En casa...
Durante todo el viaje en avión estuve tratando de consolarme por mi propia cuenta. Allá arriba no tenía señal alguna en el móvil, y en el avión no había teléfonos, o por lo menos no donde yo estaba sentado.
Cuando salí del aeropuerto, ya en Londres, y subimos a un taxi, me entró una llamada de Shannon.
-Shan... te extrañé muchísimo todo el viaje de vuelta -le dije a modo de reproche, intentando que se notara lo mal que me sentía en esos momentos.
-No es necesario que intentes darme cuenta de cuán mal te sentís. Ya lo sé...
Y ambos nos quedamos en silencio. Era bastante incómodo, pero no sabía qué más decirle.
-Te quiero... -dije bajito, muy bajito, pero seguro de estarlo sintiendo con fuerza.
-Yo también, Maxi... mucho -me respondió y se quedó completamente en silencio, otra vez.
-¿Cuánto de mucho? -me atreví a preguntarle, tanteando en terreno peligroso. Yo sabía que parte de lo que yo estaba diciéndome quererlo, era por el despecho y la soledad que me embargaba. Y luego podía arrepentirme y lastimar...
-Muchísimo, Maxi... muchísimo. -Volvió a callarse, pero esta vez lo dejé hacer silencio, porque parecía que todavía quería decir algo más. -Lo malo de eso es que tal vez no me anime a decirte que es mucho más que mucho... y que te necesito... -La comunicación se cortó. No sé si fue porque él colgó, o alguna razón de fuerza mayor, pero yo me quedé con el corazón latiéndome a mil por hora y sentía como si lo tuviera en la garganta.
-Bajate, acá, Max -me pidió mi papá, cuando el taxi frenó. No estábamos en casa, pero con sólo mirar la casa frente al auto, sabía dónde estaba: la casa de Shannon.
Ausente y sin hacer preguntas me bajé del auto y oí a mama decir que al otro día me buscarían para volver a casa. Cuando el auto arrancó, la puerta se abrió y tras ella apareció mi mejor amigo, que ahora ya no entraba en esa clasificación... aunque no sabía en qué otra cabía.
Sonriendo, ese castaño despeinado con el cabello largo me tomó de una mano y me metió en la casa. Yo todavía no entendía qué hacía ahí, pero cuando reaccioné me abracé a él con necesidad, sintiendo que hacía una eternidad no tenía sus brazos rodeándome de esa forma, o que tal vez jamás me habían abrazado así.
-Creo que antes de subir al avión, tu papá me llamó y me dijo que vos no estabas bien... que te iban a dejar acá para que te despejes, porque al final las vacaciones no surtieron efecto -me contó Shannon. Estábamos en el suelo de su habitación, mirando el techo, como siempre hacíamos.
-¿Y creés que acá me despeje? -pregunté, cerrando los ojos, estirando un brazo para sentir a ese que estaba tirado a mi lado. Él se había volteado, acostado sobre uno de sus lados, mirándome.
-Creo que no... -dijo sonriendo, por el tono de su voz. Yo no abrí los ojos tampoco cuando lo oí susurrar, muy por lo bajo-:... si hago esto...
Sentí su cuerpo venirse sobre el mío, su calor rodearme, y sus labios apoyarse sobre mi boca.
No me sorprendí, ni me aparté. Sólo me dejé llevar, abrazando su espalda y echándolo completamente sobre mí.
Nos besamos por un largo rato, uno que pareció eterno, o sólo por unos segundos, pero no podíamos separarnos. Tal vez porque no sabíamos de la reacción del otro al vernos a los ojos. Pero cuando lo hicimos sentimos que la amistad que antes teníamos era muchísimo más potente que antes, o tal vez sólo una amistad al cuadrado... pero nosotros jamás llegaríamos a ser novios o algo por el estilo... ¿por qué si podíamos tener las dos cosas así como estábamos ahora?
Sin palabras lo entendimos y lo pactamos sólo con otro beso más, para después largarnos a reír, ya sin momentos tensos o silencios incomprensibles.
-Muero de sueño... ¿me acompañás a dormir un rato? -pregunté, empujando a Shannon de encima mío.
-Dale -dijo sonriendo y levantándose del suelo, para dejarse caer en la cama inmediatamente. Yo lo seguí y me recosté a su lado-. ¿Cucharita? -me preguntó con los ojos brillantes, pero siquiera esperó a que le respondiera para voltearme de costado y abrazarme por la cintura, a mis espaldas, pegándome a su cuerpo.
Sonreí. Con Shannon rodeándome de esa forma tan cálida e inocente, respirando en mi cuello, y sintiéndome tan en paz, podía decir que estaba en casa.