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Un Camino Construido Sobre Ruinas Perdidas En El Tiempo. por HikSon

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Notas del capitulo:

¿Qué llevó a un pequeño Massiel de 7 años a robar un reloj? Y aquel niño, César, ¿volverá a encontrarse con él?

Debía llegar el día en que yo me cansara del trato infernal de Griselda, ¿no crees? Ese día llegó… aunque, pensándolo bien, fue por algo que podría parecer tonto a comparación de todo lo que escribí anteriormente, por ello, déjame describirlo tan dramático como yo lo sentí.

Era un niño, ¿ok? Como cualquier niño, era imposible que no quisiera un maldito juguete para jugar, pero, ¿qué podía hacer? ¿Tomar uno de mi hermano? Jamás, si lo hacía, no solo Griselda me golpearía, seguro que Santiago se unía a la golpiza por meterme con algo de su precioso hijo. Así que, a la edad de 7 años, hice lo que tuve que hacer para conseguir un puto cochecito: Salir a trabajar.

Yo regresaba de la escuela un poco antes de que dieran las 2:00 de la tarde, luego esperaba a que Griselda, Santiago y Román terminaran de comer para yo comer sus sobras, tras eso, me quedaba encerrado en mi habitación lo más silencioso que me fuera posible y volvía a salir como a eso de las 8:30 de la noche para cenar mis respectivas sobras. Sabía que si tenía que trabajar, debía hacerlo entre las 6 horas y media que me mantenían cautivo en mi habitación.

No es que me quiera lucir contigo…

—Claro que quieres —debes estar diciendo.

No, no, no… bueno, sí, tal vez solo un poco…

¡Pero yo era un niño realmente listo! Lo juro. Así que, lo primero que me dispuse a conseguir, fue un reloj de bolsillo. Te daré un poco de contexto. Cuando tenía 6 años y entré a mi primer año de primaria, me llevaron de la escuela a la casa en auto la primera semana, luego Griselda dijo que esos 5 días habían sido más que suficientes como para que yo me hubiese aprendido el camino, así que luego de ello, comencé a ir y regresar de la escuela caminando ¡solo! Recuerdo que me perdí alrededor de 15 veces, y cuando me encontraban, Griselda solía enojarse mucho, y como castigo por hacerla «esforzarse mucho» pidiéndoles a unos sirvientes que me fueran a buscar, Griselda le pedía a una sirvienta que me pusiera las manos en un comal caliente por diez segundos. Esos eran los segundos más largos de mi vida.

(Universo 2, E10, 55 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)

Ya luego de más de un año yendo a la escuela solo, no solo me memoricé el camino a ella, había aprendido algunos atajos, algunos más peligrosos que otros, pero de algún modo, cuando me metía en problemas, por ejemplo, un día, así, casual, me topé con una balacera al pasar cerca de un callejón, yo saqué unas fuerzas tremendas de no sé dónde y corrí mucho rápido que muchos adultos, ningún ladrón o perro logró alcanzarme jamás, y es que, nada me daba más miedo que salir herido y que Griselda me golpeara por estúpido.

Cuando pensé en conseguir mi reloj de bolsillo, recordé que en uno de los muchos atajos que conocía, pasaba por un parque atrás de la escuela, ahí había sin falta un hombre que bebía alcohol hasta quedarse dormido, siempre traía con él su reloj saliéndose de su bolsillo, era muy bonito y fui testigo de cómo varios ladronzuelos quisieron tomarlo, pero el hombre se despertaba y los apalizaba con su bastón. Me daba miedo, pero no más que Griselda.

Casi siempre, mi profesor me prohibía salir al receso por algún «error» mío, pero si quería ese reloj, necesitaba hacerlo durante el almuerzo, ¿por qué? Bueno, en realidad al principio pensé en hacerlo después de la escuela, pero recuerdo que estaba muy nervioso porque era mi primer robo, y sentía que cualquier cosa me podía delatar, por eso como que me puse un poco paranoico y pensé que si me tardaba mucho en robar el reloj y llegaba un minuto más tarde de lo usual a casa, Griselda me mataría, por tanto, hacerlo saliendo de la escuela no era un opción, debía hacerlo en el almuerzo.

Durante toda una semana y media me comporté lo mejor que pude para que el profesor me dejara salir, fue difícil, pero por fin lo logré, y sin pensarlo un instante, corrí hacia la parte trasera de la escuela donde casi no iba nadie y escalé la barda por la parte más baja que había.

—¿Escapando de la escuela? —preguntó alguien a mis espaldas luego de que hubiera saltado hacia el otro lado.

Tragué saliva—. N-no —farfullé de cara a la barda. Me giré y miré cuidadosamente a quien tenía delante, un niño.

Él era una cabeza más alto que yo, súper delgado, vestía una playera rota del hombro derecho de color verde y un pantalón de mezclilla rotísimo de las rodillas, sucio a más no poder, le quedaba zancón, era obvio que era para un niño incluso más chico que yo, pero gracias a su flacura lograba ponérselo. Su cabello era castaño oscuro, lo tenía un poco largo, al menos más largo que el mío, sucio y grasoso, era evidente que habían pasado días desde la última vez que había sido lavado.

En ese momento solo pude ver que sus ojos eran verdes, así que, aunque pensé vagamente que me gusta la mirada en sus ojos, no le di demasiadas vueltas al por qué, ya que mi cabeza estaba más centrada en el reloj que estaba por robar, pero, ¿sabes?, tiempo después, cuando ya había visto esos ojos cientos de veces, pude admirar la pasión y valentía en ellos, y supe que eso era lo que realmente los hacían hermosos.

Wow, qué cursi, hasta yo me di asco.

—Deja de examinarme tanto —gruñó él—. Soy un niño pobre que no asiste a la escuela, ¿y qué?

—¡L-lo siento mucho! —farfullé mientras agachaba la cabeza.

Para serte sincero, gracias a Griselda, tenía tanto de miedo de las personas que sentía que si hablaba de más, me podrían patear el trasero, así que una vez controlé los temblores de mis piernas, alcé la vista que había mantenido pegada al suelo por un rato y volví a mirar al niño para decirle que ya me tenía que ir, pero cuando vi su cara, me di cuenta de su mirada fija en la torta que yo sostenía en mis manos.

—… ¿Quieres un poco…? —ofrecí.

— ¿En serio me darías? —preguntó sorprendido.

Di un pequeño paso hacia él y estiré la mano con la que sostenía la torta—. Ah… yo no tengo mucha hambre, puedes tenerla toda.

El niño me sonrió brillantemente—. ¡Gracias! —. Tomó la torta y se alejó dando saltitos de felicidad.

Y yo también estaba feliz, o sea, esa era la primera vez que alguien me sonreía así, tal vez te suene exagerado, pero ese pequeño gesto me hizo sentir que mi existencia no era una completa basura como Griselda se empeñó en hacerme creer.

Pero bueno, dejé mi felicidad a un lado y volví a mi misión, recorrí el parque para detectar a mi objetivo y asegurarme de que no hubiera personas cerca que me detuvieran, luego esperé a que el hombre cayera dormido por el alcohol, no pasó mucho tiempo, casi nada en realidad. No sabía la hora, pero estaba seguro que no me quedaba mucho tiempo para que sonara la campana que marcaba el fin del almuerzo, tenía que darme prisa, por ello, caminé sigilosa y rápidamente a mi objetivo, y cuando estuve a menos de un metro de él, estiré todo mi cuerpo para alcanzar el reloj y lo saqué del bolsillo del hombre.

Como supuse, el hombre se despertó en seguida, yo di un paso hacia atrás y me preparé para correr, pero me di cuenta de que el hombre también era rápido, y que antes de poder huir iba a recibir un fuerte bastonazo de su parte, entonces cerré los ojos, listo para recibirlo, pero lo que sentí, en vez de un golpe, fue una fuerte ventisca, y un segundo después, escuché al hombre gruñir: «¡Mierda, mis ojos!». La ventisca había hecho que les entrara tierra a ellos.

—¡Corre, niño! —gritó al niño al que le había dado mi torta.

Y eso hice, corrí, ni siquiera volteé a ver al niño, solo corrí tan rápido como solo yo hacía, y con la misma velocidad subí la barda de la escuela, entonces escuché la campana y volví a mi salón con mi nuevo reloj de bolsillo.

—¿Y para qué querías el reloj? —te debes estar preguntando.

Con ese reloj podría saber a qué hora debía volver a casa cuando fuera a trabajar, pero… primero necesitaba aprender a leer la maldita hora en un reloj de manecillas. Voy a volver a repetirlo, yo no era tonto. Había una sirvienta llamada Clara que me miraba de forma distinta a las demás, ahora sé que me miraba con lastima, pero en ese entonces solo sabía que, si era ella, tal vez me podría ayudar a leer la hora. Tuve razón, no dudó en aceptar ayudarme, era muy buena enseñando y no tardé más de 15 minutos en aprender.

Ya tenía reloj, ya sabía leerlo. Era hora de trabajar.

Estuve toda una semana viendo mi reloj para ver mi hora de llegada de la escuela y la hora en la que me llamaban para cenar, por ello supe con seguridad que tenía 6 horas para poder pasearme libremente fuera de la casa. Ya con esto en mente, un miércoles corrí a mi habitación y cerré mi puerta con seguro, luego tomé mi reloj y abrí la ventana de mi habitación.

—N-no tengas miedo —me dije a mí mismo para darme ánimos mientras veía a través de mi ventana en el 3er piso.

Afuera de mi ventana, había un árbol gigantesco de pirul que impedía que entrara luz solar a mi habitación, siempre lo había odiado al cabrón, pero a partir de ese momento, hice de él mi cómplice. Saqué una de mis piernas por la ventana, luego saqué la otra y me senté en la orilla de la ventana mientras que con mis dos manos me agarraba de la pared.

—Nah, ¿cómo un niño de 7 años va a saltar de un 3er piso? —debes estar diciendo.

Pues lo hice, así de loco y desesperado estaba. Conté hasta tres, contuve la respiración y salté hacia el árbol.

Seguro debes estar resoplando y negando con la cabeza—. Pues seguro que te rompiste toda la madre.

¡Ja! ¡No lo hice! Tenía más miedo de caer y que me descubriera Griselda tratando de salir de casa, que de caer en sí, así que cuando me lancé y me raspé las palmas de las manos con la rama de la que me sostuve, me aguanté el dolor y me subí a la rama como pude, luego me senté en ella para apreciar la sangre que brotaba de mis manos, verla hizo que me dolieran más las heridas, pero ya no podía echarme para atrás, así que me limpié la sangre con mi pantalón y bajé del árbol con mucho cuidado de no hacer ruido.

Días atrás, había revisado los arbustos del jardín para estudiar si eran óptimos para salirme entre ellos, y según yo, sí era posible. Pues en realidad me costó más trabajo del que creí salir de entre ellos, y al salir creé un enorme hueco súper visible, pero recogí algunas hojas de los árboles cercanos, y tapé el hoyo con ellas.

Listo, estaba fuera, lo siguiente era ir a la zona pobre de la ciudad, porque, si bien Kleidi era el lugar en donde se hallaban los Eisenhide y algunas otras familias adineradas, había zonas de ésta increíblemente marginadas, y apunté a ellas porque estaba seguro de que allí nadie podría reconocerme. Sin embargo… cuando vieron un niño con ropas bonitas al que parecía que no le faltaba dinero, se sintieron ofendidos cuando pidió trabajo y comenzaron a apalearlo. Por suerte no me golpearon en la cara, en el cuerpo ya tenía bastantes moretones, así que Griselda no pudo diferenciar las heridas que ella me había hecho de las que no.

Ok, si quería trabajo, necesitaba ocultar el hecho de que venía de una buena familia, «Necesito ropa de pobre», pensé, y con ese pensamiento, al día siguiente me dirigí primero al basurero.

—¿Qué hace un niño bonito como tú en un asqueroso lugar como este? —me preguntó una señora bastante mientras se acercaba a mí.

Pegué un salto y retrocedí un paso, pensando en si sería golpeado de nuevo—. Ah… yo… este… uhm…

—¿Estás perdido?

Negué con la cabeza.

—¡Oh, es el amable ladrón de relojes! —exclamó el niño de la torta que había visto semanas atrás—. Mamá, él es el niño del que te conté.

—Así que es él. —La señora me miró con una mirada mucho más amable—. Gracias por la torta.

—D-de nada —respondí con timidez.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó el niño.

Dudé en decir una mentira, pero al no ocurrírseme una, preferí decir la verdad—. Busco… ropa…

—¿Ropa? ¿Aquí?

Agaché la cabeza—. Q-quiero trabajar aquí… y por mi ropa… —dije mientras jugaba con mis manos.

El niño corrió a una montaña de basura, y luego de unos segundos, regresó con una camisa roja descolorida y desgastada y un short color caqui—. Ten.

Lo tomé entusiasmado—. Muchísimas gracias.

—Si vas trabajar por aquí, entonces te veré seguido —dijo sonriendo.

Su nombre era César, y la mujer a su lado era su mamá, Sandra. Ellos fueron las primeras personas que no me miraron con desprecio, indiferencia, desdén o repudia, me sentí muy cómodo estando solo de pie a su lado, cruzando un par de palabras en medio de un basurero, así que cuando César me dijo aquello, mi pequeño cuerpo se llenó de emoción y le contesté con toda la alegría del mundo:

—¡Si!

Una vez me conseguí mi ropa de trabajo, además de un gorro mugriento y deshilado que la mamá de César me aconsejó llevar para ocultar lo bonito que tenía el cabello, me cubrí la cara de tierra y comencé a preguntar en cada casa y pequeño local que me encontraba por algún trabajo que me pudieran dar. Las siguientes tres semanas regresé a casa con las mismas respuestas: «Aquí no damos trabajo», «No hay nada que podamos darte», «No necesitamos otro trabajador», «Lárgate».

Era obvio, estaba buscando empleo en la zona más pobre de la ciudad, pero si me movía en zonas con mejor subsistencia económica, corría el riesgo de encontrarme con alguien que me reconociera y le informara de mis acciones a mis padres de sangre y apariencia, era algo que definitivamente debía evitar. En la cuarta semana de mi búsqueda de empleo, me dirigí al basurero para buscar a César y su mamá…

A ver, antes de continuar escribiendo esto, quiero explicarte algo, luego de un tiempo de conocerla, quise tanto a la señora Sandra que la consideraré como mi propia mamá. Me gustaba llamarla «mamá Sandra», así que así es como  me estaré refiriendo a ella de ahora en adelante, porque es raro, ¿no crees? Llamar a tu mamá solo por su nombre o «señora».

Continúo, en la cuarta semana, me dirigí al basurero para buscar a César y a mamá Sandra, en ese momento no estaba muy seguro de la razón por la que mis pies iban hacia allí en su busca, supongo que de forma inconsciente quería que me ellos reconfortaran, pero una vez los vi, además de recibir consuelo por mis desafortunadas búsquedas de empleo, terminé pidiéndoles ayuda para conseguir trabajo en donde fuera que mamá Sandra estuviera trabajando.

Veras, mamá Sandra se dedicaba a pepenar, eso explica por qué cuando la conocí en el basurero se encontraba con varias bolsas. Todos los días desde muy temprano en la mañana, mamá Sandra y César esperaban la llegada de los primeros dos camiones de basura que llegaban a descargar, una vez éstos aparecían, ellos se acercaban a hurgar en la basura con la esperanza de encontrar comida no en tan mal estado y cosas que pudieran ser vendidas en el mercado. Ese se volvió mi primer trabajo.

Era obvio que no podría empezar a pepenar desde tan tempranas horas como lo hacías ellos, porque pues tenía que ir a la escuela, pero podría acompañarlos cuando pepenaban en la tarde, otros camiones de basura llegaban a la 1:30 y ellos pepenaban esa nueva basura hasta examinarla por completo, no importaba si tardaban hasta el anochecer. Sin embargo no era un buen trabajo para mí.

Hey, alto, no creas que era como que me pareciera un trabajo denigrante, o sea… sí, admito que era desagradable usar mis manos desnudas para hurgar la basura, muy desagradable, a veces me encontraba con comida podrida y animales muertos, y el hedor era tan desagradable que llegué a vomitar un par de veces, pero cuando escribo que no era un buen trabajo para mí, no me refiero a que lo odiara, no podría odiar nada mientras pudiera pasar tiempo con mamá Sandra y César, me refiero a que no estaba cumpliendo con el propósito por el que comencé a trabajar.

Cuando encontraba comida, obviamente se la daba a ellos, pero aparte de eso, era un niño ingenuo que cuando creía haber encontrado algo bueno, mamá Sandra o César me hacían ver que lo que yo había encontrado no podía servir para venderse. Y semanas de experiencia después, cuando comencé a encontrar cosas que de verdad podrían ser vendidas, prefería dárselas a ellos.

Por tanto, no hacía nada de dinero.

Pero entonces, una tarde cuando llegué al basurero, César me estaba esperando para que lo acompañara al mercado, para vender varias de las cosas que habíamos encontrado durante las últimas semanas, y es que, pronto iba a ser el cumpleaños de mamá Sandra y César quería darle un regalo como fuera.

—Siempre que se acerca su cumpleaños quiero darle algo, pero nunca tengo suerte —me contó mientras íbamos camino al mercado—. Siempre que trato de reunir dinero para comprarle algo, termina siendo nada, no alcanza ni para un chicle… aun así siempre he querido darle algo. —Me miró y luego sonrió—. Gracias a que apareciste a nuestras vidas, hemos recibido un montón de ayuda de tu parte, si logramos vender todo lo que encontramos, creo que seré capaz de comprarle algo. Siento que desde que te conocí las cosas cada vez son mejores.

¡Uf!, esas palabras me hicieron tan feliz, es que, en serio, por primera vez en mi vida, me sentí necesitado, sentí que había personas que consideraban valiosa mi compañía, y te juro que me conmoví tanto por ello que tuve que bajar la cabeza para ocultar lo llorosos que se encontraban mis ojos.

Notas finales:

Aquí ya salió el nombre de la ciudad en donde vive Massiel, Kleidi, esta palabra significa "Llave" en griego, le puse ese nombre porque Massiel es una Llave para entrar a la dimensión del dios Krymtheo. ¿Cómo que UNA Llave? ¿Eso significa que hay más Llaves? Sep, hay más. Solo que unas Llaves ya se murieron y las otras todavía no nacen.

Gracias por leer.


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