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Beauty por Sh1m1

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El lunes le pilló a Harry con el paso cambiado, se había quedado dormido, y nadie le había avisado para ir al comedor.


Ron no había dormido en el dormitorio común, a Seamus y a Dean prefería ni mirarlos, y Neville, bueno, Neville parecía haberse subido a la nube en la que vivía Luna.


Llegó tarde a desayunar, llegó tarde a clase, llegó tarde a todo y de muy mal humor.


No había mejorado en todo el día, metros de pergaminos de ensayos, lecturas interminables, ni si quiera tenían exámenes oficiales ese año y Harry pensó que sería más tranquilo.


Ja, iba a morir escribiendo como dos brujas habían comenzado una batalla que había acabado en la primera guerra mágica de la historia, por unas malditas judías. A nadie le interesaban esas jodidas judías.


Pero parecía que solo él estaba de mal humor, al resto parecía que le daba igual todo. La gente estaba gilipollas perdida ese año.


Y para colmo no vio ni una mísera vez a Draco en todo el día, venga ya, en ese colegio era imposible no coincidir aunque fuera en el comedor.


Se había dejado el mapa del acosador en la almohada por la mañana. Y se debatía entre subir a buscarlo o buscar a Draco por los pasillos.


No tuvo tiempo de hacer ninguna de las dos malditas cosas porque la pila de libros en la biblioteca le tenía comida la moral.


Al menos, pensó que le vería durante la detención, si lo mejor del día era un castigo puesto por Snape es que tu vida era una auténtica mierda, reflexionó Harry.


Su decepción al no verle dentro fue enorme, el Slytherin era compulsivamente puntual.


Su caldero tampoco estaba, solo el de Harry.


Cuando iba a a ir a la sala común de Slytherin una sombra negra apareció como un puto murciélago narigudo.


Ese hombre disfrutaba asustando a los alumnos, era su placer oculto.


—¿Dónde está Draco?—inquirió Harry molesto.


La ceja alzada, y una comisura alzada, en lo que esperaba que no fuera una sonrisa por parte de Snape, porque daba aún más miedo que su desprecio, le heló su sangre gryffidoresca.


—El señor Malfoy se encuentra hoy indispuesto, así que hoy realizará la tarea solo.


Pero si la tarde del día anterior estaba perfectamente, ¿qué le había pasado? ¿Qué le habían hecho?


Estaba viendo un escenario macabro lleno de plumas y tan maltrecho que se estaba poniendo enfermo. Snape ya se estaba marchando.


—Profesor, ¿tiene algo que ver con su parte veela?


Su actual profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, uno no tan malo debía reconocer, se giró para mirarle. Esa cara suya, alargada, cenicienta, como de estreñido, vaya. En esa cara suya hubo un rastro de apreciación, no le había mirado así en la puñetera vida.


—Vaya a la enfermería una vez acabe aquí, Potter.


Un salvoconducto voló hasta caer en su caldero vacío, un salvoconducto de Snape para andar fuera de horario por el castillo.


El mundo se iba a acabar y Snape estaba al tanto, tenía que ser realmente grave.


En cuanto el profesor se fue, Harry cortó todo a la perfección, lo encantó, lo volvió a comprobar con las instrucciones y se lanzó un tempus.


Tenía 25 minutos, salió corriendo a la enfermería. Necesitaba comprobar que Draco estaba bien.


Su entrada fue realmente dramática, la señora Pomfrey le miró muy mal, y eso que esa mujer le tenía especial cariño de tantas veces como le había tenido que atender.


Draco le miró sorprendido, estaba entero, llegó hasta él sonriendo y la enfermera le dejó pasar.


—¿Qué te ha pasado?—preguntó echando una ojeadita a su espalda, no parecía que le hubieran hecho nada en las alas, aunque claro, a simple vista ¿qué podría saberse?


—Nada, en realidad ya estoy bien.


Pero Draco se miró las manos sonrojado, ¿por qué hacía eso? Así se veía mil millones de veces más bonito.


Algo le debía estar preguntando pero Harry solo pensaba en si bonito podía aplicarse a chicos, porque quizás fuera mejor guapo. Pero es que no solo era guapo, era bonito, precioso, brillante, perfecto.


—Potter... Potter—le gritó finalmente.


—¿Qué?


—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has sabido que estaba en la enfermería?


Ah, sí, "eso".


—Me lo dijo Snape, y hasta me ha dado un salvoconducto—dijo Harry ufano enseñando el papelito—. Esto debe ser un artículo de lujo, ese hombre no creo que le haya dado uno de estos a nadie en su vida.


Draco sonreía de lado escuchándole.


—¿Ha sido por lo que tú ya sabes?—preguntó Harry mirando hacia atrás comprobando que la señora Pomfrey estaba lejos.


—¿El qué?


Harry comenzó a mover sus alas imaginarias y a batir las pestañas, Draco le miró sin comprender absolutamente nada, hasta que se dio cuenta de que estaba realizando una burda imitación de su persona.


Le dio con la almohada en la cabeza.


—Yo no hago eso—se quejó el rubio.


—Lo haces mejor, pero sí que bates las pestañas.—Una nueva imitación y Harry estaba vez se dejó golpear voluntariamente de modo juguetón con la almohada.


—Ya estoy mejor—sonrió Draco—, mucho mejor.


En ese momento la varita de Harry comenzó a lanzar chispas por todos lados.


—¡Mierda!—exclamó Harry—. Tengo que irme, la mierda de dragón me reclama.


—¿Has dejado la poción removiéndose sola?—le preguntó con espanto.


Como no se diera prisa iba a haber excrementos de dragón por todo Hogwarts, y de esa seguro que Snape no le libraba.


—Adiós, luego intento venir a verte sino me he cargado la escuela.—Draco sonrió asintiendo, Harry se inclinó y le dio un beso en la mejilla.


Y salió corriendo, se la iba a cargar pero de verdad.


Cuando llegó al aula, el caldero estaba haciendo un ruido horrible, solo alcanzó para atrapar el líquido que amenazaba con manchar cada milímetro de la estancia.


Cuando lo consiguió neutralizar, el muy cabrón salió corriendo detrás de él. La estampa surrealista acabó con Harry sin zapatos golpeando a la poción. Medio uniforme quemado y el otro apestando.


No, no podías dejarlas solas por mucho tiempo.


Exhausto comenzó a limpiarlo todo cuando se dio cuenta de una cosa.


Había besado, en la mejilla, a Draco y este no se había quejado en absoluto.


En la enfermería, Draco aún estaba mirando hacia la puerta por donde Harry había salido corriendo. Tenían la mano en su mejilla que le ardía, y no era por dolor precisamente.


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