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Anonymous (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

CAPÍTULO 2:

MARIPOSA

 

Y tras romper la crisálida, que por tan largo y doloroso tiempo le había apresado, la oruga finalmente vio cumplido su sueño, convirtiéndose en mariposa para contemplar el mundo frente a ella con ojos nuevos y fuertes alas.

Y era un mundo hermoso, teñido de verde esperanza y anhelado futuro. Un mundo que sorprendentemente ya no dolía ni asustaba tanto, a pesar de su enorme vastedad.

Observando por la ventana el azul cielo infinito, ahora alcanzable, el niño que una vez fue oruga se preguntó: si el eterno sueño de estas era cambiar para conseguir alas liberadoras y hermosas, entonces, ¿con qué soñaban las mariposas?

 

(Rivaille Ackerman, Trampa de Mariposas).

 

 

 

Sintiéndose morir de cansancio a causa de las agotadoras clases de esa jornada y al hecho de no haber dormido absolutamente nada durante la noche anterior, Eren —quitándose los audífonos para colgarlos de su cuello—, aparcó su bicicleta en su sitio de la cochera al aire libre y soltó las correas de su casco, dejando escapar un suspiro de resignación al ver que el blanco Porsche Cayenne de Dina ya estaba allí.

Realmente había estado esperanzado de que su madrastra se hubiese entretenido más tiempo del esperado con cualquiera de sus múltiples actividades, permitiéndole así tener al menos una tarde en paz y tranquilidad, pero no.

Su vida en verdad era un asco.

No obstante, nada más salir al jardín rumiando su disgusto, se percató de que el negro jeep de su hermano también estaba aparcado fuera de la casa, por lo que sus ánimos pasaron de cero a cien en apenas un instante.

¡Zeke había ido a recogerlo, a pesar de la prohibición de Dina!

Mucho más animado, Eren recorrió el empedrado y serpenteante camino de blancas piedrecillas que llevaba desde la amplia cochera a la puerta principal de la casa, el cual estaba flanqueado de un precioso y cuidado jardín tipo zen que Dina se esforzaba con esmero en mantener.

Aunque él jamás había sido demasiado amante del estilo tranquilo y minimalista que a su madrastra tanto le gustaba, aun así, debía reconocer que el jardín no estaba mal del todo. Las suaves fuentes de agua cristalina y las piedras y setos con formas geométricas que conformaban esa área de la casa, más de una vez le habían ayudado a tranquilizarse lo suficiente para no mandar todo al demonio y largarse corriendo, especialmente cuando las discusiones familiares se volvían una cosa horrible y solo deseaba desaparecer.

Debido a que el invierno prácticamente estaba a la vuelta de la esquina, la tarde se pintaba de un gris pálido y opaco que no solo emborronaba el día como una fotografía granulosa, sino que también —a su parecer— volvía por completo deprimente la blanca fachada de piedra y cemento de la vivienda de dos plantas que era la residencia de los Jaeger.

La casa donde ahora vivía con su padre, era una estructura amplísima llena de enormes ventanales que hacían entrar la luz natural a raudales, compuesta de geométricas líneas simples y rectas que daban a la vivienda un aire moderno y minimalista que a él lo enervaba por completo debido a su impersonalidad, sobre todo al compararla con la sencilla y rústica casa que había compartido con su madre en las afueras de Shiganshina, donde todos sus acabados de desgastada madera deslucida solo hablaban de confortable calidez y comodidad.

Si tan solo fuese algo mayor y pudiera ganar su propio dinero, se dijo Eren, ya se habría largado de allí para retornar a su antiguo hogar; pero, con sus malditos quince años, estaba prácticamente tan limitado como un niño.

Nada más entrar a la casa y cerrar la puerta tras él, oyó el habitual sonido de sus propios pasos resonando en la clara madera que cubría el piso del blanco y vacío recibidor; pero, como si presintiese que algo malo estaba ocurriendo, una sensación extraña y pesada pareció cargar el aire. No había ruido alguno aparte de algunas suaves notas de música clásica que se colaban desde la sala, y ni siquiera Nifa —la joven sirvienta que trabajaba en la casa— salió a recibirlo parloteando sin cesar, como era su costumbre. Además, el hecho de que su madrastra estuviese tan callada con su hermano de visita allí, no era un buen pronóstico.

Maldición, de seguro Dina iba a causarles problemas.

Tras inspirar profundo un par de veces para tranquilizarse y darse valor, Eren se acomodó mejor el bolso de la escuela al hombro y metió las manos en los bolsillos del grueso abrigo gris del uniforme, encaminándose hacia la sala como si tuviese que ir bajo sentencia al patíbulo. Sonriendo de mala gana, tuvo que reconocer que en realidad no se sentía demasiado diferente.

Cuando era más pequeño, y la vida le parecía mucho más fácil, él solía ser siempre todo gritos y euforia cada vez que llegaba a casa tras la escuela; sin embargo, al ir creciendo y comprendiendo que sus escándalos desmedidos no hacían más que acarrearle regaños y malos ratos por parte de su madrastra, Eren cada vez se fue volviendo más y más silencioso. Ahora tan solo cumplía con informar que ya estaba de regreso si esta se hallaba en casa —y solo porque su padre lo había ordenado, ya que a su esposa realmente no le importaba en absoluto—, y si las cosas marchaban bien para él con Dina, podía encerrarse tranquilamente en su cuarto hasta la hora de la cena.

Sin embargo, Eren presintió que ese día nada sería tan sencillo, sobre todo porque lo primero que vio cuando entró a la sala, fue la alta figura de su hermano de pie frente al amplio y blanco sofá de tres cuerpos, donde su madre se encontraba recatadamente sentada, bebiendo té.

Dina, ataviada con un elegante vestido gris y con una pierna cruzada sobre la otra, parecía una perfecta estatua de recta espalda en aquella estancia pintada de aquel blanco luminoso y uniforme que él tanto detestaba.

Paredes blancas, cortinas blancas, alfombra blanca y alargadas lámparas de pie blancas, eran todo lo que predominaba en aquella estancia monocolor, siendo aquel blanco solo roto por la clara madera de cedro que cubría el piso y la rectangular superficie de la mesilla de centro, así como el incómodo par de butacas que tanto él como su padre detestaban. Algunas cuantas plantas —puestas también en blancos maceteros— daban un poco más de vida a aquel sitio, pero, ni siquiera así, Eren sentía que aquel lugar perdiese su esencia de silencioso mausoleo.

Al contemplar a Zeke —que daba la impresión de haber salido recién del trabajo al ir vestido con vaqueros azules y un grueso suéter gris, que se asemejaba al tono de sus ojos tras las redondeadas gafas—, notó que este tenía los fuertes brazos cruzados sobre el pecho de manera evidentemente defensiva, mirando ceñudo a su madre, quien parecía no inmutarse en lo más mínimo por su enfado.

Dina, como si hubiese intuido su llegada, volvió el pálido y serio rostro en su dirección, manteniendo el gesto casi inmutable que siempre tenía en su presencia, delatando solo su desagrado al verlo por el ligero fruncimiento de sus rubias cejas y el sutil oscurecimiento de sus celestes ojos.

—Has llegado —le dijo a modo de saludo, señalando lo evidente, antes de dejar la delicada taza de té sobre la mesilla de centro y juntar recatadamente las manos sobre su regazo—. Por favor, explícale a tú hermano por qué no puedes salir de casa este fin de semana, ni los siguientes, ya que él parece no entenderme.

Sintiendo la rabia arder dentro de él por aquella injusticia, y logrando controlarla apenas antes de que esta lo desbordase, Eren masculló en respuesta a la orden de su madrastra:

—Porque estoy castigado. Otra vez.

—Ya lo has oído de sus propios labios —señaló Dina a Zeke—. Y te repito que tu padre estuvo de acuerdo con el castigo que decidí.

—Lo sé, mamá, y no estoy intentando convencerte de que Eren no lo mereciese si se comportó de manera indebida, pero hoy en la mañana hablé con padre, y él…

—… no toma las decisiones respecto a la educación del chico, porque apenas y lo ve —terminó Dina por su hermano mayor, sin alzar la voz, pero dejando claro que no permitiría que la contradijese—. Desde que lo trajo a casa, y en vista de su continua ausencia, y la tuya, he tenido que ser yo la encargada de impartir la disciplina.

—Como si no lo disfrutases realmente —masculló él por lo bajo, pero al parecer no lo suficiente, porque la clara mirada de su madrastra lo contempló con aquel velado rencor que, Eren había llegado a comprender, solo tenía reservado para él.

—Si no me lo llevo este fin de semana, no podré verlo hasta el subsiguiente debido al trabajo. ¿Cómo vas a tenerlo castigado hasta enero por una tontería? —insistió Zeke, suavizando un poco más el tono, de seguro intentando ablandar a su madre, quien lo observó con los labios fuertemente apretados—. Vamos, mamá, solo es llevármelo dos días. Te prometo que ni siquiera lo dejaré salir de casa.

Aunque intentaba mostrarse por completo impasible y despreocupado ante la discusión de sus mayores, Eren notó la boca seca como un desierto y el corazón acelerado debido a la perspectiva de que su hermano no lograse convencer a Dina de que lo dejara ir.

Desde que Zeke se había mudado con Frieda, dos años atrás, aquellas visitas a casa de su hermano, fin de semana por medio, habían sido la dinámica familiar más ansiada por él.

Tras hablarlo con su padre —sin que su madrastra lo supiese, por supuesto—, Zeke había logrado obtener el permiso de este para que le dejara llevarse a Eren un par de fines de semana al mes, no existiendo en el mundo nada que él amase más que aquellos días junto a su hermano mayor.

En casa de Zeke y Frieda, durante un par de días al menos, Eren era libre de la horrible presión que habitualmente sentía por parte de su madrastra. Ni su hermano ni su novia lo regañaban en exceso o discutían con él por cada pequeña cosa que hacía, pudiendo fingir así que ellos dos eran su verdadera familia, la cual lo quería, aunque su realidad fuese una bastante distinta cuando debía regresar a casa de su padre y el hechizo acababa.

—¿Sabes por qué este niño jamás aprende a comportarse? —preguntó Dina a Zeke, con aquel tono suave que solía utilizar siempre que daba a Eren los peores sermones y castigos—. Porque tanto tu padre como tú lo malcrían. Es rebelde, es terco y es problemático. Ha sido salvaje desde que Grisha lo trajo a casa, y ni siquiera la carísima educación que se le costea ha servido para calmarlo y volverlo un muchacho decente. Tu hermano necesita disciplina, Zeke, no que avales todas sus tonterías.

—Lo que Eren necesita es crecer como un adolescente normal, mamá. Yo también me metía en problemas a su edad.

—Pero no el mismo tipo de problemas; no obligando a tu padre a tener que ir cada semana a la escuela para rogar porque no lo expulsen. ¡¿Es que no entiendes que entró a robar a una vivienda?!

—Solo quiero aclarar que rescaté un gato; que se estaba muriendo, por cierto. Y estaba en el jardín, por lo que ni siquiera debería haber contado como robo. De hecho, deberíamos haber sido nosotros quienes demandásemos a ese hombre por maltrato animal —protestó él, indignado de que hablasen de su situación como si no estuviera presente.

La mirada de absoluto odio que Dina le dedicó cerró la boca de Eren de golpe, haciéndole contener el aliento a causa del miedo por sus futuras represalias, debido a su osadía.

—Mamá, por favor —imploró Zeke, nuevamente—, ¿por qué tan solo no lo dejas pasar unavez? ¿Por qué tan solo no dejas que pase de una vez?

Si cualquier otro, que no fuese Eren, hubiera oído aquella conversación, de seguro habría asumido que el pedido de su hermano iba dirigido a que su madre perdonase su afrenta y levantara el castigo que le había impuesto; no obstante, era Eren quien oía, y él entendió, perfectamente, que el ruego de Zeke tenía un trasfondo más oscuro y complejo que ese; un trasfondo que tenía todo que ver con el verdadero motivo de ese drama, donde Eren era el constante recordatorio del pasado y aquel dolor que Dina llevaba años soportando por culpa de otra mujer.

La mirada de su madrastra al contemplarle fue complicada; un cúmulo de sentimientos entremezclados donde la impotente rabia se envolvía en torno al dolor, y la injusticia parecía resquemar en los bordes. La última vez que Eren había visto aquel mismo conflicto emocional en Dina, fue tras una horrible discusión de esta con su padre, la cual, como siempre, acabó desembocando en él, llenándolo de tanta sensación de injusticia que no pudo refrenar su boca y mantenerse callado. Por supuesto, su madrastra no dejó pasar su «incorregible rebeldía», por lo que terminó abofeteado, castigado y con la desagradable sensación de que simplemente ansiaba desaparecer y dejar de existir, ¡y cuanto odiaba sentirse de ese modo!

Reacomodando el peso del asa del bolso sobre su hombro, Eren se llevó el pulgar derecho a la boca, descascarando con nerviosismo el negro esmalte que cubría la uña hasta que el respirar se volvió un poco más fácil. La atmosfera en la sala era tan densa, que estaba seguro de que, de pasar un cuchillo por ella, acabaría partida en capas.

—Hagan lo que quieran —respondió Dina finalmente tras un largo silencio, alzando altanera el rostro antes de ponerse de pie con un movimiento recatado y fluido que apenas hizo ondear el ruedo de su vestido—; tan solo déjenme en paz.

El ligero sonido de sus negros tacones resonó en la amplia estancia mientras la abandonaba, siendo como el acompasado timbal que guiaba un cántico tribal, augurando problemas.

El pesado suspiro que Zeke dejó escapar volvió a Eren a la realidad, recordándole que debía seguir respirando. De un par de pasos llegó junto a su hermano, sintiendo todo el peso de aquella discusión al ver como este pasaba una mano pensativamente por su rubia barba, odiándose al saberse el causante de aquella situación.

—Zeke… —murmuró lleno de congoja, una que se acrecentó aún más cuando los grises ojos de este se volvieron a verlo y una suave sonrisa se formó en sus labios.

—Ve a arreglar tus cosas —le dijo, posando una mano sobre su castaña cabeza, despeinándola—. Frieda llegará hoy un poco tarde de la escuela ya que tiene reunión de maestros, así que me ordenó que pasásemos por la tienda para hacer la compra.

Sintiéndose desesperado y roto como pocas veces —probablemente porque toda esa semana junto a Dina llevaba siendo un verdadero infierno debido a que su padre se hallaba fuera de la ciudad por un congreso de trabajo—, sin poder soportarlo más, Eren rompió a llorar, logrando que la ensayada y controlada expresión de despreocupación de su hermano se redujese a nada cuando envolvió sus brazos alrededor de él para darle consuelo.

De niño, él había llorado mucho y casi por todo, cada vez que estaba triste o la rabia lo invadía en oleadas extremas. Eren había llorado porque las emociones lo embargaban con violencia y no sabía cómo controlarlas ni canalizarlas, pero a medida que los años pasaron y la vida se volvió más dura, él también se convirtió en alguien mucho más insensible y cínico, o al menos eso le gustaba creer. Por eso odiaba aquellos momentos de debilidad emocional, los cuales le recordaban que en el fondo seguía siendo el mismo niño asustado y necesitado de cariño que había sido durante su infancia.

El abrazo de su hermano fue tan reconfortante como siempre, tal vez porque, después de su madre, Zeke era la persona que en verdad más lo amaba en el mundo, y solo por ello él se permitía semejante muestra de fragilidad.

Pero mientras oía a este decir que todo estaría bien, que pronto las cosas mejorarían, la mentira le resultó a Eren tan dolorosa como amarga, porque nada estaría bien; no mientras él existiese y fuera la fuente del conflicto; no mientras él viviera para recordar los errores de otros y el amor destruido; no mientras su sola presencia fuera el reflejo de alguien más y el recuerdo de ese otro alguien, provocando emociones ambivalentes; no mientras él no pudiese acabar con el papel que le habían asignado, siendo al mismo tiempo redención para unos y castigo para otros.

 

——o——

 

—¿Realmente es necesario que pongas esa música tan… extraña? —protestó su hermano en cuanto él conectó su móvil al reproductor del coche, haciendo que su banda favorita sonase a todo volumen.

—Se llama rock alternativo, y es absolutamente genial. Creo que deberemos trabajar en mejorar un poco tus gustos musicales, hermano mayor. Temo que tu madre te los ha estropeado por completo con tanta música docta.

La respuesta de Zeke fue rodar los ojos y poner el coche en marcha, ante lo que Eren sonrió satisfecho, hundiéndose felizmente en el confortable asiento de cuero negro mientras abría la bandeja de correos en el móvil, emocionándose en secreto al ver la respuesta que tanto había esperado durante aquella tarde.

Desde el día anterior, luego de recibir la primera respuesta de Rivaille, su mundo había dado un giro de ciento ochenta grados. Tras la emoción y sorpresa inicial de descubrir que el autor que más admiraba en la vida le había contestado, los nervios hicieron presa de él, sin saber que era lo que debía hacer a continuación, volviéndolo una amalgama de indecisiones.

Armin, siendo tan cauto y amable como siempre, le sugirió que se disculpara con el otro hombre y le explicase el porqué de sus desacertados comentarios sobre Elipse; mientras que Mikasa y Annie, por una vez estuvieron completamente de acuerdo la una con la otra, aconsejándole que lo mandase a la mierda sin siquiera dudarlo. Sorprendentemente, el mejor consejo de todos vino por parte de Jean, quien tan solo le dijo que, si había sido tan afortunado para que este le respondiese, aprovechase la oportunidad y se arriesgara como el bastardo suicida que era. Después de todo, lo peor que podía pasar era que Rivaille no le quisiese contestar más, y eso era algo que él ya tenía hasta antes de ese momento.

Fue así como nada más llegar a casa, Eren se encerró en su cuarto para redactar a consciencia en su computadora portátil un correo para el joven escritor, explicándole todas las impresiones que había tenido al leer Elipse, y el porqué de su decepción con aquella novela que prácticamente había sido un éxito de ventas y buenas críticas.

La respuesta del otro no había tardado en llegar y él no había tardado en responderla a su vez, y, sin darse cuenta de cómo, Eren se pasó toda la noche en vela mensajeándose con este, no solo hablando de Elipse —que fue su tema de apertura—, sino que también de los otros libros que Rivaille había publicado y un sinfín de novelas que ambos habían leído en esos últimos años, intercambiando sus opiniones personales sobre estas y parando solo cuando las primeras luces del alba asomaron por su ventana, recordándole que, por desgracia, debía ir a clases.

Aun así, y a pesar de no haber dormido absolutamente nada desde el día anterior, Eren no se sentía del todo agotado. Notaba el cuerpo un poco pesado a causa de la falta de sueño acumulado, por supuesto, pero al mismo tiempo la ansiedad lo hacía mantenerse en constante estado de expectación, como si temiera que al dormirse fuera a perderse algo importante.

A pesar de lo mucho que Armin y él solían compartir respecto a su mutuo gusto por la lectura, Eren había descubierto que hablar de ello con Rivaille era por completo diferente. Su manera de analizar un libro, de explicar cuáles eran a su parecer los puntos fuertes y débiles de este, el por qué o no le gustaba, lo tenía fascinado, incluso más de lo que él había estado durante todos esos años leyéndolo.

Durante mucho, muchísimo tiempo, Eren se había sentido bastante cercano al joven escritor, tal vez porque, de alguna manera extraña y absurda, creía que este con su escritura lo comprendía; no obstante, al intercambiar mensajes durante toda una noche con aquel hombre de pocas palabras y humor tan ácido como filoso, descubrió que la conexión que, sentía compartían, podía ser algo incluso mayor. Por primera vez en su vida, Eren sentía que de verdad había logrado conectar profundamente con alguien a quien en realidad no conocía de casi nada.

—¿Con quién te mensajeas tanto? ¿Una novia, quizá? —le preguntó su hermano en un tono bromista y desenfadado; sin embargo, conociéndolo tan bien como lo hacía, él supo que en el fondo Zeke se moría de curiosidad y preocupación porque sus sospechas fuesen ciertas.

Su hermano era genial en muchos aspectos, pero si algo no podía evitar, era el ser un completo entrometido con la vida de Eren la mayor parte del tiempo.

—No tengo el menor interés en conseguirme una novia si eso es lo que te preocupa, hermano mayor. Salir con una chica… que fastidio —admitió con sinceridad, terminando de escribir el correo y enviándolo—. Y me mensajeo con Armin —mintió sin pensar, rogando porque el rubor que notaba le golpeaba el rostro no fuese tan evidente.

—Armin es un buen chico, me gusta. Y no es que Jean no lo haga —se apresuró a aclararle este—, solo que siempre hace que te metas en tantos problemas…

Eren podría haber entrado a especificar que muchas veces, sino que, en su mayoría, aquello era más bien a la inversa. Aunque con Jean llevaban toda una vida peleándose por cada cosa pequeña e insignificante, cada vez que a él se le ocurría alguna idea descabellada, este lo secundaba casi sin dudarlo ni protesta alguna. Y, tal vez por eso, Eren seguía aguantándolo pese a que Jean se comportaba como un idiota integral casi todo el tiempo, sobre todo si Mikasa estaba involucrada.

—Con Frieda hemos estado pensando en irnos unos cuantos días fuera por las vacaciones de Navidad. Ya sabes que ella no regresará a clases hasta la segunda semana de enero, por lo que nos gustaría ir a Trost para esquiar —continuó su hermano mientras esperaba que la luz verde volviese a parpadear—. De seguro también vendrá Historia, así que hablaré con papá para que te permita venir con nosotros, ¿qué te parece? Podrías preguntarle a Armin si quiere unírsenos. De pequeños ambos siempre se la pasaban muy bien en la nieve.

—De pequeños nos la pasábamos bien metiéndonos en charcas asquerosas para buscar renacuajos y trepando en los árboles intentando atrapar ardillas, pero no es algo que haría ahora, ¿sabes? —replicó él, pretendiendo parecer mayor a pesar de que en el fondo ansiaba que su padre sí le diese permiso y pudiera irse con su hermano mayor por un par de semanas. Simplemente, su lado menos optimista no deseaba ilusionarse antes de tiempo. Ya otras veces Dina le había arruinado los planes sin el más mínimo remordimiento.

—No intentes hacerte el chico genial conmigo, hermanito. Apuesto que aún te emocionas como un niño con todas esas cosas —repuso este, sonriéndole burlón y desordenándole el corto cabello, ante lo que Eren le enseñó la lengua.

El poder compartir tiempo con Zeke, aunque fuese mucho menos que antes, siempre era algo que Eren valoraba más que nada en el mundo. Para su hermano él jamás había sido ni era una molestia, y este se lo hacía saber constantemente. Zeke nunca lo había dejado de lado, ni siquiera ahora que su vida con Frieda ya era un hecho y estaba formando su propia familia. Cada uno de los fines de semana que podían pasar juntos, Eren se sentía profundamente feliz y afortunado, y no solo porque estaba en un lugar donde nada de lo que dijese o hiciera podría desatar un desastre nuclear, sino que, sobre todo, porque lo querían.

«Malagradecido».

Sin que pudiese evitarlo, la palabra que a su madrastra tanto le gustaba restregarle en la cara durante cada una de sus discusiones resonó en su mente, arañando levemente su tranquilidad, quizá porque, aunque le doliese admitirlo, él sentía que en el fondo Dina tenía un poco de razón.

Eren era consciente de que su padre, a pesar de todo, sí se preocupaba por él y en verdad lo amaba, del mismo modo que amaba a Zeke. Este jamás había hecho distinción alguna entre ellos debido a que fuesen hijos de madres diferentes, y las contadas veces que los tres tenían la oportunidad de pasar tiempo juntos, a Eren la vida le parecía realmente maravillosa; aun así, se preguntó, ¿se podía ser en verdad feliz con aquella perfecta vida falsa? ¿Con aquella familia falsa en la que no encajaba en absoluto como su madrastra no se cansaba de recordarle?

No lo creía, sobre todo porque la mayor parte del tiempo, él ni siquiera se sentía vivo del todo.

Dina Jaeger —Fritz en su soltera juventud—, era la única hija de un renombrado médico que acabó casándose con otro renombrado médico para tener a otro renombrado médico como hijo. Bonita, elegante y bien educada, su madrastra era el epítome de lo que en su preciadísimo círculo social una buena mujer debía ser, porque la habían «preparado» para ello, prácticamente desde su nacimiento. Sin embargo, para lo que jamás la prepararon, fue para tener que enfrentar el hecho de que su queridísimo marido no solo le hubiese sido infiel durante años, sino que además lo hiciera con una mujer que, bueno, era por completo diferente a ella, lo que le hirió el orgullo hasta lo imposible; más todavía al saber que este tenía un hijo ilegítimo con aquella otra, del que luego tuvo que hacerse cargo cuando su rival murió, dejándolo huérfano.

Lamentablemente para Dina —y también para su padre—, un divorcio hubiese estado peor visto que el hecho de tener que criarlo a él como la desagradable consecuencia de aquel pequeño desliz, por lo que esta se esforzaba en tolerarlo, a pesar de que estaba claro que Eren jamás calzaría en todos los estrictos cánones que se suponía aquella perfecta familia debía tener.

Bien educado, obediente, responsable, tranquilo y sin opiniones propias, era lo que su madrastra había esperado de él desde un comienzo; el mismo tipo de comportamiento irreprochable que había tenido Zeke durante su infancia y adolescencia. No obstante, para su desgracia, Eren no era nada de eso, todo lo contrario; al fin y al cabo, era hijo de Carla después de todo.

Su padre, por otro lado, a pesar de llamarle la atención y castigarlo de vez en cuando, no solía escandalizarse demasiado por su comportamiento para nada sumiso, tal vez porque sus pequeñas rebeliones hasta le recordaban a su difunta madre, como Dina no se cansaba de reprocharle. El terco y rebelde hijo de una mujer igual de terca y rebelde. El error nacido de otro error.

—Zeke —dijo a su hermano por sobre el sonido de la música, contemplando por la ventana como algunas de las tiendas ya comenzaban a adornarse con los llamativos motivos de la próxima Navidad—, de verdad, de verdad me gustaría poder irme a vivir contigo.

Aquellas palabras no eran algo que Eren dijese en voz alta demasiado a menudo, porque bien sabía lo muy dolorosas y dañinas que eran para ambos, por lo que tan solo solía sacarlas a modo de broma o infantiles rabietas, como había hecho un par de noches atrás, cuando pidió a su hermano que interviniese con sus padres para que no lo mandaran de interno a Mitras. Sin embargo, en días como aquel, en los que se sentía un poco triste y melancólico, le gustaba imaginar que tal vez si lo deseaba con todas sus fuerzas, si lo pedía con todas sus fuerzas, podría convertir su sueño en realidad. Después de todo, en Trampa de Mariposas, el deseo más ferviente de Andreas, el protagonista, se convertía en realidad tras confiárselo al Señor del Viento después de muchas dudas, y si aquella era su historia, entonces él merecía tener el mismo afortunado destino, ¿no?

Al recordar que, pese a los muchos mensajes que había intercambiado con Rivaille durante la pasada noche, jamás logró reunir el valor necesario para preguntarle a este sobre lo que le impulsó a escribir ese libro, Eren se sintió tan cobarde como tonto. Habría sido una pregunta sencilla y hasta inocente, como muchas otras de las que le había hecho sin complicarse en absoluto; sin embargo, su infantil miedo provenía del no desear que nadie rompiese su preciosa burbuja de esperanzada credulidad. La certeza de que aquel otro hombre había escrito aquella novela pensando en él, aunque ni siquiera lo conociese.

El silencio que siguió a sus palabras era algo que Eren ya se esperaba, porque si a él le resultaba dolorosa aquella separación forzosa que constantemente experimentaban, a su hermano lo llenaba de impotencia el saber que, a pesar de todos sus intentos y esfuerzos, todavía no podía liberarlo de aquello.

Sintiéndose culpable una vez más al comprender que nada de eso era responsabilidad de Zeke, se preparó para comenzar a disculparse y decirle que no le diera importancia; sin embargo, antes de que pudiese siquiera abrir la boca, este le dijo:

—Solo espera un poco más, Eren. Confía en mí un poco más, ¿está bien? Antes de que el próximo año acabe, voy a sacarte de esa casa, hermanito.

Sorprendido por la seguridad que oyó en la voz de su hermano, él se volvió a verlo. Zeke, a pesar de no apartar los ojos de la autopista, parecía por completo diferente a otras veces, donde siempre intentaba calmarlo con excusas que a ambos les resultaban insuficientes mientras fingía que no era así. En esa ocasión, sin embargo, tenía el semblante sereno y seguro de la determinación, y cuando finalmente se volvió para verlo, una suave sonrisa dio forma a sus labios.

—No puedes decir nada de esto a nuestros padres, Eren, porque es un secreto —le advirtió este, posando una mano sobre su cabeza una vez más—. Desde hace un par de semanas atrás, un amigo mío, que es abogado, me ha estado asesorando sobre cómo debo proceder respecto a tu situación. Ya hemos hablado con Frieda al respecto y ella está de acuerdo, así que voy a pelear por tu custodia legal, hermanito.

La angustia que él sentía hasta ese momento se convirtió en algo muy diferente en cuanto oyó a Zeke decir aquello. De inmediato su parte más racional, la que odiaba ilusionarse, le advirtió que las palabras de su hermano fácilmente podrían quedar en nada; sin embargo, su parte más ingenua y soñadora, le dijo a gritos que aquella era una posibilidad. Una pequeñísima gota de esperanza en medio del mar de angustia en el que habitualmente se hallaba sumergido; una llamita lo suficientemente cálida para decirle que debía seguir intentándolo un poco más, sin rendirse.

—Gracias —fue todo lo que logró articular a su hermano antes de que su voz acabase por quebrarse, porque, aunque lo odiara, el resto acabó una vez más diluido entre lágrimas.

Y mientras oía a Zeke intentando animarlo con tonterías y bromas absurdas para que dejase de llorar, Eren pensó que tal vez, al igual que Andreas, lograría tener su tan ansiado final feliz.

 

——o——

 

El rojo reloj que colgaba de la anaranjada pared de ladrillos de la cocina ya marcaba las seis de la tarde cuando la puerta de la casa finalmente se abrió, anunciando los apresurados y ligeros pasos de la novia de su hermano recorriendo la sala.

Esta, con las pálidas mejillas sonrosadas a causa del frío invernal y el largo cabello negro atado en una descuidada coleta, se asomó a la puerta de la estancia para verlo, sonriendo ampliamente cuando Eren le regaló a su vez una sonrisa de bienvenida.

—Hola, Frieda. ¿Mucho tráfico? —preguntó mientras ordenaba un poco el desastre de útiles escolares y bocadillos basura que tenía desparramados sobre la cuadrada mesa de clara madera de la cocina.

—¡Un horror! —protestó esta mientras se quitaba los gruesos guantes y la bufanda de lana rosa que llevaba atada al cuello, dejándolos sobre una de las amarillas sillas antes de acercarse a él para depositar un beso sobre su cabeza—. Me alegra que Zeke haya logrado rescatarte de casa sin un derramamiento de sangre. Ya teníamos preparados unos cuantos planes de emergencia por si su plática civilizada con Dina fallaba. ¿Muchos deberes? —le preguntó al verlo resolviendo los últimos ejercicios de matemáticas que Shadis, en su infinita maldad, les había dejado para el fin de semana.

—No tantos, pero prefiero acabarlos hoy.

—Por favor, no me digas que tienes planes para el fin de semana, porque tu hermano ya ha sacado entradas de cine para mañana en la tarde y también iremos a patinar. Aunque debes fingir que es una sorpresa. —Quitándose el azul abrigo para dejarlo sobre otra de las sillas, su cuñada agarró un puñado de patatas fritas, llevándose una a la boca—. Comer estas cosas a la larga te hará daño, ¿sabes? Acabarán tapando tus arterias y haciéndote engordar, aunque puede que de momento lo necesites un poco; sigues estando demasiado delgado. ¿Dónde demonios se va todo lo que comes? Dios, la que acabará engordando al final seré yo. ¡Aparta esa tentación de mí!

Eren rio al oírla.

—Tú siempre luces hermosa, Frieda —le dijo con total sinceridad.

—Que chico embaucador. Pero hay que reconocer que lo haces mucho mejor que tu hermano mayor. Una vez me dijo que era tan bonita como un corazón, y dudo mucho que se refiriese a los que yo suelo dibujar para mis alumnos de primer grado —replicó esta, sonriéndole abiertamente antes de comenzar a ayudarle a juntar sus cosas y reacomodar la mesa.

A diferencia de la casa de sus padres, donde Dina se había encargado de que todo luciese siempre impecable en su simpleza de tonos blancos y líneas puras, la pequeña y antigua vivienda que Frieda y su hermano compartían, en una de las zonas más tranquilas de la ciudad, era un completo desastre de formas y colores.

Muebles de segunda mano totalmente dispares, paredes pintadas de tonos fuertes y alegres y un sinfín de cosas repartidas por un lado y otro, eran lo que uno podía encontrarse al llegar allí.

Su cuñada era alguien entusiasta por naturaleza, así como infinitamente cálida, algo que se apreciaba en todo el entorno que la rodeaba. Quizá por eso, se dijo Eren, todo aquel torbellino de estantes pintados en verde, anaranjadas paredes y mobiliario rojo y amarillo, parecía un enmarque perfecto para la alegre Frieda. Cada vez que esta había tenido que asistir a las cenas familiares con Zeke, Eren había visto reflejado en su bonito rostro, el mismo disgusto que él sentía en aquel monótono entorno.

—¿Qué vas a querer hoy para cenar? —le preguntó su cuñada, arremangándose hasta los codos las mangas del entallado suéter azul que llevaba, atando luego su colorido delantal de cocina en torno a su delgada cintura.

—Hamburguesas con queso —respondió Eren esperanzado, ante lo que esta sonrió.

—Serán hamburguesas entonces —accedió, lavándose las manos en el fregadero antes de ponerse a trabajar—. ¿Y tu hermano dónde está?

—Duchándose, desde hace más de media hora. Creo que quiere ahogarse allí dentro.

Frieda suspiró.

—¿Tan mal fueron las cosas con Dina?

Él se encogió de hombros.

—Digamos que ni siquiera le dirigió la palabra cuando fuimos a despedirnos. Que haga eso conmigo es bastante normal, pero con Zeke…

Los celestes ojos de Frieda se entrecerraron con cierta molestia al oír el nombre de la madre de Zeke, porque a pesar de que ambas solían tolerarse, no lograban llevarse del todo bien. Su cuñada no perdonaba a esta por el maltrato constante al que —en su opinión— sometía a Eren, y Dina puso el grito en el cielo cuando se enteró de que su queridísimo y perfecto hijo, había decidido romper un compromiso arreglado desde hacía años con la hija de un amigo de la familia Fritz, para emanciparse con una simple maestra de escuela primaria.

Por supuesto, su madrastra había insistido en que la culpa de todo aquello la tenían los malos genes de Grisha para sus elecciones amorosas, mientras que él —por una vez en el papel de simple espectador—, tan solo llegó a la conclusión de que la vida a veces encontraba maneras bastante divertidas de dar golpes mortales.

Aun así, Eren insistía en que Zeke había sido muy afortunado al conseguir gustarle a Frieda, porque esta valía por un millón. No solo era amable y bonita en extremo, sino que también inteligente, motivo por el cual había rechazado a su hermano tantas y tantas veces antes de terminar aceptándole una cita.

La historia de Zeke y su novia era en verdad una cosa muy divertida, a su parecer. La primera vez que ambos se conocieron, su hermano era todavía un simple estudiante de Medicina cursando su cuarto año; un tonto estudiante que tuvo la suerte de que aquella joven maestra llegase a urgencias con uno de sus alumnos que repentinamente había enfermado en clases.

Zeke, que tuvo un flechazo nada más verla, había intentado impresionarla realizando un trabajo estupendo; pero cuando aprovechó la gratitud de esta para conseguir su número, Frieda lo rechazó sin piedad alguna, asegurándole que lo último que haría en su vida, sería salir con un médico.

Luego de aquel rechazo, su hermano se había esforzado durante seis largos meses para conseguir que la joven maestra le prestase al menos un poquito de atención; meses en los que Eren había muerto de la risa cada vez que Zeke le contaba sobre sus desventuras amorosas, porque Frieda realmente no quería saber absolutamente nada de él.

No obstante, la suerte fue benevolente con su hermano mayor y le sonrió una vez más, presentándole la oportunidad perfecta cuando, en una de las tantas visitas que efectuaba a la escuela donde la chica trabajaba, uno de sus alumnos tuvo un accidente y este se apresuró a prestarle atención médica. Tras eso —y comprendiendo que no era del todo un inútil—, Frieda al fin cedió y aceptó ir a una cita con Zeke, cayendo por completo a los pies de su hermano cuando el muy idiota se pasó prácticamente toda la velada hablando de Eren, dando pie a que la maestra hablase de su hermana pequeña, Historia, comprendiendo así que, a pesar de todas sus diferencias, al menos tenían algo importantísimo en común: ambos sufrían de un terrible complejo de hermanos menores.

Por ese motivo, se dijo Eren, Zeke le debía su felicidad. Sí Frieda era ahora su novia, era todo gracias a él.

Sacando de la nevera lo que iba a necesitar para cocinar, su cuñada bufó enfadada antes de proseguir criticando a la madre de su novio:

—Esa mujer es una completa terca; además de fría e insensible. Sé que a pesar de todo Zeke la quiere y por eso la soporta, pero si sigue así, incluso acabará por perderlo a él.

Eren asintió, no pudiendo más que estar totalmente de acuerdo con ella.

—¿Y cómo está Historia? Mi hermano me ha dicho que quizá podremos ir a esquiar juntos por las vacaciones de Navidad.

Nada más oír el nombre de su hermana menor, el rostro de Frieda se iluminó, tal como él esperaba que hiciese. De inmediato, su cuñada comenzó a hablarle de la chica, contándole cómo le estaba yendo en su penúltimo año de secundaria en la escuela femenina a la que asistía.

Al igual que en su propio caso, Historia —que era la hija ilegítima de Rod Reiss, el padre de Frieda, y once años menor que esta— llegó a formar parte de la vida de su hermana al quedarse huérfana tras la muerte de su madre, cuando apenas contaba con nueve años. No obstante, mientras que a Eren le tocó sufrir en una casa donde su madrasta se encargaba a diario de recordarle que era una completa molestia, la pequeña Historia fue mucho más afortunada, pues como su padre había enviudado hacía poco y vivía solo en compañía de su hija mayor, vio en la llegada de la niña un regalo de la vida, por lo que esta había crecido siendo increíblemente querida por ambos.

A los doce años, lo cierto era que él había detestado un poco a la hermana menor de Frieda, no solo porque esta fuese una niña malcriada y aburrida en su opinión, sino que sobre todo por la injusticia y disparidad que sentía en sus vidas a pesar de ser tan similares; aun así, a medida que fueron creciendo y conociéndose mejor, Eren comenzó a sentirse a gusto en compañía de Historia, llegando a llevarse bien a pesar de no tener casi ningún interés en común.

Durante un tiempo, él se había percatado de las secretas esperanzas que parecía guardar su cuñada en el hecho de que más adelante tal vez ambos se gustasen como algo más que solo amigos, pero al comprender que eso no sería así, nunca, Frieda acabó resignándose ante la idea, agradeciendo de que al menos ya se llevasen bien y ninguno de ellos acabara llorando de rabia y frustración en cada nuevo encuentro.

El timbre de su móvil, anunciando un mensaje entrante, lo puso de inmediato en alerta, sobre todo cuando al desplegar la pantalla vio que, tal como secretamente ansiaba, era la respuesta de Rivaille que había estado esperando.

Este, como venía haciendo desde la noche anterior, se burlaba sutilmente de él y su inmadurez ante la perspectiva tan bobamente romántica que tenía de una de las últimas novelas que acababa de leer; pero en vez de sentirse molesto u incómodo porque no validase su opinión, Eren se encontró fascinado con la forma en que aquel hombre analizaba el libro y a sus personajes, tanto que se prometió a sí mismo que, una vez regresase a casa, comenzaría enseguida a releer la novela.

Apresurándose a escribir una respuesta que lo dejase satisfecho, se concentró por completo en ello durante los siguientes minutos, sintiéndose totalmente avergonzado cuando, una vez hubo enviado el mensaje, descubrió que la celeste mirada de Frieda estaba posada sobre él. Esta, viéndolo con sus negras cejas arqueadas y una sonrisa dibujada en sus rosados labios, parecía en verdad muy divertida ante la idea de haber descubierto su secreto.

—Vaya, ¿así que tenemos una novia, Eren?

Sintiendo que el rostro le ardía a causa de la vergüenza, él dejó el móvil apagado sobre la mesa y comenzó a descascarar con sus uñas el esmalte de las pocas que aún le quedaban pintadas.

—Podría ser un novio.

Su comentario había sido una broma, por supuesto, pero aun así permitió que cierto deje de verdad se colara en sus palabras, tal vez porque quería saber cómo reaccionaría su cuñada al respecto.

Fue más o menos a los trece años, que Eren comenzó a sospechar que sus preferencias iban más por el lado de los chicos que por el de las chicas, a diferencia de la mayoría de sus compañeros, quienes no dejaban de molestar y hacer el tonto frente a las niñas que les gustaban para que les prestasen atención. Y, cuando a los catorce lo supo seguro, más que asustarse o avergonzarse por ello, como a otros muchos chicos en su situación les ocurría, decidió que le daba igual. Después de todo, desde un comienzo él no había encajado en ningún sitio; que fuese gay, de seguro sería algo que Dina hasta esperaría de su parte, para así seguir siendo la perfecta mancha deshonrosa de su perfecta familia.

Para que desilusionarla entonces.

La expresión de Frieda se llenó de sorpresa un instante tras oír su respuesta, pero enseguida sus celestes ojos, bordeados de largas y oscuras pestañas, se ablandaron y sonrieron, como si lo entendiese bien; probablemente porque sí lo hacía.

—A él no le importará en absoluto, ¿sabes? —comentó esta, echando la carne picada a un bol para comenzar a prepararla—. Chica o chico, mientras tú seas feliz, Zeke será feliz por ello.

—Lo sé —reconoció Eren echándose para atrás en la silla, comenzando a balancearse sobre las patas traseras de ella—, pero prefiero esperar un poco más. Ya suficiente estrés debo aguantar cada vez que Mikasa, Annie o Historia salen con nosotros; creo que mi hermano siempre espera que en cualquier momento le confiese que estoy enamorado de alguna de ellas. No podría soportar que pasase lo mismo cuando esté junto a Armin o Jean.

Su cuñada soltó una alegre carcajada y le sonrió.

—¡Lo haría, lo haría! ¡Zeke es un sobreprotector de lo peor!

—Totalmente —respondió él, sonriendo a su vez.

—Hey, ¿de qué hablan ustedes dos? —preguntó Zeke, entrando en la cocina vestido con un gris chándal de andar por casa y el rubio cabello todavía húmedo de la ducha.

Cuando se acercó a Frieda para dejar un beso en su frente, esta intercambió una rápida mirada con él, ante lo que ambos rompieron a reír al mismo tiempo, dejando a su hermano por completo confundido.

 

——o——

 

Una vez salió de la ducha y tras ponerse el desgastado chándal negro que solía utilizar como pijama, Eren, sintiendo como el cansancio de toda la semana lo invadía de golpe, se dirigió hasta su cuarto al fondo del corredor. Nada más cerrar la puerta, se dejó caer como un peso muerto sobre la roja colcha de la cama con el cabello todavía húmedo, encontrándose demasiado perezoso para hacer siquiera el esfuerzo de secarlo.

A diferencia de la habitación que tenía en casa, donde Dina había insistido para que su amadísimo estilo minimalista también primara, el pequeño cuarto que poseía en casa de Frieda y su hermano era por completo diferente, con estanterías de madera repletas de libros, cómics y videojuegos que decoraban buena parte de las rojas paredes, y llena de colores donde el blanco no tenía ni siquiera un mínimo espacio.

La cama de una plaza, junto a la diminuta mesilla de noche de madera, ocupaba la pared junto a la puerta, mientras que el desgastado escritorio de segunda mano —que habían conseguido de rebajas en un mercadillo el año anterior—, se hallaba en la otra esquina, al igual que el armario empotrado y la ventana de verdes cortinas que daba al salvaje e indómito jardín de Frieda.

Durante unos minutos, Eren se pensó seriamente el si debía o no encender la televisión para ver alguna película, o quizá conectar su consola para jugar un rato si es que Jean y Armin estaban también en línea, ya que aún no daban las once; sin embargo, la pereza que lo embargaba resultó tan extrema, que simplemente se rindió, quedándose tumbado allí sin ganas de hacer nada por su vida aparte de seguir respirando.

Mientras contemplaba la pared, donde semanas atrás había escrito con rotulador negro algunas citas de los libros que más le gustaban, se topó con una de Rivaille que para él había sido en su momento especialmente significativa. Una cita que hablaba sobre el hecho de que, si para una oruga el convertirse en mariposa era su sueño, entonces, ¿con qué soñaban las mariposas?

A sus trece años, Eren lo había pensado muchísimo tras leer la novela, principalmente porque Rivaille lo había dejado al cierre de todo, siendo a propósito una pregunta abierta para el lector. Durante un tiempo él había creído que ese sueño debía ser algo trascendental, algo que convirtiese la efímera vida de la mariposa en algo tan importante que jamás pudiese olvidarse; ahora en cambio, más mayor, más curtido hacia el dolor que en un momento amenazó con consumirlo, sentía que la respuesta a esa pregunta era mucho más simple.

Rivaille nunca esperó que nadie encontrase aquella respuesta, porque Eren mismo era la respuesta; o por lo menos eso era lo que él deseaba creer.

Observando aquella cita una vez más, pensó en todo lo que había ocurrido durante aquel día. En Dina enfurecida con él por romper una vez más las reglas al saltarse su castigo y en Zeke prometiéndole que lo sacaría de aquella casa, como tantas veces había soñado que fuese.

Si Eren a sus doce años había sido la oruga aprisionada en la trampa del dolor de su pérdida y luto, de una familia donde no encajaba del todo porque no se sentía aceptado ni querido, a sus casi dieciséis ya era la mariposa que había salido de la crisálida. Era mayor, era más fuerte y sabía bien que podría sobrevivir en ese mundo tan duro, aunque no siempre le gustara; sin embargo, ¿cuál era su sueño?

En la novela, Andreas estaba maldito, y no solo por vivir atrapado dentro de una familia que no le quería y lo cargaba de altísimas expectativas que jamás podría cumplir, sino que también porque todo aquel que era bueno con él y llegaba a amar, desaparecía. Era una maldición, o un castigo pensaba este, por lo menos hasta que comprendió que sus amigables fantasmas no eran reales, jamás lo habían sido; tan solo eran, él mismo. Él mismo proyectando en su mente el como deseaba ser y deseaba sentirse. Eran él mismo protegiéndose en un mundo de fantasía hasta que fue lo suficientemente maduro para saber que las únicas expectativas que debía cumplir eran las propias, y que quien más debía amarlo, era él, porque nadie jamás podría llegar a entenderlo y conocerlo como él mismo lo hacía.

Trampa de Mariposas era, en resumen, una novela para adultos escrita como si fuese un cuento para niños. Era una historia llena de fantasía y hechos imposibles, hasta que comprendías, casi llegando al final, que toda la magia era solo la realidad vista a través de ojos infantiles. A los lectores les había encantado tras su lanzamiento, y Eren creía comprender el porqué. Su madre le había dicho siempre que por mucho que uno creciera, por mucho que la vida obligase a madurar, en el fondo siempre se seguía siendo un poco niño, y algo que la lectura de aquella novela lograba, era llevar a quien la leía de regreso a la olvidada infancia.

En su caso, no obstante, aquella novela en verdad lo había salvado años atrás. Eren sabía de primera mano lo mucho que sufría Andreas a causa de su familia, porque lo experimentaba cada día, y por eso, a sus trece años, se convenció de que, si este había sido capaz de hallar amor y esperanza en la música, logrando cumplir su sueño, entonces allá afuera también debía haber algo esperando por él, aunque todavía no lo descubriese.

Trampa de Mariposas había sido su respuesta y su refugio; la certeza de que, a pesar de lo mucho que en ese momento sufría, las cosas en un futuro podrían ser diferentes. Él no sería un niño para siempre, aunque la adultez de momento le pareciese una meta muy lejana, y cuando ese momento llegase, cuando se convirtiera en mariposa, ya no tendría que seguir sumido en el dolor y el miedo. Solo tenía que seguir esforzándose en vivir y aprendiendo a amarse.

Pensando en todo lo que había hablado con el joven escritor desde la noche anterior y en como su percepción de este había cambiado por completo, Eren se preguntó una vez más que habría sido lo que pasó por la cabeza de este al escribir Trampa de Mariposas. ¿Realmente Rivaille lo había escrito para él o existía algún otro mensaje oculto dentro de la novela? Durante su intercambio de mensajes con el otro hombre, aquel libro había sido un tema importante que les ocupó unas cuantas horas de la noche, pero todavía así sus dudas seguían sin respuesta debido a su cobardía.

Tomando el móvil de la mesilla de noche, Eren comenzó a releer todos los mensajes que había intercambiado con este desde el día anterior. Eran sesentaiocho en total, de momento al menos; algunos más largos, otros más cortos, pero todavía así, cada uno de ellos inesperadamente significativo. Por primera vez estaba descubriendo que su ídolo era también un simple humano, como él mismo, y daba un poco de miedo que ese descubrimiento solo hiciese que Rivaille Ackerman le gustase todavía más.

Un mensaje de Armin saltó en la pantalla, desconcentrándolo de su relectura y regresándolo a la realidad.

Su amigo le preguntaba cómo habían ido las cosas con Dina esa tarde, si se encontraba bien y ya en casa de Zeke; mensaje que fue seguido por una fotografía de Armin con el imbécil de Jean enseñándole el dedo medio, diciéndole que se estaba perdido una estupenda noche de videojuegos por idiota y que se conectase de una vez para que jugaran en línea.

Eren se apresuró a responderle a ambos, intercambiando un par de mensajes con ellos durante unos cuantos minutos, contándoles lo ocurrido esa tarde con su madrasta. Sin embargo, cuando un nuevo aviso de correo saltó la alarma, se despidió de sus amigos a toda prisa, ansioso por corroborar si este era la respuesta de Rivaille que llevaba horas esperando.

Tal como ansiaba, el mensaje era una vez más del joven escritor, replicando a su contestación del correo anterior con un sarcasmo frío y filoso que a él le pareció muy divertido.

A diferencia de sus novelas, donde la escritura utilizada por este era preciosa e impecable, Eren había descubierto que Rivaille en verdad era terriblemente deslenguado y solía utilizar un montón de malísimas palabras que habrían hecho a Dina empalidecer de horror. Seguía siendo el mismo, por supuesto, con su mente despierta y aquella forma de ver el mundo que a él lo había fascinado desde la primera vez que lo leyó; pero, de igual manera, no perdía aquel modo mucho más humano que Eren ya había vislumbrado.

Una vez acabó de escribir su respuesta, la releyó un par de veces a conciencia y se decidió a enviarla; no obstante, a último momento, una idea boba cruzó su mente, de aquellas que él sabía solo podían traerle problemas, muchísimos, y que aun así lo hacían llenarse de estúpido valor suicida.

Tras contemplar nuevamente la cita de Rivaille que tenía grabada en la pared, Eren tomó su decisión y escribió a toda prisa: «La mariposa sueña con ser libre». Un mensaje tonto que bien podría no significar nada o a la vez significarlo todo, dependiendo, claro, de la respuesta que el otro le diese. Un mensaje que, quizá, despedazaría su tonta ilusión infantil o la convertiría en una ansiada realidad tangible.

Diciéndose que si ya estaba siendo un idiota osado bien podría serlo un poco más, apuntó en el mensaje su número de móvil y se apresuró a enviarlo, antes de que pudiese arrepentirse. Una vez apareció en la pantalla la confirmación de envío, con el corazón acelerado y el estómago encogido, se preguntó si acaso su audacia lo habría arruinado todo.

Durante toda la siguiente hora, Eren no obtuvo respuesta alguna por parte de Rivaille, por más que revisó su correo unas mil veces, intentando no darle importancia a ese hecho, ya que aquella no era la primera ocasión en que el otro tardaba en contestar.

Aun así, mientras luchaba en vano para concentrarse en la novela policiaca que estaba leyendo, su traicionero cerebro no paraba de decirle a cada segundo que la había jodido, jodido de verdad. Que, probablemente, Rivaille había terminado cansándose de él y su infantil estupidez, por lo que no volvería a contestarle; después de todo, ¿porque siquiera debería hacerlo cuando él solo era un adolescente de quince años al que de seguro le doblaba la edad y la experiencia en la vida?

Sumido en pleno ataque de autorrecriminación, Eren estuvo a punto de caerse de la cama cuando un nuevo mensaje llegó a su móvil, pero al ver que era del imbécil de Jean, provocándolo nuevamente, la tentación de lanzar el aparato al otro lado del cuarto lo golpeó fuerte, aunque logró contenerse.

No quería ni imaginar lo que diría Dina de él si le pedía a su padre un nuevo móvil por haber destruido ese.

Nada más acabar de insultar al idiota de Jean y a su familia equina hasta tres generaciones atrás, un nuevo mensaje hizo aparición en su campo de visión, avisando en esa oportunidad que era de un número desconocido.

«Vete ya a dormir, mocoso de mierda».

Sintiéndose casi desfallecer a causa de los nervios y la emoción, Eren releyó el mensaje una y otra vez, preguntándose qué era lo que debía hacer a continuación, si responder a Rivaille o no hacerlo; si debía esperar hasta el día siguiente o si siquiera podría hacerlo. Su cabeza era una amalgama de dudas nerviosas y exacerbadas, pero antes de que pudiese tomar una decisión, un nuevo mensaje hizo su entrada, haciéndole contener el aliento.

«Buenas noches, Eren», fue todo lo que este le había escrito. Tan simple y conciso como eso. Tan parco y limitado en palabras como siempre se había mostrado Rivaille con él desde que comenzaron a mensajearse.

Aun así, ya no era solo «mocoso», se dijo. Era «Eren». Era simplemente «Eren», y eso le pareció absolutamente maravilloso, porque a pesar de que llevaban un sinfín de mensajes intercambiados entre ambos, él jamás le había dicho a este su nombre.

La mariposa ya tenía su respuesta. 

Notas finales:

Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Espero de corazón que el capítulo resultase de su agrado y valiera la pena el tiempo invertido en él.

Lo siguiente, es disculparme por la enorme demora en actualizar esta historia, pero entre una cosa y otra que nos ha tocado pasar en este año tan complicado, fueron cuatro meses de espera entre un capítulo y otro, lo que es mucho incluso para mí y mis tiempos lentos. Aun así, ya vuelvo a retomar el ritmo de todas las actualizaciones con normalidad, por lo que si todo marcha bien, la siguiente actualización de Anonymous no debería tardar tanto.

Por lo demás, solo espero que el capítulo les gustase, ya que esta vez ha tocado una vista a la vida de Eren en un 100%. Originalmente un poco de Levi también iba a estar incluido en este capítulo, pero debido al largo que este ya tenía, deberemos esperar hasta la siguiente actualización para volver a tenerlo presencialmente en escena.

Como ya había mencionado con anterioridad, una de las cosas importantes dentro de la historia son los libros escritos por Levi, ya que todos tienen un motivo y una razón importante que enlaza su historia con Eren y con otras personas. En esta oportunidad el elegido ha sido Trampa de Mariposas, la novela que Levi escribió para Eren cuando este era niño y ni siquiera lo conocía, años atrás. De ahí el título, la cita y el cómo esta misma dio paso a que Eren saliese de su duda sobre si el libro había sido o no escrito para él.

También reitero que la historia tendrá un avance un poco lento. De alguna manera Eren y Levi sí se han ido acercando a pesar de no haberse visto jamás personalmente; ya han pasado de compartir mensajes de correo, mucho, a intercambiar números de móvil, pero por lo demás, ellos no solo viven en ciudades diferentes, sino que también tienen vidas por completo diferentes que, bueno, en algún momento acabarán colisionando, aunque falte un poquito para eso.

Y bueno, solo espero que este tan tardado segundo capítulo les gustase, que fuese entretenido y dejara con ganas de saber qué pasará en el siguiente. Esta vez prometo que la actualización será más pronto que tarde.

Para quienes leen el resto de mis historias, aviso que para este domingo toca el turno del capítulo 3 de Tú + Yo = Allegro, y para martes y miércoles de la semana siguiente, el capítulo 39 de In Focus. Todo por completo para el fandom de SnK.

Una vez más muchas gracias a todos quienes leen, comentan, envían mp’s votan y añaden a sus listas, marcadores, favoritos y alertas. Siempre son el mayor incentivo para continuar por aquí.

Un abrazo a la distancia y mis mejores deseos para ustedes.

 

Tessa.


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