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Chocolate por AvengerWalker

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¿Cómo negarlo? Se hallaba irremediable y completamente excitado. El menor de los geminianos no precisaba de muchas técnicas para atrapar a sus víctimas y hacerles caer en sus redes, mucho menos para seducir: parecía ser un arma inherente a su personalidad. Su carisma atraía a las personas, y aunque no era el hombre más iluminado sobre la faz de la tierra, era en demasía divertido y siempre regalaba un tiempo de distensión a cualquiera que lo deseara. Mas no era superficial: contaba con un lado sensible que sólo unos pocos habían llegado a captar o presenciar en primera mano, como Mu. Y pese a que el físico no era lo más importante a la hora de sentirse atraído hacia alguien, debía admitir que la serie de virtudes con las que contaba Kanon, junto con su masculina sonrisa y lo bien proporcionado de su anatomía, le habían llevado más de una vez a quedarse mirándole, embobado.

Sólo había necesitado repartir algunos roces tenues allí y allá para tener a Mu estremeciéndose frente a él, con una palpable expresión de deseo y exigencia. Estaba claro que el griego no buscaba sólo un acostón: había, entre ambos, una vinculación emocional, un lazo que se había ido forjado desde el fin de la guerra hasta ese mismo momento. Inició con pequeños encuentros casuales, con conversaciones diminutas que pronto abarcaron horas enteras. En las fiestas que procuraba organizar Afrodita en su templo, con la obligatoria participación del divertido geminiano, había descubierto que el griego tenía pensamientos e ideas complejas, mas raramente las manifestaba. Su mente era un universo en el cual perderse con facilidad: siempre activa, siempre encendida, se manifestaba con una hiperactividad que le impedía quedarse quieto.

Ambas bocas se palparon con timidez, en apenas roces superficiales. El ariano experimentó la suavidad de sus labios, la superficie cálida y ligeramente húmeda; la forma en que Kanon le tocaba manifestaba cariño, cuidado y atención, lejos de la imagen torpe y desconsiderada que los demás podían tener de él o que sus bromas llegaban a impulsar. El fuego se había instalado en los dos y a cada movimiento de sus bocas crecía, los abrasaba y movilizaba, los acercaba hasta que la distancia entre sus cuerpos fue nula y desearon explorarse sin pudor. Lo que inició como un contacto curioso se transformó pronto en un beso apasionado, en un choque de lenguas juguetonas, en anatomías apretándose la una con la otra como si quisieran fusionarse. A trompicones, sin fijarse por dónde caminaban ni mucho menos dispuestos a separarse el uno del otro, avanzaron hacia el interior del templo.

Los brazos de Mu rodearon con ahínco los anchos y trabajados hombros del geminiano, quien a su vez se abrazó a la cintura adversa como si en ello se le fuera la vida. Bebieron el uno del otro con deseo y cariño palpables, con la promesa de unir no sólo sus cuerpos, sino también sus vidas y sus almas. Las manos del mayor se atrevieron a delinear aquel cuerpo con maestría, robándose de aquella inexperimentada y joven boca constantes jadeos, cada vez más difíciles de controlar. Incluso entre sus besos se alzaba la voz del lemuriano, lo que sólo provocaba más al de cabellos añiles; y es que aquella experiencia era totalmente nueva para el menor, quien en toda su vida se había dedicado sólo a la pelea, al entrenamiento y reparación de armaduras. Su exilio en el Tibet le había alejado por más de una década de sus compañeros, y cuando finalmente retornó al Santuario, las guerras y conflictos internos le impidieron explorar más allá su sexualidad. Pero allí estaba Kanon, guiándole con lentitud no sólo hacia la cama, sino señalando con los labios y mediante caricias aquellos puntos que desconocía el más bajo. Una sutil mordida en el cuello bastó para encenderle aún más, y su voz se agudizó al elevarse; desconocía si el geminiano era capaz de ubicar los puntos más sensibles de su cuerpo o si cada zona que tocaba reaccionaba a él con satisfacción.

El griego, por su lado, contaba con varios años de experiencia, aunque muchos de ellos habían sido carcomidos por su encierro en Cabo Sunión. Si bien conocía el amor filial y sentía devoción hacia Athena, como todos los demás dispuestos a dar su vida para proteger a la diosa, las sensaciones románticas las había aprendido una vez su camino se topó con el del carnero. Le sentía temblar bajo su yugo, y aquella sensibilidad pronto le dictó lo que ya sospechaba: el ariano nunca se había entregado a nadie, por lo que debía y deseaba ser aún más cuidadoso con él.

No fue difícil deshacerse de las prendas de Mu pues, por gracia divina, su llegada había interrumpido al menor cuando se vestía, impidiéndole así cubrir su anatomía con todos los retazos de tela que utilizaba día a día. Fue descubriendo su tersa piel poco a poco, disfrutando sin apuros de aquel lienzo que nunca antes nadie había contemplado. Paseó sus dedos por aquel níveo pero trabajado pecho, producto del entrenamiento al que había sido sometido, y delineó con el mismo cuidado su vientre. Pronto su boca reemplazó el camino invisible que trazaron sus dígitos; se dedicó a juguetear con los rosados botones del menor, tratándolos con la lengua y dotándoles de muy sutiles mordidas, aunque insistentes succiones. Las reacciones de Mu iban guiándole, le dictaban si detenerse o proseguir; temblaba frente a sí, aunque poco a poco se impuso lo suficiente como para recostarle y, así, acomodarse sobre él. Encontró que el cuello de su compañero, junto con la natural palidez de su piel, era un lugar ideal sobre el cual dejar amoratadas marcas, prueba evidente no sólo de una relación sexual, sino también símbolo de posesión: cualquier persona que pudiera llegar a desearlo retrocedería al contemplarla.

Mientras el ariano, a su vez, exploraba el bronceado torso del mayor, Kanon frotó su palma abierta contra el miembro adverso, apegándole una vez más contra la cama al presionarse sobre su cuerpo e iniciando un masaje lento, tortuoso y juguetón, que no tenía mayor intención que preludiar un placer aún más elevado. Y es que en ese plazo de tiempo, tan efímero para algunos y tan eterno para Kanon, se había enamorado perdidamente de sus suspiros, de la expresión de su rostro cuando rozaba algún punto que le regalaba un placer especial. La manera en que arqueaba la espalda y mordía su labio inferior resultaban encantadores.

Sin embargo, si Mu había pensado en algún momento que las cosas con Kanon serían ortodoxas, estaba muy equivocado. Sintió un roce extraño y cálido en su vientre, pero con una extraña consistencia pegajosa; allá a donde los dedos del más alto se movían, la sensación se transportaba por su vientre, por su miembro e incluso llegó hasta su pecho. Se vio obligado a echar la mirada hacia adelante para definir con exactitud qué era lo que sucedía… y cuando lo hizo, el morbo terminó por endurecer aún más su zona sureña. En algún momento del acto, Kanon se las había ingeniado para tomar un chocolate de uno de sus bolsillos; debido al intenso calor tan característico en aquellas épocas, el mismo había perdido su forma, aunque conservaba su exquisito sabor.

Pero no fue aquel jugueteo del geminiano el que le había enmudecido, sino la expresión en su rostro: las pupilas le brillaban a más no poder y algo en la estructura de su rostro le indicaba lo mucho que el griego estaba gozando de aquella imagen. Como si el fulgor en sus ojos no hubiese bastado, pronto se dejó oír su voz, ronca y tensa como nunca la había escuchado, tan tentadora e imponente como su propia anatomía.

— Ah, Mu… quiero comerte… —expresó, mas no quedó sólo en el plano de las palabras. Repartió nuevas mordidas en el cuello del ariano, más intensas que las primeras pero igualmente seductoras e invitantes; tomaba retazos de su piel y lo succionaba, besaba y lamía con total libertad, bajo los temblores y cada vez más elevados gemidos de su víctima.

Con algo de lentitud y aprovechando la atención que Kanon ponía en él, se atrevió a rozar, con una de sus piernas, el endurecido bulto que destacaba por debajo de sus pantalones. El geminiano reaccionó al instante y, uniendo sus deseos con las intenciones del más bajo, terminó por acomodarse entre sus piernas y friccionar su entrepierna contra la de él, en una lenta embestida que les sacudió a ambos. Compartieron fieras expresiones de placer, mensajes sin palabras, convenios en un idioma que sólo ellos podían comprender; con cierta exigencia e imponiéndose por primera vez, Mu rodeó la cintura del mayor con las piernas y le acercó a sí, impulsándole para proseguir con los ademanes y él mismo impulsando sus caderas hacia él, con una sensualidad tan innata que dejó a Kanon sin palabras ni función cerebral.

Aquello parecía una guerra, una competencia que ninguno de los dos quería abandonar. No querían dar el brazo a torcer, y aunque mucho disfrutaban de aquel contacto, era evidente que deseaban llevarlo a un nivel más íntimo. Fue el geminiano quien pareció rendirse, pues de forma paulatina detuvo los movimientos, aunque inclinó su cuerpo sobre el del menor. El de cabellos lilas gimió con voz suave, casi respondiendo en un ronroneo a la imposición del más alto; su ahora amante acercó algunos dedos a sus labios y presionó en un mensaje claro y llano. Con obediencia y total sumisión, Mu humedeció y succionó aquellos dígitos, dejando alguna que otra mordida mientras clavaba su mirada en el griego, consciente de la provocación, pues le otorgó una de sus masculinas y ladeadas sonrisas. Disfrutó de la escena el tiempo suficiente, pues pronto le detuvo y, una vez más, se acomodó entre sus piernas.

Aunque carecía de conocimiento práctico alguno, sabía bien lo que sucedería. Su cuerpo no estaba acostumbrado a la actividad sexual y requería lubricación manual, de lo contrario la experiencia sería dolorosa, incómoda y no se atrevería a intentarlo nunca jamás. Kanon no deseaba lastimarle y puso empeño en destensar los músculos de las piernas del ariano, primero con las palmas y luego dejando algunos besos. Aprovechó la humedad en sus dedos para rozar la entrada del menor, y aunque presionó, no impuso fuerza suficiente como para penetrarlo; decidió antes hacer uso de su lengua y humedecer directamente aquel anillo de músculos, bajo los elevados gemidos de placer del lemuriano, quien había hundido los dedos en los ensortijados cabellos del griego. Tan absorto estaba en las oleadas de placer que golpeaban su cuerpo que casi no distinguió cuando el más alto se separó, mas sí sintió el primer dígito abrirse paso en su interior. Aunque resultó incómodo, el dolor parecía estar en la lejanía aún.

Con paciencia, el mayor fue moviendo su falange de manera circular, dispuesto a hacer mayor espacio. Simuló embestidas y retorció aquel dedo con insistencia, buscando aquel punto que, sabía, llevaría a Mu a un placer sin precedentes. Cuando logró rozar su próstata, el menor jaló con lentitud de algunos mechones y se apegó aún más al colchón; el nombre del griego salió de su boca como un mantra, pues una vez ubicado el punto, se dedicó a contactarlo una y otra vez. Fue en medio de tal placentera bruma que hundió el segundo dedo, perturbando el estado en que se encontraba el ariano y otorgándole un nuevo dolor. Sentía como si quisiera dividir su interior poco a poco, mas agradecía la gentileza del geminiano, quien en todo momento le preparó con paciencia y cuidado, no sólo atendiendo a sus necesidades sino también al placer. Cuando su cuerpo se hubo acomodado, el tercer dígito hizo acto de presencia mas, deseoso de distraer al menor sobre aquel dolor, se inclinó hasta rozar su erección con los labios, los cuales humedecieron y succionaron con una maestría increíble aquel órgano.

Oía al ariano gemir y estremecerse, removerse bajo su cuerpo, invadido por los espasmos que el griego provocaba en su sistema. Sin embargo, entre los satisfactorios sonidos que libraba el menor, hubo algo que llamó su atención y le llevó a suspender cualquier actividad. Se incorporó y escrutó el enrojecido rostro del lemuriano.

— ¿Qué dijiste…?

Mu sonrió al verse con la completa atención de Kanon, por lo que, moviendo sus caderas en busca de incrementar aquellas embestidas, susurró.

— Que me hagas tuyo de una vez…

Y Kanon no era quién para hacerle esperar. Cuidadosamente extrajo los dedos de su interior y se despojó de las únicas prendas que llevaba, sus pantalones de entrenamiento, su calzado y sus bóxers. Sólo entonces fue capaz Mu de apreciar el bronceado cuerpo del geminiano en todo su explendor y admirar su erguida y endurecida virilidad. No contuvo las ansias de dirigir allí su diestra y masajear la longitud, incluso acercó su boca al cálido órgano y lo estimuló tal como Kanon había hecho con él. La grave voz del mayor llenó la habitación, aunque procuraba hacer catarsis del placer que sentía mediante gruñidos y bajos suspiros; de improviso, no obstante, obligó a Mu a detenerse y se distanció de él, no sin antes besar su boca.

Limpió los últimos vestigios que habían quedado de chocolate y, ya finalizada la tarea, se acomodó sobre él y dirigió el glande hasta la preparada y lubricada entrada del más bajo, quien esperaba expectante y a sabiendas de que la primera embestida sería la más dolorosa. Poco a poco fue abriéndose paso en el interior de su cuerpo; el griego se sintió delirante cuando los cálidos y húmedos músculos atraparon su erección y la succionaron. Se encontraba realmente estrecho, algo lógico al ser aquella su primera vez, mas nunca antes Kanon había experimentado semejante locura, tan aguda y cegadora satisfacción. Por otro lado, Mu había pausado su respiración de manera momentánea, dividiéndose entre el dolor propio de la invasión y el placer que le suponía sentir a su amado compañero poseyendo su cuerpo, siempre con ternura. Una vez hubo introducido por completo su virilidad, se apartó para repartir una retahíla de besos en el rostro del menor: plasmó la boca en su frente, sus párpados, boca y mejillas, sin hacer ademán alguno de moverse sino hasta que el más bajo se lo dictara.

Cuando las caderas de Mu le dieron permiso, inició el lento y sosegado vaivén. Sus voces se entremezclaban en gemidos, en sensaciones intensas y perfectas fusiones de placer y dolor. Se miraron a los ojos mientras Kanon se deslizaba en él, compartieron algunos besos y roces en tanto sus anatomías se amoldaban y sincronizaban. A cada embestida que descargaba el de Geminis, las pupilas de Mu se empañaban cada vez más de placer, más aún cuando fue su virilidad esta vez la que atacó su próstata con constancia, casi llevándole al borde de las lágrimas. Cernió las piernas en torno a su cintura una vez más y el carnal instinto le llevó a moverse contra él, a desear más contacto, mensaje que Kanon interpretó, pues de inmediato empezó a penetrarle con mayor fuerza y precisión, golpeando y atacando el sensible punto sin ninguna compasión. Sus manos se asieron a la cintura del menor y de allí le sujetó con ahínco, mientras que su diestra bombeaba su erección, que no podía permanecer desatendida.

Le hizo el amor con cariño, con cuidado primero y descontroladas fuerzas después. Se unieron con punzante deseo, con los sentimientos a flor de piel y una atracción que les acercaba desde hacía tiempo ya. Se hundió en su carne y en los límites de su cuerpo una y otra vez, exploró sus rincones y dejó marcas por doquier.

Fue primero el ariano quien, incapaz de controlar aún más el placer agudo, certero y paradisíaco que se apropiaba de su cuerpo, eyaculó entre los dedos del más alto y su vientre, acompañado de un intenso y prolongado gemido. Algunos segundos luego le siguió Kanon, quien se permitió desbordarse en el interior del ariano, incapaz de apartarse a tiempo debido a los músculos adversos cerniéndose en torno a su virilidad. Se dejó caer a un lado del pelilila, a quien abrazó y acercó a su pecho de inmediato. Rodeó su cintura con los brazos, en una actitud de protección innata, y besó su frente.

— ¿Sabes, Kanon? —habló de pronto Mu, mientras acariciaba el torso del más alto— Acabo de descubrir que sí, que me encanta el chocolate. 


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