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Tesoros por Kitana

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"Hay un cocodrilo al acecho, pero cruzare sin miedo las aguas.

Es tu amor lo que me hace fuerte y conjura los cocodrilos.

Cuando te veo llegar mi corazón salta de júbilo,

Mis brazos quieren estrecharte.

Y si beso tus labios abiertos

Me siento embriagado sin cerveza"

 

El aire frío de la madrugada se coló por la ventana. No había podido dormir. Estaba demasiado nervioso. La ausencia de Ai le tenía preocupado. Desde que llegaran a Brasil, ella no aparecía por ningún lado. Decidió que no esperaría más. Esa misma noche la invocaría y la obligaría a volver. No le importaría lo que Marcus pensara.

 

Esperó a que Marcus durmiera, no quería que él supiera de aquello. Se encerró bajo llave en la habitación que solía usar para esas cosas, lo dispuso todo a prisa, como si temiera ser descubierto. Se sentía paranoico. De alguna manera, algo en su interior le avisaba que debía ser cuidadoso.

 

En silencio, encendió las velas y comenzó a inducirse el trance. Estaba sólo en ese asunto. No entendía por qué, pero sentía un irracional deseo de ver a Ai. Se arrodilló y comenzó a recitar la plegaria especial para casos como ese. No tardó en caer en lo más profundo del trance. Se sorprendió de no ser capaz de ver a Ai todavía. Pensaba que había sido un error suyo lo que le impedía verla, hasta que se percató de algo que no había notado antes.

 

Las puertas y ventanas de su casa estaban selladas. Los espíritus se arremolinaban afuera intentando entrar, sin éxito alguno. Se acercó a la ventana y entonces, la vio. Contempló a Ai mirando hacia donde él estaba. Su boca se abría enormemente sin producir sonido alguno. Miró sus propias manos y las notó cubiertas por una especie de telaraña que parecía abarcar todo su cuerpo.

 

Maldijo a Marcus… había sido él, nadie más había estado tan cerca de él como para hacer algo semejante. Molesto, tomó entre sus dedos la aguja de hueso que había heredado de su abuela y, mientras recitaba el contra hechizo, pasaba la aguja por todo su cuerpo. Al fin halló la fuente de aquello y clavó la aguja en el sitio preciso. Pronto recobró sus sentidos y pudo escuchar que Ai le llamaba desde afuera. Ella no sería capaz de entrar, lo sabía. Pero él podía salir.

 

Enfadado, salió a hurtadillas de su propia casa para ir al encuentro de Ai.

— ¡Te lo advertí! ¡Te dije que ese hombre no era de fiar! —gruñó el espíritu en cuanto lo vio.

— ¿Puedes explicarte?

— Aprovechó que tenía que ver al amo… ¡selló la casa y a ti! No podía acercarme… y tú ni siquiera me escuchabas…

— ¿Cuánto tiempo llevas aquí afuera?

—Tres días… —susurró Ai mucho más calmada.

—Bien, ¿dónde estuviste antes?

—Ya te lo dije, fui con el amo. Necesitaba verme.

—Supongo que no puedo confiar más en Marcus… lo que debe preocuparme ahora es ¿por qué hizo esto?

—Quiere retenerte aquí, intenta hacer que te quedes el tiempo suficiente para que sus amigos lleguen por ti.

— ¿De qué hablas?

—Lo he oído, ha hablado varias veces con un hombre viejo. No recuerdo su nombre, pero él insistía en que tenía que retenerte aquí hasta que todos pudieran llegar. Le pidió que te retuviera tres días. Intenté decírtelo antes…

—No es tu culpa, ahora tenemos que pensar rápido. Obviamente no puedo quedarme aquí —dijo Julien intentando volver a la casa.

—No vayas… ellos están aquí —dijo ella.

—No puedo dejarles el libro.

—Tú no lo necesitas, yo sé donde ir, además, ellos no podrán usarlo.

—Entiendo…—Julien tuvo segundos para decidir que hacer. No tenía otra opción más que recurrir a ella…

 

Echó a correr hacía la calle, con Ai detrás de él. No estaba seguro de ser capaz de hallarla, la última vez que la viera, él tenía ocho años y ella era una anciana, ¿viviría aún? Esperaba sinceramente que fuera así.

 

Empezaba a entender la magnitud de aquello, más bien a interiorizarlo. ¿Cómo había sido tan estúpido? Debía saber que era lo que Marcus se proponía, sin embargo, necesitaba poner una distancia prudente de por medio. Tendría tiempo de averiguar después. Había cometido un error. Confiar en Marcus había estado a punto de costarle verdaderamente caro. Había sido estúpido creer que él no contactaría a sus viejos amigos de la logia. Julien estaba nervioso. Se encontraba entre la espada y la pared. Comenzaba a creer que la única manera de salir de ese lío era encontrando todos los tesoros y disponiendo para sí del poder que El Oscuro podía darle.

 

Con Ai detrás de  él, se atrevió a dejar Lagoa e internarse en Rocinha, esperaba recordar exactamente a donde ir. Un hombre como él, llamaba la atención de la gente de la favela, no sólo por su aspecto, sino por el rictus desesperado que marcaba sus rasgos. Tardó un poco en orientarse, mientras Ai revoloteaba a su alrededor. Sin saber siquiera a donde iban, el espíritu estaba fuera de control y bastante irritado. Estaba molesta porque desde un comienzo había advertido a Julien de aquello y él no le había hecho caso. ¡Ese humano tenía que aprender a escucharla!

 

Luego de una larga caminata, Julien finalmente logró ubicarse, el barrio había cambiado un poco, no demasiado, aunque estaba distinto a como lo recordaba. Una vez que dio con la calle que buscaba, se sintió más sereno. Todo lo que tenía que hacer era encontrar la casa de Mamá Lucinda. No fue difícil, la vieja fonda seguía igual a como la mantenía en sus recuerdos de adolescente. Se acercó hasta ahí, esperando toparse con la menuda figura de la anciana.

 

Entró en el local, estaba idéntico a como lo recordaba. Sin embargo, Lucinda no estaba ahí. Donde se suponía que debía estar Mamá Lucinda, estaba un sonriente joven que se afanaba con ollas y cacerolas.

— ¿Qué le sirvo? —dijo sin dejar de sonreír.

—No quiero comer, busco a Mamá Lucinda —dijo Julien en un portugués fluido. Al chico se le borró la sonrisa casi en el acto.

— ¿A Mamá Lucinda?

—Si, a ella, ¿dónde la encuentro?

—Ella ya no está aquí… —dijo el muchacho mientras se limpiaba las manos con un trapo..

— ¿Qué significa que ya no está aquí?

—Pues eso, que ya no está aquí, Mamá Lucinda murió hace poco más de un año —dijo aquel joven de piel tostada. Julien se puso nervioso —. ¿Quién eres?

—Me llamo Julien, Julien Arhendorff.

— ¿El nieto de la japonesa y el alemán? —dijo aquel chico mostrando interés.

—Si, el mismo.

—Ya veo… —susurró el chico volviendo a sonreír —. ¿No te acuerdas de mí? Soy Emerson, el nieto de Mamá Lucinda, a veces iba con ella cuando le tocaba trabajar en tu casa.

— ¿Emerson?

—Si, yo, creo que no me recuerdas.

—La última vez que te vi…

—Era un niño todavía. Ven conmigo. Tengo algo para ti —dijo el muchacho arrastrándolo a la trastienda. Sin saber por qué, Julien se dejó llevar. El muchacho le condujo hasta la parte de la fonda en la que había vivido Mamá Lucinda. Reconoció algunas de las cosas de la anciana. De pronto, se sintió terriblemente nostálgico. Le era difícil pensar que ese sonriente muchacho de piel tostada, altísimo y fornido era el pequeño Emerson.

 

Julien se sentó frente al pequeño altar que presidía la casa, le pareció ver a la anciana Lucinda, vestida completamente de blanco, sonriéndole sin más. Aquella anciana había sido importante para él, había llegado a quererla como si fuera parte de su familia, y de algún modo lo era. Lucinda era la única persona, fuera del cerrado círculo que le rodeaba, en quién su abuela Makoto había confiado lo suficiente.

 

Emerson parecía estar buscando algo en el viejo baúl del que Julien recordó que Lucinda solía sacar los gruesos puros que acostumbraba fumar. El chico se plantó frente a él sonriendo mientras sus manos tostadas le ofrecían un pequeño bulto.

—Antes de morir, ella dijo que vendrías, también me dijo que te diera esto cuando vinieras. Dijo que te serviría.

— ¿Qué es? — dijo Julien sintiendo ese extraño calorcillo recorrer sus manos en cuanto tocó aquello.

—No lo sé, no me atrevía a abrirlo. La abuela dijo que sólo tú podías ver que era. Ella era poderosa y seguro le echó un maleficio para que no lo abriera nadie más que tú, no me atreví a pesar de que tenía ganas de ver —dijo Emerson sin dejar de sonreír.

—Gracias…

—Si viniste a buscarla es porque necesitas ayuda, ¿no es cierto? Quiero ayudarte, ¿qué puedo hacer por ti?

—Necesito salir del país. Tengo que atender algunos asuntos y no puedo seguir aquí.

— ¿Estás huyendo?

—Algo así…

—Bien, yo puedo ayudarte a dejar Brasil sin que nadie lo sepa, si eso es lo que quieres —Julien lo miró con seriedad.

— ¿Cuánto va a costarme?

—Nada, lo hago por la vieja, ella dijo que tenía que ayudarte a lo que tú pidieras.

— ¿Ella te lo dijo?

—Sí, dijo que los orishas le decían que no lo ibas a pasar muy bien si regresabas aquí, que seguramente ibas a necesitar ayuda. También dijo que lo que te dejaba se lo ofrecieras a Yemajá, ella te ayudará a librarte de tus enemigos.

— ¿Ella o tú? —siseó Julien sintiéndose incómodo. Emerson rió suavemente.

—Uno no puede andar por la vida diciendo que los espíritus le hablan, amito —dijo Emerson, el tono que empleó, le recordó mucho el que Mamá Lucinda solía emplear cuando le hablaba.

—Nunca me ha gustado esa palabra, ¿sabes? —susurró relajándose un poco.

—La abuela te quería y yo sólo hago lo que ella me dijo que hiciera.

—Has hecho bastante, Emerson, en adelante yo me hago cargo, y no te preocupes demasiado, empiezo a entender como serán las cosas y estoy listo para lo que venga.

—Esta bien, como digas. Aunque si me necesitas, aquí estaré.

—Antes de irme, quiero visitarla, ¿dónde la sepultaron?

—En el panteón municipal. Creo que le alegraría saber que la recordaste.

—Era una buena mujer, alguien a quien difícilmente podría olvidar —dijo Julien mientras apretaba contra sí el bulto que Mamá Lucinda le dejara.

— ¿Tienes documentos? Los vas a necesitar si quieres salir de aquí.

—Los tengo, sólo necesito que me ayudes a llegar a ellos.

— ¿Dónde están?

—En un apartado postal en la central de correos. Te daré la llave, ¿podrías recogerlos por mí? Me temo que si me presento ahí, podría tener problemas.

—Bien, ¿necesitas dinero? —Julien negó con la cabeza.

—Despreocúpate, tengo lo necesario en ese apartado —dijo con  una suave sonrisa.

 

Esa misma tarde, luego de llevar a Julien a la tumba de Lucinda y de que él entregara la ofrenda que la anciana le había preparado para Yemajá;  Emerson se presentó en la central de correos para recuperar las cosas de Julien, y esa misma noche, el cazador de tesoros volaba con rumbo a Tel Aviv. No quería perder más tiempo, necesitaba encontrar los tesoros y terminar con aquello lo antes posible.

 

Mientras el avión surcaba los cielos, Julien no podía dejar de pensar que Marcus había sido muy hábil al hechizarle sin que se diera cuenta. La ofrenda que Lucinda le dejara había resultado perfecta para terminar con los rastros del hechizo. Le pareció que todo aquello era extraño, le pareció que todo se conjugaba para hacerle sentir que no tenía control de su destino.

 

Estaba enfrentando algo más grande de lo que podía manejar y lo estaba haciendo sólo. Se había convencido de que nada, de que nadie, le sería de ayuda. Estaba molesto también, ¿por qué había confiado en Marcus? Marcus no sólo le había escondido cosas, le había mentido, había estado a punto de entregarlo a la logia. No podía permitirse cometer un nuevo error. Tenía que ser mucho más cuidadoso ahora que había decidido que hacer.

 

En cuanto aterrizó y se instaló en un hotel, efectuó una transferencia a madame Tressor, no quería tener nada que le vinculara a esa gente. En adelante, estaba por su cuenta, sin más objetivo que salir con vida. Ni la logia ni la gente que lo había contrato se tomarían a bien aquello, podía decir que estaba en peligro y la única manera de librarse de todos era realizar aquella tarea. Liberaría a El Oscuro por sí mismo, no podía esperar a que lo atraparan, como no podía esperar ayuda de nadie. Estaba sólo en aquella aventura.

 

Al día siguiente, dejó muy temprano el hotel. Tenía que acudir al sitio en el que se encontraría con su contacto en aquellas tierras. Entró en aquel bazar y se encontró con que Yamilka estaba al frente del mostrador, intentando pasar como genuina una falsificación de un medallón antiguo. La observó con una sonrisa en los labios mientras timaba a ese hombre, a todas luces turista.

 

— ¿Qué tanto miras? —dijo Yamilka con una sonrisa seductora mientras se acercaba a él contoneándose de manera sensual.

—Nada, ya sabes que tus negocios no me incumben.

—Me alegra saber que sigues siendo neutral —dijo ella antes de besarle en la mejilla —. Debiste avisarme que llegabas hoy, habría enviado a alguien a buscarte al aeropuerto, así no habrías tenido que cruzar sólo.

—No era necesario, además, quería pasar desapercibido.

— ¿Quién te quiere rebanar la garganta esta vez? —dijo Yamilka con malicia.

—Nadie, sólo que necesito que nadie sepa lo que trato de hacer.

—Comprendo. ¿A dónde iremos?

— ¿Iremos?

—Tú sabes, necesito piezas para vender y donde sea que vayas, seguro que habrá algo para mí.

—Esta bien, debemos ir a Rafah.

— ¿Estás seguro? No quiero morir, ¿sabes?

— ¿Desde cuando te has vuelto tan miedosa? —la mujer se echó a reír — ¿Crees que estarás lista para viajar mañana temprano?

—Supongo que sí, es poco tiempo, así que te costará extra.

—Pagaré lo justo, como siempre.

—Ven esta noche, afinaremos los detalles y beberemos un buen ron, ¿qué dices?

—Me parece bien.

—Entonces, nos vemos esta noche —dijo la mujer, Julien sonrió.

 

De vuelta en su hotel, el pelinegro lo dispuso todo para dormir un poco, necesitaba estar descansado para cuando llegara el momento. Conociendo a Yamilka, partirían de inmediato. La situación era delicada y era mejor moverse cuanto antes. Ai estaba demasiado callada después de decirle donde buscar, quiso atribuirlo al hecho de que seguía molesta porque no le había dicho ni siquiera a donde iban cuando escaparon de la casa en Brasil. No quería pensar demasiado en ello. No quería inquietarse, aunque sospechaba que el motivo del silencio del espíritu no era otro sino el saber que Marcus estaba detrás de ellos. No convenía subestimar al germano. Había sido estúpido confiar en él…

 

Cuando fue hora, se presentó de nuevo en la tienda de Yamilka, la mujer le recibió con una enorme sonrisa.

— ¿Por qué tan feliz?

—Por nada, por nada, sólo que el viejo Abdul ha venido aquí y me ha dicho que hay un alemán enorme preguntando por ti, eso sólo puede significar una de dos cosas, o estamos tras algo grande o que te acostaste con ese tipo —dijo Yamilka, Julien se puso nervioso por un instante, cosa que ella no notó, de inmediato supo que no podía ser otro más que Marcus—. Espero que sea por lo primero. Tengo muchas expectativas, me han dicho que hallaron monedas y otras cosas en Rafah, así que espero encontrar algo mejor que eso.

—Seguro que lo encontrarás —dijo Julien con una suave sonrisa.

— ¿Tras qué estamos?

—Una lanza, lo demás que encontremos y que puedas traer contigo, es tuyo —dijo el joven como al descuido —Yamilka sonrió.

—Me parece perfecto —dijo ella jalándolo a la trastienda —. ¿Te gustaría salir ahora mismo? Necesitamos evadir al alemán ese.

—Es Marcus Feherbach —la sonrisa de Yamilka se desvaneció.

—En ese caso… tal vez me quede a esperarlo.

—No eres rival para él, lo sabes.

—Al menos le haré pasar un mal rato.

—No debes hacerlo. Por el momento él no debe importarte.

—Como digas… ahora vámonos de aquí.

 

En mitad de la noche abandonaron Tel Aviv. No iba a ser fácil entrar en Rafah, los extranjeros no eran bien vistos y lo cierto era que Julien llamaba demasiado la atención. Para llegar hasta el sitio en el que debían buscar, tuvieron que hacerse pasar por un grupo de arqueólogos que llegaban a reemplazar a la gente que se encontraba trabajando en un yacimiento recién descubierto.

 

No fue tan difícil acceder a la cueva en la que se suponía encontrarían la lanza. Yamilka estaba fascinada haciéndose con trozos de cerámica y otros objetos pequeños que podría vender en su tienda de Tel Aviv o quizá en otro sitio a un mejor precio. Julien la dejó hacer. Eso era parte del trato y a él lo único que le interesaba era la lanza. Tardó un poco en dar con ella, el sitio había sido alterado, al parecer por saqueadores, se puso nervioso al pensar que la lanza bien podía haber sido sustraída.

 

Llegó al fondo de aquella cueva y, finalmente, encontró la punta de la lanza, el asta estaba sepultada bajo varias capas de tierra que se apresuró a remover mientras Ai cantaba algo a su alrededor, no lograba entender aquello, no era japonés, ni nada semejante, era demasiado antiguo como para entenderlo.

 

Se concentró en el objeto recién rescatado. Era pesada, más de lo normal. Se trataba de un arma pequeña, que fácilmente podía haberse diseñado para que la portara una mujer. Sin embargo, al contemplar la afilada hoja, supo que quien hubiera sido su portador, sin duda, había sido alguien de temer. La madera del asta estaba podrida. Pronto supo que podía prescindir de ella. Tomó la hoja y la envolvió cuidadosamente en su chamarra.

— ¡Hora de largarnos de aquí! —gritó Yamilka, se aproximaba un convoy del ejército palestino y seguramente no se tomarían a bien que estuvieran ahí.

 

Corrieron lo más rápido que pudieron hasta llegar a su vehículo. Julien conducía a toda velocidad mientras Yamilka reía al ver lo bien que le había ido en aquella incursión.

— ¿Vuelves a casa? —dijo la mujer mientras revisaba con insistencia una pieza de cerámica.

—No, aún no puedo volver. Tengo cosas que hacer antes de regresar a casa.

— ¿A dónde irás ahora?

—A Irak —Yamilka sonrió.

— ¡Por todos los cielos, Julien! ¿Estás buscando que te maten?

—Todo lo contrario, Yamilka, todo lo contrario.

 

Luego de dejar a Yamilka en su tienda, Julien volvió a su hotel. No durmió, se ocupó de tomar las previsiones necesarias para que Marcus no diera con él. Estaba furioso, ¿acaso esa gente estaba decidida a meterse en sus asuntos por siempre? lentamente una idea estaba tomando forma en su cerebro y ganando terreno en su conciencia. Empezaba a pensar que podía usar a El Oscuro para deshacerse para siempre de esa gente, eliminar a la logia sería su objetivo. No podía permitir que siguieran existiendo. No podía permitir que la muerte de sus padres y de su abuelo quedase impune…

 


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