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Edge por Lovis_Invictus

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Contenido sensible: Menciones de maltrato intrafamiliar

[Spoilers generales de la saga de Harry Potter. Añadiré o retiraré cosas canon también dependiendo del cómo guste que vaya la historia]

————— [ • • • ] —————

Salir de casa fue una tarea que requirió mucho más esfuerzo del que, para su desgracia, Sirius poseía en esos momentos; debía admitir también bajo sumo pesar que de no ser por la poción curativa que Regulus le había dado hacía unas horas atrás, probablemente ahora se encontraría inconsciente sobre el duro suelo de piedra en su solitaria habitación dentro de Grimmauld Place, eso sin mencionar que el irritante elfo doméstico, quien seguía a su hermano cuan polluelo abandonado, le había aligerado el camino al desactivar, bajo estricta orden de Regulus, todas las alarmas y escudos mágicos que protegían con recelo la morada de los Black.

Tras hacer un desastre en el salón principal de la casa, pegando fotografías muggles a la paredes con hechizos básicos (lo cual arremetió en su sistema con una sensación aún mayor de debilidad, aunque no se arrepentía de nada), corrió casi en pánico por un par de calles, con una enorme sonrisa dentada adornando su rostro demacrado y nuevas emociones desconocidas que hacían a su corazón latir hasta el punto de doler, pero con el reconfortante presentimiento de que tal vez las cosas finalmente podrían comenzar a mejorar para él.

Vagó durante unos minutos en el frío cortante de la mañana, caminando perezosamente entre calles que no recordaba haber visto demasiadas veces, admirando como los primeros rayos de sol hacían desaparecer las estrellas, mientras el sonido de él arrastrando dos maletas y su cofre con el escudo de Hogwarts se mezclaba entre el ruido del mundo muggle al despertar. Justo cuando estaba comenzando a sentir sus piernas fallar debido al cansancio, el estruendoso ruido de un vehículo frenando en seco tras sí le sacó el susto más grande de su vida; un enorme autobús de tres pisos, cuya carrocería brillaba bajo un color violeta claro, abría su puerta delantera frente a la atónita mirada de Sirius.

— Autobús Noctámbulo— exclamó una voz nasal en tono amable, su dueño era extraño anciano de aspecto... extraño, no tenía otra palabra para describirlo, con sus enormes ojos negros y el cabello así de mal acomodado daba la ilusión de ser un búho enorme y aterrador— Once sickles a la ubicación que quieras, amigo

Sirius parpadeó incrédulo, virando sus ojos de la gran estructura al extravagante hombre. Sí, había escuchado a su madre quejarse sobre el Autobús Noctámbulo más de una vez, llamándolo "una bajeza de la peor calaña", pero no tenía ni la menor idea de cómo lucía, y para ser honesto consigo mismo, toda la situación le había dejado demasiado perplejo. Sin saber bien porqué lo hacía, tomo sus maletas y subió al autobús. Dentro del transporte el ambiente era un poco oscuro, había algunas velas apagadas sobre a las paredes laterales y las cortinas frente a las ventanas estaban cuidadosamente recogidas. Algunas camas estaban repartidas dentro del espacioso lugar y los pocos asientos disponibles no parecían estar atornillados al resto del vehículo— Al centro de Londres— susurró con la voz ronca tras darle el dinero al anciano chófer, dejándose caer sobre el suelo alfombrado con su equipaje a un costado.

Y se arrepintió de haber entrado apenas el viejo arrancó.

El desgraciado conducía como si el diablo lo estuviera persiguiendo para cobrarse una deuda.

Al final su cuerpo adolorido terminó estampado contra la parte trasera del autobús, entre equipaje ajeno y otros pobres pasajeros, aunque viendo el lado bueno, sí lo habían llevado al centro de Londres.

Agradeció al los astros cuando sus pies pudieron tocar el asfalto duro otra vez; si antes se sentía físicamente mal ahora podría asegurar sin atisbo de duda que estaba a poco de desmayarse. Sin mucho entusiasmo miró a su alrededor, buscando entre los locales recién abiertos algo que pudiese ajustarse a las necesidades básicas que llevaban días aumentando, al punto de ser casi insoportables. A sus ojos se iluminó un modesto restaurante de comida rápida, lucía pequeñito al lado de los enormes edificios que le rodeaban imponentes, era un sitio perfecto para llenar su vacío estómago y aprovechar para vaciar la vejiga; decidido y contento esperó a que el semáforo cambiase a rojo, al tiempo que sus entrañas rugían por el delicioso aroma a comida poco saludable que inundaba el ambiente.

 

[ • • • ]

Está anocheciendo, el resplandor naranja del sol cayendo hacia el horizonte se cuela tímidamente entre las gruesas nubes grises que cubren el área, frío viento invernal azota las delgadas paredes de madera en las descuidadas casas de La Hilandera, mientras nieve gris con aspecto lodoso tapiza sus calles solitarias llenas de basura.

El ruido estrepitoso de una botella estrellándose contra la pared retumbó entre las mohosas paredes de una de esas viejas casas, quebrando el silencio mortuorio de todo el lugar. Severus se hizo un ovillo sobre el sofá, cubriendo su rostro de los cristales rotos que rebotaron desde unos centímetros sobre su cabeza; la lenta pero progresiva sensación de humedad bajándole por la espalda y el pecho, junto al horrible aroma de cerveza barata, se iban haciendo más presentes a medida que pasaban los segundos. Las heridas abiertas sobre su piel ardían cuando aquel asqueroso líquido pasaba por encima de ellas, haciéndole sisear en voz baja.

Se quedó quieto sobre su lugar, en silencio, admirando las horribles manchas café oscuro que la sangre de Eileen había dejado sobre el suelo de madera a unos metros de donde él estaba, mientras su padre despotricaba hacia todo y nada con malas palabras, entre lanzar cosas y empujar muebles. Los desmedidos gritos de Tobías sólo eran opacados por su evidente estado de embriaguez.

— ¿Dónde demonios está tu estúpida madre?— preguntó irritado, saliendo desde la pequeña cocina con otra botella de cerveza en sus manos. Sus pasos se tambaleaban un poco menos que hacía unas horas, por lo cual el efecto del alcohol comenzaba a desaparecer y, para ser honesto, Severus no sabía si eso significaba buenas o malas noticias.

Un suspiro agotado salió de entre los agrietados labios del chico, sin levantar la cabeza subió su mirada apagada para centrarla sobre la desliñada figura de su padre; apenas verlo inmediata e inconscientemente su rostro dejó aflorar una mueca desdeñosa repleta de asco, mientras pensaba en lo mucho que odiaba el horrible parecido existente entre ambos.

— Bajo una tumba sin nombre en el cementerio público ¿En dónde más si no?— respondió finalmente, la ira por lo sucedido hacía unos meses junto al miedo por desconocer las futuras reacciones de aquel impredecible sujeto provocaron que su voz temblara, a pesar de que, a su vez, iba cargada de una fuerte ironía. 

— ¡No estoy para estar soportando tus estúpidos juegos, mocoso idiota!— Tobías gritó, reventando en cólera, enviando la casi vacía botella hacia el suelo, lo más cercano posible a los pies del muchacho, quien gracias al susto dio un pequeño salto, subiendo sus piernas al desgastado cojín verde limón del sofá.

— ¿Juegos? — preguntó Severus con las cejas juntas en una sincera expresión confundida— No me digas que el alcohol finalmente te está atrofiando la memoria, anciano

— ¿Dónde está tu madre?— Repitió Tobías, su voz ronca por el exceso de licor y los gritos que hubo dado a lo largo de todo ese rato remarcaba aterradoramente cada palabra, la mirada desbordante de ira se dejó caer sobre la malnutrida figura de su único hijo.

Aquella actitud tan ajena a los horrendos sucesos que se habían susitado hacía unos meses llenaron de rabia al dolido adolescente, quien ni corto ni perezoso se incorporó de su capullo de seguridad, quedando aún sobre su asiento pero con las piernas abajo, la espalda recta y un notable rostro agrio. No pensaba dejar que el desgraciado que les trajo tanto dolor se olvidara de sus pecados, incluso si eso significaba tener que pasar días golpeando a un anciano con demencia mientras le repetía en órden cronológico sus abusos, Tobías Snape iba a recordar cada maldito detalle.

— Tú la mataste, imbécil, hace cuatro meses, de hecho; cuando quiso defenderme de ti le clavaste una navaja oxidada entre las costillas y se desangró justo en el mismo sitio donde estás parado. Mira hacia abajo, Tobías, hay pruebas de tus sucias acciones, por si las has olvidado

— ¡Tú, mentirosa sabandija!— reclamó el hombre, iracundo, sus pies arrastrándose cada vez más rápido mientras dirigían su camino hacia el hijo que tanto detestaba.

— ¿Mentirosa? —La expresión de Severus se quedó en blanco cuando una epifanía le llegó de la nada, golpeando su mente como si de una gran bofetada se tratase. Sus ojos oscuros se clavaron fijamente sobre los iguales de su padre unos segundos antes a verse en la fuerte necesidad de soltar una pequeña risa sarcástica— Por favor Tobías, no me digas que a estas alturas algo te remueve la consciencia— se burló el muchacho del sujeto que estaba a solo unos pasos de él— No me jodas, viejo, aún después de todo lo que le hiciste desde que te enteraste que era una bruja... No puedo creer que te sientas culpable. Aunque debo admitir que este es el mejor chiste que has contado

Algo dentro del hombre pareció removerse, desvío la mirada, incapaz de continuar enfrentando a lo que quedaba de su esposa, no ahora que se veía y actuaba tanto como ella— ¡Todo es su culpa por haberme mentido desde el principio! ¡Ustedes dos son unos malditos fenómenos sacados directo del infierno!— le gritó, colérico, el ansia por más alcohol comenzando a picarle en la espalda y las palmas de sus manos.

Severus volvió a acurrucarse en su lugar, dejando caer lentamente su espalda lastimada contra el respaldo de madera vieja, de fondo se escuchaba al hombre respirar pesado, tratando de contener su ira, Severus sabía que estaba jugando con fuego, sin embargo, no pudo reprimir sus palabras:

— En eso te equivocas— respondió tranquilamente— Ahora sólo yo lo soy

Un puñetazo atestó de lleno sobre su mejilla izquierda, nublándole la vista durante algunos segundos, tiempo suficiente para ser tomado por los cabellos y puesto boca abajo sobre el húmedo sofá; un quejido salió de entre sus labios cuando su padre le torció ambos brazos sobre la espalda, dejándole sin la posibilidad de defenderse, aunque no es como si realmente lo hubiese intentado, de tener oportunidad.

— No juegues con mi maldita paciencia, niño— le susurró al oído, amenazante, su aliento a cerveza chocó frío contra la nuca de Severus.

— ¿O qué, vas a matarme también?— devolvió, irónico.

Sin previo aviso fue tomado de los hombros y lanzando al mohoso suelo de madera, cuyas tablas tronaron ruidosamente por el impacto. El mareo por los golpes y la falta de comida le hizo quedarse tirado un buen rato; cuando se levantó Tobías se había ido. Una silenciosa risa adolorida se dejó ir entre sus labios mientras pensaba, ahogado en amargura, que le costaría demasiado limpiar todo ese desastre.

El bastardo se había pasado esta vez.

Por resto, la noche pasó sin pena ni gloria, Severus estuvo un buen rato ordenando el desastre que era su pequeña residencia a un paso anormalmente lento, producto de su pésimo estado físico; no hubo rastros de su padre en las horas consecuentes al arrebato. Si tenía algo a agradecer era que, pese a ser ahora el único desquite de su padre, el tipo había procurado no golpearle tanto como Severus estaba seguro que deseaba hacerlo, deteniéndose muchas veces con la mano en el aire, solo para salir de la habitación -o la casa- y perderse durante horas, lo cual era gracioso hasta cierto punto, pues no podía recordar ni una sola vez en el pasado en que él se hubiese comportado ni remotamente de esa manera, y no podría dejar de conectar esta nueva actitud con la prematura pérdida de su madre.

Aprovechando la poco común tranquilidad corrió escaleras arriba, tomó un par de viejas toallas de su clóset y se encerró en el pequeño baño, colocando la escoba entre el picaporte y la pared de enfrente, haciendo imposible que alguien abriese la puerta desde afuera.

Tomó una ducha rápida entre siseos y mala palabras, las heridas abiertas sobre la epidermis ardían horriblemente aún con el agua lo más fría posible, en especial la que estaba en su nuca -cortesía de Tobías- y una enorme marca pelada a un costado del torso, creada cuando casi se desmaya en las escaleras, solo le tomó unos pocos segundos de inconsciencia para terminar a la mitad de las escalinatas con la piel raspada por las astillas que sobresalían de entre los tablones en la pared. El suspiro más agotado jamás dado hizo eco por todo el lugar, mientras perezosamente se cubría con las toallas para, en segundos, huir a su habitación.

Tras ponerse únicamente una camiseta y la ropa interior encaminó hasta la entrada de su cuarto, quedándose inmóvil bajo el marco, con el oído atento a cualquier sonido que pudiese escuchar, desde el crujir de las paredes hasta el viento entrando por los cristales rotos en las ventanas; cuando estuvo seguro de la nula presencia de su padre cerró la puerta, empujando con los dedos el seguro corredizo para trancar la madera. Ya más calmo, pero no por ello menos apurado, se dirigió hacia el clóset, empujando los pocos ganchos con sus prendas colgadas hacia un costado, dejando libre el fondo de éste, que al estar unido a la pared le dio lugar para crear un pequeño escondite donde guardaba cosas como libros, ingredientes de pociones, medicamentos, ungüentos y algo de dinero, simplemente tenía que quitar algunas maderas sueltas para entrar a la parte interna de la casa, que si bien era angosta tenía el espacio suficiente para dejarle dar unos pasos dentro.

Rebusca con la mirada entre la oscuridad hasta dar con un pequeño frasco amarillo, tras dejarlo en el suelo fuera del armario prosigue a colocar de nueva cuenta las tablas en su lugar, recorre la ropa a donde estaba y cierra la vieja puerta abollada. Toma el frasco entre sus manos, dando unos pasos para llegar a su cama y dejarse caer con un quejido; con los dedos saca un poco del ungüento y se lo pone en donde es capaz de alcanzar, casi inmediatamente el efecto anestesiante apaga su dolor. Vuelve a exhalar todo el aire de sus pulmones, sintiendo que tiene un peso menos encima.

El sonido de la puerta de entrada al ser azotada le saca un susto mortal, haciéndole saltar en su lugar como acto reflejo; de prisa corre a quitar el seguro su propia puerta, apaga las velas casi consumidas sobre su escritorio y se mete a la cama, de rostro a la pared y dando la espalda a la entrada; tras unos tortuosos minutos de silencio mortuorio es capaz de escuchar chirriar los escalones bajo fuertes pisadas erráticas. Reza en silencio a cualquiera que pueda escucharle allá afuera para que el hombre no entre, no obstante y como se esperaba su mala suerte hace acto de presencia cuando, con un estrepitoso golpe a la madera, Tobías se hace camino hacia él. Los pies se detienen justo a un costado de la cabecera, Severus aprieta los ojos esperando cualquier agresión, sin embargo, el ruido sordo de un cuerpo cayendo al suelo es lo único que obtiene. Oye una maldición baja, el chasquido de una cerveza al abrirse rompe el silencio y luego nada.

Pese a mantener los ojos cerrados no pudo dormir ni un momento, pasa la noche oyendo a su padre ponerse aún más ebrio en silencio, en una extraña rutina que lleva ya un par de días sucediendo. Tobías se retira al amanecer con los primeros rayos de sol, tambalea su cuerpo hasta su propia habitación y de lo último que Severus está consciente es del ruido que hacen los pájaros afuera de su ventana.

Cuando vuelve en sí se da cuenta que es medio día, ha vuelto a nevar durante la madrugada y el frío le golpea fuertemente apenas las mantas abandonan su cuerpo. Traga en seco mientras se sienta al borde del colchón, la sensación rasposa en su garganta le vuelve consciente sobre un posible resfrío, puede arrepentirse por haberse bañado con agua fría, pues no tenía mucho que se había recuperado -la vergonzosa escena con Sirius en la cama de la enfermería se lo recuerda cada que piensa demasiado-, y el simple hecho de volver a Hogwarts en un estado convaleciente le hacía revolver las entrañas.

Mientras más desapercibida pasara su miseria, mejor.

Algo brillante sobre el blanco descolorido de su escritorio le llamó la atención, curioso dirigió sus pasos sigilosos hasta ahí, mientras más se acercaba más iba distinguiendo aquello que, sin creerlo, le iba dejando paulatinamente en shock. Para su enorme sorpresa, ahí sobre la madera desgastada se encontraban un par de billetes y unas cuantas monedas, no era demasiado pero tampoco una tontería, lo suficiente para solventar sus gastos en pergamino, tinta y libros escolares. Sus ojos viajaron del efectivo a la puerta, al tiempo que sus labios se abrían con sorpresa y su rostro se llenaba de confusión.

Un segundo de profundo mutismo y luego una risa incrédula. Sin tomarlos se dio media vuelta, camino al armario para sacar un pantalón de vestir y un viejo abrigo gris oscuro que le queda algo grande, junto a una pequeña bolsa bandolera de piel negra desgastada.

Tan silencioso como le fue posible abrió la ruidosa puerta de su habitación, sacando la cabeza en dirección al pasillo; allá, en la habitación del fondo, podía ver claramente a su padre desparramado sobre la cama, largas respiraciones acompasadas le indicaban con alivio que el hombre se encontraba durmiendo. El aire atrapado en sus pulmones salió despacito, liberando su cuerpo de la rígida tensión que, sin saber, le había caído encima. 

Baja las escaleras en dirección a la cocina, sus pasos felinos a duras penas logran escucharse, aún cuando la madera de la casa es tan vieja y está tan hinchada que cruje por todo; a estas alturas sus pies se han acostumbrado a ser ligeros y lo más silenciosos posible. Cuando arriba a la pequeña habitación se prepara rápidamente un café bien cargado, no ha dormido demasiado estas últimas semanas que ha estado en casa, siendo precisos, su último descanso apropiado fue dos días antes de comenzar las vacaciones navideñas, cuando después de pasar toda la semana terminando los proyectos que dejaron sus profesores fue a su habitación, se dio un baño con agua caliente y entró en coma apenas tocó la almohada, quedando fuera de combate durante doce horas seguidas.

Ojalá poder volver a repetirlo, pensó con amargura mientras terminaba su bebida. Luego de lavar el vaso y colocarlo de nueva cuenta en el lugar donde lo encontró se subió el cuello del abrigo, y procedió a salir de casa.

 Afuera todo se encontraba lleno de nieve, soltando un suspiro cansado tomó la pala oxidada que estaba a un lado de la puerta y se hizo camino hasta la calle; al tratarse la Hilandera de un barrio pobre sin importancia los servicios no solían llegar ahí, como el camión que retira la nieve de las calles, así que tocaba salir a limpiar. Casi media hora más tarde finalmente se había abierto paso hasta la parte linda de la colonia, donde, por supuesto, ya se encontraba todo despejado.

Tras volver a dejar la pala finalmente pudo dirigirse a su lugar de trabajo: Una tienda de conveniencia de dos locales, donde por unas buenas monedas debía acomodar en los estantes y la enorme bodega los productos que llegaban diariamente. La dueña era una mujer amable llamada Vania, madre soltera de dos niños silenciosos y educados, a ella no le molestaba que él se apareciera solo un par de veces al año, pues él mismo le había contado que estudiaba en un internado, mintiendo a medias cuando aclaró que el dinero lo ocupaba para ayudar a sus padres con la colegiatura y materiales de estudio, pues pese a que sí necesitaba trabajar para conseguir sus cosas, la realidad es que nadie le daba un centavo. Vania trataba de hacerle plática todo el tiempo -cosa que su parte socialmente incómoda detestaba- y le invitaba el desayuno o el almuerzo, obligándole a comer mientras alegaba encontrarlo muy delgado. Las cosas con Vania eran buenas, Severus estaba seguro que le pagaba más de lo que debería, pero no se iba a quejar tampoco.

Terminó de desempacar, limpiar y ordenar a las tres de la tarde, Vania le sirvió un plato enorme de verduras con carne que se vio forzado a terminar y después de recibir su dinero por ese día se fue de camino a casa.

Iba contando en su cabeza sus ahorros, pensando en si ya era suficiente para ir al Callejón Diagon a comprar lo necesario cuando algo llamó su atención; ahí, en aquel viejo parque abandonado lleno de nieve se encontraba una persona, tirada detrás de una banca, entre un árbol anormalmente grande y arbustos sin hojas. Su curiosidad le arrastró hacia ahí antes de que se diese cuenta, rodeando la banca pudo percatar que a un costado de la persona pobremente abrigada habían dos maletas, una de las cuales era de llantas, una mochila negra rayoneada con pintura en aerosol y un cofre con el inconfundible escudo de Hogwarts al frente. Al notar su presencia, aquella persona se arrastró hacia atrás de un rápido movimiento, mirándole lleno de ira, o eso hasta que sus ojos grises distinguieron bien a la figura que tenía enfrente, relajándose de inmediato mientras Severus seguía en shock.

— Carajo, me sacaste un susto de muerte— regañó Sirius en tono afable, acomodando en nueva cuenta su espalda adolorida contra el metal húmedo de la banca. 

Severus le vio de arriba a abajo, se veía agotado, su piel siempre bronceada estaba ahora de un color pálido enfermizo, presentando profundas ojeras moradas bajo sus ojos enrojecidos, estaba sin duda más delgado de como se había ido, sudaba frío y temblaba casi imperceptiblemente, incluso las puntas de sus dedos se veían azules. Su bonito rostro traía una permanente expresión de dolor.

— Te ves de la mierda— fue lo primero que dijo, su tono plano y libre de burla.

Sirius soltó un par de sus ruidosas carcajadas caninas, mirándole con lo que Snape casi creyó era cariño— ¿Te has visto en un espejo? Podría asegurar que estás peor que yo

— ¿Qué haces aquí? Estamos a menos seis grados y no tarda en volver a nevar— Severus desvió el tema con maestría. Sirius pensó que esa era la frase más larga que lo había escuchado decirle, sin contar los insultos del pasado, claro, en ese ámbito Severus tenía la boca bien suelta y era bastante creativo, debía admitir.

— Hui de casa hace dos días, iba rumbo al Callejón Diagon pero me distraje y perdí el camino, no recuerdo nada después de eso, creo que me desmayé o algo así— resolvió el otro, restándole importancia al asunto. 

— ¿Huiste de casa en medio del peor clima que se ha presentado en todo el año?— preguntó con ironía incrédula.

Sirius se rascó la nuca, apenado.

— Sí, bueno... ya sabes que no soy muy listo

— Para ser uno de los mejores promedios de Hogwarts tu sentido de supervivencia deja mucho que desear— respondió, pese a la frase dicha en realidad su tono de voz no arrastraba veneno como las otras veces— Levántate, te llevaré al Diagon

— Hay un pequeño problema ahí— replicó Sirius— Estoy jodido, en serio jodido, como muy, demasiado jodido— tragó en seco, sintiéndose pequeñito ante la ceja alzada de Snape, que inquisitiva esperaba una explicación; jaló aire, pensando que el tipo podría llegar a ser malditamente intimidante cuando se lo proponía— ¿Puedes pensar en todas las maldiciones para lastimar que se te ocurran?... Bueno, probablemente Walburga me lanzó cada una de ellas en el transcurso de las últimas dos semanas, no he tenido muchas oportunidades para curarme ¿Sabes? Ya no quería estar ahí así que robé una poción regeneradora de energía y salí corriendo antes de que pasara el efecto

— Ponte la mochila y toma el cofre, te recargarás en mí y me llevaré las otras maletas— resolvió Severus tras un momento en silencio. Sirius obedeció, con ayuda del otro muchacho se incorporó sobre sus piernas temblorosas, buscando apoyo en la banca frente a sí. Snape le puso la mochila y le alcanzó un asa del cofre a la mano derecha, tomando él mismo las dos maletas con la zurda, para después colocarse al costado izquierdo de Sirius, hacerle pasar un brazo por sus hombros delgados y sostenerlo él mismo por la cintura.

Caminaron despacio por las solitarias calles nevadas, Sirius parecía a nada de colapsar en el suelo mientras Severus rezaba porque eso no sucediera, con su cuerpo tan maltratado como estaba no creía poder hacer mucho por Black si este decidía ceder al cansancio.

— ¿A dónde planeas irte?— inquirió después de unos cuantos minutos en silencio. La pregunta pareció sacar a Sirius de alguna especie de trance, haciéndole voltear en su dirección; sus ojos se miraron fijamente por unos instantes, mientras sus respiraciones se juntaban en el vaho que provocaban las bajas temperaturas, completamente quietos. En cuestión de segundos giraron la cabeza al lado contrario, con los rostros ardiendo, sus latidos desbocados y la vergüenza a flor de piel.

Sirius tosió un poco antes de responder: 

— Ah... yo me- me quedaré con los Potter— carraspeó, buscando aclarar su garganta—James está estúpido pero sus padres tienen buen corazón, me han dejado quedarme con ellos durante las vacaciones por los últimos tres años. Incluso llevan ya unos meses insistiendo para que me vaya a vivir permanentemente en su casa 

— Entonces tomarás transporte en el Callejón Diagon— Severus contesta, Sirius puede oír en la voz temblorosa lo nervioso que está, cosa que, sin motivo aparente, le llena el pecho de un calor agradable.

— No, voy a quedarme en un hostal por ahora, si llego así con la señora Potter seguro corre a matar a Walburga... ¿Qué hay de ti?

— ¿Yo qué?— responde el otro, hosco, pero todavía sonando como si quisiera arrancar a correr.

— No creo que una caída por las escaleras o un golpe contra la puerta te haya dejado un ojo morado, una abertura en la mejilla, un labio partido y la muñeca hinchada— dice, su tono vacilante entre la ira y la preocupación hace que Severus se trague sus insultos, decidiendo permanecer en silencio. Sirius suspira, frustrado— Vamos por pociones para el dolor, ambos las necesitamos, y antes de que digas nada puedo ver que te duele moverte

Severus se calla, limitándose a seguir caminando; en silencio llegan hasta su lugar de destino, gracias al clima tan hostil aunado a las festividades casi no hay gente en la calle, aunque eso no evita que al pasar por El Caldero Chorreante y recorrer la avenida los ojos de muchos magos se claven en ellos, curiosos, pues dos chicos lastimados arrastrando maletas no es algo que se vea todos los días.

— Maldita sea ¿No tienen nada mejor que hacer?— susurra Black, enojado, siempre ha odiado verse débil ante los demás y está seguro de no verse muy bien ahora mismo. Para su sorpresa, Severus le responde igual o aún más irritado que él:

— Creo que la respuesta es evidente

Continúan su camino entre nieve y miradas extrañadas, aprenden a ignorarlos a todos con el paso de los minutos, concentrándose más en no permitir que sus piernas cansadas se den por vencidas. Justo a un costado de un zócalo rodeado por plantas y bancos de madera se encuentran una herbolaria, Sirius es dejado cuidadosamente sobre un banco hechizado para mantenerse tibio y desprovisto de nieve, de su mochila saca una pequeña bolsa de tela negra y la extiende a Severus, quien la toma con desconfianza. Black explica brevemente que compre lo que crea sea necesario, a lo que el otro asiente, dirigiéndose al local.

Poco tiempo después sale, de su mano derecha cuelga una bolsa de papel, conforme el chico se acerca Sirius puede oír el tintineo de los frascos y botellas chocando unos contra los otros. Severus le ayuda a ponerse en pie, regresando a las posiciones anteriores para reanudar sus pasos. Siguen hasta toparse con un hostal discreto, dentro les atiende un anciano apático, quien solo les da una larga mirada antes de acceder a dejarlos pasar.

Subir las escaleras es una odisea, se ven tan miserables que el hombre, harto por los quejidos de Sirius, decide hacer levitar las maletas hacia la habitación asignada. Severus casi se ríe cuando el viejo mago le grita al merodeador que se calle y se tome las malditas pociones de la bolsa. Su expresión divertida aleja toda réplica de la mente de Black, dejándole embelesado por su honesta sonrisa.

El cuarto es chico pero bien decorado, con una cama grande de colchas esponjosas, lámparas por todos lados cuya luz tenue es cálida, un sofá individual de cuero rojo al costado de una mesita con bonitos manteles blancos encima; a simple vista se ve acogedor. Severus deja a Sirius sobre la cama, permitiéndole acomodarse como guste mientras se va a la ventana, distrayéndose al ver a los pocos transeúntes recorrer la calle. Sirius bebe un par de las pociones recién compradas, eligiendo con base en las etiquetas.

— ¿No vas a tomarlas tú también?— llama la atención del muchacho, quien parece perdido hasta que distingue la botella en manos de Black.

— Nah, si las marcas desaparecen antes de tiempo mi padre va a matarme— se sincera, sin entender muy bien porqué— Pero aceptaré la oferta una vez lleguemos a Hogwarts

Pese a saber de antemano la triste situación en casa de los Snape, Sirius parece genuinamente sorprendido cuando exclama, irritado:

— ¿Qué carajo? ¿Qué clase de persona es tu padre?

Severus se encoje de hombros, despreocupado— Alguien a quien no le gustan muchas cosas— resume con las mismas palabras que siempre utiliza para explicar esa parte de su vida.

— Mierda... Al menos la vieja loca me cura bien cuando regresamos a clases, lo que menos quiere es llamar la atención del ministerio y que le manden una demanda por maltrato, aunque pensándolo bien, eso probablemente no funcione

— ¿Por?

— La loca tiene contactos en todos lados, si pasase algo así simplemente daría dinero a quienes sea necesario y me regresaría a casa mientras me toma de los pies y arrastra mi cara contra el pavimento— la expresión escandalizada de Severus le saca unas carcajadas que terminan en un ataque de tos. Se acomoda sobre la cama lo suficiente para dar una vista de su costado y levanta su playera, mostrando la marca de una quemadura ya cicatrizada en la parte izquierda a la mitad de su espalda— Esto pasó durante las vacaciones navideñas de mi primer año en Hogwarts, creo que intuyes porque fue. Se enojó conmigo, le respondí con palabras soeces y sin pensarlo dos veces levitó las pinzas con las que un elfo estaba moviendo la madera ardiente de la chimenea y las aterrizó en mi espalda. No sé qué hizo, pero no puedo quitar la cicatriz sin importar cuánto lo intente 

— ¿Probaste los tatuajes?— preguntó Snape luego de tragar grueso para intentar recomponerse de la perturbadora imagen mental que le dejó un Sirius de once años gritando adolorido mientras sentía la piel derretirse y arder.

— ¡Qué gran idea! No entiendo porqué no se me ocurrió antes, un tatuaje lo suficientemente grande podría cubrir la marca, ahora solo tengo que buscar un buen diseño, gracias— le sonrió. El rostro de Sirius pareció iluminarse de la nada, tanto que Severus se vio obligado a apartar la mirada, sintiéndose repentinamente avergonzado.

— Me voy— informó en tono seco, caminando hacia la salida.

— Espera ¿Qué?— preguntó el otro, confundido.

— Tengo que  hacer unas cosas, además, trabajo por la mañana y no puedo llegar tarde— explicó a medias, sin detenerse.

— ¡Severus! — gritó Sirius, el aludido se congeló en la puerta, intentando ignorar que el otro le había llamado por su nombre— ¿Podrías traerme el desayuno mañana? Realmente no me siento en condiciones de salir, sólo compra lo que quieras, recuperarás lo que gastes y algo extra por hacerme el favor ¿Sí?

— Bien— contesto, y salió, dando un portazo, cubriendo su rostro enrojecido con las solapas del abrigo.

Sirius sonrió enormemente tras dejarse caer de espaldas a la cama, pensando en lo magnífico que había sido ese día.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Hey

 

Lamento mucho la tardanza, la única excusa que tengo es que la depresión me está llevando a la vrga y no tenía ganas ni de respirar, peeeero sí pude terminarlo y bueno, aquí está. 

 

Además, encontré un pequeño escape en las novelas chinas BL, si les gusta llorar pueden echarle un ojo, esa mrda ya es vicio jsjs

 

Como pequeño spoiler por haberme tardado un siglo: El siguiente capítulo hablará desde el punto de vista de Severus, es algo que tengo planeado desde que comencé a publicar esta historia y, si puedo sincerarme, me emociona mucho hacerlo.

 

Muchas gracias por ser pacientes conmigo, nos leemos pronto <3

 

 

 

 


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