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Tienes pinta de uke. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Hell-o!!!

Por una de esas maravillosas bromas mamonas que hace el destino presento a ustedes la segunda parte de "Romance de oficina o tienes pinta de uke"

Escrita por una deuda de honor contraida con mi incomparable amiga y dibujante Evilgack, quien no le pide nada a nadie con un lapiz en la mano y a quien se lo dedico con muchisimo cariño.

Eso si, ya saben lo que se dice de las segundas partes, asi que por favor, sed indulgentes, que yo procurare no hacer un papelazo.

 

Segunda parte.

 

1° Tercero en discordia.

 

La fila parecía no avanzar nunca, y eso que era la reservada a los clientes VIP. Banco Águila era conocido por separar a sus clientes en innumerables filas. Que si para el cuentahabiente VIP, que para el cuentahabiente Golden Selecto, que si para el Aguilucho... Los mas jodidos eran los desafortunados que habiéndose mantenido lejos del mal de una cuenta bancaria se veían obligados por la diosa fatalidad a presentarse para realizar un deposito o cobrar un cheque.

Impaciente, Marcel se arrancó la bufanda y la restelló en el aire como si fuera un látigo, casi tirándole los papeles a Gutierritos de las manos. Atraída la atención con aquel movimiento se levantó la manga del abrigo blanco para consultar su rolex.

-¡Las 12:35! - exclamó alto y enfático - La presidenta municipal se va a enfadar si su sueldo no queda transferido antes de las 2.

Un empleado trajeadito de negro, que avanzaba presuroso, diligente, sorteando las filas de caja en caja, que ya los había estado mirando de reojo, se detuvo, aguzo las orejas al oír aquello  y con expresión conejil olisqueó el peligro. Miro al atractivo hombre como si fuera un lobo feroz.

Entregó los folders que llevaba a la cajera más cercana y con las manos en la espalda, como un inocente niño cantor se dirigió a Marcel.

-Buenas tardes. Jaime Fernández, ejecutivo de cuenta, ¿en qué puedo ayudarles?

La voz correspondía con el físico de Jaime Fernández: era bajito y menudo; el traje le quedaba grande con todo y ser de talla chica. Tenía la piel muy blanca y una carita linda, con brillantes ojos castaños, naricilla respingada  y labios con las comisuras curvadas hacia arriba, en permanente sonrisa. Los anteojos y los incisivos superiores, un tanto prominentes, le daban aspecto de conejito en apuros.

-Bueno, - con su voz grave Marcel fingió afectación - traemos la nomina de presidencia. Toda.

Podría decirse que Jaime paró las orejas y los bigotes.

-¿Toda? - repitió estúpidamente.

-Sí, toda, y necesitamos transferirla antes de las dos de la tarde.

Tras unos segundos Jaime cerró la boca y les indicó:

-Sígame por favor.

Dicho lo cual correteó entre las filas de hostiles usuarios que miraban con rencor como ese pinche viejo pesudo era salvado de los tormentos de la espera sempiterna.

Con Gutierritos a la saga, cargando diligentemente los papeles, Marcel siguió al empleado bancario. Atravesaron uno de los antiguos arcos de cantera que otrora dieran acceso a la cocina desde el patio de caballerías y que ahora daban acceso a la oficina del ejecutivo de cuenta desde el área de cajas.

Sí, porque la sucursal en el Centro de Banco Águila ocupaba, como casi todos los negocios y servicios importantes de la ciudad, una casona de la época de la colonia, cuyos dueños, descendientes de los ricos y poderosos de antes eran los ricos y poderosos de ahora, que en vez de vivir en una casa llena de fantasmas la rentaban y vivían, cómodos y solventes, en alguno de los desarrollos urbanos megapijos y megacaros que brotaban como viruelas en la periferia de la ciudad.

Marcel prefería las sucursales del Centro por ser más agradables que las de la periferia de la ciudad, en las que el aire acondicionado nunca funcionaba y eran unas moles horribles como la misma presidencia municipal. Sin que nadie lo invitara se sentó en la silla horteramente roja, tapizada con un águila bizca por la mala mano del dibujante, logo de Banco Águila. Por lo menos, pensó Marcel, esta vieja casona es cálida durante el tiempo frio.

Al ver que el muchacho poquita cosa se sentaba también Jaime le dijo:

-Por favor, regrese a la fila y espere su turno. - podía atender a un pez gordo, pero no a un colado.

Ofendido, Iván replicó:

-Soy su asistente.

Así era, en efecto. Debido a que Gutierritos era un peligro para si mismo y para los demás, además de un bonito objeto decorativo, Marcel había decidido crear el puesto de asistente personal del director de Recursos Humanos expresamente para él. Sin embargo, por influencias del licenciado Rosas la presidenta municipal (una mujer de paja sin fuerzas para nada) se había visto obligada a darle a escoger entre su asistente y su secretaria, con lo que una dolida y resentida Eli fue trasferida a la ventanilla de información, pues era más atractiva que la vieja doña Lupita, de quien se descubrió oportunamente que hacia tráfico de influencias y fue despedida.

Eli, echada por Marcel, tenía que trabajar de veras y no compartía más su cama. O mejor dicho, el asiento trasero de su coche. Y si las miradas mataran, cada mañana Gutierritos y Marcel caerían fulminados al pasar por la puerta principal. "¡Malagradecidos! - maldecía en su fuero interno la exsecretaria - ¡Después de que yo los junté!"

Jaime se sonrojó intensamente ante la mirada directa de Iván; bajó los ojos y mejor concentró su mirada en la sonrisa lobuna de Marcel.

-Entonces... ¿trae toda la nomina?

-Seiscientos sesenta y seis pagas.

-Ah. - el chico meneó el rabito como si eso lo oyese todos los días. Estaba aterrado, y no por el número de la Bestia, si no por lo bestia del número.

-Cuatrocientas treinta y cinco trasferencias electrónicas, ciento veintiocho cheques y lo restante en efectivo. De estos trescientos ochenta y dos movimientos son dentro de Banco Águila, ciento noventa y cuatro para BancoMexi, cincuenta y tres para England Bank, uno para la Caja de Ahorro "Los cuates" y lo demás sin banco.

-Ah... - repitió el chico, como embobado por los labios de Marcel.

Iván se revolvió incomodo a su lado: no le gustaba nada ese tipo: era un tonto y miraba demasiado a Marcel. Ahora que Eli estaba fuera del combate no estaba dispuesto a tener rivales.

-¿Empezamos? - preguntó Marcel, de manera demasiado sugerente para gusto de Iván.

El jodido tipo ese se sonrojó como una señorita y preguntó:

-¿Y no conocen ustedes la banca por internet?

-Claro amiguito, pero un terrible virus dejo fuera de servicio a todas las computadoras de la presidencia y aunque nuestro estimado jefe de electrónica hace su mejor exfuerzo (Manolito el sevillano se cagaba en todos los muertos de las computadoras) no creo que vayamos a tenerlas para hoy. Y no es asunto que podamos ir a realizar a un cyber, ¿verdad Gutierritos?

-Efectivamente licenciado. - respondió muy propio, mirando como poca cosa al chaparrillo del banco. Extendió con profesionalismo sus documentos.

-Sera más rápido si me dejas usar tu computadora.

-Es que no puedo... no está permitido.

Marcel lo intimidó con la mirada pero el conejito no cedió. Así que Marcel le dictaba las cifras, Iván iba tachando y el conejito tecleaba como si escarbara una madriguera de emergencia. Aquello de las dos de la tarde era utópico. Dieron las cuatro, la hora en que el banco cerraba sus puertas a los clientes y aun les faltaba rato. Dieron las seis, la hora en que los empleados del banco salían del trabajo y todavía les faltaba. En presencia del gerente se quedaron cuarenta minutos más.

El pobre Jaime, sudado, descorbatado y con un par de botones de la camisa abiertos se dejó caer en el respaldo de su sillón giratorio con los brazos laxos. Su saco desde que horas estaba echado por un lado. Marcel tenía la boca seca. El único que ni siquiera se había despeinado era Iván (usaba medio pomo de gel Ego cada vez).

-¿Listo señores? - el gerente los apuraba con las llaves del banco en la mano. Si se demoraba mas, su mujer iba a pegarle.

Jaime, que yacía lánguidamente, se incorporó con trabajos. Marcel le colocó su saco sobre los hombros, acción que chiveó por completo al chico de anteojos e hizo fruncir el ceño al bien peinado.

Afuera comenzaba  a oscurecer y un viento helado soplaba desde el norte, agitando la bufanda de Marcel. Los otros, que no llevaban se estremecieron.

-Por cierto - dijo este como al descuido - Es posible que la próxima semana tengamos que hacer lo mismo.

Los dos empleados bancarios se volvieron a mirarlo como si acabase de decir que el presidente de la cámara de diputados había declarado una nueva reducción de las comisiones bancarias, es decir, como si hubiese proferido una terrible blasfemia.

-No hablara en serio... - dijo el gerente.

-Nunca bromeo sobre cuestiones laborales. Pero llegaré más temprano. Para que este preparado. - guiñó el ojo al conejito, que se refugió tras el portafolios de su jefe, lanzando miraditas como de "¿será cierto?" a Gutierritos.

Este lo ignoró, altivo y se fue tras su seme. Cuando se metieron al auto último modelo  propiedad del gobierno pero usufructuado por Marcel le puso la mano sobre el paquete y le chupó el cuello. En pocos meses, el tímido ukesito, bien entrenado por el de ascendencia francesa, se había vuelto más atrevido. Y hot.

-Vaya vaya...  - exclamó Marcel al sentir que le dejaría chupetón - ¿Estas celoso?

-No. - negó rápidamente Iván: le cagaba que Marcel leyera en él como en un libro abierto.

-No tienes de que estarlo. - dijo haciendo girar la llave - Ya deberías saber que soy irresistible...

-Descarado -  reclamo Iván - vi como le coqueteabas.

-Solo quería granjearme su simpatía para que cooperara.

-No dudo que quisieras tenerlo flojito y cooperando...

-Así te quiero tener a ti. - sin importarle que doblaba una curva robó un beso a Iván - Vamos a mi casa... - propuso sugerente.

Haciendo morritos el chico accedió. Su casa... siempre su casa. ¿Por qué no nuestra casa? le dolía que meses después Marcel no hubiera hablado nunca de mudarse juntos.

 

Continuará...

 

Notas finales:

Dice el refran que tres son multitud...

Carpe noctem!


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