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Él para otro. por adanhel

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Notas del fanfic:

Como de costumbre, mis fics se situan en un universo de donceles. 

Una isla, donde una estrella maligna traía dolor, desesperación. Una isla, donde un sanador en el que el Santuario tenía grandes esperanzas preparaba las medicinas que ellos usaban. Una isla, tan cerca, pero otro mundo por completo. El que ellos protegían.

Zaphiri recibió la misión, pero antes de irse, después de apenas estar unas horas en el Santuario, se concedió mirarlo. Era un pecado, Athena debería ser la razón de sus vidas, pero ella aun solo era sombra y quimera; en cambio él, aunque tan intocable, tan hermoso como seguro sería ella, estaba ahí.

El camino de rosas se abrió ante él, silencioso y aterrador como cuando subió ante el trono del Patriarca. Ni siquiera su sombra había sido visible en ese momento, aunque sabía que desde algún lugar lo había visto llegar. Esos ojos, por los que bajaría al infierno con tal de verse reflejados en ellos.

Se detuvo en medio de su templo y lo llamó, aunque sabía que no le respondería, pues dolía demasiado y no quería que lo oyera quebrarse. Él preferiría ahogarse en el sonido doloroso de su voz que enloquecer en el silencio.

-Lugonis.-sabía que estaba ahí. Aun en medio de las rosas, de ese asfixiante olor carmesí, podía percibir el suyo.-Te amo. Volveré pronto. Iré a la isla de los sanadores, no creo tardar más que un par de días.

Debía decírselo. Nadie más le decía nada. Nadie apenas se preocupaba por la hermosa y solitaria existencia en la casa de Piscis. Si no lo hacía podría preocuparse. Si moría, tal vez él quisiera ir por su cadáver y al fin se permitiría tocarlo. Frecuentemente se sorprendía fantaseando con morir, para poder estar con él.

Pero esta vez fue diferente. Un ondeo de capa, pétalos arrastrados por el viento, y la rosa más hermosa del mundo ante sus ojos, protegida por sus espinas, por el rocío en sus ojos.

-¿Por qué iras ahí? ¿Verás a alguien?

No una sino dos preguntas, y algo que no reconocía en su voz. Una emoción que se mesclaba con el dolor, el temor usual que solo a él le dejaba conocer.

-Los espectros comienzan a despertar. Debo exterminarlos.

Lugonis apretó los labios. Él estaba ahí. Él, que era todo lo que había perdido. Todo lo que jamás sería, lo que Zaphiri merecía.

-¿Podrías esperar un momento?

Una vida. Muchas de ellas.

-Por supuesto.

Una vez, le había regalado un mechón de su cabello. Debió guardarlo, protegerlo en un relicario, pero no pudo hacerlo. Un pañuelo en su pecho debió bastar pues lo llevaba siempre contra su piel, lo tocaba cuando lo extrañaba, lo besaba cuando deseaba besarlo a él.

Se preguntó si acaso le daría uno de nuevo; después de todo, no se estaba portando como siempre.

Lo miró alejarse, perderse donde deberían ser sus habitaciones, el santuario al que siempre había querido entrar, proteger, pero había fallado. Al menos no había ido a esa horrorosa pocilga en medio del infierno venenoso donde se encerró después de que su sangre comenzó a matar incluso sin él proponérselo.

Cuando regresó le tendió una carta. Sus ojos estaban rojos. Lugonis era duro, no lloraba hacia mucho y por un momento temió lo peor. Fue hasta que escuchó su voz que pudo centrarse.

-Entrégasela, por favor…

Estiró la mano y rozó sus dedos al tomar la carta, la parte que no cubrían sus guantes. Piel muy blanca, apenas coloreada de rosa, como una flor besada por el sol. Pero Lugonis estaba tan consternado que no lo notó. No lo evitó. Tomó el sobre con la zurda, decidido a sostener su mano mientras lo permitiera, sintiéndola temblar.

-¿A quién?

¿Había conocido a alguien en una misión? ¿Acaso quería pedir una medicina, buscar algún modo para no seguir sumidos en la miseria?  

-A Luco.

-¿Cómo sabré quién es?

-Lo sabrás en cuanto lo veas.-esta vez, fue la mano de Lugonis la que apretó la suya, sus ojos los que lo buscaron.

Quería que dijera algo, pero sabía que Zaphiri no lo haría. Confiaba en él, y si le decía que lo reconocería, no lo pondría en duda. Pero no podía dejarlo ir así. Debía decírselo.

-Él es mi gemelo.

Los ojos oscuros se clavaron incrédulos en él. Sorpresa, una pisca de dolor… eso lo reconfortó.

-Nos separaron cuando vine aquí… desde entonces apenas si lo he visto.

A lo lejos, sin hablarle, sin que él se diera cuenta que estaba ahí. Si se acercaba, o si le decía algo, sabía que no podría alejarse. Una pérdida era tolerable. Dos sería demasiado. Incluso ahora, con su mano en la suya, sintiendo su calor, sentía que apenas podía soportarlo.

Zaphiri asintió. La carta se guardó entre su ropa y su mano rozó su cara, acariciándola. Lugonis se apoyó en ella, cerrando los ojos.

Dolía. Saber tan poco de él. Tener tan poco de él. Pero no podía pedirle más, no era justo. Permanecieron así un momento, antes de que él soltará su cabello con un movimiento rápido y con su índice cortará un mechón al centro de su rostro, besándolo frente a sus ojos.

-¡No lo hagas!-exclamó asustado.

-Entonces te besaré a ti.

A veces, aun le gustaba actuar como sentía que debía hacerlo. Por conseguir lo que deseaba estaba dispuesto a pagar el precio necesario.

Sus labios se posaron sobre los de Lugonis, tan suaves, tan cálidos. Su hermosa rosa se quedó quieta, dejándose adorar por un momento, pero cuando él intentó ir un poco más allá dio un paso atrás.

Él era un cáliz que no debía ser libado. Una flor que no daría fruto. Una existencia estéril que solo traía dolor.

Bajó la mirada, apenado, y lo escuchó suspirar. Lo sintió mirarlo.

-Regresa pronto.-murmuró a modo de súplica. De despedida.

-Así será.

Lo vio irse, como tantas veces. Pero esta vez, temía lo que pasaría.

No a los espectros, sino a lo que él mismo hizo. Zaphiri merecía algo mejor.

***

Algo estaba sucediendo, estaba seguro. No podía verlo pero lo sentía. Las flores estaban tristes, el cielo parecía oscuro y respirar se volvió difícil. Estaba intranquilo y quería alejarse de todos, aunque eso le dificultaría saber quien llegó esa mañana en el barco que tocó puerto.

No importa, trató de convencerse, solo será una nueva decepción. Otra oportunidad de verlo que no fue tomada. En su lugar caminó hacia una zona inhabitada de la isla, donde rocas y cuevas formadas por el agua estaban llenas de algas y musgos que podía tratar de usar para limpiar venenos, aunque obtenerlos fuera peligroso.

Se le estaban agotando las opciones, y aun era tan joven…

Casi llegaba cuando un destello en la playa llamó su atención. Un brillo agresivo, una presencia sofocante que ahogó sin problemas a esa otra que lo hacía estremecer y en ese momento se alzaba amenazante: la que hacía días sentía moverse por la isla.

Si verlo no le hubiera arrebatado el aliento lo hubiera hecho ver la facilidad con que asesinó, como tras un movimiento de sus dedos ese monstruo caía como un fardo a sus pies.  Era un hombre magnífico, hermoso como un dios, pero más que nada, imponente, aun si aquello que cubría su cuerpo no fuera una armadura de oro. Tardó un momento en notar que el cadáver cubierto por una armadura de brillo oscuro se desvanecía a sus pies y fue otra la emoción que formó un nudo en su garganta.

Verlo a él, después de perder a su gemelo, era la cosa más importante que le había pasado en la vida. Matando, protegiendo de un enemigo sin nombre que estaba más allá de lo que podían entender o defenderse significaba que no fue un engaño aquella historia con que se lo llevaron. Que había alguien que podía responder aquellas preguntas que solo se habían topado con silencio como respuesta

Se acercó, pues él ya era consciente de su presencia, y se sintió tan íntimamente satisfecho cuando vio el reconcomiendo en sus ojos que no logró darse cuenta de la oscura, fugaz emoción que acompañó el verlo.

-¿Estas bien?-le preguntó mientras aun caminaba, y su voz hizo estremecer algo dentro suyo.

-¿Vienes del Santuario de Athena?-respondió, después de asentir.

Zaphiri sonrió. Era obvio que lo supiera, que no estuviera asustado. No siendo su hermano. Aun así era perturbador su parecido. Encontrarlo tan pronto.

-Soy Zaphiri de Escorpio.-se presentó- Guardián de la Octava Casa.

Piscis era la doceava, la que ese viejo dijo que tendría su hermano. Pero no tenía idea de cómo era ese Santuario, si estaban cerca o si eran lejanas; si él podía ser amigo de su hermano o si solo lo veía de lejos… Si, siendo otro caballero de oro, podía estar cerca de él.

-Luco…

No más. Antes, cuando eran niños, se podían presentar como hermano de Lugonis, o Lugonis como suyo. Todo el mundo los conocía, los nombraba así. Ahora solo era él. Ya no había nadie que recordará a su hermano.

-Lugonis te envía saludos.-esos ojos verdes, tristes, se posaron en él. Su mano se estiró, ansiosa, tomando su brazo sin miedo.

Hacía mucho, Lugonis había hecho lo mismo.

-¿Nada más?-había anhelo en su voz, y Zaphiri se descubrió a si mismo callando para que no se detuviera.

-Una carta.

***

Siempre ansiaba verlo, pero no hacía nada por propiciarlo, porque habría sido demasiado grande su perturbación. Postergaba sus encuentros por algún motivo que quizá él entendía o no, un simple pretexto para no verlo o para verlo otro día, porque así, Zaphiri seguiría conservando en su mente la imagen de su yo pasado, no de lo que era ahora.

Aquella que aun merecía ser amada.

Y así habían pasado los meses, los años, entre pequeños encuentros donde el silencio decía más que las palabras y la ausencia que la cercanía. Aunque, tal vez, a ambos les decía cosas diferentes.

Las despedidas se volvieron frecuentes, las veces que él pretendía estrechar su mano abundantes, pero ni eso podía darle. Por eso hizo lo que hizo. La isla era grande, bien podía ser que él ni siquiera se enterará de su existencia, pero así le regalaba algo de sí, le dejaba saber, aunque fuera de un modo egoísta, diferente a cuando él se detenía a hablar en su templo, contándole cosas aunque no lo pudiera ver.

Se preguntó si funcionaría. Si Zaphiri miraría a Luco y pensaría que era suficiente.

Si era su belleza lo que amaba de él debería bastar, pues tenían la misma. El caballero más hermoso del santuario, la rosa ofrendada a los dioses, esta vez tenía su igual, alguien que podía tener una vida, que podía ser feliz. Que podía ser amado sin que eso significará la muerte.

Un estremecimiento lo recorrió, y sin atreverse a mirar la puerta por donde se había ido, regresó a su lugar, en medio de su jardín de rosas.

***

Su rostro se iluminó, una sonrisa se formó en sus labios. Mirar en esa cara tan conocida, tan amada, esos gestos que rara vez veía en él lo hacían sentir extraño. Sacó la carta, cuidándose de no apartarlo, pero él se soltó para tomarla entre sus manos, abrazándola. Una vez al año, o cuando había pasado importante, era cuando recibía una carta: su cumpleaños, cuando él recibió su armadura, cuando su sangre lo privó de todo contacto y él tuvo que rogar porque no le quitará también eso…

-Tú puedes acercarte a él.-no era una pregunta. En su capa aun perduraba el olor de las rosas y en el modo en que lo miró había afecto.

-Soy un caballero de oro.

-¿Todos los caballeros de oro pueden?

-Solo somos tres más en este momento. Y uno no vive en el Santuario.

Los niños serían diferentes. Cuatro, para tres templos… Otra vez, gemelos separados, pero algo en esos niños de Géminis le decía que iría muy mal, pese a lo que Ilias pudiera haber dicho. Causarles tanto dolor siendo tan jóvenes no era bueno, torcería sus mentes.

-No es lo que pregunté.

-Creí que querrías saberlo. Pero no. Todos podrían acercarse de no ser venenosa su sangre.

Ni siquiera ellos podían. Luco estaba tan decepcionado como Zaphiri.

-Entonces, ¿tú…

-Mi constelación es el escorpión divino. Puedo usar venenos, y soy fuerte ante él.

No tanto como quisiera, pero una idea había ido cobrando forma. Si solo Lugonis la aceptará no le molestaría enfrentar al Patriarca una vez completada.

***

Miraba la entrada de su templo, preguntándose si él volvería. Si sería el mismo. Miraba el símbolo grabado en su parte superior, los peces gemelos nadando en direcciones contrarias, la dualidad que esta vez se representaba mejor que nunca con él y Luco.

No podían ser más diferentes.

Luco debía ser libre. Debía ser feliz. Debía tener todo lo que él no podía. Era lo que le había dicho en su carta y esperaba que lo comprendiera. No podía verlo, pero si desear su felicidad. No podía tenerlo, pero si esperar que tuviera lo que merecía.

Sin embargo, no dejaba de doler. Creía ya estar acostumbrado, pero no era así. Poco a poco, sin darse cuenta, el creer que Luco estaba bien y que Zaphiri volvería se había vuelto su fuerza. Fuerza, aunque no alegría. Amor a distancia, una idea en sus mentes que podía estar a punto de quebrarse por lo que hizo.

Pero era lo mejor.

Luco merecía saber la verdad. Aceptarla. Y Zaphiri… una respiración igual a la suya, unos ojos verdes mirándolo, una voz que no hablaba al no encontrar palabras pero aun así se entregaba… él merecía eso, no la vida a la que lo condenaba.

Zaphiri también había comenzado a cambiar, lo veía.

Estaba más irritable. Tomaba más riesgos, decía cosas que lo preocupaban. ¿Qué importaba que la diosa aun no naciera? La guerra vendría, pero era su venida la que la hacía inevitable y aún faltaban muchos caballeros. Los niños eran aún muy pequeños y no quería verlos sufrir. Podía cuidarlos, ya que nunca tendría uno.

El patriarca se lo dijo. “Tú eres el primero con este poder, que solo crecerá”. Él tuvo unos años antes de despertarlo, una familia a la que mató mientras intentaban proteger a su hermano, aunque Sage no tardó más de un día en llegar después de que las rosas comenzaran a rodearlo sin que él pudiera detenerlas.

Ahora, tal vez Luco podría salvar al único otro que amaba.

Sería peligroso para él. Podría ser doloroso, los caballeros no tenían una existencia fácil o segura, pero merecían un remanso de paz. Amor, que les permitiera seguir peleando, saber que era por eso que valía la pena.

Era egoísta y lo sabía. Pero no podía ser de otro modo. Eso y el orgullo era lo único que le quedaba. Los empujaba a una situación que de otro modo podría no pasar, pero de la que ahora debería saber. Zaphiri debería decirle si lo vio y como estaba en realidad. Luco sabría lo mismo.

Y él podría leer en su rostro si le decía la verdad o le ocultaba algo.

***

Siguió a Luco hasta donde vivía, preguntándole en el camino sobre la vida en la isla. La suya. Era un placer oírlo hablar, aunque de lo que dijo entendió que ese que mató podía no ser el único espectro en la isla, que aún había algo más y debía quedarse.

Ese no era ningún problema. Se quedaría aun si ya hubiera terminado su misión solo por corresponder a su invitación de quedarse a su lado. Esa que por tanto tiempo anhelo de una boca igual a la suya. Se sentó, mirándolo ocuparse de su hogar, cocinar para él, cosas que solo había visto en sueños ahora delante de sus ojos.

Sin embargo, no eran iguales. Las flores cambiaban de acuerdo a donde eran plantadas y ellos también. Luco era más delgado, más frágil, su cabello un poco más claro, besado por el Sol, y aunque su mirada era triste y podía sentir su soledad, no era tan profunda, tan enloquecedora como la de Lugonis, y eso que después de leer su carta, ésta pareció acentuarse.

Aun así verlo era un placer y tenía tan pocos en la vida…

Le hubiera gustado ver personas parecidas a Lugonis para recordarlo, pero siendo tan hermoso era difícil. Hubiera querido hablar con alguien que lo conociera, que le contará lo que hacía mientras él estaba lejos, pero no había nadie cerca de él. Luco sentía lo mismo. Rompió el silencio. Por fin había alguien que podía hablarle de Lugonis, ayudarle a entender quién era ahora, como podía escribirle cosas así.

Pero era difícil, más de lo que creyó. Zaphiri le resultaba perturbador.

Aun así lo escuchó hablar de las rosas, siempre las rosas, y como Lugonis era el guardián, la última defensa antes de llegar al Patriarca, al templo donde encarnaría Athena para salvación del mundo y perdición de ellos, aunque estaba tardando y el mal comenzaba a surgir.

-Eso fue lo que exterminé antes.

Había molestia en su voz. Se suponía que eran caballeros al servicio de la diosa, pero él no parecía complacido al hablar de ella. Trató de distraerlo y sintió sus mejillas sonrojarse cuando él tocó su mano al recibir el fruto que le ofrecía.

-En la noche terminaré con todo, no te molestaré.

Tampoco lo comprometería, porque estaba solo y fuera del Santuario las cosas eran diferentes. Las habladurías tenían más peso que los hechos.

-No importa, puedes quedarte.-agradeció poder disimular la emoción en su voz.- Soy un sanador, nadie se extrañara si digo que eras un enfermo.

Zaphiri sonrió. Deber ante todo, cumplir lo esperado. En eso si era muy parecido a Lugonis.

-Los espectros son más fuertes de noche…

¿Lo estaba rechazando?

-… pero volveré cuando acabe con ellos. Me despediré de ti.

Luco sintió un hueco en el estómago. Trató de ignorarlo y apretó la carta en su bolsillo, levantando la cara. Solo él podía responderle lo que deseaba saber en ese momento.

-Dime, Lugonis… ¿Lugonis no sale de misión como tú?

Tardó un poco, pero ya se había confiado en su presencia. Sabía que él no le haría daño y le diría la verdad en la medida de lo posible. Pero también se iría pronto, sin volverse atrás.

-No es necesario. Yo lo hago por él.

Luco asintió. Lo suponía, pero no por eso era menos duro. Quería decir algo, pero al final no lo hizo. Solo deseó que el monstruo o lo que fuera se ocultará bien, que debiera quedarse otro día, porque había dolido saber que lo suyo había sido una ilusión. Que Lugonis no iría a verlo. Al menos eso lo dejaría pensar en otra cosa, aunque parecía que lo suyo era perseguir ilusiones.

Zaphiri creyó saber que era. Eran gemelos, seguro lo intuía, tal vez hasta lo sentía, como esos niños del Santuario, que no estaba bien. Que no era correcto encerrarse así, alejarse de todos. Y él lo consentía. Lo protegía. Tomaba sus misiones, aunque eso significara pasar poco tiempo en el Santuario, pero funcionaba para ambos, pues Lugonis se preocupaba demasiado de dañar a cualquiera sin querer y él necesitaba donde descargar su frustración.

Después de eso, el tenue ambiente entre ellos cambio.

Zaphiri lo miró alejarse. Estaba acostumbrado y no podía ser de otro modo, pero para Luco era más difícil aceptarlo. En la luz mortecina de la tarde se miró al espejo, el único lujo que tenía, y sintió de nuevo que algo le faltaba, pero, ¿qué era?

No había querido aceptar que Lugonis ya no era lo que recordaba, pero después de hablar con él no podía engañarse más. No era que estuviera alejado por su poder o su estatus, todo era culpa de ese veneno, que había emponzoñado ya su alma. La de los dos.

Si no encontraba una cura se volvería loco. Si la encontraba y Lugonis no la aceptaba se moriría. Toda su vida giraba en torno a él, que era de esas rosas. Necesitaba algo para sí mismo.

Aunque sentía que eso que deseaba tampoco podría pertenecerle.

***

Se quedó en una esquina, en el suelo. Luco vivía alejado, en realidad nadie lo había visto siquiera a su lado, pero sabía que era necesario. No era solo por mantener un decoro adecuado, no era tan fuerte. Deseaba abrazarlo, hundir su nariz en su cabello y besar su boca. Justo lo que no podía hacer. Y él tampoco se lo ponía fácil, mirándolo cuando creía que no lo veía, suspirado cuando salía de la habitación.

Se preguntó si Lugonis le habría dicho algo sobre ellos y por eso se portaba así, que fueran figuraciones suyas, pero tenía miedo de preguntar. Compañeros. Si le había dicho que eran solo eso, o peor, si ni siquiera lo había mencionado… negó con la cabeza y recorrió la figura menuda recostada en la cama, de espadas a él. Cabello rojo cayendo en guedejas, oscurecido por la falta de luz, pues solo una vela se consumía, en su honor suponía.

Odiaba no poder hacer nada. Por eso se odiaba la mayor parte del tiempo. Pero hacerlo ahora sería despreciable y ni siquiera matarse lo compensaría. Y no solo esa idea de besarlo. Incluso la de tomar su mano y preguntarle cómo era Lugonis de niño, como fue que se separaron y porque no se lo llevaron a él, cuando podía sentir su cosmos rodearlo, blanco y tranquilo. Cualquier cosa que hiciera lo lastimaría, y mientras pudiera evitarlo, era algo que no quería hacer, ni con su rosa roja ni con este lirio encantador.

Se alegró cuando sintió acercarse una presencia maligna.

-Ojalá sea más fuerte que ese bastardo.-murmuró, y Luco apretó las manos bajo la manta.

Todos en la isla podían haber sido asesinados por ese monstruo, pero para Zaphiri no había sido más que una molestia, incluso menor a ir hasta donde estaba. Sus mundos eran diferentes.

Lo escuchó salir y un estremecimiento lo recorrió mientras se levantaba,  esperando poder verlo desde la ventana. La armadura, que había abandonado su cuerpo a una orden suya, dejándolo lucir como un hombre normal mientras estuvo a su lado ya no estaba. Había vuelto a ser un caballero.

Por un día había sido como si fuera su esposo, por absurdo que se sintiera incluso al pensarlo, pues le gustó apenas lo vio. La gratitud se sumó pronto a lo que sentía, al amor que sabía podría llegar a tener, porque echaba raíces rápido.

¿A Lugonis le habría pasado igual?

Ese hombre era todo lo que podía desear y más. Fuerte, digno, hermoso y educado. Podría ser feliz a su lado, solo sabiéndose suyo, aun cuando el miedo a perderlo en cada misión se hiciera presente. Podría darle todo lo que seguro merecía y tomar de él lo que estuviera dispuesto a darle.

Pero no podía.

Pese a todo, entendía mejor que nadie a Lugonis. Lo suyo era desesperación pura, un anhelo imposible, una petición egoísta. Y a pesar del poco tiempo pasado juntos, creía entender a Zaphiri y que aunque logrará engañarse por unas horas después volvería a la razón y no lo soportaría.

Y él no destruiría dos vidas a cambio de la suya. Bueno, no esas dos vidas. El mundo para él no era ese ideal a proteger, sino lo que podía ver, lo que conocía y amaba. Ese día su mundo había crecido.

Clavó la mirada en la oscuridad que rodeaba su casa y no supo si era la realidad o solo su deseo haberlo visto, aunque la angustia había sido real, acorde a los ruidos que escuchaba. Una bestia, tal vez un lobo. Él había dicho que lo más seguro es que no hubiera otro espectro, pero que debía haber llevado algún sirviente fuerte al ser tan débil.

Cuando regresó una sonrisa cruzaba su rostro y su mano estaba llena de sangre. Él también podía ser cruel. Eso le alegraba. Las dudas, la compasión, eran un privilegio que no podía permitirse.

Le dio agua para que se lavará y volvió a pedirle que durmiera en su cama, que él lo haría en el suelo, pero lo más que logró fue que se sentará en el suelo a su lado. Esta vez, se recostó mirándolo, grabándose en sus ojos su imagen, para tener a que aferrarse una vez que se fuera.

Que fuera a doler, que doliera ya en ese momento, no era importante.

Cuando su respiración se acompasó, Zaphiri se permitió apoyarse en su cama, disfrutando del leve olor a lirio que despedía. Fue ese mismo perfume el que lo despertó, antes que su tacto. Su primer impulso era apartarlo, pues se acercó sin intención de despertarlo, pero podría lastimarlo y fingió dormir.

Luco se sentó en borde de la cama y deslizó sus dedos entre su cabello. Ya había amanecido y debería estar haciendo sus deberes, pero había preferido quedarse junto a él y poco a poco su convicción de la noche antes había perdido fuerza.

Y aunque no la rompería, si se tomaría una pequeña libertad mientras él estaba dormido. Después de todo, era lo que Lugonis había sugerido.

Con cuidado, con ternura, tomó su rostro entre sus manos y posó su boca sobre la suya. Fue apenas un momento, pero sintió sus mejillas arder y se separó antes de que él fuera a despertar.

Más tarde, cuando fue a abrir la puerta para que se fuera, pasó por delante del espejo y se dijo que debía fingir ser él mismo. Él, la mañana anterior, antes de conocerlo. Así podría despedirse sin arrepentimientos.

***

Lugonis no respondió cuando atravesó su templo ni el camino de rosas se abrió ante él, así que atravesó por el pasaje subterráneo.

La misión, un éxito. Como esperaban, eran espectros. ¿Qué haría el Patriarca al respecto? Nada, como de costumbre.

Regresó por donde vino y ya en Piscis se dijo que no podía esperar, que debía verlo, así que se atrevió a más y se dirigió a sus habitaciones, deseando que estuviera ahí o tendría que abrirse paso por la fuerza en medio de ese mar carmesí. Después de todo esperaba vivir ahí. En cuanto fuera apropiado le diría a Lugonis su idea. Él ya era tolerante al veneno, volverse más no debería ser tan difícil si era gradual, y si eso significaba dejar de poder tener contacto con los demás, ¿qué importaba? Él podría seguir siendo un ejecutor, pero más importante, estaría a su lado.

Solo esperaba que Lugonis aceptará.

Estaba sentado en su cama y sus ojos estaban hinchados, parecía un poco aturdido, sorprendido, de verlo ahí. Su cabello estaba suelto y no usaba más que una túnica ligera. Debía dormir y por eso no había salido, se dijo, acercándose.

-Volviste.-le dijo, haciéndose a un lado para hacerle espacio.

-Te prometí hacerlo.

Se sentó junto a él y acarició su cara. No le diría nada sobre el beso. Ni siquiera a Luco se lo reclamó. Fingió que no paso, así como fingió no ver la decepción, la resignación en sus ojos. Traía de vuelta una carta de él, pero podía esperar hasta que Lugonis le preguntará al respecto. También podía entender por qué lo hizo y si él se hubiera atrevido habría hecho lo mismo con Lugonis cuando lo conoció.

Estaba a punto de apartar la mano cuando Lugonis lo detuvo y se recargó en él. Ojos cerrados, labios entreabiertos… por un momento creyó haber retrocedido, primero a esa mañana cuando Luco lo besó, y después a mucho antes, cuando Lugonis aún no creía que su mera presencia mataba.

Mucho había tratado de hacerlo entender que no.

Lugonis suspiró aliviado, sintiéndolo abrazarlo. Había tenido tanto miedo… la noche antes apenas pudo dormir, esperando a que él apareciera en cualquier momento y que terminaran las postergaciones que mantenían vivo su amor. Esperó, esperó y esperó hasta que la primera luz del día llegó y se sintió estúpido por portarse así, pero ahora que había pasado, el sentimiento había vuelto, aunque solo fuera por un momento.

Zaphiri no era así, era suyo. Había vuelto y no lo dejaría ir.

Solo se tranquilizó cuando su boca cubrió la suya. El calor de otro ser humano le hacía tanta falta, escuchar los latidos de su corazón, recostarse en su pecho, abrazado a él, sintiendo su amor.

Trató de mantener sus manos quietas, pero tenía tan pocas oportunidades de estar con él, de tocarlo, que dejarlas perder era un pecado y se concedió moverlas lentamente, hacia lugares estratégicos.  Poco a poco logró tenerlo sentado sobre su muslo, sosteniéndolo por la cintura. Aguardo. Lugonis no pareció incomodarse, o enterarse, del estado de su entrepierna. Dejó una mano sobre sus muslos y acarició su cabello con la otra, disfrutando tanto como él del contacto, preguntándose cuando sería que volvería a ser consciente de que tenía que rechazarlo.

De que creía que tenía que rechazarlo.

Lo sintió acomodarse sobre su regazo, pasarle los brazos por el cuello para quedar de frente a él y su beso se volvió apasionado, pareció no importarle que intercambiaran saliva y escurriera entre sus bocas. Su hermosa rosa tenía tan poca experiencia. Se separó y lamió de su barbilla a su boca, esperando su reacción, y cuando solo obtuvo un gemido complacido se sintió dichoso.

Había pensando mucho en ese momento. Lugonis también lo había hecho. En todas las veces que él juró que no lo dañaría, que no se moriría. Y estaba dispuesto a creerle, a confiarse a él puesto que lo eligió. Ocultó la cara en su cuello y se apretó más contra él, liando sus piernas en su cintura. Podía sentir sus manos deslizarse bajo su ropa, tocándolo, cálido, suave.

No era tan inocente, podía imaginar su hombría entre sus nalgas, presionando, y después dentro de su agujerito ansioso que se esforzaba en calmar con sus dedos pensando en él, enfrentándolo cada vez peor. Jadeaba, lleno de deseo, y no se negó cuando le sacó la túnica por la cabeza y besó su hombro desnudo.

Después, lo miró mohíno cuando se levantó, cargándolo, y lo dejó sobre la cama.

Escorpio abandonó su cuerpo, y su ropa siguió el mismo destino, mostrándose ante él. Nunca se habían visto completamente desnudos, y por primera vez, agradeció ese título del más hermoso, aunque sabía que lo compartía, pues era digno de mostrarse a sus ojos, de que él volviera a su lado.

Se tendió sobre la cama, sin querer dejar de verlo, aunque lo intimidara, y Zaphiri, consciente de eso, se acomodó sobre él, una pierna entre sus muslos, sin presionar aun. Lo que menos quería era espantar a su rosa. Acarició sus brazos mientras sus bocas se encontraban de nuevo y se dio cuenta que le hormigueaba la boca, pero sus manos sobre los muslos de Lugonis tenían el placer de no estorbar los movimientos de su cadera, esos con los que buscaba frotarse contra él.

No sabía cuánto tiempo tenía, pero sabía que no debía esperar si quería satisfacerlo.

Llevó sus manos hasta las nalgas carnosas y las apretó, pensando en cuando fueran lo que apretaran contra su erección, deslizándose entre ellas. Aun solo por fuera sería bueno, pero trataría de ir tan lejos como pudiera, y aunque sus dedos no le respondían tan bien como era debido, confiaba en su polla no le fallaría. Sintió la humedad surgiendo del agujerito y deseó que meter el dedo no hiciera que todo terminase.

Masajeó sus pompas por un momento, y después, bajó a besos por su pecho, haciéndolo soltar las piernas de su cintura y apoyarlas en la cama, ofreciéndose aunque no lo supiera. Un dedo se introdujo cuidadosamente en el tunelito mojado y Zaphiri capturó su boca para que no gritará, se rehusará o pensará.

Eso era a lo más que habían llegado, hacía ya tanto, y el recuerdo de la belleza pelirroja retorciéndose de placer había aliviado una y otra vez sus noches. Y de nuevo se dejaba, ondulando las caderas, moviéndose arriba y debajo de ese dedo que cada vez sentía menos, perdido en lo resbalosito, caliente, mojado. Añadió otro dedo y un ruidito de protesta se dejó oír, aunque no se detuvo. Le dolía un poco, pero al mismo tiempo era justo lo que necesitaba y obedeció su orden, la voz ronca en su oído diciéndole que se dejará llevar, que no se apretará.

Que confiará en él.

Zaphiri lo veía fascinado, con una sensación que era parecida a la estar drogado, pero diferente, adictiva… Besó su cuello y lamió su piel, evitando su boca para retrasar el envenenamiento otro poco y siguió dilatándolo, pues un doncel virgen no iba a ser penetrado tan fácil, y cuando imaginó que debía bastar, pues ya no sentía los dedos, dejó que su punta y su hoyito entraran en contacto. Placer para ambos, tortura para él, que trataba de embarrar la humedad en su polla mientras sentía mojarse ahí donde estaban en contacto, a la belleza lista para recibirlo.

Empujó, y la primer reacción de su cuerpo era la de negarse, cerrarse, pero no era lo que quería. Con lágrimas en los ojos, Lugonis se le abrazó, apoyando el rostro sobre su hombro y gimiendo, dejándolo entrar. Sus gemidos eran el paraíso para Zaphiri, lo mismo que su interior. Terminó de metérsela y dejó que siguiera abrazándolo mientras se adaptaba, disfrutado él mismo de ese interior que tal vez no volviera a sentir.

Luego lo empujó, moviendo la cadera, tal vez más bruscamente de lo que pretendía pero ya no estaba en dominio cabal de su cuerpo. Lugonis soltaba gemiditos cada que se movía, bien cogido por esas caderas hermosas, sus piernas liadas sobre su trasero.

Le ayudaba, pero no soportaría mucho más. El mareo se hizo peor. Lugonis estaba disfrutándolo, dejándole los músculos del abdomen pegajosos al frotarse contra él. Si tuviera fuerzas se haría cargo él mismo de la situación, pero como estaban no podía seguir, así que se abrazó a él y giró, dejándolo encima, mostrándole que debía hacer.

Zaphiri lo miraba y sus manos sujetaban su cintura, todo él estaba su disposición. Como siempre. Se inclinó a besarlo y su cabello cayó a ambos lados de sus rostros, ocultándolos. Sintió la sensación cambiar y regresó a como estaba, erguido, aunque eso lo hacía descender más en dura polla de su amado, lo volvía un poco doloroso.

Lentamente, le fue encontrando el modo mientras lo oía gemir, lo veía adorarlo.

Estarlo haciendo era mucho más placentero, satisfactorio de lo que habría esperado. Era tanto, tan intenso, que casi no podía con más, y por eso no le extraña que él tampoco hiciera mucho, que cerrará los ojos por momentos. Los fluidos escurriendo hacia sus muslos, su polla apretada por su interior resbaloso y caliente… El veneno estaba robándole placer, sensación de placer, pero aún no estaba tan mal.

-Te amo.

-¿Qué?-Lugonis sujetó su cabeza entre sus manos.

-Te amo.

-Yo también.

Se lo decía cada día, lo pudiera ver o no. Con que lo escuchará, lo supiera, bastaba. Aspiró el delicado perfume de su cuello, su verdadera esencia, no la de las rosas, y lo tomó por la cadera, sujetando su polla y bajándole la cadera. Lugonis, sobrecogido, lo besó. Un beso intenso, profundo, que le robaba el aliento, dejándose mover.

Con sus últimas fuerzas lo ayudó, abrazándose a él, sus labios tan cerca de su pezón, embistiéndolo duro, haciendo circular el veneno más rápido por su cuerpo, compartiendo algo más que amor y corriéndose un poco antes que Lugonis, que se movía frenético sobre él, inexperto, torpe, pero aun así, lo mejor que había tenido en su vida.

Se abrazó a él agitado, sin fuerzas, aturdido por lo que acababa de sentir y notando apenas que entre sus vientres estaba mojado, pues no advirtieron lo que sucedía buscando ese momento.

Los días, las noches, las ausencias, la carencia de amor, la falta de todo lo que habían vivido se perdió en la imaginación de un olvido —él para otro, para otro él— y se unieron. Al fin.


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