— Ding…dong— Por tercera vez el timbre de la entrada sonó.
Touma estaba delante de la puerta del departamento de Suguru kun esperando a que le abriera. En su mano sostenía dos bolsas: una repleta de los regalos de las fanáticas de su primo (previa revisión de parte suya) y en otra cargaba galletas de canela y chocolate; si mal no recordaba las preferidas de Suguru cuando niño.
Frunció el ceño, su primo no atendía la puerta; miro su reloj verificando que tenía cinco minutos en espera ¿Y si le había pasado algo? ¿O lo hubieran secuestrado? Decidido, busco entre el bolsillo de su chaqueta la copia de la llave del pequeño departamento que guardó por seguridad y con ella entro como Pedro por su casa quitándose los zapatos como marcaba la tradición.
Dejó en la mesita de centro de la sala las bolsas, un leve sonido llego a sus oídos así que se dirigió a la fuente del mismo. Era el baño de donde salía el murmullo; sigiloso abrió la puerta encontrándose con una imagen sublime: Bajo el chorro del agua se encontraba el cuerpo del adolescente tomando una ducha tranquilamente ajeno al mundo.
Touma lamió sus labios repentinamente secos, un leve temblor sacudió su cuerpo. La efigie de su primo desnudo, su piel blanca refulgiendo por el efecto de las gotas de agua recorriendo su cuerpo hasta llegar al redondo y carnoso trasero, perdiéndose el riachuelo que se formaba con el agua y la espuma en la hendidura de sus glúteos era demasiada erótica. Sin dudar, sacó el celular para captar esa imagen, tomó la fotografía y la guardó como un tesoro.
Discretamente se retiro para esperar al chico recargado en la pared fuera del baño; cruzado de brazos apostado en la salida no tuvo que esperar mucho, el adolescente salió envuelto en una bata sacudiendo su cabello con una esponjosa toalla para secarlo. Al percatarse de la presencia del mayor dio un respingo asustado tranquilizándose en el acto al ver de quien se trataba.
—Buenas noches Seguchi san. Si no es una molestia ¿Me podría decir que hace aquí?— pregunto cortés el chico.
—Buenas noches Suguru kun. Verás, te traje los regalos de tus fanáticas que no pude entregarte en la oficina pues saliste temprano, además de un pequeño obsequio; pero como no abrías me tome la libertad de usar el juego de llaves que tengo para revisar que estuvieras bien —
— Gracias Seguchi san ¿Me puede esperar en la sala por favor? Iré a cambiarme, no es apropiado recibir a las visitas en paños menores — Suguru tomó la perilla de la puerta que daba a su recámara; se sentía nervioso, no sabía porque la presencia del mayor le provocaba inquietud.
—Claro, no tardes— Touma le fue difícil esbozar una sonrisa ante la desilusión de no seguir viendo al chico semidesnudo.
El adolescente asintió y se refugió en su habitación para adecentarse.
Touma fue a la salita y se puso cómodo, le dio un vistazo al lugar; denotaba la personalidad de su primo: Limpia, ordenada, perfeccionista y sencilla; todo en su lugar y ni rastro de polvo a pesar que no pasaba mucho tiempo en el.
El adolescente apareció al poco tiempo vistiendo una sencilla camiseta, unos pants e iba descalzo. Fue a la cocina a preparar un poco de té para su invitado, regresando rápidamente con la infusión.
Touma extendió la mano para recibir la taza con la bebida cuando recordó el paquete que llevaba.
-Te traje esto; si mal no recuerdo eran tus favoritas- Touma le entregó la caja de galletas.
Pasaron un buen rato charlando animadamente, comiendo ambos de las golosinas y bebiendo té. Una sonrisa de real satisfacción se dibujó en su rostro al ver el brillo emocionado en los ojos oscuros al platicar sobre sus proyectos y sueños.
Era tan placentero, sin falsas poses, sin deseos ocultos, mostrándose con su faceta humana, estaba en su lugar.
-¿Y cómo esta Mika san? ¿No estará preocupada por su tardanza?- pregunto inocente el adolescente.
Dicha pregunta lo trajo a la realidad; esa no era su casa y esa persona no era su pareja.
-Es verdad, ya es tarde y necesitas descansar- dijo poniéndose de pie, haciendo una reverencia por la hospitalidad recibida y se encamino a la salida.
-No, no Seguchi san, no me malinterprete- Suguru trato de justificarse pensando que había herido la susceptibilidad del mayor gravemente sin quererlo, pues parecía que lo estaba corriendo.
-Lo sé, es solo que ya es tarde, necesitas descansar- Se puso los zapatos y volteó a ver el rostro compungido del niño notando que estaba manchado levemente de rastros de chocolate.
Inconscientemente su mano se dirigió al rostro y sus dedos limpiaron la mancha; al terminar estos se quedaron una fracción de tiempo más apreciando la suave piel, quitándolos después como si esta quemara.
-Nos vemos mañana Suguru kun- se despidió y abandonó el departamento sin dar una mirada atrás.
En el estacionamiento vacío entro rápidamente a su auto, protegiéndose en la intimidad que le proporcionaba éste y laoscuridad reinante, Sus manos aferradas al volante y su frente recargada en el mismo. Él no huía, nunca en su vida lo había hecho; sin embargo, esa noche corrió despavorido tratándose de alejar del su primo. Sacó el celular y abrió el archivo de la fotografía de Suguru, sus pupilas se dilataron por la imagen, era hermosa.
La necesidad le invadió, su mano corrió a través de su cuerpo hasta llegar a su hombría donde empezó a satisfacer su deseo.
Sus ojos fijos en la pantalla del móvil, su mano marcando un ritmo febril, jadeos escapando de sus labios; solo una fotografía y un vago recuerdo bastó para que su cuerpo se incendiaria y se consumiera víctima del placer y deseo.
Aun envuelto en el éxtasis la culpa lo invadió. El no debería desear macillar el divino cuerpo de Suguru, no solo por una, sino por varias razones; aunque estas no hace mucho no le hubieran impedido tomarlo.
He allí la razón de su huida