gesto con la mano para que aguardase. Le encantaba esa canción y se acercaba la mejor parte.

Nacho le miraba quieto, tampoco podría haber sido de otra forma estando como estaba atado a una silla, completamente bañado en su propia sangre, mientras él le decía que esperase para oír la canción romper contra el breve silencio que le servía de antesala al drop.

BUM. Ahí estaba, fuerte como una explosión. Movió los brazos hacia arriba dejándose llevar por ese sonido vibrante del hardbass.

¿Había perdido completamente el juicio? Posiblemente, pero se sentía tan bien... ¿A quién demonios le importaba entonces eso?

Nolan bajó de un salto del escritorio y bajó de un rápido giro el volumen de la cadena estéreo de Nacho. Ese hogar siempre le había parecido anticuado, pero sus altavoces eran potentes. Esa fiesta era más divertida si él le ponía banda sonora.

—¿Es o no es esta canción la polla? —le preguntó sonriente. Nacho hizo una fría mueca con su rostro hinchado por los golpes y rio sin ningún tipo de alegría.

—Es que yo soy más de baladas.

Nolan se encogió de hombros rodando los ojos.

Se sentó frente a él para mirarle sonriendo. Silla frente a silla, cabrón frente a cabrón.

Nacho le aguantaba la mirada, sus ojos no podían abrirse completamente por el hinchazón pero todavía así parecían desafiantes.

—A ti te va más el Dúo Dinámico, ¿eh? Nacho. Ya sabes "Quince años, tiene mi amor".

—Más bien "Desátame" de Mónica Naranjo.

Nolan rio inclinándose hacía él observando como acompañaba su broma de un intento precario por deshacerse de sus ataduras. Siendo en ese momento Nolan quién empuñaba la pistola era mejor no hacer tonterías, pero ambos sabían que lo desafiante del humor siempre era de agradecer en su relación, por jodidamente tenso que estuviera el ambiente.

—Te lo creas o no... yo nunca he estado con alguien menor de edad —Rio y elevó la mirada con un suspiro— No me va mucho el sexo, lo encuentro... aburrido. Es húmedo, y sucio.

Nolan se acercó más, echándose al suelo de rodillas para quedar entre sus piernas atadas a las patas de la silla y así, encajado entre ellas, acariciar su cuello con la pistola lentamente.

—No, tú solo tomas el dinero y corres ¿Verdad, mierda traicionera? —dijo suave como el terciopelo, observando como la piel se enrojecía allá por donde arañaba el metal del arma.

Nacho no contestó. Tensó sus labios y luego los contrajo en una mueca que Nolan saboreó. Él sabía que no estaba en posición de mostrar otra cosa que no fuera sumisión sin recibir el guantazo de su vida.

Nolan miró alrededor buscando el reloj de nuevo. Había traído el despertador de su dormitorio hasta allí para tenerlo bien a la vista.

El hogar de Nacho era una antigua casita de dos pisos cerca de la autovía de entrada a la ciudad, a escasos veinte minutos en coche (o en moto robada, como había llegado él) de su bar. Nolan había estado dos veces en aquella casa antes para cumplir algunos encargos, y su pensamiento siempre había sido el mismo:

"Vaya mierda".

Esa casa pequeña y destartalada nunca había sido reformada y se notaba. Aunque Nacho hubiese pintado sobre el gotelé para modernizarla, ni siquiera había consentido hacer obras en ella para eliminar ese anticuado estilo.

Nacho era el tipo más tacaño que conocía.

Se negaba a modernizarse como el resto de la sociedad, se acostumbraba a ralentí a las maravillas de la tecnología y eso era una jodida bendición. Había sido tan sencillo entrar en el pequeño terreno vallado que rodeaba su casa como trepar por un enorme muro sin cámaras de seguridad, tan fácil entrar en el interior como forzar una ventana de la parte trasera y empujar. Tenía una rudimentaria alarma en la puerta principal. Colocando unos numeritos a tiempo ni siquiera había sonado.

Nadie entendía que incluso en sus peores momentos, drogado hasta el culo y manteniéndose en pie de milagro, Nolan siempre estaba atento a todo. Siempre.

Atendía incluso aunque fingiera no hacerlo. Eso mismo había hecho tiempo atrás, dándose la vuelta para engañar a su jefe, mirando reflejos que le dejasen saber qué ocurría tras él. 
Solo había sido necesario acompañarle para ayudarle en un encargo y ver por el rabillo del ojo el reflejo del movimiento sobre los botones para no olvidar esa cifra jamás.

Nacho estaba demasiado confiado en la cima de su montaña de poder para pararse a pensar en su propia debilidad, demasiado soberbio para protegerse como haría alguien normal. Seguro que entrar en la casa de cualquier panadero o fontanero hubiese sido mucho más complicado.

Evidentemente nadie hubiese esperado nunca que alguien se atreviese a hacer lo que él estaba haciendo... ¿Quién estaría, por su parte, tan rematadamente loco?

Su estilo de vida vintage, ciertamente, le estaba viniendo muy bien a Nolan en aquel momento. Y por eso, a punta de pistola había obligado a Nacho a moverse hasta el despacho con ambas manos levantadas antes de atarle en aquella silla vieja como había hecho con Crandford horas atrás; Y frente a él había recorrido la privacidad de esa habitación tan íntima donde ese narigudo guardaba sus más hondos secretos.

Eso sí era penetrar en una persona y no un puto polvo.

Esa habitación pequeña de tres por dos metros cuadrados no tenía ventanas, solo estanterías recubriendo sus paredes. El aire al respirarlo parecía plomo, de tan pesado que lo notaban, se echaba en falta ventilación. Pero no, solo contaban con estanterías repletas de archivadores, libretas y folios. En cada vistazo Nolan encontraba un tesoro de información.

Nacho seguía haciendo sus cuentas en una libretita a lápiz, cosa que le parecía adorable. Supuso que era demasiado avaricioso para dejar la economía de sus negocios en manos de unos contables sin asegurarse de que los números que ellos calculaban eran los que él ya había previsto. Tacaño y desconfiado, gracias al cielo.

—No puedo creer que tengas todo esto así como en el siglo pasado, ¿Me explicas? —Tomó un archivador donde Nacho guardaba fichas de cada uno de sus muchachos. El gran premio que había estado buscando.

Cada folio documentaba los datos personales de sus compañeros y la zona de la ciudad que se le asignaba a cada uno.

—Los ordenadores se pueden averiar, copiar, piratear...No es seguro —contestó Nacho a la pregunta, que no esperaba una respuesta— Soy un tío antiguo, ¿Qué te digo? Lo analógico es más seguro.

—Sí, segurísimo. Míranos. La hostia de seguro; ¿Por qué no dejas el puterío y te montas una empresa de seguridad?

—En mi defensa diré que no tenía planeado tener visita.

Una a una, pasó las fichas haciéndole fotografías con el teléfono Nokia antiguo. Con tan escasa calidad era difícil leer los detalles pero se entendía lo suficiente. Envió las fotos por SMS, una a una.

Había demasiados chicos, más de los que él imaginaba.

Miró el reloj.

Contaban con tiempo suficiente para todos, pero todavía así decidió centrarse en las edades, fue apartando los que rozaban la mayoría de edad y empezó por los más jóvenes.

Frunció el ceño. El más joven tenía quince años.

Miró a Nacho cabeceando adormilado en su silla.

—Aquí no están todos —dijo en voz alta. Nacho le miró ladeando la cabeza en una expresión que no supo descifrar.

No, no podía ser. Nolan había conocido a un niñato que rondaría los catorce, no tenía quince ni de coña, ni siquiera le había cambiado la voz...Ese crío no estaba en esas fichas, se llamaba Tomás y pese a que había intentado apuñalarle en un callejón Nolan rogaba para que estuviera bien con su tía en Asturias, como le había aconsejado.

En ese momento Nolan estaba tan metido en la mierda que, aunque intentó ayudarle, no vio que era terrible. Se dijo "A mí también me lo hicieron" y recogió el dinero, sin más. Pero había abierto los ojos. Nolan había enloquecido y eso... eso le ayudó a ver la realidad.

—No sé de qué me hablas —Su voz se arrastraba para pasar entre sus labios agrietados.

Clavó en él sus ojos, que podrían haber sido navajas, pero finalmente edulcoró su rostro.

—¿Tienes amnesia, Nacho? ¿Tan fuerte te he pegado en la cabeza?

Le insultó con una risa lastimera.

Nolan se mordió el labio distraído, perdiéndose en el segundero del reloj, que pasaba.

Tic-tac, tic-tac, siempre pasando, siempre en movimiento.

Tic-tac, tic-tac. Aunque el reloj se rompiera el tiempo seguiría haciendo tic-tac, tic-tac.

Nacho siguió la dirección de su mirada y sonrió fríamente.

—¿Cuánto tiempo crees que tienes antes de que se vaya todo a la mierda? —preguntó. Nolan se giró para mirarle, devuelto al mundo de nuevo.

—Esto ya se ha ido a la mierda, Nacho ¿No te has dado cuenta? Esto es como el tiempo de ese reloj... ya no se puede parar —le dijo tranquilamente. Loco, estaba completamente loco; se notaba en su voz, en su mirada, en esa tranquilidad que parecía un oasis—. Tú me conoces desde hace años, mejor que nadie... en realidad. Así que dime, ¿Qué hago yo cuando todo se va al carajo y no se puede parar?

Nacho frunció el ceño y soltó una risa que casi parecía un jadeo.

—Coges carrerilla y te tiras, rodando en una bola de mierda cada vez más grande. Hasta que la flor que tienes en el culo te salva la vida y paras. Dios sabrá por qué nunca te mueres.

—Pues esta vez no voy a rodar solo, Nacho. Esta vez voy a arrastrarte conmigo ¡Verás qué divertido!

Parecía calcular cuan honda era su locura y si podía usar alguna estratagema para salir de esa.
Nolan suspiró y se puso en pie para sentarse sobre su regazo y apuntarle con la pistola directamente a la mejilla, hundiendo con fuerza el acero en ella. Se acercó para olisquear la sangre de su cuerpo, el aroma metálico reseco empezaba a oler rancio mezclado con su sudor. Se separó de él para colocar bien el cuello de su camisa y así mirarle a los ojos.

—¿Qué haces? —parecía asustado.

—¿Y si... agarrase toda esta rabia que tengo dentro, toda esa energía que uso para autodestruirme y... la usase para destruirte a ti?

—Ya está inventado, se llama venganza —le dijo Nacho.

—No... Venganza fue lo de Crandford: sucio, sin planear, personal. Lo tuyo no es venganza. Lo tuyo, Nacho, será justicia —Le acarició el cuello de la camisa de nuevo— ¿Sabes lo que pasa con los chicos sin padre? Que vemos a un hombre de mediana edad que nos trata medianamente bien... que nos presta un mínimo de atención y solo queremos que nos abrace como un padre o que nos folle bien follados. Es jodido no tener referentes paternos ¿Sabes?

—Pobrecito.

El sarcasmo de su tono no hizo mella alguna en la actitud de Nolan.

—Tú tampoco los tuviste. Tu padre murió pronto, ¿verdad? Pero por lo menos... tenías una madre que trabajaba mucho en esa fábrica para sacarte adelante. Si ella supiera en lo que te has convertido...

—¿Cómo sabes eso?

—Me lo ha dicho un pajarito —respondió con suavidad—. Verás, es muy fácil investigar la vida de una persona cuando tienes una fotografía de su DNI. Ahora sé muchas cosas de mucha gente.

—¿De dónde...?

—Te voy a explicar lo que pasará. Tú y yo nos sentaremos a hablar, y cuando yo salga de esta casa nos vamos a conocer como si fuésemos hermanos, ¿lo entiendes?

—¿Todavía crees que vas a salir de esta casa? Has matado a un concejal, a estas horas media comisaría debe estar buscándote.

Nolan negó con la cabeza bruscamente.

—Sabes que no. Sabes... Sabes que Crandford se aseguraba de no ser encontrado cuando nos asesinaba. En sus llamadas dejó muy claro que iba a estar ocupado todo el fin de semana. El muy cabrón avisó hasta a su madre —Contuvo una risita que se le escapaba— ¿Te imaginas ser tan cínico? "Mamá, no te preocupes si no contesto tus llamadas es que voy a estar muy ocupado MATANDO CHICOS" —Nacho pegó un respingo frente a su grito, Nolan suavizó la actitud—. Ya sabes, un paréntesis sabático para recuperarse del estrés de la política. Hay gente que va a balnearios... A Crandford le gustaba matar, ¿pero a ti qué te voy a contar? —Se encogió de hombros— Para cuando el lunes, o quizá el martes, alguien comprenda que no es normal tanto silencio le comenzarán a buscar... ¿Cuánto tiempo crees que tardarán en encontrar su escondite de violador torturador? No creo que sea sencillo si él se aseguraba de no dejar rastros que le vinculasen a ese edificio. Sea como sea, para cuando le encuentren a él, Nacho; tú y yo ya seremos íntimos. Seremos amigos del alma y compartiremos secretos y confesiones como paridos por la misma madre. Para cuando, después de encontrar el cadáver, me relacionen y me encuentren a mí...tú ya estarás lejos.

—Te has vuelto loco.

—Sí, sí. Por fin. Llevo años creyendo estar loco pero... pero no era verdad. Solo estaba jodido, sentía una tristeza tan grande que joder, no podía vivir con tanto, y ahora ¡BUM! nada; Y es gracias a ti, por ser un perro asesino. Gracias.

—De nada.

—Así que dime, ¿Dónde está el dinero que te ha pagado por mi muerte?

—¿Qué dinero?

Le pegó una bofetada con la culata del arma. Nacho se carcajeó cerrando los ojos por el dolor. Nolan se puso en pie y se dirigió lentamente hacia la pila de papeles amontonados, se sentó en el escritorio con las piernas encogidas y comenzó a leerlos.

"En efectivo, nada de transferencias" había dicho en la llamada en la que eran condenados a muerte.

Ciento noventa mil euros en efectivo que habían sido pagados antes de ir ellos a su despacho y que debían estar escondidos en los rincones de esa casa. No había tenido tiempo de entregar el dinero a nadie para que lo blanquease, ¿O sí?

No.

Nacho era demasiado receloso para entregar su dinero. Además... empezaba a comprender leyendo esos papeles de contabilidad que su jefe no se fiaba de los paraísos fiscales.

Tenía un enorme grueso de dinero en el banco, y cantidad de empresas pantalla que ingresaban sus ficticios beneficios millonarios en Suiza. Sus chanchullos comerciales e inversiones se destinaban a Panamá.

Pero el efectivo, todo ese dinero callejero que Nolan veía día a día frente a sus ojos pasando de mano en mano hasta llegar a su despacho... ese dinero no contaba en los números de sus cuentas bancarias... Lo que ganaban sus chicos, el dinero de la droga, el dinero de las apuestas y de la usura... se perdía entre el papeleo.

¿Dónde coño metía su jefe tan enormes cantidades de dinero negro sin blanquear, contante y sonante?

¿En el bar? ¿Enterrado en el jardín?

Nacho forcejeaba, pero era inútil.

Miró de nuevo el reloj.

Todavía tenía tiempo.

Su mirada cayó ávida de conocimiento sobre el papeleo de su jefe. Le estaba costando más tiempo del necesario porque él no sabía leer como la gente normal, pero estaba poniendo su mayor esfuerzo en entender todas esas letras occidentales.

Los números eran otra cosa. Nolan los amaba y comprendía, en especial cuando esos números simbolizaban dinero.

"Saber es poder" se repitió el refrán que siempre le decía el fraile encargado de meter en la cabeza de aquellos niños salvajes los conocimientos necesarios.

Esa máxima se había quedado en la mente de Nolan como la yerra en la res.

Y él iba a ser poderoso, oh, sí. Porque iba a conocerlo todo, cada puto secreto.

************************************************************************************

Lo has hecho muy bien, Serhii. Ahora siéntate y come todo lo que quieras dijo el padre Cristóbal estirándose el mandil de cocinero. Serhii, recién duchado, se acercó arrastrando los pies.

La cocina era la única estancia del orfanato que comunicaba el edificio de dormitorios con el antiguo monasterio de piedra, por ese motivo siempre hacía tanto frío allí.

Serhii caminó lentamente hasta la encimera y se subió con esfuerzo hasta un taburete de madera. Frente a él quedaron las sobras de la cena, el menú que habían tomado el resto de niños que no estaban castigados.
En sus oídos resonaba las risas enlatadas de alguna de las series españolas que al padre Cristóbal le gustaba ver mientras cocinaba.

Agarró al instante un muslo de pollo mordisqueado y lo devoró sin modales ni remilgos, tenía demasiada hambre.

Levantó la mirada hasta la pantalla sintiendo la grasa del pollo resbalarse por sus mejillas. Entendía casi todo lo que decían, pero una palabra le llamó la atención.

Chto eto oznachayet...? preguntó señalando con el muslo de pollo la pantalla.

En Español, Serhii -le regañó él.

¿Qué significa esa palabra? repitió.

¿Cuál?

Gilipollas.

Él miró la televisión pensativo buscando un equivalente que pudiera entender.

Es parecido a... Uebok, o Júy. Es una palabrota, los niños no debéis decir eso.

Serhii asintió de nuevo y buscó algo líquido que poder beber, aunque ya había bebido agua a escondidas cuando le dejaron lavarse poniendo la boca directamente en el grifo de la bañera.

¿Cómo se llama el chico nuevo? —preguntó Serhii con la boca llena.

—¿Cuál?

Mi vecino de habitación.

El padre Cristóbal bajó el volumen de la pequeña televisión y se giró extrañado. Dejó el mando a distancia sobre la encimera.

Viktor Bernyck —respondió receloso. Serhii Servchenko no solía hacer tantas preguntas. De hecho, Serhii apenas solía hablar; siempre en silencio, siempre atento, siempre escuchando.

¿Cuándo dejará de estar castigado?

Cuando deje de morder, ¿Por qué?

Grita mucho, no para de llamar a su hermano, pero no está en nuestro pasillo.

—Está en el ala norte.

—Él no lo sabe, le llama a gritos. No me deja dormir. Pensé que con el tiempo callaría pero no calla. Lleva mucho sin comer... Mucho tiempo.

—Y seguirá así hasta que sea un niño bueno se giró para volver a subir el volumen, pero el mando a distancia no estaba donde lo había dejado Los niños buenos no muerden.

Comenzó a buscarlo a su alrededor, y al final se dio por vencido. Se acercó a la televisión para hacerlo manualmente.

Tal y como Serhii quería, porque mientras la mano de ese niño señalaba con muslos de pollo a pantallas y le obligaba a mirarle a la cara haciendo preguntas... su mano diestra estaba moviéndose sutil en sus descuidos, rápida y ágil, agarrando comida que tenía a mano y guardándola entre su ropa sin que el Padre Cristóbal se diera cuenta.

Mientras él respondía Serhii escondía el mando a distancia con la zurda para que le diera la espalda y poder alcanzar una bolsa de avellanas con miel que parecía relucir sobre la estantería.

Para cuando el hombre le miró esa bolsa ya no estaba allí y sí en el elástico de su ropa interior.

Con sutilezas se mueve el diablo, decían siempre. Y él, que estaba rodeado de demonios, había aprendido a moverse mejor que Satán; más callado, más rápido, siempre a ras de suelo.

**************************************************************************************

—Si tienes que mear avísame, Nacho, que te traigo un cubo y te la sujeto —le dijo en voz alta. Nacho abrió los ojos y le miró cansado de aguantar sus burlas. Sonrió, o lo intentó.

—Tengo sed —le dijo.

Se acercó a él cruzándose de brazos.

—¿Sabes cómo nos castigaban en mi orfanato?

—Ni idea, Nolan. Pero tengo sed.

—Verás, la única forma de conseguir que más de un centenar de niños estén dispuestos a dejarse hacer cosas asquerosas es tenerles jodidamente atemorizados. No era un buen sitio.

—Que triste, voy a llorar —ironizó.

—Un poco sí, ¿verdad? Pero eso te hace fuerte, eso te hace saber... de qué forma joder a una persona hasta el final, ¿Sabes que si estás más de tres días sin beber agua te empiezas a desmayar por la deshidratación? Yo sí —Soltó una amarga carcajada que dolía en los oídos de quien la escuchase—. Ya te digo que yo sí.

—¿Eso pretendes, tenerme tres días así?

—Lo que pretendo es mejor. Ya verás, te gustará.

Se dio la vuelta para volver con su lectura pero viró sobre sus talones para preguntarle amablemente:

—¿Dónde están las fichas de los chicos que faltan ahí? Sé que no están todos.

—¿Has mirado en tu culo? Dicen que es un agujero profundo.

—¡Ay, Nacho... qué poca elegancia!

—Habló Audrey Hepburn.

—Bueno, no me lo digas. No pasa nada. Ya me lo dirás...

—Vale. Vale. Te lo diré —Nolan frunció el ceño, era evidente que no era cierto, Nacho no se rendiría tan pronto; pero le divertía dejarle hablar para ver qué tramaba—. En el cajón de la cocina, junto a la nevera. El segundo comenzando por abajo.

Nolan ladeó la cabeza cruzándose de brazos, le observó unos segundos antes de bajar la escalera para ver qué burdo plan había elaborado su jefe, tenía curiosidad.

Miró a su alrededor con interés. Esa anticuada casa tenía algo que no le gustaba, algo no estaba bien en ella. Caminaba por sus pasillos y sentía que algo no estaba como debía estar. Pero era incapaz de adivinar qué era lo que a su celebro no le encajaba, qué era lo que su mente veía pero él no.

Cuando llegó a la cocina frunció el ceño. Joder, no podía quitarse la sensación de que estaba pasando por alto algo.

Curioseó por esa cocina que nunca había sido usada. No se lo podía imaginar cocinando.

A la derecha tenía una puertecita, creyó que se trataría de algún tipo de lavadero pero era una alacena. En ella encontró un maletín con herramientas y algunas latas de comida. Toqueteó los destornilladores, los alicates... Tomó entre sus manos un robusto mazo de obra con el mango de madera y la cabeza de puro acero. Pesaba unos dos kilos y parecía ser capaz de destrozar sin remedio cualquier tipo de carne o estructura ósea.

La blandió y la bajó para comprobar si podía servirle. Se planteó usarlo más tarde. Nacho no necesitaba dos manos allá a donde iba a mandarle.

Dejó el mazo donde lo había encontrado.

Cerró la puertecita y se dirigió hacia el mueble de cocina donde quería que mirase. Sabía lo que encontraría allí, solo él podía ser tan rastrero... tan puto bastardo, puta víbora que serpenteaba en el fango envenenando a los demás.

Pero Nolan ya no pretendía ser una buena persona, y si Nacho era una serpiente traicionera... él era un zorro astuto. Un zorro que comía reptiles invertebrados para desayunar.

Abrió el cajón y se topó, como había adivinado, con una bolsa de plástico que contenía muchas bolsitas con drogas listas para ser repartidas entre sus chicos: Eme y papelinas de rebujao (la mezcla de cocaína y heroína que él jamás había rechazado aunque consumirla le dejase más muerto que vivo).

Tragó saliva.

Nolan alargó la mano y la tomó. Sus dedos temblaban todavía y la ansiedad le golpeó tan bruscamente que retrocedió un paso soltando la bolsa sobre el mármol veteado de la encimera.

—Sukin syn —Insultó.

Respiró con fuerza apretando los puños, temblaba.

Se acercó con el cuerpo tensado hasta tocar la química que era más fuerte que él, más fuerte que su determinación y su dolor, mucho más fuerte que su inteligencia.

Abrió la bolsa de plástico.

"Joder, joder, joder".

Se mordió el labio acercándola a su rostro, podía oler cada elemento artificial como un perfume almidonado que le traía confusos recuerdos, malos pensamientos y deseos contradictorios.

Apartó la bolsa.

—No... —Se lo dijo a sí mismo pero también a ellas, a las sustancias que le llamaban; negó.

Y le pareció ver el rostro de Lucas diciéndole que estaba haciendo bien, como cuando en sus alucinaciones le decía que debía respirar para quedarse junto a él. Cerró los ojos e imaginó que le abrazaba desde atrás, envolviendo entre sus brazos su cuerpo. Casi podía jurar que notaba el calor de sus manos en su cintura.

Serhii, Nolan, o Sergio (como a él le gustaba llamarle) iban a quedarse a su lado. E iba a estar a su lado limpio... o todo lo limpio que le dejase estar la sangre que manchase sus manos.

Respirando para mantener la mente fría metió los dedos rebuscando en la bolsa para tomar la pastilla que necesitaba.

Cerró la bolsa. Cerrar también el cajón sin meterse nada le pareció tan duro como enfrentarse a un ejército.

Tomó una espátula y aplastó la píldora hasta que solo fue polvo fácil de diluir.

Cuando subió la escalera lo hizo con un vaso de agua en la mano y una placentera paz en su interior, por primera vez en muchos años estaba orgulloso de sí mismo.

Nacho había intentando deshacerse de sus ataduras y con el esfuerzo había volcado la silla. Así que desde el suelo le vio aparecer completamente sereno, tendiéndole un vaso de agua.

—Toma, ¿No tenías sed?

Nacho negó mientras Nolan erguía la silla con su mano libre.

—No —Parecía asustado, realmente asustado del contenido que pudiera tener ese vaso—, No tengo sed. No... no hace falta.

—Antes tenías sed, ¿No? Pues bebe.

Le miró realmente consternado, negando, antes de decir como si no pudiera creer que Nolan hubiese superado esa dura prueba:

—¿Pero... has mirado lo que hay en el cajón?

—Sí, muy bonito. Bebe —Se acercó y aprisionó la nariz rota de su jefe entre los dedos estirándole la cabeza hacia atrás hasta que abrió los labios y volcó el contenido del vaso en su gaznate. Le tapó la boca para que no pudiera escupir, aunque se ahogase—. Me cago en mis muertos, Nacho, ¿NO QUERÍAS HACERME ESTO A MÍ? ¡PUES BEBE!

Y bebió.

*********************************************************************************************

Miró de nuevo el reloj.

Tic-tac, tic-tac.

Tras horas de extenuante lectura Nolan se sentía algo cansado, pero comprendía mucho mejor la intrincada red de su jefe.

—Nacho —le llamó todavía sentado en el suelo con la espalda apoyada en la puerta cerrada, rodeando de archivadores y de papeles leídos y por leer. El hombre levantó la cabeza pesadamente buscando su voz, se había quedado adormilado mecido por las drogas diluidas en agua— ¿Y las mujeres? Veo tráfico de todo tipo pero no llevas prostitución femenina. Siempre me lo he preguntado. Vendes a niñatos en la calle pero no hay apenas putas en esta ciudad.

Nacho rio a carcajadas y negó con la cabeza con torpeza. Las drogas le volvían dócil y comunicativo.

—La prostitución femenina es un buen negocio, mueve el ochenta por ciento del dinero. Pero llama la atención, es mucho más evidente. No puedes vender a una chavalita sin que alguien lo note. Pero los jóvenes... la gente no ve lo que no quiere ver. Es demasiado incómodo. Prefiero un veinte por ciento si sé que conlleva menos riesgos.

Nolan asintió pensativo.

—Por eso te han dejado quedarte con todo aquí, tu monopolio. Conviertes esta mierda de ciudad en pedofilandia y les dejas a las demás ciudades vecinas el negocio puro y duro. Así hay menos competencia y ellos ganan... pero tú sigues haciendo dinero seguro —susurró comprendiéndolo. Nacho asintió. Su mirada se endureció—, y yo te he ayudado a conseguirlo, porque soy gilipollas... y luego intentaste matarme.

Nolan se puso en pie antes de acercarse a él y sentarse de nuevo en la silla.

—¿Sirve de algo si te pido perdón?

—¿Por qué no lo hiciste antes, cuando te rompí la nariz? —Frunció el ceño— Durante un tiempo pensé que si no me matabas era porque me querías, a tu manera. Luego pensé que era porque me investigaste y descubriste que mi hermano no es trigo limpio. Pero... no fue por eso, ¿verdad? No me mataste porque te venía muy bien venderme al enfermo de Crandford. Me tenías ahí, reservadito como una buena botella de vino.

—No fue por eso —negó él, interrumpiéndole. Nolan acentuó más la arruga entre sus cejas— Nunca quise matarte. Por eso te pedí que lo dejaras, que te quedases quieto... pero no podías, nunca te rendiste. Me recuerdas tanto a mí... Eres como yo.

—Nacho, colega ¿No te estará dando un síndrome de Estocolmo? Solo llevamos aquí unas cuantas horas.

—Tú también usas el humor cuando estás incómodo.

—Tú y yo no somos iguales, Nacho.

—¿Seguro?

Nolan asintió y se arrodilló de nuevo temblando frente a él, apretando las fauces para no morderle la cara y arrancársela. Apretó la pistola contra su mentón. Una llamada al teléfono le distrajo de sus intenciones y abrió la tapa del teléfono móvil que había comprado.

Nacho tragó saliva sonoramente notando que el arma se apretaba todavía más contra su cuello mientras él escuchaba a su interlocutor.

—Estoy en su casa. Aurelia me deja quedarme, pero es peligrosa... no será fácil —decía Joel. Nolan cerró los ojos—. Todo ha sido como tú dijiste. Nadie sabe nada todavía del concejal.

—Pajarito, sabes qué hacer. Ten cuidado —le dijo sonriendo. Miró a los ojos a Nacho, que le sostenía la mirada—. A este hijo de la gran puta le queda poco, ¿Quieres despedirte?

Le colocó el teléfono en la oreja a Nacho para que oyera lo que Joel tenía que decir y vio como el rostro del hombre pasaba de la completa indiferencia a una angustiosa turbación. Las palabras susurradas de Joel siempre surtían efecto en las personas.

Colgó después de decirle que tenía su vida en sus manos y que Joel le replicase "Ojalá tener otra cosa tuya en las manos".

*********************************************************************************************

Cuando el sol comenzó a salir por completo y la luz de la mañana llenaba los rincones de esa casa miró el reloj una vez más.

Sentía las escamas del pesimismo arañando sus tripas, arrastrándose por su interior hasta hacerle encogerse. Se había pasado la noche contando hacia atrás hasta llegar a esa hora, entreteniendo a Nacho con conversaciones y tonterías para cansarle. Cada vez que le había visto cabecear le había despertado con alguna pregunta que le soltase la lengua. La gente cansada es mucho menos tozuda, bien se lo habían enseñado de niño a él.

Miró de nuevo el reloj. Era la hora. Era la maldita hora.

Deberían haber...

Recibió un SMS. Luego, uno tras otro, recibió seis más.

El último fue el que le hizo jadear notando la liberación. Solo ponía una palabra pero era suficiente para entender qué debía pasar después. El tiempo se había acabado, comenzaba el plan.

Apartó su lectura para espabilar a su jefe y decirle con una sonrisa:

—Vale. Es el momento de que hagas algunas llamadas ¿Vale, Nacho?

Se quedó de pie mirando la extrañeza dibujada en su rostro.

—Verás, es que no me apetece mucho hablar con nadie. Me pillas un poco jodido.

—Vas a llamar a quién yo te diga, o te reviento la puta cabeza ahora mismo. Vas a decirle a todo el mundo que te tomas unas vacaciones. Primero vas a llamar a Gorila y le vas a decir que gracias por sus servicios pero que te largas de la ciudad. Le vas a aconsejar que él haga lo mismo. Luego harás lo mismo con el otro guardia, el chófer, tus camareros y los chicos legales mayores de edad que trabajan en tu bar ¿Comprendes? Llamas a todo Cristo.

—¿Estás drogado?

—Luego vas a decirle a tu contable que saque todo tu dinero. Todo. Hasta el último euro escondido en Suiza y que te lo traiga en efectivo lo antes posible porque estás metido en un lío de cojones y necesitas el dinero.

—Sí, estás drogado.

—Hoy el yonki eres tú, cari.

—Bah. No te saldrá bien. Mi contable no puede hacer eso.

—No podrá hacerlo, claro. Para eso se necesita un poco de paciencia, firmar muchos papeles... Afortunadamente tenemos todo el tiempo del mundo, ¿verdad? Nacho, ¿O tienes algo que hacer? A mí me pillas con toda la semana libre.

No tenían tanto tiempo como quería hacer creer al hombre, en realidad. Disponían de tanto margen como tardase Aurelia en conectar los cabos.

—Sí tengo algo que hacer. Matarte.

—Ya, bueno. Como todos. Ponte a la cola —Nolan se encogió de hombros resignado por esa idea.

—Te voy a...

—No si te lo hago yo primero. Y a nadie le importará una mierda, ¿Sabes por qué? Porque no le importas a nadie, nadie te quiere.

—¿Todo esto es por dinero? ¿Intentas robarme, es eso?

—¿Todavía no lo has entendido? Todo esto es por amor. Tú mataste a mi único amigo, y yo... te lo voy a arrebatar todo, todo. Porque Sky era yo, era Joel y era Viktor. Sky éramos todos... No tienes ni idea de cuánto la has cagado, has matado al amigo del hijo de puta equivocado.

Nolan controló su respiración intentando templar su ánimo. Debía ceñirse al plan, no podía dejarse llevar por sus provocaciones.

—El amor... ¡Qué bonito! El amor a tu psicólogo te hizo salir ese día de mi despacho, y el amor a tu amigo te hace convertirte en un psicópata asesino.

Psicópata, decía ÉL, que podía dormir plácidamente creyendo que estaban muriendo.

—Tienes razón, ¿Ves? Tienes razón. Me lo enseñaste cuando amenazaste a Lucas en tu despacho. Lo importante es averiguar el eslabón débil, ese cabito suelto que hace que la gente como nosotros, que no nos importa una mierda lo que nos pase... retrocedamos. El saber es poder.

—¿Pero de qué cojones me estás hablando? ESTÁS LO-CO.

—¿Sabes algo que he entendido también? Que es muy fácil deshacerse de alguien si nadie le echará de menos; Y tú... tú no tienes amigos, no tienes hijos, ni pareja, y ni siquiera estás investigado por la policía porque pagaste a la gente adecuada para que eso no pase. Lo pone ahí, en tus papeles, ¿Si seguimos pagando a esos policías crees que se esforzarán en investigar qué ocurre, o tomarán el dinero y lo dejarán estar? La única que podía haber notado tu ausencia es tu madre ¿verdad? pero ni siquiera eso... porque la pobre mujer está internada en Madrid en una clínica para ancianos con alzheimer. Te alejaste de ella para protegerla ¿Cuánto hace que no vas a visitarla? ¿Cuánto tiempo crees que tardaría Emilia Peña Moreno en entender que su hijo Ignacio está muerto?

—Qué hijo de puta eres, que hijo de la gran...

—Dime, ¿Te importa lo que le pase a tu madre? ¿Quién pagará las facturas de su medicación si no estás tú para destinar esos siete mil euros a su residencia de lujo cada mes? —Aguardó a que la pregunta calase en su mente cansada—. Tengo otra pregunta.

—Pues métela dónde te quepa. Te voy a reventar la cabeza.

—¿Sabes cuántas horas tarda un avión desde Yakutsk hasta Madrid? ¿No? Te lo voy a decir. Exactamente el tiempo que llevamos hablando tú y yo.

Nacho contuvo la respiración, comprendiendo. Sus ojos se velaron de terror.

—Así que sí. Por amor a todos esos chicos a los que todavía no has matado... yo estoy matando. Por amor, para poder sentirlo, Joel hará lo que haga falta; bueno o malo. Por amor... mi psicólogo —Cerró los ojos saboreando su recuerdo en una absurda sonrisa de completo enamorado—, Mi Lucas, ahora mismo está buscando a tus niños chaperos uno a uno para ponerlos a salvo.

Nacho miró hacia las fichas, comprendiendo también en ese instante a quién le enviaba esas fotografías. Sonriendo por su expresión Nolan prosiguió hablando:

—Por amor fraternal mi hermano ha cogido un avión de madrugada... y por amor tú, Nacho, para salvar a tu pobre madre... harás lo que yo te diga.

—Cabrón de...

—Mi hermano nunca fue un buen hombre, la guerra te cambia. Te jode por dentro. Mi padre lo llevaba en la sangre, dicen que esas cosas se heredan. Yo intenté serlo, pero no lo soy. Mírame... No lo soy. No soy un buen hombre. Pero por mis muertos, que lo que SÍ soy es más listo que tú. Y no vas a seguir matando a chicos por unos billetes de mierda si yo puedo evitarlo.

—Dejad a mi madre en paz, por favor. Nolan, por favor. Está enferma.

—¿Su muerte sí te importaría?

—Por favor.

—Si colaboras te juro por la tumba de Viktor que a tu madre no le pasará nada, que yo me ocuparé de ella como si fuese mi abuela. Te prometo que si llamas y haces lo que te digo mi hermano se la llevará a dar un paseo por El Retiro y que cuando colabores la devolverá a su residencia. Hasta le comprará un helado.

—No puede comer helado, tiene diabetes...

—Bueno, pues una tostadita para desayunar.

—Eres...

—¿Qué soy? Te estoy dando la oportunidad de proteger a tu madre. Es algo que tú no nos diste a ninguno de nosotros cuando subastaste nuestra vida —Tomó aire y lo sacó en un suspiro— Yo no tengo ningunas ganas de hacerle daño a esa señora, Nacho —Presionó la pistola contra su pecho y sintió que su rostro se humedecía por una lágrima, ni siquiera era consciente de estar llorando—. Por favor, por favor, no me obligues a mandar asesinar a una anciana, por favor. Nacho. Cuida de tu pobre madre. No lo hagas por ti, hazlo por ella. Yo nunca suplico, mírame, estoy suplicando, por favor... no me obligues a matarla.

Ver que lloraba por el bienestar de una mujer desconocida debió asustar realmente a Nacho, debió indicarle que nunca había sido un farol. No lo era.

Le mostró al hombre el móvil, había recibido una fotografía que servía de prueba. El brazo musculoso de su hermano sujetaba a una mujer menuda que miraba sin ver hacia el frente, no era tan anciana como Nolan había imaginado... Eso le hizo sentir muy triste.

Nacho asintió.

—Dame ese puto teléfono.

Nolan cerró los ojos sintiendo el placer de la victoria, que era mucho más potente que ninguna otra droga.

Una vez que Nacho hubo realizado todas las llamadas Nolan podía pasar al siguiente escalón en su plan.

Le obligó a contárselo todo, cada rutina de sus negocios, cada número de teléfono, cada contacto. Pero no consiguió que dijese donde demonios guardaba el resto de fichas, ni el dinero que había cobrado por su muerte.

Del resto sí que habló, cantó como un jilguero en verano.

Ocho de la mañana.

Era la hora, en ese mismo momento debía estar sucediendo.

Los soldados de su hermano habían llegado a la ciudad, se lo decía Yakov en un mensaje. Su hermano había devuelto a la anciana a la residencia y se dirigía hacia la ciudad para reunirse con su pequeño ejército de subnormales armados. En ese momento esos monos estarían llegando a los pisos de los colaboradores y subordinados de Nacho; a los locales, los narcopisos, las fábricas de anfetas. Esos mataos que se asustaban cuando Nolan les amenazaba con pegarles un tiro no tenían la más mínima posibilidad contra un grupo de mercenarios con experiencia militar y nulos escrúpulos. Las cabezas de la hidra caía, una a una y al mismo tiempo, todos esos nombres que Joel había conseguido en el tablón de Aurelia, todos los que Nacho había dicho en el tenso interrogatorio.

La red de Nacho se desmoronaba. Estaba acabado.

La ciudad quedaría a la deriva tan pronto como vieran que él ya no tenía el poder. Aceptarían cualquier otro rey para mantener su estatus y su vida, por trillado que pareciera como si les preguntasen el consabido "¿Plata o plomo?".

Yakov siempre había sido tonto pero tenía porte de majestad, y sabía como manejar una ciudad. Le pegaba el cetro de rey que Nolan le iba a regalar solo para arrebatárselo a Nacho.

Suspirando, dejó descansar al hombre que había roto a llorar como un niño.

Recorrió la casa buscando cualquier cosa que le sirviera para comprender los huecos en blanco en sus explicaciones, mientras rebuscaba realizó las llamadas de rigor para asegurarse de que todos estaban bien y que todo iba según el plan.

Agotado, Nolan sonrió como un estúpido cuando recibió el mensaje del hombre al que amaba diciéndole que había conseguido meter a todos esos adolescentes insoportables en el apartamento de Sol.

Todos estaban a salvo.

**********************************************************************************************

Serhii caminó por los pasillos del orfanato como si no llevase comida escondida en cada bolsillo de su pantalón.

Se topó en el corredor central con uno de los niños con los que era mejor no toparse, le llevaba dos años, alto y eternamente hiperactivo, tan completamente loco que resultaba impredecible. Yuri llevaba tanto tiempo allí como él, casi toda su vida. Serhii se limitó a mirarle a la cara desafiante, retándole a que le hiciera lo que quisiera hacerle porque entonces él tenía la excusa perfecta para contraatacar.

El chico retrocedió, le dejó pasar con una reverencia pomposa silbando una cancioncilla.

Se dirigió a su habitación; le habían levantado el castigo y la cerradura no precisó de llave para abrirse. En cuanto entró se acercó a la pared y golpeó.

¡Hola! ¡Eh!

Silencio.

Se habría desmayado.

Golpeó de nuevo, y entonces sí recibió una respuesta, un suave golpe en la pared.

—¿Viktor? ¿Te llamas Viktor? —dijo contra la pared, aplastando la mejilla y colocando la oreja bien pegada después. Le habló en ruso por costumbre e inercia, pero recordando su acento se apresuró a decir en Ucraniano—: ¿Puedes oírme?

Sí, sí. Estoy... Tengo hambre...

—Viktor, bajo de la cama hay un respiradero, ¿puedes llegar hasta allí? Te he traído comida.

—¿Comida? ¡Voy, voy!

Se apresuró a saltar del lecho, con energías renovadas por la ilusión, y se arrastró para llegar a la pared.

Serhii también lo hizo. Se arrastró por el suelo hasta que pudo ver a su compañero de fatigas. Sus ojos claros le buscaban, y cuando le vieron se quedaron abiertos en una extraña expresión que Serhii no comprendía.

—¡Hey! ¡Hola! —exclamó Serhii sacando de su bolsillo su botín, vio como los ojos de ese niño se quedaban atascados en su sonrisa y no parecían saber salir de ahí— ¿Eh? ¿Qué pasa?

Intentó apartar su atención y al hacerlo cayó en los colores de sus ojos, que fue peor.

—Nada...eh... nada, yo... Tus ojos... Nunca había visto unos ojos así... son raros.

—Ya me lo han dicho otras veces. Toma —Serhii le pasó la bolsa de avellanas por las rejas, y luego pasó algunas lonchas de fiambre y dos bizcochos envueltos en colores chillones.

—Gracias, gracias, gracias —repetía él devorando el fiambre. Sus dientecillos desgarraban con desesperación.

—No te lo comas todo, te tendrán ahí encerrado hasta que dejes de resistirte. Así que guarda lo que puedas. Escóndelo rápido, pueden venir en cualquier momento.

—¿Cómo lo guardo? ¿Dónde? Lo van a encontrar...

—¿En tu habitación también hay una silla blanca, de metal?

—Sí.

—Las patas son huecas. Si le quitas la parte de goma, esa para que no arañen el suelo, puedes esconder comida dentro. Pero vuelve a dejarlo como estaba o se darán cuenta.

—Vale, ahora vuelvo.

Serhii asintió acariciando la rejilla donde segundos antes había estado el rostro anguloso de su futuro novio, le esperó para seguir charlando con él. Escuchar su voz de forma tan nítida era posible porque las paredes de ese edificio eran tan finas que...

******************************************************************************

Nolan dejó de caminar en seco en medio del pasillo del hogar de Nacho.

Cuando conoció a Viktor las paredes eran finas...

Las paredes...

Pasó su mano por las rugosidades de gotelé. Aquellas paredes que envolvían el pasillo de la escalera deberían ser finas, como las del resto de la casa, pero no lo eran.

Reculó sobre sus pasos con el corazón bombeando tan fuerte que parecía querer ahogarle.

Se asomó al salón acariciando la pared por ambos lados, e hizo lo mismo con la pared del baño. Ese tabique era de un grosor de unos quince centímetros, como los demás, incluso los tabiques de carga de la entrada tenían solo un grosor de treinta centímetros; pero esa que llevaba toda la noche atormentando a su mente confundiendo a su subconsciente por esa incongruencia en la distribución de la arquitectura... había una enorme distancia que no debería haber. Por ese enorme grosor que presentaba casi podía entrar una persona de estar su interior hueco, como lo estaban las patas de las sillas de su orfanato.

Golpeó para escuchar el eco en su interior. Joder, hueco. Estaba hueco.

—Por eso...este cabrón no quiere reformas —Le sonrió a la pared. Rompió a reír extendiendo los brazos— La madre que lo parió ¡NACHO! ¡LA MADRE QUE TE PARIÓ!

Le oyó gritar desde el piso superior.

Palpó los anchos de la pared hasta llegar al hueco bajo la escalera, ¿Qué había al otro lado, en la habitación adyacente?

La cocina. La pequeña alacena.

Corrió hasta allí, volcó las latas y apartó las herramientas tirando el mazo al suelo.

El fondo de la alacena también sonaba hueco, golpeó con el puño. Ese falso fondo se vino abajo y se curvó un poco por el impacto.

Oyó a Nacho gritando insultos en el piso de arriba, por el sonido debía haber adivinado que había encontrado su madriguera.

Nolan agarró las baldas de madera y las apartó también tirándolas al suelo sin cuidado alguno. Golpeó el falso fondo a patadas hasta retirarlo también.

Y lo vio.

—Joder... —Consiguió decir asombrado, llevándose la mano al pecho para tocarse y saber que no estaba soñando. Si todavía se drogase hubiese creído que aquello era una alucinación.

Dinero. Billetes y billetes. Una montaña de mochilas de deporte baratas, como compradas en algún bazar a granel se extendía por todo el hueco de la habitación secreta. Debía haber decenas, y cada una de ellas estaba completamente llena, al borde de reventar la cremallera. Algunas lo habían hecho y su contenido se precipitaba sobre la tela y el suelo.

Nolan gateó hasta introducirse en ese hueco oscuro, lleno de arañas. A él esos bichos no le importaban en absoluto, a él le importaba otra cosa.

La carpeta que reposaba sin cerrar al fondo de ese hueco como tirada en un ataque de rabia, las fichas que había estado buscando se desparramaban de entre sus tapas. Esa información era más valiosa que los billetes.

Nolan intentó alcanzarla pero no pudo.

Comenzó a sacar las bolsas de deporte una a una, rápido. Pesaban bastante para estar llenas solo de papel; papelitos por los que él, Joel, Sky y todos esos chicos habían rozado la muerte.

En algunas mochilas pudo leer palabras escritas con permanente negro. Leyó Crandford; pero también Murillo, Pedro, Iker, Castelo y Varela.

Soltó sobre el suelo todo aquel dinero, que a ojo de buen cubero, por el peso, debía sobrepasar con creces la cifra millonaria.

A Nolan lo que le importaba era esa carpeta, solo eso.

Había demasiadas bolsas para alcanzarla rápido. Miró el mazo, nada tenían las reformas que ver con el motivo por el que estaba allí, esa herramienta facilitaba sacar todo ese dinero de ahí en caso de tener Nacho que huir con su botín.

Tomó el mazo con ambas manos, y rodeó la puerta para atajar por la pared del pasillo.

Nacho gritaba dejándose la garganta por la rabia y la frustración.

Calculó donde debía estar... Agarró fuerte el mango, elevándolo...y golpeó. Bajó el mazo con todas sus fuerzas para destrozar la pared. El polvo lo llenó todo. Golpeó de nuevo y atravesó el cemento.

Tiró el mazo y escurrió la mano a través del agujero para alcanzar la carpeta, al hacerlo se arañó. Le dio igual.

El corazón le latía tan rápido que las nauseas le ahogaban e iba a vomitar, solo se imaginaba una razón por la que su jefe guardase tan a conciencia esa información de sus chicos.

En la carpeta encontró dos libretitas de contabilidad y más fichas. 

Allí estaban, los que faltaban... y los que nunca habían estado.

Nolan ardió en fuego, se le quemó por dentro cualquier atisbo de compasión leyendo las edades que marcaba esos formularios.

Entre las páginas de las libretas de contabilidad, de papel ligero y cuadriculado Nolan vio la ficha de Sky, tachada y con una cifra escrita. También las de los otros once chicos que habían sido vendidos... pero también más.

Muchos más.

Uno, dos, tres; treinta más. Cuarenta y un asesinatos en total.

Se le estaba agotando el aire que poder respirar.

¿Cómo había tardado tanto en pensar que si esa ciudad era un puto bufet libre de pederastas y asesinos... debía venir mucha gente con hambre? Muchos más depredadores de los que él creía.

Crandford no era el único.

"Murillo, Pedro, Iker, Castelo y Varela".

Intentó no vomitar, de verdad que intentó mantenerse entero. Pero no podía. No pudo.

Después de soltar hasta la bilis echándose a un lado, se puso en pie limpiándose la boca.

Cuando Nacho notó que estaba volviendo a su despacho dejó de gritar, estaba demasiado asustado para intentar parecer arrogante.

—En mi país muchas casas antiguas tenían rincones secretos para ocultarse —dijo su voz fría, completamente ido de la realidad—. Como habitaciones del pánico para esconderse de la guerra, la unión y los nazis... Supongo que aquí en la Guerra Civil fue parecido ¿Verdad? Por eso te interesa tanto esta mierda de casa tan vieja. Por eso no dejas que nadie ponga ni una alarma como Dios manda en ella, para que nadie toque tus paredes.

—Nolan, respira...

—Que respire. ¿QUE RESPIRE? ¿En serio, Nacho? ¿Niños? —preguntó Nolan asqueado, rememorando cada puto minuto de su puñetero pasado, siendo él esos niños cuyas identidades sujetaba en la mano, arrugándolas apretadas junto al asa de una de esas bolsas repletas de billetes.

Soltó la bolsa entre sus piernas violentamente. Nacho se encogió pensando que iba a golpearle de nuevo.

—Nolan tranquiliz... —intentó susurrar aterrorizado.

—¿NIÑOS?

—Nolan yo...

Nolan temblaba tan violentamente que cuando elevó una de las fichas para leerla en voz alta apenas pudo hacerlo, las letras no dejaban de moverse.

—MIGUEL MANZANO, DOCE AÑOS —Gritó bajando la ficha para confrontar su rostro— ¡DOCE PUTOS AÑOS!

Nolan se acercó a él sentándose en la silla frente a la suya, e intentó tranquilizarse prendiendo un cigarro con las manos temblando en espasmos.

—¿Cómo puedes dormir? —Sacó el humo de su cuerpo— ¿Cómo puedes ser tan putísima escoria? ¿CÓMO PODÉIS TODOS?

— Eso es lo que... más... dinero da —susurró Nacho, rindiéndose firmando con esa frase su sentencia de muerte. Nolan asintió fuera de sí, le dolía el cuerpo por ese fuerte latido de ira que sentía por dentro, en la mente y en el pecho.

Su jefe quería acabar con todo, provocarlo para que perdiese el control y que le matase en un arrebato. Bueno, no se lo iba a permitir. Aunque le doliese se controlaría para que su plan saliera bien. De nada le servía un Nacho muerto en el momento y el lugar equivocado.

Nolan abrió la bolsa de gimnasio que descansaba a sus pies, los billetes rebosaron de ella. Tomó uno, cualquiera, le daba igual, lo mismo era.

Levantó el billete de quinientos euros frente a sus ojos, para que lo mirase bien con su morado explendor.

—Porque esto es lo importante ¿No, Nacho? ¡Esto es lo único que importa! ¡ESTE PUTO PAPEL DE MIERDA! ¿POR ESTO VALE LA PENA? —Acercó el billete a su cigarro, dejó que se prendiera una esquina y el fuego se propagó en una gran llama. Rápido y sin pensárselo acercó el billete a su cara y lo estampó contra su carne, quemándose él también al sujetarlo contra su piel— ¡ESTA PUTA MIERDA!

Nacho gritaba, su alarido sonaba fuerte en cada rincón de la casa; y Nolan apretaba los dientes para aguantar el dolor de las intensas quemaduras que sujetarlo le provocaba. El olor a papel y carne quemada lo llenó todo. Pero no importaba.

Cerró los ojos dejando que el daño le consumiera.

Él también merecía ese castigo, él le había ayudado a estar en la cúspide del poder.

Alto, tan alto.

Él había estado ciego dejando que sucediesen cosas terribles lloriqueando por su puto pasado; bien, ya no le quedaban lágrimas que llorar.

Todos iban a pagar.

—¡DIOS, POR FAVOR! —¿Por favor? Nolan no entendía lo que era la compasión.

Se inclinó sobre él. Iba a parar todo aquello, iba a ponerle fin.

—¿DONDE ESTÁN? —Apretó el fuego contra su carne chamuscada, que burbujeaba contra la suya propia— ¡DAME LA DIRECCIÓN!

—¡TE LO SUPLICO! —No era eso lo que él quería escuchar. Las súplicas no devolvían la vida a los muertos— ¡ESTÁS LOCO! ¡ESTÁS LOCO!

Sí, lo estaba.

Ellos, los señores de arriba, los que estaban alto, bien alto, escupiendo a los de abajo; construyendo sus palacios sobre sus escombros, sus huesos rotos, sus futuros y sus sueños mutilados; todos ellos le habían enloquecido.

El dolor, el asco, la injusticia le habían quebrado paso a paso, en cuerpo y en alma... y en ese momento, en ese momento que él ya no era nada. En esa larga noche que Nolan tocó fondo... decidió asegurarse de arrastrarles a todos hacia abajo, iba a sacarles del pedestal a base golpe y llama; iba a escalar hasta su bastión inexpugnable.

Se acercó a su rostro humeante, bajo su mano la celulosa se consumía y se convertía en cenizas. El dolor era punzante hasta que dejó de sentir tal cosa, señal de que el fuego había atravesado la epidermis y los nervios que producen sensaciones.

No dejó de parecerle gracioso que cuando uno aguanta la agonía suficiente tiempo... lo que deja luego es insensibilidad.

—¿DÓNDE ESCONDES A LOS NIÑOS?

**********************************************

Nolan temblaba fumando en la cocina, envuelto en polvo de cemento y rodeado de dinero negro.

¿Cuánto había allí? Estaba seguro de que millones.

Él se miraba la mano temblorosa marcada por una llaga palpitante cuya cicatriz le acompañaría el resto de su vida. La tinta del papel se había derretido contra su piel y casi podía leerse en braille en la quemadura las marcas de agua del papel.

Tiró la colilla en el fregadero y sacó su teléfono.

Primero llamó a Joel. Se lo contó todo para que supiera las barbaries que sucedían allí.

Luego llamó a Lucas. En apenas dos tonos ya le estaba contestando.

—Cuando me llamas me acojono —le dijo Lucas como saludo, Nolan curvó sus labios en una sonrisita a pesar del silencioso ataque de ansiedad que le estaba ahogando escondido tras un muro de fría rigidez. Él, como su mano, jamás volvería a sentir como lo hacía antaño— ¿Te has cargado a alguien más?

—Casi... —susurró. Serio, sombrío, desolado... y completamente tranquilo— Tiene a niños, Lucas.

—¿Qué?

—Las fichas que te he pasado no son todas. Tiene a tres niños preadolescentes en una casa a las afueras... es un chanchullo que tiene a medias con un policía, Iker, ese también ha pagado por matar a chavales, como Crandford y...

—Espera, espera, ¿Qué?

—Yo le he ayudado a estar donde estaba. Por mi culpa le han estado haciendo a ellos lo mismo que me hacían a mí.

—Tú no lo sabías, ¿Verdad? Dime que no lo sabías.

—No, no lo sabía. Pero ahora que lo sé no puedo quedarme sin hacer nada. Tenemos que...

—Dame la dirección. Voy.

—Será peligroso, Lucas.

—Mira, Sergio. Esto es más importante que nuestra relación, que tú y que yo; son niños. Digas lo que digas voy a ir a sacarlos de ahí, ¿Me entiendes?

La sonrisa que marcó su rostro albergaba en su interior en más puro y desbordante amor.

—Por esto te quiero, mi hombre valiente.

Si Lucas se ocupaba de ellos estarían bien, estarían a salvo y no sufrirían ningún mal. Realizó otra llamada más para dejar bien atado y resuelto ese asunto.

Suspiró encendiéndose otro cigarro con mano temblorosa. Era el último que le quedaba.

¿Tanto estaba fumando? Cuando se ponía nervioso siempre intentaba tranquilizarse así, y aquella no estaba siendo su noche más tranquila.

"Genial, si no me mata un cabronazo lo hará un cáncer de pulmón" pensó y no pudo evitar reír.

Ese breve instante de tranquilidad se esfumó en cuanto oyó el sonido brusco en el piso superior, que pareció sincronizarse con el ronroneo de un coche aparcando frente a la entrada de la verja exterior.

Nolan se puso en pie y tuvo medio segundo para decidir en qué dirección correr, si hacia las escaleras para ver qué había hecho Nacho o si se acercaba sigilosamente a la ventana de la puerta para ver quién perturbaba su calma.

Subió las escaleras de dos zancadas y entró en el despacho golpeando la puerta. Solo encontró los trozos de la silla donde Nacho estaba atado.

Rompiendo la silla había conseguido deslizar sus ataduras y ya no había rastro de su persona.

—Mierda —Se le escapó mirando las patas de esa silla rota que parecía el peor augurio posible.

Quien fuera que había aparcado en la entrada estaba llamando al timbre para que le abriesen con la misma insistencia con la que golpeaba su propio corazón, esa persona iba a entrar. La saltaría, igual que la había saltado él.

Lo siguiente que oyó fue el sonido sordo de un paso tras él, y su respiración antes de...

El dolor penetrante del metal atravesando la carne de su costado hubiese cegado sus sentidos automáticamente si, avisado por ese sonido, no se hubiese girado recibiendo la puñalada en el músculo, evitando vísceras y nervios importantes. Por esa punzada apenas notó la mano izquierda de Nacho tirando del mango de la pistola que guardaba enganchada en su cinturón.

Nolan se sobrepuso, se guardó el dolor en el rincón de cosas que dejaba apartadas para ocuparse de ellas más tarde, tenía cosas más importantes a las que enfrentarse.

Agarró ese brazo, Apretó los dientes por el esfuerzo, lo dobló retorciendo. Oyó un grito, el dolor le cegaba, no lo vio, no veía, pero sí oía. El arma se precipitó al suelo. Aunque lo que Nolan escuchó claramente, como música de percusión en sus oídos, fue el sonido seco cuando el hueso no soportó la presión.
Se partió en dos, como las ramitas, como su piedad, como la carne sangrante de Nolan.

Jadeó. Tocó allá donde se le abría en dos el interior. Sus manos se mancharon de sangre espesa y caliente al instante. El aire goteaba rojo.

Iba a desangrarse.

Miró las fichas desperdigadas por el suelo, la sangre fluía de entre sus dedos con la constancia del riachuelo, esa cascada caía y las manchaba.

Se sintió sereno.

Con Lucas los niños estarían bien.

Moría.

Pero estarían bien. Moría por algo bueno. Estarían a salvo. Nadie les volvería a hacer lo que le habían hecho a él. 

Notas finales:

¿Os está gustando? Me gustaría saber mucho vuestra opinión, de verdad. 

 


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