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Nuestros destinos por Magic Cristal

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Notas del capitulo: Estoy gratamente sorprendida. Pensé que iba a recibir sólo un review que me diría "siga participando", pero no fue así, por lo que primeramente agradeceré la acogida. Todos los reviews ya están respondidos en su lugar.

Lo otro, las pasé negras haciendo este capítulo. Plasmar la personalidad de Tezuka ya es difìcil como para agregar poner al tipo en un estado complicado. Además mucha narración porque si un don no posee el caballero es el de la palabra xD

Que les guste, nada más...
NUESTROS DESTINOS

Capítulo II: Lo que no debemos decir las mujeres


Era uno de esos días primaverales que a la gente invitaba a salir. La tarde era deliciosa, el sol no estaba cargante para nada y el viento estaba en su justo punto para dar con el clima perfecto. Las tonalidades verdes que los rodeaban se superponían unas a otras en aquel paisaje acompañados de un lago cualquiera. Nada podía empañar la tranquilidad de esos dos que disfrutaban de los dones de la naturaleza y de la compañía de la otra persona sin importarles la gran diferencia de edad.

El niño miró al anciano inseguro y con una inusitada timidez de su parte, volcó disimuladamente su vista hacia el agua en donde estaban pescando. Con siete años, no calculaba cómo se tomaría su abuelo de que su deseo no era practicar el kendo, como lo decía la tradición familiar, sino que probaría con su nueva pasión: el tenis.

El anciano, que había estado observando a su nieto desde hacía algún rato, determinó que debía romper el hielo.

–Cuando dudamos de hablar es porque tememos de la reacción de los demás. ¿No piensas lo mismo que yo, Kunimitsu? –no se detiene en mirar a su nieto a la cara, pero tiene más que sabido que el niño estaba sintiendo que había adivinado.

El pequeño Tezuka frunció el ceño y pestañeó repetidamente. Nunca podría engañar a Kunikazu por más que lo tratase.

–Abuelo, mmm… ¿qué sientes cuando practicas el kendo? –indagó como quien no quería la cosa, jugueteando un poco con su caña de pescar –¿Te gusta?

Más el diablo sabía por viejo que por diablo. Podía sentir la pasión de su nieto cuando volvía de sus clases de tenis, hasta podía verle esbozar una leve sonrisa cuando no era muy tendiente a ello. Era feliz y no podía hacer nada en contra de eso. Con su hijo había sido un espartano en cuanto se tratare de disciplina. Pero con su nieto, su debilidad oculta, se permitía ciertas “libertades”.

–Me llena de satisfacción, pues es lo que más me gusta hacer –le contestó reflexivamente mientras se rascaba la barba con algo de desgano –. Es lo mismo que te pasa cuando tienes en las manos una raqueta, ¿no? –agregó como si nada, aunque Kunimitsu lo veía con interés.

Su abuelo siempre sabía lo que le pasaba, lo conocía más que él mismo. Pero para su desgracia no sabía que pasaría por la cabeza del anciano.

–Juega tenis todo lo quieras, se ve que eso te llena de vida, hijo. Pero con una condición…

–¿Cuál?

Ambos pares de ojos castaños se miraron frente a frente con un brillo poderoso que grababa una promesa de fuego y que el menor sería incapaz de fallar.

–Tienes que ser el mejor y no conformarte con menos…

–¡Hai! –exclamó el chico con decisión, dispuesto a enfrentarse a lo que fuera.


En ese entonces, abrió los ojos con pesadez. Había soñado algo que había pasado hacía mucho tiempo, en una de esas tardes de mayo en que su abuelo y él, a solas, se habían dedicado a pescar. Para Kunimitsu, esa época de niñez había sido uno de los mejores años en su vida, pues al contrario de lo que parecía a primera vista, su abuelo era una persona que era presto a escuchar y otorgar un sabio consejo a quien lo necesitase.

Y aunque no fuese totalmente consciente de ello, era patente que ambos eran idénticos en el carácter. Su padre le había resumido que Kunikazu hacía un poco más de seis meses le habían diagnosticado un cáncer de páncreas ramificado en que nada podía hacerse. El mayor de la familia Tezuka había sido categórico en indicar que su nieto no se enteraría por nada del mundo, pues no quería truncar su carrera; su enfermedad era señal de que había llegado su momento de partir, pero su nieto estaba en la plenitud de su juventud y no quería arruinársela. Y tenía razón. Si Kunimitsu hubiera sabido antes, se habría retirado temporalmente de las canchas sin pensarlo.

Su vista se enfocó en la ventanilla, mirando el cielo estrellado. Estaba lleno de culpabilidad, pensando que debió haberse preocupado más, que en las vacaciones de diciembre haberse fijado más de que el ambiente de su hogar estaba denso y que sus padres insistieran que pasara más tiempo con el abuelo que con ellos.

Ellos entendían que sería el último año que pasaría con él. La última Navidad, cuyo regalo del abuelo había sido un pendiente de oro blanco que ahora estaba trayendo en el cuello.

¿Qué iba a hacer? Siempre se había preparado para la peor situación dentro de una cancha; sin bajar nunca el ritmo, golpeaba una y otra vez la pelota hasta que el árbitro diera término del partido. Pero no tenía idea siquiera de cómo plantearse de que el hombre que lo había formado ya no estaría, sintiéndose abrumado y teniendo un cúmulo de cosas que le quedaban por decir al anciano.

¿Qué haría cuando él… cuando…?

Diablos, ni el imperturbable Tezuka Kunimitsu podía completar la frase.

En eso, el piloto dio las instrucciones de que pronto el avión aterrizaría en Tokio, por lo que tendrían que abrocharse los cinturones. Miró su reloj y haciendo cálculos rápidos, deberían ser aproximadamente las tres de la mañana del domingo en Japón, por lo que se dirigiría directamente al hospital.

Tomó un taxi y ya dentro de él, llamó con su entrenador y con Hannah, que por supuesto que estaban inquietos por su repentina desaparición. Ambos le otorgaron todo su apoyo y comprensión, que no se preocupara de nada tenis, lo primero era estar con su familia; de Roland Garros y los otros compromisos, ya se vería después en su minuto. Un peso menos de encima.

El viaje en el automóvil increíblemente le resultó más largo que el avión y eso que había podido dormir solamente una media hora. Todo era producto de la ansiedad que traía consigo y que se evidenciaba con el ligero temblor en sus manos. Necesitaba ver qué tan grave era la situación con sus propios ojos y empezar a convencerse que éstos eran los últimos días de su abuelo.

Apenas llegó al hospital, casi se fue casi corriendo a la unidad de cuidados intensivos, encontrándose con su madre, que lo recibió al borde de las lágrimas y con un cálido abrazo; más atrás, su padre, con el rostro ensombrecido, asintiendo satisfecho que hubiese atendido tan pronto el llamado. Nada había que decirse ni reprocharse, pues los varones Tezuka tenían esa forma tan fría y peculiar de quererse, teniendo como máxima estar firmes hasta el final.

–¿Cuánto le queda, padre? –Kunimitsu hizo la pregunta de rigor sin ponerle adornos, si de todas maneras dolería igual –¿Qué dicen los médicos?

El gélido silencio del pasillo se dejó caer por un par de segundos. Los pasos de las enfermeras y una indicación de un doctor a lo lejos era lo único que se escuchaba.

–Dos días como mucho –sentenció Kunihara, respondiendo de la misma manera –. Está en coma y, lamentablemente, ya no saldrá de ahí.

Por más que lo intentó, en su rostro tenía impregnada la confusión y sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Se negaba de que estuvieran estaban hablando de su abuelo, si la última vez que lo había visto, se veía bien, salvo que tenía esos “achaques de la edad” como Kunikazu los denominaba. Por un rato, se bloqueó y por primera vez en su vida, algo lo estaba superando.

Ayana, como madre, acarició la cabeza de su hijo. Ella conocía a sus hombres a la perfección, sumado al instinto de madre que le decía que esto era demasiado para Tezuka, pudiendo sentir su pena y desconcierto. Corrió el tiempo y los ojos del joven se dirigieron perdidos, por lo que no dudó en abrazarlo de nuevo.

–Si tienes algo que decir, no dudes en decirlo, Kunimitsu… –musitó la mujer con el deseo de que su hijo se desahogara dentro de lo que se pudiera.

Solamente hubo una cosa que al de cabellos cenicientos se le cruzó por la mente y la expuso con total entereza.

–¿Puedo verlo?

********************************


Si había pensado en algún momento que ver a Kunihara aplacaría su frustración, había caído en un error. Se atormentó más al contemplarlo inconsciente, lleno de máquinas, cuyos pititos sonaban a un ritmo constante y con ese olor a medicamento que hostigaría a cualquiera. Su interior era un paisaje de desolación, en que veía una sola luz que le decía que tenía que seguir en pie por las personas que amaba, ése era el motor que le permitía salir de esta dolorosa prueba que estaba enfrentando.

Su padre, luego de unas horas, le ordenó que se fuera dejar su equipaje en casa y, de paso, a dormir un rato. Llevaba casi dos días sin dormir y se veía agotado tanto física como psicológicamente, aunque dudaba que pudiera conciliar el sueño así como andaba.

Pero de su concentración, no podía decirse lo mismo.

–Niño bonito, ¿no me estás oyendo lo que te estoy diciendo? –le inquirió violentamente un desconocido de mal aspecto acompañado de otro sujeto de las mismas características y ambos con un cuchillo en la mano –Dame tu bolso y todo el dinero que tengas. Y que sea rápido, que no tenemos tiempo, a menos que quieras hacerle compañía a los angelitos –le presionó mostrando más amenazantemente el arma.

Lo que faltaba. Un asalto le venía como anillo al dedo para calmar su melancolía.

A entregar todo sin reclamar, ya bastante tenían sus padres con la agonía de su abuelo para que también tuvieran que lamentarse que él hubiese sufrido un altercado con delincuentes. El eventual miedo que pudiera sobrevenirle era secundario al lado de sus verdaderas prioridades.

–Apúrate que…

Una pelota de tenis golpeó fuertemente la mano del tipo que estaba más cerca de Tezuka, soltando automáticamente la cuchilla que tenía en la mano y gritando fuertemente del dolor. Otra pelota iba hacia la mano del otro tipo, pero no alcanzó, pasando por encima de ella.

–¡Maldita sea, fallé!

Un fuerte grito cargado de irritación se oye en una de esas pequeñas calles residenciales que tiene Tokio. Los tres dirigieron su mirada al origen de aquella voz femenina. El de lentes reconoció inmediatamente el color verde agua y el listón rosa que correspondían al uniforme de la Seishun Gakuen.

La muchacha no era nada fuera de lo común, a excepción de que no era muy femenina en su comportar. Su estatura y contextura se ajustaban a la media, de larga cabellera castaña oscura atada a una coleta y ojos del mismo color.

–¡Lárgate de aquí y no te entrometas! –advierte Tezuka al ver el peligro en que estaba la joven.

–Justo cuando estoy atrasada para ir al entrenamiento me pasa esto. ¡Demonios! –contestó, ignorando la advertencia, para después emitir un suspiro.

Fue todo demasiado rápido. Los dos tipos se abalanzaron sobre la chica, por lo que Tezuka pescó de la ropa al sujeto que estaba desarmado y que tenía justo a su lado, para noquearlo de un puñetazo. Sin embargo, no pudo hacer nada con el otro tipo, que se había escapado de su alcance y que iba directo hacia la muchacha para enterrarle el cuchillo.

Ella, al verse acorralada y con una raqueta en la mano, le dio hábilmente un raquetazo en la mano para despojarle el arma, dándole el tiempo justo a Kunimitsu para golpearlo, dejándolo tirado en la vía pública. Pescó a la joven de la muñeca y se la llevó corriendo un par de cuadras hasta vislumbrar que no estaba corriendo peligro alguno.

Miró a la chica, que aún temblaba del susto y se encontraba pálida, viendo que lo último que había hecho no había sido porque sabía pelear, sino un mero acto reflejo de supervivencia. Qué chiquilla ésta…

–No debiste haberte metido en esto, por poco y te matan –comenta el de anteojos, siendo severo en su descarga –. Además la raqueta y la pelota de tenis no se hicieron para agredir a la gente.

–¡Oye! –levantó una ceja, exclamando molesta y más repuesta de lo sucedido –Te ayudo y más encima te pones exquisito por la forma en que te salvan, qué agradecido saliste.

–Por no saber usar bien la raqueta, nos pudo haber costado la vida tu imprudencia –puntualizó aplicando su racionamiento, haciéndola callar de una.

–Ya, ya, lo siento –le replicó de mala gana, poniendo sus manos en la cintura –. Estamos bien y eso lo que importa, ¿cierto? Así que ya me voy, con permiso…

La chica se iba a ir cuando percibió que la estaba siguiendo el estúpido petulante con el que había compartido uno de los hechos más traumáticos de su corta existencia. Emite un sonido similar a un gruñido y mira hacia atrás, deteniéndose ante Kunimitsu.

–Quiero irme sola –solicitó con la poca paciencia que le que quedaba.

–Estos tipos están cerca –arguyó Tezuka mientras acomodaba sus lentes –. Si te ven sola podrían tomar represalias contra ti y no podrás hacer nada. Además debo agradecer el favor.

Sorpresa. Este engreído no era tan pesado después de todo.

Por su parte, Tezuka al fin había encontrado razones para dormir unas cuantas horas apenas llegara a su casa. Pero el deber era el deber y no podía dejar a la muchacha desamparada. Y como había dicho, debía agradecer por último las intenciones de la chica que habían sido buenas.

–Ah, me presento, mi nombre es Hanasegawa Minako, tengo dieciséis años y voy a pasar a segundo de preparatoria, ¿y tú?

–…

Mentira. …ste tipo era un verdadero cabrón. Si no fuera por el asalto, no hubieran puesto a conversar ni a punta de palos.

–¿Juegas al tenis? –al caminar media cuadra, preguntó Tezuka para hacer más ameno el camino a la preparatoria.

–Sí, pero como ves, no soy muy buena –aclaró Minako con total sinceridad –. Me va mejor en la teoría, analizando a los jugadores y las estrategias. Por eso me metí al club masculino como su manager, apoyando al perezoso de entrenador que tenemos.

Por el propio Oishi se había enterado de que Echizen Nanjiroh se había conseguido el trabajo de entrenador de la Preparatoria Seigaku. El ex jugador profesional rara vez asistía a los entrenamientos, aunque era el mejor en la banca a la hora de los partidos, siendo ésa la razón por la que aguantaban su singular personalidad.

No podía toparse con cualquiera, sino con la chica que conocía a todos sus ex compañeros de equipo.

–Si afirmaras un poco más arriba el mango de la raqueta, podrías ser más exacta con tu saque –le aconsejó, dejando aflorar su naturaleza de formador de jugadores.

–¿Tú también juegas tenis? –indagó asombrada al ver que podía entablar una conversación con el reservado joven.

–Sí.

–¿De verdad? Nosotros somos los campeones de Japón –presumió con todo orgullo del logro de sus chicos –Deberías ir a Seigaku, te destrozarían, sobre todo Fuji-senpai que es todo un demonio en la cancha.

–¿Fuji?

Por poco y se atraganta, era la maldición Fuji. Dos mujeres se lo habían recordado de una manera inexplicable en este fin de semana y no quería pensar que esto se trataba de una señal. Sin embargo, su cabeza no daba para hacer alguna conclusión sobre el asunto.

–Fuji Syusuke, nuestro vice capitán y el mejor del equipo –respondió llena de admiración hacia el jugador –. Hace unas jugadas increíbles, es todo un genio. Si no es capitán es porque mandar no es lo suyo –le dio risa su propio comentario.

Tezuka estaba de acuerdo. Fuji con suerte podía ponerse serio y disciplinarse él mismo.

Con la charla, se les hizo corto el trayecto, llegando a las puertas de la Preparatoria a los pocos minutos. Si Tezuka no reveló nunca su nombre, era porque ella haría público el hecho de que él estaba en Japón y lo que más quería a estas alturas era privacidad. No descartaba que ella supiera de él por los comentarios de los demás integrantes del equipo.

–Muchas gracias por tomarte la molestia de dejarme hasta acá –hizo Minako una reverencia de agradecimiento –. Como te gusta el tenis, cuando quieras visítanos y verás que…

–¡Qué has dicho, maldito! ¡Te partiré la cara!

Qué bien, había llegado el desayuno: la suave y armoniosa voz de Kaidoh para los oídos selectos que lo quisiesen escuchar de cómo discutía con Momoshiro. La gran diferencia en estos tres años era que en vez de dos eran tres –y a veces hasta cuatro– los que se ponían a pelear hasta porque no tenían motivos para hacerlo. Cuando se juntaban esos cuatro de segundo, Oishi en su versión “madre rabiosa y explosiva” era el único que podía detenerlos.

–¡Dime dónde y cuándo para dejarte lloriqueando, mamushi (víbora)! –ambos furiosos, se agarraron mutuamente de la camisa.

–¡Ya cállense el par de noviecitos y entremos luego, que ya es tarde!

–Ya tenía que meterse el hermanito de Fuji-senpai… –reclamó el moreno de ojos morados.

–¡Repite eso, desgraciado! –se mete el castaño entremedio de los otros para golpear a Takeshi.

La chica estaba avergonzada, negando con la cabeza gacha. Ella contándole maravillas de su equipo al que acababa de conocer y éste se encontraba con el espectáculo que estaban montando este trío de bribones.

–¡Momo, Kaidoh, Yuuta! –chilló Minako caminando hacia esos idiotas –¡Maduren de una buena vez y paren con el griterío! ¿Qué no ven que estoy hablando…?

Se interrumpió al darse vuelta y ver que no había nadie detrás de ella, desapareciendo el extraño misteriosamente como si se lo hubiese tragado la tierra. Los tres dejaron caer sus miradas sobre ella al no entender nada de lo que estaba ocurriendo. La castaña se encogió de hombros al no encontrar explicación alguna.

–¡Juro que estaba hablando con alguien!

–Fshhhhh…

********************************


El uniforme tricolor de Seigaku era el reflejo del orgullo de sus miembros: el rojo vibrante de pasión juvenil, el azul cielo testigo de sus duros entrenamientos y el blanco reflejo de la sonrisa de estos muchachos. Colores que entremezclados cubrían las canchas de compañerismo, de un tenis del más alto nivel, y también de gritos horrorizados de los que fácilmente podrían hacer recordar las películas de horror.

Cuatro desgarradores alaridos que llegaron hasta lo más recóndito de la escuela por probar el Platinium Delicious Remix Inui Juice como castigo de haber llegado tarde al entrenamiento y más encima, peleando. Oishi tenía que ser implacable si quería darse a respetar.

–Qué robo ni qué ocho cuartos, cada día se ponen más creativos…–dijo el capitán por lo bajo todavía enojado con ese cuarteto.

Llevaba unos cuantos meses como capitán, haciéndose más repetitiva que nunca su frase “¿qué haría Tezuka en mi lugar?” y agarrar la manía de juntar dinero para teñirse las canas verdes que le sacaría este equipo. Los de segundo eran una calamidad y las joyitas de tercero no se quedaban atrás: un niño hiperkinético con complejo de gato, un bipolar maniaco con una raqueta en la mano, el acosador que anotaba en su cuadernillo hasta el día en que te ibas a morir y el hermanito mayor que había que tener cuidado con hacerlo enojar si no se quería una muerte lenta y dolorosa.

¿Por qué a él? ¿No podía tener un equipo con gente normal?

Los adoraba, eran personas excepcionales. Pero manejarlos a todos para que funcionen en conjunto era toda una proeza.

Cuando le había tocado esta misma tarea en la secundaria, no era tan terrible porque podía mandarle cuantos mails se le dieran la gana para ser aconsejado por su amigo y con la esperanza de que algún día éste regresara a su cargo. Ahora no podía recargar a Tezuka con problemas ajenos y tenía que demostrar sus dotes de liderazgo a como diera lugar.

Con tanto lío, en otra época hubiera dicho que las chicas no eran parte de sus planes. Sin embargo, a Syuichiro le había llegado la hora de conocer el amor y, por esta vez, los deseos de locura adolescente le ganaron a sus responsabilidades en el tenis. Tsubaki era fabulosa y comprensiva, una refrescante muchacha que le hacía más agradable la pesada tarea que tenía sobre los hombros. Con sus defectos y virtudes era todo lo que había soñado en una mujer.

No podía quejarse, tenía un equilibrio en su vida. Aunque recientemente presentía que las cosas con su mejor amigo no estaban de lo mejor. Eiji era demasiado transparente para ver que lo de su novia le había caído como patada en el hígado, viendo como intentaba contener los pucheros para que no lo notase triste y felicitándolo a sabiendas de que no lo sentía en lo absoluto.

El pelirrojo estaba acostumbrado desde hacía mucho a ser solamente los dos, la Golden Pair de Seigaku. Con esta intrusa, era de lo más normal que se sintiera solo y traicionado de la promesa silenciosa de la que Eiji le hacía hacer en los partidos importantes.

“Oishi, juguemos al tenis juntos… siempre”.

Era cuestión de tiempo para que su pareja de dobles asumiera que el hecho de tener novia no significaba que abandonaría el tenis ni de jugar con él. Pero de todas maneras no dejaba de preocuparle, pues Eiji ocuparía un lugar muy importante en su vida y nunca lo relegaría a un segundo plano.

–¡Eiji! –llamó de repente el moreno al ver que el de cabellos burdeos no estaba rindiendo como usualmente lo hacía.

–¿Qué ocurre, Oishi? –cuestionó, parando de correr, para situarse a su lado.

–¿Estás bien?

–¿Por qué lo dices, nya? –gracias a Fujiko, estaba más recuperado y contento, aunque la espinita no se le pasaba por completo.

–Ya veo, no has dormido lo suficiente –le puso una mano en su mejilla, marcando con el pulgar las ojeras que tenía el muchacho –. Te he dicho hasta el cansancio que no veas televisión hasta tarde.

Kikumaru no respondió al regaño. Ni siquiera estaba atendiendo.

Era extraño. Estaba feliz, pero era una felicidad extraña. No era esa felicidad que le provocaba lavarse los dientes con sabor a berries, de estrechar al ochibi en sus brazos o de canturrear con Momo cada vez que iban a celebrar un triunfo. Que Oishi lo tocara era algo que no le hacía sentir el suelo, haciéndole sentir que volaba y que de la nada hacía que todo el calor se agolpara en sus mejillas.

Eiji se quedó mudo, tenía la garganta seca y no podía contestarle aunque quisiera. No estaba ocurriendo nada especial, Oishi le hablaba como siempre, con su típica voz paternal y ojos verdes acogedores. No podía de escaparse de estar con la sensación de tener un saco de gatos peleándose en la boca del estómago. Era tan Oishi.

–¡Eiji! –elevó su tono al ver que el de ojos azul marino estaba distraído, asustando a éste –Hace rato te hablo y no me dices nada.

–¡L-Lo siento, Oishi!

–Descansa unos cinco minutos, bebe algo y de ahí te pones a entrenar –retiró su mano y respiró hondo –. No quiero que te desmayes por el cansancio, ¿de acuerdo?

–¡Hai! –afirmó suavemente con una sonrisa bobalicona en el rostro.

De un tiempo para acá, cuando el de ojos verdes lo tocaba, le hacía tiritar como una gelatina, odiando sentirse tan incómodo. Los encuentros ya no los disfrutaba como antes, algo estaba faltando entre ellos. Actúa de manera estúpida y se siente mareado. No lo entendía, ya que sólo con Oishi le pasaba; con Fujiko, todo era sobre ruedas.

Era el rey a la hora molestar cuando uno del equipo salía con una chica, con insinuaciones a nivel de preparatoria, que iban de la cintura para abajo. Pero cuando Oishi Syuichiro le había contado que tenía una novia, se le aparecieron unas ganas irrefrenables de llorar.

¿Por qué no podía aceptarlo? ¿Qué le estaba pasando?

********************************


Lunes y el día más maldito del año para los escolares, primero de abril, el último de las vacaciones de primavera. Quedaba únicamente a resignarse que se venía un nuevo año académico encima, a llegar a tener pesadillas de tanto estudiar para los exámenes y soportar a los aburridos maestros.

Y qué mejor manera de pasar este día que jugando tenis. Le había prometido a su capitán de llegar antes para organizar el entrenamiento voluntario para los miembros regulares del club. Con esto del pronto campeonato interescolar, seguramente todos acudirían al igual que ayer pues nadie quería ceder su puesto a las reservas o a un nuevo novato que quería dárselas de estrella al estilo Echizen. Al contrario de la mañana anterior, Fuji había amanecido de las mil maravillas y con ánimos de entrenar, por lo que transitaba por la calle con su clásico semblante de alegría.

Con el transcurso de las cuadras, se puso a meditar un poco. Menos mal que a Eiji se le habían bajado las revoluciones con el cuentito éste de que Oishi tuviera novia. No era que el pelirrojo no hubiese madurado durante estos años, pero cuando se trataba de la madre del club volvía a sus antiguos berrinches y actuar como un gato maullando en el tejado en plena lluvia. No era el tipo que le resultara fácil comprender los sentimientos de los demás con naturalidad y su amigo le exigía demasiado para su pesar.

Con razón Oishi era la “media naranja” de Kikumaru. O Eiji atinaba pronto de hacer el descubrimiento de que estaba enamorado de Syuichiro o tendría que resignarse a ser el padrino despechado de su boda. No podía meterse ni pretendía hacerlo tampoco.

En todo caso… ¿quién era para juzgar a Eiji?

Dando consejos para los callos cuando tenía juanetes, como lo decía un viejo dicho popular. Y no podía evitar sentirse estúpido ante tal reflexión. Enamorado desde los doce de la misma persona y que tal vez la hubiera pasado al olvido si no hubiese ocurrido aquel episodio escondido en el pasado.

Sí, admitía que le había mentido a su nee-san. En el amor tenía un gran inconcluso que obviamente nunca iría a resolver por la obstinación de él y por su propia debilidad.

Para colmo, su hermana le había llenado de cabeza de pajaritos de que él volvería a enfrentarse a ese pasado. Ni de broma. Antes Tezuka se pondría a cantar los temas de la “Novicia Rebelde” en medio de los Alpes. Aún sabiendo eso y que el calendario de los torneos de la ATP no daban ni para asomar la cabeza por estos lados, en el fondo tenía los deseos de verlo metidos en la piel.

Recordaba que a veces, en esas aburridas clases de ciencias, en que la voz de la maestra le sonaba como un murmullo lejano, había tenido conversaciones imaginarias con Tezuka en que podía hablar en serio de las cosas que ni siquiera se atrevía en la cara a tirárselas como inocentes bromas. Aunque frecuentemente su imaginación se ponía perversa, en el momento menos indicado lo dibujaba desnudo en su mente, siendo él mismo cazado por ese volcán contenido que se escondía detrás de sus gafas.

Era de todas las semanas contar los días para que fuera jueves en la noche, solamente para oír esa voz grave y sedosa aunque fuese por unos pocos minutos. La práctica de los jueves era insoportable, lo único que quería era que terminara para agarrar el teléfono. Se sentía vacío cuando colgaba, tenía que esperar siete días más para estar con él.

Tenía que asumir que lo amaba por sobre todas las cosas. Lo era todo. Una parte de sí mismo se había ido con él.

Pero no se permitiría caer. No se consideraría digno de la persona de la cual se sentía más orgulloso de haber conocido.
Así que seguiría en el tenis, con la preparatoria y con su vida. Y sus labores de fuku-buchou eran parte de ello, por lo que si seguía pensando en su tenista favorito, no llegaría a tiempo.

Syusuke había estado tan ido que al retornar a la realidad no se había fijado que llegaría a la esquina de aquella estrecha calle, sin prever que alguien del otro lado podría tener su misma intención de doblar. Por su parte, esa persona no estaba en sus cinco sentidos como para asegurarse si había en la calle un pobre diablo en las nubes.

Y sucedió el desastre.

Syusuke cayó sentado al piso y el extraño, sin notar quien era, se agachó presurosamente para ver si estaba bien.

El primer contacto con esos ojos azules fue brutal. Lo que menos quería en esta desafortunada estadía en Japón era encontrarse con esos ojos fatales. Los gestos de su cara no tenían ningún rastro de asombro, pero la tensión en las tripas le hacía ver que Fuji Syusuke era toda una aparición.

–Fuji…

–¿Eh…? ¿Te-Tezuka?

Una descarga eléctrica devastó todo su ser. Con una sola ojeada vio todos aquellos recuerdos, todo lo que se comentaba de él, se acordó todas aquellas razones por las cuales se había enamorado perdidamente de Tezuka Kunimitsu y se volvió a intoxicar de su esencia.

No sabía si Inui le había echado algo a sus jugos o de nuevo estaba soñando despierto en pleno entrenamiento. Tampoco sabía si eso era muy importante. Nada más le nació darle una dulce sonrisa que no era por la costumbre sino una verdadera que le daba la bienvenida después de haberlo extrañado tanto.

–¿Estás bien? –el de las gafas le dio una mano para que se pudiera poner de pie.

Fue para peor. La cercanía era mayor de lo que la prudencia les permitía. Por fuera, como que nada; por dentro, se estaban ahogando mirando al otro después de tres meses.

A pesar de su aspecto de sosiego desmedido, Fuji era hombre al fin y al cabo. Un hombre en plena adolescencia y con sus hormonas fuera de todo control. Amaba a Kunimitsu, pero que su majestuoso porte estuviese a escasos centímetros de él hacía que su cuerpo le gritara a ese ser un “tócame, márcame, hazme tuyo” en toda su expresión. Después de años de encuentros esporádicos y en grupo, lo tenía sólo para él, encontrándose indefenso a ese aroma suyo tan arrebatador.

–Estoy bien –respondió por inercia, era lo que se decía por decir

–¿Y tú?

–No caí al piso –sonó como si fuera de lo más elemental –. Lo siento, estaba distraído –añadió a modo a disculpa.

Parecía que solamente ayer habían dejado de hablarse, no en una fiesta hecha entre Navidad y Año Nuevo. Fue ahí cuando el más bajo parpadeó y cayó en cuenta que era de lo más bizarro de que Tezuka estuviese en este mismísimo momento en Tokio, cuando debería estar en cualquier punto de Alemania.

Oh, sí, por eso mismo había estado completamente seguro de que no volvería. Las cartas de su hermana y el destino le acababan de dar una regia patada en el trasero.

–¿Qué estás haciendo aquí? –indagó todavía pensando que todo esto era tan irreal –Yo te hallaba en Europa.

–Tenía que atender unos asuntos, voy volver en un par días –no quería ahondar en asuntos tan íntimos con ninguno de sus ex compañeros, por lo que su respuesta se oyó seca.

–Muy importantes para que te hayan traído aquí, ¿no?

–No mucho –Kunimitsu mintió para mantener el bajo perfil a su repentino viaje.

–Si no fuera importante, no hubieras dejado tus torneos tirados y hubieras avisado que vendrías–afirmó el de ojos azules, ya más recuperado de la primera impresión de volver a verlo –. Tezuka…

Fuji era un astuto zorro y lo tenía muy presente, para variar le estaba haciendo la encerrona. No hablar de más era la única forma de contrarrestar en parte la curiosidad del castaño. Era un partido verbal en que ambos también eran unos genios y buscaban el descuido del otro para arremeter.

–Te preocupas más de la cuenta, Fuji –era su especial manera de advertir de que no era de su incumbencia las razones por las que él estaba ahí.

–Me alegro. Ya me estaba preocupando de más –comentó aliviado para luego abrir los ojos seriamente, reflejándose enigmáticos y ligeramente coquetos ante Kunimitsu –. Puesto que si tienes algún problema, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿cierto?

No se había tragado su excusa. Más inteligente no era el que lo demostraba, sino el que se hacía el idiota y Fuji tenía la maestría a la hora de fingir demencia.

–Sí.

Por esta vez, dejó pasar esos chispeantes ojos. Un empate. Todos contentos, o al menos lo aparentaban.

–¿Cómo han estado…?

–¿Aniki?

–¿Yuuta?

Tezuka no terminó de formular la pregunta, volteando al reconocer que el que había interrumpido era el hermano menor de Fuji. Luego vio que alguien estaba a su lado con la pregunta en los ojos, parpadeando éstos con extrañeza. Era la chica que lo había ayudado el día anterior.

–¿Ne, Yuuta? –tironeó de la camisa del chico sin despegar la vista de Kunimitsu –¿Sabes quién es el que está con Fuji-senpai?

–Es un viejo amigo de mi hermano –comentó aún asombrado de encontrarse a los mayores –.Tezuka Kunimitsu-san.

“Tezuka-san… Tezuka-san… Tezuka-san… ¡Qué!”

Minako se sonrojó hasta las orejas, el nombre le vino a la memoria de inmediato. La rabia dentro de ella creció al ver que había quedado en ridículo hablándole de Seigaku como la gran cosa cuando ése no era ni más ni menos que la legenda del club de tenis de dicha escuela.

–¡Oe! –la joven se acercó al de lentes enfadada –¿Por qué demonios no me dijiste quien eras de un principio, si sabías que estoy en la Seishun Gakuen?

–¡Minako! –se entromete el de ojos grises para evitar un enfrentamiento entre la castaña y el mayor –B-Buenos días, Te-Tezuka-san, perdónela, por favor…

–Porque no quería, Hanasegawa-san.

Tezuka cerró con simpleza la discusión. Ella quedó indignada, ese bastardo la hacía sentir tan pequeña. Podía entender el respeto y la admiración del equipo hacia él, pero la estima que le tenían por más que la buscaba no le encontraba la justificación. Era tan antipático que le daría con mucho gusto un raquetazo en las bolas.

–Etto… –tomó de repente la palabra Syusuke, que había estado ajeno al intercambio de palabras –¿Ustedes se conocen de casualidad? ¿Hanazegawa, Tezuka?–refiriéndose a los dos chicos de ojos castaños.

–Claro que sí, ésta es la persona por la que llegué tarde, Fuji-senpai –indica Minako molesta, matando al de pelo ceniciento con los ojos –. Y pensar que por su culpa me tuve que tomar el jugo de Inui-senpai porque nadie me creyó.

–¿Es cierto? –indagó el de ojos azules incrédulo.

–Sí. Me la encontré cuando unos tipos trataban de robarme el dinero.

–¿Así que era verdad?

–¡Claro que es verdad, Yuuta! –exclamó ofendida ante la duda del menor de los hermanos –¡Tú eres el dormilón que no puede levantarse temprano y se inventa excusas!

No estaba pendiente de la discusión de los menores, ocupando sus pensamientos en Tezuka. Se preocupó aún más. Desde hacía un día que estaba en Japón y no le había avisado a nadie, por lo que entonces no era un asuntillo el que le convocaba a estos lados. Algo grave le sucedía y no se lo decía porque el imbécil que adoraba se las daba de autosuficiente y que podía ir con todas.

Sin embargo, lo que le provocó un escalofrío fue algo que de pronto recordó del entrenamiento del día anterior, en que se había burlado del cuento inverosímil que la chica se había inventado por su retraso.

–Se lo puedo jurar por escrito, si usted quiere –repuso ofuscada por la desconfianza –. Es más, solamente me prestó interés cuando hablábamos de ‘usted’, Fuji-senpai.

El castaño le dirige una mirada intrigante y una de esas sonrisas brillantes por las que tenía a medio recinto besando por el suelo que caminaba. Juzgó rápidamente de que si mintiera, debería aprender a hacerlo.

–¿Me estás alagando para que crea, Minako-chan? –cuestionó juguetonamente, dejando a entrever que no caería con una táctica tan vieja.

Ella contestó con un mohín de resignación. Nadie le había creído su aventura de la mañana…


La palabra “mierda”, por algún extraño motivo, comenzaba a ser común en su vocabulario. Las mujeres con la boquilla cerrada se habían visto siempre más bonitas desde tiempos inmemorables. Minako era una boquifloja sin oficio, sus palabras inofensivas eran un maldito combustible para su incendio interior.

Con esa metida de pata e imaginar a Tezuka Kunimitsu prestándole excesivo interés provocaba que le flaqueasen las rodillas. Si él tenía un humor especial, sin duda que Kami-sama tenía uno más negro y a él lo agarraba como su juguete favorito.

Quería creer. Quería engañarse con la mentira de que Tezuka sentía algo.

¿Por qué ella tuvo que hablar? ¿No veía que le creaba una ilusión?

–Aniki, ¿estás bien? –indagó su hermano menor al verlo algo distraído.

–No, yo estoy bien. Estaba recordando cosas –le contestó con parsimonia.

Bien, bien estaban las gallinas. Estaba con el corazón en la mano.

–Entonces me adelantaré con Minako, aniki –Yuuta le toma la mano a la aludida, que lo miró con desconcierto –. Tezuka-san y tú tienen muchas cosas de que hablar. Ha sido un gusto de volver a verlo –refiriéndose al de gafas, el que solamente asintió con la cabeza.

–P-Pero Yuuta…

–¡Vamos Minako! –la tironeó para que dejaran de estorbar.

–¡Yuuta!

Los mayores nada más observaban como los dos jóvenes se alejaban y oyendo que estaban gritoneándose porque seguramente Hanasegawa quería seguir ahí para llegar con las últimas frescas a Momo y al resto de metiches que tenía Seigaku. Fuji se rió de todo esto, a veces parecía más un vecindario lleno de viejas chismosas que un club de tenis.

–Niños…

–…

–¿Ne, Tezuka? –el castaño quiso retomar al conversación antes que los interrumpieran –¿Por qué no nos has avisado? A Oishi y a los demás les hubiera encontrado verte.

–Lo más seguro es que vaya mañana y esté todo el día ocupado –eligió con cuidado lo que iba a decir para no ser descubierto –. No quería molestarlos si al final no sé si pueda verlos.

–Qué lástima.

No tenía idea cómo, pero siempre lograba atraparlo. De repente, Kunimitsu sentía que se había corrido una maratón, el corazón le saltaba, provocándole una sensación que lo embriagaba al punto de estar tentado de ir en contra de sus principios y contarle todo. Mas dominó su naturaleza era para ser el poste de los demás y de callar por mucha amargura que cargase en el alma.

–Debo irme.

–¿No te gustaría ir con los chicos aunque sean cinco minutos?
–insistió una vez más, nada podía perder.

–Fuji, tú y yo sabemos que no son cinco minutos –Tezuka conocía a todos y podía vislumbrar que terminaría enfrascado durante horas en el restaurante de Kawamura y no estaba para eso –. Lo siento.

–Entonces mandaré saludos de tu parte –le platicó sin muchos ánimos –. Creí que te quedarías más tiempo.

–No, me voy mañana o pasado –fue su escueta respuesta –. Te hablo el jueves. Adiós.

Frío. Una distante cordialidad que duele más que el odio.

Siguió con su camino seguro de que nadie andaría tras sus pasos. Fuji por su parte, quería saciar su curiosidad, quedándose finalmente con las palabras en la boca. A cambio de ello, esperaría el momento preciso para ir a la casa de Tezuka y ver qué había sido lo que había movido para su abrupto regreso a Japón.

Porque su cercanía te duele. Porque tu obstinación no deja reconocer su “mala” influencia sobre ti.

¿Por qué entonces estaba tan confiado de que Fuji no se enojaría con él?

Porque siempre termina comprendiéndote más que a nadie. Y por sobre todas las cosas, eso es lo que más te enloquece…
Notas finales: Varias cosas:

Primero, espero que nadie haya esperado un reencuentro con fuegos artificiales y con la banda sonora de Moulin Rouge de fondo. Ni la situación de Tezuka ni su personalidad da para ello. En cuanto a Fuji, pobre tipo, pero no quedará así como así. Al tensai le interesan pocas cosas, pero cuando le interesan...

Mi personaje original, espero que les haya gustado. No pretendo hacerla Mary Sue ni nada de eso; no se meterá en la relación TezuFuji en lo más mínimo. Mi fin con Minako es mucho más humilde, pero algo significado, por lo que éste es el único capítulo que tendrá un mediano protagonismo. Además falta el otro personaje femenino, que es Tsubaki, la novia de Oishi.

Próximo capítulo, cute pair en gloria y majestad hará una pequeña entrada, esperénlo con ansias.

Capítulo 3: Fuerza de Gravedad.

Y no está de más, el cuadradito blanco a su servicio para amenazar, tirarle tomate o simplemente felicitar a esta escritorucha de cuarta.

Sayonara!!!

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