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If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

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Notas del capitulo:

Hola! Aquí os dejo el capítulo de DIEGO. Espero que os guste :^)

Podéis encontrarlo también en https://www.wattpad.com/884439918-if-it-hadn%27t-been-for-love-4-diego-y-los-ojos-de 

—¡Eh!


No hubo respuesta.


—¡Oye!


—Pégale un guantazo a ver si así se espabila —decía la voz desganada de Germán. Por el ruido que hacía masticando debía estar comiendo todavía su chocolatina.


¿Quién hace una hora de rutinas en el gimnasio para luego comerse una chocolatina Mars en los vestuarios?, Que él supiera... solo Germán.


—¡Diego!


Diego abrió los ojos siendo zarandeado por una mano que le agarraba el hombro.


—Que sí, que sí. Os estoy oyendo —les dijo antes de abrir los ojos perezosamente. Los debería haber dejado cerrados para no encontrarse con la mirada alarmada de Juan—. Solo estaba cerrando un momento los ojos, ¿Vale? Relájate.


—¿A ti te parece normal dormirte en los vestuarios del gimnasio? —le dijo Juan mirando alrededor avergonzado aunque nadie les estuviera haciendo ni puñetero caso. Diego se encogió de hombros, nadie iba a dejar de vestirse porque un tipo se hubiese apoyado en la pared con los ojos cerrados— ¡Pensaba que te había dado una pájara o algo!


El calor asfixiante del vapor en un espacio tan cerrado, junto al olor afrutado del jabón, y ese sonido constante de grifos como salido de un video raro ASMR, le resultaba tan agradable que se había quedado con los ojos cerrados disfrutando de esa bonita tranquilidad sintiéndose mecido entre los brazos de una madre.


—¿Y a ti te parece normal preocuparte por Diego a estas alturas de la vida? — le dijo Germán a su hermano. Juan arrugó la nariz asintiendo. 


—También es verdad.


Diego sonrió y se levantó ignorando a Zipi y Zape por completo. Pero ellos no se iban a dejar ignorar fácilmente. Ninguno de ellos le llegaba más arriba de la clavícula pero eran pesados como para hacerse ver aunque Diego elevase la vista por encima de sus cabezas como si no estuvieran.


Juan se acercó con su cuerpo larguirucho de brazos enclenques. 


—¿Y cómo es que tienes tanto sueño? ¿Ligaste anoche?


Diego vio en su mente, casi como en una película, flashes de como Joel entreabría los labios para gemir agarrando fuertemente sus sábanas entre los puños. Le vio relamerse como el puto Lucifer mientras se giraba hacia él para no perder detalle de sus movimientos.


"No pienses en eso que llevas un chándal y se te nota el lote"


—No, que va—Mintió—. Fue una noche muy tranquila


Con Joel las noches nunca eran tranquilas.


Germán no parecía creer ninguna de sus palabras, pero no dijo nada. El Boquita de Oro siempre callaba más de lo que decía, pero en sus ojos de contable inteligente leyó que no iba a engañarle tan fácilmente como a su hermano.


—¿Cuánto se cobrará trabajando en un gimnasio? —preguntó Juan mirando concienzudamente a la monitora de CrossFit entrando en la sala de entrenamiento cuando ellos se dirigían a la salida. Diego supuso que esa atención desmedida se centraba más en ese culo de roca que por sus condiciones de trabajo.


—¿Estás pensando en buscar curro aquí? —la voz inquisidora de Germán mirando su hermano mientras salían del gimnasio quedó amortiguada por el escandaloso rugido de una moto. El frío de la calle les golpeó en la cara bruscamente y Diego se encogió sobre sí mismo cerrándose la chaqueta poniendo su atención en Juan.


—De entrenador personal, chaval, mira que bíceps —bromeó el más joven de sus amigos. Sus bracitos se menearon se arriba abajo en un compás que solo debía tener sentido para él.


—¿Qué pasó con la tienda? —Preguntó Diego. Lo última noticia en las aventuras laborales de Juan es que pasaba la jornada en un comercio de ropa para señoras.


Antes de girarse hacia él reparó en una silueta que le lanzaba una sonrisa que llevaba una dedicatoria para él. Un tipo moreno se inclinaba sobre la cadena que amarraba su bicicleta a la entrada del gimnasio, y le miraba, joder, se lo comía.


Le chequeó en cuestión de medio segundo para averiguar si valía la pena devolverle la sonrisa. 


"Examen aprobado. Así que cómeme porque me da a mí que tú... vas a ser mi cena"


—Se me acabó el contrato temporal y me largaron a la calle— respondió Juan encogiéndose derrotado. No había notado que Diego se había quedado ojeando a ese ciclista que, pese a ser quien le había sonreído entablando el contacto, en aquel momento le miraba repentinamente tímido. Juan seguía caminando con los hombros hundidos—. Ya sabes, después de las fiestas siempre bajan las ventas y entonces ya no hago falta. Estoy hasta la polla de enlazar contratos de quince días.


—Bueno, ya saldrá algo —Germán llevaba sombre su cabeza medio calva la gran sombra de la culpabilidad, él siempre había triunfado en el mundo profesional. Estudió por vocación y acabó montado en ese enorme cohete rutilante que era su carrera como contable, o lo que cojones fuese Germán; Dedicándose, en definitiva, a llevarse grandes cantidades de dinero por ayudar con sus consejos a los ricos a ser un poquito más ricos. 


—No. Si salir... sale. Pero nunca dura —Juan fruncía el ceño sintiéndose un fracasado, claro. 


Diego decidió guardar silencio para no sacar a relucir que él tenía tanta suerte que ni se lo creía. Aunque de eso él no se sentía nada culpable.


Un momento de lo más desagradable si no fuese porque aquel ciclista desconocido le divertía con sus huidizas sonrisitas. 


—Chicos, nos vemos mañana. Tengo que ir a saludar a un amigo —Diego señaló con la cabeza al chico, viendo ese gesto dejó de fingir que desatar la bicicleta le costaba más tiempo del necesario y apretó la cadena de la bicicleta (que llevaba ya rato desatada) quietecito con la esperanza de que se acercase a hablar con él.


Ambos hermanos se giraron. 


—Vamos, no me jodas —exclamó Juan. Diego asintió.


—Ya te digo que voy a joder, sí. Sí.


—¿Cómo lo hace? —Se lo preguntaba a su hermano, que arrugó la nariz negando—. Ni siquiera le ha hecho falta hablar. Nada. No es justo. Hace dos meses que yo no follo, no tengo ni trabajo  ¿Quién coño reparte el karma?


Diego rio y dejó a su amigo despotricando contra los sinsabores de la buena fortuna.


Lo cierto era que Diego tenía mucho de lo que agradecerle a la vida, y lo sabía.


Desde el mismo día en que empezó de prácticas de la universidad en un buen bufete su carrera de abogado penal salió disparada hacia el estrellado sin invertir, de hecho, mucho esfuerzo en ello.


Si Diego entraba en las salas de los juzgados, pisaba el suelo sabiendo que iba a ganar el juicio, o a conseguir para su cliente la pena más favorable, que para muchos casos era prácticamente lo mismo. 


Cuando hablaba para exponer, en esos raquíticos micrófonos que apenas ampliaban el sonido distorsionándolo burdamente, Diego sentía que se endurecía desmontando uno a uno los intentos del fiscal de enlazar una acusación coherente. Cuando abría la boca Diego sentía que en vez de pronunciar palabras simplemente les decía "Aquí está mi polla y voy a ganar".


Sentía que su ego se elevaba para bajar y aplastarlo todo a su paso, como un asteroide impactando en la tierra.


Tan bien le iba en la vida que había renunciado por dinero a esos paseos en los juzgados, a la adrenalina de conseguir los objetivos de sus representados surfeando por las olas del código penal, al sexo perentorio en los baños de los Tribunales con el ayudante del fiscal donde después de cada juicio donde coincidían se encontraban para arrancarse la ropa.


"Primero me follaba al jefe en la sala y luego al becario en el baño"


Esos días habían quedado atrás sustituido por aburrimiento bien pagado.


Lo que se queda atrás, atrás está. Le decía su madre a menudo.


Y lo que tenía frente a él en aquel momento era un treintañero que se ruborizaba como un niño de colegio cuando se acercó con una media sonrisa seductora para decirle simplemente:


—Hola.


*****************************************************************************************


Que su jefe era un gilipollas era tan evidente como que había noche y día.


A Diego eso no le quitaba el sueño mientras le llegase el enorme grueso de su sueldo cada primero de mes, por supuesto. 


Pero se le hacía tedioso tener que aguantar las reuniones con él y sus colegas de profesión. Ellos debían sentirse de igual manera, paseaban su vista de sus apuntes al papeleo impreso sin expresión en sus caras, dejándose llevar por el aburrimiento. Solo levantaban la vista para reír alguna broma de su cliente.


El que tiene el dinero también tiene la gracia, según la política de empresa, así que al menos debían fingir que no habían escuchado esos chistes que contaba miles de veces.


Lo peor de las reuniones para comentar los asuntos legales de la empresa no solo era el humor anticuado de su jefe o el aburrimiento, o que el té helado que le ofrecía fuese basura.


Lo peor, sin lugar a dudas, era que las reuniones a menudo se hacían en el despacho de su hogar. Una bonita sala en el lateral de la casa envuelta en una cristalera con vistas directas al jardín adyacente; y Diego así no se podía concentrar en absoluto.


¿Cómo pensar en otra cosa que no fuese ese culo?


Imposible encontrar interesante el papeleo mercantil cuando sabía que Joel estaba en aquel mismo edificio y que podía verle caminar de aquí para allá sin darle importancia a la reunión. Porque eso, joder, le ponía malo.


En la mayoría de ocasiones estaba escuchando hablar a alguno de sus compañeros sobre los vacíos legales en los contratos de algunos acuerdos y sus ojos voraces se distraían sin poder evitarlo hacia el cristal que daba al jardín para mirar ese trasero.


Y cuando eso sucedía veía a Joel caminar por la hierba jugando con su perro, o leyendo, o simplemente cruzando el jardín para ir a algún lado. Entonces Diego se ponía como un toro en celo, y su polla se apretaba contra el pantalón con tanto ímpetu que podría romper las costuras si no se obligase a tranquilizarse pensando en cualquier otra gilipollez. 


Otras veces, y esas eran las que realmente le preocupaban, Joel sí le prestaba atención a su mirada. Diego debía controlarse, fingiendo escuchar gilipolleces sobre irregularidades legales en despidos, mientras él se plantaba en ese jardín dispuesto a provocarlo. El día que con carita inocente chapoteaba sus pies en la piscina mientras devoraba un helado con el mismo movimiento de lengua ondulante que empleaba para lamerle las pelotas Diego entendió que había cometido un enorme error aceptando ese trabajo.


Aquel juego morboso era tan excitante que apenas podía soportar estar allí hablando de contratos cuando lo que realmente deseaba era poner a ese católico contra una pared y follárselo como a él le gustaba hasta hacerle mentar a Dios, apretarle la cara contra la pared para escucharle gemir pidiéndole más; joder, más fuerte, más rápido, más a la vista de todos. Siempre más.


Su padre tenía razón en algo. Joel era insaciable. 


Aunque el chico guardase un colosal deseo en su interior lo contenía en un cuerpo bajito y menudo para su edad. Había heredado la espalda bien formada de su progenitor, pero el resto de su cara de monaguillo ingenuo era cosa de su madre. 


Era tímido, se sonrojaba por cualquier tontería. Eso parecía un hecho. Pero poseía un interior desvergonzado y una facilidad para sacarse la polla en cualquier lado que a Diego le desconcertaba a más no poder. Era callado y tranquilo, aunque cuando hablaba su lengua soltaba frases contundentes. Era casi como un sueño... su fantasía hecha carne. 


—¿Verdad, Diego? —oyó que le decía un compañero. Asintió sin prestar la menor atención.


Cuando la conversación volvió al cauce de los informes estadísticos su mirada se desvió sin querer hacia la puerta. Allí estaba aquel muchacho de ojos inteligentes mirándole durante apenas un segundo para luego sonreír a su padre. El uniforme oscuro de su instituto privado era oscuro y resaltaba el dorado de su cabello.


El chico sonrió a todos pero no malgastó muchas palabras en saludos. Apenas pronunció un escueto "Hola" que en sus labios de educado niño pijo parecía suficiente. Su perro, un Golden Retriever que ya dejaba de ser cachorro, movía estúpidamente el rabo buscando caricias entre aquellos extraños. Diego no apartó la mirada de Joel, quería mirar al perro mientras le acariciaba la cabeza para disimular, pero no lo hizo.


—Papá, siento interrumpir.


—Dime, Joel —Ese hombre a pesar de ser un gilipollas amaba a su hijo. Aunque sus creencias inflexibles obligasen a su hijo a mentir para ser amado, se notaba que el padre se desvivía por darle una buena vida al muchacho.


Joel era puta fachada, un farsante inocente y amable intentando agradar constantemente a todos. Ante su padre era un joven serio y educado. Ante su madre se comportaba como un niño cariñoso. Ante Diego se agacha, le bajaba los pantalones y le chupaba hasta el alma.


A Diego a veces le daba miedo la facilidad con la que ese niñato era capaz de engañar a todos cambiando su máscara a voluntad como si la vida fuese para él una representación teatral, como si el actor de ese show una vez acabase la función... no sintiera realmente nada.


Todas sus reacciones parecían estar premeditadas, todas. La única ocasión en la que Diego veía en él un verdadero atisbo de sentimiento real era cuando se estremecía para él.


—¿Puedo quedarme a dormir esta noche con Martín? —le dijo él con voz de no haber roto nunca ni un solo plato— Como mañana es sábado... volveré por la tarde, ¿De acuerdo?


Diego frunció el ceño sabiendo que el muchacho era capaz de romper la vajilla entera.


—Claro, hijo —Parecía algo molesto por la interrupción, pero le sonrió antes de girarse hacia los hombres frente al escritorio—. Ten cuidado. Llévate al perro de aquí, que lo ensucia todo.


—Claro. Vamos Dado —dijo. El perro se marchó tras el muchacho moviendo el rabo con la misma alegría con la que había llegado. Diego frunció el ceño.


Aquel niño solo le había dedicado una rápida mirada al llegar, pero ni una sola mirada al marcharse.


¿Se iba el muchacho a dormir a otra cama?


¿Y por qué debía eso importarle a él?


"Joel puede follar con quien quiera, igual que yo"


Sin saber por qué esa idea le irritaba como lo hacía, o más bien sin querer saberlo, fingió la necesidad bochornosa de ir al baño con urgencia para buscar al muchacho temerariamente. A su jefe no le hizo gracia, pero no pudo negarse ante un menester tan primario.


Subió la escalera descalzo, era obligatorio en esa casa descalzarse para no ensuciar el maldito suelo. Se mantuvo alerta por si se cruzaba con la señora que limpiaba por las mañanas allí y así fingir buscar el baño perdido entre tantos metros cuadrados de lujo excesivo.


Más no hubo necesidad porque no vio a nadie. El pasillo no tenía perdida, y encontró fácilmente la habitación el muchacho gracias al jaleo que estaba haciendo jugando con su perro.


Se acercó lentamente,  la escena que interrumpió le hizo sonreír.


El perro grande y peludo, de color crema, estaba tumbado en la cama de Joel. Le estaba mordisqueando un pie al muchacho con toda la tranquilidad y parsimonia que le cabía en su cuerpo.


—Hay perros con suerte —dijo en voz alta, y el chico sonrió sin llegar a girarse como si le estuviera esperando.


Así era, de hecho.


"Puto niñato, era una trampa".


—¿Nadie te ha visto subir? —le preguntó acariciando el pelaje del perro bajo su cabeza. En cuanto entró en la habitación el animal se puso en pie y fue a saludarle.


Diego ignoró al chucho que se marchó a tumbarse bajo la cama


Se acercó a Joel y sin cuidado se tumbo casi sobre el muchacho. Pese a la sorpresa, Joel abrió las piernas para recibirle entre ellas y que se acomodase bien, estaba rígido (En muchos sentidos). Diego se apoyó en los codos para poder mirar aquel rostro inmaculado.


Joel era muy religioso, casi rozando el fanatismo, y llevaba siempre una cruz en su cuello para atestiguarlo. La tomó entre sus dedos para juguetear con ella para disimular su verdadero interés.


—¿A dónde vas a dormir tú hoy? —La pregunta cayó ligera en el ambiente, como si apenas le importase. Pero a pesar de su intento Joel le sonrió con algo tan parecido a la malicia que sintió miedo.


¿Cómo se podía dejar enredar por aquel criajo malcriado?


Joel tenía algo, algo que le daba escalofríos. 


Todo en aquella situación era una enorme temeridad. Sus vidas se podían complicar una barbaridad yéndose al garete por unos cuantos polvos clandestinos. Pero eso sí, menudos polvos.  La conclusión de que aquello no valía la pena se la dejaba a alguien cuerdo. Diego, desde luego, no lo era. Porque allí estaba, encajado entre las piernas de ese muchacho que parecía excitarse más con la imprudencia que con las caricias.


—¿Estás celoso?


Leyó en su voz, que danzaba en el aire hasta su oído, lo mucho que disfrutaba atormentándolo. Sus ojos de tanzanita brillaban por el juego de niño inmaduro que aquello era para él. 


—No, solo es curiosidad—le dijo Diego y le besó suavemente. Joel le correspondió rápido pero Diego se apartó. Porque a ese juego bien podían jugar los dos— ¿A dónde? No he oído ninguna respuesta.


Joel intentó volver a besarle, pero se separó más todavía. El muchacho se enfurruñó y frunció el ceño. Notaba perfectamente el efecto que sus besos tenían sobre el muchacho, bajo sus pantalones del informe del colegio se escondía un monstruo que quería atención y eso despertaba su propio demonio. No quería volver a la reunión con una erección brutal, pero ya parecía inevitable.


—Voy a pasar esta tarde con Martín...  —le dijo sin mirarle a la cara—. Pero por la noche podrías pasar a por mí, y si quieres duermo contigo. Bueno, dormir... Tú ya me entiendes.


—¿Y si no quiero? —Sonrió Diego, solo para molestarle. Por supuesto que quería. El muchacho se giró hacia él y le habló con fría tranquilidad.


—Entonces me iré a la Calle Rosa a buscar un hombre que SÍ quiera, ¿Crees que encontraría alguno?—canturreó el chico perversamente. Aunque la pregunta que había formulado era sincera. Realmente le preguntaba a él, que se moría por devorar la carne dura de sus nalgas, si podía llegar a ligar. Como si ese chaval frente a él dudase de su propia calidad para que alguien se fijase en él.


"A este niño no hay por donde cogerlo".


Se separó de él, se alisó el traje y le enseñó el dedo corazón como respuesta. Joel le sonrió.


—Visto así, Te recogeré a las nueve para llevarte a mi casa —le dijo antes de salir de la habitación.


Era tan evidente que ese muchacho le tenía agarrado por los huevos que no se molestaba en intentar engañarse. Le encantaba ese juego.


Porque ambos sabían que solo era un entretenimiento temporal, de ninguna manera una relación así podía durar...ninguno quería un romance y lo habían dejado muy claro desde el primer instante. Joel le había dicho que no se preocupase por eso porque de todas formas él no podía amar como la gente normal, Diego se había encogido de hombros sin entender a qué se refería. Pensándolo bien, él tampoco podía hacerlo.


Tras esa breve conversación Diego calmó su escasa conciencia diciéndose que aunque el chico fuese joven sabía bien lo que quería y él no le había engañado en ningún momento. De hecho, Diego a veces era quién se sentía manipulado y usado.


Y Diego no estaba nada acostumbrado a sentirse de ese modo. Su ego tiritaba ante el cambio de roles ¿Pero cómo iba a renunciar a comprobar quién dominaba a quién en ese pulso?


Retroceder ya no era una opción, nunca lo había sido.


Él había intentado alejarse del chico, hacer como con todos los demás. Una noche y adiós, buscar otro diamante. Incluso había intentando conformarse con piedras menos preciosas. Había estado quedando con un chico que podía llegar a considerarse una cornalina. Pero esa cornalina no era hijo de su jefe.


No podía resistirse a esa idea, ni a esos ojos de lapislázuli, y sin saber muy bien hasta qué punto su comportamiento era digno de un psicópata había esperado para abordarle en un lugar donde su padre no pudiera notarlo. De verdad que había intentado no ir a buscarle al instituto aquel día, pero lo hizo, igual que aquella misma noche iría a buscarle a casa de su amigo.


*************************************


Y en cuanto lo hizo, frente a la casa de su amigo a la hora acordada, esa gema preciosa se le tiró encima para besarle desde el asiento del copiloto.


Estuvo tentado de llevarle a su casa directamente en vez de llevarle a cenar primero. De todas formas Joel era un niño sencillo, a pesar de su patrimonio familiar, y le agradecería exactamente igual una cena en un restaurante de estrella michelín a una BigMac recogida en un McAuto. 


—¿Cómo ha ido con Martín? —le preguntó aunque le importase poco. 


—Bien, está un poco tonto porque ahora tiene novia —Bufó Joel frunciendo el ceño sin apartar la mirada de su móvil—. Se llama Cristina. Es una chica muy maja, a mí me cae bien, pero Martín se pone muy pesado. De verdad, siempre está hablando de ella.


—Bueno, es normal si es su primera novia —le dijo Diego, y aprovechó el momento para recalcar esa idea que le preocupaba—. Ya... ya te llegará a ti.


Joel se giró para atravesarle con una mirada perpleja.


—¿A qué te refieres?


—Cuando tengas un novio. Porque tú y yo... no somos nada de eso. Lo sabes, ¿no?


Joel le miró unos segundos en silencio sin que Diego supiese descifrar su expresión. Se preguntó si había sido demasiado brusco, tampoco quería hacer daño al chaval. Pero no, su rostro no parecía dolido en absoluto. 


—¿Te preocupa que yo crea que somos novios? —le dijo al fin, incluso parecía ofendido. Diego, que intentaba ser sincero, asintió girando el volante hacia la derecha—. Somos amigos, Diego ¿A qué viene esto?


—Yo solo quiero asegurarme de que entiendes lo que está pasando. Porque no quiero dramas.


—Lo que está pasando es que tú y yo somos amigos. No somos novios, ni tenemos una relación, ni estamos saliendo. No voy a enamorarme de ti de pronto o algo así. Solo quiero que me folles, y que me invites a cenar porque tengo hambre.


—Vale. Genial. Solo lo pasamos bien. Solo sexo.


—Que sí, Diego —le dijo cansado en el tono oficial de cualquier adolescente que se cansa de repetir algo más de dos veces.


—Bueno, ¿Y qué habéis hecho esta tarde?— le preguntó para desviar aquel incómodo tema de conversación que parecía poner de mal humor a Joel.


Joel le contó que habían estado jugando toda la tarde online. 


Diego recordaba cuando su amistad con Lucas comenzó de niños, ellos también se pasaban horas y horas jugando a un juego para PC de Indiana Jones que en realidad era de Germán (aunque Germán casi nunca jugaba). Indi con una metralleta mal diseñada corriendo por la selva para enfrentarse a los malvados leopardos con su látigo, ese juego era la hostia.


Diego iba a clase, no recordaba bien si era en quinto o en sexto de primaria, con el hermano mayor de Lucas. Primero entabló amistad con Berto y cuando comenzó a frecuentar su casa le conoció a él, siempre tranquilo y callado pero con un humor que le hacía reír en los momentos justos. Él también coleccionaba minerales. Fue la primera vez que Diego se topaba con alguien que compartía su emoción hablando de las vetas de una turmalina.


Creciendo todos juntos y revueltos, como se crece en los pueblos, era inevitable acabar siendo amigos. Solo se llevaban unos años de diferencia, y cuando Lucas le dijo tranquilamente que a él no le gustaban las chicas sino los chicos Diego se entendió repentinamente a sí mismo. 


 


Al principio, suponía, lo que le había llevado a quedar más tiempo con Lucas que con su hermano Berto era la curiosidad. Lucas simplemente se había dedicado a responder a sus preguntas con una paciencia infinita. Paciencia que él admiraba una barbaridad. Lucas era eso, un buen hombre admirable. Si Diego tenía algo claro en la vida era que moriría por ese estúpido psicólogo sensiblón.


Se preguntó si Martín le hacía también esas preguntas a Joel. Esperaba que no.


Quizá salir del armario seguía siendo un drama para muchos, para Joel lo sería, pero la sociedad había cambiado a mejor en casi todos los sentidos y no se encontraban ni a principios de los noventa ni en su pueblo natal de mierda.


Diego había sido el tema de conversación favorito de todos aquellos chismosos de aldea desde que tenía memoria, aunque suponía que el gran bombazo fue cuando entrando en su clase de Literatura había cogido de la mano a Juaquín Dosantos y le había dicho delante de todos "Ven conmigo al baño que tengo que enseñarte algo".


Y se lo había enseñado, por supuesto que sí. Aunque luego Juaquín lo negase entre lágrimas frente al párroco, el director, sus padres, los padres de Diego y el representante de la junta de padres. Diego aprendió ese día que hubiese sido mejor regalar su primer beso a alguien que no se estuviese preparando para hacer la confirmación por voluntad propia.


Después de ese incidente su padre se había arrodillado frente a él en el pasillo del colegio y le había preguntado fumando un Celta sin boquilla, si él era maricón como Boris Izaguirre. Diego había negado y le había respondido "Yo soy maricón como mi amigo Lucas".


Miró a ese católico extremista junto a él.


Por eso, quizá, admiraba a Joel que a pesar de vivir en un ambiente de opresión cristiana había sabido conocerse y encontrar su propio camino sin contar con ningún referente para ello. 


 


Aparcó en un restaurante alejado de la ciudad para evitar miradas indiscretas que supusieran un peligro. Durante la cena Joel comía diciéndole que todo estaba delicioso y sonreía sin parar. Le pedía que le contase cualquier cosa interesante sobre su trabajo, y Diego le intentaba explicar los mecanismos de un juicio en un sistema corrupto como era el de la pequeña ciudad donde se encontraban.


—Pero si alguien es culpable... —Joel era demasiado inocente para entenderlo. Suspiró renunciando a ello.


—Actore non probante, reus absolvitur —le dijo esa máxima legal, antes de beber un sorbo de vino—. Que significa...


—No probando el actor, el demandado debe ser absuelto —completó Joel sin ningún esfuerzo, apretando el ceño porque pese a la traducción seguía sin comprender.


Pero Diego no quería adentrarse en explicaciones sobre demantantes y demandados, y de cómo un reo debía ser liberado si la acusación no presentaba pruebas probadas donde fundamentar su acusación. En lugar de eso Diego dibujó una mueca de sorpresa en su rostro. Joel bajó la mirada avergonzado por haber hablado, se pasaba media vida avergonzándose de ser como era y de saber las cosas que sabía.


—Un momento, amigo ¿Sabes latín?


—Un poco, en mi colegio nos enseñaban para entender mejor las escrituras —le dijo Joel mirando hacia su plato vacío, que permanecía a la espera de que se lo llevase algún camarero—. Mis padres me llevaban en verano a un campamento de recogimiento espiritual para leer La Vulgata. Te lo he dicho, están locos.


—Están fatal, sí.


—Si no fuese porque me preparan para heredar su empresa creo que me meterían en un seminario para hacerme cura.


Diego negó riendo, haciendo gestos con las manos.


—No, no. Ese culo que tienes no puedes apartarlo del mercado, eso sería cruel.


Joel rio. Diego suspiró imaginándose al chico obligado a mantenerse en castidad cuando había en la estepa lobos con menos hambre que su polla.


El teléfono de Joel silbó, sonriendo respondió con una imagen al meme que su amigo Martín le había mandado. Se lo mostró y Diego no entendió nada. 


—Por favor, es que el mundo de los memes se mueve muy rápido —le dijo Diego. Joel reía— ¿Uno se va a trabajar y cuando sale ya no es moderno, o qué pasa?


—Es lo que tiene trabajar. Mientras vosotros estáis ocupados con vuestros empleos haciendo girar la rueda de la economía NOSOTROS hacemos algo de provecho para la humanidad. Mira este meme de un gatito llorando porque se parece a Kim Jong-un. Esto es arte.


Diego miró la pantalla del móvil que le mostraba y rio.


—Por favor, stop —le dijo riendo. Joel entonces sonrió con la lengua en sus dientes en una mueca de inequívoca lujuria. Quizás a él también se le estaba haciendo larga la cena.


—¿Quieres que te haga sentir joven de nuevo, baby boomer?


—No sé si me gusta que me llames así, pero me parece bien. Joder. Por fin una buena idea—le dijo perdiéndose en aquella sonrisa. Joel señaló el baño con su cabeza y Diego comprendió. 


Ok, sí. Le apetecía mucho volver a sentirse joven si era de aquella forma. Diego pagó para que el camarero no se extrañase a ver su mesa vacía. Así, le decía la experiencia, pasarían desapercibidos. 


En vez de marcharse, giraron hacia el cuarto de baño. Se metieron en el mismo retrete y cerraron la puerta tras ellos. Aquel decente restaurante olía a desinfectante con aroma a limón y a ambientador. Una mezcla que a Diego le resultaba demasiado cargada, pero bueno, también tenía cargados los cojones palpitando solo por la expectativa de lo que iba a pasar y eso era más poderoso que cualquier olor desagradable.


Casi al momento Joel juntó su boca con la suya y sus manos se dirigieron a su cinturón para abrirlo con tirones desesperados. Diego sonrió contra su boca y se dejó desnudar. Sabía bien lo que quería hacer, y él no iba a ser tan estúpido de interrumpirle en su misión. Se dejó bajar los pantalones y la ropa interior en el mismo tirón. A ese niñato rubio le gustaba más comer que ser comido, aunque eso no parecía estar ligado a querer complacerle él en absoluto. Debía encontrar en hacerle correr algún tipo de placer ególatra. 


Cuando estuvo desnudo con la ropa atascada en sus tobillos también dejó que ese rubio se agachase de rodillas para quedar frente a su pene endurecido que le suplicaba por favor que se lo metiera en la boca.


Y Joel, como un buen cristiano compasivo, cedió bajo esa plegaria.


Pero bien sabía aunque se dejase llevar por la misericordia no significaba que fuese a ser benévolo. No había bondad en sus movimientos lentos. Ni un puñetero atisbo de inocencia en la forma en la que esa mano previamente humedecida se movía, despacio con sus labios rosados y algo gruesos rodeando el glande, quemándole a piel con su aliento.


Sus ojos azules le miraban, atentos en su cara que entreabría los labios en una absurda expresión de impaciencia. Diego jadeó viendo como, sin que dejase de mirarle, su pene se perdía lentamente constreñido en su garganta en un ligero movimiento de vaivén, tan sutil y liviano que empezaba a desesperarse.


"Por favor, cómetela. Por favor" Se mordió los labios para no rogar. Nunca dejaría que ese pensamiento saliera de su boca.


Se apoyó en la pared intentando no hacer ningún ruido, cerró los ojos y hundiendo los dedos en aquella cabellera dorada se dejó hacer cuando aceleró el ritmo.


Como siempre que Joel se la mamaba se le cruzó por la mente el fugaz pensamiento admirándose de lo rápido que aprendía ese muchacho.


La primera vez que se lo había hecho parecía torpe, semanas después parecía no necesitar respirar con la misma frecuencia que el resto de mortales. Masajeaba con una mano, apretando los labios bien cerrados entorno a su carne moviéndolos de arriba abajo hasta que profundizo tanto que le molestaba la mano y la dejó apretando su muslo. Diego gruñó.


"Maldita generación Z"


Alguien entró en el baño ajeno a lo que ocurría en su metro cuadrado de privacidad. Ambos oyeron el sonido de la puerta corredera abriéndose. Joel levantó la mirada para mirarle a la cara, sacándose lentamente su polla de la garganta inocentemente. Inspiró profundamente para recuperar el aire sin apartar la zurda de sus testículos comenzó a masturbarle lentamente con la diestra. Así que sí, ese chaval le tenía agarrado literalmente y metafóricamente por los huevos.


Oyeron como el inoportuno desconocido orinaba a poca distancia de allí.


Viendo que él le miraba como preguntándole qué hacer Diego le hizo una seña con los dedos sobre sus labios para que guardase silencio y se estuviese quieto. Pero su sonrisa perversa le informó de que eso no estaba en sus planes.


Bajó la cabeza de nuevo rodeando con su boca su polla y hundiéndola en su garganta tanto como pudo. Tan rápido, tan hondo.


Diego jadeó con los ojos nublándose de placer por la inesperada calidez, cegándole la presión húmeda que le aprisionaba cada extensión de piel mientras se movía certero a una velocidad que le paralizó los sentidos. Apretó la mandíbula intentando silenciar su respiración oyendo como los pasos se acercaban al lavabo.


Tan profundo estaba en el chico que notaba esos mismos cojones que tenía agarrados chocando contra su mentón, joder. Lo único que atinó a hacer, encogiéndose por la calurosa energía y los espasmos que esa fricción provocaba en sus músculos, fue posar una mano en su cuello y su mandíbula para notarla tensa.


Apretó los dientes intentando acallar los gruñidos que le vibraban en el pecho. Pero Diego no estaba contento, no. Y menos lo estuvo cuando el chico se apartó de él tranquilamente solo con la intención de martirizarlo.


—¿Tienes ganas de correrte, Diego? —le oyó decir a ese endemoniado ángel de susurrante voz malévola. 


"No voy a decírtelo"


Diego gruñó frunciendo el ceño. Joel sonrió, le regaló una rápida lamida al glande sensible con su aliento ardiente antes de volver a mirar hacia arriba esperando una respuesta.


Diego tomó aire y asintió, cediendo. Perdió esa batalla para volver a hundirse en el placer. Pero no, no estaba nada satisfecho aunque su cuerpo palpitase contra esa lengua.


Puto crío que se creía que podía domarle con cuatro caricias como a su puto perro.


El chorro de agua fluía por una pica, ambos podían escuchar el sonido de las manos del desconocido frotándose envueltas en jabón. Ojalá ese tipo no escuchase el sonido húmedo de su miembro frotando envuelto con su saliva.


Diego frunció el ceño.


Miró a Joel y le apartó de él de un empujón. Volvió a tomar aire cuando se vio libre. Le hizo un gesto para que se pusiera en pie flexionando su índice, y el chico obedeció. Sus labios rosados querían morderle, lo veía.


—Ven aquí, niñato —gruñó. El oportuno sonido del secador de manos ocultó el ruido que hizo el cuerpo de Joel chocando violentamente contra el pladur del lateral de ese cubículo cuando haciéndole girar lo estampó con fuerza. Le oyó gemir solo con eso, y aunque sus manos pararon a tiempo el impacto, su boca se abrió en una malvada sonrisa pegando la mejilla a esa pared fría.


Si él era un animal o una persona no era algo fácil de determinar cuando se echó sobre el chico para aprisionarlo entre su cuerpo y el tabique antes de bajarle los pantalones de un movimiento rudo que hizo reír a Joel.


Diego pasó lentamente las manos por ese culo que se mantenía quieto y excitado por estar jugando a la sumisión bajo la atenta escucha de un desconocido vogeur que había dejado de secarse las manos acercándose a su escondite para espiar mejor. Pudiera ser por eso mismo, porque sabía que eran escuchados, que cuando Diego introdujo un dedo ensalivado en su interior el chico no hiciera absolutamente ningún esfuerzo para no gemir sonoramente.


En aquel instante a Diego ya se la sudaba todo. Le daba igual no poder volver a pisar ese restaurante, o tener público; pero alzó la mano que tenía libre desde el interior de su camiseta y la subió lentamente hasta su boca. Al instante sintió que era mordido.


Su polla sufrió un espasmo por ese acto de rebeldía.


No, desde luego él no tenía el verdadero control de nada de lo que sucedía allí. Se encontraba agradecido de cumplir sus deseos, completamente enloquecido por follarse ese cuerpo tal y como ese niño quería, así siendo empotrado con violencia fingiendo que se dejaba domar.


¿Dónde estaba su dominio allí?


Alguien abrió de nuevo la puerta y el espía morboso salió del baño. Diego apretó la mandíbula apartándose de él bruscamente. Joel se retorció jadeando para mirarle aterrorizado, golpeando con su puño el pladur.


—No, por favor. No pares... por favor —le susurró entre su respiración enloquecida.


Ahí estaba, sí. Ahí estaba su dominio.


"Esto no te lo esperabas"


Diego sonrió apartándose del muchacho sintiéndose de nuevo con las riendas que le declaraban el amo del juego, Joel bufó y le miró suplicante arqueando sus cejas hacia arriba desesperado, casi parecía tener ganas de llorar. Pobre corderito excitado.


—Diego, por favor. Por favor. Fóllame. No me dejes así, por favor.


Esa puerta escandalosa le estaba poniendo de los nervios, y negó pese a sentir un palpitante dolor porque se le iba a gangrenar lo que más quería. Tener a ese niño suplicando era mucho más placentero.


—Vístete —ordenó. La alarma brillando en su rostro le hizo reír lo suficiente como para aplacar sus propios deseos.


Empujó suavemente al chico que se le agarró al antebrazo con la respiración agitada y la misma vehemencia que los adictos que ruegan por monedas en la estación para pagarse un chute. Pegó su cuerpo al suyo para rozar sus labios lentamente, y Joel aprovechó para recordarle por qué le gustaba tanto esa maldita lengua. La apremiante necesidad de prescindir de pensamiento ni razón para ahogarse en su cuerpo le distrajo un segundo de sus objetivos.


"Yo es que soy gilipollas"


—Diego... —musitó él contra sus labios, casi como una advertencia.


Estando tan cerca su pene y el suyo se rozaban, bien se encargaba Joel de eso, y Diego se estremeció cerrando los ojos. Nada le apetecía más que dejar esa guerra de egos y meterse en su trinchera. Pero no, porque esa victoria ya era suya.


"Joder, me voy a arrepentir de esto"


Besó con sus labios su mejilla suave, acercándose al oído le dijo:


—Si seguimos aquí llamarán a la policía —Escuchando esa idea el chico se estremeció con una descarga parecida a la que había sentido Diego por el roce de su piel contra la suya. Pero no dijo nada al respecto de las excentricidades en los fetiches de su joven amante—. Así que... vístete. Te llevo a mi casa y allí te reviento vivo.


Joel asintió enérgicamente. Diego nunca había visto a ese chico colocarse los pantalones tan rápido, pese a lo incómodo que parecía resultarle volver a meter ese monstruo sediento bajo la tela.


"No puedo creer estar haciendo lo que estoy haciendo"


Diego le imitó preguntándose por qué era tan importante para él tener siempre la última palabra, ser siempre el maestro de ceremonias, si lo que él quería era correrse y estaba renunciando a ello.


Esperaron un tiempo prudencial antes de salir de uno en uno de aquel restaurante. Diego le esperó en el coche, todavía atontado por la flotabilidad de la excitación y con el corazón zumbando en su sien.


Joel se metió en el coche como si tal cosa mientras comentaba algo en Twitter.


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—Dios mío, Diego. Estás muy colgado de un adolescente —dijo Lucas disfrazando su seria mirada bajo un tono de broma. Diego lo sabía, y se encogió de hombros—. Muestras unos claros rasgos de futuro viejo verde asaltacunas.


—¿Estoy muy enfermo, doctor Freud? —preguntó Diego riendo. Cuando Lucas le miraba con aquella mirada reprobatoria le parecía ver de nuevo a Don Julián, castigándole sin recreo por sus trastadas— Me pone mucho, muchísimo. Lucas, tiene un culo... y una boca... ¿Sabes cuándo te la chupan tan jodidamente bien que del gusto se te contraen los músculos del cuerpo y luego tienes agujetas como si hubieses ido al gimnasio? Pues así, así siempre.


Su amigo suspiró frotándose el puente de la nariz con cansancio. Lucas, con su fuerte opinión sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal parecía un mojigato la mayoría de las veces, así que su reprimenda era completamente esperada. Diego dudaba que la vida sexual de Lucas diese para tanto como para saber de qué tipo de agujetas musculares le hablaba.


Caminaban por el barrio de Lucas bien entrada la tarde, el sol comenzaba a esconderse tiñendo los cristales de las vidrieras de los locales y tiendas de un anaranjado resplandor.


Pronto aquel también sería su barrio y Diego seguía sin saber donde estaba nada. Miraba a su alrededor intentando orientarse. La diferencia era un agradable contraste con  la urbanización aburrida donde él vivía.


Diego había decidido cambiar de piso. Había optado por comprarse el pequeño apartamento que vendían en el mismo edificio que su amigo Lucas. Estaba cansado de vivir a las afueras y bien mirado la hipoteca de aquel sencillo cuarto con balcón exterior le salía más barata que su alquiler mensual.


De modo que después de ir a firmar los papeles con la inmobiliaria había quedado con su amigo para tomar una cerveza y celebrar que oficialmente eran vecinos. Aparte, ya que estaba, aprovecharía para pedirle ayuda con la mudanza.


Aquella artimaña para liar a su amigo sería mejor aceptada con una cerveza delante.


—A ver —le dijo Lucas cambiando el tono para ponerse serio, devolviéndolo a la conversación con aquel monje de clausura de ojos grandes—, Te conozco y si ese chaval quiere que alguien se lo folle... adelante, vale. Mejor tú que otro peor. Pero no juegues con él. Te encanta hacer que se enganchen a ti para ponerte cachondo antes de darles la patada y olvidarles, porque eres un gilipollas narcisista y egocéntrico. Esto no acabará bien. Es que va a acabar como el rosario de la aurora. Me lo veo venir.


Diego se volvió a encoger de hombros y le sonrió.


Tenía razón, por supuesto. Pepito Grillo siempre tenía razón.


—Por favor, ese niño también juega conmigo —le dijo elevando la voz un aspavientos de sus manos—. Le pone tener un Sugar joven y atractivo como lo es servidor.


—Pero si tiene más dinero que tú, ¿Qué dices?


—Es broma, Lucas ¿Yo qué sé por qué le gusta tanto?—Debía admitir que su voz no sonaba tan firme como pretendía— Le pone ser rebelde o algo así, poder ser descubierto en cualquier momento. No me vas a creer, pero ese chico tiene algo raro. Algo que me acojona. Me dice, Lucas, me dice que el encanto de los juegos excitantes es poder joder nuestras vidas en cualquier momento. Y luego me baja los pantalones con su padre en la habitación de al lado y me la mama, ¿Qué hago?¿Qué se supone que debo hacer yo?


—Pobrecito Diego, la víctima.


—No. De verdad. No me crees... pero...


—Y te estás aprovechando de eso. De que le pone cachondo el morbo y que por lo que cuentas ese niño busca la aprobación de un adulto desesperadamente, que esa es otra.


—Un momento, psicólogo—Diego se giró hacia Lucas con el ceño fruncido— ¿Y tú qué haces dándome sermones? Peor es lo tuyo; que te gusta un prostituto drogadicto, borracho, suicida, tan maleducado que te meó en una planta y que, encima, no es mucho mayor que Joel. Si es que lo es, porque a saber su edad.


Lucas enrojeció repentinamente y su expresión se tornó mucho menos severa de lo que era unos segundos antes. Sus ojos culpables se clavaron en el suelo, como si evitando el contacto visual con el mundo sus palabras fuesen menos ciertas.


—Cállate, no me gusta.


—Ya, claro— repuso Diego burlonamente— ¿Me recuerdas por qué vamos a tomar una cerveza a este barrio? 


—Porque está cerca de mi casa...— le susurró su amigo. Lucas nunca había sabido mentir. La falsedad se marcaba en sus palabras titubeantes como luces de neón.


—¿No será porque Nolan suele estar por aquí y tienes la esperanza de encontrártelo casualmente? 


Lucas intentó parecer inexpresivo, y de verdad que parecía poner su mejor empeño, pero sus ojos hablaban solos.


—No...


—¿Y si te digo que está ahí mismo, detrás de ti? —le dijo señalando con la mano una pared vacía tras ellos. 


Él abrió los ojos ilusionándose como un niño en navidad  y se giró rápidamente. 


—¿Dónde? —le preguntó escrutando el paisaje urbano frente a sus ojos. Cuando comprendió que Diego le acababa de tomar el pelo su ceño se contrajo en una mueca de enfado y vergüenza, mirándole con aquellos ojos entrecerrados por la ofensa—. Eres un imbécil. 


Diego soltó una carcajada mientras cruzaban el paso de peatones frente a la cafetería 24horas elegida para su cerveza. Habían ido otras veces, después de salir de fiesta, para desayunar algo antes de volver a casa. A Diego le gustaba las tostadas que hacían en aquel sitio, o quizá era que su borracho recuerdo las idealizaba sobremanera.


Diego puso su mejor pose de abogado serio, colocándose la mano sobre el vientre con pomposa formalidad y dijo con su voz grave:


—Teoría demostrada. No hay más evidencias, señoría. Caso cerrado.


—¿Ahora te crees la Doctora Polo o qué?


Lucas había dejado de caminar para mirarle exasperado. Desde que le conocía su pasatiempo favorito había sido conseguir esa expresión de fastidio en la cara de su amigo. 


Diego vio en los enormes ojos de Lucas que dudando tímidamente se preparaba para decirle algo con sinceridad. 


—¿Qué quieres que te diga? —parecía realmente contrariado por sus propios sentimientos— Me gusta encontrármelo por aquí... porque así... así sé que está bien.


Diego suspiró abriendo la puerta de la cafetería. 


—Uno: ese niño no está bien, está fatal de la cabeza. Dos: te interesa su bienestar porque te gusta— le dijo. Lucas se encogió de hombros sin llegar a negar ninguna de las dos premisas. Se acercaron a una mesa vacía cerca de la puerta y en cuanto se sentaron los ojos de Diego, apenas sin proponérselo, escanearon la cafetería prácticamente vacía en busca de un diamante para añadir a su colección.


Y le vio. Porque si algo era Nolan, era un tremendo diamante de sangre como recién salido de Sierra Leona. Miró a su amigo, que no se había dado cuenta todavía de aquella tremenda coincidencia.


¿O no tan coincidencia? 


Lucas había insistido mucho en ir a aquella cafetería aunque por el camino se habían cruzado con algunos bares abiertos. Seguramente el bueno de su amigo ya sabía que él estaría allí.


"Pensaba que iba a hacerte yo el lío pero me lo has hecho tú, cabroncete"


—Ahora va a parecer que te lo digo de coña pero... Mira a tu derecha.


Lucas, tenso como el cableado de un puente, se giró lentamente para mirar hacia donde le señalaba. 


Nolan estaba apoyado en la barra hablando con un joven que era, sin lugar a dudas, un compañero de profesión. Su actitud no era precisamente amable, le hablaba con violencia en sus expresiones y el muchacho castaño junto a él asentía suplicante. 


Ese chico, moreno y musculoso miraba con rostro asustadizo mientras él extendía la mano en el gesto universal de exigir que le entregase algo. Y por su forma de mirar, como un animal que va a morder, se le estaba acabando la paciencia.


—¿Estaría muy feo si nos acercamos para cotillear? —le dijo Diego a Lucas, que le hizo un gesto para que callase porque ya tenía el oído bien puesto en la conversación de los chicos. 


Una mujer pelirroja regordeta, que por lo que sabía Diego era la dueña, se acercó a preguntarles qué les apetecía tomar. Ellos pidieron sendas cervezas antes de volver a la conversación de los chaperos como si ambos fuesen chismosos de pueblo. 


Nolan le decía a aquel chico que le había mandado un tal Nacho a recuperar algo que había robado. 


—Por favor —le suplicó de nuevo el ladrón agarrándose desesperado a su chaqueta de cuero—. No llego a los dos mil, me van a echar a la calle. 


—¿Pero es que acaso parece que me importe? Sabes de sobra las normas —le dijo sin un atisbo de piedad, agarrándole de las muñecas y empujándole hacia atrás con tanta fuerza que el chico cayó al suelo—. Devuélveme el reloj y Nacho te lo dejará pasar por esta vez. Pero como vuelvas a robarle a un cliente me mandará para que te reviente las putas piernas.


No parecía en absoluto un farol. Todos en la cafetería estaban mirando y la dueña se acercó dando un fuerte golpe en la barra con la palma de su mano para llamar su atención.


—¡Nolan! —le gritó como quien le grita a un hijo que se porta mal— O te comportas o te vas de aquí. No quiero peleas  ¿Me oyes? ¡A PELEAR A LA PUTA CALLE!


El muchacho se giró hacia ella con una suave sonrisa y le lanzó un beso silencioso levantando con un tirón a su compañero. 


—Marga, pero si solo estamos hablando —le dijo exhibiendo una amplia sonrisa y un tono amistoso que resultaba artificial en sus labios, le palmeó al chico el pecho rodeándole los hombros con el otro brazo—¿A que sí Jeque?


—Sí... sí.


Diego aguantó una sonrisa pensando "Como para decirle que no".


—Jeque me va a dar una cosa que ha robado ¿Verdad que sí, Jeque? Porque a Jeque le gusta caminar —su tono, disfrazado todavía de aquella engañosa suavidad impostada también llevaba una orden implícita que el chico no ignoró.


—Sí, sí. Toma. Lo siento Nolan, dile a Nacho... 


Pero Nolan ya no le prestó más atención y mirando concienzudamente el reloj se acercó a la barra para hablar con la dueña de la cafetería. Viéndose invisible el joven decidió aprovechar para salir de allí rápidamente con los puños hundidos en los bolsillos de su chaqueta y las dos piernas intactas.


Y Nolan sonrió a la mujer tras la barra colocándose el reloj en su muñeca derecha. 


—¿Te lo vas a quedar tú?  —exclamó la mujer con confianza. Nolan se lo enseñó con un gesto— ¿Todo eso era un paripé para quitárselo?


Nolan le dedicó una pomposa reverencia dibujando una amplia sonrisa de triunfo en su rostro.


—¿Dónde está mi premio?


—Espera, Nacho no sabe nada de ese reloj, ¿Verdad? Te lo has inventado todo.


—Los quinientos euros más fáciles de mi vida —respondió Nolan besando el reloj. Marga rio y se marchó de allí negando con la cabeza con "Este chico es un caso perdido" escrito en su expresión divertida.


Diego se giró hacia Lucas con una ceja enarcada. Él intentaba parecer indiferente; pero Lucas, aparte de mentir fatal, tampoco sabía actuar. Era un libro abierto esperando a que alguien lo leyese, un saco transparente de buenos sentimientos y moralidad recta.


—Y ese, señoras y señores, es el chico que te tiene loco —le dijo con una mueca condenatoria.


—Bueno...es una forma inteligente de robarle a un ladrón, ¿o no?  —musitó Lucas.


Desde luego el chico se había salido con la suya.


Que la encarnación de la tranquilidad, que era el hombre frente a él, se sintiera atraído por un chico como Nolan era un plot twist en su vida amorosa (que no sexual, porque era demasiado santurrón para que llegase a pasar nada) que no esperaba. Ese chico era todo lo contrario de lo que Lucas era. Recordó aquel dicho popular que rezaba que los polos opuestos se atraen.


Nolan apartó la mirada de su reloj y cuando la levantó se cruzó con la suya. Diego intentó fingir que no habían estado espiando lo ocurrido, pero ya era tarde para eso.


—Disimula —le dijo a Lucas que estaba mirando la carta—. Viene hacia aquí.


—¿Qué? —el tono alarmado de su amigo le hizo sonreír. Bajó la carta y luego la volvió a subir en unos ademanes nerviosos. 


—Te lo juro. Que viene. 


—Hola —Su voz. Se giraron. El chico en pie frente a ellos les miraba con una sonrisa encantadora. Aquel muchacho era mejor actor que Clint Eastwood, pero no fue eso lo que provocó que Diego se removiera en su asiento— ¿Está ocupado este asiento?


Sin esperar a ser invitado se sentó junto a Diego. No se fiaba de él, de modo que se aseguró de tener la cartera en el lugar correcto.


—Hola, Lucas ¿Tienes planes? —preguntó  directamente, sin rodeos. Lucas se petrificó por la sorpresa y no contestó. Diego rio sonoramente.


—Vale, me doy por aludido. Me voy. Adiós—bromeó al sentirse totalmente excluido. Nolan le miró y le sonrió sin alegría, recorriéndole con la mirada. Parecía gustarle sinceramente lo que veía.


Y a Diego también le gustaban las vistas, la verdad.


—No te enfades —le dijo el chico con una sonrisita amable y un tono cariñoso que sonaba a sexo desde lejos.


A primera vista se veía que, aunque delgado, era fuerte como una roca. Era hermético a los sentimientos, serio. Y peligroso también, se sentía como debía sentirse un conejo frente a un lobo. Aunque ese lobo estuviese amaestrado por unos cuantos billetes. 


—Quiero hablar con Lucas —le dijo el chico mirando a su amigo con aquella extraña intensidad. Por un escaso segundo pareció titubear, como si se pusiera nervioso mirando al psicólogo. Pero cuando volvió a mirar a Diego volvía a parecer el chico arrogante y desvergonzado que le dedicaba una sonrisa seductora—. Pero si quieres algo...tengo toda la noche libre.


Lucas le miró alarmado por la propuesta.


De seguro su amigo creía que aceptaría la oferta de buen grado, de hecho... no le parecía tan descabellado viendo de cerca a ese muchacho. Ir a Disneylandia salía mucho más caro y seguro que él no lo gozaría tanto. Diego sabía, sin saber cómo, que aquel muchacho podía prenderle fuego a su cama si le diese la oportunidad. 


Lo meditó un segundo, desde su punto de vista (que compartía también su paquete) invitar a cualquier otra persona a cenar para llevársela a la cama solo era otra forma de invertir dinero en sexo. 


¿Cuántas posibilidades tenían unos hombres comunes como ellos de acabar en la cama con un chico así?


"Algunos más que otros"


Lucas era demasiado inseguro para darse cuenta de que los ojos de extraño color de ese muchacho le dedicaban tres de cada cinco miradas.


Esos ojos inteligentes envejecidos con la astucia de la calle miraban de reojo a Lucas aunque se esforzaba por mantener su atención en Diego para hacer firme su invitación.


—Mejor no —le dijo mirando discretamente a su amigo, que mostró un claro agradecimiento en su rostro—. He quedado con otra persona.


Nolan se encogió de hombros, dejando bruscamente su actitud seductora como un actor al que le gritan "corten".


La misma mujer que había estado bromeando con el chico en la barra se acercó a la mesa visiblemente alarmada dejando dos cervezas sobre la mesa.


—Nolan, amor —le dijo ella entre dientes mirando a los dos hombres—. No molestes a mis clientes, por favor. A trabajar...a la calle.


—No, no es molestia... No está... No está haciendo eso—se apresuró a decir Lucas. 


Diego negó con la cabeza tan nerviosamente que hizo también el gesto con las manos. Ella apretó los labios en una mueca de desagrado y se marchó de allí rezongona murmurando "Malditos chicos de Nacho" con mal humor.


—¿Quién cojones es Nacho? —preguntó Diego entrecerrando los ojos, no se fiaba de ese chico y por lo que había escuchado todo allí parecía girar entorno a ese tal Nacho.


Nolan abrió los ojos sorprendido y rio como si fuesen tontos por no saber quién era ese tipo, mirándoles como quien mira a unos niños inocentes. 


—Digamos que si alguna vez habéis comprado droga, un culito prieto o algún artículo de discutible legalidad se lo habéis comprando a Nacho —les dijo tranquilamente—. Es el dueño de esta ciudad. El hombre con el que debéis llevaros bien. Pero supongo que tenéis unas vidas tan bonitas que ni le conocéis. 


Lucas fruncía el ceño contrariado por sus palabras.


—¿No dijiste que no tienes jefe, que eres... autónomo?


—Solo me ocupo de algunos asuntos — le dijo él quitándole importancia. 


—Eres su perro de pelea —repuso Lucas con el tono de desaprobación más absoluto que Diego hubiese presenciado en boca de su amigo.


Nolan sonrió y mordió el aire haciendo ruido con su dentellada.


Diego no se molestó en intentar ocultar lo nervioso que le ponía ese crío impredecible. 


—¿Qué querías decirme? —le preguntó Lucas con una ceja alzada, sin inmutarse.


El muchacho volvió a mirarle y a olvidarse de Diego completamente.


—¿Para ser psicólogo estudiaste medicina?


—¿Medicina? No. Se estudia medicina para ser psiquiatra. No es... lo mismo —explicó él suavemente. Nolan frunció el ceño disgustado y se frotó distraído una ceja. Durante el tiempo que duró ese simple gesto los hombres pudieron ver a un muchacho asustado, pero cuanto levantó su feroz mirada esa vulnerabilidad había desaparecido. Lucas se apresuró a añadir—. Pero para acceder a la universidad hice cursos de enfermería, así que quizá... 


Nolan lo meditó unos segundos y luego asintió para sí mismo tomando una decisión.


—Necesito que vengas conmigo.

Notas finales:

Hola, me gustaría que me dejáseis vuestra opinión. Bueno, hasta el próximo capítulo LUCAS!


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