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Tattoos in blood por Morgana of Avallon

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Tattoos in blood

Third Day: Touch of Reality

10:02 AM
26 de Diciembre
7 grados al exterior

Un chico de pelo negro y piel blanca como la nieve abre los ojos una mañana fría de invierno en la cama de un amigo. Una cama que ya no le es desconocida. Una cama en la que quisiera no haber dormido, no haber besado, no haber sentido. Estira el brazo hacia su derecha, dispuesto a encontrar el cuerpo medio desnudo de su compañero, dormido a su lado. Frío y sábanas blancas. La cama vacía a su lado. Nadie. Absolutamente nadie. Se levanta frotándose los ojos, que aún conservan restos del polvo de los sueños pegado en sus párpados. Intenta pensar en claro, poner en orden sus ideas, pero se ve incapaz de nada con el estómago vacío y el amargo sabor de la soledad en su garganta. Algo le oprime la boca del estómago y le niega los ojos: el invierno de las calles se acuesta en su corazón y le invade como un inquilino al que nunca deseó traer a cuestas. Su cuerpo está entumecido y dormido aún por la mala postura de toda una noche en una cama tan estrecha… y vuelve a sentir en la piel el frío tacto del abandono, el puñetazo en medio de la cara con que la soledad le demuestra que vive para nadie porque nadie le busca, porque nadie le espera, porque nadie se queda con él hasta que amanece.
El muchacho se pone en pie y se echa su camiseta encima. Se revuelve el pelo desaliñado y se dirige hacia la puerta. ¿Dónde habrá ido Mitsui? ¿Por qué me ha dejado solo en su casa? No hay respuesta. Como de costumbre, las preguntas que no puede responder por sí mismo quedan incompletas en su cabeza. Sale de la habitación, buscando alguna señal de que no ha sido abandonado otra vez, aunque sea por una persona que le desconcierta más que no le importa, que le confunde más que no le llena, pero por alguien al fin y al cabo. Da un vistazo rápido al comedor: nadie. Nadie otra vez. La palabra se repite en su mente. Nadie. Le golpea con cada una de sus letras. Nadie. Con cada una de las situaciones que le hace recordar. Nadie. Con su cruel significado, que le hace sangrar el alma. Pero no es nadie a quien oye respirar entrecortadamente, no es nadie quien deja escapar pequeños gemidos de dolor des de alguna parte del piso aparentemente vacío, no es nadie quien intenta frenar su llanto detrás de la puerta del baño. No es nadie: es su compañero, su amigo, Mitsui, que todavía se encuentra en casa, que no le ha dejado solo al amanecer… o al menos esto es lo que cree el chico de ojos azules.
Rukawa se acerca lentamente al baño. La puerta está entreabierta pero no puede ver nada a través de la pequeña grieta de luz. Coge el pomo. Le tiembla la mano. Un nudo en la garganta. El estómago revuelto. El corazón encogido. La respiración costosa de su compañero al otro lado de la puerta llenando su cabeza como un viento tenebroso, como la caricia de la oscuridad, como un mal presagio. El chico hace de tripas corazón, saca fuerzas de su flaqueza y transforma en valor su miedo y su debilidad para conseguir abrir la puerta.
Hilos de sangre manchan las baldosas del suelo blanco del cuarto de baño. Un chico moreno tendido en el suelo. Una vieja cuchilla de afeitar en su mano derecha. Rastros de sangre ya seca que recorren su piel. Sudor frío descendiendo por su rostro. Y decenas de cortes por debajo de su ombligo, por el vientre, por las ingles, al inicio de las piernas. Los ojos entreabiertos, la respiración entrecortada, gemidos de dolor… y una mueca de asco al ver al otro chico entrar en el sitio.
Rukawa se asusta, el corazón se le acelera y las lágrimas vuelven a llenarle los ojos. Se abalanza sobre el chico tendido en el suelo del baño y le quita la cuchilla de la mano, estampándola en la pared contraria. Pone su mano en el hombro del otro chico, dispuesto a levantarle del suelo, pero la mano de éste aparta violentamente la suya en un movimiento que le cuesta infiernos de esfuerzo.
- (hablando con dificultad) No… me… toques… desgraciado…
- (aguantando las ganas de llorar, el picor en la garganta) Mi… Mitsui…
- Deja… me… en… paz… (intenta apartarse pero su cuerpo no responde) no… vuelvas… a tocar… me…
- Pero… ¿pero qué te has hecho?
- (las lágrimas empiezan a resbalar por su cara) No… me… toques… mariconazo
- (está muy impresionado, apenas sí puede moverse) Mi… Mitsui… lo siento… escucha…
- ¡Déjame… de una santa… vez!
- (estalla con ira, lanzando un puñetazo contra la pared a su lado) ¡Y una mierda! Eres gilipollas si piensas que te voy a dejar… (ganas de llorar otra vez: tienes que aguantarte, sé fuerte Kaede) que te desangres….
- (le corta riéndose de él) No seas imbécil Rukawa,… para desangrarme… tendría que meterme… en agua caliente… y no puedo ni moverme así que…
- ¡Cállate!
Un par de lágrimas escapan al fin de sus ojos azules. Vuelve la cabeza para que su compañero no le vea pero éste se da cuenta enseguida de la reacción. Le sabe mal. Se siente desorientado y confundido. Sus sentimientos estallan contra sus prejuicios desgarrando su interior. Lo único que sabe es que por nada del mundo querría herir a la única persona que se ha quedado a su lado más de un par de horas. No puede saber lo que siente por él, no puede ni quiere. Simplemente no quiere quedarse solo, no quiere volver a los miedos, a las pesadillas, a las noches en blanco, a las caricias de acero y sangre. Le pone una mano en el hombro. No sonríe, aunque su expresión se ha suavizado. Le pide ayuda para levantarse, para llegar hasta la cama y tumbarse un rato.
Rukawa parpadea para detener las lágrimas. Se pasa una mano por el rostro y se vuelve hacia su compañero. Intenta cogerle lo mejor posible, pero no puede evitar hacerle daño cuando lo levanta. Mitsui está hecho polvo, a duras penas de tiene en pie sobre el suelo de baldosas blancas teñidas con el rojo de su sangre. El chico más pálido recuesta a su compañero sobre uno de sus hombros, intentando arrastrarlo fuera del baño. Mitsui hace un esfuerzo pero enseguida se doblega de dolor cuando un par de cortes se abren, manchando de escarlata su masculina desnudez. El otro chico vuelve la cabeza para comprobar que su amigo esté bien, pero éste no lo entiende así. Aparta su cuerpo de él y se tambalea hasta la puerta, donde se queda apoyado para no caer.
- (sin entender nada) ¿Pero qué demonios te pasa?
- (conteniendo su rabia) Déjame en paz. No quiero verte.
- Pero…
- No quiero que me mires así ¡me das asco!
- (aprieta el puño, dispuesto a pegarle) Eres un imbécil…
- (le mira) Lárgate de aquí.
- (no puede pegarle, no así: está hecho una mierda) Me iré cuando estés en la cama (se acerca a él pero Mitsui se aparta y empieza a andar costosamente)
- Puedo llegar solo. Vete de una vez.
El chico moreno se queda callado. No se atreve a decir nada, pero tampoco puede marcharse sin asegurarse de que su ¿amigo? En realidad, lo duda. De que Mitsui llegue a su cama sin que le ocurra nada malo. Se queda plantado detrás de él, viéndole andar cojeando hacia su cama y oyéndole maldecir todo lo que sabe contra él, echándole de su casa con mala saña, insultándole una y otra vez con la misma odiosa palabra. Le oye desplomarse sobre la cama y espera un momento, hasta oírle roncar. Por fin se ha dormido, piensa, a lo mejor vuelva más tarde para ver como está… a lo mejor… El chico de ojos azules se pone el jersey y los zapatos en el comedor. Tarda un buen rato en abrocharse las botas. Se levanta del sofá, que aún conserva las manchas de sangre de la pelea de hace dos días, y se marcha del piso.
Rukawa empieza a andar por las calles, intentando pensar en qué hacer. No quiere volver a casa, a ese piso inmundo y apestoso, donde no hay calor en el ambiente ni comida en la nevera. Pero se siente sucio, manchado de alguna manera por sus sentimientos hacia su compañero y por la manera como le ha insultado. Piensa que él también está hecho una mierda. Antes no le pasaban estas cosas. Días atrás los insultos de gente a la que ni siquiera conocía o incluso de sus compañeros le resbalaban como el agua de la ducha sobre la piel mojada. Nunca nadie le había hecho daño con palabras pero esta mañana… Se dirige hacia su piso para recoger algo de ropa. Ha decidido ir a unos baños públicos a darse una ducha caliente, a ver si al menos puede quitarse el frío del cuerpo. Anda cabizbajo, resguardando sus manos en las mangas y su rostro en la capucha del jersey, mientras la odiosa palabra no para de retronar en su mente con la voz de Mitsui: “Marica”. Se le hace un nudo en la garganta y le vuelve el picor que anuncia el llanto, pero se resiste y no le deja salir. Abre la puerta principal del bloque y sube las escaleras hasta su piso. Entra y recoge su bolsa de deporte, en la que mete algo de ropa para cambiarse, una toalla y poco más. Es lunes y no ha ido al instituto ni al entrenamiento. Le da igual. No piensa pasarse por allí al menos en un par de días. Le duele demasiado todo.
“Marica”. Otra vez. El eco en su cabeza no cesa por mucho que se esfuerce. Coge un pequeño monedero de encima de la mesita de noche y se marcha. No quiere pensar, ni tampoco ponerse a beber; apenas son las 12 y media de la mañana… aunque lo que sí tiene es hambre. Pasa por delante de un restaurante de fideos y decide entrar a tomar un menú. La comida está caliente y parece que le sienta bien. Empieza a encontrarse un poco mejor. Ha parado de pensar en Mitsui y el tiempo se le hace menos pesado. Pero detrás de una mampara, alguien que le ha reconocido le observa. Sabe que hoy no ha ido a clase y seguramente no irá a entrenarse pero no sabe el porqué. Empieza a sentirse intrigado: cualquiera podría pensar que estaba enfermo y, de hecho, esto a él le daría lo mismo… pero verlo ahí comiendo tan tranquilo lo ponía en duda y el muchacho empieza a sentir curiosidad.
El chico ha terminado de comer. Paga y se levanta. Mira su monedero: todavía le queda dinero; apenas ha comido este mes. Lo único que hace es beber y jugar a basket. Se marcha cabreado, sus pensamientos vuelven otra vez al baño de Mitsui, a su cuerpo cubierto de sangre tendido en el suelo, a la piel de él en contacto con la suya. Lo último que quiere en este momento es pensar. Se dirige a los baños grandes, los que están abiertos las 24 horas. Hay un buen trecho pero prefiere ir andando, con el frío azotándole la cara, impidiéndole pensar en lo que no debe. Detrás de él anda un chico muy alto, siguiendo sus pasos sin que se entere. Lleva un abrigo negro hasta las rodillas, que aprieta fuerte para que le dé calor. Una bufanda negra le tapa la cara hasta la nariz y el gorro de lana, también negro, impide ver el color de su pelo. Sólo unos ojos marrones, que escrutan acechantes todos los movimientos que hace el chico que va delante.
Andan mucho rato. El segundo chico empieza a cansarse. Los pies han empezado a dolerle dentro de los zapatos del uniforme y la bolsa de deporte se le hace cada vez más pesada. De repente, el primer chico se detiene ante unos enormes baños públicos y entra. El otro muchacho se queda dudando… no hay nada raro en ir a unos baños públicos, pero ¿el día que no has ido a clase ni, ahora lo sabe seguro, a los entrenamientos? Algo habrá de pasarle y la curiosidad es siempre más fuerte que la prudencia. El segundo chico entra en los baños, paga y se pone en el pasillo entre las taquillas paralelo al que ocupa Rukawa. Se desnuda y saca una toalla y el jabón de la bolsa. Iba preparado para ir al entrenamiento y pensaba que el otro también, aunque no hubiera ido a clase, pero prefiere saber qué pasa. No le gustan los misterios, y los de su rival menos que los de nadie.
Rukawa es el primero de entrar en la sala de baños. Va derecho hacia las duchas y se sienta en la banqueta. Se quita la toalla que le cubría parte del pecho. ¡Señor! ¡Ese corte! Siente que en cualquier momento podría romper a llorar, a destrozar todo lo que le rodea, a gritar, maldecir, insultar, pelear… pero en vez de eso, se echa un cubo de agua caliente encima y empieza a enjabonarse. El chico que le ha seguido hace lo propio en rincón opuesto de la sala, intentando no ser descubierto y observando todo lo que hace el otro sin perder detalle. El chico moreno se mete en la bañera grande e intenta relajarse con el agua caliente. Se reclina hacia atrás y cierra los ojos. El otro muchacho, acosado por su curiosidad, decide acercarse más, preguntarle directamente, y se pone en la bañera justo a su lado.
- (sin vacilar) ¿Qué haces aquí?
- (abre los ojos e intenta disimular su sorpresa ante lo que ve) Sa… ¿Sakuragi?
- …
- (un poco molesto) ¿Y tú?
- (muy directo) Te he seguido.
- (se enfada) ¿A mí? ¿Eres imbécil o qué tío? ¿Se puede saber porqué me sigues?
- (se reclina hacia atrás, apoyando la cabeza en sus brazos cruzados) Pse… Estaba comiendo y te he visto… como no has ido a clase…
- ¿Y eso a ti que más te da? ¿O es que ahora me controlas?
Sakuragi abre un ojo y mira a Rukawa. En ese instante, el chico de ojos azules es invadido por millones de pensamientos extraños. Los fuertes brazos de Sakuragi, el agua resbalando por su piel, sus mejillas enrojecidas por el calor… Empieza a sentirse acalorado, más de la cuenta. ¿Qué coño me está pasando? Se niega a creer lo que su cuerpo le revela, aunque nadie a parte de él se de cuenta.
- (gruñe enfadado) Kitsune de mierda… a mi me importa un pito lo que hagas.
- (serio) Pues ¿por qué me has seguido?
- (vuelve a recostarse, mirándole a los ojos) Pse… Tenía curiosidad. Por cierto (le pone un dedo en el pecho) vaya corte más feo.
- (se acerca a él, con voz cálida y susurrante) ¿Qué pasa? ¿Quieres uno?
Sakuragi se retira para atrás, algo asustado, pero sus mejillas se pintan del color el fuego, el mismo color que su pelo. Una expresión de enfado aparece en su rostro, pero no le hace nada a su compañero. No le agrede, ni le insulta, ni le pega… sólo le suelta un vacilante “pe… ¿pero qué haces?”. Rukawa se levanta de la bañera y sale. En su cuerpo ya no queda rastro de su momentáneo fogonazo. Le dedica una mirada de desprecio a Sakuragi.
- (dirigiéndose a la puerta) Contigo no es lo mismo… Ni siquiera hay emoción.
El chico pelirrojo se queda perplejo viendo marcharse al otro muchacho, aunque no ha oído nada de lo que éste ha dicho. Decide quedarse un poco más en los baños y se hunde en el agua caliente hasta las orejas. Mientras tanto, Rukawa se pone ropa limpia. Unos tejanos negros. Un par de camisetas del mismo color. Estira las mangas para que le tapen los dedos. Se pone sus guantes agujereados, se abrocha las botas y se tapa con otro jersey de un grupo heavy. Se pone la bufanda, se cuelga la mochila, se tapa con la capucha y sale de los baños. Todavía no son ni las tres y no quiere volver a casa de Mitsui… no hasta que no ponga en claro sus sentimientos, hasta que no se aclare por completo.
Pasa el tiempo…
15: 45 PM
16: 32 PM
17: 27 PM
18: 55 PM
19: 43 PM
… y en ese momento un chico de tercer curso del instituto Shohoku se despierta en su cama. Las sábanas blancas manchadas de sangre. Un intenso dolor de cabeza. Leves pinchazos en el vientre por debajo el ombligo. Se incorpora un poco y se levanta. Abre la puerta del armario mientras se frota los ojos con la otra mano. Mira dentro para ver qué puede ponerse pero lo único que ve es su penoso reflejo en el espejo de dentro. Se mira de arriba abajo: da asco. Está completamente empapado en sudor. Su vientre lleno de cortes, ni siquiera sabe cuantos. Restos de sangre seca escampados por todo el cuerpo. Coge unos tejanos negros y una camiseta de Malice Mizer ¿des de cuando la tiene? No puede acordarse… Un par de chinazos en la parte delantera atestiguan que pertenece a su época de macarra, cuando se dedicaba a pasar las tardes bebiendo cerveza y fumando porros, antes de que Miyagi y él se mandaran al hospital el uno al otro. Esboza una sonrisa melancólica: esa vida no le gustaba para nada, aunque le queden buenos amigos, pero al menos sabía lo que quería, lo que sentía. Recuerda una pregunta que le hizo a Rukawa “¿Has tenido novia alguna vez?”. …l le devolvió la pregunta, a la que también le respondió que no. La verdad es que no la había tenido, a pesar de las muchas chicas que revoloteaban por su alrededor buscando sus atenciones. Pero ninguna le había hecho sentir nunca nada… en realidad, la única persona con la que se había sentido siempre bien era Tetsuo. ¡Tetsuo! ¿Será que en ese momento yo ya….? ¡No puede ser! Por aquél entonces su hermano ya no estaba y él no conseguía hallar la paz en nadie… salvo al lado de Tetsuo. Pero Tetsuo no le hacía sentir como Rukawa. Era sólo un amigo. Un gran amigo. Pero no había nada más.
La noche que Rukawa le besó, Mitsui sintió despertar algo dentro de sí. Algo que mezclaba el asco y la rabia con el deseo de tenerle a su lado aunque fuera para darse de hostias mutuamente. Era como una droga o algo peor, le empezó a necesitar y cada rato que pasa alejado de él es una tortura. Necesita verle, gritarle, insultarle… besarle y luego limpiar su conciencia y su cuerpo con el acero de la cuchilla y la humedad de su sangre. Pero ha ido demasiado lejos…
El chico moreno se mete en la ducha y abre el grifo del agua caliente. Empieza a lavar los restos de sangre de su cuerpo, levantándose con dolor algunas costras de los cortes ya cerrados. Los pensamientos sobre su compañero y sus sentimientos hacia él no le abandonan. Se siente cansado y abatido. Siente que ya no puede más, que no controla nada y eso le aterroriza. Las lágrimas empiezan a descender por su rostro y su cuerpo, mezclándose con el agua de la ducha. Está claro que no puede seguir así. Esta noche saldrá a buscarle: debe afrontar sus problemas de una puta vez. A lo mejor así le abandonan las dudas y si no, al menos no estará solo.
Ya es de noche en la calle. Hace aún más frío que por la mañana, pero él no siente nada. Después de pasar la tarde bebiendo delante del supermercado, el chico de pelo oscuro y mirada de hielo se levanta de la entrada de un bloque de pisos medio derruido y se pone a andar en dirección a la zona de los bares… a estas horas ya habrán abierto. Anda mirando el suelo, casi ni se da cuenta del mundo que pasa a su lado, ni tampoco tiene ningunas ganas de verlo. Hace mucho que no observa la gente andar a su lado, de echo, lo aborrece. Le hace sentir que la desgracia se pega sólo a su piel. Al pasar cerca de uno de los bares más destartalados de la zona vieja, justo antes de la nueva zona de ocio de la ciudad, oye a un chico, algo mayor que él, decir entre dientes “vendo recambios de bobinas de disco”. Conoce esa frase, la ha oído montones de veces, aunque nunca hasta ahora se ha atrevido a responder a su llamada. Rukawa se vuelve y se le acerca silencioso. Se pone a su lado y le habla sin mirarle.
- ¿Qué tienes?
- Bobinas de disco.
- ¿Nada más?
- Pseee… algo de María, si quieres… no creo que te hayas tomado nada más fuerte en tu vida ¿acierto?
- Hmmm… pero a ti te da igual ¿o no?
- (sonríe) Claro. ¿Cuánto quieres?
- Poco. Una china y ya… para esta noche.
- Bien. (le hace una señal con la mano para que le pague lo que le indica. Rukawa le desliza el dinero en la mano y coge la china y una bolsita de plástico).
- (se mira la mano) ¿Qué es esto?
- A esto invito yo.
- Paso tío, yo no me meto…
- (le corta) Venga, esto no te va a hacer nada… ayuda a no pensar.
- A no pensar… ¿Qué es?
- Pse… tiene muchos nombres,… mi preferido es Polvo de Ángel.

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