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If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

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Nolan miró a su cliente.


 


Aquel hombre que solía reservarle los sábados le había llamado (siendo jueves) diciéndole que le necesitaba dentro con urgencia, que le pagaría lo que fuese. 


 


No era un hombre feo, eso había que concedérselo. Era innegable que estaba en buena forma. Debía ir a menudo al gimnasio y se notaba que cuidaba su aspecto más de lo que quería admitir. Ese hombre podía tener amantes sin la necesidad de pagar, y sin embargo, allí estaba... pagando. 


 


Siempre quedaban en hoteles de precio medio. Sábanas ásperas pero buena limpieza. Quizá aprovechaba los viajes de negocios presupuestados por su empresa. Tenía aspecto de ejecutivo. Normalmente llevaba una maleta azulada y champú en botecitos monodosis recargables.


 


Cuando le pagaba veía en su cartera la fotografía de su esposa rodeando a sus dos hijos con los brazos. Los tres sonrientes ajenos a la sorprendente realidad de que a papá le gustaba que un jovencito le ahogase apretándole el cuello mientras se lo follaba bien fuerte, tan fuerte que doliese, tan fuerte que le hiciera gritar; asfixiando férreamente, sin miedo, hasta ahogar al cerebro en una eufórica sensación por la falta de oxigeno y así dormir los sentidos hasta enmudecer sus gritos. 


La hipoxifilia, o asfixia erótica, era una práctica peligrosa en la que uno se jugaba la muerte o un daño cerebral permanente con cada orgasmo. Tenía bien claro que aunque ese hombre le rogase que apretase su cuello más fuerte no debía obedecer. Por eso mismo, porque Nolan conocía hasta donde podía llegar... ese tipo siempre volvía. Pensó, observando al hombre que se retorcía de placer bajo él, en como los gustos peculiares siempre son poderosos y adictivos, en como su fuerza esclaviza. 


 


Unos querían ser follados y a otros les gustaba dominar, unos gustaban de escupirle en la cara y otros preferían las caricias suaves. Todo se podía vender y comprar, desde parafilias indescriptibles al sucedáneo de enamoramiento para hombres solitarios que se corrían fingiendo que en el tiempo que durase ese breve encuentro Nolan podía sentir por ellos algún tipo de afecto.


No. Nolan no sentía afecto, no sentía nada; Pero sabía actuar, y por la cantidad necesaria de dinero era capaz de engañar a cualquiera con su encantadora sonrisa.


 


Aunque los cariñosos eran los menos. El estilo de Nolan no era el amor. Para eso ya estaban los chicos como Sky que sabían hacer sentir a cualquier viejo gordo como el hombre más atractivo del mundo bajo el cariño de sus besos. Él no era así. Era rabia, era desafío y era un pasado trágico escrito en la pupila. Era un amor perdido y una familia ausente. Era el tipo de muchacho que no le tiene miedo al dolor siendo sometido cruelmente y al mismo tiempo el tipo de persona violenta capaz también de dominar sin pena ni remordimientos.


Era el tipo de chico al que uno recurre cuando, como por ejemplo aquel desgraciado, tienes una puñetera parafilia que quieres ocultar. 


Cuando el hombre acabó prácticamente desmayado Nolan se apartó aburrido quitándose el preservativo, esperando a que recobrase el conocimiento. A ese tipo no le importaba si él se corría y la verdad era que no tenía ganas.


De verse obligado a ello hubiese pensado en Lucas, era su botón rápido hacia el orgasmo.


El ejecutivo se marchó al aseo, una vez que fue capaz de caminar, y Nolan revisó la habitación por si podía llevarse algo de valor que nadie echase en falta. No había nada.


Se vistió y esperó al padre de familia sentado en la cama.


Cuando regresó le pagó por dos horas de extenuante sexo duro, de ese que uno paga bien para mantener en secreto. Nolan apretó los billetes en su mano, le dijo que había sido un placer con tono burlón y se marchó.


La recepcionista del hotel le sentenciaba con la mirada cuando se marchaba. Incluso notó una pizca de asco. Nolan le ignoró. 


 


************************************


 


Era la tercera vez que escuchaba esa misma canción de Dua Lipa por el hilo musical y sin ser su intención en absoluto comenzó a tararear el estribillo siguiendo el ritmo con los dedos de su mano derecha.


 


La apabullante diversidad de marcas de champú frente a él le había descolocado los esquemas. Se mantenía en medio del pasillo tres de ese supermercado con el ceño contraído y los brazos en jarras paseando su desconcierto de bote a bote de plástico como si fuese culpa suya no saber cuál debía comprar.


 


Podría coger cualquiera. Era lo que normalmente hacía. Si Sky le pedía el favor de hacer la compra elegía el primero que alcanzase su mano y se largaba. Él no solía reparar en los entresijos del vasto universo capilar, no tenía ni idea de que había una diferencia entre hidratar y nutrir, entre seco y encrespado, ¿Qué cojones era Antifrizz?


 


Se mordió el labio mirando a su alrededor por si alguien le observaba allí como un subnormal mirando esos envases.


Recordaba la etiqueta del bote que él había gastado. La veía en su mente nítida como una fotografía. Era azulada, y sus letras blancas destacaban sobre el logotipo de la marca. Pero allí, entre esa decena de botecitos expuestos en fila como soldados preparados para una batalla... No estaba. No estaba la marca de ese maldito champú que le había gastado a Lucas. 


 


"Coge cualquiera, ¿Qué importa?" 


 


Negó. No. Importaba. Por supuesto que importaba. Importaba mucho. En su puta vida nada le había importado más.


 


"No te importa a ti, pero puede que a él sí. Puede que ese champú tenga un olor agradable para él, puede que sea su favorito. Tú compra el puñetero champú correcto para hacer algo bien por primera vez en tu vida".


Él, que se sentiría mucho más cómodo atracando ese supermercado a punta de pistola que haciendo algo tan trivial como reponer un champú suspiró sacando su teléfono móvil para asegurarse de que a Lucas no le molestaba si le llevaba otro. 


 


Buscó su nombre en la agenda y respiró hondo antes de efectuar la llamada. 


 


—¿Hola? —Su voz amable le llenó el oído. Parecía extrañado. Debía estarlo. Nolan se llevó las manos a la frente bajándola por su rostro arrepintiéndose de haber llamado.


 


—Lucas, ¿Estás trabajando? ¿Te molesto? 


 


—Tú no molestas. Estoy aburrido en el despacho de mi hermano, dime ¿Qué pasa?


 


—Cuando te has ido a trabajar me he duchado... y he gastado tu champú. Y... no encuentro el mismo, ¿Pasa algo si compro cualquier otro? 


 


—¿Qué iba a pasar? —casi podía verle sonreír arrugando la nariz por la extrañeza.


 


—Pues no lo sé... 


 


Decir que se sentía estúpido era poco. 


 


—No hace falta que compres ninguno, Nolan. No pasa nada. No tienes que reponer lo que gastes. 


 


—Estoy ya en la tienda, a mí no me cuesta nada. De verdad. 


 


—Entonces compra el que quieras. Pero cómpralo, eh. No lo robes, que te conozco. Yo luego te devuelvo el dinero.


 


—Con lo que me gusta robar en el Caprabo... —oyó a Lucas reír entre dientes a través de la línea. Una mujer cincuentona se había girado hacia él escuchando sus palabras. Negaba reprobatoria apretando los labios. Nolan se giró hacia ella sacando el aire de su cuerpo con hastío—. Es una broma, señora ¿Pero usted qué hace escuchando? 


 


—Vaya sinvergüenza.


 


—Nolan, no discutas son ancianas. Ellas siempre ganan —oyó que le decía Lucas riendo desde su bonito despacho en el centro de la ciudad. Nolan apretó las muelas y se giró hacia esa vieja extendiendo los brazos.


 


—Pues sí, señora. Soy un sinvergüenza, así que déjeme tranquilo o le monto aquí mismo un circo que no se olvidará usted en la puta vida.


 


La carcajada de Lucas le llegaba clara aunque tuviese el móvil retirado de su oreja.


 


Arrugó el ceño mientras veía a esa bruja marcharse masticando insultos hacia su persona. 


Oyendo todavía la risa de Lucas mientras se despedía colgó. 


Ese calorcito que sentía en su pecho cuando Lucas parecía contento era una hoguera que le hacía un poco acogedora la vida, y eso... Eso era terrorífico. 


 


*****************************************


 


—¿Cuantos años tienes, tío? —preguntó Nolan rompiendo el silencio mientras seguía a su jefe hasta su despacho y cerraba la puerta. 


 


Nacho le miró con estremecedora fijeza medio segundo y luego rio, su risa nunca era alegre. 


 


—¿Por qué quieres saber eso?


 


—Me lo estaba preguntando —le dijo Nolan encogiéndose de hombros. Nacho negó con la cabeza y se cruzó de brazos. 


 


Sus ojos oscuros le escanearon en busca de sus verdaderas intenciones. Esos ojillos siempre brillaban con el fulgor de la suspicacia. Por supuesto, uno no llegaba donde él había llegado fiándose de nadie; y pese a mantenerle a su diestra para que fuese su puño cuando necesitaba golpear... Nacho era demasiado inteligente como para dejarse engañar; y eso a Nolan le atraía. Siempre le había gustado ese hombre panzón de nariz ganchuda y piel canela. 


 


En su local había muchos chicos bellos. Nolan había podido comprobar que a menudo lo malo de la belleza perfecta era que resultaba ser siempre parecida, predecible, aburrida. La inteligencia, sin embargo, siempre era un reto excitante. 


 


—Tengo cuarenta y ocho años —le respondió su voz seria. 


 


"Pues yo te daba, Nacho". 


 


Sabía que las lenguas chismosas murmuraban que Nacho era su padre, a él no le hubiese importando en absoluto que eso hubiese sido cierto. En ocasiones incluso fantaseaba con ello. Sería hermoso tener un padre que estuviera vivo; y más si era inteligente y millonario. 


 


Porque si algo se podía dar por seguro... pese a que Nacho era el hombre más tacaño que había conocido en su vida, a lo antiguo de su ropa, el mobiliario de su despacho o que se empeñase en vivir en una choza... era que su jefe era adinerado. 


 


Nolan era muy consciente de las cantidades millonarias que movía ese hombre frente a él.


Cuando Nolan estaba sobrio atendía mucho a esos detalles. El dinero. 


No podía evitarlo, todo en la vida giraba entorno a eso, ¿No? 


 


Cuando iba a su despacho se quedaba quieto oyendo el dinero contante y sonante emitiendo el suave murmullo de su tacto áspero contra su pulgar cuando lo contaba, adoraba esa nana, mientras le explicaba algún encargo del que debía ocuparse. 


Y Nolan veía atento los envíos de billetes de los recaudadores, de los camellos, de cada usurero en la ciudad; sin poder evitarlo se aprendió las rutinas y los procesos antes de que ese dinero en efectivo abandonase los dominios de su visión periférica. 


Sí, ese hombre sentado en una horrible silla manejaba millones. Pero nadie pegaría un braguetazo con él. Nacho comercializaba con el sexo, pero no disfrutaba de ningún placer... y no tenía interés en sentir el amor. 


 


—Te he llamado porque tengo un trabajo para ti —le dijo. 


 


—Lo suponía —Exhibió una media sonrisa sarcástica—. No ibas a llamarme para que ilumine este tugurio con mi presencia.


 


Nacho se sentó en su sillón tras el escritorio haciendo caso omiso a su comentario. Sacó una pistola de un cajón de su escritorio.


 


Nolan la tomó entre sus manos. El peso de aquella Glock era cómodo y su tamaño compacto era perfecto para guardársela enganchada en el bolsillo interior de su chaqueta. Nolan esperaba no usarla, pero se sentía mucho más seguro con ella haciendo un ruido metálico en su bolsillo. 


 


—En cinco minutos llegará el chófer para llevarte a ver a un..."amigo" mío —le dijo tranquilamente. Nolan asintió. Nacho tenía muchos "amigos" de esos con los que uno hace negocios sucios y que luego uno debe poner entre comillas. Nolan dudaba que Nacho tuviese alguna amistad sincera—. No lo mates. Pero dile a ese hijo de la gran puta que conmigo no se juega y que como me vuelva a faltar mercancía tendrán que expatriar su puto cadáver de vuelta al estercolero que él llama país. Llévate a Marco y a Gorila para que te cubran. Haz lo que sabes hacer. 


 


Nolan asintió poniéndose en pie con el aburrimiento pintado en cada poro de su piel y antes de salir del despacho agarró tranquilamente un bate de béisbol que siempre descansaba reposando junto al quicio de la puerta, listo para ser blandido por Gorila si alguno de los clientes se ponía pesado. El proxeneta captó ese gesto y sonrió.


 


Sí, pudiera ser que Nacho también fantasease con tener un hijo como Nolan al cual legarle su imperio. 


 


***************


 


Veinte minutos después Nolan entraba por la puerta de un chalet en las afueras cuya puerta jamás se cerraba con dos grandes hombres a su espalda que mantenían las manos en tensión sujetando sendas armas.


En la entrada un joven intentó detenerle y él le apuntó con el bate de béisbol, apoyado su extremo en su frente, mirándole a los ojos. Conocía a ese tipo, un gilipollas de poca monta, que debía estar allí intentando comprar mercancía a mejor precio que en la calle .


Encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado era algo que él conocía muy bien, así que a modo de advertencia le dijo:


 


—Quieto —habló en la lengua materna que sabía que ambos compartían. 


 


—Pozhaluysta —le rogó. Nolan le empujó para que se apartase mientras hacía un gesto para que mantuviera silencio.


Algo debió ver en su actitud que le dijo que Nolan no iba de farol porque levantó las manos en son de paz nerviosamente. 


 


 


Entró como en su casa, alerta por si algo se torcía.


—Buenos días —dijo en voz bien alta para que todos los presentes le oyesen bien—, Vamos a mantenernos tranquilitos como en una canción de Leonard Cohen, ¿Os parece? 


 


El olor de la metanfetamina le inundaba las fosas nasales quemándole en la base de la garganta. Gorila, que se mantenía a su diestra, tosió sin poder evitarlo.


 


Frente a él veinte mujeres, solo vestidas con mascarillas de pintor para no aspirar los químicos, levantaron las manos. Todas esas jóvenes estaban desnudas (para no poder ocultar nada en su ropa) y parecían asustadas. Ellas se encargaban de meter los cristales de droga que descantaban en las bandejas metálicas en bolsitas de plástico trasparentes con unas pinzas de depilar. Era un trabajo laborioso que alguien debía hacer antes de pesar cada paquetito y entregar la mercancía a los chicos que las distribuían en la calle. Los grandes narcotraficantes harían ese paso imprescindible con una máquina, pero ellos eran unos mataos tacaños en una ciudad pequeña y debían de conformarse con la mano barata hacinada en una casa. 


 


Nolan cruzó la estancia sin prestar atención a esas mujeres, que ya bastante tenían con sus vidas.


 


—¡Nolan! —exclamó el hombre que se sentaba tras un escritorio frente a ellas. Era desgarbado, tan alto como él.


Y cuando Nolan se dirigió hacia él sin mediar palabra, como un pitbull entrenado en una pelea clandestina, levantó sus huesudas manos para evitar el golpe. No sirvió de mucho. Nolan le golpeó con el bate de béisbol de aluminio y el hombre gritó intentando sujetarse al escritorio para no caer. 


 


Las mujeres gritaron, oyó como Gorila les decía que callasen apuntando con su arma hacia una de ellas. Nolan apretó los labios disgustado,  resignándose a tratar con esos estúpidos gigantes. Chasqueó los dedos para llamar su atención y le señaló hacia la derecha, donde SÍ debía apuntar el arma. En la habitación adyacente tres hombres miraban petrificados la escena. En parte porque sabían que aquel tipo se lo merecía, en parte porque intentar detener a Nolan significaba declararse enemigo de Nacho.


Y nadie quería ser enemigo de Nacho en aquella ciudad.


 


Aunque alguno de ellos sacase una pistola y le metiese una bala en la cara a Nolan otro muchacho parecido le sustituiría en menos de dos horas y tendrían un grave problema.


La red que protegía los intereses de Nacho era demasiado amplia e intrincada para pararla tan fácilmente. No, imposible, porque como una hidra todos tenían sustitutos y por cada cabeza que cortasen aparecerían otras dos para vengarle.


 


Por eso, visto con cierta perspectiva, una paliza de Nolan no era lo peor que le podía pasar a ese tipo. 


 


Nolan le golpeó en las corvas de sus piernas con fuerza, doblando las rodillas y haciéndole caer con un grito que desgarró el aire.


 


—NACHO —le gritó bajando el bate sobre su espalda— TE ENVÍA —El bate impactó en su cara y la sangre salpicó hacia su cuerpo— RECUERDOS.


 


En aquella pesada tensión lo único que se oía eran sus quejidos y el sonido sordo de su cuerpo recibiendo sus golpes certeros. 


Nolan se giró hacia los espectadores que miraban con rostro compungido, empatizando con el sufrimiento de su amigo pero sin atreverse a moverse. Retrocedieron viendo en sus ojos el fuego de la violencia, incluso sus dos compañeros se tensaron un poco. Gorila apretó la pistola entre sus manos de manera casi inconsciente.


 


Nolan no estaba loco, él lo sabía; pero estaba cerca de estarlo. Y sabía que la gente que le miraba podía notarlo. Era algo que flotaba en el ambiente, como el olor a sudor, como el eco de una voz. Se giró para mirar a todos los presentes con actitud tranquila, demasiado serena para no helar la sangre después de aquel espectáculo violento. 


 


—A Nacho no se le roba mercancía —dijo suavemente a su público antes de sonreír. Sabía que su rostro estaba manchado de sangre, la notaba caliente sobre su piel; como también sabía que debía parecer un completo psicópata— ¿Qué os pensáis que es esto, Disneylandia? ¿Estáis de coña?


 


—Nolan, por favor. Lo siento. Lo siento. Dios mío, por favor. Lo siento.


 


Se volvió hacia el hombre que lloriqueaba en el suelo rogando clemencia. La lamentable escena que era ver a un hombre adulto llorando escupiendo sangre no le afectó en lo más mínimo. 


 


—¿Cuántos kilos le robaste? —preguntó frío. Aquel ensangrentado desgraciado se mecía lloriqueando— ¡RESPONDE!


 


—DOS, Dos kilos —le dijo. Nolan asintió. Dos kilos en la calle eran una pequeña fortuna, a veintidós euros el gramo. Desde luego ese imbécil había sido valiente llevado por la inconsciencia.


 


—DOS KILOS —repitió él gritando para que hasta el último hijo de puta de aquella casa pudiera escucharle. Apretó la mandíbula levantando el bate ensangrentado. Lo bajó con fuerza, esmerándose para que cayese pesado sobre la tibia de la pierna derecha— ¡UNO! —y levantó de nuevo el bate bajándolo con igual violencia contra la tibia de su pierna izquierda— ¡DOS PUTOS KILOS!


 


El crujido de los huesos rotos siempre le era reconfortante, por extraño que pareciera, le recordaba a su infancia... cuando jugaba con Viktor a romper ramas en el bosque.


 


Se obligó a no pensar en él.


También se obligó a respirar y a dejar de golpear.


Empuñó el arma, sacándola de su chaqueta tranquilamente para enseñarla. 


 


—La próxima vez que alguien le robe a Nacho en vez de un bate traeré una pistola y le meteré una bala en la puta sien a ver si así os dejáis de tonterías, ¿Queda claro? Macho, que es que parecéis tontos. Es que le obligáis a uno a parecer el malo, hostia —Su voz alta resonó en el tenso mutismo—. Gorila, ¿Tú tienes ganas de reventarle la cabeza a alguno de estos mamones? ¿A que no? 


 


—Ni un poquito.


 


—Nos obligáis a ser unos mierdas, y eso no está bien ¿Vale la pena morir por cuarenta y cuatro mil euros de mierda? A mí me daría pereza —Aguardó pero nadie contestó—. Os estoy haciendo una pregunta. 


 


—No... No... Por favor, por favor. 


 


—¡Pues entonces, joder! A ver si pensamos un poquito lo que hacemos. Porque es que me jodéis el día, os lo digo. 


 


Los hombres asintieron bajando la mirada. Ciertamente, el hombre de piernas destrozadas fue el que más conforme parecía, dándole gracias con los dientes apretados por perdonarle la vida.


 


En realidad Nolan siempre perdonaba la vida, vivía de faroles bien tirados para no cumplir nunca sus amenazas. Las advertencias funcionaban bien con esos tipejos que jugaban a ser narcos en su pequeño municipio, aunque solo fuesen personas de clase baja-media descarriladas que se cagaban vivas si él amenazaba con partirles la cara.


 


Se agachó, en cuclillas para hablarle a la cara al hombre quejumbroso en el suelo. 


 


— Mira, escucha. Nacho te llamará para decirte como vas a compensar tu error —le habló suavemente, como si fuese su amigo y no el culpable de su estado. El hombre asintió dándole las gracias repetidamente antes de derrumbarse sobre el suelo cerrando los ojos con la placidez del reo absuelto.


 


Nolan se dio media vuelta y salió de allí ensangrentado.


 


******************************************************************************************* 


 


Sonrió débilmente sujetando a Tacheté en sus brazos, el gato ronroneaba frotando su cabeza peluda contra su pecho.


 


Se había duchado en casa de Lucas después de llegar completamente salpicado de sangre de ladrón. Y Lucas, como siempre que iba a su casa en aquellas extrañas condiciones, no le había hecho preguntas.


El joven psicólogo solo le había dejado pasar, apartándose de las gotas de sangre con cara asqueada, preparándole ropa limpia para que se cambiara antes de esperarle en el salón viendo tranquilamente la televisión.


 


Ese era su trato no pactado. Nolan podía ir cuando quisiera hacerlo y marcharse de igual manera; Sin dar explicaciones y sin ofrecer nada a cambio. Desde luego, en ese trato él salía ganando. 


 


Solo le había impuesto tres sencillas condiciones:


No podía robarle, se lo había pedido más como un favor personal que como una norma en sí pero Nolan se la estaba tomando mucho más seriamente de lo que se tomaba el código penal. 


Tampoco podía tomar drogas en su hogar, condición que le costaba más cumplir pero que poco a poco estaba respetando. 


Y la tercera, la más importante, no mentirle nunca.


Aceptando esas tres razonables reglas Lucas abría su casa y sus brazos, envolviéndole en su cariño sereno.


Ni siquiera parecía hacerlo por el sexo. Muchas noches ni lo hacían, se abrazaban y dormían. 


Nolan no entendía qué era lo que Lucas recibía a cambio. Algunas madrugadas las había pasado con los ojos perforando el techo como si allí pudiera encontrar la respuesta, comiendo techo con Lucas roncándole prácticamente en la oreja, rumiaba en su mente que las personas siempre tienen una intención oculta tras su ayuda. Él no podía ser una excepción. Pero no iba a renunciar a su compañía aunque recelase del motivo. No. Porque había descubierto que se dormía muy a gusto con un brazo rodeando su cuerpo y una boca babeando sobre su pecho. 


 


Aquel apartamento era su lugar feliz de agradable olor. Su pequeña burbuja de tranquilidad en la que se refugiaba cuando la situación le sobrepasaba. Nunca había tenido nada parecido. Toda su vida era un eterno caos, siempre había sido así. Nolan nunca había tenido un hogar donde guardar fotografías de personas sonrientes; ni hogar ni personas sonrientes, en realidad. 


 


Es más, nunca había sentido que le importase no tenerlo. 


 


Y hasta que no se vio envuelto en esa luz cálida, rodeado por unos brazos cariñosos no supo qué se estaba perdiendo. No supo que lo necesitaba. 


 


Estaba dándole vueltas a eso cuando, después de acostarse con Lucas por primera vez, fumaba relajado en el balcón. Luego se marchó al encuentro de Crandford dejándose apartar de ese lugar por avaricia.


Nolan había pasado una terrible noche aquel domingo. Le habían inyectado una droga que le dejó fuera de combate durante casi un día entero, a ese sádico gilipollas le encantaba drogarle para sentirle domado, lento y débil. Era muy posible que esa fuese la única forma en la que podía notar verdadera sumisión y todavía así notarle desafiante al mismo tiempo.


Recordaba borrosamente como atado había recibido follada tras follada en su fiesta privada; de él y de su amigo. Atado miraba de reojo el reloj al fondo de la estancia calculando su porcentaje por hora.


Una hora. Quinientos euros.


Dos horas. Mil euros. 


Tres horas... Puede que a la tercera hora se hubiese desmayado. 


Y, como le había explicado a Lucas, cuando despertó había tenido una epifanía.


 


Atado con los brazos hacia arriba había comprendido que él no quería estar allí. Nunca le había pasado eso, echar de menos un lugar o una persona, querer volver al sitio que había abandonado antes de ir con un cliente. Por eso era tan fácil, porque a él nunca le esperaba algo mejor en otro sitio. 


Pero en medio de las alucinaciones de las drogas lo vio claro. Pensó en ese piso agradable y en Lucas riéndose de su música ruidosa. Pensó en su piel.


 


Y sangrando como estaba... decidió volver.


 


No se había acostado con él pensando que volvería, lo había hecho por aburrimiento y deseo, pero lo hizo gustoso. Lo hizo libre. Joder, le había encantado, ¿Quién iba a decirlo?


 


En cuanto la fiesta acabó le dejaron marchar. Para cuando Nolan salió de esa habitación ya era lunes. 


Con paso lento entorpecido por el dolor había vuelto a su edificio sabiendo que acababa de ganar miles de euros destrozando su cuerpo y su mente. Allí, en el rellano frente a su puerta, había esperado a Lucas deseando no desmayarse antes de poder verle. 


 


Allí estaba él, en definitiva, días después. Con un chándal que Lucas le había prestado mientras su ropa se lavaba y con Tacheté en los brazos, sentado en ese sofá mullido con las piernas cruzadas.


Lucas se sentó a su lado con un bol de palomitas humeantes y Nolan olisqueó el aire.


 


—Se te han quemado —le dijo. El hombre de ojos oscuros frente a él le sonrió con su sonrisa cálida como el sol de verano.


 


—No —le dijo agarrando una que era de puro color negro—, Parece que se han quemado pero si rascas un poco...


 


Tacheté olfateó el bol y se marchó hacia el balcón bufando disgustado. 


 


—Si rascas un poco siguen pareciendo los cojones de un nigeriano —terminó él la frase con una carcajada. Pese a ello tomó un puñado y se lo metió en la boca. Que alguien hiciese palomitas para él era un evento en su vida que no iba a despreciar por nada, aunque supiesen a carbón—. Tú hazme caso, de cojones yo entiendo un rato.


 


Había descubierto que conseguir escandalizarle con bromas sobre su profesión era muy divertido. 


 


—¡Nolan, por favor. No seas cochino! 


 


—Todo lo cochino que tú quieras, nene. 


 


—¡NOLAN! —Rio pero intentó parecer serio apretando la boca antes de decirle—: Oye, pero si están muy quemadas no te las comas...


 


—Cosas peores me he metido hoy en la boca. 


 


—¡Nolan, para!


 


—Vale, vale. Me callo. 


 


Lucas se marchó hacia la cocina para tirar las palomitas a la basura pero antes le soltó:


 


—No te callabas tanto anoche... 


 


—¡Lucas! —Nolan abrió la boca sorprendido y enrojeció mirando al frente. 


 


Lucas se marchó riendo sin prestar atención a su sonrojo. Por primera vez en años quién se escandalizaba era él. Que se pudiera sentir así no era bueno, nada bueno.


 


—¿Has elegido alguna película? —le preguntó Lucas volviendo a su lado. Nolan negó con la cabeza.


 


Se sentía un extraterrestre en aquel rincón de clase media. No sabía funcionar en una vida normal en la que la gente se sentaba a ver una película comiendo dulces y snaks. Su estilo de diversión, si es que él llegaba a divertirse, era tan distinto a eso que le resultaba ajeno y extraño. 


Nolan se sentía vulnerable en aquel lugar tan cómodo. 


 


Él no tenía ningún control sobre las sensaciones buenas que le llenaban el pecho, y estaba acojonado, joder, estaba muerto de miedo. 


Porque podía controlar el dolor, en especial si era él mismo quien se lo infligía. Lo que no podía controlar era la decepción que arrasaría cuando esas sensaciones reconfortantes desaparecieran. Porque siempre desaparecían. 


 


Nolan sabía muy bien que el amor hacía daño, de igual forma que la felicidad. Sentía que esos sentimientos agradables eran peor que la tristeza. Porque su fresco aliento le regalaba alas para que saliese volando y luego, cuando se esfumasen, se caería al suelo desde las alturas. La tristeza era franca, era honesta; Nunca engañaba, llegaba y te apuñalaba mirándote a la cara.


 


Pero era tan difícil alejarse de algo tan bueno... 


 


Porque las personas siempre intentaban volver a donde habían sido felices, como había hecho él con ese piso; eso convertía el resto de lugares en escenarios de segunda clase. Esos sentimientos bonitos que notaba crecer en su ser eran cadenas, fuertes correas que le atarían a una quimera.


 


Y tarde o temprano todo se derrumbaría.


 


Miró al hombre a su lado. Ese joven de buen corazón tenía una autoestima mínima, quizá él no se diera cuenta de que sus ojos castaños eran grandes y expresivos, de que tenía los dientes alineados en una bonita sonrisa. Su nariz era bastante larga pero se le achataba en la punta y a Nolan le gustaba la forma que tenía cuando estaba de perfil. Su cuerpo no era de gimnasio, eso estaba muy claro, tenía un vientre plano a la vista pero blandito al tacto. Nolan era de la opinión de que un michelín en la tripa no hace feo a un hombre atractivo, y cuando Lucas sonreía le parecía la hostia de atractivo. Dios, era perfecto. 


 


A Nolan le gustaba acercarse por detrás cuando Lucas estaba ocupado haciendo cualquier cosa, cocinando o fregando, o lavándose las manos; y pasar los brazos alrededor de su cuerpo para rodear su cintura y así posar sus manos sobre esa tripa apretándola entre las manos provocando que diese un respingo. Aunque le desagradó que su primera reacción fuese girarse con expresión suplicante pidiendo perdón.


¿Perdón por qué, de ser como era? ¿Perdón por no tener un cuerpo de revista? 


Como si él pensase que eso era necesario para estar bien.


Y no, no era necesario. Más hubiesen querido la mitad de los modelos hormonados de Nacho, que vivían dentro de un gimnasio, ser tan agradables a la vista sin hacer nada, como lo era Lucas.


Cuando había hecho eso, cuando se giraba suplicando perdón, Nolan le besaba en los labios, en la nariz y en la frente; y le decía "Guapo". Luego se apartaba para esperar expectante la sonrisita que decoraba su cara después, como un cinéfilo que nota que su corazón se acelera del gusto al ver una escena de una película que ha visto mil veces. 


Y con satisfacción había comprobado que las últimas veces que hacía ese gesto ya no había ni suplica ni perdón, Lucas se giraba sonriendo y le daba el beso directamente.


 


Era bonito, era peligroso.


 


En esos días de convivencia intermitente había visto la gama de manías y defectos que tenía Lucas. Para su sorpresa, el único que realmente le molestaba era que tuviese que marcharse a trabajar. 


"Cuando esto se joda estaré bien jodido"


Él no sabía lo que era ser feliz porque nunca lo había sido. Pero sí sabía lo que era querer a alguien y perderle. Nolan había amado una vez en su vida y esa persona había muerto. Viktor se había ido. Mientras veía enterrar su joven cadáver el corazón de Nolan había llegado a la conclusión lógica de que era mejor no volver a amar. 


Solo de pensar en volver a revivir toda aquella tristeza que le había enterrado como la grava había enterrado el ataúd en el que descansaba el cadáver de Viktor, sentía la bochornosa necesidad de salir de ese apartamento para no volver. Pero nunca lo hacía; y cuando se iba volvía, atado a su fugaz felicidad.


 


Nolan ya no era dueño de su vida. 


 


Se apoyó contra el pecho de Lucas, que le rodeó con los brazos con ademán protector. Para cuando aparecieron los créditos iniciales de la película escogida Nolan ya se había quedado dormido, partir piernas resultaba agotador. Apenas llegó a ver el título.


 


*************************************


 


Nolan abandonó la habitación que compartía con Sky tras darle un fajo de billetes con disimulo.


—Conseguiré más —le prometió.


Sky asintió bajando la mirada inquieto,guardó el dinero en el bolsillo


—Te lo devolveré, Nolan. De verdad. 


 Nolan le dio un beso en la mejilla para decirle sin hablar que no se preocupase por esos detalles.


Hacer aquel préstamo a su compañero era su manera silenciosa de pedirle perdón y calmar su conciencia. Sky estaba mucho mejor, podía ponerse en pie y caminar. Pero todavía tenía grandes hematomas en la cara que ahuyentaban a los viejos que buscaban cariño y suavidad. Apenas había conseguido un cliente desde hacía días. 


 


Los chicos con los que compartían el piso estaban comiendo sentados en el respaldo del horrible sofá del salón. Cuando cruzó la estancia Muller, que no era santo de su devoción, le miró con curiosidad manifiesta. Nolan le lanzó un beso descarado para que supiera que no solo sabía que le estaba mirando sino que le importaba una mierda. No le tenía ningún miedo a ese niñato moreno de cabellera rizada.


 


—Dichosos los ojos —le dijo su voz desagradable, le odiaba. Nolan lo notaba en cada sílaba—. Hace tanto que no duermes aquí que ya iba celebrando tu funeral.


—No tendrás tanta suerte, Muller. Cancela el mariachi. 


 


Sky también le había preguntado donde estaba durmiendo, llevaba mucho tiempo sin pisar su suelo. 


—¿Pero dónde duermes? —le preguntó el chico moreno dejando su comida a un lado. Sky escuchaba atentamente desde la puerta del dormitorio.


 


Nolan ladeó la cabeza endureciendo el gesto. 


 


—Duermo con tu padre, Muller. Por fin hemos descubierto quién es —Usar los traumas infantiles de sus compañeros no era amable, pero Nolan no era una persona amable. Muller le insultó y bajó la mirada para seguir comiendo. Sky rio a carcajadas yendo hacia la cocina. 


 


Tras esa breve visita Nolan marchó hacia su siguiente misión.


Pasó por la esquina donde le había dicho Nacho que estaría el moroso a quién debía castigar.


Era apenas un niño. Nolan tragó saliva intentando recomponerse, respiró hondo repitiéndose a sí mismo que cuando él tenía catorce años también debía entregar el dinero que conseguía a un recaudador, y que cuando no lo hacía también le pasaban cosas malas. Las mismas cosas que iban a pasarle a ese chaval si no entregaba el dinero.


 


Esperaba que colaborase porque, desde luego, darle palizas a un adolescente bajito no sería su logro de mayor orgullo para el curriculum. 


 


El pequeño chaval de cabellera negra le miró, como si entre la multitud él tuviera un foco luminoso que anunciase su presencia, reaccionó rápido. Salió corriendo al instante, guiado por el instinto de supervivencia de la astucia infantil. Nolan fue tras él. Corriendo entre los transeúntes que se apartaban asustados e indignados por aquella falta de civismo.


 


Siguió a ese maldito crío a toda carrera, sintiendo como los músculos de sus piernas comenzaban a quemarle. Le vio entrar cual rata escurridiza por un pequeño callejón entre dos restaurantes. Nolan se agarró a la esquina para girar. El chico intentaba trepar por una valla metálica, ya casi lo había conseguido. Ya prácticamente debía sentirse con el trasero doblado hacia la libertad. 


 


Pero Nolan le agarró del cinturón de sus pantalones y tiró de él para bajarle. 


 


No pesaba mucho, así que sujetándole en brazos lo levantó en volandas y lo estampó contra la mugrienta pared con tanta fuerza que le oyó quejarse entre dientes de dolor. El niño se revolvió asustado, sacó de su bolsillo una navaja y moviendo los brazos al borde de la histeria dibujó círculos en el aire, desesperado para alejar a Nolan de él.


Le funcionó, si no hubiese sido porque Nolan se apartó hacia atrás en el último momento la navaja hubiese impactado en su estómago.


 


No dejó de apreciar la belleza tácita en la determinación de ese chaval, en como estaba dispuesto a matarlo para no entregar un par de billetes de mierda. De hecho, sería precioso. Joder, le parecería muy gracioso si después de haber sobrevivido a todos los cabrones que habían intentado matarle en su vida, que eran unos cuantos, al final quien le quitase la vida fuese ese chaval escuálido.


 


Pero, y pese al chiste que sería acabar muerto, cuando Nolan había despertado ese día no tenía planeado terminar apuñalado por un puñetero niñato. De modo que, debía admitirlo, se enfadó un poquito.


 


Le agarró al crío el brazo con decisión, retorciéndole la muñeca hasta que por tensión de la llave los dedos se abrieron para aligerar la presión del agarre en un reflejo involuntario. Pero aunque la navaja se precipitó hacia en el suelo no le soltó, se la torció más fuerte hasta que el niño gritó y le elevó el brazo tras su espalda obligándole a doblar las rodillas siguiendo la misma mecánica de tensión. Empujó al muchacho de frente contra la pared y le estampó la cara de su cabeza pequeña contra el cemento sucio. 


 


Notó que, por el mareo del golpe en la cabeza, se le quedaba el cuerpo lacio unos segundos antes de volver a forcejear a medida que se recuperaba como un animalillo salvaje.


 


—Dame el dinero —le dijo tranquilamente. El chico se retorcía, demasiado obstinado para procrastinar. Le estampó la cara de nuevo, esta vez con mucha más fuerza. El chico se desmayó.


 


Nolan suspiró. Sujetó su cuerpo en brazos y lo sentó con la espalda apoyada contra la valla metálica apartando antes a dos cucarachas con el pie.


Aquel pobre muchacho le recordaba a él, echando cuentas solo les debían separar dos o tres años. 


Aunque su rostro era muy diferente. Ese niño era guapo porque era joven, pero no tenía una cara especialmente hermosa y de mayor no sería tan atractivo como para ganarse la vida así en aquella ciudad. Había demasiada competencia en las calles. En unos años, cuando a los pedófilos y pederastas ya no les interesase pagar por su carne joven manchada con acné adolescente, o incluso después, cuando su voz se tornase más grave... ese joven solo sería un juguete roto en la calle. Quedaría renegado de lo más bajo de la sociedad cruel e hipócrita. 


 


¿Qué hace un chapero adolescente cuando ya nadie quiere pagarle? Nolan supuso que el siguiente escalón era trabajar para Nacho moviendo droga, quizás lo hiciera ya. Parecía demasiado inteligente para conformarse con lo que consiguiera ese culito enclenque.


 


Le dio unos golpes en la mejilla para que se despertase, al volver en sí lentamente el chico le miró con ojos asustados. Nolan estaba frente a él, de cuclillas, sujetando la navaja con la que había intentado herirle. 


 


—Por favor, lo siento —le dijo con la voz pastosa, todavía parecía mareado. Su frente enrojecida por el impacto se estaba hinchando. 


 


—Vengo a por el dinero —habló Nolan fríamente—, ¿Cómo te llamas?


 


—Tomás —Tragó saliva sonoramente.


 


—Vale. Tomás. Tú y yo vamos a hablar tranquilos, y todo saldrá bien ¿Vale? 


 


Tomás asintió. Buscó en su chaqueta algo enseñando las manos para decirle que no sacaría ninguna otra navaja. Le tendió un fajo de billetes.  Nolan los contó frente a él para asegurarse de que contenía la cantidad que Nacho le había dicho. 


 


—Lo siento —volvió a repetir el niño. Sí, siempre lo sentían mucho; en especial después de intentar apuñalarle, dispararle, golpearle o insultarle.


 


—La próxima vez que pase el recaudador dale el dinero —le dijo, no tendría que quedarse a charlar con él pero allí estaba dándole consejos—. No puedes engañar a Nacho, no te conviene. Hazme caso. Si quieres dinero extra intenta robar en el metro, en parques... Pero cumple los tratos que hagas con gente importante porque pueden mandar a gente como yo a matarte, ¿Lo entiendes?


 


El niño asintió.


 


—Lo sie...


 


—Ya, ya sé que lo sientes —Interrumpió Nolan poniéndose en pie—. Pero eso no le importa a nadie, y de todas formas no es verdad. Ah, y oye Tomás. Es un hombre bonito. Pero si estás huyendo de algo o alguien, y no quieres que te encuentren... es mejor que busques un apodo.


 


—¿Como Nolan?


 


Nolan se encogió de hombros tendiéndole su navaja. Suspiró.


 


—Sé que te impotará una mierda lo que yo te diga, pero en realidad es mejor que te encuentren, ¿De qué huyes? 


 


—Mi padre me pega. Estoy harto y... me he escapado...


 


—¿Cuándo te fuiste?


 


—Hace dos semanas. Llegué en autobús y...


 


—¿Has intentado robar a Nacho en tus primeras semanas aquí? No sé si eres muy valiente o un poquito subnormal, Tomás. 


 


—Es que Nacho me dijo que... 


 


—Sí, ya sé lo que te dijo Nacho... ¿Y tu madre?


 


—Murió. Él siempre estaba borracho y luego...


 


—¿Tienes más familia? Alguien que no refuerce su ego herido zurrándote. 


 


—Tengo una tía en Asturias... pero no sé encontrarla. 


 


—Tomás, no vas a ganar dinero follando. No eres guapo —Por la mueca que dibujó el chico Nolan añadió—: No te ofendas. Pero es así. 


 


—Pues... 


 


—Pero tienes algo mejor, eres listo... y corres rápido. Lo que tienes que hacer es volver a tu casa. 


 


—Me romperá en dos, me matará. 


 


—No, a ti no te va a tocar ni Dios. Dilo. Dime "A mí no me va a tocar ni Dios". 


 


—A mí no me va a... ¿Pero cómo? 


 


Nolan vio en la mirada dubitativa del niñato que aunque había sido capaz de empuñar una navaja para intentar matarle a él no tendría valor para estamparle un jarrón en la cabeza a su padre por mucho que le golpease. A veces es difícil enfrentarse a los monstruos de las pesadillas de uno. 


 


—Esto es lo que vas a hacer, Tomás. Vas a volver a tu casa, y vas a joder vivo a tu padre. Pero tienes que echarle cojones, ¿Puedes echarle cojones? 


 


—Yo... Sí, pero... 


 


—Escúchame. Vuelves y cuando tu padre te vuelva a pegar... antes de que te toque te estampas la cara contra una pared hasta hacerte sangrar. Necesitas sangrar. Cuando estés sangrando sales corriendo ¿Me oyes? Corriendo gritando calle abajo como un loco para que todos lo escuchen, y te plantas en casa de alguien bueno a quién conozcas pero tu padre no. Un profesor, una amiga de tu madre... Alguien que sirva como testigo ¿Tienes a alguien así? 


 


El chico meditó un segundo antes de asentir. 


 


—Mi profesora Lucía.


 


—Bien. Y lloras. Con la cara hecha un pokemón y un ataque de nervios le cuentas a Lucía lo que me has contado a mí. Necesitarás que te hagan un chequeo médico lo antes posible. No salgas de su casa, dile que pida una ambulancia.


 


—¿Por qué? 


 


—Porque cuando llamas a los de emergencias móviles por un caso de maltrato infantil también se presenta la policía.


 


—Ah...


 


—Escúchame, le pides a Lucía que te acompañe y te agarras a ella como una garrapata. Sin pena, sin remordimientos. No salgas de su casa sin ella. Llora, grita, patalea. Esa persona te protegerá, te ayudará a denunciar a tu padre. Necesitas un adulto que te ayude con la burocracia y te esconda en su casa.


 


—¿Y si denuncio y no hacen nada? 


 


—Mira. Tú montas el show que te digo y a un juez le llega una carpeta con una denuncia con testigos, un parte médico con fotografías de tu cara hecha un cromo y el informe de dos agentes de policía que le pedirán declaración a los sanitarios de la ambulancia. A poco que investiguen tus vecinos dirán que escucharon tus gritos ¿Tú crees que ese juez no le quitará la custodia a tu padre inmediatamente? Y luego asuntos sociales te pondrá en contacto con tu tía. Los dos sabemos que vivirás con ella mucho mejor que en la calle, y sin chupar pollas arrugadas. Esta ciudad es una mierda y dicen que Asturias es bonita... Tú piénsalo, chaval. 


Y se marchó de allí dejando al niño mareado pensativo en el suelo. 


 


********************************************************************************************** 


 


Sintió el calor de sus labios contra los suyos. Nolan miró a Lucas a los ojos, aquellos grandes ventanales de precioso paisaje, y sonrió. 


 


La calidez que le inundaba el pecho mientras, desnudos, se acariciaban estúpidamente la cara era capaz de derretir su corazón de cera. Tumbados en aquella cama cualquier barrera que se hubiese propuesto poner para separar esos peligrosos sentimientos que notaba brotar caía trozo a trozo, minuto a minuto, destrozándose bajo aquella bondadosa mirada de buen samaritano.


 


—Me gustan tanto tus ojos... —susurraba Lucas como contándole un secreto. Nolan le sonrió. Se sentía estúpido, frágil. Era un niño mecido entre sus arrullos. 


 


—A mí me gusta tu nariz. 


 


—Mi nariz, pero si es enorme. 


 


—Me gusta —le dijo sonriendo, pasando las yemas de sus dedos por su cara— y tu sonrisa, y tus cejas...


 


—Mis cejas, ¿Mis cejas?


 


—Que sí. De verdad. Son... son así —pasó el dedo por esos pelillos oscuros— Son como... rectas.


 


Mirándole mientras reía, como quién se sienta a mirar un atardecer, se preguntó si él tenía tanto miedo como tenía él. No lo parecía. Sus dudas no le atormentaban el rostro, al menos visto desde fuera. Parecía tener el rumbo de sus actos muy claro. Él, que iba a la deriva, sintió una honda envidia.


—¿Lucas, puedo preguntarte una cosa? ¿A ti no te molesta... que yo...? —susurró Nolan, suspiró. Quiso ordenar las palabras primero en su mente antes de sacarlas por la boca para que tuviesen sentido. Pero los nervios le quitaban estructura a su pensamiento— ¿No te molesta que yo haga lo que... hago?


 


Lucas contrajo la esquina de su boca en una mueca pensativa. 


 


—¿Te refieres a lo de dar palizas, a lo de drogarte o a lo de prostituirte? —Nolan no respondió, la verdad es que no sabía exactamente a lo que se refería— No me importa que te acuestes con otras personas, no sé. Soy un poco raro en ese sentido, nunca he sido celoso... A mi ex eso le ponía de mala hostia. Me decía que si me daba igual era porque no le quería. No sé para qué quería que yo le quisiera si me estaba poniendo los cuernos con media ciudad. 


 


—Tú ex cada día me parece más gilipollas.


 


—Solo es un bebé de treinta y ocho años que quiere que le idolatren, y yo no idolatro a nadie.


 


Nolan abrió la boca y por la cara que él puso supo que ya sabía que iba a decir una vulgaridad, así que cuando lo dijo lo hizo con una gran sonrisa y acompañado por su risa. 


 


—Mi polla no dice lo mismo, Lucas. 


 


—Ya sabes a lo que me refiero. De todas formas... Tú lo merecerías más, tú nunca me has tratado mal —Nolan apartó la mirada incómodo por el saltito que le pegó el estómago— Pero sí me pone triste que sea... por dinero. Toda esa vida te hace daño. Tengo la esperanza de que decidas cambiar, pero... Sería muy feo si sabiendo desde el principio lo que haces y como eres yo me pusiera celoso ahora, ¿no?


 


—Supongo, pero lo entendería. Sería una reacción normal... 


 


—Bueno, pues supongo que no soy muy normal. Yo pensaba que sí, pero no. Normal no soy. 


 


—Pues ya somos dos. 


 


Nolan se acomodó mejor en la cama, y Lucas aprovechó ese gesto para rodear con los brazos su cuerpo y atraerlo hacia sí, suspirando. 


 


—Dime algo en ruso— le dijo Lucas.  Nolan frunció el ceño extrañado por esa petición. 


 


—¿Cómo qué?


 


—No lo sé —le dijo riendo. Colocó las manos tras su cabeza pensativo—, lo que sea.


 


Nolan se estiró para apoyar el mentón en su pecho. Por ahí abajo de aquel tacto blandito debía haber un pectoral. 


 


—Truboprovod —le dijo intentando que sonase sensual. Lucas sonrió. Su sonrisa amplia era la puta cosa más bonita del universo. Nolan hubiese podido quedarse a vivir escondido en los hoyuelos que se le hacían al sonreír. 


 


—¿Y eso qué es? —le dijo bajando la cabeza para mirarle, cuando bajaba la cabeza así tenía papada y Nolan rio.


 


—Tubería.


 


Lucas le acariciaba el pelo distraído, seguramente ni siquiera se diera cuenta de que hundía sus dedos en su pelo, arrastrándolos para peinarlo antes de sacarlos y volverlos a hundir. Lo hacía mucho y Nolan se quedaba quieto como Tacheté cuando alguien le acariciaba en un punto que le gustaba. Disfrutaba de esa suave sensación deseando con todas sus fuerzas no engancharse a sentir eso, poder disfrutar de ese cariño sin amarlo y saber renunciar a él cuando le conviniera.


 


Se negaba a aceptar que ya era tarde para eso, igual que ya era tarde para renunciar a tomar drogas más por necesidad que por ocio. Nolan sabía que estaba cometiendo un error. Pero su error de ojos castaños y preciosa sonrisa le acariciaba el cabello después de follar, y él solo era un niño asustado que había comprendido que todo lo le daba placer, tarde o temprano, también le destruía.


 


Y había decidido dejar que eso pasase, sentirse bien en ese momento, aceptando el dolor que le devastase luego. 


Porque, al fin y al cabo, él siempre estaba devastado.


 


—Entonces... —le dijo Lucas sacándolo del hilo de sus pensamientos. Levantó la cabeza para mirarle. Iba a preguntarle algo, siempre titubeaba cuando quería preguntarle algo sin que pareciera importarle. Lucas era extremadamente transparente, un actor pésimo, y parecer casual no era su fuerte— ¿Eres Ruso?


 


Nolan suspiró. Aquella fijación por descubrir su pasado le parecía absurda. Lucas jugaba a ser detective encajando el puzzle de su vida con tanta curiosidad que parecía un niño.


 


Nolan negó con la cabeza. 


 


—¿Qué más dará dónde naciera? ¿No crees que hablo bien español? Soy más Español que los churros por la mañana. Si no me hubiese llamado Andrej ni siquiera te habrías dado cuenta —le dijo Nolan frunciendo el ceño. Lucas se rascó la mejilla pensativo.


 


—Es verdad, no tienes acento. Hablas demasiado bien para ser ruso... —dijo meditabundo ese Sherlock Holmes de segunda mano. 


 


—Para empezar, eso es un poco racista.


 


—Xenófobo —corrigió Lucas.


 


 —Eso—le dijo él, aunque ni sabía lo que significaba eso, apuntándole con un dedo—. Si esperas que te cuente mi vida ve haciéndote a la idea de que eso no va a pasar. Ese drama que no lo vas a escuchar. Joder. No es tan difícil de entender. No entiendo por qué te parece importante donde haya nacido y toda esa mierda. 


 


—No es importante —le dijo él suavemente para calmar su mal genio—, Pero me gustaría conocer cosas de ti. Me muero de curiosidad. 


 


Nolan decidió responder para que le dejase en paz. 


 


—Nací en la maravillosa y próspera tierra de Lugansk —le dijo el chico con su voz cargada de ironía. Lucas asintió analizando esa nueva información— ¿Sabes dónde está?


 


—Pues... no...


 


—Está en Ucrania al este, pegado a Rusia. 


 


—¿Por eso hablas ruso? —le preguntó Lucas curioso. Nolan apretó los labios disgustado.


 


Se puso en pie.


Desnudo, sin saber por qué paseaba, paseó. Intentó recordar los escenarios de su infancia.


 


—El noventa por ciento de la gente tiene como idioma materno el ruso allí, es el nuevo idioma oficial. Es que... cuando montaron las revueltas del Euromaidán estalló una guerra separatista en el Óblast. Luganks montó una movida militar que flipas, técnicamente estamos en Ucrania, pero... Después de la guerra del Dombás se autodenominó independiente para anexionarse a Rusia como hizo Crimea. Pero en Europa nadie les hace ni puto caso. Y ahora somos un estado no reconocido. Una república popular, se llama. Vamos, que soy apátrida porque mi país no existe.


 


—Algo vi de eso en la televisión, sí. Pero la verdad es que no presté mucha atención porque estaba súper liado con la carrera.


—Me alegra ver que mis problemas no inoportunan tu vida de clase media.


 


—¿Y cómo es?  


 


—Es...bonito. Creo que te gustaría. Pero... es frío. La temperatura en invierno es de treinta grados bajo cero.


 


—Bajo cero —repitió Lucas para asegurarse de que había escuchado bien, Nolan rio y asintió. Todavía recordaba ese frío que le encogía la churra si intentaba mear en el bosque. 


 


—Y en verano hace calor, llegamos a cuarenta grados. Cuarenta, sudando como pollos en un asador.


 


—¿Pero tenéis verano? 


 


—¿Tú qué crees, que vamos todo el año con el anorak montados en osos o qué? 


 


—Yo qué sé, Nolan. Si no sé ni dónde está. 


 


—En la cuenca del Dombás—Viendo que Lucas seguía sin ubicarlo prefirió seguir hablando—: Hay muchas fábricas. Después de Chernobyl la gente prefirió invertir en carbón. Tenemos mucho carbón y hierro. Y... solemos estar en guerra. 


 


Lucas se sentó sobre la cama escuchando atentamente. 


 


—Cuando era pequeño —le contó Nolan sin poder controlar su boca, no debería contar nada de su pasado pero sus ojos expectantes le incitaban a hablar—. Me asomaba a la ventana para ver el humo de los atentados. En la calle había tanques casi todos los días y militares con metralletas. Si te quedabas callado podías oír el sonido de los disparos y las bombas de los prorusos contra el ejército ucraniano. Una vez un explosivo voló por los aires la fachada norte del orfanato... 


 


—¿De tu orfanato? —le preguntó Lucas. Nolan cerró los ojos castigándose a sí mismo por irse de la lengua. Si respondiendo a una pregunta iba a suscitarle más cuestiones no iban a acabar nunca— Eres huérfano...


 


—No, Lucas —le dijo burlón. Aquella barrera que se había derretido, bajando su guardia y acercándole al hombre, volvió a reconstruirse fuerte y alta, fría como el agua congelada de su pueblo natal—. Soy hijo de Dios, como todos. Nunca seré huérfano porque mi padre es Jesucristo, y con él nada me falta —Bajo la mirada de regaño de Lucas por burlarse de él de aquella manera solo se le ocurrió añadir—:Oye, mira...Tengo que irme.


 


Lucas estiró la mano para que se la tomase y en cuanto lo hizo, sin comprender por qué carajo lo hacía si había dicho claramente que se marchaba, tiró de él para que volviese a la cama a su lado. Nolan suspiró negando. Lucas tiró de él de nuevo empujándole para tumbarle en la cama, rodeándole con los brazos volviendo a estrecharlo contra su cuerpo desnudo.


Con la cara enterrada en su cuello le dijo amortiguando su voz contra su piel:


—No te vayas, por favor.


 


Nolan suspiró temblando. Notaba su respiración caliente contra la curva de su mandíbula, sus labios le quemaron la piel.


 


—Yo...


—No te haré más preguntas, por favor, no te vayas —le pedía Lucas susurrando. Y Nolan asintió notando que se estremecía de pies a cabeza, caliente y enamorado, dejándose enredar como un idiota con los lazos de los sentimientos, cayendo en la trampa que él mismo había vaticinado.


 


Su teléfono móvil sonó. Nolan alargó la mano para tomarlo de la mesita de noche y ver en la pantalla que quien llamaba era Nacho.


 


Lucas le besaba el cuello, y con una rápida mirada al teléfono dejó de hacerlo alejándose un poco de él para dejarle marchar si eso era lo que quería. 


 


Pero eso no era lo que quería Nolan. Nada le apetecía menos que separarse de Lucas para arreglar alguno de los asuntos de Nacho o recibir alguna oferta sexual de dudosa moralidad que sus chicos no supieran complacer. 


Respiró hondo. 


 


Y silenció el teléfono móvil apartándolo a un lado bajo la incrédula mirada sorprendida de Lucas. 


 


—Me quedo —dijo Nolan. 


 


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Aquella mañana no hacía tanto frío como en las anteriores, ya no nevaba con tanta regularidad como hacía unas semanas y Nolan caminaba por la calle sin temblar.


Había dejado el apartamento de Lucas para que el hombre pudiese trabajar después de pasar toda la noche juntos.


 


Lo primero que hizo cuando amaneció fue llamar a Nacho intentando inventar una excusa creíble antes de que contestase la llamada. Pero el hombre no se lo había cogido. 


Unos minutos más tarde intentó contactar con él de nuevo.


 


Contrajo el ceño extrañado mientras entraba en la cafetería de Marga, donde solía desayunar.


 


Se olvidó completamente del teléfono en cuanto entró. 


Un grupo de clientes se arremolinaban frente al televisor colgado en la pared del fondo. Marga lloraba tapándose la cara con una mano y sujetando el mando a distancia con la otra. Vio a uno de sus compañero de piso, Muller, abrazándose a un chico que trabajaba en el local de Nacho. 


 


En cuanto entró todos aquellos ojos le miraron a él, que se mantenía con aquella terrible sensación de que algo horrible había sucedido, en la puerta. Como un dejavú terrible. Una repetición constante de lo que siempre sucedía en su vida. Marga lloró tan alto cuando le reconoció que Nolan al instante se giró para mirar la pantalla de la televisión y así entender qué había ocurrido. 


 


Era el telediario. Una noticia de urgencia que enseñaba morbosamente como una grúa sacaba un cadáver del río.


Alguien lo había gravado desde lejos con el móvil y repetían el vídeo amateur en bucle. El cuerpo sin vida caía con las manos lacias fuera de una camilla en la que habían atado el resto del cuerpo tapándolo precariamente con un plástico. 


 


Nolan no entendía, no quería entender.


 


¿Qué tenía que ver ese cadáver con ellos? 


 


—Cariño, es Sky... —dijo Marga ahogada por el llanto.


 


Nolan negó. No podía reaccionar, no supo más que mirar la televisión.


 


"Otra vez no, otra vez no".


 


Notaba su corazón implosionando en su pecho, y el sonido de cualquier cosa a su alrededor dejó de existir.


"Otra vez no".


En la televisión, mientras sacaban una y otra vez ese cadáver ensangrentado del agua, pudo ver una fotografía de un Sky infantil sonriente, parecía una foto de anuario. El pie de foto informaba que pertenecía a un tal Vincent Youn Park, un joven que había desaparecido de Francia cuando tenía nueve años y volvía a su casa de acogida desde el colegio.


"Otra vez no".


La sucesión de acciones que habían llevado a Sky a la muerte aparecieron nítidas en su mente. Pieza a pieza, como fichas de dominó que se empujaban las unas a las otras. Vio como había rechazado la llamada de Nacho, seguramente ofreciéndole un servicio de un cliente peligroso, vio como Nacho recurría a alguien tan ahogado en problemas económicos como para aceptar cualquier trabajo. Vio como Sky aceptaba. 


 


El universo se hizo pequeño y cayó sobre él aplastándole, desapareció. El aire también lo hizo. 


"Todos mueren".


Nolan se quedó quieto, estático sin recordar como respirar o pensar. Se llevó la mano al pecho notando que se ahogaba, que su corazón latía tan fuerte que dolía, que la mente se le hacía añicos como cristal contra el pavimento. Los oídos le zumbaban en aquel extraño limbo sin otro sonido que no fuese sus latidos erráticos palpitando en su sien. 


 


Perdió la capacidad de mantenerse en pie. Cayó al suelo sin ser consciente de que caía. Cuando se vino a dar cuenta estaba gritando, llorando, y muchas personas trataban de levantarle intentando que dejase de golpear el suelo con rabia destrozándose la mano. La sangre de sus nudillos salpicaba el suelo enlosado. Y él golpeaba y golpeaba gritando, dejándose la garganta. Solo veía rojo. Dejándose la sangre de sus venas. Arrancándose el corazón desgarrado de dolor. Sintió que alguien le abrazaba, no supo quién.


 


Nolan había perdido la razón. 

Notas finales:

¿Qué os ha parecido? Hasta el próximo miércoles, empieza la acción para nuestros protagonistas... pisamos el acelerador. 


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