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If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

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Notas del capitulo:

Hola! Espero que os guste este capítulo de JOEL!

 

https://www.wattpad.com/884440930-if-it-hadn%27t-been-for-love-6-joel-y-los-hip%C3%B3critas

 

 

Joel caminaba por la dirección que le marcaba Google Maps mirando curioso todo a su alrededor. Le gustaba el olor de las tardes de invierno, cuando los arboles deshojados despedían un aroma amaderado y los puestos ambulantes de comida para llevar humeaban envueltos en frío. Le gustaba el color de las castañas que vendían en las esquinas concurridas, y el fresco de la brisa que a su manera también tenía su propio olor.

Diego se había mudado hacía dos días escasos a un edificio antiguo cerca de la calle donde se había conocido. Aunque con la luz de la tarde no parecía el mismo barrio.

Eran apenas las cuatro de la tarde y bajo el sol de invierno todos aquellos bares permanecían cerrados dejando una extraña sensación de vacío en cualquier persona que soliera frecuentarlos. 

Cuando llegó a su destino, según aquella aplicación en su teléfono móvil, se aseguró con una mirada de que se tratase del número que Diego le había dicho mientras entraba en el portal. Era un edificio antiguo, se notaba en su estructura y por la forma de la escalera, pero lo habían reformado hacía poco y sus azulejos brillaban. Era bonito, y más importante que eso: era agradable. Se imaginó viviendo en un lugar así y no le disgustó en absoluto.

El ascensor estaba ocupado. Joel nunca había brillado por su paciencia así que rápidamente reculó sobre sus pasos para subir por las escaleras zanqueando los escalones de dos en dos.

Aunque sus pasos se relentizaron a medida que se acercaba al tercer piso. El sonido rítmico de unos acompasados golpes contra la puerta del apartamento B se hacían más fuertes. Podía escuchar unos gemidos roncos y como esa misma voz grave y algo áspera decía "sil'nyy" (Lo cual Joel no sabía qué significaba). Lo que sí sabía era que esa voz sonaba como si tuviese la cara contra esa misma madera y con cada gemido que escuchaba la puerta vibraba como si estuviera a punto de salirse del marco.

Joel se acercó curioso, colocando su mano contra la puerta notando las vibraciones de las arremetidas como un voyeour atraído por el sexo ajeno. Y aunque Joel no lo sabía, en aquel preciso instante de breve caricia y de haber desaparecido esa puerta, Joel y Nolan podrían haberse tocado.

Intentó escuchar mejor pero temiendo que le descubrieran decidió subir hasta el cuarto A, que era donde le esperaba su cita. Cuando llegó y tocó el timbre Diego le abrió la puerta más rápido de lo que esperaba. El hombre le recibía con su espesa barba rojiza rodeando una sonrisa. 

—Tu vecino se lo está pasando bien—le dijo Joel sonriendo como único saludo. Diego rodó los ojos verdes en una mueca exasperada y cerró la puerta tras él. Desde donde se encontraban ese sonido era un murmullo mucho menos escandaloso pero completamente audible. Aquel bum, bum, bum parecía resonar en las paredes.

El nuevo apartamento de Diego era pequeño. La puerta principal estaba comunicada directamente con el pequeño salón dividido de la cocina por una barra americana. Al fondo, a través de una puerta abierta, distinguió el dormitorio.

Todavía tenía algunas cajas por desembalar pero ya lo tenía todo bastante ordenado.

Diego se giró hacia él suspirando. Su rostro se contraía en una rígida expresión que intentaba aparentar indiferencia pero que no engañaba a nadie a pesar de acompañar ese gesto con una carcajada.

—Ese vecino que se lo pasa tan bien es mi amigo Lucas. Está viviendo una especie de idilio sexual con un chapero loco. Y vaya, que no sabía yo que Lucas podía tener tanto...aguante ¿Tú estás oyendo como le está empotrando? Si llego a saber esto de verdad que no me mudo —Joel rio observando la sonrisita que dibujaba su rostro. Diego se giró hacia él para añadir—: O me lo follo... no lo sé, nunca me plantee que Lucas pudiese follar bien. Esto es lo más incómodo que me ha pasado en la vida.

Joel miró hacia arriba para mirarle a la cara. Dudó un instante antes de preguntar:

—¿Qué es un chapero? —No tenía ni idea y se sintió absurdo por ello. Diego le miró un segundo sorprendido. Le miraba de aquella forma muchas veces, como si se sorprendiera de su inocencia constantemente. Se preguntaba si en algún momento llegaría a superar que sí, que se llevaban doce años y Joel vivía en la realidad censurada del Opus Dei.

—Es como un prostituto —respondió rascándose la mejilla pensativo.

—¿Pero en chico?

—Sí, claro.

—No sabía que...podían haber... prostitutos. Pensaba que solo hacen eso las prostitutas chicas. En la tele solo salen chicas. 

Diego, atónito, le miraba con una expresión tan perpleja que Joel enrojeció. Bajo esa mirada a veces se sentía como el niñato estúpido que realmente era, el bebé de escuela privada y familia católica que nunca había vivido en el mundo real. Joel, creciendo entre colchones de plumas, no tenía ni idea de la existencia de la mayoría de temas desagradables de la vida.

Nunca había pasado hambre ni un solo día de su vida de modo que le costaba imaginar lo que sentía alguien que sí lo hiciera, tampoco había visto la sangre fuera de los pequeños cortes accidentales, no podría haber nombrado una lista de cinco parafilias aunque le fuese la vida en ello; ni siquiera sabía lo que era una parafilia, de hecho. Quizá si lo hubiese podido hacer se hubiese entendido mejor a sí mismo, quizá si hubiese sabido más de lo desagradable del mundo hubiese podido hablar con alguien de las negruras que se notaba en su interior vacío sin recibir un sermón sobre las virtudes de bañarse en rezos para limpiar el alma. Porque Joel, de eso cada vez estaba más seguro, no necesitaba un sacerdote sino un psicólogo.

Pero no era así; por haber nacido donde hacía nacido, en su bonita casa de paredes blancas y virtud cristiana. Porque, sin embargo, se conocía al dedillo los versículos de las escrituras y podría haberle recitado a Diego sin esfuerzo la primera epístola de los corintios si así lo hubiese requerido.

"¿Y de qué me sirve eso?" pensó.

Diego debía pensar en algo parecido por la expresión de su rostro. Y Joel, para que dejase de mirarle así se acercó y le besó poniéndose de puntillas. Más por cambiar esa mirada que por ganas de besar. Apenas le rozó sintió como Diego le respondía abrazando su lengua con la suya, como siempre. Sabía a cerveza y a chicle de menta.

Diego y él se llevaban bien, se reía mucho con ese hombre gracioso que siempre tenía buen humor. Pero muchas veces, como en esa ocasión, ambos se quedaban callados sintiendo la gran brecha que separaba su generación y que, restando el sexo, en realidad no les unía nada.

Sus fuertes brazos le rodearon la cintura y el fugaz pensamiento de que esa cercanía con el abogado enfadaría a su padre le prendió más rápido que el fósforo de una cerilla.

—Me niego a dejar que sea Lucas el único que folle en este edificio  —susurró Diego rompiendo el beso, pensando exactamente lo mismo que él.

—Envidioso.

—¿Te enseño mi nueva habitación o hacemos el paripé de hacer antes cualquier otra cosa para no ir directamente al grano como dos salidos?  —le preguntó contra sus labios y Joel sonrió negando con deliberada lentitud haciéndose cosquillas con su barba— ¿No? ¿No quieres jugar al parchís?

—¿Te parece que me apetece hacer otra cosa? ¿No está claro que somos dos salidos?

—Al grano, entonces.

Joel notó como ese toro le agarraba del cuello con fuerza y el rayo del riesgo le paralizó los sentidos.

 

***************************************************************************************** 

Joel se había corrido y era todo lo que podía pedir a un día aburrido como lo era aquel.

Entrando en la estación de autobuses solo podía pensar en como deseaba parar el tiempo y vivir para siempre en aquel instante de tranquilidad poscoital. Joel bien pensaba que los orgasmos eran un regalo divino. La forma que el altísimo había otorgado a los humanos para tocar su gracia mediante aquella exquisita sensación. Ni oraciones ni rezos le habían hecho sentir mejor que cuando se contraía en un espasmo liberando en forma de semen toda aquella tensión; y si aquello no era un billete hacia el Edén... poco le faltaba. Algo tan enorme y precioso debía ser un regalo, sí. En especial para él.

¿Sería esa la forma de Dios de compensarle por no poder sentir como lo hacían el resto de personas? ¿Sería su forma de mantener vivo, latiendo con fuerza por la excitación, su inerte corazón para que no se oxidase y dejase de funcionar?

Pudiera ser, ojalá. Porque siendo ese el plan de Dios significaría que él no era un error, ni un pervertido fetichista. Significaría que había un motivo para ser él como era, allí mecido entre los invisibles lazos de la alexitimia; la incapacidad para percibir los sentimientos propios de manera normal y así poder empatizar con los ajenos.

De esa forma verse renegado a actuar como un actor constantemente frente a todos para ser lo que se esperaba de él tendría un propósito divino, y no solo sería un acto de cobardía para no enfrentar sus miradas cuando descubrieran que él, en el fondo, no sentía nada; Que él, si no era lo que querían que fuese los demás, no sabía quién era.

"Dios no se equivoca" se repitió, como siempre. Preguntándose al mismo tiempo qué extraño cometido le tendría reservado los designios de la providencia. 

Joel tomó la línea de autobús 36 para volver a su urbanización, erigida en una mejor zona de la ciudad.

Caminó por el estrecho pasillo del vehículo con el tiquet arrugado en la mano y dirigiéndose al fondo se sentó en la fila de atrás, que permanecía vacía. Estando allí suspiró un segundo mirando por la ventana aunque su mente no veía la calle, lo que su mente veía era el recuerdo del rayo del placer recorriendo su cuerpo imaginándose que el Señor abría los cielos, acercaba su gran mano sagrada, y le tocaba con el dedo en el pecho.

"O en otro sitio, más bien" Se mordió el labio sonriendo.

Su versión de La Capilla Sixtina con tintes pornográficos hubiese hecho sonrojar a Miguel Ángel y a Sixto IV, pero no encontraba una mejor forma de ilustrar su pensamiento. 

Joel miró hacia el exterior cuando el ronroneo del autobús avisó de que iba a ponerse en movimiento. Vio como una chica rubia se reía sonrojándose de algo que le decía quien parecía su novio, ambos allí sentados esperando otra línea de autobús parecían enamorados.

¿Lo estarían de verdad? Él también se sonrojaba, se enfadaba, reía y a veces lloraba. Notaba esos actos reflejos de lo que fuese que sucediese a su alrededor. Su cuerpo actuaba físicamente ante los estímulos y la situación que viviera. Joel sentía todas esas emociones sencillas y livianas de manera verdadera, pero... no así los sentimientos, que son construcciones más complejas y duraderas. No, él no podía sentir el amor, ni la tristeza, ni el miedo o la culpa. Ninguno de esos sentimientos ingobernables serían suyos. Hubiese entregado la vida para poder sentir algo más profundo que él no pudiese controlar, copiar y más tarde replicar a voluntad como un disfraz de carnaval. Fuere lo que fuere; bueno o malo.

Suspiró.

Y fijó su mirada en la pantalla de su móvil para distraer sus pensamiento con cualquier discusión que unos desconocidos hubiesen mantenido en internet. Twitter estaba muy soso ese día. Un político había dicho una estupidez, una famosa había anunciado su divorcio y habían encontrado el cadáver de un toxicómano tirado en el barro. Joel suspiró y pasó el dedo por la pantalla en busca de algo que le hiciera reír.

****************************************************************************************** 

Joel miró de reojo a su compañero de clase recién llegado a la ciudad mientras su profesor de historia dibujaba en la pizarra las relaciones políticas que enlazaban a las diferentes naciones durante la guerra de los Balcanes.

Cuando ese señor de mediana edad hablaba de bosnios, servios y croatas su mente alzaba el vuelo huyendo de los conflictos de la antigua Yugoslavia para aterrizar en lugares más agradables y entretenidos, como lo era Adrián.

Adrián era el muchacho más tranquilo y callado que hubiese conocido en su vida.

Cuando se sentó junto a él el primer día había pensado que ese rasgo era una gran mejora, y una ventaja para poder prestar atención de una vez a sus profesores. Pero la verdad es que Joel en los últimos días no estaba atendiendo prácticamente nada. Vale, sí. Ya no se distraía con las conversaciones absurdas con Martín pero, joder, ahora se distraía con los bíceps de su sustituto.

Del mismo modo que en clase de arte se quedaba embobado mirando el trasero del cuadro tras su profesor, Joel se quedaba embobado mirando a su compañero.

Él sí atendía la mayoría del tiempo, apoyaba su fuerte mentón en su mano con los codos clavados a la mesa y escuchaba en clase. Cuando no lo hacía, en lugar de molestar haciendo ruido como el resto de compañeros, se distraía discretamente dibujando. Joel veía como su brazo musculoso se tensaba apretando el lapicero para sombrear el cuerpo titánico de un superhéroe de Marvel y fantaseaba con colgarse de ese brazo escalando por esa enorme espalda de atleta. 

Más de una vez Adrián le había descubierto mirándole sin que pareciera importarle.

Por ejemplo, en aquel mismo momento en el que Adrián estaba sombreando el abdomen de Ironman con sorprendente esmero, inclinado sobre su folio y Joel se mordía el pulgar ignorando a su profesor.

 

—Está increíble —le dijo Joel inclinándose hacia él. Su voz sonó demasiado temblorosa, no supo si él le había escuchado hasta que Adrián le sonrió como agradecimiento—. Lo digo de verdad, dibujas como un profesional. 

—Gracias —le dijo él breve, conciso. No se lo tomó mal, Joel empezaba a entender que Adrián no era un chico de muchas palabras. Luego le miró meditabundo unos segundos, parecía estar decidiéndose a decir algo. Debió pensar que era mejor callar porque volvió a bajar la cabeza sobre su dibujo. 

 

Joel suspiró y dejó al chico tranquilo el resto del día. A la hora de la salida, cuando todos los alumnos se estaban marchando y Martín se despedía de él para acompañar a su novia a casa, Adrián se le acercó recogiendo sus libros con una tremenda parsimonia que no podía ser otra cosa que no fuese una excusa para quedarse rezagado. 

Joel se giró hacia él y le sonrió para despedirse. Pero él se apresuró a meter lo que quedaba sobre su mesa sin cuidado en su mochila y a ponerse a su altura rápidamente.

—Joel, espera —le oyó decir siguiéndole por el pasillo. A pesar de que Joel ya le estaba esperando advertido por ese último gesto— Te... quería preguntar... No sé si te apetecería... pero... 

 

Adrián miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía escuchar lo que iba a decirle. Joel también lo hizo curioso por aquella misteriosa actitud. El pasillo por el que caminaban estaba completamente vacío. Pero todavía así Adrián tiró de él hacia la derecha hasta el aseo de hombres donde estaría seguro de que estarían solos. Olía a lejía allí, y agradeció ese olor a limpio aunque le escociese la nariz. 

A pesar de que el aseo de la tercera planta no era un lugar desagradable Joel frunció el ceño para girarse extrañado y decirle:

—¿Qué pasa? 

—¿Te apetece quedar para... ? —Parecía nervioso, lo estaba. Joel acentuó la arruga entre sus cejas porque si no acababa la frase no sabía como tomarse esa invitación. Bien podía ser una propuesta para estudiar, o para jugar a la consola o para...

¿Se prefería ese "Para..." al tipo de "Para..." que quería escuchar Joel?

 

Se mantuvo serio, intentando por todos los medios no enrojecer, porque aunque aquello sonase como una cita no podía estar seguro y hasta que no se lo confirmase no iba a mover ficha. Lo último que quería era delatarse haciendo el ridículo. Aunque bien mirado... ¿Quién se escondía en un baño para hacer una proposición que no fuese indecente?

—¿Para...? —susurró Joel dándole paso a que siguiera la maldita frase. Adrián parecía todavía más nervioso viendo como él no lo captaba, y eso le tranquilizó. Nadie se alteraría con las mejillas encendidas de rubor por pedirle a un compañero los apuntes. El chico tragó y Joel sonrió un poco para infundirle ánimos.

—Para tomar algo conmigo —le dijo al fin. Joel sonrió.

Su primer pensamiento fue para sus padres, que seguían en la inopia respecto a su sexualidad y que quizá saliendo con un compañero de clase generaría rumores que no quería que se extendieran hasta sus oídos, reptando de boca en boca. Los cotilleos eran una serpiente maliciosa.

Su segundo pensamiento fue para Diego, pero dado que el hombre solo era un amigo con derecho a destrozarle en la cama esa fue su menor preocupación. Estaba seguro de que Diego quedaba con quien fuese sin reparar en su opinión al respecto. 

Joel lo meditó. Adrián le gustaba mucho... pero era demasiado peligroso.

Podía confiar en que Diego supiera manejar la situación porque, aunque inconsciente y un poquito simple, era un adulto que también tendría consecuencias si les descubrían y le convenía tanto como a él mantener sus encuentros en estricto secreto. Pero ese chico... no sabía nada de él. No podía fiarse. Por mucho que le gustase su cuerpo, por mucho que a veces pensase en sus brazos fuertes aunque no estuviera en clase. 

"No, es demasiado arriesgado" pensó, y ese fue su mayor error.

Como siempre que pensaba que algo estaba prohibido para él, como siempre que sentía que algo era peligroso... se excitó sin remedio.  Su sonrisa desapareció apretando la mandíbula en un gesto de cristiana contrición tomando entre sus dedos su cruz para controlar ese impulso. 

"No,  no. Contrólate" pensó casi aterrado por la fuerza de eso extraño que le engullía, algo que sí podía sentir y que en absoluto podía controlar. Nada le hubiese gustado más que dejarse arrastrar por ese alud que era más grande que él, mucho más fuerte que su voluntad.

"No"

 

Deseó no estar notando como su sangre hinchaba su miembro desobediente dejándose guiar por el pecado. Adrián parecía arrepentido, creyendo que su gesto era por un motivo mucho más inocente. Levantó las manos en un ademán tranquilizador que no tranquilizó a nadie, mucho menos a él mismo.

—Lo siento si he malinterpretado... Es que me mirabas y pensé que quizás eras, ya sabes, que quizás querías... —le decía presa del nerviosismo. Debía creer que le había ofendido su ofrecimiento, que se sujetaba su colgante como el homófobo católico del Opus que parecía y no como el enfermo fetichista que ruega para controlar sus actos que sí era.

Nunca le había visto tan nervioso. Sus ojos arrepentidos estaban clavados en el suelo. Joel, que no sabía que ese gesto iba a ponerle como lo hizo, le miró los labios gruesos contraídos en un mordisco tímido. Debía estar realmente perturbado porque pensar que aquel tranquilo chico estaba balbuceando por él le endureció como si fuera de hierro, jugando a la sumisión como hacía con Diego sin que ese pobre muchacho supiera que participaba en el juego.

"No, por favor" 

Alzó su cuerpo de puntillas para besarle. Dejándose guiar por ese impulso egoísta y poco inteligente. El mismo impulso que no había podido evitar sentir con Diego la primera noche, entregándole su virginidad al primero que parecía interesado en llevársela. La misma apremiante necesidad que sentía cada vez que se encontraba con él en los pasillos de su casa y se devoraban escondidos entre rincones. 

Joel se dejó llevar de la mano de esa pasión, como los lujuriosos del segundo circulo del infierno que dejándose llevar por el desenfreno eran condenados eternamente a ser arrastrados por un viento incesante. Porque si podía sentir algo, lo que fuera, lo sentiría. Aunque le destrozase, aunque le hundiera... se agarraría a ese algo aunque le llevase a la perdición.

"Por favor, para."

Y esa necesidad cegadora le llevó a besar a su compañero, que no esperaba ser besado. Adrián tensó su cuerpo sorprendido pero no se apartó. De modo que cuando Joel, alentado por esa falta de negativa, movió sus labios contra los suyos el chico le correspondió.  

"Joel, eres estúpido. Lo estás estropeando todo. PARA".

Los labios de Adrián besaban mucho más suaves de lo que Diego lo hacía; también era más pequeño y su cuerpo de adolescente dedicado al deporte era menos fuerte, pero sí más fibroso por tanto entrenamiento, así que notó esos músculos tensarse contra su cuerpo cuando el chico le rodeó en un lento abrazo apocado, como si no supiera qué hacer con sus propias extremidades.

"Joel, estás a tiempo de parar. Deja de besarle. Dile que aceptas la cita y ya está".

Pero no, Joel ya no estaba a tiempo de detener nada de aquello.  Porque Joel ya no pensaba con claridad notándose apretado entre esos bíceps tan marcados y tampoco estaba a tiempo de aceptar esa invitación para tomar algo como una persona normal. Debía estar quedando como un completo lunático y ya no había marcha atrás para intentar arreglarlo. El bulto en los pantalones de Adrián le rozaba mientras sin dejar de besar aquella boca empujó al chico hasta la pared más próxima. Adrián chocó contra el muro revestido de azulejos moteados. Oyó un suave quejido entre sus labios, dejando que volviera a tirar de él bruscamente dejándose hacer sin acabar de creerse lo que estaba pasando como un pequeño animalito manso en el cuerpo de un chaval alto y fornido. 

Si seguían allí en medio del aseo acabarían siendo vistos, pero Diego le había enseñado que los retretes con pestillo eran un excelente escondite para darse el lote.

Y tras cerrar la puerta con pestillo Joel se giró hacia él, empujándole para que se sentase en el inodoro. 

"Piensa las consecuencias"

Su compañero le miraba a la cara completamente fascinado levantando las manos para no entorpecer a Joel que le abría la cremallera del pantalón del uniforme y se dejó bajar los pantalones junto con la ropa interior. Aquel muchacho sereno no comprendía nada pero mientras Joel escupía en su mano para masturbarle tampoco parecía dispuesto a quejarse por la situación.

Joel miró sorprendido el tamaño de ese pene frente a él y alzó una ceja en una expresión admirada. Adrián apartó la mirada sonrojado.

"De acuerdo, de perdidos al río"

Con Mateo 26:41 bien presente en su mente se sentó sobre sus piernas repitiéndose que su carne era la más débil de todas, siempre dispuesto a caer en la tentación pese a sus oraciones; y volvió a colgarse de sus labios para besarle ávido como el niño caprichoso que era, rozándose con él. Adrián jadeaba excitado entre beso y beso, le acariciaba el cuerpo suavemente y enterrada sus dedos entre su pelo rubio, pero parecía demasiado tímido para atreverse a más. Era demasiado fácil.

Echó de menos los burdos intentos de Diego por dominarle, esa épica lucha de egos que tenía lugar en cada polvo donde se controlaban mutuamente. Ese chico era demasiado tímido y suave. Joel no encontraba ninguna satisfacción en domar un animal ya doméstico, echaba de menos a su toro bravo. Realmente añoraba de menos la brusquedad de sus movimientos, y la forma en la que a veces le hacía daño llamándole niñato. Supo de antemano que ese chico no podría hacerle retorcerse de placer.

Así que Joel no se desvistió, no. Porque las caricias del sexo no le eran tan importantes si con antelación ya sabía que no iban a ser satisfactorias, el acto en sí no era lo placentero, nunca lo era. Sus orgasmos poco tenían que ver con su piel frotando contra otra.

Lo que a Joel le hacía jadear mientras, sentado sobre su regazo, masturbaba a su compañero mordiéndole el cuello era algo mucho más intenso, ese deseo recóndito en su ser que prendía su ego de forma mucho más placentera que cuando era él quién recibía las caricias. Le bastaba con eso.

Durante ese breve instante podría ver el placer en su rostro, y él sería su dueño. Durante ese momento; Lo que tarda una eyaculación ¿Cuánto? ¿tres, cuatro segundos? Sus delirios de demencia tendrían sentido observando el viaje al Edén en otra persona.

Se estremeció, por ese extraño pensamiento. Adrián jadeó como si estuviera sorprendido. Pero Joel vio como su marcada mandíbula se abría en una mueca de placer y cerraba los ojos disfrutando.

Le tocó despacio, muy lentamente hasta verle cerrar los ojos. Notó como Adrián movía despacio las manos hasta su trasero para apretarlo levemente, como si temiera ofenderle.

Debía estar quedando como un completo loco, por Dios que lo estaba; y ni siquiera sabía cómo iba a mirar a su compañero a la cara después de aquello. Pero el rostro de Adrián mirándole mientras su mano se movía de arriba abajo no era de reproche, ni parecía juzgarle, solo era de placer e incluso admiración.

Joel se pasaba su vida buscando la aprobación de todos constantemente y esa mirada fascinada le penetró más fuerte en su ego que cualquier sensación física. Le acarició más rápido, escupiendo hacia abajo. Vio como sus ojos oscuros se clavaban en ese gesto y a medio camino se atascaban en su crucifijo. 

—Dime que te gusto —le pidió Joel mirándole a los ojos, jadeando. 

—¿Qué? —preguntó intentando no soltar ningún gemido. Joel dejó de moverse mirándole a los ojos, quedándose quieto. Iba a repetirlo pero el chico debía haber escuchado bien desde un principio porque al momento añadió nerviosamente, asintiendo rápido—. Me gustas. Me gustas. No pares. Por favor, no pares.

Joel gimió del gusto escuchando esas palabras y agarrándose a él supo que iba a correrse, Joel lo notaba; su mano palpitaba casi como un corazón. 

—Dime que vas a correrte.

—Voy... a... Dios... —masculló él con los dientes apretados agarrándose fuerte a su cintura. Hundía sus uñas en su piel a través de su ropa.

—No blasfemes —le reprendió, y apoyó la cabeza en su pecho en un gesto de profundo amor y cariño mientras veía esa sustancia salir con cada pulsación. Ese breve instante, en el que rozó algo parecido al amor, le llenó el pecho y se sintió bien. Y tan repentinamente como había llegado su deseo se fue. Solo sintió ganas de apartarse de allí y esconderse en un lugar oscuro para no tener que dar explicaciones.  

 

"Joel, la has cagado. Eres un raro. ERES UN PUTO BICHO RARO Y AHORA LO SABRÁ TODO EL PUTO INSTITUTO".

La vergüenza sucedió a la excitación y el arrepentimiento a la lujuria.

Adrián terminó de vestirse y con un suspiro se llevó las manos a la cabeza. 

"SE LO VA A CONTAR A TODO EL MUNDO".

—Oye... Lo siento —susurró Joel en su habitual tono tímido, demasiado bajito para poder escucharle a la primera. Se apartó de él tanto como pudo—. Yo normalmente no... no hago esto.

"¿CÓMO VAS A ARREGLAR ESTO?"

—No lo parecía —le dijo Adrián enarcando una ceja. Joel se se sintió morir de vergüenza.

—Ya bueno, pues normalmente no suelo... 

"Estúpido, Joel, imbécil ¿Cómo le explicas a alguien normal que ha sido un calentón si ni siquiera te has tocado porque si no sientes que es peligroso, si no tienes miedo, no te puedes correr como una persona normal. Anormal, Joel, anormal".

 

Es más, se había arrebatado a sí mismo la oportunidad de aceptar una cita y poder tener una relación convencional con un compañero que le gustaba. De poder intentar ser una persona como cualquier otra que va al cine con su novio, que tiene un puñetero novio, una persona que se sonroja sentado con otra en estaciones de autobús mientras otro muchacho que se sintiera solo les envidiaba. Podría haber sido esa persona.

Joder, cómo deseaba ser esa persona.

—No, de verdad. No pasa nada—se apresuró a decir el jugador de baloncesto al ver su reacción—. Me parecía bien. Yo me he sorprendido al principio pero...¡Wow! Quiero decir... No pensaba que eras así...

—¿Así?

Las posibles consecuencias, cada cual con un final más pesimista que el anterior, aparecieron en su mente de una en una. De modo que dejó que eso frío que guardaba en su interior, el Joel que ni sentía ni padecía se ocupase de esa situación que a él le sobrepasaba. Pensó con frialdad, y dejó de fingir quitándose la máscara de compañero de clase amable, el tímido muchacho que bajaba la mirada para no afrontar las cosas.

Observó al chico frente a él cruzándose los brazos y ladeando la cabeza. 

No, ese niño no iba a decirle nada a nadie. No. Adrián se había escondido en un baño para pedirle una sencilla e inocente cita... Se había aterrado cuando creyó que iba a rechazarle. Compartía su mismo secreto.

Así que Joel sonrió.

Hizo que el chico le prometiese guardar silencio. Se lo pidió amablemente, dejándole creer con lo dulce de sus palabras que si seguía siendo un secreto podrían seguir haciendo ese tipo de trabajo extraescolar.

Y Adrián asintió rápidamente diciéndole que él tampoco quería que se supiera. En su familia no era un secreto, pero estaba en aquel buen centro escolar gracias a una beca y no quería problemas.

Joel se sintió mucho más tranquilo cuando supo que no era el único que debía ir en contra del octavo mandamiento para seguir rompiendo el sexto.

********************************************************************************************** 

Pasó la tarde en casa de Martín, como solía hacer. Intentó no hablar de lo sucedido mientras veían una película absurda sobre un ladrón de coches que se enfrentaba a una mafia del narcotráfico para salvar a su esposa secuestrada. De verdad que intentó concentrarse en esos pésimos actores sin contarle a Martín lo que había sucedido en el baño. Pero necesitaba desahogarse con su mejor amigo. Así que cuando se refugiaban en su habitación, la guarida del adolescente adicto a los videojuegos, le contó a su compañero lo ocurrido. 

Martín le miró con tanto reproche que se sintió de nuevo sucio y avergonzado. Estaba cansado de sentirse así, constantemente juzgado, y dejó que ese sentimiento se marchase como arrastrado por una brisa, aunque eso dejase en él de nuevo ese enorme sentimiento de vacío y frialdad.

—Joel, joder. Te vendes como una puta. Te invita a una cita y tú le haces una paja... —le dijo entrecerrando los ojitos tras sus gafas.

El comentario le dolió, más porque lo consideraba cierto que porque fuese cierto en realidad. Y Joel, que normalmente hubiese bajado la mirada encajando el mal comentario con resignación, frunció el ceño poniéndose en pie. Dejando caer esa barrera que se obligaba a tener.

—La he cagado pero no me hables como si fuese la puta ramera de Babilonia, no lo soy—Su mejor amigo abrió los ojos sorprendido por su tono duro. Su voz no llevaba atisbo de temblor. Era muy posible que jamás hubiese visto a Joel enfadado, y mucho menos respondiendo a sus ofensas fríamente. Joel agarró con fuerza su cruz de plata—. Tú no sabes lo que es sentirte mal por ser lo que eres. No sabes lo que es tener que guardar en secreto tus sentimientos para que no te rechacen. El mundo está hecho para ti. Los anuncios, las películas, la puta fé.  Conoces a una chica, os gustáis y salís ¡Cojonudo! ¡Qué bonito! ¡y todo el mundo aplaude! ¡QUÉ FÁCIL!

Martín se puso en pie también, se acercó a él negando bruscamente con la cabeza.

—¡No metas a Cristina en esto! ¡Estás celoso porque no eres ella! 

Joel se quedó consternado. Miró a su alrededor mostrando su asombro. 

—Tú a mí no me gustas, Martín —Masculló alejándose de él arrugando su nariz— ¿Crees que porque me gustan los tíos ya me gustan todos los hombres? ¿Eres tonto? ¡Eres mi amigo! Pero sí tengo celos de tu puta vida. Porque tú nunca vas a tener las preocupaciones que tengo yo. 

—¡Tus padres son unos locos religiosos y tú eres gay! ¡Sí, vale, SUPÉRALO! Eso no es excusa para ir follando con CUALQUIERA. Literalmente, Joel ¡CON CUALQUIERA QUE TE PRESTE ATENCIÓN!

—QUE YO NO NECESITO EXCUSAS. PUEDO FOLLAR CON QUIEN ME DE LA GANA —le gritó señalándolo con el dedo—. CON QUIEN QUIERA, LAS VECES QUE QUIERA Y EN EL PUTO RETRETE ASQUEROSO QUE A MÍ ME APETEZCA, Y SI ME APETECE IR REGALANDO PAJAS PUES LAS REGALO—Gritarlo en voz alta le sentó increíblemente bien, respiró hondo para tranquilizarse añadiendo con su voz de hielo—. Gratis son, Martín, ¿Lo entiendes?

 

Él arrugó el rostro con desaprobación y le dijo que se marchara. Sí,  lo mejor era marcharse para no mandar su amistad al garete por una discusión. 

Salió atropelladamente de la casa y cuando se vio en la calle decidió dar un largo paseo para tranquilizarse. Debía respirar, el aire fresco le aclararía las ideas.

Tenía frío, así que entró en la primera tienda de ropa que vio y a golpe de tarjeta se compró una chaqueta para ponerse sobre la que llevaba. 

Caminó por el puerto, paso a paso, hasta que su temperamento volvió a la normalidad oyendo el rumor del agua que suave golpeaba el muelle. El salitre olía profundo y hubiese sido agradable si no viniera acompañado del intenso olor a combustible y desperdicios de las embarcaciones. Siguió caminando hasta que se sintió agotado para seguir haciéndolo, con el frío calado en los huesos se dirigió hacia un lugar que le parecía bonito. Sentarse en un parque con el frío de la noche amenazando con incubarle una pulmonía no era lo más inteligente, pero de verdad que se sentía bien allí.

No fue el único, una mujer mayor que caminaba cojeando con las piernas arqueadas y la espalda encorvada se sentó junto a él saludándole en un leve movimiento de sus manos huesudas. Las venas de esa mano parecían largas cuerdas de color oscuro, trasparentándose en su piel moteada por la vejez

 

Joel miró, al otro lado del parque a un grupo de jóvenes que bebía alrededor de un altavoz. Él no lo sabía, pero el pestazo raro que despedían era marihuana. Joel ladeó la cabeza observándoles uno a uno. Una chica fumaba riendo a carcajadas y bailaba el estribillo de una canción de Maluma con movimientos de las manos para vacilar a un chico que también reía.

Y luego se besaron.

Aquella escena, esa enorme ostentación de libertad, la de esos chicos haciendo exactamente lo que querían hacer le parecía una bonita forma de utopía. Él nunca podría actuar así, ni vestir así, ni besar a quien él quisiera mientras se sintiera en esa pantomima que era su familia.

Se giró hacia la señora. Ella comía pipas tranquilamente echando las cáscaras en una bolsita para no manchar. Esa anciana notó su mirada y se giró hacia él. Sus ojos le parecían amables.

—Señora —le dijo—, soy gay.

Ella frotó su mano contra su boca para limpiarse los restos de cáscara de pipas atascadas en los surcos de sus labios antes de decirle:

—Muy bien, muchacho —Su voz era hosca por naturaleza y tenía un gran acento del norte— Los maricones siempre sois muy bien miraos, oye ¿Qué os darán?

Joel sonrió.

—Solo quería contárselo a alguien —le dijo Joel volviendo a mirar a los chicos frente a él.

—Tú cuéntalo, guapo. Nosotros cuando Franco no podíamos hacer muchas cosas, antes us censuraben mucho pero ahora lo tenéis mejor. Yo me casé con mi Severino bien jovencita que si yo fuese ahora se iba a comer mi Severino una mierda. Y oye, que yo quérelo le quiero. Pero... —ella también miró a esa chica que sonreía charlando con sus amigos. Joel vio la nostalgia en sus ojos desdibujados por las cataratas— quién fuera joven otra vez... Para no cometer errores y no callarse ni una.

—¿Y si para ser libre decepcionas a la gente que quieres?

—¿Y quién te quiere a ti si no es siendo libre? No hay cosa más bonita que la libertad, ni cosa más difícil de algamar. Es como un pajarino, como los gorriones, que si viven en una jaula se mueren.

 

********************************

 

Si Joel hubiese mirado el móvil como hubiese hecho más de seguido de no haber estado tan pensativo, caminando de aquí para allá dándole vueltas a la conversación con esa anciana, hubiese visto cuatro llamadas perdidas de su madre y tres de Martín. Pero Joel no lo hizo.

Se dirigió directamente hacia su hogar cuando se sintió reconfortado por el ronroneo de la ciudad.

Cuando Joel llegó a su casa encontró un coche que no conocía aparcado en la puerta. Eran ya las nueve y sus padres no solían recibir visitas tan tarde, así que esa pequeña curiosidad le pareció un gran acontecimiento. Era raro, más que raro; era rarísimo. 

Entró en la gran casa tan rápido que apenas se paró a pensar en la opresión de la boca de su estómago que le decía que algo no iba bien.

En cuanto abrió la puerta y puso un pie en su casa sus ojos se dirigieron a la maleta que descansaba en la entrada. Cuando levantó la mirada lo siguiente que pudo ver fue la mano de su padre cruzándole la cara. 

A Joel, que jamás le habían golpeado, le sorprendió el calor que dejó el golpe en su mejilla. Se sujetó la cara sin entender qué pasaba y de dónde venía ese repentino latigazo.

Su padre le gritaba. Tras su padre su madre lloraba abrazada al sacerdote de la iglesia que frecuentaban.

Don Ernesto abrazaba a su madre como queriendo protegerla, le miraba a él con severidad eclesiástica.

Era evidente que lo sabían.

Aquella intervención no era por malas notas académicas o un mal comportamiento porque Joel se aseguraba de ser intachable en todos los aspectos posibles. Lo sabían. Pero el cómo no lo sospechaba. Pensó en Diego, pensó en Adrián y por último, pensó en Martín. 

No. No podía ser. Su amigo estaba enfadado pero no podía haberle traicionado de aquella manera rastrera y cruel.

—¡Nosotros no te hemos criado como un degenerado sodomita! —gritaba su padre fuera de sí. Su Padre, que le amaba más de lo que podía expresar con palabras le miraba dolido por su actitud indecorosa. Estaba tan destrozado que Joel se sintió indigno y obsceno por causarle tanto dolor solo por ser como él era— ¡Eres la vergüenza de esta familia! Que Dios te perdone y se apiade de tu alma. Que Dios nos perdone a todos.

Intentó hablar pero tenía la garganta apretada por la congoja y de su boca no salió sonido alguno.  Aquella situación que vivía no parecía real, no parecía su vida. Se sintió como viendo, desde fuera, la secuencia de una película de terror en la que todos los esfuerzos que había hecho durante toda su vida para hacerles sentir orgullo se venían abajo frente a sus ojos.

—Pero... ¿Cómo...?

Su madre se giró hacia él con los ojos anegados en lágrimas y le dijo temblando:

—Dicen que te han visto con un hombre en el baño de un restaurante — Intentó abrazarle, pero su padre se lo impidió—. Hemos llamado a Martín para preguntarle si sabía algo de eso y dice...

Joel aguantó la respiración rogando que la frase no acabase como sabía que acababa. 

—¿Qué os ha dicho? —logró decir en un hilo de voz que apenas parecía real. 

—Dice que es verdad. 

Joel notó un golpe más fuerte que el que había sentido con la bofetada. Pero no tuvo tiempo para lamentarse por la traición de su amigo porque su madre lloraba por su culpa, y eso le partía el alma.

—Dime que es mentira, dime que no es verdad que has estado haciendo cosas asquerosas con un hombre. Por favor. Por favor, Joel.

Joel frunció el ceño. Cosas asquerosas. Asquerosas como él. 

"Un hombre" un hombre no era Diego.

Pensó que si el informador chivato no conocía que ese hombre era también el abogado de su padre quizá no le hubiese reconocido, y si Martín no había dado detalles Diego debía seguir a salvo de sus reproches. Su padre le confirmó sus sospechas cuando, apartando a su madre, le obligó a mirarle agarrándole por los hombros. 

—¡Dime quién es ese bastardo! —le ordenó gritándole— ¡Dime quién es que lo mato! 

Joel negó lentamente, no por tranquilidad sino porque estaba demasiado disociado por el shock de lo que estaba ocurriendo para reaccionar y decidir qué debía decir. Ninguna de sus máscaras iban a ayudarle en aquel momento. Todo sería inútil.

Pero no podía delatar a Diego. Él caería, pero debía pensar fríamente como el ser manipulador que era para mantener a Diego a flote.

—No sé su nombre —mintió. Su padre le soltó con asco, el disgusto de su rostro le devolvió a la tierra y ese gesto, como si su cuerpo estuviese corrompido y tocándole se manchase él, le destrozó. Pero Joel no lloró. Lo que sintió fue una increíble y enorme rabia que le devolvió a la realidad.

Una cólera que le arrasó por dentro y, como un tsunami, se lo llevó todo. 

Y Joel supo, en ese justo momento, que si no podía hacer sentir orgullo a su familia no le quedaban motivos para fingir usando mentiras para parecer alguien que no era, y descubrió que lo que quedaba de él... no era bueno.

—¿Como has podido? —gritó su padre intentando golpearle de nuevo. Joel le agarró el brazo con ambas manos parando el impacto sujetando ese brazo con fuerza, fuerza que ni sospechaba que tenía, y mirándole a la cara le obligó a bajarlo lentamente.

—¡No me pongas la mano encima! —le gritó intentando mantener la calma para hacerles entrar en razón.  Aunque se sentía demasiado furioso para eso, y a pesar de que su voz sonase fría y vacía— ¡Yo no soy un degenerado, Papá! —Miró a su madre— ¡Solo soy gay! ¡Soy gay! ¿Vale? ¿VALE? Igual que un millón de otros chicos, ¿Y qué? Sigo siendo vuestro hijo. El mismo que ayer, el de siempre ¡ESO NO ES IMPORTANTE PARA DIOS! ¡Y SI NO LO SABÉIS VER ES PORQUE ESTÁIS LOCOS!

El sacerdote, exclamó algo que no entendió. Su padre negó nerviosamente comenzando a humedecer sus ojos. Le querían, Joel lo sabía. Igual que sabía que la intención del cura que se mantenía al fondo de la estancia no era hacerle daño sino salvar su alma imperecedera según sus creencias. 

 

—Vete de esta casa —le dijo su padre con frialdad, parecía asustado. Su madre comenzó a sollozar sonoramente. Joel miró la maleta en la puerta. 

—Tengo diecisiete años, no tengo ni un duro—le dijo a su madre, ella evitaba mirarle a la cara —¿A dónde voy a ir, mamá?

—Si eres adulto para follar como una fulana también eres mayor para buscarte la vida —le dijo su padre. El sacerdote, a su espalda, parecía preocupado. 

—Don Ernesto —dijo dirigiéndose directamente a él con ojos suplicantes. El hombre se removió incómodo como si su voz le repugnase, pero su preocupación seguía siendo evidente—, Usted sabe que Dios es amor. Sabe que las santas escrituras están escritas por hombres que pueden errar, ¿Cómo es posible que creáis los escritos de esos hombres que pueden malinterpretar las santas palabras antes que a Dios mismo, que me creó como soy?

—Niño, estás tentado por los pecados. Es normal sucumbir a la carne cuando es el demonio quién corrompe y confunde —le dijo el sacerdote. Se cuadró para recitarle de forma automática el sexto libro del Nuevo Testamento—. Y los hombres han dejado sus relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los unos con los otros. Hombres con hombres cometen actos vergonzosos y sufrirán en su propio cuerpo el castigo de su perversión. 

—¿Y tengo que creer antes a Pablo de Tarso que a mi propio corazón y a Dios mismo? —les preguntó. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor, Joel no podía renunciar a su fe— ¡NO!

—Por favor —dijo el sacerdote suavemente— Puedes cambiar. Todavía hay esperanza para ti si te arrepientes y te obligas a caminar por el buen camino. Hay sitios donde pueden ayudarte...

Joel retrocedió negando.

¿Arrepentirse? ¿De qué, de ser quién era? ¿Qué significaba arrepentirse, seguir a ese sacerdote hasta una residencia del Opus Dei dónde le obligarían a consagrar su vida, vistiendo los hábitos, para exorcizar al maricón que llevaba dentro?

—Joel, haz caso a Don Ernesto —suplicó su madre amorosa. Joel tenía ganas de correr a su lado y abrazarle, sentirse estrechado entre sus brazos— Si te arrepientes y pides perdón...

—Pero yo no he hecho nada malo...

—Si cambias puedes quedarte, hijo —le dijo también su padre, que parecía todavía más suplicarte que su esposa. Parecía asustado de perder a su hijo para siempre.

—NO —les gritó—. NO VOY A ARREPENTIRME DE NADA. No podéis obligarme a ser algo que no soy. Por favor, papá.

—Entonces vete de esta casa —dijo su padre.

—Por favor...

—Y, si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y arrójalo. Porque más vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al infierno —recitó para justificar que él, su padre alejase a su único hijo, su ojito derecho, por el bien de su familia— Vete.

 

Pecar.

Desde luego, en ese momento Joel pecaba de ira. Pero tenía bien claro que no era el único pecador en esa habitación. No, ellos eran los reyes del engaño y de enmascarar sus malos pensamientos con las mentiras de la religión. Con la esperanza de engañar a San Pedro y al diablo.

Ellos que se llenaban la boca de milagros y virtudes, ellos que se ocultaban en una moral cristiana constantemente cayendo en los vicios del pecado capital, siempre guiados por la soberbia vanagloriándose de su estampa de familia perfecta. 

Su padre, trabajando constantemente por amor a la avaricia, vendiendo su tiempo incluso en domingo manchado por la prepotencia y la envidia al éxito de otras empresas. Su madre, perezosa, que jamás había trabajado pero fundía las tarjetas de crédito tropezando en la gula de comprar y comprar para decorar en exceso un hogar para no romper en ira cuando sus amigas le hacían sentir menos rica, menos glamurosa, menos especial.  Ellos, a caballo en su orgullo y codicia, le recriminaban a él el pecado de la lujuria.

Joel se llevó la mano al pecho notándose repentinamente hueco, miró a sus padres extrañado sintiendo que esas personas frente a él no le importaban. Sintió que esas personas le habían engendrado y criado pero que no podía sentir por ellos algo realmente profundo como él se empeñaba en creer porque el dolor que esperaba sentir en una situación como la que vivía... no llegaba. Ni llegaría. Asintió, apretando los labios para que no le temblasen agarró la maleta y se giró hacia ellos para recitarles Mateo 23:13.

—¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Que cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo —entrecerrando los ojos miró al sacerdote—. Ya veremos quién entra en el infierno primero.

Desapareció por la puerta sin decir una sola palabra más.

Y así fue como sus padres salieron de su vida... dejando un rastro de destrucción. 

 

*********************************************************************************************** 

 

Lo primero que Joel hizo cuando abandonó su casa fue llamar a Martín para cagarse en todos sus muertos. Soltó una larga ristra de insultos a pesar de que su amigo intentaba interrumpirle para disculparse.

El chico le pedía perdón constantemente implorándole entre lágrimas. Le dijo que se había dejado llevar por la tensión del momento, que su madre le había llamado para confirmar sus sospechas y él simplemente había dicho que era verdad; pero que nunca hubiese imaginado que iban a echarle de su hogar.

—Intenté avisarte cuando se me pasó el enfado —le dijo tan nervioso que apenas le entendía— Pero no contestabas el teléfono, por favor. Perdóname. 

—¿Puedo quedarme contigo? —preguntó Joel intentando apartar su enojo para pensar fríamente, parecía que iba a nevar y no tenía ni idea de donde dormir en aquella noche de invierno.

Le notó titubear. 

—Es que... tu madre también ha llamado a la mía y...

—Vale. Lo entiendo —dijo Joel gélido. Realmente no, no lo entendía en absoluto. Respiró hondo y se despidió de él antes de colgar sin darle tiempo a contestar. 

Miró a su alrededor. Intentó parar un momento a respirar y a barajar sus opciones con frialdad, demasiada frialdad para que no pareciera que su cuerpo era un títere.

Si en algún momento Joel había sentido que no era una persona normal, aquel momento se lo acabó de corroborar. Sentía el temor, la rabia, la tristeza... pero aplastados bajo la enorme sensación de tranquilidad pragmática helada que le guiaba.

Se sentó un momento en un parque, estaba empezando a nevar pero uno de los bancos estaba seco bajo el paraguas de un gran árbol. 

Miró qué había en la maleta. Su madre había metido un cargador de móvil, algunas mudas de ropa interior, ropa de lana y pantalones. Se obligó a respirar hondo de nuevo. 

Miró qué tenía en su cartera. DNI, tarjetas y un total de cincuenta y siete euros en billetes y monedas. Pensó que, por si su padre le cerraba las cuentas bancarias en un arrebato, lo mejor era acercarse al cajero automático más cercano y sacar todo el dinero que pudiera de su cuenta de ahorros. 

No era mucho pero era todo lo que tenía.

Empezaba a tener mucho frío. 

Llamó a Diego sintiéndose repentinamente llevado por un presentimiento.
¿Cuándo le había mandado el último mensaje? Era raro, y empezaba a entender que todo lo que parecía raro aquella noche era también una mala señal.

Tras llamar dos veces consecutivas sin conseguir una respuesta el teléfono dejó de dar tono porque lo habían apagado. Sintió la horrible verificación a la corazonada que le decía que estaba siendo ignorando. 

Temblando y arrastrando aquella maleta entre los copos de nieve se dirigió al primer taxi que encontró. Pagó con su escaso y preciado dinero para que le dejase frente al nuevo edificio de Diego. 

Subió y aporreó la puerta violentamente. Golpeando con la palma de su mano dispuesto a no dejarse ignorar.

Tiempo atrás, cuando Joel no era capaz de formular una frase en alto sin sonrojarse o de aguantar la mirada a alguien durante tres segundos seguidos nunca, bajo ningún concepto, hubiese hecho aquello. Pero estaba al límite, y en aquellas extremas circunstancias estaba descubriendo que era más valiente de lo que creía.

Porque si ya no necesitaba agradar a los demás podía ser quien era; y lo que Joel era, lo que tenía dentro no era ni tímido, ni compasivo, ni bueno.

La puerta se abrió y Diego le miró como si no quisiera hacerlo, arrepentido y avergonzado. Él, que apenas le llegaba a la clavícula, le miró con la dureza de un diamante.  

 

—Me han echado de mi casa, Diego —le dijo secamente como saludo. Notando que a pesar de su severidad sus nervios crecían entendiendo lo que eso significaba—. Me han echado de mi puta casa...pero creo que eso tú ya lo sabes, ¿verdad?

—Estaba en una reunión con tu padre cuando se ha enterado. El hijo de una amiga de tu madre trabajaba en ese restaurante —Su voz sonaba queda, como la de un niño estúpido que sabe que está cometiendo una injusticia pero que tiene demasiado miedo para enfrentarlo con valentía.

—No les he dicho que eras tú. No saben que eres mi pecaminoso amante. Estás a salvo —le dijo Joel con un rentitín tan dañino y con tanto descaro que hasta él se sentía sorprendido—. Pero si vas a darme la espalda me gustaría que por lo menos me lo digas a la cara. O, al menos, que me cojas el teléfono para mandarme a la mierda. Por lo menos corta conmigo, ¿no?

—¿Cortar contigo? —susurró él sin mirarle todavía— Tú sabes que tú y yo no somos nada.. solo amigos...

—Pues dime a la cara que ya no quieres ser mi "amigo".

Diego negó haciéndose pequeño por la culpabilidad. Joel no se sorprendió cuando notó que sus ojos se humedecían y se mojaban sus mejillas.

—Joel te tengo mucho cariño, de verdad —le dijo él con el tono ensayado de quien ha roto decenas de relaciones— Pero no puedes quedarte aquí. Si saben que duermes aquí sabrán que ese hombre era yo, y lo perderé todo. El trabajo, la hipoteca del piso... No puedo.

Vale, era cierto. Joel había aceptado esa relación sin amor a sabiendas de que eso podía pasar y no le pedía a Diego responsabilidades por ello. Diego no era su novio. No podía pedirle a ese hombre que mandase toda su vida al carajo por él, porque no era culpa suya que su familia llegase a los extremos del fundamentalismo. Pero como amigo sí había guardado la esperanza de recibir su ayuda aquella noche. Necesitaba un rumbo, y necesitaba un lugar donde poder decidirlo. 

—Diego, si yo lo sé. Te entiendo... pero es que no tengo donde dormir —le dijo Joel derrumbándose, llevándose las manos al rostro con el nerviosismo del condenado—. No tengo dinero, no tengo nada. 

Diego, que parecía estar a poco de ponerse a sollozar sonoramente desapareció un momento y volvió ofreciéndole a Joel unos billetes arrugados, que prácticamente depositó en su mano. Joel le miró dolido y ofendido. 

—¡NO QUIERO TU PUTO DINERO! —le gritó dejándolo caer al suelo. Apartó la mano como si quemasen.

—¿Y qué quieres Joel? —le dijo él completamente abatido— Tú sabías que esto podía pasar...

—Déjame dormir aquí hoy, solo te pido una noche. Mañana me voy y busco otro sitio. Necesito... necesito... 

—No puedo —Negó Diego y de sus ojos verdes descendió una nueva lágrima—. Si te quedas ya no te podré dejar marchar...

—Por favor, Diego.

—No puedo. De verdad, no puedo. Lo siento —le decía cerrando la puerta, cada centímetro que esa puerta recorría era un abismo y cuando la cerradura emitió el chasquido que la proclamaba cerrada Joel sintió que era apartado de Diego con una patada en el pecho que le lanzaba lejos, tan lejos que ya no podría regresar a sus brazos jamás.

Joel, a través de la puerta cerrada, le oyó llorar. Y con mil lenguas de serpiente le dijo que no quería oírle llorar por él sino que le abriese la maldita puerta. Pateó la madera gritando insultos que jamás pensó que se atrevería a gritar. Aporreó esa barrera gritando, llorando contra su superficie, diciéndole que sabía que sentía algo por él. Diciéndole que era un cobarde, tan grande como era, por no querer aceptarlo y preferir dejarle a su suerte para no perder un puto empleo.

Los billetes seguían en el suelo. Joel se agachó a recogerlos notando un enorme agujero de soledad en el pecho pero se irguió sintiendo la puñalada del orgullo y se puso en pie dejándolos allí. 

"Vaya día de mierda" pensó.

Temblando, sin saber qué hacer o a donde ir bajó en ascensor con su maleta y salió a la calle bajo la fría noche estrellada. El tiempo empezaba a rozar la madrugada.

Miró los cielos. 

Se limpió la cara mojada de lágrimas y se desvistió el alma mirando la inmensa negrura sobre él.
Joel se despojó de falsas vestiduras, disfraces y máscaras de carnaval; ya no tenía rumbo, ni destino, ni obra teatral. Había enfurecido a su familia, se avergonzaban de él... había renunciado a todo. Estaba completamente solo.

Solo.

Todo había caído como cayó Judea. Ya no le quedaba nadie a quién contentar.

Estiró la mano y creyó tocar la libertad con la yema de los dedos.

Tomó aire, guardándolo un momentito dentro, y sonrió.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido? Gracias por leer. 


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