Lo primero que sus retinas capturaron cuando sus párpados volvieron a abrirse, fue el destellante halo de luz de unos rayos de sol. El hombre parpadeó repetidamente hasta que su visión pudo aclararse. La luminosidad que emanaba del astro incapacitó durante un momento uno de sus sentidos más preciados. Siendo un shinobi, la capacidad de ver era una gran defensa. Orientar su anatomía a su nuevo entorno le costó más de lo que le hubiera gustado, si el escenario fuera el campo de batalla, él estaría muerto por su lentitud. Pero para su suerte, ese no era el destino que tenía trazado. Las grandes y blancas manos avezadas en el arte de la guerra adornadas con distintivas cicatrices se posaron en el suelo. Su epidermis sintió algo suave, entre sus dedos tomó un par de las pequeñas hilachas que brotaban de la tierra. Era pasto. Tirado boca arriba, Tobirama elevó una de sus manos hacia sus ojos para protegerlos del sol con la palma expuesta hacia el cielo.
Asegurarse de que estaba solo fue fácil, simplemente tuvo que sentir.
El suave bullicio emitido por el trinar de los pájaros y el aire bailando entre las hojas de los árboles le relajaron profundamente. Incluso podía escuchar a lo lejos el agua que corría libre en algún río de los alrededores. Tobirama se obligó a enforcarse en lo verdaderamente importante. Debía conocer su entorno para poder orientarse. Inhaló profundamente mientras quitaba la extremidad que cubría sus ojos para poder nuevamente el mundo. La segunda cosa que vio Tobirama cuando sus pupilas fueran capaces de capturar la imagen fue un cielo extremadamente azulado con algunas pocas nubes moteando el firmamento. El sol emitía su luz orgulloso mientras se comenzaba a alzar en la mitad del cielo. Bajó la mirada mientras se erguía y el Nidaime observó el verde característico de las hojas de los árboles, arbustos y matorrales.
Tobirama realmente apreció el magnífico paisaje que le había dado la bienvenida luego de su sueño. Pero no sabía dónde carajos estaba. Y eso era una desventaja que debía eliminar.
El hombre revisó rápidamente el equipo que traía consigo hasta que cayó en cuenta que él debía estar muerto. Recordaba el desenlace de Primera Guerra, pero también recordaba el Edo Tensei que le devolvió la vida dos veces por deseo de Orochimaru, el fatal alumno de su discípulo. Por consecuencia, el Segundo Hokage conocía el desenlace de la Cuarta Guerra y la decisión del Sabio de los Seis Caminos con respecto a la Resurreción del Mundo Impuro. Oh, oh. Él realmente debía estar muerto. Tobirama deseó patear al desalmado que había ido en contra de la decisión de Hagoromo. ¿Realmente lo llamaban nuevamente a la vida? ¿Qué debía hacer ahora? El Senju deseó no tener que luchar en otra guerra entre naciones, porque ellos habían logrado seguir la Voluntad de Fuego y transmitirla a todos los ninjas del mundo shinobi, ellos habían traído la paz después de años de lucha.
La tercera cosa que observó Tobirama ese día, fueron sus manos. Él recordaba que los productos obtenidos del Edo Tensei tenían peculiares características. Una de ellas eran las extrañas líneas que le daba un aspecto agrietado a la piel de los reanimados. Los trazos negros se esparcían por todo su cuerpo, incluyendo sus manos. He ahí el detalle. Cuando el Nidaime las observó, vislumbró que estaban pulcras en comparación a sus últimas resurrecciones, casi como si estuviera vivo. El hombre de cabello claro frunció el entrecejo como una clara señal de incredulidad. Nuevamente habían modificado —y mejorado— su Jutsu. Para su beneficio —o desgracia— Tobirama era una persona a la cual le gustaba cubrir terreno y tener el control de la situación —después de todo, era un brillante estratega— por lo que no dudó en llevar un par de dedos hacia la arteria en su cuello que indicaba las leves pulsaciones de los latidos del corazón. Cualquiera que creyera ser revivido por el Edo Tensei pensaría que hacer aquello era una estupidez. El corazón era inexistente en los reanimados. Aunque aquella fuera una situación casi imposible, nuevamente Tobirama Senju demostraba tener la razón.
Su corazón latía furiosamente dentro de su pecho enviando sangre a través de sus arterias y venas hacia todo su cuerpo.
Oh, oh. Tobirama realmente estaba vivo.
El hombre simplemente suspiró. Él evitaba dejarse nublar por las emociones, era alguien pragmático y asertivo, pero era humano, por lo que se podía permitir pequeños deslices en situaciones en las que no había alguien intentando matarle.
Tobirama volvió a suspirar antes de emitir una maldición.
—… Mierda.
Se recompuso lo más rápido que pudo antes de estirar sus extremidades para asegurarse de que todo estaba en su lugar y en perfectas condiciones. Su chakra se sentía normal, por lo que dudaba padecer algo que obstruyera la mezcla de flujo espiritual y físico. Volvió a inhalar aire antes de lanzarse hacia una de las ramas de los árboles para comenzar a buscar un punto que le ayudara a obtener una mejor visión. Agradeció no haber caído de bruces al suelo una vez que dio el primer salto a los árboles, no hubiera sido agradable y, ciertamente, agradecía no haber tenido que recibir un golpe contra la tierra. Tobirama sonrió cuando un árbol que estaba lo suficientemente estirado hacia el sol le podría permitir una mejor visión de su entorno. El hombre lo escaló rápidamente hasta que pudo apreciar al oeste el Monumento Hokage. Desde el punto en el que estaba, la visión era borrosa, pero Tobirama sabía que ese montón de rocas un sucio color crema era una de las características más sobresalientes de su aldea. El Segundo Hokage no dudo bajar del árbol para iniciar el recorrido en dirección al oeste.
Tobirama realmente se valía su título como el ninja más veloz de su época. Nuevamente, el hombre debió buscar un lugar para poder observar el Monumento. La geografía del lugar le había acercado a un acantilado que se imponía lo suficientemente cerca de la aldea para poder ver sin problema el monumento, pero evitando ser visto por ojos normales. El rostro de Hashirama estaba tallado al igual que el suyo e incluso, el de Sarutobi. Los juveniles rasgos de Minato se alzan imponentes en el Monumento al igual que el de sus antecesores. Tobirama sabía que hasta ese punto todo iba bien., pero debería estar tallado el rostro de Tsuna.
Y el rostro de su sobrina-nieta faltaba.
—Carajo…
Entonces Tobirama supo que todo estaba jodidamente mal.
El hombre se centró rápidamente evaluando la situación. No era estúpido ni emocional, era un ninja entrenado que pocas veces —rozando la nulidad— sucumbía ante alguna emoción. Él podía manejar situaciones difíciles y salir beneficiado. Tobirama se retiró del lugar para ir a otro más apartado.
El camino se volvió cargado de preguntas para sí mismo.
“¿Ocultar mi identidad?”
Tobirama había trazado un plan en poco tiempo. Si estaba en el pasado, antes de ocurriera toda esa desgracia, probablemente podría evitarla