—Te digo que nadie me obligó.
—No me gusta esto.
—Bueno —Tsuna rio bajito—. A ti sí te obligué.
—Más te vale que la recompensa sea buena.
—Te quitaré la prohibición de café en las mañanas. Tu último examen salió bien, así que puedes volver a beber una taza por día.
—Doble o nada.
—Una taza en la mañana y una en la tarde.
Aun así Reborn bufó molesto por toda esa situación.
Tsuna aun lo estaba maquillando para simular las mejillas rojas y algunas figuras de colores en el rostro. El maquillaje era parecido al que el propio castaño usaba para simular a un payaso de fiestas infantiles. Y el toque final fue la estúpida nariz roja y redonda que completaba el disfraz.
Aun usaba su bata blanca, impecable, la que lo identificaba como uno de los médicos del hospital, Tsuna en cambio vestía algo blanco con dibujitos de flores.
—Te dije que algún día te serviría.
Tsuna se entretuvo colocando la funda en forma de tigre en el estetoscopio del azabache médico que solo suspiraba intentando mentalizarse para lo que pasaría. Porque era el día de visitar a los pacientes en pediatría y darles algo de alegría en medio de sus tratamientos. Y no eran los únicos, al menos diez voluntarios se unieron a la causa, y cuántos médicos, residentes o enfermeras pudieron.
No dejarían ni un área sin visitar.
Hace tiempo que el propio Timoteo le comentó la idea, Tsunayoshi le siguió la corriente, y terminó en un programa colorido donde entregarían globos y jugarían con los niños. Fue divertido desde el inicio para Tsuna, pero Reborn no lo tomó bien porque era un aburrido a veces.
—¿Listo?
—No.
—Ya lo sabía.
Tsunayoshi sonrió antes de golpear la frente de Reborn con fuerza, y antes de que este se quejara, le tomó de las mejillas y le cedió un beso gentil, tranquilo, y un poco largo que repitió varias veces en besitos cortos.
—A pesar de todo, me acompañas en estas cosas. Eres buena persona en el fondo.
Reborn le dio un beso más.
—Tú me haces mejor persona, pastelito.
Tsuna soltó una carcajada antes de alejarse de Reborn y dirigirse con los demás voluntarios. Llevaba su cámara fotográfica para recolectar las radiantes sonrisas de todos esos niños, además llevaba pequeños dulces que le autorizaron a compartir y que distribuiría con ganas en ese pequeño espectáculo.
Fue una de las actividades memorables e inolvidables del hospital. Con los niños cantando y jugando, felices con sus globos y siendo acompañados por sus médicos que para ese día especial se disfrazaron. El sonido de la felicidad se extendió a los padres que acompañaban a los menores, y la mañana pasó en un abrir y cerrar de ojos.
Incluso Reborn empezó a sonreír sinceramente mientras fingía revisar a los pequeños pacientes con su estetoscopio, o se los prestaba para que ellos lo revisaran a él.
—Has cambiado mucho, y para bien.
—Tsuna hizo maravillas en mí.
—Te volvió humano, supongo —Timoteo se burló divertido.
—Sí, supongo.
—Siendo así, me quedaré más tranquilo cuando te hagas cargo de todo este lugar.
—Puede confiar en mí.
—Prefiero confiar en que Tsunayoshi te guiará bien. Le pediré que te golpee en el hígado cada que hagas algo estúpido.
—Ya lo hace, no tienes que recordárselo.
Mañana agitada, tarde tranquila, una pizarra de corcho llena de fotografías al día siguiente, y la normalidad de vuelta en aquel hospital.
Y por otra parte.
Un hogar cálido formado con el tiempo, un nuevo departamento más amplio donde las decenas de fotografías de la familia alcanzaran, un lugar especial donde el primer retrato que Reborn hizo de Tsunayoshi estaba enmarcado, otros detalles más que el castaño recolectó y apreciaba de forma especial. Un estudio que funcionaba como oficina de Reborn y en donde Tsuna acomodó un sofá junto a la ventana para admirar el cielo y el parque cercano mientras se transformaba en una compañía silente. Un pequeño estudio alterno que Tsuna usaba para sus fotografías o para cuando reñía con Reborn y le aplicaba la ley del hielo.
Era perfecto.
Todos le tendrían envidia a un hogar como ese.
Su hogar para siempre.