Narcisa Malfoy vivía encerrada en una habitación de su propia casa, sin saber qué día irían a por ella para matarla y con las insoportables visitas de su hermana para torturala psicológicamente. Siempre lo había hecho, desde niña, disfrutaba torturando, pero en especial disfrutaba torturando a su hermana pequeña.
Cuando la vio entrar supo que venían horas de palabras sobre la nulidad de su marido, sobre cómo su hijo no podría jamás ser una honra para su familia.
Una y otra vez, has fallado, Narcisa. Has fallado.
Sin embargo, esta vez Bellatrix solo la miraba, y tuvo miedo de verdad, porque su hermana era incapaz de mantenerse callada y menos cuando tenía una presa fácil y atrapada.
—Vamos—dijo Bellatrix.
Narcisa negó, aunque sabía que no tenía muchas opciones.
—Por tu bien, vamos.
Aquel era su hogar, su hogar desde que se había casado, y lo estaban destrozando, los estaba destrozando a todos ellos.
Solo esperaba que Draco tuviera una oportunidad.
Quizás la negrura de sus pensamientos no la dejó ver alguna anomalías en su hermana. Como por ejemplo cono el tic en su mano izquierda había desaparecido, y como en vez de llevarla al salón infestado de mortífagos estaban yendo a la zona de las cocinas.
La mayoría de sus elfos domésticos habían muerto, o mejor dicho, habían sido cazados para diversión de los ocupadores de su hogar.
Los pocos que quedaban para mantenerlos alimentados se escondían, por orden de su ama, al menor atisbo de un mago cerca.
Sin embargo, el que estaba frente a ella no huía y ni siquiera tenía el rostro demacrado y asustado del resto. Este tenía una cantidad de sombreros ridícula sobre su cabeza y sonreía ampliamente.
—¿Dobby?—recordó el nombre del díscolo elfo doméstico y él asintió lleno de brío.
—Hora de irnos, Dobby—le dijo al elfo su hermana, aquello no tenía sentido.
—Ella tiene que liberarlos, no pueden quedarse aquí—dijo el elfo señalando a tres elfos esqueléticos y muertos de miedo. Pero que negaban frenéticos por recibir la mayor deshorna, una prenda.
Narcisa no tenía varita, hacía meses que se la había quitado su hermana.
Pero tomó un cuchillo de la cocina y apuntó a la burda copia de Bellatrix.
—¿Quién eres?
Ante sus ojos una mata de cabello rosa, ojos oscuros y ciertos rasgos Black le sonrieron.
—Encantada de conocerte, tía.—Le guiñó un ojo la joven—Hay que salir de aquí ya, sino queremos ser puré de traidoras.
¿Tía? La única sobrina que podía tener era una mestiza fruto de la unión de su hermana Andrómeda y aquel sangre sucia.
El elfo no se movía ante las súplicas de la chica de pelo rosa.
—No sin ellos.
—¿A dónde vamos?—La chica la miró, estaba claro que no confiaba lo más mínimo en ella, hacía bien, la desconfianza era mutua—¿Dónde está Draco?
—Draco está a salvo en Hogwarts, pero tú, y ahora yo, no.
Pasos bajando hasta la cocina la hicieron apremiarse pero el elfo no claudicaba.
Los otros tres temblaban, aquello era ridículo.
—Ellos son elfos de Malfoy Manor, no dejarán la casa—explicó al elfo, ¿desde cuando una bruja de su clase daba explicaciones a subseres?—Pero pueden acompañar a su ama para protegerla y cuidarla.
Los elfos abrieron sus ojos redondos como pelotas llenos de adoración, ellos quería irse de allí tanto como ella misma.
—Dobby, ¿puedes con todos?—preguntó su sobrina. El elfo sonrió de un modo demencial, pero tomó a todos por las manos y los desapareció con un sonoro plof.
El viaje élfico fue un visto y no visto, de un lugar lúgubre y oscuro a otra igual de lúgubre y oscuro.
—¿Dónde estamos?—preguntó asqueada por poder haber sido engañada, y que esa chica solo fuera una nueva mortífaga jugando a torturarla.
—Bienvenida a La Noble y Ancestral Casa de los Black.—Dos voces a coro la recibieron, dos jóvenes idénticos de un molesto color pelirrojo Weasley que le guiñaron un ojo descaradamente.