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Sodoma por Marquesa de Sade

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No había casi manera de comparar su anterior estilo de vida con el bienestar del que ahora gozaba. Sin embargo, ambas existencias lo llenaban de la misma amargura. Estar en esa habitación sin nada más qué hacer excepto dormir, comer, tomar largos y ociosos baños calientes en el jacuzzi, leer los libros que colmaban las bibliotecas, sin ver el cielo, sin libertad, sin su música... sin Envy. Si su mente no hubiese sido lo suficientemente fuerte, hacía rato habría sucumbido a la idea de que siempre había estado en ese lugar, y de que el Mundo se reducía a aquella habitación y a las dos personas que allí regularmente rendían culto a la pasión y a los placeres de la carne. Roy Mustang, enteramente cariñoso y atento, lo trataba como a un pequeño príncipe(o como a una mascota consentida), cosa que más lo contrariaba. Porque su mayor terror era que su mente, durante alguno de aquellos interminables días de reclusión,  finalmente cediera...

 

No. Eso jamás sucedería. No mientras continuara rememorando a Envy a diario, lo que sentía, lo que habían llegado a ser juntos. En cuanto tuviese la menor oportunidad, escaparía. Regresaría a su hogar y todo volvería a ser como antes. Si es que nada le había pasado a Envy... Dios, que no le hubiese pasado nada a Envy.

 

—¿Que no me haya pasado nada? Pero si yo estoy aquí, tonto.

 

Pride sonrió, sintiendo los imaginarios mechones de cabello verde cosquilleándole el rostro. Era un sueño, lo sabía, pero si se esforzaba lo suficiente lograría mantener la ilusión durante algunas horas de su improductiva jornada.

 

 


 

 

El Coronel cerró la puerta con sumo cuidado, esforzándose para que ésta hiciese el menor ruido posible. Luego dio media vuelta y se encontró con la visión de su más preciada posesión; su hermoso tesoro. Sigilosamente se acercó a la cama en donde éste dormía, tomó asiento sobre ella y permaneció observándolo. Sus ojos, realizando apenas perceptibles movimientos bajo los párpados, indicaban que soñaba. Por otra parte, sus mejillas se hallaban sonrojadas y su respiración algo agitada. Su boca entreabierta.

 

“¿Con quién sueñas, pequeño?” se preguntó. “¿Conmigo?”.

 

Con la esperanza de no despertarlo, pero demasiado tentado por tal escena, se inclinó sobre él y le acarició los labios. Edward murmuró algo muy bajo, demasiado bajo, por lo que tuvo que arrimarse más para oírlo.

 

—.... Envy...

 

El corazón de Roy dio un vuelco. ¿Qué acababa de decir? ¿Acaso el nombre de otro? No estaba dispuesto a esperar para saberlo. De inmediato aferró a los hombros del menor y comenzó a sacudirlo para traerlo a la vigilia.

 

—¿Qué has dicho? ¿Quién es Envy?

 

El rubio parpadeó, adormilado y confuso, sin saber exactamente qué le estaban preguntando. ¿Había oído pronunciar el nombre de Envy?

 

—¡¿Quién es Envy?!—insistió el Coronel, cada vez más enfurecido.

 

—¿... Envy? ¿Por qué? ¿Qué le ha ocurrido?

 

En el instante en el que Pride terminó por comprender lo que sucedía, que había estado pensando en Envy y que probablemente se hubiese delatado él mismo en sueños, ya fue demasiado tarde. Sus palabras, la manera en que las había dicho, sus reacciones... Roy, por cómo lo miraba, parecía que también acababa de comprenderlo todo.

 

—Tú... Tú estabas soñando con otro—formuló lentamente. —Mientras duermes, mientras hablas conmigo, mientras hacemos el amor... Tú piensas en otro.

 

—¿Y qué esperabas?—lo interrumpió Pride, cansado de hacerse el estúpido. —Estoy aquí en contra de mi voluntad, encerrado, obligado a estar contigo. Quizá nunca se te ocurrió que yo podría haber tenido otra vida antes de esto. Envy era mi amante.

 

El morocho se puso de pie, temiendo perder el control de sus acciones de un momento a otro.

 

—¡Chiquillo malagradecido!—exclamó, moviendo los brazos violentamente y arrojando al suelo todo lo que se cruzase en su camino. —¡Te he sacado de la prisión donde te tenían encerrado y alimentado a pan y agua, te he rescatado de ese montón de degenerados que abusaban de ti a diario, te he tratado como a un rey y dado todo lo que necesitabas! ¡Y así me pagas! ¡Enamorándote de otro y encima justificándote! ¡Tú tienes que amarme a mí! ¡Pensar en mí, que te lo he dado todo, y en ninguna otra cosa!

 

—Mustang... Estás tan equivocado...

 

El aludido apretó los puños, pero antes de cometer una locura decidió que lo mejor sería retirarse y pensar en frío.

 

–Ya veremos quién es el que está equivocado, Edward... —sentenció, y salió con rapidez de la habitación.

 

Algunas horas más tarde, durante las cuales Pride intentó en vano retomar sus agradables sueños(estaba harto ya de preocuparse por su desafortunada realidad), el Coronel regresó, trayendo una gruesa pila de hojas la cual produjo un fuerte estruendo al ser arrojada sobre la mesa.

 

—He estado investigando acerca de ti. Tu nombre es Edward Elric, hijo del Profesor Hohenheim, quien fue acusado tiempo atrás de realizar experimentos con humanos. Hace tres años fue asesinado en su propia casa por motivos no esclarecidos. Jamás se encontró al responsable. Tras el asesinato de tu padre, te uniste a un grupo de rock, Pewflexxx, cuyos integrantes, incluyéndote a ti, desaparecieron hace unos meses sin dejar rastro. Envy era el cantante; casualmente, un tipo con una buena cantidad de antecedentes. Y también se cree que era hijo de Hohenheim, por lo tanto, tu medio hermano.

 

Desde la cama, el menor oía tal discurso con expresión seria, pero sin demostrar ninguna reacción en particular. Imaginó que sólo se trataría de un inútil sermón. Sin embargo, al ver que el otro se metía la mano en el bolsillo y de allí extraía una especie de píldora roja, supo que estaba equivocado.

 

—Esta píldora ha sido desarrollada por el Gobierno. Actúa a nivel de la memoria a largo plazo, provocando una amnesia retrógrada. Una vez ingerida, sus efectos se producen en aproximadamente una hora. Fue especialmente diseñada para que su duración sea de casi exactamente medio día, pero no debe volver a administrarse antes de pasadas doce horas porque podría causar una sobredosis. En pocas palabras, si tomas dos a diario podrás olvidar tu pasado.

 

Pride frunció el entrecejo, completamente desprevenido de propuesta tan absurda.

 

—¿Y por qué querría hacer eso?—cuestionó.

 

—¿Por qué? Es obvio que tus recuerdos sólo te traen dolor. Pero podrías dejarlos en el olvido y vivir como si siempre hubieses estado aquí, conmigo.

 

“¡Tú tienes que amarme a mí! ¡Pensar en mí, que te lo he dado todo, y en ninguna otra cosa!”. Aquellas habían sido las literales palabras del Coronel. Claro que no había contado con que el muy maldito buscaría la manera de cumplirlas al pie de la letra. Poseerlo en cuerpo, mente y alma. ¿Qué clase de hombre se suponía que era?

 

—Si eso significa olvidar a Envy, entonces no lo haré—se negó con toda la determinación que pudo plasmar en la voz, provocando un suspiro de desilusión en el otro.

 

—Eres realmente terco, Edward. ¿No lo entiendes? ¡Envy está muerto! Y tú también lo estarías si yo no te hubiese rescatado.

 

—No pienso olvidar a Envy. Jamás aceptaré lo que me pides. Y me llamo Pride, no Edward. Ese nombre ya no me pertenece.

 

Agotada su paciencia, el hombre se dirigió hacia la cama y, abalanzándose sobre él, intentó inmovilizarlo para hacerle tragar la pastilla a la fuerza. La fuerte cachetada que le propinó resonó entre las altas paredes tapizadas. Fue inútil. Todas las veces que lograba introducirla en su boca, éste la escupía. Por fin resolvió, aunque no le agradara la idea de maltratarlo, sostenerle las manos y privarle de la respiración. A pesar de varios intentos fallidos y de la enérgica resistencia, la pastilla terminó deslizándose por aquella delgada garganta. Pero Pride tampoco estaba dispuesto a darse por vencido. Además de su cuerpo, era su mente la que estaba en juego ahora. Como pudo, se arrastró hacia el borde del colchón, introdujo dos dedos hasta su campanilla y vomitó. Un hilillo de sangre salió de su boca debido al esfuerzo.

 

Roy, habiendo observado tremenda hazaña, meneó la cabeza y frunció los labios.

 

—Esperaba no tener que hacer esto...

 

En cuanto se dio vuelta, ya era demasiado tarde. La aguja se había clavado en su piel, al igual que el contenido se había terminado de vaciar en sus venas. Sus ojos dorados se abrieron grandes. El cuerpo le tembló.

 

—No... ¡No! ¡Sácalo!

 

—Ya es demasiado tarde. Ha entrado en tu sistema circulatorio. Gracias a tu terquedad, ahora no tendrás oportunidad de despedirte. Estarás olvidando en pocos instantes.

 

—¡Sácalo! ¡Por favor! ¡Sácalo de mis venas! ¡No quiero olvidar a Envy! ¡Sácalo!

 

Ni aunque hubiese querido, y no era que quisiera, habría podido cumplir con su deseo. En verdad sus súplicas lo conmovían, pero no se arrepentía. Pronto toda tristeza cesaría. Él sería el pasado, el presente y el único futuro concebible para el hermoso joven que había adoptado.

 

—Hasta tus lágrimas son hermosas... —susurró, colocándolo boca arriba sobre el cubrecama revuelto y comenzando a llenarlo de caricias. No encontró resistencia alguna.

 

—...Sácalo...

 

—Shh... —lo silenció con la ayuda de un beso.

 

A partir de ese momento, tan solo el sonido que producían sus pieles al rozarse fue oído.

 

—Yo... Estoy llorando—se extrañó el rubio de pronto.

 

—Eso parece.

 

—¿Por qué?

 

El beso que en ese momento Roy le depositó en la frente se sintió extrañamente helado.

 

—Son sólo lágrimas de felicidad, Edward.

 

 

 

Notas finales:

Continuará...


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