Si había algo que odiara tanto era sentirse débil o enfermo, en amas situaciones aplicaba, que más detestara. Pues su entrenamiento de años, su vida dedicada, todo era sinónimo de su fortaleza y fuerza, años dedicados a entrenar su cuerpo para convertirse en un prominente guerrero, poderoso, decidido y un tanto arrogante, cosa que no era para menos, era uno de los guerreros más fuerte de todo Asgard.
Y al abrir los ojos solo sintió un gran odio hacia sí mismo, verse en una cama, no estaba imposibilitado de moverse, más bien solo se sentía débil para hacerlo. Observo la habitación con detenimiento, no la reconocía, por un mero momento se sintió desorientado, perdido, sin saber dónde se encontraba. Y su desconcierto fue aún mayor al hacer memoria, la ultimo que vio fue a su hermano gemelo, recostado en una cama, abrazándose a su primogénito mientras el hermano gemelo dormía a un lado de la cama.
Al observar detenidamente la habitación en un intento de reconocerla, no vio nada en particular, más que noto que no estaba solo, cabellera rubia de una mujer que le daba la espalda donde había una mesita, parecía estar mojando un paño, se lograba sentir el ruido del agua. Cerro los ojos inmediatamente que la vio moverse, al parecer se acercaría a él, fingiría continuar estar inconsciente entonces para reconocerla.
El paño húmedo toco su frente, lo que ciertamente le genero alivio, entre abrió los ojos notando así de quien se trataba, una tal como Syd la describió, de mirada humilde, amable y un tanto triste, sus cabellos rubios como los rayos del sol, elegantemente vestida.
— No le dediques tanto — exclamo una voz un tanto grave desde la puerta de la habitación —. El medico fue claro, solo está agotado, en cuento despierte y recupere sus fuerzas, se ira.
— Lo sé — exclamo tristemente mirándolo —. Se que debe irse.
—¿Entonces? ¿Qué haces? Aléjate de él.
— Sigue siendo mi hijo después de todo — exclamo mirando con ternura a aquel muchacho en la cama —. El cuido todos estos meses a Syd, merece todos los cuidados que se le puedan brindar.
— Dile a la servidumbre que se encargue, aléjate de el — acoto aquel hombre de porte serio acercándose y tomándole las manos —. Es difícil, lo sé, pero debemos hacerlo.
Pensó el abrir los ojos, demostrarle que estaba despierto y gritarle cuantas verdades podía, él había escogido otro camino apenas unas horas antes, y no lo dudo en hacer. Al mismo tiempo deseaba complacer a aquella dama, quien sonreía de ponerle el paño húmedo en la frente, y se veía tranquila, decidió esperar, esperar a sentir pasos alejándose y la puerta cerrarse.
Los minutos se hicieron eternos, solo el sonido de la chimenea irrumpía en el silencio de la habitación, la pareja se mantenía en silencio. Los pasos se escucharon, golpeando contra el frio suelo de madera, y en un parpadeo la puerta de la habitación se cerró tras un chirrido.
— Ya veo de quien saco Syd lo orgulloso y arrogante — susurro desviando la mirada.