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El Robo por midhiel

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El Robo

Capítulo Dos


Apenas regresó a su recámara, Legolas se sentó en el vértice de la cama para observar minuciosamente el contenido del frasco. A la luz del candelabro, el líquido parecía más dorado que ocre y más espeso que el afrodisíaco que había conocido. ¿Y si había robado la pócima equivocada?

Mordiéndose el labio, el elfo reflexionó. Era similar al estimulante que su hermano bebió pero no parecía el mismo.

-No puedo dárselo a Aragorn para que lo beba – suspiró -. No sé qué es exactamente.

Legolas odiaba equivocarse. Más aún si el motivo de su equivocación era la observación errada de algún objeto cercano. Él tenía la visión privilegiada de los elfos. Podía contabilizar una bandada de palomas en pleno vuelo o divisar un grupo de orcos a kilómetros de distancia. Era harto humillante no distinguir correctamente una poción de otra frente a sus narices.

Aragorn entró ansioso.

-¿La conseguiste? – quiso saber, cerrando la puerta con sigilo.

-Sí y no.

El hombre enarcó una ceja, confundido.

-Robé lo que creía que podía ser el estimulante – aclaró el elfo y le enseñó el frasco -. Sin embargo, lo estuve observando y ahora no estoy seguro que sea el afrodisíaco que conozco.

Aragorn desenroscó la tapa del recipiente y lo olfateó. ¡Olía peor que un contingente de orcos!

-¿Y se supone que debo beber esto?

-Aragorn, ¿escuchaste lo que dije? No sé si es o no el estimulante.

El hombre se sentó a su lado e inspeccionó el frasco. No sabía si era o no la pócima pero algo que le repugnaba el olfato de tal manera no podía ser bebible.

-Estoy condenado a la vergüenza – suspiró el hombre -. Estoy casado con el elfo más bello que existe y no puedo con él.

Legolas lo miró apenado.

-No hables así – le pidió. Con una sonrisa sensual de esas que sólo Legolas sabía mostrar, lo abrazó y le besó el cuello y la mejilla.

Aragorn cerró los ojos, dejándose llevar por los besos. Las caricias de su esposo habían sido siempre el mejor estimulante. Legolas descendió las manos hacia los pectorales del hombre y se los masajeó en círculos.

Aragorn exhaló un suspiro.

-¿Sientes algo? - ronroneó el travieso elfo a su oído.

Aragorn aún no sentía nada pero estaba seguro que aquellas caricias despertarían su libido.

Legolas continuó su labor. Desprendió la camisa del hombre y se quitó lentamente la ropa. El elfo era bello vestido pero desnudo era fascinante. Ya sin ropa, volvió a sentarse junto al rey para seguir con las caricias.

Aragorn se quitó la camisa y desprendió los pantalones. Su miembro aún se mantenía flácido.

Legolas lo envolvió otra vez con sus brazos, susurrándole palabras incitantes en la oreja. Bajó la mano directo hacia el vientre del rey. A sus oídos llegaba la respiración del hombre que aumentaba su ritmo al compás de las caricias.

-Te estás excitando – sonrió el elfo y le pellizcó el vientre para causarle cosquillas.

Aragorn lo envolvió en sus brazos y lo arrojó boca arriba en la cama. Acto seguido, se posicionó encima de su cuerpo y comenzó a regalarle los besos y las caricias para excitarse mutuamente. Legolas gimió, dejándose llevar por el placer. El hombre era un amante innato y sabía cómo hacerlo gozar. Aragorn le lamió el sendero de los blancos brazos hasta el codo y después degustó los dedos de su mano, succionándolos uno por uno.

Legolas se arqueó. Los brazos y los dedos eran sus zonas erógenas.

-Aragorn – alcanzó a jadear.

El rey siguió acariciándolo intensamente. Apoyándose otra vez sobre su cuerpo, friccionó el vientre contra el del elfo y lo llenó de besos cada vez más ardientes. Sin embargo, su virilidad no despertó. Aquello no podía sucederle por segunda vez, una sería anecdótica pero dos resultaría legendaria. Legolas era tan hermoso y apetecible, y se mostraba tan entregado, pero el hombre no conseguía excitarse.

El elfo quiso cooperar, acariciándole la espalda y los glúteos. Eso siempre despertaba instantáneamente a su esposo, recordó.

-¡Basta! – soltó de repente Aragorn con toda su frustración. Se apartó de su consorte y cayó de espaldas en el colchón.

-¿Aragorn?

-¿Qué no entiendes que no puedo? – exclamó el hombre, sobándose la cabeza -.¡Soy un completo fracaso!

-Quizás necesites más tiempo – sugirió Legolas con suavidad e intentó acariciarle la cara.

Pero el rey le apartó la mano.

-Quiero dormir –decidió Aragorn escuetamente y se acomodó de lado, dándole la espalda.

Legolas bufó. La frustración lo irritaba.

-¿Qué opinas, Aragorn, si por esta sola vez me dejas penetrarte?

Un no rotundo fue la respuesta cortante del hombre.


………


Cuando faltaban un par de horas para que amaneciera, Aragorn se incorporó en la cama sin ganas de seguir fingiendo el sueño. No había podido pegar un ojo en toda la noche. Su esposo, en cambio, aunque durmiese con los ojos entreabiertos, estaba entregado a los brazos de Morfeo.

Aragorn tomó el frasco y lo examinó bajo los rayos de Ithil que se colaban por las cortinas. Legolas no se había convencido que pudiera ser la pócima indicada y corría el riesgo de intoxicarse si bebía algún brebaje extraño.

-Sin embargo, si no lo bebo, seré el rey fracasado de Gondor – musitó el hombre, observándose la entrepierna. Su pene seguía apagado y sin señales de movimiento.

El rey pensó en los peligros que había corrido en sus años como valiente montaraz. Durante ese tiempo, había luchado contra cuanta criatura oscura de Mordor se le hubiera cruzado y nunca, jamás había retrocedido. El frasco olía horrible pero un sorbito no podía ser mortal.

-¿Qué solución queda? – concluyó -. Quien no arriesga, no gana – y desenroscó la tapa.

El pestilente olor concentrado le golpeó las narices. Aragorn dudó. Sin embargo, volvió a observarse el pene, que seguía encogido y quietecito, y cerrando los ojos, lo bebió.

El brebaje sabía tan espantoso como olía y al hombre le costó tragarlo. Aguardó un momento pero no sintió ningún cambio. Ni mareos, ni nauseas, ni dolores de estómago o de cabeza, ni energía corriendo a través de sus venas. La pócima no tuvo ningún efecto.

Aragorn se preguntó qué podía ser lo que había robado Legolas y, después de esperar infructuosamente resultados, llegó a la conclusión que su elfo sólo había hurtado algún aromatizante fallido para las medicinas de su padre.


……….

Los altos elfos del Consejo de Rivendell se despertaron al amanecer y se reunieron en una sala para discutir los asuntos concernientes a la jornada. Elrond había viajado y dejado a cargo a Erestor y a Glorfindel, sus consejeros más fieles y mejores amigos. Los elfos que integraban el Consejo eran quince y estaban ubicados alrededor de una mesa redonda.

-¿A qué hora partió Elrond? – preguntó Erestor a Glorfindel y a Lindir, el elfo cantor, que vocalizaba el nuevo canto para la fiesta de aquella noche.

-Antes de la madrugada, según avisaron los guardias – respondió Glorfindel, sirviéndose un poco de miruvor, su bebida favorita que adoraba beber antes del desayuno. Justo en ese momento, Lindir entonó una nota demasiado alta y la copa se quebró.

El elfo cantor se cubrió la boca con vergüenza.

-Lo siento.

-Te advertí que a esa canción la practicaras en el jardín – protestó Glorfindel, recogiendo algunos fragmentos de cristal -. ¡Genial! Era lo último del miruvor y ahora me quedaré sin beberlo antes del desayuno.

-Dije que lo siento – replicó Lindir.

-¿Los gemelos aún no se levantaron? – preguntó Erestor para cambiar de tema.

-Ayer volvieron de tres semanas de cacería así que dormirán toda la mañana como osos – contestó Glorfindel, fastidiado -. ¡Qué va! Sin miruvor esto no tiene sentido – se irguió, irritadísimo -. Yo me voy a desayunar.

Erestor lanzó a Lindir una mirada de pocos amigos. Con Glorfindel enfadado, tendrían una jornada más negra que la noche en Mordor. Lindir se encogió, sonrojado como una amapola.

-Hay que despertar ya a Estel y a Legolas – ordenó Glorfindel -. Quiero desayunar – y abandonó la sala detrás de un portazo.


……….


Legolas despertó con el gorjeo de los pajaritos y la luz de Anar en el rostro. Se desperezó, extendiendo los brazos blancos y esbeltos que tan bien sabían abrazar a su marido. Se restregó los ojos, bostezó y miró hacia un costado. El lecho estaba vacío. Escudriñó la recámara, que no era grande, hasta detener la mirada en la puerta cerrada del baño.

-¿Aragorn? – lo llamó suavemente -. Mi amor, ¿estás allí?

Nadie respondió.

Legolas rodó los ojos. Cuando Aragorn no respondía, o estaba muy enojado o estaba demasiado preocupado.

-Aragorn, ¿te sientes bien?

No hubo respuesta.

Legolas cubrió su cautivante desnudez con una bata y se levantó. Descorrió las cortinas de la ventana, regó una macetita con una flor para hacer tiempo, y se dirigió a la puerta del baño. Golpeó, esperó pero nadie contestó.

-Aragorn – insistió -. Aragorn, mi amor, lo que te sucedió ayer no tiene importancia para mí. Perdóname si me mostré alterado. Debí apoyarte en lugar de enfadarme. Lo siento.

-Legolas, vete – respondió el hombre desde adentro.

El elfo se preocupó. Su esposo sonaba consternado. Bajó el picaporte, pero el rey había cerrado con llave.

-Aragorn, ¿qué te sucede? Déjame entrar.

-¡Vete!

Preocupadísimo, Legolas volteó hacia la cama y vio el frasquito sobre la mesa de luz con el contenido por la mitad.

-Aragorn, ¿bebiste la pócima? – forcejeó la puerta -. Ábreme.

-Ve a desayunar. Quiero estar solo.

-Aragorn, suenas peor que un adolescente con crisis de nervios. ¡Ábreme!

-¡Dije que no!

-Aragorn, si no me abres, buscaré mi arco y mi carcaj, y derribaré la puerta a flechazos – amenazó Legolas.

El hombre no respondió. Segundos después, el elfo oyó sus pasos y el sonido de la llave en la cerradura.

-Prométeme que no te reirás, ni me sermonearás ni gritarás – pidió el rey con la voz contrita -. Tampoco recitarás el yo te lo advertí.

Legolas se asustó. ¿Qué le podía haber ocurrido a su consorte?

Aragorn empujó el picaporte despacio, con la languidez de un condenado que se dirige a su destino, y abrió.

Legolas apenas contuvo el grito de espanto y sorpresa.


TBC

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