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Go back in time: First year. por Nakamura Yuuki

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Notas del capitulo:

Un cap sin Draco, f

“Oesed”

 

El primer partido de Quidditch de la temporada estaba por dar inicio, las puertas que dejaban ingresar a los jugadores se estaban abriendo. Las serpientes se mantenían sonrientes y orgullosas mientras los leones jadeaban y se quejaban al ver a Harry Potter entre los uniformados.

Marcus Flint le sonrió con altanería al capitán de Gryffindor cuando este trató de decirle algo a Madame Hooch, quien lucía totalmente complacida de ver a Harry entre el grupo de verde y plata. Las quejas de los leones se apagaron cuando la mismísima profesora Hooch le ladró a Wood que ella había postulado al chico como buscador.

Pronto el partido dio inicio, todos vitoreando a sus favoritos. Draco puede decir que casi sufrió un infarto cuando una bludger decidió perseguir a Harry, pero por suerte Abe Cormac llegó a despejarla, para liberar a su buscador. El rubio estaba más nervioso por saber lo que pasaba en este primer partido que por el resultado en sí, de ahí que no estuviera tan al pendiente de lo que cacareaba el locutor, aunque si sabía que favorecía a Gryffindor.

Vio el brillo dorado de la Snitch revolotear por la zona de las serpientes y golpeó el hombro de Blaise, quien exclamó su sorpresa, logrando llamar la atención de algunos alumnos mayores. Harry pareció verla en ese mismo instante, lanzándose a por ella.

— ¡Tienes buen ojo, Malfoy! —Exclamó Edrick Amery, uno de sus prefectos mayores—. ¡Deberías intentar entrar al equipo!

El rubio se rio incómodo, volviendo sus ojos a Harry. No era algo que estuviese en sus planes, realmente. Amaba volar, y en algún momento le había encantado el Quidditch pero ahora mismo eso era solo un vago recuerdo. La guerra y el Señor Oscuro habían apagado todo eso para Draco.

Inconscientemente apretó su antebrazo, estremeciéndose. Sus amigos lo miraron con confusión. Harry decidió que ese era un buen momento para pasar cerca de la tribuna y Draco volvió a gritar por él, olvidándose de sus problemas. La tribuna verde y plata se inclinó hacia adelante, expectante, cuando una bludger casi le vuela la cabeza al niño que vivió de nuevo. Al esquivarla y evitar una muerte segura, Harry había perdido de vista la pelotita dorada. Se detuvo en lo alto, mirando en todas las direcciones, mientras que los jugadores volvían a moverse.

De repente la escoba de Harry dio un sacudón, súbito y aterrador. El niño creyó que podría caer, sin embargo se sostuvo con todas sus fuerzas, tanto con sus manos como con sus rodillas. Se escuchó el grito de las serpientes cuando anotaron un tanto para ellos, y nadie parecía notar como uno de sus jugadores más jóvenes estaba teniendo problemas con su escoba.

Harry quiso pedirle a su capitán un tiempo fuera, pero la escoba comenzó a moverse por su cuenta, volando en zigzag y dando vueltas en el aire inesperadamente, casi sacándoselo de encima.

Draco, que se había preparado para aquello, sacó unos binoculares y buscó con sus ojos en las gradas, pero no fue hasta que dio con la de profesores que notó algo extraño. Había dos personas moviendo los labios: Snape y Quirrell.

Y el rubio no había vivido en una guerra y sobrevivido en las tropas del Señor Oscuro por solo su apellido. Podía notar la mirada psicótica y mortal del hombre con turbante, por lo que era muy obvio que estaba tratando de hacerle daño a Harry.

Fue solo un minuto más tarde que ambos profesores saltaron escandalizados. Draco frunció el ceño, pensando cómo había fallado en un hechizo tan simple, cuando notó una capa granate y negra escabullirse por las gradas. Se fijó en el lugar donde estaban los leones con los que más convivía y notó rápidamente a la persona faltante.

De igual forma, ambos hicieron lo que debían. En el aire, Harry pudo montar nuevamente su escoba, teniendo el completo control de la misma. Theodore lo empujó suavemente, dándole una mirada conocedora, Draco suspiró.

—Es bueno practicar, Theo. Sirve para estas cosas… No solo hay que leer. —el niño parpadeó, asintiendo segundos más tarde, mirando hacia las gradas de los profesores, y luego nuevamente al juego.

Justo para cuando Harry bajaba a toda velocidad, llevándose una mano a la boca. Draco hizo una mueca cuando el chico comenzó a toser, dando la impresión de estar descompuesto. Madame Hooch corría a su encuentro cuando el niño alzó la mano y una pelotita dorada resplandeció con la luz del sol.

— ¡Tengo la Snitch!

El partido acabo en una confusión, pero llena de gritos y celebraciones de la casa verde y plata. Draco y los demás corrieron hacia la cancha, llegando a tiempo para ver como los mayores bajaban a Harry de sus hombros. El azabache les sonrió a todos, y Draco pudo respirar con mucha más facilidad al tenerlo al alcance de la mano.

— ¡Eso fue increíble, Harry!, ¡No sabía que podías atrapar una Snitch con la boca! —el niño dejó salir una carcajada, devolviéndole la mencionada a la profesora de vuelo, quien sonrió superficialmente, alejándose.

—Bueno, yo tampoco lo sabía. Hasta hoy, claro.

Draco y Harry se miraron en silencio, el ruido a su alrededor desvaneciéndose en un eco apagado. El rubio sonrió, suave y tranquilo, mientras que Harry lo hizo mucho más brillante, pasando uno de sus brazos por sobre los hombros de su amigo.

—Lo hiciste bien, Potter.

No fue sino hasta veinte minutos después, luego de que Harry se bañara y escucharan a Oliver Wood sobre que “¡No la atrapó, se la tragó!” (A Draco le daba gracia ver la similitud entre ambos capitanes) antes de irse a tomar el té con Hagrid, que Draco pudo relajarse por completo. Harry seguía abrazándolo por los hombros, una sonrisa brillante mientras se despedía con la mano de las otras serpientes a lo lejos.

Al llegar allí, ya los esperaban dos cálidas tazas de un fuerte té. Hermione, ron y Neville también estaban allí.

Ni bien estuvieron sentados los leones los atacaron.

— ¡No nos dijiste que eras un jugador, Harry! —chilló Weasley, su rostro rojo. Draco sorbió su té, evaluando si era un rojo envidia o un rojo emoción.

—No podía, se supone que era una sorpresa… Y funcionó perfectamente. La expresión del equipo de Gryffindor fue divertidísima, si me permites decirlo. —Harry se burló, acomodándose en su silla. El pelirrojo gimió, dejándose caer en la propia. Neville les envió una sonrisa.

—Felicidades, chicos. Fue un gran juego.

Ambas serpientes lo agradecieron, enviándole sonrisas gemelas al leoncito, que se puso rojo cereza de un momento al otro.

Hermione se aclaró la garganta, mirando a sus amigos. Ron se enderezó.

—Amigo, fue Snape. —dijo Weasley. Draco se abstuvo de rodar los ojos—. Hermione, Neville y yo lo vimos. Era quien maldecía tu escoba, murmuraba y no te sacaba los ojos de encima.

Harry le envió una mirada cautelosa al chico, luego devolviéndose hacia Draco. El rubio mantuvo los labios sellados, mirando hacia el pelirrojo.

—Tonterías —dijo Hagrid—. ¿Por qué iba a hacer algo así Snape?

Hermione les envió una mirada plana a todos antes de hablar.

— ¡Es obvio que trama algo! Tiene una marca de mordida en la pierna, cojea y todo. Está tratando de pasar al cerbero para conseguir lo que guarda Dumbledore.

Draco se dejó caer contra la silla, frotando sus sienes. Tanto trabajo adicional para que Hagrid no sospechara de ellos y les diera la información que necesitaban y esa niña tonta se iba de bocazas en un arranque de enojo. Típico.

— ¿Cómo saben de lo que hay allí? —preguntó el semigigante, luciendo nervioso. Miró a Harry y a Draco, quienes negaron con la cabeza inmediatamente. El hombre pareció aliviado de saber que ellos dos no estaban metidos—. No importa, aquí está lo fundamental: Snape no trataría de matar a un alumno. Mucho menos de robar algo que el mismísimo Dumbledore está queriendo cuidar. Olvídense del perro, del tercer piso y de lo que se resguarda allí. Eso es algo entre el director y Nicolas Flamel.

Draco saltó, antes de que lo arruinaran más.

— ¡Dalo por hecho! Ya me estaban cansando con sus teorías locas sobre un profesor. Hay que ponerles algo de sensatez a esas tontas cabecitas, como ya sabrás. —dejó salir un suspiro largo y cansado. Harry le siguió el juego, asintiendo con expresión hastiada. Ambos se levantaron—. Mejor nos vamos ahora, Hagrid. Trataremos de que entiendan que no hay que meternos donde no nos llamas.

El semigigante lucía tan agradecido que Draco casi se sintió mal por mentirle tan descaradamente. Casi. (No realmente)

Las serpientes se llevaron a rastras a los leones, terminando en una zona alejada de los oídos indiscretos, pero aun cerca del colegio.

— ¡¿Teorías locas, Draco Malfoy?! ¡Si tú también lo viste, sabes de lo que hablo!

El rubio se froto los ojos, rezando por algo de paciencia extra. Cuando nada llegó, la miro con ojos gélidos e irritados.

— ¿Ustedes creen que está bien ir por ahí acusando profesores, y esperar que no hayan consecuencias o que el involucrado no se entere? Maldita sea, Granger, se supone que tienes un cerebro allí. Aprende a usarlo y no solo memorices porquerías que no sepas utilizar más adelante.

La niña se estremeció, luciendo avergonzada y herida. Harry se mantenía al margen de todo, a un costado de Draco, con expresión ilegible.

—Aprendan a medirse, y dejen de acusar tan fácilmente a la gente. Si quieren información, pregunten sutilmente, para no terminar siendo sospechosos de nada.

Con un último resoplido, Draco se fue, su capa ondeando tras él.

Harry solo les dio una mirada plana cuando ellos se quejaron de la altanería de Draco. Luego dejó salir una risa llena de desprecio, que los hizo recordar de quien estaban hablando y enfrente de que persona, Harry se fue también.

Hermione, Ron y Neville se quedaron mirando su espalda desaparecer, sintiéndose mal. Quizás Malfoy tenía razón y ellos no estaban haciendo las cosas bien… Y atacarlo no había sido una buena decisión.

Una vez estuvieron ambos encerrados en su habitación en las mazmorras, Harry abrió la boca.

—Fuiste algo cruel con ella, ¿Lo sabes, verdad?

Draco se dejó caer en su cama, asintiendo. Aún estaba molesto con ella por levantarle la voz y arruinar todos los esfuerzos de ambos, pero tampoco estuvo bien atacarla. Se disculparía mañana.

Casi se rió al saber que se disculparía con Hermione Granger. Era surrealista.

—Bien, me alegro de que lo sepas. —el niño se acostó junto a Draco, mirándolo—. ¿Hay algo más?

—No fue Snape. —murmuró, encogiéndose de hombros, sus ojos cerrados—. Conozco los maleficios, Harry. Snape no estaba atacándote, sin embargo Quirrell…

El azabache frunció el ceño. Tanto a él como a Draco les daba bastante mala espina el hombre, según palabras del mismo rubio, Quirrell actuaba y se mostraba demasiado vulnerable y débil para serlo realmente. Algo ocultaba, de eso no había duda.

Quizás era un mortífago, quizás un amante de las artes oscuras… Quizás creía que matando a Harry Potter él se alzaría como un mago oscuro reconocido. No lo saben con certeza, pero algo había allí.

—Te creo, Draco. Si tú dices que es Quirrell y no Snape, entonces debe ser verdad. Aunque decirles eso a los otros dudo que sea de ayuda. —Draco lo miró, recibiendo una dulce sonrisa que no dudó en devolver—. Ahora, sobre Flamel… ¿Qué sabemos?

—Nicolas Flamel es un alquimista, Harry. —El chico asintió, con ojos brillando por la curiosidad—. Por eso no es muy difícil saber que resguarda Dumbledore. Es un hombre muy conocido por ser el único fabricante de la Piedra Filosofal. Un objeto de gran valor, no solo por ser única en su clase, sino por su capacidad de transformar cualquier metal en oro. —el niño se sentó, para verlo mejor. Draco pudo ver mil ideas correr en esos bosques verdes—. Y con ella también se puede crear el elíxir de la vida, que bendeciría al que la beba con vida eterna.

Ambos se miraron por un largo rato, en silencio.

— ¿Quién querría robar eso, tanto como para querer meterse en un lugar con dragones?

El rubio tenía una idea clara de quien estaría tan desesperado.

 

 

La navidad estaba prácticamente sobre ellos, y Harry tenía encima una mezcla entre tristeza y felicidad. Estaba complacido porque no debía de irse a casa, pero un trozo de su corazón dolía al saber que Draco no estaría cerca para estar juntos.

El rubio había pasado tiempo extra con él, dejándolo abrazarlo y dormir con él para compensarlo aunque sea un poco, y aun así Harry sabía que solo añoraría más su presencia.

También se irían todos los de su grupo, incluso Neville y Hermione se marchaban. Por suerte se quedaría con Ron, lo cual era algo… No lo que esperaba, pero estaba bien.

Dejó salir una sonrisa cansada cuando los leones se unieron a él en la puerta del colegio. Estaba esperando pacientemente a Draco, quien tenía que preguntarle algo a su padrino (Harry no podía superar del todo el saber que su profesor de pociones fuera familia de su amigo), y por suerte parecía que no lo haría solo.

—Espero que se diviertan aquí, chicos. Les escribiré tanto como pueda. —decía Hermione, mientras envolvía su cuello con una bufanda escarlata. Neville estaba luchando con sus guantes y gorro, tratando de que nada se cayera—. Y espero que les gusten mis regalos.

Ron sonrió incómodo. Seguía sintiéndose muy enredoso con la chica, siempre rozando la hostilidad a la hora de discutir.

Draco decidió llegar justo en ese momento, mientras el silencio se volvía más denso y asfixiante. Harry lo agradeció enormemente.

—Granger, Longbottom, Weasley. —saludó el rubio, apenas moviendo la cabeza. Los leones lo saludaron con mucha más energía. Se habían logrado arreglar tan rápido como discutieron—. ¿Están listos para irse, chicos?

Longbottom y Granger asintieron, acomodándose nuevamente sus ropas. El rubio sonrió, girándose hacia Harry, quien estaba al borde de hacer puchero, por lo que el rubio dejó de lado un momento el estoicismo aristocrático y lo envolvió en un fuerte abrazo. Harry se derritió en el contacto y disfrutó el calor lo más que pudo.

Luego del abrazo, Draco palmeó suavemente el hombro del pelirrojo, quien le sonrió amigablemente. Ellos habían empezado a llevarse relativamente bien en las últimas semanas, mucho mejor de lo que iba la relación de Weasley y Granger, por lo menos.

Cuando los tres se marcharon, y solo quedaron ellos dos, decidieron entrar para calentarse y tomar algo de chocolate caliente. Y durante esos dos primeros días sin su grupo fue así, simplemente ellos dos reuniéndose en algún punto del día, pasando un rato juntos, hasta que ambos tuviesen que volver a sus respectivas salas comunes. Era divertido, Harry no podía negar eso, e incluso se había acercado un poquito más al pelirrojo en ese tiempo.

Jugaban ajedrez mágico, corrían con los gemelos por los jardines de Hogwarts, e incluso se habían lanzado bolas de nieve. Harry se había divertido mucho esos días, por lo que cuando llegó navidad, tenía grandes expectativas.

Al pie de su cama se apilaron varios regalos, más de los que alguna vez llegó a ver. Harry se preguntó vagamente si conocía a tantas personas.

Se arrastró fuera de la cama, notando de primera mano los regalos de Vincent y Gregory, siendo los únicos que utilizaron cajas circulares. Luego, casi como si estuvieran en fila, estaban los de Pansy y Daphne, debajo de los mismos los de Millicent, Lily, Tracey y Sally. Junto a ellos dos grandes cajas plateadas se paraban orgullosas: los regalos de Theo y Blaise.

En una torre alta estaban los regalos de Flint, Montague, Pucey, Bletchley, Urquhart, Cormac, Neal y Higgs. Todo el equipo de Quidditch. Había cuatro de sus prefectos, todos rodeando la pila anterior. Un poco más alejados estaban regalos con toques terracota y granate, mucho más brillosos de los que usaría cualquiera de su casa, por lo que se acercó con el ceño fruncido, pero terminó sonriendo. Eran los regalos de Hagrid, Hermione, los Weasley, Neville y su abuela, sorprendente estaba también el regalo de sus tíos. Más uno, que no podía reconocer tan fácilmente. Pero había dos en particular, que estaban sobre su baúl, que fueron los que más lo emocionaron, los regalos de Draco y Sirius (combinado con Remus, claramente).

Empezó por esos, abriendo con mucho cuidado el regalo de Sirius, topándose con dos libros. Tragó el nudo de en su garganta cuando se dio cuenta que era un álbum de fotos y otro de recuerdos, no reconoció la letra de ninguno de los dos títulos, por lo que asumió eran las caligrafías de sus padres. Al parecer su letra era más parecida a la de su madre, al contrario de lo que él pensaba.

Sacudió la cabeza, negándose a llorar tan temprano, y los dejó sobre su cama, cuando se volteó la envoltura del regalo había desaparecido. Agarró el regalo de Draco, la emoción burbujeando en su pecho. Abrió la elegante caja negra, encontrándose con una hermosa serpiente hecha de oro blanco, con pequeñas incrustaciones de jade.

Harry la sacó con cuidado, mirándola fijamente por unos instantes, el calor en su pecho extendiéndose como pólvora. Sonrió, y fue como si la pulsera se comunicara con su magia, porque pronto se estaba deslizando en su muñeca derecha, ajustándose.

Sacó una nota, que estaba parcialmente escondida en la caja.

Harry:

Espero que te guste mi regalo, y el de Sirius. Asegúrate de enviarme la carta para él cuando me respondas a esto, así ustedes no pierden comunicación por tanto tiempo.

Por otro lado, tu pulsera tiene un pequeño truquito que es más para mí que para ti, pero funciona en ambas direcciones. Con suerte no te lo voy a tener que explicar.

Feliz navidad, Harry. Te quiero.

Con amor, Draco.

Harry dejó salir un jadeo, esa era la primera vez que su mejor amigo (o alguien aparte de Sirius y Remus) le decía que lo querían. Podría encuadrar esto, para no olvidarse jamás que era importante para alguien. Guardó la carta junto a la primera que recibió de Sirius, y los álbumes fueron con ellos.

Se giró hacia los otros regalos, aunque a sabiendas que nada podía ser mejor.

Y tuvo razón, parcialmente al menos. Todos sus amigos se habían lucido: Blaise regalándole una colección completa de libros sobre Quidditch y defensa contra las artes oscuras, mientras que Theo había optado por un uniforme nuevo de Slytherin, más un juego de túnicas de gala.

Pansy le había regalado un bolso negro, aparentemente sin fondo, con el logo de los Potter en un costado. Daphne, por su parte, le había enviado vuela plumas y dos diarios casi iguales, difiriendo solamente en el decorado del lomo, siendo que uno tenía lirios amarillos que de cuando en cuando desaparecían para volver a aparecer, entrelazándose entre ellos con gracia, y la otra tenía pequeñas damasquinas floreciendo en la parte inferior del lomo. Una pequeña nota le explicó que eran diarios tanto para él como para Draco. Harry se preguntó vagamente porque se lo dio a él en vez de mandárselo directamente al rubio, pero se encogió de hombros.

Millicent le había enviado un equipo de mantenimiento para su escoba, junto a una pequeña Snitch con un “HP” grabado. La pequeña bolita se activó y comenzó a revolotear por toda la habitación, pero Harry no se preocupó demasiado, viendo los otros regalos.

Lily y Sally parecieron ponerse de acuerdo para comprarle cosas para Hedwig, pero él estaba más que feliz por ello. Su pequeña lechuza tendría un mejor lugar donde descansar cuando rondaba por sus habitaciones, además de una nueva jaula, que se encogía por si sola. Tracey, por su lado, le regaló un gran libro de etiqueta tradicional para sangrepuras y un reloj de bolsillo bañado en oro blanco con el escudo de Potter en la tapa. Vagamente se preguntó si le estaba tratando de mandar una indirecta.

Vincent y Greg le habían enviado cajas llenas, hasta el borde, de sus dulces favoritos, más una fotografía móvil de Draco arrugando la nariz desaprobatoriamente. Se preguntaba que estaría pasando en esa foto.

Los chicos de su equipo le enviaron regalos mucho más genéricos, libros, libretas, plumas, joyas y dulces de todo tipo. Uno de ellos le había salvado la vida, regalándole un enorme portador de joyas, porque de otro modo no sabría dónde meter todo aquello.

Al final, llegó a los regalos de sus amigos menos aristócratas, y esperó de corazón que no fueran libros. Hagrid le había regalado una flauta rústica, y Harry no dudó en intentar tocarla, notando lo fácil que era. Se hizo una nota mental de ir con el semigigante y agradecerle personalmente por el bonito objeto.

Hermione, como no, le regaló un gran libro de historias fantásticas del mundo mágico. Asumió que eran como los cuentos de hadas de los muggles, y lo dejó en su cómoda para leerlos en las noches siguientes. También le enviaría una carta a ella para agradecer (ese año tenía muchos agradecimientos que enviar).

Desenvolvió rápidamente el de los Weasley, sus ojos poniéndose llorosos de nuevo. En esos dos días había visto una gran cantidad de diferentes suéteres con grandes letras en el pecho, y nunca esperó recibir una también. Dejó salir un suspiro tembloroso, colocándoselo rápidamente. Estaba por levantarse y correr en busca de los gemelos y Ron, cuando vio el último regalo.

Este lo desenvolvió con muchísima intriga, viendo en él solo su nombre en una caligrafía demasiado inclinada y redonda para ser conocida. Hizo una mueca al ver el horroroso diseño, a sabiendas que Draco o cualquiera de los otros, lo matarían si usara algo así. Sin embargo, cuando lo tomó en manos se dio cuenta que parecía como si estuviese sosteniendo líquido. La levantó y la pasó por su cabeza, mirándose en el espejo de cuerpo completo que Draco insistía en dejarlo para su uso. Abrió los ojos casi cómicamente.

¡Su cuerpo no estaba!

 

 

El almuerzo navideño en Hogwarts era de lo más basto.

Había una centena de pavos asados, montañas de papas hervidas, al horno y fritas, patos grandes de arvejas con manteca y salseras llenas de riquísimas combinaciones de salsas. Fue una agradable cena, llena de risas y burlas por parte de los gemelos hacia Percy.

Para cuando se estaban yendo, Hagrid ya estaba ebrio, besando las mejillas de sus profesoras. Harry se preguntó vagamente si eso tendría consecuencias en la mañana. No era lo suficientemente importante para preocuparse en ese momento, jugando en la nieve como un niño normal.

La otra mitad de la tarde se la pasó en su habitación, escribiendo cartas de agradecimientos y, en algunos casos, respuestas a las cartas, con agradecimientos agregados al final de todas. Para cuando llegó a la carta de Draco estaba nervioso, con el periférico de su vista podía atrapar el resplandor plateado de la capa misteriosa.

Úsalo bien.

Pasó saliva, mirándola contemplativamente, para luego verificar la hora. Eran cerca de las once, el toque de queda ya en marcha para todo el alumnado. Asintió, parcialmente para él, pero en completo para convencerse.

Terminó la carta para su amigo con un simple “Tengo que mostrarte algo cuando vuelvas. Es asombroso”

Se enfundó en la capa, escabulléndose fuera de la casa de las serpientes. No tenía muy en claro a donde se dirigía, por lo que deambuló durante un largo rato. Pensaba en los días que había estado allí, y de repente se le ocurrió un lugar al que ir: uno en donde jamás podría escabullirse de otra manera. Se dirigió velozmente hacia la Sección Prohibida de la biblioteca. No estaba buscando nada en particular, simplemente mirando los títulos raros que allí tenían, cuando el ruido de voces y pasos lo asustaron.

Eran Snape y Filch, y aunque no podrían verlo, el pasillo de este lado de la biblioteca era demasiado angosto. Retrocedió con cautela, apagando la luz de su varita con un ahogado nox. Agradeció, súbitamente, que Draco le enseñara hechizos así de útiles en sus tiempos libres.

A la izquierda de donde estaba parado vio una puerta entreabierta, y no tuvo que pensarlo demasiado para meterse en ella. Todo era mejor que enfrentarse a esos dos. Escuchó los pasos alejarse, con mucha atención, antes de relajarse verdaderamente. Harry dio por finalizado su día de exploración, completamente listo para irse a la cama, pero luego observó a su alrededor, sospechando que había encontrado otro salón en desuso, como tantos otros que existían en Hogwarts.

La escuela parecía que debía de haber tenido muchísimas otras clases, y a Harry le daba curiosidad saber por qué ya no estaban. Supone que debía de preguntarle a Draco mas tarde. O a Sirius, para saber si en su tiempo de estudiante había otras clases.

Caminó un poco, notando las partículas de polvo flotar por el aire, un atisbo de humedad en el lugar, junto a varios papeles desperdigados por el suelo. Sin embargo, lo que le llamó la habitación fue el espejo gigante, magnífico, que estaba contra la pared de enfrente. Lucía tan fuera de lugar, siendo que tenía un marco dorado, presumiblemente de oro, muy trabajado, y tenía soportes en formas similares a unas garras. Una inscripción inentendible flotaba en la parte superior del espejo, pero eso no era lo que a Harry le importaba ahora.

Se dio la vuelta para mirar, solo una confirmación para saber que lo que estaba en el espejo era una mentira.  Su corazón latía con furia mientras volvía a darle la cara al espejo.

Allí estaba él, su reflejo, lleno de miedo. Sin embargo, no estaba solo, tras él había muchas personas, tantas que no podía distinguir sus rostros, pero los que más podía identificar fueron los más atemorizantes. Había una mujer, muy bonita, con cabello rojo oscuro y ojos idénticos a los suyos. Se acercó inconscientemente, viéndola llorar con una sonrisa feliz en sus labios. A su lado, un hombre delgado y alto, la abrazó por los hombros. Tenía lentes y un cabello demasiado desordenado para ser normal. Igual al suyo.

— ¿Mamá? —susurró—. ¿Papá?


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