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Azul Rosario por Annie Escamilla

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Notas del capitulo:

Frozen to Lose it All, Negative (2004)
https://www.youtube.com/watch?v=imqkO0lK9yg



El fin de semana solía tenía un sabor agridulce. No era sencillo comenzar la mañana hablando con el doctor Svein sobre cómo se había sentido durante los últimos siete días, y ya fuera por sus propios prejuicios como por lo impersonal de la situación, Jonne simplemente no se sentía cómodo contándole sus problemas.


Usualmente se quedaba muy tieso en la silla y jugueteaba nerviosamente con las uñas mientras el psicólogo aguardaba pacientemente por una respuesta que no venía. Sin embargo, había pasado parte de la noche en vela pensando en la mejor forma de expresar sus dudas sin dejarse en evidencia.


—Creo que algo anda mal conmigo.


—¿Cómo es eso, Jonne?


El menor se encogió de hombros sin saber cómo empezar.


—Creo que no puedo enamorarme —murmuró en un hilillo de voz—. No me gustan ni las chicas ni los chicos. Me siento insensible.


—Bueno, a tu edad es completamente normal sentir incertidumbre. Todas las personas son diferentes, algunos sienten atracción desde muy jóvenes y otros tardan un poco más y eso está bien. Es bueno experimentar con responsabilidad, pero si aún no te sientes listo no debes presionarte.


El muchacho asintió no del todo convencido. Era extraño cómo la terapia venía acompañada de una reconfortante sensación de alivio. Después de mucho pensarlo había tomado una decisión, necesitaba saber qué tan lejos podía llegar. Averiguar si sus problemas eran causa de la fluoxetina o de él mismo. Al subir a la Berlingo se sintió con un peso menos sobre los hombros.


El hogar de menores de Rahola estaba a menos de veinte minutos del centro. El pequeño complejo de mini apartamentos servía de refugio para decenas de adolescentes y contaba con múltiples espacios comunes, cálidos comedores y atentos adultos que cuidaban de sus necesidades. Frente a los dormitorios se extendía el popular parque Piikahaka, en donde Jonne gustaba de ir a tocar la guitarra y dibujar.


Rahola había sido su refugio desde los doce años. Allí Jonne había aprendido a tocar la guitarra, había conformado su primera banda y dado su primer beso a la extrovertida Nina Hiilesmaa.


Nada más detener el coche el rostro infantil de su hermano asomó por la puerta y Ville bajó a toda velocidad las escaleras del porche. Llevaba su mochila al hombro y el rubio cabello alborotado.


—¡Tommi! ¡Jonne! ¡Qué gusto verlos!


Los tres hermanos Liimatainen se abrazaron y mientras Tommi se apresuraba en firmar los permisos necesarios para llevarse al menor, Ville y Jonne se pusieron al día. Había sido extraño pasar de verse a diario, a sólo una vez a la semana.


Con nostalgia contempló cómo su hermano parecía estar más alto y sus facciones infantiles se habían afilado conforme entraba en la pubertad. Ville se había vuelto un muchacho extrovertido y parlanchín cuyo último estirón le dejó casi de la estatura de Jonne.


Con gesto coqueto el menor se acomodó la pañoleta al cuello y sonrió con picardía.


—¡No me lo vas a creer! Estoy saliendo con Nina —soltó, mirándole de reojo—. No te molesta, ¿verdad?


Jonne alzó una ceja sorprendido y forzó una media sonrisa.


—¡Vaya! ¿En serio? No hablo con ella hace semanas. No creí que le gustaran los niños. Bien por ti.


Ville le picó un costado y le enseñó la lengua.


—Hace mucho que dejé de ser un niño. ¿Qué hay de ti? ¿Estás saliendo con alguien más?


—Mi felicidad no se limita a tener una pareja.


—¡Uy! ¡Pero qué amargado! ¿Qué hay de ti, Tommi?


El aludido se encogió de hombros mientras subía al coche y puso en marcha el motor. La Carretera 12 se extendía infinita hacia el oeste. A medida que se acercaban a la costa la taiga, el bosque boreal, iba perdiendo su espesor dejando al descubierto pequeñas áreas de tundra en donde los campesinos dejaban pastar a sus ovejas. De vez en cuando el lago Rautavesi asomaba entre los árboles reflejando el sol de mediodía.


Jonne observaba el paisaje sumido en sus pensamientos. De vez en cuando prestaba atención al intenso parloteo de su hermano y sonreía con desinterés. Siempre había sido el más introvertido de los tres.


La casa de la abuela estaba a las orillas del lago Kiimajärvi y casi al borde de una turbera ubicada a las afueras del pueblo. El suave oleaje y el aroma a sotobosque le transporta a los mejores momentos de su infancia, todos en aquella pequeña casa de madera y paja.


—¡Mummo Liisa! ¿Como has estado?


—¡Mis muchachitos!


Jonne fue el primero en abrazar a la robusta anciana. Como ya era costumbre en sus fines de semana, los chicos ayudaron a la octogenaria con el almuerzo y el aseo de la casa, sacaron las malezas que crecían en el porche y compartieron una tradicional merienda finlandesa con pescado ahumado.


Hacia el atardecer Tommi encendió una pequeña fogata y mientras Ville le ayudaba juntando ramas secas, Jonne les observaba acurrucado en la poltrona del porche junto a Mummo Liisa y le sujetaba la lana mientras ella tejía.


Le asustaba quedar fuera de aquella relación de hermanos que parecía funcionar tan bien sin él. Ville se parecía cada vez más a Tommi, se estaba volviendo un muchacho fuerte y robusto e incluso estaba saliendo con Nina. En cambio él parecía jamás encajar.


«Por culpa de la anorexia», pensó con tristeza.


—¿Jonne? Ya puedes soltar el ovillo, está terminado —la anciana sonrió triunfante y dejó a un lado sus palillos.


—¿Qué es, Mummo?


—Un gorro que tejí para ti. Ten, pruébalo.


Jonne se colocó la prenda con una enorme sonrisa y quedó encantado con la forma en que caía sobre sus hombros y enmarcaba su rostro. Tal vez su relación con Ville y Tommi estaba algo apática, pero le regocijaba saber en el fondo que era el favorito de Mummo Liisa. Abrazó a la anciana y se inundó con su fragancia maternal.


—¡Hey! Jonne, Mummo, la fogata está lista —anunció Tommi—. Iré por la guitarra, ¿por qué no se unen?


—¡Claro! Quiero oír a mis muchachitos cantar.


Mientras Tommi rasgueaba la guitarra y Ville cantaba un tema de Bowie, Jonne observaba a sus hermanos y agradecía la nueva oportunidad que les daba la vida para volver a ser una familia. Pensó en sus padres, ¿les extrañarían? ¿Se arrepentían de no haber podido criar ellos mismos a sus hijos?


Se mantuvieron desvelados hasta entrada la noche. Mientras Jonne cepillaba sus dientes Ville revoloteó entre sus discos y casettes hasta dar con el diskman de Larry.


—¡Hey! ¿Es tuyo?


Jonne le arrebató el reproductor y lo guardó en su mochila.


—Es prestado. No husmees en lo que no te pertenece.


—¡Qué aburrido! ¿Y Tommi?


—Ni idea, dijo que volvería más tarde.


—¿Crees que fue a visitar a alguna chica? —ambos miraron hacia la cama vacía y echaron a reír—. ¡Tommi y su eterna enamorada! ¿Y qué hay de ti? Nina no tenía una muy buena impresión, ¿sabes?


Jonne se encogió de hombros y mantuvo una sonrisa forzada.


—¿Ella dijo eso?


Ville se sentó en la cama con las piernas cruzadas y expresión seria. Parecía preocupado y un poco avergonzado.


—Mencionó algo sobre falta de iniciativa. A veces es un poco molesto, pero creo que sólo sale conmigo por despecho... Pero está bien para mí, ¿sabes? Sólo me estoy divirtiendo. No me interesa una chica que sólo sabe quejarse de mi hermano.


Jonne asintió sin saber qué decir. En parte le molestaba la condescendencia de sus hermanos, pero agradecía su sinceridad. Algo incómodos intercambiaron unas torpes frases de aliento y se acostaron en silencio.


Pensó en Nina y en Larry y se preguntó si este último se aburriría de él tan rápido como lo había hecho ella. Experimentar sonaba bien en la boca del doctor Svein, pero no quería utilizar a su mejor amigo sólo por diversión o despecho. Al menos estaba seguro de que no quería ser como Nina en ese aspecto.


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